La salud y el entorno urbano en un mundo cada vez más globalizado: problemas para los paı́ses en desarrollo Anthony J. McMichael1 El modo de vida urbano es la piedra angular de la ecologı́a humana moderna. En todo el mundo, las ciudades se han multiplicado y extendido rápidamente a lo largo de los dos últimos siglos. Las ciudades son fuente de creatividad y tecnologı́a y motores del crecimiento económico. Sin embargo, también son fuente de pobreza, desigualdades y peligros medioambientales para la salud. Durante mucho tiempo, las poblaciones urbanas han servido de incubadora y vı́a de entrada para las enfermedades infecciosas. La primera fase de la industrialización, caracterizada por un crecimiento no planificado de las ciudades y por la economı́a del laissez-faire, ha dado paso a la gestión colectiva del entorno urbano. Ello es consecuencia del deterioro del entorno, del aumento de la alfabetización, del surgimiento de gobiernos democráticos y del crecimiento de la riqueza. En muchos paı́ses de ingresos bajos este proceso es más lento debido a las presiones y las prioridades de la globalización económica. Además de los riesgos tradicionales que suponen las enfermedades diarreicas y las infecciones respiratorias para los pobres de las zonas urbanas y de la adaptación de diferentes infecciones transmitidas por vectores a la urbanización, el entorno urbano encierra diversos peligros fı́sicoquı́micos, como la exposición al plomo, la contaminación del aire, los peligros del tráfico y la amplificación de las olas de calor provocada por la bóveda térmica urbana. Debido al aumento del número de consumidores y de sus expectativas, ası́ como de la utilización de combustibles fósiles, las ciudades contribuyen enormemente a las presiones a gran escala que sufre la biosfera, en particular al cambio climático. Es necesario adoptar polı́ticas que permitan afrontar los peligros medioambientales para la salud y los graves problemas del medio ambiente, que generalmente afectan de manera distinta a los diferentes sectores de la población. Artı́culo publicado en inglés en el Bulletin of the World Health Organization, 2000, 78 (9): 1117–1126. Introducción La ecologı́a del homo sapiens está experimentando una transformación radical. La proporción de la población del mundo que vive en grandes núcleos urbanos o ciudades ha aumentado de un 5% al 50% durante los dos últimos siglos, y los demógrafos sostienen que hacia 2030 casi los dos tercios de la población mundial vivirá en esos entornos. La población humana está, pues, en proceso de urbanización. En el futuro, las poblaciones urbanas tendrán una proporción de personas de edad mucho mayor que en la actualidad. La emigración a los núcleos urbanos responde a causas muy distintas: la industrialización, la inseguridad sobre la disponibilidad de alimentos en las zonas rurales, el intento de buscar amparo frente a los conflictos y los daños ambientales y el aliciente del empleo, las actividades recreativas y la búsqueda de estı́mulos. África, donde la relación entre desarrollo económico y urbanización es menos evidente que en otras zonas, es, entre las grandes regiones, la menos urbanizada del mundo, pero la que está experimentando el proceso más rápido de urbanización. En el 1 Professor of Epidemiology, Department of Epidemiology and Population Health, London School of Hygiene and Tropical Medicine, Keppel Street, Londres WC 1E 7HT, Inglaterra (e-mail: tony.mcmichael@Ishtm.ac.uk). Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 África subsahariana, el rápido crecimiento de la población urbana es fruto del deseo de escapar a la pobreza rural y de las elevadas tasas de fecundidad de los núcleos urbanos. En cambio, en América Latina, los factores que han impulsado el desarrollo urbano son la industrialización y la búsqueda de oportunidades económicas. Esa es la razón de que dicho desarrollo, se haya desacelerado en Ciudad de México, São Paulo y Buenos Aires durante el último decenio de recesión (1). La perspectiva histórica Las ciudades han estado asociadas históricamente a la evolución de las ideas y la práctica de la salud pública. La revolución moderna en la salud pública se inició en el siglo XIX en las ciudades europeas, donde las presiones de la industrialización, la pobreza, el hacinamiento y la ruptura de los modos tradicionales de vida habı́an deteriorado las condiciones de vida de la mayor parte de la población. El historiador de la economı́a Szreter sostiene que en Inglaterra, paı́s que encabezó la revolución industrial, el crecimiento económico acelerado de la primera mitad del siglo XIX perturbó el sistema tradicional de autoridad, relaciones sociales e ideologı́as, provocando el deterioro del entorno urbano, el desplazamiento del sector más acomodado de la # Organización Mundial de la Salud 2001 53 Salud y medio ambiente población hacia los barrios periféricos, la acentuación de las privaciones en el casco urbano y el aumento de las enfermedades y la mortalidad (2). En la Inglaterra de mediados del siglo XIX, la población de los barrios residenciales ignoraba en gran medida las dificultades de la población pobre de las ciudades. Fueron la inacción polı́tica consiguiente y la crisis cada vez más grave derivada de la pobreza, las enfermedades y unos asilos de pobres desbordados los que originaron el informe de Chadwick sobre las condiciones de los trabajadores (3). Chadwick sostenı́a que para poner remedio a la crisis social serı́a más eficaz frenar la degradación del medio ambiente que intensificar la prestación de ayuda de «socorro» a través de los asilos de pobres al amparo de las disposiciones de la Ley sobre la Indigencia de 1834, que estipulaba que los desempleados pobres debı́an trabajar para asegurar su subsistencia cotidiana. De todas formas, en el clima de laissez-faire imperante, a los activos representantes de clase media del electorado de los barrios interiores de las ciudades les preocupaban demasiado los problemas inmediatos de su supervivencia comercial como para embarcarse en planes más ambiciosos de mejora del entorno urbano. Ası́, el programa de Chadwick de crear bajo el control de la autoridad central una red de juntas locales de salud, adoptado al amparo de la Ley de Salud Publica de 1848, encontró la resistencia generalizada de unos polı́ticos locales nada comprensivos. Finalmente, el complejo problema de la privación económica, la indigencia urbana y las graves desigualdades en materia de salud se resolvió delegando facultades sanitarias en los municipios locales mediante la Ley de Saneamiento de 1866 (2, 4). Durante los