e-artDocuments, 6, 2013, pp. 33-36, ISSN: 2013-6277 Entre agentes, marchantes y traficantes anda el juego CLARA BELTRÁN CATALÁN Universitat de Barcelona El mundo de los marchantes de arte, así como el de los anticuarios, es un universo que está todavía por explorar fehacientemente. El panorama artístico del periodo que estudian las autoras lo podemos equiparar a un triángulo en cuya cúspide, cerrándolo y culminándolo, se hallarían los agentes que comerciaban con las obras de arte que suministraban a los coleccionistas y a los museos, que se hallarían en la base. Sin embargo, mientras que el mundo de los coleccionistas y los museos ha sido objeto de numerosas investigaciones, el de los marchantes continúa siendo el gran desconocido. Sólo en épocas recientes están comenzando a desenmarañarse los hilos de esta gran madeja que supuso el comercio de las obras de arte, en un momento de gran libertad y escasa legislación que las protegiera frente a la exportación y el expolio. Un claro ejemplo del interés e importancia que en los últimos tiempos ha adquirido esta cuestión en el terreno de la investigación académica lo constituye el presente libro Agentes, marchantes y traficantes de objetos de arte (1850-1950), de las investigadoras Immaculada Socias y Dimitra Gkouzgkou, que ya tienen una trayectoria en el estudio de estos agentes y gracias a las cuales podemos conocer la cara oculta de algunos de ellos. El presente libro arroja luz sobre este mundo opaco y desconocido, presentándonos de una manera clara y amena, pero a la vez, rigurosa, documentada, y con numerosas noticias inéditas, a varios de estos personajes que emergieron en una de las épocas doradas del mercado artístico, la de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. La oferta de obras de arte en esta época era muy amplia en España y la demanda de las mismas era igualmente elevada en los Estados Unidos, donde la revolución industrial había alumbrado una nueva generación de coleccionistas norteamericanos ávidos de poseer tesoros que decoraran sus casas y contribuyeran a sus aspiraciones de distinción social. Este hecho provocó que surgieran numerosos agentes dispuestos a intermediar para satisfacer las necesidades de unos y otros, operando desde los centros neurálgicos del comercio de arte, que por aquel entonces eran París, Londres y Nueva York. Desde allí, los principales agentes extendían sus tentáculos hacia los emplazamientos en los que conocían la existencia de obras de arte candidatas de ser adquiridas por el mejor postor, y aunque éstas no estuvieran a la venta, sólo se trataba de dar con la tecla oportuna para facilitar la operación. 34 ENTRE AGENTES, MARCHANTES... Clara Beltrán Catalán El libro, a su vez, pone de manifiesto un hecho fundamental, y es que a principios del siglo XX la línea divisoria entre los distintos profesionales relacionados con el comercio del arte estaba completamente diluida. Así, se “subían al tren del mercado” tanto marchantes profesionales como políticos, diplomáticos, historiadores del arte, artistas e, incluso, aquellos que supuestamente debían velar por el patrimonio artístico, como algunos de los miembros de las comisiones de monumentos históricos, entre otros. Todos estos agentes vieron en la boyante situación del mercado del arte un gran filón del que sacar tajada, una oportunidad para enriquecerse sirviéndose de su posición, de su red de contactos o de sus conocimientos. El primer capítulo está centrado en el desconocido artista-marchante Francis Lathrop (1849-1909), que trabajó como agente para uno de los grandes coleccionistas del momento: Archer Milton Huntington (1870-1955), devoto hispanista que pretendía constituir una colección enciclopédica de obras de arte de origen hispánico, y que vio realizados sus sueños con la fundación de la Hispanic Society of America en 1904. Las investigadoras extraen de la correspondencia entre ambos personajes datos de gran interés, como la manera de comunicarse “en clave” que ambos tenían a la hora de hablar sobre posibles operaciones de compraventa de obras de arte, o el tipo de piezas que podían interesar a Huntington, muchas de las cuales resultaron posteriormente de atribución errónea. En el siguiente capítulo las autoras nos presentan al que califican de mecenas poliédrico, el marqués