Breve ensayo acerca del mecanismo de producción de una insignia de la Argentinidad: El Bandoneón y su voz Buenos Aires. Suipacha al 300. Bar La Ideal. Apoyado en el cómodo respaldo curvo de las sillas típicas que ofrecen los bares de esta ciudad, inmerso en los sonidos del entrechocar de platos, el ruido de conversaciones ajenas y el fuerte silbido del vapor expulsado a presión de la maquina de café, esperaba la llegada de una persona con quien nos habíamos dado cita en este lugar. Hacia un tiempo, conversando con un amigo, le había expresado mi interés por conocer alguno de los cien barrios porteños, esos tan renombrados en las letras de los tangos, y él me había sugerido que me pusiese en contacto con la persona que ahora estaba esperando. Al cabo de un rato observé a través de la vidriera del bar, llegar a una persona de unos setenta y largos años. Fue su frondoso bigote, que hacia acompañar por un sombrero escorado, lo que me hizo mirarlo. Entró al local y dirigiéndose a mi mesa me preguntó: “¿Señor Diez?” “Sí” - respondí. -Mi apellido es Dorleone. Dió sus referencias y se ofreció a hacer las veces de guía. Me sorprendió para bien sus modales, muy correctos, que acompañaba con un estilo de hablar, un lunfardo propio del pibe del Abasto. A esto se sumaba una peculiaridad: se hacia llamar por su apellido y se dirigía al otro en iguales términos. Respetando el color de su cabello accedí a nombrarlo de esta manera. Salimos del local y el Sr. Dorleone sugirió tomar un taxi indicando la siguiente dirección: San Juan y Boedo. Una vez allí, descendimos del taxi, él se tomo su tiempo, efectúo una fuerte inhalación, como queriendo meterse todo ese barrio por su nariz, y me dijo lo siguiente: “Mira pibe, yo te voy a dar una versión, solo una. Con esto que te digo, podrás entender que hay otras, si es que no sos un otario.” Lo interrumpí con una frase que lo hizo sonreír: “A mi me llaman otario, y no veo la razón, porque soy de condición, compadrito y libertario.” Aclarada la cuestión no menciono más esta palabra y continúo: “Esta es mi versión. Vos podrás después construir la tuya. La cosa empezó acá,- señala un bar que era visitado por Homero Manzi y en el cual se supone creó sus letras- y en otros tantos lugares como este. Era la cuna de producción de metáforas, metáforas cargadas de marcas, marcas históricas que si te das el tiempo de leer un poco de tango, y sus letras, vas a ver que se repiten, se recuerdan y se rememoran constantemente, junto con la melodía. En la boca de las personas se repiten una y otra vez. Cada uno lo repite a su manera pero lo repite. Este tipo y tantos otros lograron extraer y sintetizar las palabras que flotaban en el aire y que bien describían la tragedia de aquellos que vivieron por estos lugares. No solo las palabras que habitaban a Manzi, y a las que él les abrió la puerta, produjeron este acervo, sino también las de Cadicamo, Ferrer, Contursi, Discépolo. Y vos me preguntarás ¿pero y antes de esto que había? La respuesta a esta pregunta te la voy a dejar picando. Solo voy a agregar que algo nuevo se gesto. Pero, vamos ya. La vuelta es larga, y empiezo a cansarme. Te voy a dar unas direcciones: anda, recorré y mañana nos volvemos a ver.” Siguiendo sus consejos por la tarde me arrime hasta Barracas y después un poco más allá Pompeya. Al segundo día nos encontramos en un lugar pautado, Plazoleta San Martín de Tours. “Mientras tomo un poco de sol te quiero contar algo. Ayer te hable de la voz de algunos. Hoy te quiero hablar de otra voz, una voz muy particular, la de un instrumento musical que acompañó y que fue acompañado por las palabras: el fueye. El bandoneón” –se detuvo unos instantes y retomo- “Se me ocurrió algo, vení, para un taxi. Llévenos a calle Corrientes entre Talcahuano y Libertad”-indicó-. En el camino, al notar que el taxista tenía unos cuantos años le preguntó ¿A ver tachero dígame, que sus arrugas no mienten, que cabaret había en esa dirección a la que nos esta llevando?” Sin dudarlo el taxista respondió: “Tibidabo, pero yo prefería Caño 14. ¡Que duelos criollos se armaban entre esos lugares! Los músicos tocaban en uno u en otro y