Robert Michels, al escribir “Los partidos políticos” a comienzos del

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INTRODUCCIÓN
Robert Michels, al escribir “Los partidos políticos” a comienzos del siglo 20, dejó instalada una forma de análisis que aún persiste en la literatura sobre partidos políticos: el partido
político era concebido como un Estado en miniatura. Así, hacer a un lado esta forma de analizar el funcionamiento del partido político ha sido una de las principales preocupaciones de un
conjunto heterogéneo de autores. A pesar de los esfuerzos teóricos realizados, este formato
analítico goza de buena salud.
Es curioso el modo en que Giovanni Sartori define y deduce el funcionamiento interno
del partido político a partir de una categoría de mayor nivel de abstracción: el sistema político. Con esto, se observa que el gesto teórico instalado por Michels no reconoce fronteras en lo
que respecta a las tradiciones teóricas. Así, bien podríamos preguntarnos: ¿qué grado de especificidad le asignan los autores a la dinámica interna de los partidos políticos?, ¿qué papel le
adjudican a la práctica política? y ¿de qué forma se dirimen los conflictos en los partidos políticos?
A partir de estos interrogantes, la revisión bibliográfica que sigue a continuación se
propone revisar críticamente las concepciones de análisis del funcionamiento interno de los
partidos políticos planteados por Angelo Panebianco y Giovanni Sartori. Desde hace años
ambas obras son consideradas clásicas en la literatura de los partidos políticos.
Panebianco intenta realizar una interpretación weberiana en el marco del instrumental
teórica que brinda la sociología de las organizaciones. A partir del mismo se propone elaborar
un modelo de análisis del partido político prolongado en el tiempo, es decir, un modelo que
permite analizar el proceso de institucionalización del partido político. Para ello, coloca en
tensión diversos elementos: la ideología, la organización, la burocracia, la figura del político
profesional, etc. El punto interesante de este autor es que logra desprenderse en gran medida
del gesto teórico que había instalado Michels, dándole a la vida política interna del partido político singularidad y convirtiéndola en un verdadero objeto de estudio. Sin embargo, la interpretación que realiza de Weber resulta poco satisfactoria al menos en lo que respecta a, por un
lado, la tensión entre liderazgo carismático y burocracia y, por el otro, al concepto de legitimidad. Cabe recordar que Weber plantea una tensión conceptual entre liderazgo carismático y
burocracia, expresada en tipos ideales. Sin embargo, cuando analiza estos elementos en una
realidad determinada, la sociedad de masas, plantea su coexistencia. De este modo, considera
la posibilidad de una rutinización antiautoritaria del carisma en el momento de la democracia
de masas. Contra estas indicaciones Panebianco mantiene esta tensión al infinito, inclusive
realiza un análisis separado de los partidos con líderes carismáticos. Esto demuestra fehacientemente que para este autor nunca pueden combinarse la lógica de la institucionalidad (basada
en reglas y, por lo tanto, de carácter impersonal) con el carisma (por definición autoritario).
El planteo de Sartori es, ciertamente, mucho menos atractivo. Desde un inicio deja en
claro que el partido político es un sistema político en miniatura y lleva esta conceptualización
hasta sus últimas consecuencias. Con respecto a esto, se ensayará una crítica a la teoría de los
sistemas en su versión cibernética, que procura ser estrictamente conceptual. De todas formas,
es preciso anticipar que Sartori le asigna un lugar importante al papel de la lucha política en
su esquema teórico.
A continuación hacemos una breve revisión de cómo estos autores definen a los partidos políticos, qué lugar le asignan al ámbito político y cuáles son las peculiaridades analíticas
de sus planteos. Luego se realiza un avance crítico de la perspectiva teórica utilizada por los
autores.
LA PERSPECTIVA TEÓRICA PLANTEADA POR ANGELO PANEBIANCO
En esta parte se revisará el modo en que Panebianco plantea su análisis, cuáles son las
precauciones teóricas, la actualización de los problemas teóricos planteados por Michels, su
definición de partido político y se le prestará particular atención al proceso de institucionalización partidaria y a la caracterización del partido carismático.
En términos generales, Panebianco se propone analizar el funcionamiento partidario
en términos de dinámica organizativa en un lapso prolongado de tiempo. Delimitado así el terreno analítico, el autor, le dedica principal atención a la incidencia de la dimensión del poder
en el proceso de institucionalización partidaria1. Para ello apela, como hemos señalado, al instrumental conceptual proveniente de la teoría de las organizaciones. Sin embargo, no cae en
los lugares comunes que propone esta teoría, es decir, un tipo de explicación basada en los
imperativos técnicos de las organizaciones: exigencias derivadas de la división del trabajo, de
la coordinación entre los distintos órganos, de la necesidad de proceder a una cierta especiali-
zación en sus relaciones con el entorno, etc. De este modo, no deja de lado el papel que cumplen estos factores pero entiende que tienen que estar supeditados, en lo que respecta al funcionamiento partidario, a la lucha por el poder en el seno de la organización.