tres decenios siguientes, las autoridades urbanas de Inglaterra, utilizando nuevas tecnologı́as sanitarias y empréstitos del sector público, transformaron los servicios de alcantarillado y abastecimiento de agua de empresas privadas en servicios públicos. Este repaso histórico es pertinente para el momento actual, pues el hecho de que muchas grandes ciudades de paı́ses de bajos ingresos no hayan introducido cambios similares las ha dejado enfrentadas a los problemas asociados al deterioro del medio ambiente, las viviendas en malas condiciones, la pobreza y la enfermedad. Las presiones, distorsiones y prioridades de la globalización económica han retrasado aún más el proceso en muchos paı́ses. Hasta el segundo cuarto del siglo XX, las enfermedades infecciosas eran la causa principal de mortalidad entre las poblaciones urbanas de los paı́ses industrializados. Sin embargo, la mortalidad debida a las infecciones habı́a comenzado a descender durante el siglo XIX. McKeown atribuye fundamentalmente el descenso de la mortalidad registrado a partir de 1850 a la mejora de las condiciones sociales y ambientales (5). Señala que las mejoras conseguidas en el suministro de alimentos y la nutrición aumentaron las defensas biológicas contra las enfermedades infecciosas y que la mejora de la vivienda, la posibilidad de disponer de sistemas de 54 abastecimiento de agua en condiciones más adecuadas, el aumento de la alfabetización y la introducción del concepto de higiene doméstica comportaron una mayor protección para los lactantes y los niños. Varios autores coinciden ampliamente con las afirmaciones de McKeown, pero otros han subrayado la importancia de las intervenciones deliberadas de salud pública, entre ellas la ingenierı́a sanitaria, la eliminación de los desechos y la vacunación (6). En Francia, por ejemplo, se produjo un aumento notable de la esperanza de vida, primero en Lyon en el decenio de 1850, luego en Parı́s en los decenios de 1860 y 1870 (aunque más lentamente), y posteriormente en Marsella, hacia 1890; en todos los casos el aumento de la esperanza de vida estuvo asociado con la mejora deliberada del sistema público de abastecimiento de agua y saneamiento en cada una de esas ciudades (7). Al intensificarse la industrialización, la ausencia generalizada de controles de la calidad del aire permitió que aumentaran los niveles de contaminación en las ciudades industrializadas. A mediados del siglo XX se produjeron episodios espectaculares de contaminación atmosférica en Europa y América del Norte, incluido el smog del gran Londres en el invierno de 1952. Estas experiencias dieron lugar a una nueva legislación, que desde entonces ha propiciado la disminución general de la contaminación del aire en los paı́ses desarrollados. Las diferentes categorı́as principales de contaminantes atmosféricos han seguido una trayectoria marcada por fases distintas (7). Las emisiones de las oscuras fábricas satánicas de la Europa industrializada de las que hablaba William Blake comenzaron a disminuir a comienzos del siglo XX, y las emisiones de dióxido de azufre lo hicieron a partir de mediados del siglo. En cambio, todavı́a siguen aumentando las emisiones de dióxido de carbono y de partı́culas muy finas. La trayectoria de aumento y disminución, o «U invertida», que muestran las mediciones de humo y dióxido de azufre se conoce a veces como la «curva ambiental de Kuznets», en referencia al gráfico mediante el cual este economista describió en los años cincuenta el aumento y disminución posterior de las disparidades de ingresos en un determinado paı́s a medida que crecı́a la riqueza de los paı́ses industrializados. Sin embargo, no todos los contaminantes ambientales urbanos han seguido la misma trayectoria (8). Por ejemplo, los problemas de saneamiento doméstico en los paı́ses occidentales han seguido una trayectoria descendente desde las primeras etapas de la industrialización, mientras que las emisiones de dióxido de carbono y los desechos de los consumidores mantienen su tendencia al alza. Presumiblemente, la tendencia actual de estos últimos contaminantes se situarı́a en el tramo ascendente de la U invertida. La secuencia de aumento y disminución de los contaminantes ambientales no es una ley de la naturaleza. En las megaciudades del mundo en desarrollo, como Ciudad de México, São Paulo y Nueva Delhi, sus habitantes se ven enfrentados Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 Globalización, salud y entorno urbano muchas veces a lo peor de los dos mundos, el tradicional y el moderno. Soportan muy distintos tipos de contaminación, desde la falta de saneamiento (que conlleva la exposición a los excrementos humanos y un agua insalubre) a la existencia de peligrosos productos quı́micos orgánicos sintéticos en el aire, los alimentos y el agua. Por ejemplo, en Nueva Delhi (India), la concentración de bacterias coliformes en el principal rı́o de la ciudad, el Yamuna, se multiplica por 3000 desde que entra en la ciudad hasta que sale de ella (9). Ese tramo del rı́o recibe también 20 millones de litros de efluentes industriales. Además, la ciudad ocupa uno de los últimos lugares del mundo por la calidad del aire, especialmente durante los meses más frı́os. Chaplin apunta tres razones por las que no se ha aplicado con éxito un programa de saneamiento urbano en la India (4). En primer lugar, la administración local de las zonas urbanas carece de los recursos y la voluntad necesarios para afrontar los problemas del interior de las ciudades, que tienen su origen en la pobreza, el hacinamiento y un crecimiento urbano desordenado. Las clases medias y altas influyentes se han trasladado a nuevos barrios más verdes, y en el clima de indiferencia imperante florecen la corrupción y la incompetencia. En segundo lugar, los pobres de los núcleos urbanos, analfabetos, fragmentados y relativamente indefensos, no constituyen una clara amenaza polı́tica. En tercer lugar, la disponibilidad de vacunas, antibióticos e instalaciones sanitarias eficaces ha permitido que las clases medias olviden los riesgos ambientales que amenazan la salud de los pobres. La medicina y la tecnologı́a sanitaria modernas aı́slan a las clases medias de las amenazas de las enfermedades infecciosas. Las tres vı́as principales por las que el entorno urbano incide en la salud humana son los cambios sociales asociados a la urbanización y el modo en que esos cambios influyen en los riesgos comportamentales para la salud; los riesgos microbiológicos y de toxicidad que encierra el entorno fı́sico urbano; y el impacto medioambiental en gran escala de las