Benigno de la Vega-Inclán (1858-1942). Este personaje, gran promotor cultural de su época, es el ejemplo de agente de doble cara que recurre al tráfico de influencias -su estrecha relación con Alfonso XIII, Archer Milton Huntington, Bartolomé Cossío o Ricardo Madrazo- para poder operar en el mercado. Si bien es cierto que no podemos negar su gran contribución al fomento del arte y la cultura de nuestro país, pues desde su posición política Vega Inclan llevó a cabo importantísimas actuaciones en pro del turismo cultural y de la educación artística de la sociedad, también existen contradicciones en su personalidad. Son estas “sombras” las que Gkozgkou y Socias sacan a relucir, y es que, en cierto modo, el marqués personificaría la célebre frase de Mandeville “vicios privados, virtudes públicas”. Así, a pesar de que, como su propio nombre indica, fue “benigno” para el fomento de la cultura y el turismo de nuestro país, para financiar sus grandes campañas no hizo honor a su nombre, pues recurrió al comercio de obras de arte, facilitando la exportación de piezas de primera línea de artistas españoles cuya pérdida hoy en día hemos de lamentar. Si en el capitulo anterior se desvelaban algunas de las sombras de un personaje de gran reputación en nuestro territorio, en el siguiente se arroja luz sobre los Seligmann. Esta importantísima saga de marchantes prácticamente copó el mercado artístico del siglo XX a través de sus negocios en las dos capitales mundiales del arte, París y Nueva York, donde supieron posicionarse perfectamente cuando la ciudad de la luz perdió su protagonismo. Socías y Gkozgkou reconstruyen las andanzas de su empresa y nos proporcionan significativas pinceladas biográficas con datos esclarecedores acerca de estos interesantísimos personajes cuyos archivos se encuentran a la disposición del investigador en la Smithsonian Institute de Washington. e-artDocuments, 6, 2013, pp. 33-36, ISSN: 2013-6277 Clara Beltrán Catalán ENTRE AGENTES, MARCHANTES... En las siguientes páginas nos encontramos con un viejo conocido: el reputado connoisseur Bernard Berenson (1865-1959), discípulo de Giovanni Morelli y uno de los pioneros en fijar la figura del “experto atribucionista”, capaz de identificar al autor de una obra por los pequeños tics de la mano del artista, que normalmente pasan desapercibidos. Las autoras, además de perfilar la vida y las diversas facetas de Berenson, ponen el acento en una vertiente bastante menos conocida de este erudito: la del “autentificador” de obras de arte. Gracias a sus amplios conocimientos del Renacimiento italiano, la opinión de Berenson era muy solicitada a la hora de validar una autoría. Así, nos cuentan que en no pocas ocasiones este gentleman scholar se aprovechó de sus conocimientos certificando obras de cuya autoría no estaba del todo seguro; sobre todo a raíz de su relación comercial con Joseph Duveen, para quien trabajaría emitiendo certificados de autenticidad “a medida” del marchante, que acabarían por hacer peligrar su reputación. Sus errores, no obstante, no impidieron que Berenson se enriqueciera por las altas comisiones que cobraba por sus asesoramientos. De hecho, fueron tantos los beneficios obtenidos, que llegaría a construirse una villa en Florencia, actual centro de investigación vinculado a la universidad de Harvard, donde Berenson se formó en su juventud. Precisamente al que fue uno de sus grandes partenaires en los negocios durante algún tiempo, el marchante Joseph Duveen (1869-1939), se consagra el siguiente capítulo. Este agente fue un auténtico tiburón, como señalan Gkouzgkou y Socias, que nos proporcionan un magnífico retrato de este polémico personaje. Hijo de un reputado anticuario y decorador con redes en Europa y Estados Unidos, heredó el carisma de su progenitor, así como su afición por las antigüedades y su buen ojo, tanto a nivel comercial como referente a las obras de arte, especializándose en maestros antiguos, por los que sentía auténtica devoción. Estas cualidades, unidas a un enorme capital a su disposición y a una red de fabulosos contactos lo posicionaron como uno de los principales dioses del Olimpo del mercado del arte norteamericano de su época, cuyos tentáculos llegaban a toda Europa. Las autoras nos proporcionan las claves de algunas de sus principales