algunos de nosotros fanáticos y seguidores, que nos poníamos la camiseta del músico los vitoreábamos. No se podía ser fanático de los dos a la vez. Creo que esas rencillas provocaban que los músicos se esforzaran por producir aún más. “Me parece que a veces el único resto que se obtiene de un duelo es una puñalada” agreguéAl llegar a ese lugar el Sr. Dorleone hizo detener por un momento al taxi y siguiente historia: “había muchos cabarets en la Capital el Tabarís, el Casanova, Tibidabo, Caño 14, Bambú, Cote D`Azur. En ellos tocaron bandoneonístas: Troilo, Piazzolla, Marconi, Baffa, Federico, Laurenz, Libertela, Maffia…” contó la Marabú, grandes Garello, “Notarás”-me dijo- “cierta peculiaridad en estos apellidos, cierto rasgo en común que guardan entre ellos… ¿Todavía no te diste cuenta? Espera te voy a ayudar un poco más.” “Arrancá”- le dijo al taxistaAquí la pequeña aventura citadina tomo un nuevo rumbo. Hubo un viraje en la historia, que también la noté en la dirección que tomaba el taxi. -“Vamos para el puerto. El viejo puerto. Puerto Madero”Una vez allí, enfrentados a lo disruptivo que provoca el ver ese escenario, una construcción de más de cien años, las dársenas, que separan la antigua construcción de ladrillo a la vista estilo Ingles, los depósitos, de las construcciones resultantes de invertir el resto capitalista en algo, a la izquierda, el Sr. Dorleone me escupió una pregunta: -“Diez, si bien ya lo supongo, ¿Qué origen tiene ese apellido?” -Tres generaciones atrás mi bisabuelo desembarco, creo en este puerto. Venía de España. -“¡Ahh! Un inmigrante”- -“Sí” -respondí. -“Al igual que todos los bandoneonistas que te mencione. Inmigrantes o hijos de inmigrantes. De eso te quiero hablar hoy. “A los inmigrantes su tierra los expulso, pero el nuevo mundo los convoco masivamente con promesas de bienestar y fortuna. El sueño de algunos era la llegada de inmigrantes europeos cultos y deseosos de aprovechar las oportunidades de un país en crecimiento. Sin embargo, la mayoría de los inmigrantes eran pobres y analfabetos. En la primera oleada inmigratoria, cerca del 1900, la Argentina recibió italianos, españoles, franceses, sirios-libaneses, ingleses, alemanes, armenios, rusos, polacos, suizos y galeses. También vino un número importante de judíos. Los italianos fueron los más numerosos y les siguieron en importancia los españoles- su antepasado-. Para muchos inmigrantes, un problema más serio que la falta de ubicación y trabajo era la barrera creada por las diferencias idiomáticas. Por las calles de la ciudad comenzó a oírse el “lunfardo”, una jerga marginal que se estaba arraigando al idioma local, el castellano, que nunca más fue el mismo. Nació en las cárceles como un lenguaje en clave. Los italianos, en su mayoría, eligieron vivir en la Boca y barrios periféricos, mientras que los españoles se inclinaron por barrios como Monserrat, San Cristóbal, San Nicolás y Constitución. Los sirios y libaneses se agruparon en Retiro, y los judíos y rusos en la zona Norte de Balvanera, cerca de Once. Los criollos prefirieron Flores y Palermo. Ese es el Hotel de Inmigrantes -señaló- lo construyeron con el fin de recibir y alojar a los inmigrantes, hasta que se les consiguiera empleo y un hogar definitivos. Muchos de allí se fueron a vivir a conventillos en San Telmo, Monserrat y San Cristóbal.” Mientras caminábamos por los costados de las dársenas, y el Sr. Dorleone describía esa huella histórica, fui repentinamente sorprendido por un extraño monumento que se erigía entre calles con nombres de mujeres. Era el monumento al bandoneón. Por un instante entre en un ensueño y recordé que justamente esta semana en un intento por mirar algún noticiero interesante-cosa que no logré-, cambiando de canales, llamó mi atención el panel de uno de los noticieros que guardaba la misma forma de este monumento. Mientras los periodistas hacían uso de palabras vacías, en varios noticieros se escuchaba de fondo el sonido de un bandoneón. Me pareció una nota curiosa. Volví al discurso del Sr. Cadicamo. Mientras él hablaba recordaba un cuadro de Ernesto de la Cárcova titulado “Sin pan y sin trabajo” que mostraba lo angustioso de la no referencia, del quedarse sin… Al final de esta etapa, el Sr. Cadicamo, supongo que movido por mi posición de reserva, me preguntó al respecto: -¿Ud. a que se dedica?