poblaciones urbanas modernas, que provoca riesgos generalizados y a largo plazo para la salud al perturbar los sistemas de la biosfera necesarios para la vida. El urbanismo como agente de cambio de las relaciones sociales y el comportamiento individual El urbanismo propicia numerosos cambios en el comportamiento humano que afectan al riesgo de padecer enfermedades. Por ejemplo, las ciudades se caracterizan por la existencia de niveles elevados de humo de tabaco, por los traumatismos y las muertes producidos por el tráfico y por la obesidad de la población adulta (11). La mayor incidencia de obesidad ilustra varios aspectos del modo de vida urbano. En la población de las ciudades, ello es consecuencia de un acceso más fácil a alimentos Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 elaborados muy energéticos, unido a la disminución de la actividad fı́sica en el trabajo, el hogar y las actividades recreativas. Ası́ pues, el modo de vida urbano comporta un desequilibrio energético que conduce a la obesidad, la cual aumenta notablemente el riesgo de sufrir hipertensión y diabetes de tipo II (del adulto) (11, 12). La facilitación urbana del tráfico microbiano, a causa de la mayor intensidad y diversidad de la movilidad humana, los contactos y las conductas sexuales, fue posiblemente decisiva para la propagación del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), por lo demás difı́cilmente transmisible, durante el decenio de 1980 (13). El urbanismo, la mayor movilidad y la relajación de las normas culturales tradicionales imponen nuevos sistemas de comportamiento humano, incluso cambios en las actividades sexuales y el consumo de drogas ilı́citas (14). La amplia transmisión del virus de la inmunodeficiencia humana en los años ochenta y noventa se debió en gran medida a la combinación de una nueva libertad sexual, los intercambios entre las zonas urbanas y rurales y los viajes a larga distancia. Análogamente, las tasas notificadas de intoxicación alimentaria han aumentado en los paı́ses industrializados durante los dos últimos decenios y casi se han duplicado en el Reino Unido entre mediados del decenio de 1980 y el de 1990 (15). Probablemente ello se debe a varios factores, entre ellos las cada vez más largas lı́neas de suministro entre producción y consumo en unos entornos sociales urbanos complejos, los cambios en el comportamiento de los consumidores y, tal vez, la existencia de veranos más cálidos desde los años setenta. Sin embargo, la vida urbana también comporta muchos beneficios para la salud. En las ciudades, el acceso a los servicios sanitarios, la educación y los servicios financieros y sociales es más fácil que en las zonas rurales. La vida comunitaria puede ser rica y satisfactoria. El entorno urbano presenta una gran diversidad, es estimulante y ofrece nuevas oportunidades. La movilidad individual y familiar hace que sea más fácil escapar a unas relaciones sociales opresivas que en una comunidad rural conservadora. Sin embargo, las ciudades son muchas veces impersonales y alienantes, y en ocasiones amenazadoras. Riesgos microbiológicos, fı́sicos y quı́micos En las grandes ciudades de los paı́ses menos adelantados, a los tradicionales problemas de salud asociados a los ambientes de pobreza, particularmente las infecciones respiratorias e intestinales, se suman los provocados por unas viviendas en malas condiciones y por la industrialización no regulada. Por consiguiente, sus habitantes corren el riesgo de sufrir enfermedades y lesiones relacionadas con un saneamiento deficiente, el consumo de agua insalubre, las carreteras peligrosas, la contaminación del aire, la contaminación en espacios cerrados y los desechos tóxicos. El Centro de las Naciones Unidas 55 Salud y medio ambiente para los Asentamientos Humanos ha señalado que el deterioro del entorno es evidente en la mayor parte de las zonas urbanas de África. Esta tendencia parece haberse acentuado en muchos paı́ses por los efectos de los programas de ajuste estructural, en los que los trabajadores urbanos resultaron más perjudicados que los pequeños productores rurales (16). En los paı́ses en desarrollo, la mortalidad de lactantes es como mı́nimo cuatro veces mayor entre los segmentos más pobres de las poblaciones urbanas que en las capas más acomodadas. También existen grandes diferencias entre ricos y pobres en la incidencia de enfermedades infecciosas relacionadas con el medioambiente, como la tuberculosis, la fiebre tifoidea y el cólera, ası́ como en la exposición a la contaminación del aire y de los espacios cerrados (1). Los problemas psicosociales para la salud — la depresión, el abuso del alcohol y las drogas, el suicidio, la violencia y los asesinatos — también guardan relación con los ingresos. En las grandes ciudades de todas las regiones, los pobres son las vı́ctimas principales de los ataques contra la propiedad, las agresiones, la violación y el asesinato. La población más acomodada hace frente a esos problemas erigiendo barreras más altas y empleando a un mayor número de guardias de seguridad. Entonces, la vulnerabilidad de los pobres es aún mayor porque con unos niveles elevados de desempleo y de pobreza es inevitable que se generalicen el delito y la violencia. La pobreza es, pues, algo más que la carencia de ingresos. La pobreza urbana es la variable predictiva más importante de los riesgos ambientales para la salud cuando su definición incluye otras formas de privación como los bienes materiales, la influencia polı́tica, el acceso a servicios básicos y el acceso al capital social (17). Satterthwaite señala que, a pesar de que desde 1990 se han hecho en algunas ciudades progresos importantes en la mejora de las condiciones de la vivienda entre los grupos de bajos ingresos, y de que ahora se aplican en todas partes planteamientos más eficaces, la población urbana cuya salud se ve gravemente afectada por problemas ambientales ha aumentado, probablemente de forma significativa, durante el decenio de 1990, en parte porque la población urbana continúa creciendo rápidamente en la mayor parte de África, Asia y América Latina y, también, por la ineficacia y las deficiencias de la gobernanza urbana y por el aumento incesante de la pobreza urbana en muchas naciones (18). Afirma que lo que se olvida con frecuencia es la contribución a la reducción de la pobreza que suponen las ventajas para la salud derivadas de la mejora de las condiciones de la vivienda y el suministro de servicios de agua salubre, saneamiento y eliminación de los desechos. Riesgos microbiológicos La urbanización acelerada, al