El discípulo amado Conocemos al discípulo amado gracias al Evangelio de san Juan, en el que aparece nombrado cinco veces. Es una historia cuando menos curiosa porque nunca se nos revela su nombre, aunque se nos presenta como alguien muy cercano a Jesús, alguien querido especialmente por él. Seguirle la pista para reconstruir todo lo que sabemos de él tiene algo de labor de detective debido a su anonimato y a que nunca nos sea presentado oficialmente. La primera ocasión en que se le nombra es en la última cena, cuando se nos dice que uno de los discípulos, «aquel a quien Jesús amaba», estaba al lado de Jesús y Pedro se dirige a él para que le pregunte a Jesús quién es el que lo va a traicionar (13, 23-24). Después vuelve a aparecer en plena pasión, en la escena de la crucifixión, acompañando a María, la madre de Jesús al pie de la cruz. Allí Jesús les encomienda el uno al otro, como madre e hijo (19, 25-27). La tercera vez acompaña a Pedro en la visita al sepulcro vacío, después de que María Magdalena les comunique que no encuentra el cuerpo del Señor (20, 2-8). Por último lo encontramos en el epílogo del evangelio, reconociendo al Señor resucitado (21, 7) y siendo identificado como autor del evangelio (21, 20-24). La escena de la visita a la tumba vacía nos da una pista muy interesante. Allí se le identifica como «el otro discípulo a quien Jesús amaba» (20, 2) y nos permite conectar este personaje del «discípulo amado» con la figura del «otro discípulo» que aparecería otras dos veces en el evangelio, una en la que no se le cita pero se le puede reconocer y otra más clara en la que es explícitamente nombrado como tal. La primera de estas dos referencias tiene lugar en el primer capítulo. Al narrarnos el encuentro de Jesús con dos discípulos de Juan Bautista que acabarán siendo sus dos primeros seguidores, sólo se nos da el nombre de uno de los dos, Andrés. El otro queda en el anonimato y eso da pie a que se le pueda identificar literalmente como el «otro discípulo» de la primera hora, distinto de Andrés (1, 35-42). La otra referencia, esta sí evidente, tiene lugar durante la pasión, cuando Jesús es conducido tras su arresto a casa de Anás, suegro del sumo sacerdote. Somos informados de que le siguen Pedro y el otro discípulo, que como conocido del sumo sacerdote puede entrar con Jesús en el patio del palacio y luego hacer pasar a Pedro (18, 15-16). Hasta aquí la recogida de datos. Si una vez reunidos todos, tratamos de ordenarlos según el itinerario del evangelio, descubrimos mejor la personalidad de este «otro discípulo» que resultó ser el «discípulo amado». Emerge ante nosotros su perfil en siete rasgos: 1. Su relación con Jesús comienza con un encuentro personal (Jn 1,35-43) El encuentro lo facilita Juan Bautista, de quien entonces era discípulo, que les señala a Jesús a él y a Andrés. Siguen a Jesús que les pregunta «¿qué buscáis?». Ellos a su vez responden con otra pregunta «¿dónde vives?». Invitados a ir y verlo, se quedan con Jesús aquel día. La fuerza y la intensidad de ese encuentro quedan grabadas y se recuerda hasta la hora: las cuatro de la tarde. 2. Jesús le ama (Jn 13, 23-25) El episodio de la cena testimonia la cercanía de este discípulo con Jesús. Leemos que Jesús lo ama. La relación entre ambos ha dado lugar a la confianza. Está colocado a su lado, en lo que sería el lugar de honor, y literalmente se nos dice que recuesta su cabeza en el pecho de Jesús para preguntarle quién es el traidor. Esto sería posible porque estarían sentados o recostados, es decir, echados sobre un lado del cuerpo, normalmente el izquierdo para dejar libre la mano derecha, con los pies en la dirección contraria a la mesa. El discípulo conoce la identidad de Jesús y lo llama «Señor». Jesús confirma su relación de confianza cuando le contesta. 