- Psicoanalista- respondí. -La suya si que es una profesión de locos- agregó en tono jocoso. Si bien este día fue agotador, salí de allí con ganas de indagar algunas cuestiones. Por lo pronto la palabra inmigrante y la palabra bandoneón, dos marcas de nuestra cultura, me rondaban como fantasmas. ¿Era posible establecer una relación entre estos dos puntos: alguien excluido de un Otro y un instrumento musical particular? Dirigí esta pregunta a mi interlocutor, quien solo tenía los datos históricos -y no así los nexos- y me respondió que muchos italianos tocaban la verdulera-el acordeón-, pero no sabía el porque del cambio hacia ese otro instrumento. Decidí conmover esa respuesta y buscar otra. Incomodado por esa inquietud me despedí del Sr. Dorleone y me dirigí hacia la primer librería que encontré. Allí busqué dos textos. El primero de ellos: uno de los tomos de Sigmund Freud en el que aparece su publicación: “Moisés y la religión monoteísta: Tres ensayos.” Realmente no estaba interesado en el recorrido que Freud había hecho en referencia a la existencia de los dos Moisés otra cosa me movilizaba: allí Freud mencionaba -y tomando el texto- leí: “una horda de extranjeros, culturalmente inferiores” (Pág. 3284 Lopez-Ballesteros) “Caramba que coincidencia”-pensé para mis adentros- “Parece que me iba acercando al tema que me intrigaba, pero ese dato no tendría ningún valor sin otra referencia que se podía inferir: como ante este estado de hechos, ante esta inmigración al desierto se les impone un culto, un dios o …se lo crean: “…Egipto ya nada tenía que ofrecerle: había perdido su patria” (Pág. 3255 Lopez-Ballesteros) Más preguntas aparecieron: “¿Hubo acaso una necesidad de imponerse, de crear un nuevo dios o de crear algo allí porque habían quedado excluidos de su cultura? Pero si así fuera ¿por qué deberían de crear algo allí? ¿Para que? ¿Y que relación, si es que la hay, puede establecerse con un instrumento musical, con el bandoneón? Por lo pronto, me armé de paciencia y busqué otro texto: el Seminario X de Jacques Lacan. Abrí el texto en el capítulo: Las cinco formas del objeto a, el punto XXVIII titulado: “La voz de Yahvé”. “En este texto este psicoanalista menciona un artículo consagrado al shofar, que no es sino otra cosa que un cuerno que se sopla y deja oír un sonido, un ronquido, un bramido. Esta hecho con el cuerno de un macho cabrio y se ejecuta en ocasión de celebrar ciertas ceremonias judías. Lacan dirá que la función del shofar entra en acción en ciertos momentos periódicos de los rituales judíos que se presentan a primera vista como renovaciones del pacto de la alianza, de la alianza con dios…es presentado de forma muy manifiesta como dotado de una función de rememoración de dicho pacto. …el sonido del Shofar es la remembranza, el recuerdo, ligada a este sonido. Pensé para mis adentros que la voz del Shofar, este ritual de hacerlo sonar, no expresa más que otra cosa que el Mito del Padre para los judíos, por eso es que se menciona al dios padre. La voz del padre, la voz del dios ya no esta, se perdió y no va a estar más. Siguiendo la lógica de mi pensamiento: es posible equiparar la voz de dios con un goce primero. Habíamos dicho que la voz de ese dios, ese goce se había perdido, entonces ¿Qué nos queda? La remembranza de esa voz, que ya no va a ser la voz de dios sino que va a ser otra cosa, una voz separable, la voz del Shofar, tomando el ritual judío o…la voz del bandoneón si argentinizamos un poco la cuestión. Se podría pensar que la voz del Shofar, la voz del bandoneón, la voz que emiten, es un intento por recuperar ese goce perdido. Y aquí, quizás esté el nexo tan buscado. Creo que se puede pensar la voz del bandoneón en esta cultura, la nuestra, como otro mito del padre.” ¿Qué otro dato me permitiría equiparar estos dos intrumentos musicales? Retomé el texto de Lacán y me sorprendí al leer el siguiente fragmento: “Tienen ustedes razón en pensar que no es el único ejemplo