DISCURSO SENADOR DON EDUARDO FREI RUIZ-TAGLE II ENCUENTRO DE EXPRESIDENTES LATINOAMERICANOS "LA AGENDA SOCIAL EN LA GLOBALIZACION" Santiago, 22 de Abril de 2002 Al inaugurar oficialmente este segundo encuentro de expresidentes latinoamericanos quiero darles a todos los invitados internacionales y nacionales nuestra más cordial bienvenida. Acá en Santiago retornamos el fecundo diálogo que iniciamos hace algunos meses en Cartagena de Indias, en Colombia, con la esperanza de fortalecer nuestros lazos e ideales. Hace poco más de un año coincidimos en la necesidad de fijar una agenda global para nuestros países, de manera que puedan acometer el desafío de internacionalizar sus economías sin que vean afectada su gobernabilidad democrática. En esa oportunidad dijimos que la posibilidad de lograr un desarrollo regional en condiciones estables dependía de cuánto éramos capaces de hacer para integrarnos al mundo globalizado. Propusimos elaborar un nuevo proyecto político, que diera por superada la vigencia del "Consenso de Washington" y que tuviera como desafios fundamentales sostener la gobernabilidad democrática, mejorar las condiciones de equidad, ásegurar mayores niveles de competitividad y recuperar los ejes articuladores de nuestra identidad. La convicción de este planteamiento se basó en la certeza de que la democracia no tiene ninguna viabilidad en la región si no logramos un crecimiento sostenido que termine con las indignas desigualdades que aún subsisten en nuestros países. En caso contrario, simplemente no podremos vivir en sociedades integradas y pacíficas. Veo con preocupación como la realidad actual de muchas naciones latinoamericanas son un fiel reflejo de lo mucho que nos falta por avanzar. Es urgente que redoblemos nuestros esfuerzos para buscar fórmulas imaginativas que nos permitan conciliar la gobemabilidad democrática con mayor justicia social y competitividad en el concierto mundial. Nadie va a defender una democracia sin metas y cortoplacista, que promete un paraíso de bienestar y progreso que nunca llega. Si dejamos que se siga acumulando el descontento y la apatía de la ciudadanía, no nos extrañemos que se rinda a la tentación del populismo autoritario que siempre encuentra en nuestras debilidades terreno fértil para su expansión. Claramente hoy tenemos una misión: pensar y elaborar un proyecto de desarrollo capaz de conciliar la cohesión social con la necesidad de hacer frente a las transformaciones estructurales y culturales que provienen del fenómeno de la globalización, especialmente en lo que se refiere a la agudización de las desigualdades y fragmentaciones que sufren nuestras sociedades. Esto es, en primer lugar, impulsar reformas políticas y sociales para modernizar el Estado y los sistemas de salud, educación y justicia; combatir la corrupción; refocalizar las políticas de subsidio en los más desposeídos; desarrollar la infraestructura física y de comunicaciones; y construir sistemas nacionales de ciencia y tecnología que nos integren a la sociedad del conocimiento, entre otras iniciativas. Y en segundo lugar, asegurar el crecimiento por la vía de reformas macroeconómicas para ordenar las finanzas fiscales; liberalizar los mercados; estimular las exportaciones y la inversión extranjera; y flexibilizar el mercado laboral, de modo de aumentar la productividad y competitividad de nuestras economías. En este contexto, considero que es muy importante invitar al sector privado a participar en aquellas áreas donde puede realizar inversiones de gran magnitud que el Estado por si solo no tiene posibilidades de hacer. Mi gobierno tuvo una experiencia enriquecedora en esta materia gracias a la implementación del sistema de concesiones, el cual nos permitió modernizar en breve tiempo gran parte de la infraestructura caminera, portuaria y aeroportuaria de Chile. Lo mismo sucedió en el sector de las empresas sanitarias, donde la inversión privada contribuyó a que diéramos un salto cualitativo en la cobertura de los servicios sanitarios, en el tratamiento de aguas servidas y en la salud y calidad de vida de los chilenos. Sin el aporte de la empresa privada, nos habríamos demorado décadas en hacerlo, perjudicando nuestra competitividad y las expectativas de crecimiento. Amigas y amigos: Mi invitación en estas jornadas que viviremos en Santiago es a ser rigurosos y francos en nuestras reflexiones. El presente de América Latina dista mucho de aquel, que teníamos hace sólo cinco o seis años. Recuerdo cuando en mi calidad de Presidente de Chile me tocó en noviembre de 1996 ser anfitrión de la Sexta Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, cuyo tema fue la gobernabilidad democrática. Aquella vez, no obstante hacer presente que aún faltaba mucho por hacer, manifestamos esperanzados de que la democracia había llegado al continente para quedarse. Desgraciadamente, hoy no podemos soslayar las innumerables dificultades por las que atraviesan muchos países, que. en ese entonces parecía que al fin habían alcanzado la tan deseada estabilidad. Sin embargo, esa certeza se ha transformado en incertidumbre. Hoy la gobernabilidad democrática de América Latina está seriamente comprometida. Las tensiones y conflictos políticos, económicos y sociales, han puesto en evidencia la fragilidad del Estado para satisfacer las necesidades de la población, cuyo creciente descontento puede terminar por socavar la legitimidad de nuestras democracias. Si bien el diagnóstico en cada país pueda no ser el mismo, hay un fenómeno que nos atraviesa a todos: la desconfianza de las personas en la institucionalidad democrática, en los partidos, en los parlamentos, en el poder judicial, en los políticos y en los precarios sistemas de seguridad social. Este clima de frustración nos impone tareas. Debemos recuperar el sentido y contenido del servicio público, mediante la construcción de una agenda que incorpore los elementos que den una satisfactoria respuesta a las grandes expectativas que la gente cifró en la democracia cuando luchó para recuperarla. Señoras y señores: Estoy seguro que en este encuentro haremos un gran aporte al desafío de reencontrar el rumbo extraviado. Muchos de los presentes tuvimos el inmenso honor de servir como gobernantes a nuestros pueblos. Por eso mismo, sabemos que tanto quienes hemos ejercido el poder como quienes lo detentan hoy, tenemos un compromiso mayor con la democracia y la ciudadanía, que adquiere una dimensión ética de gran responsabilidad, ya que en nosotros está depositada su existencia y estabilidad. Si procedemos en consecuencia, estoy seguro que la libertad, el progreso y la justicia se quedarán para siempre entre nosotros. Muchas gracias.