1.- INTRODUCCIÓN La cultura occidental cree que ha generado, gracias al correcto uso de la razón, el más grande progreso que la humanidad jamás conoció. Para conseguirlo fue necesario pasar del mito al logos, olvidarse del saber narrativo y sustituirlo por la lógica y la explicación. Sólo así parecía posible acceder a la Verdad, a la Justicia, al Bien Universal. Pero este conocimiento con pretensiones de universalidad y necesidad chocaba frontalmente con aquello que la convivencia histórica, la finitud de la vida y los datos de los sentidos nos ofrecían: todo fluye, todo cambia, nada permanece, nuestra experiencia inmediata lo es de aquel mundo sensible, distinto a cada instante, despreciado por Platón. Por eso, occidente necesita desprestigiar el movimiento, negar la diferencia radical de lo que acontece, y para ello nada mejor que renegar de los sentidos y construir realidades ultramundanas donde todo funciona como la Razón quiere que funcione. Los valores eternos se encuentran tras velos más o menos opacos, en algún sitio no aprehensible por los sentidos, y sólo la Razón será capaz de descubrirlos. Atendiendo a esto último, el sentido de la filosofía de Nietzsche será someter a crítica la autosatisfacción de Occidente por creerse la única cultura conocedora de la verdad, creadora de ciencia, en progreso continuo y fundamentada en leyes racionalmente universales. Para realizar esta crítica a Occidente, Nietzsche utilizará un método peculiar: el método genealógico. Nietzsche rastreará los orígenes de la cultura occidental para saber cómo surgen sus formas de valorar el mundo. La Genealogía mostrará que nuestro linaje proviene del miedo y no del amor por la verdad. Es un problema de valor, un problema de supervivencia psicológica: nuestra fragilidad mental que no nos permite convivir con el caos, es la que pone en funcionamiento a la Razón para que genere un mundo irreal que nos permita sobrevivir. Y es el miedo a perder este mundo seguro el que provoca el interés filosófico y moral por justificar y fundamentar, es decir, por ocultar, tan mísero comienzo de la civilización.Y es el miedo a perder este mundo seguro el que provoca el interés filosófico y moral por justificar y fundamentar, es decir, por ocultar, tan mísero comienzo de la civilización. La Razón es, pues, la causante de la enfermedad de Occidente al generar un tumor maligno y extraño a la vida y al cuerpo. Un tumor que tiene por objeto anular, si fuera posible, lo impulsos y crear un ultramundo. Una realidad imaginaria que consuela. Los cimientos de esta construcción interesada, ese mundo irreal producto del miedo, son rápidamente cubiertos bajo un manto de racionalidad que permite convertir lo que es sólo una necesidad vital, en una verdad supuestamente objetiva, neutral, que responde a parámetros universales y no a una sociedad que empieza a mostrar síntomas de decadencia. Pero verdaderamente, la filosofía, la religión y la moral occidental son síntomas de decadencia. Esto se demuestra rastreando la historia de la filosofía: ya Parménides había negado el movimiento, lo sensible. Luego Sócrates buscó afanosamente la definición universal que eliminara la singularidad de las cosas. Platón dio un salto más e inventó un mundo inteligible donde pudo afirmar todo aquello que la experiencia le negaba. Aristóteles fue más comedido pero siguió sosteniendo la existencia de esencias universales que sólo la razón descubre. Con el cristianismo la cosa fue a mayores, elaboró un mundo teológico que no sólo negaba la singuralidad mostrada por la experiencia, también la propia razón, condena por unos cuantos siglos a ser subsidiaria de la fe. Tampoco Descartes fue capaz de demostrar que el mundo de la razón era sólo un decorado teatral; cuando observó que su duda metódica le llevaba a un callejón sin salida recuperó el discurso de lo ultramundano, volvió a sacar del sombrero mágico a Dios, se inventó la glándula pineal, y sólo así pudo mantener lo supuesto sin negar lo obvio. Kant, aunque intentó acercar los dos mundos, tuvo también que recurrir a lo racional (las categorías del entendimiento y a los a priori espacio-temporales del sujeto), para darle sentido y lógica a lo meramente sensible que, en tanto sensible, carece de ella. Sólo el empirismo y su discípulo el positivismo