LA SACRISTÍA Es una espaciosa sala de doscientos setenta metros cuadrados, cuya bóveda está pintada por Nicolás Granello y Fabricio Castello. En sus muros cuelgan cuadros de Tiziano, de José de Ribera, de El Greco y otros de Luca Giordano y Francisco de Zurbarán. No me voy a alargar mucho en estas descripciones pues tampoco soy un entendido en pintura. Pero especial mención merece el cuadro de Claudio Coello, La Sagrada Forma, que preside el retablo. Este altar de mármol con adornos de bronce dorado es diseñado por el arquitecto José del Olmo. En él se representa la historia de la Sagrada Forma de Gorkum, supuestamente profanada por los herejes y recuperada por Rodolfo II de Alemania, quien se la entrega a Felipe II. Aquí se celebran las numerosas ceremonias religiosas que diariamente solicita el monarca. Todas las fiestas son de guardar y las defunciones exigen la celebración de permanentes misas y oraciones para la salvación del alma del difunto. EL MAUSOLEO Como ya os he comentado el edificio surge por la necesidad de crear un Monasterio que asegurase el culto en torno a un panteón familiar de nueva creación, para así poder dar cumplimiento al último testamento de Carlos I fechado en 1558. El Emperador quiere enterrarse con su esposa Isabel de Portugal y con su nueva dinastía, alejado de los habituales lugares de entierro de los Trastamara. Para el Rey Felipe, enfermo de gota durante muchos años, la vida y la muerte están interconectadas por lo que sitúa los sepulcros en el ámbito de lo sagrado al lado de Dios y sus cenotafios al mismo nivel que el altar mayor. El Monasterio representa una forma ética de vivir, donde el hombre se recoge sobre sí mismo para abrirse a la trascendencia. La muerte como pena del pecado cometido constituye el fin del periodo de prueba. Esta forma de pensar obliga al Rey a desarrollar el llamado “Ars moriendi” o arte de morir. José Quevedo escribe sobre Felipe II y su monasterio:…..”puede decirse que completaba su obra…que era su féretro la última piedra que cerraba el solemne mausoleo”…. La cámara funeraria consta de tres espacios abovedados con ocho nichos para los féretros, encima de la cripta. El cuerpo de Carlos I está a los pies del sacerdote que celebra la misa y los de Felipe II a la derecha de su padre. En los sótanos situados al sur de la cripta principal hay otros enterramientos para los miembros de la familia real. En estas estancias, llamadas infiernos, se albergan otros cincuenta y un nichos sepulcrales. EL PUDRIDERO Sólo los frailes pueden entrar en el pudridero real. Cubiertos de cal, los restos mortales de la Familia Real permanecen allí durante aproximadamente veinticinco años. En las mismas escaleras que llevan al Panteón Real, un pasadizo cerrado por una puerta de madera conduce a este pequeño recinto de dieciséis metros cuadrados. La Familia Real entrega a los monjes los restos de sus fallecidos en una ceremonia que se repite desde hace siglos: “Padre prior y padres diputados, reconozcan vuestras paternidades el cuerpo de …... que conforme al estilo y la orden de su majestad que os ha sido dada voy a entregar para que lo tengáis en vuestra guarda y custodia”. Una vez cerrado de nuevo el féretro y levantada un acta de entrega, los agustinos se hacen cargo de la llave del ataúd y el cuerpo pasa al pudridero real. Yo ya había fallecido cuando- veo desde el cielo cómo se construye el Panteón Real, inaugurado en 1654, bajo el reinado de Felipe IV. En el libro: Historia del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, escrito por fray José de Quevedo, bibliotecario del monasterio, se cuenta: “Las puertas que están en el segundo descanso de la escalera conducen a los pudrideros, cuyo uso explicaré para desvanecer las muchas patrañas que sobre ellos se cuentan. Son tres cuartos a manera de alcobas, sin luz ni ventilación ninguna. Luego que se concluyen los Oficios y formalidades de entrega del Real cadáver que ha de quedar en uno de los panteones, el prior, acompañado de algunos monjes ancianos, baja al panteón donde ha quedado el cadáver llevando consigo los albañiles y algunos otros criados. Estos sacan de la de tisú o terciopelo que la cubre, la caja de plomo sellada que contiene el cadáver, y la conducen junto al pudridero. Mientras los albañiles derriban el tabique, los otros abren cuatro o más agujeros en la caja de plomo, la colocan dentro del cuarto o alcoba sobre cuatro cuñas de madera que la sostienen como dos o tres pulgadas levantadas del suelo, y en el momento los albañiles vuelven a formar el tabique doble que derribaron. Allí permanecen los cadáveres 30 o 40 o más años hasta que, consumida la humedad y cuando ya no despiden mal olor, son trasladados al respectivo panteón. Las cajas exteriores de las personas Reales que han de pasar al de Infantes permanecen en la sacristía del dicho panteón, hasta que vuelve a colocarse en ellas la de plomo con el cadáver según vinieron. Las de los Reyes se deshacen y aprovechan para ornamentos, porque ya no han de tener uso, pues sus restos se colocan en las urnas de mármol”. No menciona fray José de Quevedo, pero yo sé, que dentro de los nichos se coloca cal viva y fuera una lápida de mármol negro con el nombre del difunto. La función del pudridero real es reducir los cuerpos para que se adapten a los minúsculos cofres de plomo —de apenas un metro de largo y cuarenta centímetros de ancho— que, una vez sellados, se introducen en uno de los veintiséis sarcófagos del Panteón de Reyes. “Eran reyes tan grandes en el mundo que para enterrarse querían un sitio pequeño”, oía yo desde el cielo al padre Santos, a mediados del siglo XVII, quien llama a la cripta Panteón, palabra usada por los griegos como monumento dedicado a los dioses. El traslado de restos al Panteón también se celebra en la intimidad. Sólo asisten a la ceremonia un miembro de la comunidad religiosa, otro de Patrimonio Nacional, un arquitecto - encargado de dirigir el desmontaje del murete del Panteón Real - y dos operarios. También está presente un médico, que se limita a testimoniar que el proceso de descomposición ha finalizado. Ya depositada la urna en su respectivo sarcófago, los restos reales descansan en la que es su solemne y última morada. El panteón se termina después de muerto el Rey Felipe. La Cripta Real, conocida también como el Panteón de los Reyes, es construida carente de ornamentación por Juan Gómez de Mora según planos de Juan Bautista Crescenzi. Imagen realizada por JR de la Cuadra para Crónica