No hay mejor lugar para esconderse que detrás de una sonrisa, no hay mejor sonrisa que la que nunca tuvo que ocultarse. Allí donde las mentiras se reúnen, las lágrimas secas que nunca sintieron la brisa se sienten huérfanas. Caminas triunfante por la alfombra de la superficialidad, recordando aquellas sabias palabras de sólo los más fuertes sobreviven, y tú, el más débil de todos los hombres has conseguido derribar los más falsos muros. Aun así no dejas de mirar a los lados buscando un escape, el lugar donde sabes al que perteneces, donde la risa no paga peajes y los ojos que te miran parpadean al mismo compás. Debajo de las sábanas, escuchando las más tristes palabras descubriste la esperanza. Después alguien te enseño una vieja fotografía en la que la gente se parecía a ti, entonces tuviste claro que tu búsqueda nunca terminaría, que el camino sería duro pero las recompensas llenarían tu vida. Te tocó vivir un mundo asolado por las tormentas, donde la intuición era tu única guía porque todas las brújulas habían sido trucadas. Los falsos mercaderes no dejaban de acosarte intentando venderte corazones rotos, almas impacientes, angustias de un tiempo pasado, que quizás fue mejor pero no es el nuestro. Tú no dejabas de sonreirles mientras ignorabas sus ofertas, consciente de tus errores, cuanta falsa mercancía habías comprado para llenar tu recipiente de lágrimas. Una jarra llena de un agua que no te serviría para vivir, porque detestabas su salado sabor. Por ello, comenzaste tu cruzada en busca del cáliz de la dulzura, aquel que se esconde en el brillo de los ojos sinceros, de las risas que se convierten en melodías, de los abrazos que estremecen tus sentidos, de las conversaciones de horas que parecen segundos, las sonrisas que detesta la falsedad. Quizás algún día termine el juego, tú y los tuyos os hagáis mayores y descubráis que el juego del escondite de sonrisas ya no es necesario, porque habéis creado vuestro micromundo donde cada minuto de nuestra cuenta atrás se convierta en la mayor de las verdades.