devolvieron a los sentidos su dignidad; aunque también erraron al considerarlos neutrales, es decir, descargados de toda valoración. Así, toda la historia de la filosofía es una especie de furia secreta contra los presupuestos de la vida, contra los sentimientos de valor de la vida, contra el tomar partido a favor de la vida. La Genealogía removerá aquello que se tenía por fundado y definitivamente establecido; permitirá reconocer que somos producto de luchas entre fuerzas encontradas, de intentos por imponer cada uno la suya (voluntad de poder), de una historia azarosa que nos ha llevado hasta aquí, pero que nos podría mandar a cualquier otra parte. Lo que nos parece hoy maravillosamente abigarrado, profundo, lleno de sentido, se debe a que una multitud de errores y de fantasmas lo han hecho nacer y lo habitan todavía en secreto. 2.- EL PRIMER PERÍODO DE LA OBRA DE NIETZSCHE Este primer período abarcará hasta 1883, y se caracteriza por una labor crítica de la cultura muy influida por Schopenhauer y por Wagner. La obra más representativa de este período es El Nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música. En esta obra examina Nietzsche no sólo el origen de la tragedia, sino los aspectos generales que han dado lugar al nacimiento de la cultura occidental, que analiza a partir de dos categorías estéticas: lo apolíneo y lo dionisiaco. Lo apolíneo (que toma como modelo el dios Apolo) representaría el ideal de la belleza y de las formas acabadas; lo dionisiaco (que toma como modelo el dios Dionisio) representaría la desmesura, el arte inacabado que se expresa fundamentalmente en la música. Pero más allá de esta primera oposición, se revelan otros caracteres de lo apolíneo y lo dionisiaco. Lo apolíneo, además de la medida y el orden, representa también el principio de individuación que tiende a limitar al individuo encerrándolo en sí mismo. Lo dionisiaco representa la superación de estos propios límites para pasar a la fusión con la naturaleza, y Dionisio es la encarnación de los procesos siempre renovadores, es el dios de la desmesura: la medida y la desmesura son la esencia no sólo del arte griego, sino de todo verdadero arte. En la pugna entre ambos, los dos salen victoriosos, y su expresión más acabada es la tragedia griega de Esquilo. El mito trágico simboliza la sabiduría dionisiaca expresada con los medios apolíneos. Pero, según Nietzsche, esta unidad que simboliza la tragedia se verá truncada por el desarrollo de la palabra. El logos vence al pathos de la tragedia, y con el ocaso de la tragedia la conciencia y el ser dejan de coincidir. La conciencia se cierra frente al ser, se hace plana. Con la decadencia de la antigua tragedia de la pasión comienza para Nietzsche la nueva tragedia del logos. Y, según, Nietzsche, nosotros estamos todavía en medio de esta tragedia. Nietzsche critica la alta estima de la conciencia, considera fatal el despliegue de aquel pensamiento socrático según el cual “todo ha de ser consciente para ser bueno”. Sócrates constituye una fatalidad, pues con él comienza un racionalismo que ya nada quiere saber de la profundidad del ser. Nietzsche considera a Sócrates como síntoma de un profundo cambio cultural, cuyas consecuencias perduran hasta hoy. Con Sócrates la voluntad de saber se sobrepone a los poderes vitales del mito, de la religión y del arte, despertándose la esperanza optimista de que la vida puede corregirse, dirigirse y calcularse desde la conciencia. Si el ser puede corregirse, en consecuencia el sufrimiento, la angustia, el dolor y la injusticia ya no han de tolerarse trágicamente. Según la interpretación de Nietzsche, con Sócrates se introduce el genio de una exigencia que vive de la fe en la posibilidad de explorar la naturaleza y en la universal fuerza salvífica del saber. De ahí surge la base degradada de la cultura occidental y de la metafísica, que pone el mundo real del devenir en función de un falso mundo estático y suprasensible; que pone la vida en función de la razón, en lugar de poner la razón al servicio de la vida, y convierte lo real en aquella copia de una pretendida realidad “más verdadera”. Para nuestro autor, fue Platón el que inventó el mayor error, el más peligroso para el hombre, aquél que sostiene que existe un bien en sí, o un mundo puro, con lo