3. Permanece fiel en el conflicto y la persecución (Jn 18, 15-16) hasta la cruz (19, 25) El «discípulo amado» manifiesta su fidelidad a Jesús en las horas difíciles de la pasión, acompañándolo hasta su muerte en la cruz. Sigue a Jesús, nos dice el evangelio, también cuando es arrestado, y entra con él en el patio del sumo sacerdote. Es el único discípulo que llega hasta el final y está al pie de la cruz, silencioso, pues Pedro que había acompañado a Jesús hasta el palacio del sumo sacerdote, lo acaba negando. 4. Jesús le confía a su madre (Jn 19,25-27) Su vinculación especial con Jesús y la propia confianza de Jesús se demuestran cuando a punto de morir, a modo de última voluntad y como testamento, Jesús le entrega a su madre y se nos dice que el discípulo a partir de entonces la recibió en su casa. El «discípulo amado» acaba teniendo por madre a la madre de Jesús. 5. Reconoce la autoridad y el liderazgo de Pedro (Jn 18, 15-16; 20, 2-10; 21, 7) Menos en el momento de su primer encuentro y en el de la cruz, este discípulo aparece junto a Pedro con el que mantiene una relación de mutuo reconocimiento y respeto. Como vemos en la última cena, Pedro reconoce la mayor cercanía e intimidad que tiene con Jesús el «discípulo amado», mientras que éste da muestras de aceptar el liderazgo de Pedro y le cede la iniciativa. Ya nos hemos referido al episodio en el patio del sumo sacerdote cuando sale a buscarlo y le hace entrar. Otro ejemplo lo encontramos en la escena de la tumba vacía: María Magdalena avisa a los dos de la desaparición del cuerpo de Jesús y ambos salen corriendo hacia el sepulcro. El «discípulo amado» corre más y llega antes, se asoma pero no entra, dejando que Pedro lo haga primero. El tercer ejemplo llega en el último capítulo del evangelio cuando Jesús resucitado se aparece a sus discípulos en el mar de Tiberíades. El «discípulo amado» es el primero en reconocerlo, dando muestras una vez más de su especial relación con el Señor, pero se lo dice a Pedro, que se lanzará al mar al encuentro de Jesús. 6. Cree sin haber visto (Jn 20, 8) Leemos que el «discípulo amado» se abre a la fe al ver vacía la tumba de Jesús. Le basta verla para creer que Jesús ha resucitado. Como dirá más adelante el propio Jesús, «dichosos los que crean sin haber visto» (20, 29). Es el pionero de la fe. Se entiende entonces fácilmente, como hemos señalado ya, que sea el primero en reconocerlo resucitado en la orilla del mar: «es el Señor». 7. Da testimonio (Jn 21, 20-24) El evangelio se cierra proclamando que el «discípulo amado» es el autor del evangelio, que sería su testimonio. Toda su experiencia de conocimiento del Señor, su especial relación de amistad, su confianza, su fidelidad, su fe, no se las guarda para sí mismo sino que las comunica y comparte. Ya el evangelio había reclamado su condición de testigo en la escena de la cruz, cuando a Jesús le traspasan el costado con la lanza (19, 35). Deja la luz del Señor para ir a las autoridades del templo. Hasta aquí la presentación del «discípulo amado», que siempre permanece anónimo. La tradición cristiana, sin embargo, desde finales del siglo II con San Ireneo lo identifica con Juan, hijo de Zebedeo, y por tanto también como autor del evangelio. Sin embargo, es importante no olvidar que el texto nunca le da un nombre. ¿Por qué? Su condición anónima permite que funcione con más fuerza como modelo de identificación. Nunca se le da un nombre porque todas y todos estamos llamados a ser ese discípulo/a amado/a y a desarrollar con Jesús esa amistad especial, de profunda confianza, fiel en las dificultades, cercana a la Virgen y madura en sus relaciones comunitarias y eclesiales, reconociendo y apreciando la autoridad y los otros carismas, y dando testimonio público de nuestra experiencia de fe. Algunas preguntas para profundizar: • ¿Entiendo mi relación con Jesús como una relación de amistad y amor? • ¿Me siento como un/a discípulo/a amado/a de Jesús? • ¿Qué puedo aprender del «discípulo amado» y desarrollar en mí?