transformar la ecologı́a humana moderna, está intensificando el tradicional papel de las ciudades como vı́a de entrada de las infecciones. El hacinamiento y las condiciones anti56 higiénicas potencian considerablemente la transmisión de las enfermedades infecciosas: muchas de ellas florecen en los lugares donde falta el agua y donde los sistemas de drenaje, saneamiento y eliminación de los residuos sólidos son inadecuados. El desplazamiento de la población desde las zonas rurales hacia las ciudades y la mayor movilidad dentro de éstas ofrecen nuevas oportunidades a una serie de microbios marginales y mal conocidos (19). Un estudio realizado en Kwa-Zulu Natal (Sudáfrica) ha puesto de manifiesto que la esquistosomiasis, una enfermedad de transmisión vectorial, se está propagando por las zonas urbanas a través de la emigración de la población rural a asentamientos no estructurados en torno a las ciudades (20). Por idénticos motivos, entre los que figuran los servicios sanitarios deficientes, la filariasis, otra infección transmitida por vectores (que se conoce también como elefantiasis y que es propagada por un mosquito culı́cido que se reproduce en aguas contaminadas), se ha propagado en ciudades de Recife, en el nordeste del Brasil (21). La fiebre amarilla, la peste (especialmente en Madagascar), la enfermedad de Lyme y la leishmaniasis cutánea tienen ahora una distribución más urbana, como consecuencia de los cambios experimentados por la demografı́a y el comportamiento humanos y por el entorno a medida que avanza la urbanización (22). Preocupa ahora que si sigue aumentando la temperatura en el mundo, como ha ocurrido durante los últimos 25 años, la prevalencia de las infecciones transmitidas por mosquitos, como el paludismo, aumentará en ciudades (como Nairobi y Harare) emplazadas en zonas de altitud elevada de paı́ses de latitudes bajas. El desplazamiento reciente de ese tipo de vectores y las enfermedades que transmiten a mayores altitudes puede ser consecuencia del cambio climático (23), aunque la escasez de datos hace difı́cil determinar la causa. Guarda relación con ello la creencia de algunos climatólogos de que por efecto del calentamiento mundial se intensificarán las precipitaciones y aumentarán las inundaciones locales, lo que facilitará la reproducción de los mosquitos y ocasionará la contaminación microbiológica de fuentes urbanas de agua potable. El avance de la fiebre del dengue en las zonas tropicales y subtropicales se ha visto favorecido por la expansión de los criaderos del mosquito Aedes aegypti en las zonas urbanas. Esta enfermedad ha pasado a ser la enfermedad infecciosa de transmisión vectorial de mayor incidencia en las zonas urbanas. La propagación más reciente (particularmente a través del comercio internacional de neumáticos usados de automóviles que contienen huevos de mosquito) del segundo mosquito vector de la fiebre del dengue, Aedes albopictus, ha aumentado el riesgo de infección en los núcleos urbanos de varias zonas subtropicales y zonas templadas más cálidas. Riesgos fı́sicos y quı́micos El entorno urbano moderno se caracteriza por la industrialización, el hacinamiento, la generación de Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 Globalización, salud y entorno urbano desechos y la densidad de los sistemas de transporte. Este conjunto de factores, agravado por la pobreza reinante en las zonas periurbanas de muchos paı́ses en desarrollo y en el interior de las ciudades del mundo desarrollado, introduce numerosos riesgos ambientales para la salud (1, 24). Puede tratarse de riesgos evidentes, como los traumatismos por accidentes de tráfico o el incremento de los ataques de asma cuando la contaminación del aire es elevada, o más insidiosos, como la exposición al plomo ambiental. Exposición al plomo ambiental. En 1997, el Banco Mundial, que habı́a fijado 10 objetivos principales destinados a mejorar la salud y el medio ambiente, dio la máxima prioridad a la eliminación del plomo de la gasolina (25). La exposición al plomo viene produciéndose en el entorno urbano desde hace muchos decenios; el plomo procede de las emisiones industriales, de las pinturas empleadas para las viviendas y del combustible utilizado por muchos automóviles (24, 26). En muchos paı́ses de ingresos elevados, entre ellos los Estados Unidos y Australia, se han establecido recientemente lı́mites más bajos de exposición ambiental al plomo para proteger a los niños de corta edad. Sin embargo, el saturnismo infantil — un riesgo de especial importancia para su desarrollo neurocognitivo — es un problema de creciente gravedad en muchos paı́ses de bajos ingresos, especialmente en las zonas urbanas. Se han observado concentraciones elevadas de plomo en sangre en ciudades como Bangkok, Yakarta, Taipei, Santiago y Ciudad de México (7, 26). En Dhaka (Bangladesh), la concentración de plomo en la atmósfera figura entre las más elevadas del mundo, y la concentración media de plomo en sangre en una muestra aleatoria de 93 hombres dedicados a tirar de los rickshaw, era de 53 mg/dl, cinco veces mayor que el lı́mite aceptable en los paı́ses de ingresos elevados. El contenido de plomo de la gasolina que se vende en África es el mayor del mundo, y se asocia a la presencia de elevadas concentraciones de plomo en la atmósfera, el polvo y el suelo. Las actividades industriales, las industrias artesanales y los hogares son otras fuentes de exposición al plomo en África. En estudios realizados recientemente, más del 90% de los niños de la provincia del Cabo, en Sudáfrica, tenı́an concentraciones de plomo en sangre superiores a 10 mg/dl (27). La estimación más fiable de la neurotoxicidad del plomo a dosis bajas en los niños procede de estudios de cohortes realizados entre poblaciones urbanas de paı́ses industrializados. Estos estudios indican que los niños de edad preescolar en los que la concentración de plomo en sangre se encuentra en los quintiles superior e inferior — lo que representa una diferencia de unos 10 mg/dl — muestran una diferencia constante de 2%–3% en las pruebas de inteligencia (28). Es posible, pues, que existan déficit generalizados de inteligencia infantil provocados por el plomo en las ciudades de paı́ses en desarrollo con niveles permanentemente elevados de exposición ambiental al plomo. Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 El transporte urbano y la contaminación del aire. Una de las consecuencias de la influencia que las empresas transnacionales ejercen a escala mundial es el aumento espectacular del número de automóviles de propiedad privada. En el año 2000 habı́a en todo el mundo más de 750 millones de automóviles. Este rápido crecimiento de los automóviles de propiedad privada refleja la influencia de la publicidad, el poder del grupo de presión del transporte, la afluencia de los consumidores y su búsqueda de estatus, confort y movilidad. En las ciudades que carecen de transporte público, los automóviles privados son especialmente apreciados. La congestión del tráfico es endémica en ciudades de todo el mundo (29). Además de la fragmentación de los barrios, el ruido y las restricciones al ejercicio fı́sico, existen tres amplias categorı́as de peligros para la salud publica derivados del tráfico automovilı́stico en las ciudades. En primer lugar, más de 750 000 personas mueren todos los años a causa de los accidentes de tráfico, incluidos ocupantes de automóviles, peatones y ciclistas, en su mayor parte en los paı́ses en desarrollo (30). En segundo lugar, las emisiones de los vehı́culos contaminan el aire local, y en verano en particular, causan la niebla fotoquı́mica. En los últimos decenios, la contaminación del aire de las ciudades se ha convertido en un problema de salud pública en todo el mundo, particularmente en muchas grandes ciudades de los paı́ses en desarrollo. Se calcula que todos los años se producen 130 000 muertes prematuras y de 50 a 70 millones de casos de enfermedades respiratorias en los paı́ses en desarrollo, la mitad de ellos en el Asia oriental, como consecuencia de la contaminación del aire urbano (31). En Ciudad de México, por ejemplo, tres cuartas partes de la contaminación del aire se deben a los gases de escape de los automóviles, y casi la mitad de las sustancias tóxicas implicadas proceden de la misma fuente (32). En São Paulo, que cuenta actualmente con una población cercana a los 17 millones de habitantes, el desarrollo acelerado ha creado una cultura de dependencia del automóvil, y las inversiones en las redes de metro y de ferrocarril son muy escasas. En los últimos 25 años se ha duplicado en São Paulo el número de trayectos realizados en vehı́culos motorizados, que ha pasado del 25% al 50%; se estima que existen en la ciudad cinco millones de vehı́culos, dos tercios de los cuales circulan por sus calles todos los dı́as (33). Los estudios realizados en otras partes han puesto de manifiesto que el aumento de los óxidos de nitrógeno y de las partı́culas finas en el aire va acompañado de una mayor incidencia y mortalidad de las enfermedades respiratorias en los niños y los ancianos durante varios dı́as. El relieve y el clima locales agravan la contaminación atmosférica en invierno, época durante la cual una fuerte inversión térmica mantiene los contaminantes próximos al suelo (33). En tercer lugar, las emisiones de gases de escape contribuyen a la lluvia ácida y a la acumulación mundial de dióxido de carbono. Todos esos fenómenos tienen consecuencias de gran alcance 57 Salud y medio ambiente para la salud humana. En los paı́ses desarrollados, los gases de escape representan aproximadamente la cuarta parte de las emisiones de dióxido de carbono. Las olas de calor, la vulnerabilidad y la mortalidad urbanas. Las olas de calor afectan negativamente a la salud. Todo parece indicar que en el próximo siglo tendrán una mayor frecuencia e intensidad con el aumento de las temperaturas (34). Donde mayores son los efectos de las olas de calor sobre la mortalidad es en el centro de las grandes ciudades, en donde no sólo las temperaturas tienden a ser más elevadas que en los barrios periféricos y en el campo circundante, sino que además el enfriamiento es menor durante la noche. Este efecto de isla de calor está provocado por las grandes estructuras y las extensiones de asfalto sin árboles del interior de las ciudades, que retienen el calor, y por los obstáculos fı́sicos que impiden que soplen las brisas que enfrı́an el ambiente. Los estudios de las olas de calor han demostrado que las personas más vulnerables a las enfermedades y la muerte relacionadas con el calor son los ancianos, los enfermos y los pobres de las zonas urbanas. En los Estados Unidos, una ola de calor que se registró en Chicago, en julio de 1995, con temperaturas de 40 oC, provocó la muerte de más de 460 personas. La tasa de muertes relacionadas con el calor fue mucho más elevada entre los afroamericanos que en el resto de la población, ası́ como entre las personas obligadas a guardar cama o que vivı́an en bloques de apartamentos mal ventilados del interior de la ciudad (35). Durante la intensa ola de calor que afectó a Inglaterra y Gales en 1995, el número de fallecimientos causado por enfermedades respiratorias y cerebrovasculares aumentó en un 10%, particularmente entre las personas adultas (36). En la zona del gran Londres, donde las temperaturas eran más elevadas durante el dı́a (y donde, como en todas las grandes ciudades, el enfriamiento es menor durante la noche), la mortalidad aumentó alrededor del 15%. El riesgo de incremento de la mortalidad fue por lo general mayor entre los grupos socioeconómicamente desfavorecidos (37). Es necesario estudiar los efectos de los fenómenos extremos de calor y de frı́o en las poblaciones urbanas de los paı́ses en desarrollo, pues hasta la fecha la labor de investigación se ha circunscrito casi totalmente a los Estados Unidos y Europa. La agricultura en las zonas urbanas. En muchos paı́ses en desarrollo se practican cada vez más actividades agrı́colas en las zonas urbanas. Normalmente, entre una cuarta parte y tres cuartas partes de las familias llevan a cabo alguna labor de horticultura en pequeña escala para procurarse alimentos, por lo general a pesar de la desaprobación oficial y de las prohibiciones reglamentarias. Esta actividad responde a factores culturales y económicos: el mantenimiento de las tradiciones y el conocimiento rurales y el deseo de conseguir una cierta seguridad (mayoritariamente las mujeres) frente a la pobreza monetaria. 