que divide la realidad en dos mitades: el mundo sensible y el mundo racional o ideal, que supuestamente sería un mundo puro y absoluto. Frente a esta situación reivindica Nietzsche en su libro sobre la tragedia el papel del arte, y sobretodo de la música. La vida necesita una atmósfera protectora de no saber, de ilusión, de sueños, en la que se entreteja para poder vivir. La vida necesita ante todo música, y necesita la mejor música de todas, la de Richard Wagner. El drama musical de Wagner despierta en el joven Nietzsche la esperanza de una restauración de la vida espiritual. Pero Wagner ve el mundo con los ojos de Schopenhauer, apoyándose en este último es como formula Wagner sus ideas sobre la redención a través del arte. La influencia de ambos sobre Nietzsche marca todo este primer período. Nietzsche cree que con Wagner el arte vuelve a su origen en la antigüedad griega, convirtiéndose de nuevo en un acontecimiento sagrado de la sociedad en el que se celebra la significación mítica de la vida. En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche piensa todavía en el consuelo metafísico, en el sentido de una revivificación del mito y de una activación de la potencia formadora de mitos, y alaba la fuerza creadora de mitos de la obra de Wagner. Pero una experiencia decisiva le hará alejarse de esta actitud. En el verano de 1876 la actitud endiosada de Wagner durante los festivales de Bayreuth, y sobretodo el estreno de la obra Parsifal, que Nietzsche considera como una recaída en el cristianismo, le harán alejarse definitivamente de la metafísica artística. Verdaderamente lo que separará a Nietzsche y Wagner, después de la coincidencia inicial, es la oposición entre una creación de mitos que pretende una validez religiosa (Wagner), y un juego estético con el mito que esté al servicio del arte de la vida (Nietzsche). A la vez que el distanciamiento de Wagner ocurre la formación de un pensamiento decisivo que dará a la filosofía de Nietzsche un nuevo giro: a partir de ahora Nietzsche no quiere permitirse derogar la razón con medios refinados, a saber, entregándose al sueño de un mito estético. Las obras de Nietzsche más características de este período son: “Humano, demasiado humano (1878) –en que comienzan a aparecer los temas que desarrollará posteriormente-, “Aurora” (1881) y “La gaya ciencia” (1882). La tarea que se propone ahora Nietzsche es la de destruir el edificio de la metafísica, la religión y la moral, invirtiéndolos, es decir, intenta considerarlos como fenómenos que no llevan inherente el acceso privilegiado a la verdad que les ha otorgado la historia. 3.- EL SEGUNDO PERÍODO DE LA OBRA DE NIETZSCHE El segundo período está marcado por la aparición de “Así habló Zaratrusta”, en la que emprende la crítica de la metafísica, la moral y la cultura de occidente, y formula sus grandes tesis: el nihilismo, la transmutación de los valores, la doctrina de la voluntad de poder, del eterno retorno y la del superhombre. 3.1.- La muerte de Dios Esta frase, aunque fue utilizada por primera vez por Hegel, la populariza Nietzsche como metáfora de la decadencia total de los valores morales de occidente, y con la que da a entender que la fe en el Dios cristiano carece ya de todo crédito, y que la metafísica, viciada desde el comienzo por su orientación platónica, ha llegado a su fin. La frase Dios ha muerto, representa para Nietzsche la negación de todos los trasmundos inventados por la religión, gran mentira que convierte la vida en una mera sombra. La idea de Dios, entendida como el fundamento del mundo verdadero, es la gran enemiga. El espíritu libre es aquél que es capaz de asumir que se debe acabar con el mundo verdadero y con la metafísica y aceptar que nada debe ponerse en su lugar. Para Nietzsche de nada serviría sustituir la idea de Dios por las de humanidad (Comte), ciencia, racionalidad (ilustrados), técnica u otros sustitutos. Con la muerte de Dios, con el agotamiento del sentido de todo lo que se relaciona con el mundo de las ideas, empieza la hora del nihilismo, esto es, la hora de la subversión de los valores hecha posible por la voluntad de poder. 3.2.