transacciones, para las que se sirvió de auténticas tretas de persuasión y que nos desvelan la personalidad de un marchante implacable y, en no pocas ocasiones, carente de escrúpulos, como es el hecho de sobornar al personal de servicio de los coleccionistas para obtener información privilegiada, o de perjudicar algunas pinturas con malas restauraciones para darles un aspecto más atractivo. Josep Pijoan (1880-1963) es otro de los personajes polifacéticos que podemos encontrar en el libro. Conocido, sobre todo, como historiador, el capítulo nos muestra una faceta menos conocida: la de agente de obras de arte al servicio del magnate norteamericano Archer Milton Huntington, para quien trabajó durante un tiempo catalogando algunos objetos de su colección y aconsejándole acerca de la organización idónea de la Hispanic Society. No obstante, las autoras, más que como un personaje movido por el afán por enriquecerse, nos lo presentan como un amante del arte, que empleó sus conocimientos y contactos para tratar de ubicar las magníficas obras de arte que encontraba perdidas y huérfanas en los anticuarios, en el abrigo paternal de las salas de los coleccionistas privados, donde estarían más protegidas. Así, en este caso vemos a un oportunista, pero al servicio del arte, no de sus propios intereses. e-artDocuments, 6, 2013, pp. 33-36, ISSN: 2013-6277 35 34 36 ENTRE AGENTES, MARCHANTES... Clara Beltrán Catalán El último texto, que culmina el libro, se centra en unos personajes muy interesantes y menos conocidos que los anteriores: la pareja de hispanistas formada por Arthur Byne (1884-1935) y su esposa Mildred Stapley (1879-1941). Este matrimonio contribuyó enormemente al conocimiento y difusión del patrimonio hispánico en tierras americanas a través de sus fotografías y publicaciones financiadas por Huntington, sobre todo en lo que concierne a arquitectura y artes decorativas, creando tendencia entre los coleccionistas americanos. Sin embargo, al igual que los otros agentes, este brillante tándem de hispanistas tampoco supo sustraerse a los enormes beneficios que podían obtener gracias a sus contactos y conocimientos, pues tenían relación con la crême de la crême de la sociedad española. Viendo ante sí una brillante posibilidad de entrar en el juego del mercado del arte gracias a sus contactos, los Byne terminaron por romper su relación con su mecenas, que no quería que la pareja se desviara de su labor de estudiosos del arte hispánico. El matrimonio se convirtió en una entidad proveedora de piezas para los magnates, y no dudó de servirse del engaño y de aprovecharse del desconocimiento del pueblo español para, a través de operaciones que ponen los pelos de punta, adquirir monumentos arquitectónicos enteros y embarcarlos, pieza a pieza, al otro lado del Atlántico para satisfacer los caprichos decorativos de sus valedores. En todo este denso panorama es importante tener en cuenta, no obstante, que no podemos juzgar las actuaciones de todos estos personajes desde el prisma de la actualidad. Nos tenemos que poner las lentes del contexto de la época y comprender que no podemos acusar de despojadores a los coleccionistas norteamericanos que, procedentes de un país carente de historia pero no de medios económicos, pretendían comenzar a construir su propio legado cultural. Por su parte, en nuestro país, las arcas estaban muy vacías y muchos aristócratas tuvieron que recurrir a la venta de alguna de sus masterpieces para sanear su economía. Sí que es más censurable, por el contrario, la conducta de algunos de estos avispados marchantes que actuaban a sabiendas de la “manga ancha legislativa” existente en cuestiones de patrimonio en nuestro territorio y que, beneficiándose de su posición, privaron a nuestro país de obras maestras que hoy en día sólo pueden ser observadas si cruzamos el Atlántico. Para concluir esta reseña queremos señalar que las diversas monografías de los agentes y marchantes de este interesante libro proporciona una excelente radiografía del panorama del momento y nos permite intuir la respuesta muchos de los interrogantes acerca del por qué hoy en día parte de nuestro patrimonio se encuentra fuera de nuestras fronteras. La polémica está servida. Que el lector saque sus propias conclusiones. e-artDocuments, 6, 2013, pp. 33-36, ISSN: 2013-6277