58 La agricultura urbana ofrece beneficios nutricionales, económicos y sociales, pero también presenta riesgos para la salud, como la potenciación de las enfermedades infecciosas transmitidas por vectores (a causa, por ejemplo, de la aparición de criaderos de mosquitos en los canales de riego), la exposición a plaguicidas y a diversos tipos de contaminación de los alimentos cultivados localmente, por la presencia de plomo y de otros metales pesados en el suelo, y la contaminación microbiológica debida a la utilización de excrementos humanos como abono. Trascendencia del impacto urbano en la salud ambiental Existe un marco más amplio en el que debe considerarse la salud en un entorno urbano. El impacto de las poblaciones urbanas en rápido crecimiento sobre el entorno general es cada vez mayor y está vinculado con el complejo proceso de globalización. Este proceso conlleva un aumento de distintas formas de interrelación que trascienden las fronteras nacionales y otras demarcaciones tradicionales (38). El proceso de globalización, que ha ido evolucionando a lo largo de varios siglos, se ha intensificado enormemente durante los dos últimos decenios por efecto de la remodelación económica transnacional del comercio y las inversiones mundiales, conforme la economı́a de libre mercado adquirı́a mayor preeminencia ideológica y polı́tica. Los cambios revolucionarios experimentados paralelamente por la movilidad humana y por las comunicaciones electrónicas han contribuido a esa interdependencia. El eje central de la globalización económica es la nueva libertad del capital para desplazarse a través de las fronteras nacionales y el consiguiente mercado monetario internacional, hoy liberado de los controles sobre los tipos de cambio. La globalización económica ha dado lugar a una división internacional del trabajo. En particular, los paı́ses industrializados de ingresos elevados contratan cada vez más la fabricación de productos de bajo valor añadido — como el calzado, el vestido y los juguetes — y la introducción de procesos de escaso valor añadido — como el montaje electrónico — con los paı́ses más pobres, donde la mano de obra es barata y las condiciones de trabajo están poco reglamentadas. Los paı́ses menos desarrollados, con unos mercados nacionales reducidos, tratan de generar riqueza exportando productos de la industria ligera al mundo desarrollado, donde el bajo precio de esos productos ayuda a mantener baja la inflación. Estas prácticas tienen dos consecuencias fundamentales para los paı́ses menos desarrollados. En primer lugar, las fuerzas económicas supranacionales amplı́an la estratificación socioeconómica. La población que trabaja en sectores favorecidos (por ejemplo, el turismo) prospera, mientras que quienes lo hacen en las manufacturas destinadas a la exportación perciben salarios de subsistencia, y los que permanecen en Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 Globalización, salud y entorno urbano sectores que no se han incorporado a la economı́a global (por ejemplo, muchos trabajadores rurales) experimentan dificultades. Ası́, muchas comunidades rurales resultan marginadas, tanto a escala mundial como nacional, y ello desencadena inevitablemente una espiral de degradación ambiental, aumento de la pobreza, inseguridad alimentaria, retraso del crecimiento de los niños y mayores riesgos para la salud derivados de las enfermedades infecciosas. En segundo lugar, el descenso de los precios de los productos básicos y los bajos precios pagados por los productos manufacturados con bajo valor añadido en un mercado mundial competitivo donde ya no cuentan las lealtades comerciales pueden reducir a los paı́ses exportadores a una situación de pobreza permanente. La aparición de suburbios y barrios de chabolas en las ciudades del mundo en desarrollo y en sus proximidades refleja la persistente y creciente desigualdad económica existente en el mundo. En todas partes, son los habitantes más pobres de las grandes ciudades los que más sufren las consecuencias negativas de la degradación ambiental sobre la salud. A menudo, las actividades industriales se concentran cerca de comunidades depauperadas que viven en los lı́mites de las zonas urbanas donde apenas se cumplen las normas ambientales. En Sudáfrica, por ejemplo, está bien documentada la contaminación industrial que afecta a núcleos urbanos como Soweto y Mafefe (39). Dos quintas partes de la población de Soweto viven en viviendas cubiertas con tejados de amianto. Las «huellas ecológicas» urbanas, un peligro para la sostenibilidad mundial Las poblaciones urbanas son un elemento esencial de la presión creciente a que están sometidos los ecosistemas del mundo. Según Girardet, las ciudades son también grandes elaboradoras de los alimentos, combustibles y numerosas materias primas que alimentan a una civilización. Con su complejo metabolismo, funcionan como enormes organismos sin precedentes en la naturaleza: sus conexiones se extienden por todo el planeta (40). Por eso, las ciudades dejan cada vez más «huellas ecológicas» (41). La urbanización tiene beneficios ecológicos, como por ejemplo las economı́as de escala, la utilización compartida de los recursos y la posibilidad de reutilizar y reciclar los productos. Sin embargo, tiene grandes externalidades, es decir, costos ambientales y sociales que no se reflejan en los precios de mercado. Las poblaciones urbanas dependen del suministro de alimentos y materias primas (madera, metales, fibra, etc.) importados, de fuentes externas de energı́a (sobre todo combustibles fósiles) y de la posibilidad de eliminar en otras partes sus cuantiosos desechos. Las poblaciones urbanas necesitan para sobrevivir los bienes y servicios ambientales producidos en una zona mucho más amplia que la propia ciudad. Para alimentar a los habitantes de la Roma imperial, Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 hace 2000 años, habı́a que importar más de 1000 toneladas de cereales diarios del norte de África. En la actualidad, los Paı́ses Bajos, una zona muy industrializada, consumen recursos procedentes de una superficie 15 veces más extensa que el propio paı́s. El consumo de alimentos, madera, papel y fibras de las 29 ciudades del Báltico exige una superficie total 200 veces mayor que la de todas ellas; esa superficie total comprende 17 unidades de bosque, 50 unidades de tierra cultivable y 133 unidades de ecosistemas marinos (42). Análogamente, Rees estima que los casi 500 000 habitantes de Vancouver (Canadá), que ocupan 11 400 hectáreas, utilizan la producción y servicios ecológicos de 2,3 millones de hectáreas (41). Esta relación de 207:1 en la población urbana es notablemente mayor que la relación de 12:1 de la población regional de la cuenca baja del Fraser, que incluye al conjunto de Vancouver. No hay nada intrı́nsecamente negativo en esas proporciones en tanto en cuanto las poblaciones urbanas en su conjunto puedan conseguir un modo de vida ecológicamente sostenible. Las externalidades de las poblaciones urbanas alcanzan una escala cada vez más grande (40, 43). Ahora incluyen una gran incidencia en diversos problemas del mundo, como la acumulación de gases de efecto invernadero, el agotamiento del ozono de la estratosfera, la degradación de la tierra y la destrucción de