Adoptar una perspectiva de esta especie le implicó al autor vincularse, resignificar y
discutir con diferentes tradiciones teóricas y los distintos autores que las integran. Entre los
principales menciona, en primer término, a Gaetano Mosca, Pareto y, con referencia especial,
a Robert Michels; en segundo término, a Max Weber; y, en tercer término, a Maurice Duverger2.
De acuerdo a este conjunto de autores, Panebianco resignifica los instrumentos teóricos de la tradición elitista, sobre todo, la teoría del partido política elaborada por Robert Michels con el instrumental teórico weberiano y esto le permite disentir con el núcleo duro de la
perspectiva brindada por Maurice Duverger.
La pregunta, entonces, es: ¿cómo explota Panebianco la formulación weberiana de los
tipos ideales de dominación en tanto instrumental teórico orientado a explicar el funcionamiento de los partidos políticos?
Prejuicios analíticos y definición de partido político
De la literatura que ha revisado Panebianco es posible advertir dos prejuicios que a su
juicio atentan en el análisis organizativo de los partidos políticos.
Por un lado, el prejuicio sociológico se refiere a “ ... creer que las actividades de los
partidos son el producto de las demandas de los grupos sociales que aquellos representan, o
más genéricamente, que los partidos son manifestaciones políticas de divisiones sociales”
(Panebianco, 1995: 15). Este prejuicio permite hablar de la existencia de partidos obreros, de
clase media, etc. Como señala Panebianco en la mayoría de los casos los intereses sociales externos son filtrados a través de las barreras y estructuras de mediación de la organización.
1
Parece sugerente la reseña que hace Juan Abal Medina sobre la temática de los partidos políticos.
Podríamos agrupar a Duverger en la misma tradición teórica que Mosca, Pareto y Michels, a pesar de las diferencias que plantea. No así a Weber que, si bien aborda problemas similares, su teoría posee diferencias insoslayables.
2
Otra prevención a tener en cuenta respecto del prejuicio sociológico reside en que el
propio partido debe ser visto como un ámbito específico de generación de desigualdades (Panebinaco, 1995: 30), desigualdades que llama organizativas para diferenciarlas de las que derivan del sistema de estratificación social. Supuestamente este prejuicio impediría analizar la
compleja relación entre los partidos y las desigualdades sociales.
Por el otro, el prejuicio teleológico que “consiste en la atribución a priori de fines a los
partidos, de objetivos que según el observador representan la razón de ser del partido en cuestión”3.
En el esquema de esta forma de análisis, se plantea el problema de distinguir a los partidos de otras organizaciones, así, Panebianco propone que el criterio diferenciador sea el
ambiente donde desarrollan su actividad específica, de este modo considera que sólo los
partidos operan en la escena electoral y compiten por los votos (Panebianco, 1995: 34).
Este tipo de definición sugiere una serie de interrogantes: ¿no reduce la actividad política partidaria a un momento minúsculo de la vida política, más allá de que sea el de mayor
intensidad y conflictivo? Y, también habría que preguntarse sobre el lugar le asigna Panebianco a la política y en qué terreno se dirimen los conflictos y la apropiación de sentido de
los lenguajes?
La importancia de los dilemas organizativos
Las características organizativas de todo partido político pueden detectarse a partir de
cómo se ha dado a lo largo del tiempo lo que Panebianco plantea en términos de dilemas organizativos. Así, el autor considera que toda organización compleja debe enfrentar cuatro exigencias contradictorias en su funcionamiento. Esto no era considerado un problema por aquellos que analizan el funcionamiento partidario de acuerdo a los prejuicios precedentes. Los
cuatro dilemas que plantea le da una aproximación más realista del análisis de funcionamiento
partidario y podría tomar distancia de la tesis de Michels, según la cual se produciría una sustitución de los fines partidarios mediante el avance de la organización. Panebianco, en este
sentido, prefiere hablar de articulación de intereses más que de sustitución.
1. Modelo racional (el objetivo es la realización de la causa común) / modelo del sistema natural (el objetivo es la supervivencia y el equilibrio de los intereses particulares. (Panebianco, 1995: 39 y ss)
2. Predominio de los incentivos colectivos / predominio de los incentivos selectivos.
3. Estrategia de dominio sobre el ambiente / estrategia de adaptación al ambiente.
4. Amplia libertad de maniobra de los líderes / libertad de maniobra restringida .
La relación entre fines oficiales y procesos internos remite al dilema de distribución de
incentivos colectivos y selectivos; la relación con el entorno al dilema de dominio o adaptación al ambiente. Los incentivos colectivos son aquellos que la organización distribuye de
manera homogénea entre sus miembros, pueden ser de identidad, solidaridad e ideológicos;
los incentivos selectivos son individuales pueden ser de poder, status o materiales.
