DEPORTE Y POLÍTICA / y 14 x EL MATCH DEL SIGLO: FISCHER-SPASSKI, REIKIAVIK 1972 Cuando Bobby Fischer cogió su fusil GONZALO ARAGONÉS Moscú Corresponsal uando en 1972 el excéntrico y genial norteamericano Bobby Fischer llegó a Reikiavik para enfrentarse al soviético Boris Spasski con el título mundial en juego, el ajedrez y la guerra eran prácticamente las dos únicas materias en las que la URSS era superior a cualquier otro país. Por eso durante unas semanas los televisores de los pubs norteamericanos dejaron de emitir béisbol y lo cambiaron por el mucho más emocionante ajedrez. Los comisarios bolcheviques convirtieron el ajedrez en un juego para las masas, excelente metáfora de la guerra fría. Fischer había estado antes a las puertas de la lucha por el campeonato del mundo en varias ocasiones. Pero era muy joven, muy impulsivo. Tal vez fue en esta época cuando ideó en su cerebro una teoría conspirativa, según la cual los soviéticos se habían confabulado contra él. Su oportunidad llegó en los 70, y en tropel. Más que ganar los duelos previos a la final del campeonato del mundo, Fischer arrasó. Al soviético Mark Taimanov y al danés Bent Larsen les derrotó sin paliativos con un 6-0 (seis partidas ganadas, ninguna derrota). Y al ex campeón del mundo Tigran Petrosian, también soviético, le ganó 6,5-2,5. Estos resultados elevaron la épica del ajedrez hasta el paroxismo anticomunista. Había sido apoteósico. Pero lo mejor estaba por llegar. tario de Estado, Henry Kissinger, y de que un millonario británico, James Slater, donase el dinero suficiente para completar una bolsa en premios de 250.000 dólares. Sólo después de eso, Fischer cogió el fusil. Fischer llegó a Reikiavik y perdió la primera partida tras un error incomprensible en una posición de tablas. Cuando iba a comenzar la segunda, algo no le gustó. La silla, el tablero, las piezas, la luz y las cámaras de televisión no eran de su agrado, e incluso llegó a decir al árbitro de la federación islandesa que todo era “un frente comunista” contra él. No compareció, pero la Federación Internacional (FIDE) no cedió y tras esperarle la hora reglamentaria se adjudicó la victoria a Spasski. El vigente campeón dominaba la estrambótica competición del siglo hasta que otra llamada de Kissinger cambió las cosas. Fischer se sentó y comenzó a apre- Con el estadounidense Bobby Fischer, el ajedrez se convirtió en una excelente metáfora de la guerra fría ARCHIVO El soviético Boris Spasski estrecha la mano de su contrincante, el estadounidense Bobby Fischer, después de ganarle una partido en Reikiavik a pesar de que un siglo antes había servido de distracción a las clases burguesas europeas. Tal vez porque entre los fundadores de la URSS, como Lenin o Trotsky, había grandes aficionados; tal vez porque, como decía la propaganda oficial, representaba el materialismo dialéctico y servía para entrenamiento mental en tiempos de guerra y de paz. Cuando Fischer y Spasski se vieron las caras en Reikiavik habían pasado 24 años desde que Mijail Botvinnik se convirtió en el primer campeón del mundo genuinamente soviético. El anterior, Alexander Alekhine, se había nacionalizado francés tras la Revolución de 1917. Bobby Fischer, el adolescente prodigio de Brooklyn (nació en Chicago en 1943) había atraído la atención mundial por sus excentricidades y porque era el único gran maestro occidental que podía batir a la maquinaria soviética. Si ningún otro juego o deporte ha representado a lo largo de la historia el arte de la guerra como el ajedrez, en ese momento se convirtió en una En la capital de Islandia no se iban a enfrentar ni ideologías ni ejércitos con cabezas nucleares. Pero la tensión era atómica. Y aumentó más cuando Fischer el rebelde decidió que las condiciones del campeonato no eran las adecuadas. La ceremonia de apertura estaba prevista para el 1 de julio. Todo el mundo esperaba al genio estadounidense. Pero Fischer no apareció. Todavía en casa, pedía un aumento de 125.000 dólares en premios y que se restringiese la presencia de cámaras de televisión en la sala de juego. La travesura de Fischer se interpretó años después como una reivindicación legítima de los ajedrecistas profesionales, pero en ese momento no podía traer más que problemas al gobierno de Richard Nixon. Si el match del siglo no se celebraba por culpa de Fischer, el gobierno reformista islandés podría poner problemas a la base militar que los estadounidenses tenían en la isla. El aspirante al título mundial se subió al avión después de una llamada del secre- Henry Kissinger llamó por teléfono en dos ocasiones a Fischer para que no abandonase el duelo tar a su rival. Ganó la tercera partida y empató la cuarta. Volvió a ganar la quinta, y luego la sexta. Boris Spasski, un soviético nada convencional, que echaba mano de su privilegiada posición para mantener a distancia a los hombres del KGB, se levantó y aplaudió a su rival. “Tiene clase”, dijo después Fischer, sorprendido de que todo en la URSS no fuera como él pensaba. El match del siglo terminó con una contundente victoria de Fischer. Su rival sólo ganó tres partidas (incluida la segunda, por incomparecencia), mientras que Fischer salió victorioso en siete ocasiones. La URSS había sido derrotada.