que hubiese podido utilizar. También esta la tuba, la trompeta, otros instrumentos, porque ya no es necesario que sea un instrumento de viento, aunque no puede ser cualquier instrumento.” Y un poco más adelante Lacan hablará de otra dimensión en referencia a la voz -en tanto objeto- y la cita con una pregunta: ¿acaso aquel en quien en este caso se trata de despertar el recuerdo, de hacer que se acuerde, no es el propio Dios? Aquí pude volver a la referencia a los inmigrantes, excluidos de sus patrias, de sus culturas. A la pregunta de ¿el para que crear a un Otro, algo allí, un dios?, la posible respuesta sería que justamente ese Otro que se crea, ese dios, de ser recordado, de ser llamado con una voz, les daría a sus fieles como contraparte un ser, un sentido frente a la angustia que irrumpiría en sus existencias a causa de la no referencia, de no tener un lugar… Al día siguiente en el horario y en el lugar pautado me esperaba el Sr. Dorleone “Tomemos el 152 … destino La Boca”- indicóDescendimos en la última parada. En la intersección de la Av. Almirante Brown y la Av. Pedro de Mendoza. Al bajar me encontré ante un enorme puente. El Puente Transbordador Nicolás Avellaneda. Posé mi olfato en la Boca, algo traía la brisa, y no era justamente el olor al Riachuelo, era una voz que salía de La Boca, una voz de un bandoneón. En La Boca, su emisión, la voz. Caminamos por las callecitas tan queridas por Quinquela cuyas casas de chapa estaban pintarreajadas para deleite de los turistas y al finalizar el rodeo nuevamente el Sr. Dorleone me dirigió su palabra: “Viste pibe, empezamos por las calles del barrio de Boedo, el barrio de las metáforas, continuamos el recorrido, y finalmente llegamos hasta aquí, hasta la Boca, en el borde, en las orillas, en este puerto, en esta margen que dió tanta cabida a los inmigrantes. Pero vamos pibe, volvamos para el centro que este borde a esta hora me angustia. Yo ya te iluminé, el borde ya lo conoces, podés volver cuando quieras. Vamos te quiero mostrar el último lugar de esta gira, queda aquí cerca en la calle Defensa, se llama la casa del bandoneón.” “Bien, pasemos de la angustia a la defensa”- le devolví Hacia allí nos dirigimos, a escasos metros de la Plaza Dorrego. Nos recibió el dueño del establecimiento, un luthier de bandoneones, a sus espaldas, y apoyado sobre una pequeña mesa vestida con una bandera argentina, un lustroso bandoneón nacarado. Al descubrir nuestro asombro exclamó: “les presento una insignia de la Argentinidad, este es un doble A”. El luthier nos sumergió en su saber sobre este instrumento, su origen Alemán, lo ronco de su voz -que le permitió su acceso al tango argentino- y, por último, nos relato el exceso de ventas de este instrumento en nuestro país en un corto lapso de tiempo-tiempo que yo ubique como de no referencia, de exclusiónAl marcharnos me detuve unos instantes a observar un cuadro que aparentemente parecía insignificante pero que sobresalía entre los instrumentos. En el se leía el relato que hacia Piazzolla de una escena de su niñez: “Yo vivía en Brooklyn, en Little Ytaly –barrio de Nueva York poblado, como su nombre lo indica, mayoritariamente por Italianos inmigrantes-. Era la época de la ley seca -la famosa ley que prohibía la fabricación y venta de alcohol- y los gángsters pululaban como moscas en chiquero. Más de una vez en la peluquería de mi viejo zumbaban los balazos a granel. Yo era un pibito muy atorrante, y tenía una barrita de amigos también muy atorrantes con quienes nos dedicábamos a toda clase de tropelías: tocar timbres, romper vidrios y, lo más peligroso, robar en las tiendas. Por supuesto, un día nos agarro la policíayo tendría 7 u 8 años- y mi papa-a quien adoraba- casi me mata. Si hubiera seguido por este camino es casi seguro que hubiera terminado mal, muy mal. Gracias a Dios, a mi viejo se le ocurrió comprarme ese bandoneón que encontró de casualidad en una vidriera de alguna parte, y me salvo la vida. A pesar de que yo no quería saber nada de estudiar música, en cuanto le puse las manos encima a este bendito fuelle me enamoré perdidamente de el y de la música, y abandone a la barrita brava”