El proceso de institucionalización partidario
El proceso de institucionalización constituye el punto de mayor relevancia en la teoría
de Panebianco y es precisamente aquí donde utiliza, revisándolo, buena parte del instrumental
weberiano, que, hasta el momento, tenía un lugar secundario. De este modo, propone la categoría de “coalición dominante”, que constituiría el grupo que conduce la organización partidaria; y reformula el concepto de legitimidad.
La institucionalización partidaria se refiere a la forma mediante la cual la organización
incorpora los valores y fines de los fundadores del partido. Esto implica un salto cualitativo en
el desarrollo organizativo que reside en el pasaje de una organización considerada puro instrumento para la realización de determinados fines a la institución en sentido propio. Así, la
organización se convirtió en un fin en si misma y los objetivos se articulan con las exigencias
organizativas (Panebianco, 1995: 115).
Panebianco utiliza la categoría de “coalición dominante” para determinar la forma en
que se dirige la organización y dicho término es asimilado al de “oligarquía” de Michels, al de
“círculo interno” de Duverger, pero, para Panebianco “... la fisonomía de la coalición dominante es lo que distingue la estructura organizativa de un partido de otro”. En este sentido, este concepto puede variar de acuerdo a su grado de cohesión interna (relación élites/seguidores), su grado de estabilidad (intercambios horizontales entre élites) y el mapa de
3
Angelo Panebianco; op. cit., pág. 30.
poder a que da lugar la organización (relación entre áreas organizativas y entre el partido y
organizaciones externas) (Panebianco, 1995: 92).
En cuanto a la legitimidad, el autor la caracteriza interpretando que los líderes políticos se asemejan al empresariado. Continua con el símil de la lógica del mercado y considera
que la “legitimidad del liderazgo está en función de su capacidad para distribuir ´bienes públicos´(incentivos colectivos) y/o ´bienes privados´(incentivos selectivos). Si el flujo de beneficios se interrumpe, la organización entra automáticamente en crisis: estallarán revueltas, los
líderes serán puestos en tela de juicio duramente y se multiplicarán las maniobras para provocar un cambio de guardia y salvar así la organización” (Panebianco, 1995: 95).
Panebianco, en una nota aclaratoria4, termina de desarrollar cómo entiende el concepto
de liderazgo legítimo: “desde esta perspectiva, por tanto, la autoridad (el poder legítimo) de
los líderes se halla en función de las satisfacciones que son capaces de ofrecer a los demás actores que participan en el intercambio, y se mantiene y refuerza a través de éste.” La diferencia entre el incentivo colectivo y el selectivo reside en que en el primero los que lo disfrutan
no son conscientes de esto por lo que refuerzan su vínculo identitario con el partido político
mientras que el segundo tiene que interpretarse en clave utilitaria.
El partido carismático
Resulta importante revisar brevemente la forma en que Panebianco analiza el partido
carismático ya que lo plantea como un caso donde no se puede dar la coexistencia entre carisma y burocracia. El problema de este planteo es que Panebianco mantiene estos elementos
en posiciones contradictorias todo el tiempo, cosa que Weber no hizo.
De esta manera, considera que “el partido no puede ser a la vez la criatura del líder y
configurado totalmente por él, y ´brazo político´ de una organización externa. Pero el resultado anormal que produce el carisma puro es otro. Consiste en el hecho de que genera, simultáneamente una coalición dominante unida a pesar de la ausencia de un proceso de institucionalización organizativa. El carisma rompe el vínculo que habíamos establecido como hipótesis
entre el grado de institucionalización y el grado de cohesión de la coalición dominante, por el
4
Nos referimos a la nota número 19 de la pág. 95 de Partidos Políticos.
cual cuanto más elevada era la institucionalización más unida aparecía la coalición dominante
(y viceversa).” (Panebianco, 1995: 135)
Panebianco plantea que “... siguiendo a Weber, carisma y burocracia son fenómenos
organizativos antitéticos entre sí. El carisma personal va además generalmente asociado a
fuertes resistencias a la institucionalización. El líder no tiene en efecto, interés en favorecer un
reforzamiento de la organización demasiado acentuado que inevitablemente sentaría las bases
para una ´emancipación` del partido de su control.” (Panebianco, 1995: 136) En definitiva, el
líder desalienta la institucionalización.