- El nihilismo y la voluntad de poder Nietzsche no es el generador del nihilismo; se lo encuentra ya instalado en la cultura europea, y él se limita a elaborar un diagnóstico. Pero no significa que esté al lado de la enfermedad. Si intenta precipitar el proceso de degradación es porque para sanar es necesario acelerar el proceso de infección. Frente al nihilismo pasivo quiere reaccionar con un nihilismo activo. Nihilismo activo porque, en su propuesta, los viejos valores no se hunden por sí mismos sino que son hundidos antes directamente por la voluntad de poder, que dice no a esos valores. Una vez hundidos, la voluntad de poder ha de crear nuevos valores, aunque sean personales e intransferibles de cada propio creador. Destruir los viejos valores pasa por matar a Dios. Como antes apuntábamos, Dios aquí, no es sólo el ente metafísico creado por los hombres para vencer el miedo ante lo experimentado; es también la Verdad, la Razón, el Conocimiento, la Moral Cristiana y el Deber. La muerte de Dios es la muerte de una cultura. Una vez hemos matado a Dios es el momento de la nueva valoración sobre la vida, la esperanza, la gran aurora. Ahora ya podemos convertirnos nosotros mismos en dioses y construir mundos a nuestra imagen y semejanza. Esta creación no estará hecha por la reflexión de la razón –puesto que entonces resucitaríamos los viejos valores que hemos dejado atrássino por el instinto que Nietzche llama voluntad de poder. Voluntad de poder es en gran medida, voluntad creadora de valores, voluntad de ser más, de superarse, de demostrar una fuerza siempre creciente. Hay, pues, en Nietzche, un camino de liberación, un camino para que el ser humano pueda orientarse en un mundo distinto al que ha habitado hasta ahora. Se trata, por supuesto, de una liberación individual, nada que ver con un cambio social. La liberación consiste en la recuperación del sentimiento de potencia. Liberarse de la mala conciencia y de la culpa y conseguir, así, gozar de nuevo de nuestra voluntad creadora de valores. La liberación es propuesta como una opción, como una decisión que ha de tomar cada cual según sus fuerzas; en ningún caso aparece como un modelo de verdad a imitar por todos los hombres, al estilo de la salida de la caverna platónica. El mundo no es caverna, sino teatro donde cada cual representa el papel que puede; y el liberado representa, en cambio, el papel que quiere. Este creador de valores será el superhombre. 3.3.- El superhombre Superhombre no es ningún concepto biológico, no se refiere a ninguna clase de hombre de una raza superior o más evolucionado, sino que se trata más bien de un concepto ético. El superhombre es el creador de valores que superará el nihilismo pasivo. Es aquel llamado a superar al hombre moderno, ya que encarna nuevos valores distintos a los de la tradición humanista cristiana de Occidente. El superhombre es capaz de romper con la petrificación de los conceptos y sabe convivir con el caos y la diversidad. Es el que engendra sentidos y transvalora sin quedarse sin valores. No es un narciso enamorado sólo de sí mismo; tampoco es un revolucionario que dote de sentido ejemplar a la historia: es el ser humano que se libera y crea su propia valoración del mundo dentro de un entramado de micro poderes. Es su propio Dios en tanto crea con total libertad sin ninguna imposición de tipo metafísico. Para explicar el tránsito del hombre al superhombre, Nietzsche recurre a la metáfora de la triple metamorfosis: el camello, que toma sobre sí la pesada carga de la moral invertida, se convierte en león, que critica la moral del deber ser, para transformarse a su vez en un niño, creador espontáneo de su propio juego. Los nuevos valores no son conmensurables con los establecidos ni con ningún criterio externo a ellos mismos, pues ellos son precisamente la nueva norma. 3.4.