las zonas costeras. En efecto, las ciudades contribuyen enormemente a las presiones en gran escala que ejerce la población sobre los sistemas de la biosfera necesarios para la vida. De esos sistemas dependen la estabilización del medio ambiente, la productividad biológica, la limpieza del agua y el aire y el reciclado de los nutrientes. Mientras que nuestros antecesores podı́an dar por sentado esos servicios ambientales en un mundo menos poblado sobre el que ejercı́an menor impacto, hoy dı́a la humanidad está modificando el medio ambiente mundial a un ritmo sin precedentes. Estos cambios en gran escala plantean riesgos a largo plazo para la salud de las poblaciones humanas (44). El más destacado de esos cambios es el climático, que se produce por la acumulación de origen humano de gases de efecto invernadero que retienen calor en las capas bajas de la atmósfera (34). El mundo desarrollado urbanizado, en el que vive la quinta parte de la población del mundo, produce casi las tres cuartas partes de las emisiones antropógenas de gases de efecto invernadero (34). La contribución de las poblaciones urbanas de los paı́ses en desarrollo a ese fenómeno está aumentando rápidamente, aunque en la mayorı́a de los casos el punto de partida es más bajo. Un breve examen del cambio climático y la salud ilustra la naturaleza de esos peligros para la salud (45) y el hecho de que, en general, las poblaciones pobres de las zonas urbanas serán especialmente vulnerables a los efectos negativos del cambio climático sobre la salud (37). Una mayor incidencia de las olas de calor harı́a aumentar la mortalidad y las enfermedades relacionadas con el calor durante el 59 Salud y medio ambiente verano. En cambio, unas temperaturas menos frı́as durante el invierno reducirı́an el número adicional de fallecimientos que se producen durante esa estación. El tiempo caluroso también aumentarı́a la formación de niebla fotoquı́mica (por ejemplo ozono) en las zonas urbanas, intensificando los riesgos para la salud. Otros efectos sanitarios del cambio climático serı́an los derivados de la alteración de los sistemas biofı́sicos del mundo, que afectarı́an a varios elementos fundamentales de la salud pública, como la producción de alimentos suficientes a nivel local, el abastecimiento de agua de bebida salubre, la provisión de asentamientos comunitarios seguros y de viviendas para las familias y la capacidad de controlar diversas enfermedades infecciosas. Es posible que los cambios más tempranos sean resultado de las alteraciones en la distribución geográfica (en latitud y altitud) y la estacionalidad de determinadas enfermedades infecciosas transmitidas por vectores, como el paludismo, el dengue, la esquistosomiasis, la leishmaniasis, la enfermedad de Lyme y varias encefalitis vı́ricas transmitidas por garrapatas (23, 46). El aumento del nivel del mar y el desplazamiento de poblaciones debido a los peligros fı́sicos, la pérdida de tierras, la disminución del abastecimiento de agua, las perturbaciones económicas y los conflictos civiles también deteriorarı́an la salud. Probablemente, estos efectos y los derivados de la modificación de los rendimientos de la agricultura no se harı́an patentes hasta después de varios decenios. Las peculiaridades del comportamiento de los sistemas climáticos a escala local dificultan las estimaciones del impacto regional del cambio climático. Sin embargo, se está progresando en la elaboración de modelos regionales. Por ejemplo, los climatólogos consideran que en 2050 la temperatura podrı́a aumentar en 1,6 oC en el Sahara y en las zonas semiáridas del África meridional, y en 1,4 oC en paı́ses ecuatoriales como el Camerún, Uganda y Kenya (34). La tendencia de las precipitaciones medias del periodo 1901–1995 muestra que las lluvias han aumentado en algunas regiones de África y han disminuido en otras. Las previsiones indican que las lluvias aumentarán en el África oriental y disminuirán en el norte de África (47). Estas proyecciones tropiezan con problemas al intentar aplicar a nivel regional los modelos mundiales de predicción. Pero hay otra cara de la moneda en este cálculo de los riesgos para la salud. Si el mundo cumpliera los objetivos de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, en el entorno urbano se consumirı́an menos combustibles sólidos y se evitarı́an en gran parte las enfermedades y la mortalidad provocadas por los contaminantes atmosféricos tóxicos (48). Las estimaciones que se han hecho sobre China indican que si ese paı́s cumpliera el Protocolo de Kyoto de 1997 (acordado en el seno de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) reduciendo las emisiones de CO2, en 2020 el número anual de defunciones prematuras por contaminación del aire (externo) que se podrı́an evitar se situarı́a 60 entre 2000 y 16 000; si además se redujera simultáneamente la exposición a la contaminación en espacios cerrados (donde el carbón es el principal combustible doméstico y la exposición es a menudo extrema) se evitarı́an de 50 000 a 500 000 fallecimientos. La amplitud de esos márgenes refleja la existencia de enfoques tecnológicos alternativos a la reducción de las emisiones, ası́ como la incertidumbre que afecta a los riesgos sanitarios de dosis especı́ficas (49). Conclusión La vida urbana es la piedra angular de la ecologı́a humana. Los humanos son animales sociales, ávidos de confort, seguridad, diversidad y oportunidades. Las ciudades son fuentes de ideas, energı́a, creatividad y tecnologı́a. Pueden fomentar un modo de vida ilustrado, agradable y multicultural. Sin embargo, también son fuente de pobreza, desigualdades y peligros medioambientales para la salud. Las poblaciones de las ciudades de los paı́ses menos adelantados corren un doble peligro, pues están expuestas tanto a los riesgos tradicionales de las enfermedades infecciosas como a los peligros fı́sicos y quı́micos que llevan consigo una industrialización mal regulada, unas viviendas en malas condiciones, los peligros del tráfico y la violencia social. Las poblaciones urbanas del mundo entero ejercen una presión cada vez mayor sobre el medio natural. Con el aumento de la quema de combustibles sólidos, la roturación de tierras y el incremento del número de consumidores y sus expectativas, las ciudades contribuyen a la degradación de los sistemas naturales del mundo. Estos problemas ambientales en gran escala deben remediarse mediante estrategias que beneficien a todas las partes, y que además reduzcan los peligros medioambientales para la salud, por lo general desigualmente repartidos. La pobreza ocupa un lugar central en