El autor analiza dos “casos” de partidos carismáticos, la Unión para la Nueva República de Francia hacia 1950 y el nacionalsocialismo alemán. Esto lo obliga a revisar la conceptualización de Poder Carismático de Weber. En ésta detecta diversas cuestiones de relevancia:
1. que carisma se opone a burocracia, ya que uno supone un orden basado en lo extraordinario
y el otro en la rutina. 2. el carisma es la única fuente de introducir cambios sociales. 3. el carisma es esencialmente inestable y en el largo plazo éste desvanece o se rutiniza. Esta última
posibilidad, que es la más frecuente según Weber, se orienta hacia dos salidas; por un lado, la
“regla” sustituye al carisma como mecanismo de regulación de las relaciones internas, es decir, se burocratiza la organización; y, por el otro, el poder carismático evoluciona hacia lo
“tradicional”.5
Esta interpretación de Weber es aplicada a los partidos políticos, de modo que Panebianco considera que la existencia de un líder en este tipo de organizaciones implica “una total compenetración entre líder y la identidad organizativa del partido es la ´conditio sine qua
non` del poder carismático” (Panebianco, 1995: 271). En este sentido, el líder-fundador monopolizaría la elaboración de los fines ideológicos, la selección de la base social, el control de
las zonas de incertidumbre y la distribución de incentivos. Es decir, tendría un dominio completo sobre la organización.
Revisión crítica de Panebianco a partir de la lectura de Weber
5
Panebianco desarrolla esto desde la pág. 268 hasta la 271.
Dos aspectos de la lectura que realiza Panebianco de Max Weber resultan poco satisfactorios; por un lado, la forma en que tematiza la relación entre poder carismático y burocracia y, por el otro, el concepto de legitimidad.
1. Cómo resuelve Weber la tensión entre carisma y burocracia en el contexto de sociedades de
masas
En tanto tipos ideales, carisma y burocracia, por definición son antitéticos e irreconciliables. En esto tiene razón Panebianco. Sin embargo, en el planteo teórico y en la arquitectura
política que pergeña Weber coexisten y se necesitan el uno al otro en un determinado punto
histórico: el de la sociedad de masas. Así, Weber considera que en el Estado de masas el sentido de la “democracia” ha sido alterado sustantivamente, por lo que en el siglo 19 y 20 estamos ante una democracia de masas. Esta situación, cabe aclarar, no sólo ha alterado el concepto de democracia directa sino el de la forma en que entendía la “política” el liberalismo, al
menos en dos sentidos. Por un lado, la irrupción del “gran número” – recordemos que Weber
habla de la ´ventaja del pequeño número` en alusión a la problemática planteada por Gaestano
Mosca – en la política, a partir de la reglamentación del sufragio universal, ha sido decisivo.
Así “en el desarrollo cuantitativo y cualitativo de las tareas el gobierno, que exige una superioridad técnica a causa de la creciente necesidad del entrenamiento y de la experiencia, favorece inevitablemente la continuidad, por lo menos de hecho, de una parte de los funcionarios.
Con ello surge siempre la posibilidad de que se forme una organización social permanente para los fines del gobierno, lo cual equivale a decir para el ejercicio del dominio” (Weber, 1992:
704). Esta situación ha instalado el requerimiento organizativo de “la masa” que se incorporaría lentamente con determinados derechos políticos – aplicados de forma restringida – al Estado. Para ello, fue necesaria la burocracia, la que se dedicó a la organización de la dominación cotidiana y de forma sistemática de las sociedades modernas.
Por el otro, la irrupción del “gran número” le ha birlado al concepto de “política” su
contenido racionalista y lo ha trocado por elementos irracionales. Esta transformación ha sugerido una nueva preocupación y también otro interrogante: ¿bajo qué figura política es posible canalizar estos elementos irracionales? Es allí donde emerge con toda su fuerza la posibilidad de reinterpretar antiautoritariamente la rutinización del carisma en un contexto de democracia de masas. Es importante lo que plantea Weber, lo que en su conceptualización de los tipos ideales aparecía como antagónico, en la fórmula política que piensa para Alemania - gobernada desde hace años por la burocracia - es planteado como necesario. En este sentido,
Weber considera que el principio carismático de legitimidad en los Estados modernos puede
ser reinterpretado en forma antiautoritaria, despojándolo de los atributos autoritarios que contenía en su sentido originario. Este requerimiento se debe al grado de racionalización que han
adquirido las relaciones asociativas y, por lo tanto, a la necesidad que impone el tipo predominante de dominación: la dominación legal-burocrática. De acuerdo a este tipo de dominación, la transición más importante es la denominación plebiscitaria en tanto transformación
antiautoritaria del carisma. Esta encuentra la mayor parte de sus tipos en las “jefaturas de partido” en el marco del Estado moderno (Weber, 1992: 214). Así, a través del plebiscito, las
personas (dominados) eligen libremente al jefe así como lo pueden deponer en el caso de que
el carisma se pierda o el mismo no pueda corroborarse.
Estas consideraciones suponen que, en determinadas circunstancias históricas, existe
una línea de continuidad entre institucionalidad y carisma. La posibilidad de supervivencia de
esta singular forma de organizar la dominación requiere que nunca se pierda el sentido antiautoritario del carisma; en este sentido, el carisma siempre tiene que estar supeditado a las condiciones y reglas institucionales.
