EL MINISTERIO PETRINO Y APOSTÓLICO EN LA IGLESIA CATÓLICA El ministerio petrino dentro de la Iglesia católica es el que desempeña el obispo de Roma, aquél que nosotros comúnmente llamamos Papa. Este ministerio lo ejerce el Papa, como un servicio a la Iglesia extendida por toda la Tierra, y lo llamamos petrino, pues, viene desde el apóstol san Pedro hasta nuestros días con el Papa Francisco, como sucesor del primero de los apóstoles en la diócesis de Roma. Este servicio se lo ha confiado el mismo Jesucristo al apóstol Pedro, y en una cadena sin interrupción se ha transmitido a aquellos sucesores por la gracia que viene de la misma fuerza de Jesucristo. Por esta razón a la sigla P.A.P.A. se le ha dado la siguiente significación: Petri Apostoli Potestatem Accipiens, o sea: “El que recibe la potestad del apóstol Pedro”. Los testimonios más antiguos de este ministerio los encontramos en el dato bíblico. Específicamente en los evangelios se nos narra el perfil del apóstol Pedro como el primero entre los apóstoles que el mismo Señor Jesucristo escogió para que estuvieran con él (cf. Mc 3,14). Tanto los evangelios sinópticos como el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando recogen la lista de los Apóstoles siempre inician con el nombre de Pedro (cf. Mt 10,2; Mc 3, 16; Lc 6, 14; Hch 1, 13). Como podemos ver claramente en esos textos y en otros que se podrían sumar, (cf. Mt 14, 28-31; 16, 16-23 y par.; 19, 27-29 y par.; 26, 33-35 y par.; Lc 22, 32; Jn 1, 42; 6, 67-70; 13, 36-38; 21, 15-19) son testimonio claro y sencillo de las palabras de Cristo en relación a Pedro y a su papel principal en el grupo de los Doce, ya sea en las primeras comunidades cristianas, como después en toda la Iglesia. Así la persona de Pedro quedó fijada, a pesar de su debilidad humana, como el apóstol que fue constituido expresamente por Cristo en el primer lugar entre los Doce y llamado a desempeñar en la Iglesia una función propia y específica. Él es la roca sobre la que Cristo edificará su Iglesia; es aquel que, una vez convertido, no fallará en la fe y confirmará a sus hermanos (cf. Lc 22, 32), y, por último, es el pastor que guiará a toda la comunidad de los discípulos del Señor. En esto radica esencialmente el servicio del ministerio petrino, que se prolonga en el obispo de Roma, siervo de los siervos de Dios. De esta manera el Papa, como obispo de Roma y sucesor del apóstol Pedro, es en la Iglesia el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles (cf. Lumen Gentium 23). El Papa en el ejercicio de su servicio petrino está subordinado, como todos los demás fieles, a la Palabra de Dios, a la fe católica en toda su integridad, y él también es garante de la obediencia de la Iglesia, es portavoz de la voluntad del Señor; en este sentido el sucesor de Pedro garantiza la plena fidelidad a la Palabra de Dios contra la arbitrariedad, el conformismo y el relativismo, de tal modo que el ministerio petrino conlleva también un carácter martirológico que implica el testimonio personal y la obediencia absoluta a la cruz del Señor. El ministerio apostólico es el servicio que desempeñan dentro de la Iglesia todos los obispos como verdaderos sucesores de los Apóstoles. Es recordar nuevamente que es el propio Cristo quien constituyó el grupo estable de los Doce apóstoles llamando a los que él quiso, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (cf. Mc 3,13-14). Los Apóstoles son conscientes de que su misión es continuación de la misma misión de Cristo, se saben “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1Cor 4,1), además de testigos privilegiados de la resurrección del Señor, han comido y vivido con el Señor Jesús hasta el día de su glorificación (cf. Hch 1,21-22) y ellos mismos son los fundamentos de la Iglesia. Así como existe la sucesión en el ministerio confiado personalmente por el Señor al apóstol Pedro, de igual manera permanece la sucesión en el ministerio de los Apóstoles que debía ser transmitido a sus sucesores, que será ejercido siempre por los obispos. Por esta razón la Iglesia siempre ha enseñado que por voluntad divina los obispos suceden a los apóstoles como pastores de la Iglesia. Los Doce Apóstoles, unidos entre sí, con Pedro a la cabeza, por voluntad de Cristo conformaron un grupo estable; de igual manera el Papa, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles, conforman igualmente un grupo estable. Esta sucesión, tanto en el ayer de la Iglesia como en el hoy de la historia, es de suma importancia. Gracias a este grupo apostólico estable con el Papa al frente de él, se transmite a todas las generaciones la misma fe que se funda en el misterio pascual de Cristo, Hijo del Dios vivo, y nos pone en contacto con la persona misma de Cristo; y este fundamento apostólico nos hace a todos los bautizados, miembros de la Iglesia, partícipes y anunciadores alegres de la fe que recibimos de Cristo a través de los Apóstoles, y así podemos repetir a nuestros hermanos con Pedro: Señor, “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). José María Naranjo, agustino recoleto Roma