- El eterno retorno La capacidad de asumir plenamente el nihilismo es lo que caracteriza al superhombre, y la prueba que éste debe pasar es la del eterno retorno de lo mismo. El tema del eterno retorno lo desarrolla Nietzsche en el capítulo del Zaratustra titulado “De la visión y el enigma”. Según él mismo, se trata de su pensamiento más profundo, y también del más difícil de captar, ya que el tratamiento que da Nietzche de este tema es bastante ambiguo. No obstante, parece claro, según los textos de la Gaya Ciencia y del Zaratustra, que debe entenderse como doctrina moral: es el sí trágico y dionisiaco a la vida pronunciado por el propio mundo, unido a la noción del amor fati, expresión latina que significa amor al destino, y que Nietzsche utiliza para significar la actitud del superhombre ante la vida y el suceder cósmico. Esta doctrina moral o, mejor, prueba selectiva moral, supone una importante reflexión sobre el tiempo que Nietzsche expone de forma metafórica. Con sus metáforas, Nietzsche reivindica la destrucción del sentido trascendente del tiempo lineal judeo-cristiano: un tiempo orientado a un fin que trasciende cada uno de sus momentos inmanentes. Pero esto tampoco supone afirmar la circularidad del tiempo, pues no se trata de que el tiempo gire incesantemente sobre sí mismo, trayendo tras el invierno la primavera y tras el nacimiento la vejez y la muerte, hasta renacer de nuevo. Ésta es una visión apresurada y superficial del caso, y si Nietzsche se hubiera atenido exclusivamente a ella hubiese ido poco más allá de la mitología tradicional de numerosos pueblos primitivos. Lo importante aquí es que el eterno retorno es el fin de toda finalidad trascendente, es el fin de la subversión del tiempo por la eternidad. Y esto es fundamental porque para Nietzsche la crítica ilustrada de la divinidad perpetúa el sentido trascendente del tiempo a otro nivel. Ciertamente ésta recusó la trascendencia religiosa del más allá de la muerte, pero en cambio mantuvo la condena contra la inmanencia: la individualidad finita, como enseñó Hegel, debe pagar perpetuamente a lo infinito y universal el tributo de su muerte. Así, el papel de la trascendencia lo ocuparon otros absolutos: la Razón y su Lógica, el Estado, la Historia. Como siempre, la eternidad vigila al tiempo desde fuera del tiempo. La apuesta de Nietzsche, en cambio, consiste en plantear un simulacro de doctrina que derrote la desvalorización de la inmanencia y exprese la plena afirmación sin reservas de ésta. El eterno retorno es la representación de afrontar valientemente lo vital. Por ello significa que cada instante es único, pero eterno, ya que en él se encuentra todo el sentido de la existencia, dado que ésta ya no puede remitirse más allá de ella misma para encontrar un sentido. Es por esto que la doctrina del eterno retorno no es descriptiva, sino prescriptiva: el eterno retorno debe instituirse por medio de una decisión humana para que realmente cada momento posea todo su sentido. El resentimiento contra la vida nace de la incapacidad de asumirla plenamente, y asumirla plenamente es aceptar que todo lo que fue, fue porque así lo hemos querido. Por eso afirma Nietzsche que es un pensamiento que da miedo, pavor. Sólo aquellos que han aprendido que para poder decir sí a algo hay que decir sí a todo, todo lo pasado y lo futuro, pueden pasar la prueba selectiva del eterno retorno. En definitiva, sólo el superhombre, el que ha de venir, puede soportar las consecuencias que se derivan de aceptar el devenir caótico y absurdo, sin logos, del mundo. 4.- EL TERCER PERÍODO DE LA OBRA DE NIETZSCHE El tercer período de la filosofía de Nietzsche es el que se corresponde a la etapa posterior al Zaratrusta, en el que se prosigue con las mismas líneas, pero con un carácter más amargo, más centrado en la crítica de la moral y la necesidad de la transvaloración de todos los valores. Las obras representativas de este período son: Más allá de bien y del mal, La genealogía de la moral y El crepúsculo de los ídolos. 4.1.- La genealogía de la moral La genealogía de la moral se inicia con el estudio etimológico e histórico de los conceptos bueno y malo. ¿Qué es lo bueno? En todas las lenguas contesta Nietzche, “bueno” significa originariamente noble y aristocrático (no en el sentido de una clase social concreta, sino en el sentido elevado, superior en méritos a los demás), contrapuesto a “malo” que es lo vulgar, plebeyo, simple. Estas denominaciones han sido creadas por los nobles y poderosos, ya que son ellos los que tienen el poder de dar nombres a las cosas. Posteriormente, aquellos considerados “malos” realizan una revuelta y se llaman a sí mismos “buenos”. Los “malos” pasan, así, a ser los nobles y superiores en mérito. Ahora el rebaño es el que impone su voluntad de poder. Esta transmutación de los valores permite pasar de la “moral de los señores” a la nueva “moral de los esclavos”. La moral