2. Del concepto de legitimidad
Del análisis de Panebianco se desprende que el concepto de legitimidad está asimilado
al de satisfacción, en un sentido utilitario o no utilitario.
La caracterización que realiza Weber del concepto de legitimidad no puede entenderse
desprendido del de dominación. La peculiaridad de este concepto, a diferencia del “poder” o
“influjo”, reside en que los motivos de dicha sumisión pueden ser diversos. En este sentido, la
legitimidad es un determinado tipo de creencia, que de acuerdo a Weber, puede referirse a la
santidad de la costumbre, de la ley o de la gracia extracotidiana.
Para este trabajo tiene mayor relevancia lo que este planteo excluye y no tanto lo que
sugiere. En este sentido, Weber plantea que “no toda dominación se sirve del medio económico. Y todavía menos tiene toda dominación fines económicos.” (Weber, 1992: 170) En este
caso, la “situación de intereses” (léase satisfacción utilitaria) no puede representar los fundamentos en que se confía una dominación.
En lo que respecta a la satisfacción no utilitaria - de acuerdo a la terminología utilizada
por Panebianco, Weber diferencia nítidamente entre legitimidad y adhesión. “La adhesión
puede fingirse por individuos y grupos enteros por razones de oportunidad, practicarse efectivamente por causa de intereses materiales propios, o aceptarse como algo irremediable en virtud de debilidades individuales y de desvalimiento. Lo cual no es decisivo para la clasificación de una dominación.” (Weber, 1992: 171) Entonces, el razonamiento de Weber se dirige a
entender el concepto de legitimidad vinculado al de “obediencia”, donde particularmente, el
que obedece no tiene en cuenta el valor o desvalor del mandato en cuanto tal, sino, más bien,
lo hace suyo (Weber, 1992: 172).
En conclusión, el concepto de legitimidad une dos términos importantes en la teoría
política moderna; por un lado, instala la problemática de la creencia y, por el otro, la de la
obediencia. Tengo la sensación de que Weber deja pocas opciones y un margen estrecho de libertad para interpretar este concepto. También intuyo que Panebianco le quita contenido y
profundidad, la legitimidad no es adhesión (ya que para Weber puede fingirse) y, tampoco,
una oportunidad.
LA PERSPECTIVA DE GIOVANNI SARTORI
En Sartori se encuentra un curioso lazo entre su perspectiva teórica sobre el sistema
polítco y el partido político.
De este modo considera que la función específica de los partidos es la comunicación
debido a que la misma es una función de cualquier tipo de sistema político, sea cual fuere su
regimentación. Así, “... lo que importa es si la red de comunicación política está figurada al
nivel del subsistema [de partidos], independientemente del sistema del Estado. Si es así, entonces un subsistema de partidos vincula a un pueblo con un gobierno al brindar un sistema
expresivo de comunicación que mantiene controlado al Estado” (Sartori, 2000: 82).
Entonces Sartori privilegia la función expresiva, no como simple transmisión de mensajes sino en el sentido de que “el problema consiste en hacer que las voces de los ciudadanos
estén incorporadas en un mecanismo de represalia y de imposición” (Sartori, 2000: 83) que a
la vez les de la posibilidad de cambiar “de empresa” si no les resultan satisfactorios los productos conseguidos.
De acuerdo a esto, Sartori entiende que “por encima de todo, pues, los partidos son
instrumentos expresivos que realizan una función expresiva. Con ello se comunica la sugerencia de que la mejor forma de concebir los partidos es como medios de comunicación, y
quizá bajo auspicios cibernéticos.” (Sartori, 2000: 58)
Esta definición nos orienta a nuestra principal preocupación: cómo el modelo cibernético se liga al concepto de sistema político y ambos irradian sentido sobre la dinámica interna
del partido político.
El partido por dentro
Sartori es consciente de la problemática que había instalado Michels y plantea la necesidad de darle entidad teórica a la dinámica interna de los partidos. Acorde a esto, considera
que “ ... los partidos, no son, ni deben ser, monolitos. También cabe reconocer que el fraccionismo podría tener un valor positivo. Pero la reivindicación al fraccionismo debe estar, cuando proceda, bien justificada.” (Sartori, 2000: 114)
Sin embargo, esta intención queda empañada ya que Sartori reitera el gesto teórico que
había anticipado Michels cuando le asigna a-priori un tipo de funcionamiento a la dinámica
interna del partido político. Esto se evidencia cuando habla de los “auspicios cibernéticos” en
su definición de partido político y, también, al deducir la organización partidaria de un concepto más abstracto: el sistema político.
De acuerdo a esto, Sartori plantea que “Como dice muy bien Eldersveld, en sí y por sí
mismo el partido es ´un sistema político en miniatura. Tiene una estructura de autoridad ...
