PRIMER PREMIO CONCURSO LITERARIO ATSA RESILIENCIA (Volver a la normalidad o actitud ante la adversidad) Por Ana Lucena – Hospital Español Ese mediodía ella emprendió su no deseado y a la vez, impostergable viaje al hospital. Como todos los días debía llegar a tiempo al parte médico (que sólo se daba al mediodía y a la tarde). El parte que le daría la noticia milagrosa de una recuperación tan esperada o por el contrario, la horrible confirmación de que la vida de su amado esposo se había extinguido para siempre. Parecía un viaje eterno, interminable, en donde las caras de la gente, los automóviles, los árboles, las casas se sucedían unos a otros sin sentido, en una alocada caravana, en la que a nadie le importaba ni advertía el increíble dolor que ella experimentaba, sentada allí en su asiento del colectivo en completa soledad. Ensayaba mentalmente su reacción a quién llamar, qué decir ante lo inexorable, los médicos de la terapia intensiva habían sido muy claros “SOLO UN MILAGRO”. Sin embargo, con esa tozudez que a menudo tenemos los humanos, no perdía la esperanza de encontrarse con el esposo, sentado en su cama esperándola con el abrazo tierno de siempre, con el amparo que sus brazos le habían traído a su joven vida trece años atrás. Había adelgazado diez kilos desde que este peregrinaje de médicos, cirugías y convalecencias había empezado, pues muchas veces no tenía tiempo de almuerzos y meriendas y muchas otras, al tenerlos frente a sí, no le pasaba ni un bocado por la garganta… tal vez la angustia… tal vez la desazón… tal vez el pánico… Ese mediodía iba también agotada, como las últimas veces, porque dejar organizado el núcleo familiar (hijos). La economía del hogar (escasa), las horas de descanso (insomnio) y otras yerbas era un reto agotador y desgastante y el cuerpo como es lógico pasa factura. En la observación a través de las ventanillas del todo (o de la nada) se preguntaba mentalmente ¿Por qué a mí? ¿Por qué a él? ¿Podré con lo que me espera? ¿Qué les diré a mis hijos? ¿Cómo sigue el resto de la vida? Mil interrogantes sin respuesta sollo la incertidumbre y un dolor en el estómago… Unas tras otras bajaban y subían las personas del colectivo, en las paradas, en las esquinas, en avenidas, como robots, impersonales, ajenas. Sólo una mujer llamó su atención, la vio con la vista periférica, es decir no centró su atención totalmente en ella, sólo que su presencia la distrajo de su abstracción absoluta. Intentó discretamente verla, con disimulo algo le pareció familiar o curioso, no lo supo realmente. Tal vez su voz, su caminar, su ropa, no lo supo hasta más tarde… el pasaje del colectivo llenaba casi la totalidad del mismo y la mujer en cuestión se perdía entre los vaivenes de los cuerpos alineados. A duras penas pudo ver los pantalones oscuros y parte de la blusa de hilo color violeta que la enigmática mujer llevaba puesta (casualmente su color preferido). Notó también que no poseía un cuerpo muy agraciado, se podría decir que le pareció ancha de cintura y caderas. Tenía gran curiosidad por mirar su rostro y descifrar qué le había llamado su atención entre las miles de caras que se sucedían unas a otras en cada viaje. Cuando sonó el timbre para bajar tuvo la certeza que ella lo haría y no se equivocó. También con la vista periférica vio su figura acercarse a la puerta intermedia con el inequívoco fin de salir hacia la calle. La puerta se abrió y miró por última vez, y esta vez sí, enfocando sus pupilas directamente al rostro de la mujer, total iba a ser la última y única vez que la viera en su vida. No tenía por qué ocultar su intención y curiosidad. El pánico, el sudor frío por su espalda y una intensa sensación de desconcierto se apoderaron por completo de ella, al observarla. Lo que vio le causó tal desazón, tal pánico, tal desasosiego que sintió que su corazón le explotaba y que su cabeza no estaba en su lugar. Le aterró pensar en la posibilidad de haber perdido la razón por el momento límite que atravesaba su existencia. Quiso llamarla (no le salió la voz) quiso decirle a quien ocasionalmente estaba a su lado en ese viaje, que mirara a la que se iba, para corroborar así lo que ella veía con sus propios ojos, quiso bajarse (no lo hizo). Mil ideas nublaron su mente pero esa mujer había sido real hasta ese mismo momento que bajó del colectivo viajando con ella (y veinte personas más como testigos), hacia vaya a saber qué parte del recorrido habitual. Esa mujer que le pareció familiar desde un principio, era su misma imagen, su réplica, su gemela, su clon. Vestía como ella, caminaba como ella, su rostro era su espejo, su cabello, su todo. Relató lo sucedido a personan de su confianza, algunas la compadecieron (seguro que la creyeron delirante por lo traumático de su situación) otras le dieron explicaciones esotéricas diciendo que poseía la rara cualidad de “desdoblarse” como una habilidad innata y que lo fundamentaba mucha bibliografía al respecto. Otras le aconsejaron abandonarse a la oración y aceptar con resignación los designios divinos. Sólo ella sabía lo impactante que fue verse a sí misma yendo en otra dirección, a otros destinos, sin la terrible y dolorosa misión de recibir una vez más el parte diario: “SOLO UN MILAGRO”. Se desesperó pensó en seguirla y así escapar de la realidad que la esperaba en el final de su viaje. No lo hizo. La paralizó por completo la idea de ausentarse no ver la carita de sus hijos, no tomar la mano de su amor partiendo. Después de muchos años me confesó que ese mismo día eligió seguir su propio camino con espinas y sin ellas, pues si la hubiera seguido, su destino sería otro y su futuro no existiría.