Publicado en La Gaceta de los Negocios-Diario de Navarra INVERSIÓN, 31 marzo 2002 Déficit cero: ahora sí, siempre no Francesc Pujol Torras Departamento de Economía Universidad de Navarra fpujol@unav.es ¿Se imaginan que una familia se viera obligada a depender únicamente de sus ingresos ordinarios para poder llevar a cabo gastos de los que se disfruta durante una buena parte de la vida, como la compra de la vivienda o del coche, o la financiación de unos estudios de postgrado en el extranjero? ¿Les parecería razonable que las empresas no pudieran financiar sus planes de expansión o la adquisición de maquinaria por una vía distinta que la de los recursos propios disponibles? Pues ésta viene a ser a grandes rasgos la restricción que la nueva Ley de Estabilidad ha introducido para la financiación del gasto público de las administraciones central, autonómicas y locales. Se me dirá que el símil entre el comportamiento financiero de las familias y empresas con el de la administración pública es inapropiado. Efectivamente, a mí también me parece un tanto burda la comparación entre realidades tan distintas desde el punto de vista económico. En efecto, el Estado puede jugar un papel macroeconómico que le es propio, de atenuación de los efectos nocivos que conlleva la fuerte oscilación del ciclo económico. Además, somos muchos los que pedimos que el Estado asegure una cierta redistribución de las rentas, puesto que consideramos que la redistribución voluntaria es insuficiente para asegurar que las familias con rentas más bajas alcancen un umbral mínimo de dignidad económica y que la igualdad de oportunidades pueda ser experimentada por todos. Me parece que hay razones suficientes para considerar que el papel económico del Estado es distinto del de las familias y las empresas, por lo que cabe plantearse vías y métodos de financiación distintos para cada una de las instituciones mencionadas. Sin embargo, no parece ser ésta la posición que mantiene el actual Ministro de Hacienda, el Sr. Montoro Romero, defensor ante el Parlamento de esta nueva disposición legal y que además es nada menos que Catedrático de Hacienda Pública. En efecto, en fecha de 8 de marzo de 2001, en el debate parlamentario a la totalidad del entonces proyecto de Ley, afirmaba textualmente, que “más allá de las razones económicas que aconsejan la austeridad y el rigor presupuestario, está la sentencia intuitiva y espontánea de la gran mayoría de los ciudadanos que, en resumen, exigen que el Gobierno no viva por encima de sus posibilidades, que no gaste más de lo que ingresa. Los ciudadanos no están pidiendo nada extraño, simplemente desean que los responsables del dinero público operemos con la misma moderación y prudencia con que tiene que actuar cualquier familia y cualquier empresa”. Parece deducirse de la intervención parlamentaria del Ministro de Hacienda que el Estado en su configuración actual debe renunciar a jugar un papel económico específico y distinto del resto de los agentes económicos. Como he comentado, sigue habiendo gente que piensa que este planteamiento supone un retroceso que es pernicioso para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, la crítica principal que opongo a la supresión legal del déficit público no depende tanto de la confrontación de visiones distintas del papel económico del Estado como de que la lógica interna de la propia Ley es renqueante. Para mostrarlo, compartiré metodológicamente la visión del Sr. Montoro, y consideraré que el Estado debe mostrarse igual de prudente en la gestión de sus ingresos y gastos que la familia o la empresa. La Ley de Estabilidad prohíbe la financiación del gasto público a través de la deuda pública. Esta restricción se aplica a todo tipo de gasto, por lo tanto, también a las inversiones públicas. La ley exige pues que la inversión pública sea enteramente financiada por ingresos corrientes. Carreteras, construcciones de escuelas, Baluartes, embalses y trenes de alta velocidad deben ser financiados completamente por impuestos. Esta propuesta tiene el mismo poco sentido que las preguntas que formulábamos al inicio del artículo. A pesar de todo, esto es lo que pretende la nueva Ley y lo que defendía el Ministro de Hacienda en el debate mencionado, respondiendo a un representante de la oposición: "Cuando usted sube a esta tribuna y empieza a defender que la inversión pública es merecedora del endeudamiento, lo único que hace es conectar con el pasado". Rechazar la deuda pública para financiar las inversiones cuando se considera que el Estado debe comportarse como las familias o las empresas es un contrasentido, ya que familias y empresas suelen pedir préstamos para financiar todo o parte de los gastos en capital. Es una mala fórmula en términos de equidad, puesto que las inversiones benefician a los contribuyentes de mañana y pasado mañana, mientras que son los contribuyentes de hoy los que son llamados a soportar el coste de toda la operación. Es además una fórmula aun peor en términos de eficiencia, porque los contribuyentes actuales y los políticos que representan sus intereses solicitarán un nivel de inversión inferior al que es óptimo y útil para la sociedad. De la misma manera que una familia o una empresa renuncia a ciertos planes de inversión si no pueden contar con financiación ajena para cubrir parte de estos gastos, de la misma manera la inversión pública disminuirá. Si de algo está realmente necesitada la economía española es de la promoción de inversiones productivas y de una clara apuesta por programas de I+D, tanto privados como públicos. La Ley de Estabilidad nos va a hacer sin duda un flaco favor en el esfuerzo de convergencia real con Europa, puesto que cuando la coyuntura económica se torne desfavorable e imponga la adopción de ajustes para respetar la norma del equilibrio presupuestario, éste se hará principalmente con el recorte de la inversión pública. Siempre se hecho así y siempre se seguirá haciendo así. Lo que realmente necesitamos es alcanzar el equilibrio o superávit presupuestario cuando la coyuntura es favorable, como lo es actualmente, y permitir la emergencia de déficit controlados cuando la economía entra en recesión, sin castigar la inversión pública. Este es el marco de prudencia en el que nos movíamos con el Pacto de Estabilidad Europeo. La Ley de Estabilidad española nos saca del contexto de la prudencia para introducirnos en el de la austeridad. La austeridad es recelosa del futuro, incapacitada para la creatividad y los proyectos ambiciosos y tiende a la esterilidad. No creo que sea éste el valor más atractivo que queremos para la actuación del Estado, la empresa o la familia.