Tiene un proceso representativo, un sistema electoral y subprocesos para reclutar dirigentes,
definir objetivos y resolver conflictos internos del sistema ... ´”.(Sartori, 2000: 95) Y agrega
que “como se ha señalado anteriormente, el partido mismo es – desde dentro – un sistema. Por
tanto resulta correcto decir que ahora nos centramos en el partido como sistema cuyas partes
son las subunidades del partido.” (Sartori, 2000: 96)
Para Sartori todo partido político está constituido internamente por fracciones, facciones y tendencias. “Hemos llegado a una articulación terminológica triple: la fracción (catego-
ría general, no especificada), la facción (grupo específico de poder) y la tendencia (conjunto
establecido de aptitudes). En esta división, una facción pura y una tendencia pura representan
extremos opuestos del continuo subpartido. Un partido compuesto de facciones puras será un
partido muy fraccionado, o por lo menos un partido cuyas divisiones internas serían muy visibles y destacadas. En el otro extremo, un partido compuesto sólo por tendencias sería un partidos cuyas divisiones internas tienen muy poca visibilidad y son muy poco destacadas, y, por
ende, conforme a nuestra definición, un partido con poco fraccionismo.” (Sartori, 2000: 101)
Conforme a la división preliminar precedente, cabe explorar de modo fructífero la anatomía de los subpartidos en cuatro dimensiones: 1. de organización; 2. de motivación; 3. ideología; 4. de izquierda y derecha. Es evidente que estas dimensiones se traslapan y se confunden, pero lo que no está claro es cómo.
1. la variable organización tiene importancia ya que condiciona la formación de subunidades
partidarias. Usualmente se ha establecido que el partido era un cuerpo organizado y que la
facción carecía de organización, sin embargo, ahora sabemos que las facciones pueden ser organizadas y el partido carecer de organización. Esto sugiere un indicador relevante para medir
la organización partidaria: el grado de integración de sus subunidades. Este indicador también
sugiere, por contraposición, el grado de fraccionalismo en el partido político.
2. la dimensión de la motivaciones. Es lo que está más relacionado a la subunidad “facción” y,
para el autor, existen dos tipos de facciones; las ideológicas que son desinteresadas y su extremo son los grupos testimoniales; y las de interés, que están motivadas por cuestiones inmediatas y tangibles. La principal dificultad para dilucidar la dimensión de motivación es el camuflaje de los grupos y facciones.
3. la dimensión ideológica. En este caso es conveniente separar claramente la ideología de la
motivación. “El continuo de motivación va desde el puro desinterés (la fracción testimonial)
hasta el absoluto egoísmo (la facción por prevendas). El continuo ideológico va desde el extremo del fanatismo ideológico y la posesión de principios orientados hacia el futuro hasta el
extremo opuesto del practicismo y pragmatismo absolutos.
4. la dimensión izquierda-derecha. Es la dimensión menos confiable para Sartori – y no sólo
para él - y por ello sugiere utilizarla residualmente. Para lo único que serviría sería para indicar la percepción en el partido político.
La estructura de oportunidades
Sartori, en este caso, se refiere al contexto general de recompensas y privaciones, de
pagos y sanciones, en que viven y actúan los hombres de partido. En esta línea, analiza cómo
configura a los procesos subpartidarios la estructura de oportunidades donde ocupa un lugar
privilegiado la variable “sistema electoral intrapartidario”.
Esto orienta a Sartori a plantear la relación entre los aspectos económicos y políticos
en el interior del partido. Sin embargo, lo que constituiría un problema para Panebianco, para
Sartori es una posibilidad. El autor realiza el análisis bajo el supuesto de que en el mundo occidental el poder económico y financiero tienen que adaptarse, lo quieran o no, a la comunidad política en que se encuentran (Sartori, 2000: 130).
Saldar ligeramente la tensión planteada, autoriza a Sartori a plantear algo que en Panebianco se encuentra diluido: el lugar de la práctica política en el interior del partido. En este
sentido, la política intrapartidaria también hace referencia a la política en estado puro y de una
manera más auténtica. Esto está definido por el tipo de organización que caracteriza al partido
político, por lo que, la estructura de oportunidades - que guarda estrecha relación con el fraccionismo - se vincula, por un lado, con la estructura de organización y, por el otro, con el sistema electoral. Así, “... para el miembro de un partido que trata de hacer carrera, el sistema
electoral, esto es, la forma en que se le hace votar y en que se cuentan los votos, es parte integrante de su sistema de carrera: su carrera depende, sobre todo, de cuántos votos del partido
pueda obtener y controlar.” (Sartori, 2000: 134)
Crítica a la versión cibernética de la teoría de los sistemas aplicado a partidos políticos
El esquema analítico que propone Sartori para analizar el funcionamiento de los partidos políticos se inscribe en los modelos cibernéticos que ha pergeñado la teoría de los sistemas desde mediados de siglo 206. A esta perspectiva teórica le han realizado críticas de diver-
6
Existen diferencias sustantivas en la teoría de los sistemas entre el modelo cibernético que ha iniciado Easton
en la teoría política y el modelo biologista representado por Niklas Luhmann. Estas críticas no lo alcanzan.
so orden: históricas, culturales, etc. En este caso interesa destacar una crítica conceptual, es
decir, entendiendo a la teoría como una caja de herramientas para analizar la realidad social.