surge como resultado de la rebelión de los esclavos y es producto de una actividad reactiva, del “resentimiento”. El resentimiento es el que produce los valores morales de Occidente y es el responsable de la aparición de una civilización enemiga de la vida y de un ser humano incurablemente mediocre. Con su triunfo el rebaño coarta la actividad del espíritu libre, pues crea un sentimiento de culpa cuando éste trata de superar los límites impuestos por la nueva moral colectiva. Las dos manifestaciones de esta rebelión en Occidente son el cristianismo, por una parte, y el socialismo y la democracia, por otra. a) El cristianismo es el enemigo de la vida, en tanto que es represor de la vitalidad: castidad, ayuno, sacrificio, resignación, humildad, etc. El cristiano está lleno de sentimiento de culpa por todo lo que hace, persigue todo lo que es instinto vital con la idea de pecado. El cristianismo ha hecho de la Tierra una terrible morada. b) El socialismo y la democracia, según Nietzsche, matan a Dios, pero mantienen la gramática. Es decir, mantienen los mismos valores del cristianismo, pero secularizados, sin necesidad de justificarlos en la idea de Dios. Sigue siendo una moral de los débiles, de la decadencia, de seres humanos domesticados. A Nietzche le molesta sobretodo el concepto de igualdad de los seres humanos; concepto contranatura, pues no hay nada en la naturaleza que sea idéntico a otra cosa. La igualdad es contraria a la individualidad, a la voluntad de poder. Pero, según Nietzsche, este triunfo de la revolución de los esclavos está llegando a su fin. 4.2.- La transvaloración de todos los valores “La transvaloración de todos los valores” es una expresión acuñada por Nietzsche para referirse a la necesidad de cambiar los falsos valores que han dominado toda la cultura occidental desde el momento en que la filosofía socrática, proseguida por el platonismo y el triunfo del cristianismo, puso la vida, lo terrenal, lo inmanente y el devenir en función de la muerte, lo suprasensible, lo trascendente y el ser eterno. Pero la culminación de este proceso es la muerte de Dios efectuada a partir de la Ilustración. Esta situación engendra, por una parte, la aparición de una moral de la peor ralea, que tiene en el “último hombre” a su máximo representante: aquél “pulgón inextinguible” que es más despreciable. Pero, por otra parte, engendra también la posibilidad de la aparición de la superación del hombre con el advenimiento del superhombre. El desenmascaramiento de los falsos valores es el aspecto positivo del nihilismo, y el superhombre, verdadero detentador de una moral de señores, permite la transvaloración de todos los valores. El “superhombre” se apoya en nuevos valores, contrarios a los que la cultura occidental ha mantenido durante milenios, y que suponen una vuelta a la realidad, a la fidelidad al sentido de la tierra, a la finitud, a la irracionalidad, al instinto de la vida, a la voluntad de poder, etc. 5.- CONCLUSIÓN El conjunto de la filosofía de Nietzsche es, como hemos visto, una crítica radical a los fundamentos de la cultura occidental basada en una metafísica, una religión y una moral que han suplantado e invertido los valores vitales. Pero, por otra parte, es también una “una filosofía de la sospecha”, según la afortunada expresión acuñada por Paul Ricoeur para referirse a las filosofías de Marx, Nietzsche y Freud. Estos tres autores expresan, desde diferentes perspectivas e intenciones, que la filosofía de la subjetividad característica de la Modernidad ha entrando en crisis, al mostrar la insuficiencia de la noción de “sujeto”. Estos tres pensadores han puesto en entredicho todo el ideal de la Ilustración, con su afán de progreso, su búsqueda de la felicidad y la justicia. De tal modo que aparece un nuevo problema filosófico: la insuficiencia de la noción fundante de “sujeto” o de la “conciencia”, que era el punto arquimédico desde donde se quiso edificar el edificio del conocimiento tras el Cogito de Descartes. Los tres ha hecho sospechosa la noción de conciencia y, por ende, han mostrado que más al fondo de la noción de sujeto se encuentran múltiples mecanismos (económicos, psicológicos, de miedo, etc.) que permiten sospechar que la noción de sujeto es insuficiente para construir el edificio del saber.