En este sentido, parece importante avanzar críticamente no sólo en lo que implica concebir los aspectos políticos de la realidad social en términos de “sistema”7 y las posibilidades
analíticas que esta brinda sino, también, cómo juegan en su interior los elementos que lo constituyen.
De acuerdo a esto, el principal problema conceptual que presenta este cuerpo teórico
reside en que se le asigna al sistema un modo de funcionamiento a-priori que no puede ser alterado por los elementos que lo constituyen. Esto coloca al “todo” en una situación de preeminencia sobre las “partes” y supone que el funcionamiento de sus elementos ha sido concebido para colaborar en la persistencia del sistema a lo largo del tiempo. Evidentemente, el
principio de autogobierno tendiente a privilegiar la autonomía sistémica prima sobre el accionar de los elementos constitutivos del mismo sistema.
Una de las críticas más contundentes en las ciencias sociales fue realizada por Jürgen
Habermas8 a este tipo de teoría9. La misma se orienta a señalar que la teoría de los sistemas
tiene serios problemas para detectar los procesos de cambio en los sistemas de sociedad, sobre
todo, porque no contempla la lógica de los actores y abunda en los procesos objetivos donde,
por el funcionamiento mismo del sistema, tiende a reducirse todo a los problemas de autogobierno.
Estas cuestiones son desarrolladas por Habermas cuando se dedica construir un concepto de “crisis sistémica” apto para las ciencias sociales. Para ello se vale de dos tradiciones
teóricas hasta ese momento irreconciliables: el marxismo y la teoría de los sistemas. Sin embargo, de la teoría de los sistemas considera importante tomar algunas precauciones. De este
modo, plantea que para la teoría de los sistemas ha entendido que “ ... surge una crisis cuando
la estructura de un sistema de sistemas sociales (terminología aclarada por el traductor) admite menos posibilidades de resolver problemas que las requeridas para su conservación. En este
7
Antonio Camou realiza un importante recorrido del concepto de “sistema social” en Pareto, Parsons y Luhmann. No estaría de acuerdo con excluir de las críticas que siguen a continuación a Luhmann.
8
La referencia bibliográfica es la obra “Problemas de legitimación en el capitalismo tardío”.
9
También Klaus Offe puede ser considerado un caso de teórico de la tradición marxista que utiliza la perspectiva
sistémica, sin embargo, cuando explica la crisis del Estado del Bienestar no constitye un problema tomar elementos de una tradición teórica hipotéticamente opuesta.
sentido, las crisis son perturbaciones que atacan a la integración sistémica.” (Habermas, 1989:
16)
Según la interpretación habermasiana, la teoría de los sistemas ha descuidado, por un
lado, las posibilidades de reforzamiento interno por parte del sistema político y, por el otro,
sustituye la lógica de acción de los hombres por la lógica del poder.
En lo que respecta al primer aspecto, Habermas considera que al descuidar las causas
internas no se ve la posibilidad de un reforzamiento ´sistémico` de las capacidades de autogobierno (o una irresolubilidad estructural de problemas de autogobierno). Además las crisis de
los sistemas de sociedad no se producen por vía de alteraciones contingentes del ambiente, sino por causa de imperativos del sistema, ínsitos en sus estructuras, que son incompatibles y
no admiten ser ordenados en jerarquía (Habermas, 1989: 17).
Así las cosas, también existen dificultades para determinar unívocamente, en el lenguaje de esta teoría, los límites y el patrimonio de los sistemas sociales. Esto implica que
cuando los sistemas sociales se afirman en un ambiente en extremo complejos pueden variar
sus elementos sistémicos, patrones de normalidad, o ambas cosas a la vez, a fin de procurarse
un nuevo nivel de autogobierno. Pero cuando un sistema se conserva variando tanto sus límites cuanto su patrimonio, su identidad se vuelve imprecisa. Una misma alteración del sistema
puede concebirse como proceso de aprendizaje y cambio o bien como proceso de disolución y
quiebra: no puede determinarse con exactitud si se ha formado un nuevo sistema o sólo se ha
regenerado el antiguo. No todos los cambios de estructura de un sistema social son, como tales, crisis.
En cuanto al segundo aspecto, Habermas plantea que la evolución social se da en tres
dimensiones, el despliegue de las fuerzas productivas, el incremento de autonomía sistémica
(poder) y la formación de estructuras normativas. Esto en la teoría de los sistemas se proyecta
en un único plano: el acrecimiento de poder por reducción de la complejidad del ambiente.
A partir de esta crítica al concepto de crisis de la teoría de los sistemas, Habermas elabora un concepto de crisis sistémica apto para las ciencias sociales planteando que “sólo
cuando los miembros de la sociedad experimentan los cambios de estructura como críticos para el patrimonio sistémico y sienten amenazada su identidad social, podemos hablar de crisis.
Las perturbaciones de la integración sistémica amenazan el patrimonio sistémico sólo en al
medida que esté en juego la integración social ...” (Habermas, 1989: 18)
De este modo, el concepto de crisis sistémica involucra dos dimensiones; la integración sistémica, que tematiza los problemas de autogobierno donde los sistemas sociales intentan conservar sus límites y su patrimonio dominando la complejidad del ambiente; y la integración social, que tematiza el conjunto de estructuras normativas (valores e instituciones)
que se juegan en el mundo de vida, estructurado por símbolos (Habermas, 1989: 19 y 20).
CONCLUSIONES
Mucho le ha costado a la literatura sobre partidos políticos despojarse del gesto intelectual que había instalado Michels: entender al partido como un Estado en miniatura. Tal vez
esto fue así porque se trataba no sólo de Michels, sino también, de alguna manera, de Weber.
Con él, también entraba en juego la explicación del desarrollo del Estado moderno en paralelo
con la empresa y el avance imparable de la racionalidad. Si se continuaba esta línea de reflexión la realidad era sencilla: aparecía la organización, se necesitaba un cuadro administrativo para funcionar, se instalaba la tendencia a la profesionalidad, etc. Cualquier institución podía ser explicada con estos términos, pero, ocurría que todo caía en el mismo costal. Había
que establecer diferencias. Para ello, no bastaba con discutir con Michels10 sino que había que
destronar a Weber. Panebianco casi lo logra.
Como se señaló es equívoca la interpretación que realiza Panebianco de la vinculación
entre carisma y burocracia y del concepto de legitimidad. Esto le quita potencialidad a su
planteo teórico ya que no puede combinar el desarrollo institucional con los liderazgos carismáticos. Así para este autor las características del carisma atentan contra las reglas impersonales y, por lo tanto, aquel nunca puede estar supeditado a estas. También existe otro problema: cuál es el terreno de la política. Es curioso que este autor, cuando define al partido político, entiende que la práctica política se reduce a los momentos electorales. En este punto existe
una clara diferencia con Sartori, quien considera que la lucha política se da sin velamientos y
posibles racionalizaciones en el interior del partido. La lucha, el conflicto, no puede camuflarse y la dinámica interna del partido muestra esto. Sin embargo, este planteo queda empañado
cuando a la dinámica interna se le asigna un modo de funcionamiento a-priori: la lógica del
sistema político. En este sentido, resulta interesante la crítica conceptual que realiza Habermas a la teoría de los sistemas ya que da cuenta de que se privilegia el principio de autogobierno y autonomía sistémica por sobre los elementos que constituyen este sistema. De este
modo, la historia tiene un principio y fin, la historia está delimitada por la realidad del sistema
y estas herramientas teóricas son inadecuadas a la hora de registrar las transformaciones históricas.
BIBLIOGRAFÍA
•
CAMOU, ANTONIO: En torno al concepto de sistema social: Pareto, Parsons, Luhmann, en
La sociedad Compleja, Ed. FLACSO-Triana.
•
HABERMAS, JÜRGEN (1989): Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Ed.
Amorrortu, Buenos Aires.
•
MEDINA, JUAN ABAL (2002): “Elementos teóricos para el análisis contemporáneo de los
partidos políticos: un reordenamiento del campo semántico”, en El asedio a la política, comp.
Marcelo Cavarozzi y Juan Abal Medina, Ed. Homo Sapiens, Rosario.
•
MICHELS, ROBERT (1983): Los partidos políticos, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, vol. I y
II.
•
SARTORI, GIOVANNI (2000): Partidos y Sistemas de partidos, Ed. Alianza-Universidad,
Madrid,.
•
OFFE, KLAUS (1990): Contradicciones del Estado del bienestar, Ed. Alianza, Madrid.
•
PANEBIANCO, ANGELO (1995): Modelo de partidos, Ed. Alianza Universidad, Madrid.
10
En este autor aún no aparece claramente la idea de cuadro administrativo como cuerpo independiente.
“Presentado ante el VI Congreso Nacional de Ciencia Política. Universidad Nacional de Rosario. Noviembre de 2003.
Autor: Lic. Esteban Iglesias
Institución: Facultad de Cs. Política/UNR
DNI: 22.168.558
Mail: tatiglesias@arnet.com.ar
Area: Instituciones Políticas
Panel: Sistemas de partidos y organización intrapartidaria: Realidad y Reformas
TÍTULO: EL PARTIDO POLÍTICO POR DENTRO. UNA CRÍTICA A LOS PLANTEOS TEÓRICOS DE
SARTORI Y PANEBIANCO.
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