ese desafı́o, pero una gestión más adecuada del medio ambiente es parte importante de la solución (39). Las soluciones exigen transformaciones sociales y tecnológicas radicales, tales como la intensificación de la educación y la formación, la transferencia internacional de tecnologı́a apropiada, el reforzamiento del papel del Estado como una institución moderna, eficiente y transparente, una redistribución más igualitaria de los ingresos, especialmente en los paı́ses en desarrollo, el alivio internacional de la deuda y un verdadero compromiso internacional de compartir los recursos mundiales de propiedad común (como la atmósfera y la pesca en los océanos). Este último objetivo se podrı́a alcanzar mediante una convergencia que otorgara a cada persona, a escala internacional, igualdad de acceso a las fuentes de emisiones a la biosfera y a sumideros que absorbieran los desechos (tanto el Protocolo de Montreal de 1987 como el Protocolo de Kyoto de 1997, relativos a la reducción de la emisión de gases destructores del ozono y de efecto invernadero, respectivamente, Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 Globalización, salud y entorno urbano apuntan en la dirección de una convergencia entre paı́ses en las emisiones atmosféricas por persona). Sin duda, en el siglo XXI modificaremos el diseño de las ciudades y las usaremos de otro modo. Probablemente, los urbanistas desarrollarán criterios que nos permitirán vivir en aldeas urbanas de alta densidad separadas por parques, instalaciones recreativas y zonas verdes, y comunicadas mediante formas de transporte ferroviario ligero. Reaparecerá la vegetación urbana, los jardines y la horticultura. Se volverán a crear estructuras y servicios comunitarios urbanos a escala humana. Se adoptarán tecnologı́as de transporte y generación de energı́a respetuosas con el medio ambiente. Y lo que es más importante, se procurará fomentar la equidad social y la adopción de modos de vida ecológicamente sostenibles. Las ciudades se han convertido en los grandes centros contemporáneos de la ecologı́a humana. Son el catalizador de nuevas formas de vida de la humanidad. Unas ciudades ecológicamente sostenibles, basadas en tecnologı́as de bajo impacto y en formas inteligentes y solidarias de organización social, serán un elemento esencial de nuestra futura supervivencia. n Referencias 1. Brennan EM. Population, urbanization, environment and security: a summary of the issues. Environmental Change and Security Project Report, 1999, 5: 4–14. 2. Szreter S. Economic growth, disruption, deprivation and death: on the importance of the politics of public health for development. Population and Development Review, 1997, 23: 702–703. 3. Chadwick E. Report on the sanitary condition of the labouring population of Great Britain. Edinburgh, Edinburgh University Press, 1965 (publicado por primera vez en 1842). 4. Chaplin SE. Cities, sewers and poverty: India’s politics of sanitation. Environment and Urbanization, 1999, 11: 145–158. 5. McKeown T. The modern rise of population. New York, Academic Press, 1976. 6. Szreter S. The importance of social intervention in Britain’s mortality decline c. 1850–1914: a re-interpretation of the role of public health. Social History of Medicine, 1988, 1: 1–37. 7. World development report 1992. Development and the environment. Oxford, Oxford University Press for The World Bank, 1992. 8. Rothman DS, De Bruyn SM. Probing into the environmental Kuznets curve hypothesis. Ecological Economics, 1998, 25: 143–145. 9. Hardoy JE, Mitlin D, Satterthwaite DE. Environmental problems in third world cities. London, Earthscan, 1992. 10. World resources report: 1998–99. Washington, DC, World Resources Institute, 1998. 11. Obesity: preventing and managing the global epidemic. Report of a WHO Consultation on Obesity. Ginebra, Organización Mundial de la Salud, 1998 (documento inédito WHO/NUT /NCD/98.1). 12. McKeigue PM. Cardiovascular disease and diabetes in migrants — interactions between nutritional changes and genetic background. In: Shetty PS, McPherson K, eds. Diet, nutrition and chronic disease: lessons from contrasting worlds. Chichester, John Wiley & Sons, 1997: 59–70. 13. Morse SS. Factors in the emergence of infectious diseases. Emerging Infectious Diseases, 1995, 1: 7–15. 14. McMichael AJ. Urbanisation and urbanism in industrialised nations, 1850–present: implications for human health. In: Schell L, Ulijasek S, eds. Urbanism, health and human biology in industrialised countries. Cambridge, Cambridge University Press, 1999, pp. 21–45. 15. Health and environment in sustainable development: five years after the Earth Summit. Ginebra, Organización Mundial de la Salud, 1997. 16. United Nations Center for Human Settlements (HABITAT)/ Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos (HABITAT). An urbanizing world: global report on human settlements, 1996. Oxford, Oxford University Press, 1996: 559. 17. Informe sobre la salud en el mundo 1995. Reducir las desigualdades. Ginebra, Organización Mundial de la Salud, 1995. 18. Satterthwaite DE. Environmental health and urban poverty and overcrowding. In: Munn T, ed. Encyclopedia of global Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. environmental change. Chichester, John Wiley & Sons, 2000, in press. Wilson ME. Infectious diseases: an ecological perspective. British Medical Journal, 1995, 311: 1681–1684. Johnson CL, Appleton CC. Urban schistosomiasis and rural-urban migration. Abstract presented at the Annual Conference of the Epidemiological Society of Southern Africa, East London, United Kingdom, February 23–25, 2000 (resumen inédito). Maciel A et al. Epidemiological study of bancroftian filariasis in Recife, northeastern Brazil. Memórias do Instituto Oswaldo Cruz, 1996, 91: 449–455. Githeko A et al. El cambio climático y las enfermedades transmitidas por vectores: un análisis regional. (Véanse las páginas 72–82 de esta Recopilación.) Epstein PR et al. Biological and physical signs of climate change: focus on mosquito-borne diseases. Bulletin of the American Meteorological Society, 1998, 78: 409–417. Schell LM. Effects of pollutants on human prenatal and postnatal growth: noise, lead, polychlorobiphenyl compounds and toxic wastes. Yearbook of Physical Anthropology, 1991, 34: 157–188. Listorti J. Is environmental health really a part of economic development — or only an afterthought? Environment and Urbanization, 1999, 11: 89–100. Tong S, Prapamontol T, von Schirnding Y. Environmental lead exposure: a public health problem of global dimensions. Bulletin of the World Health Organization, 2000, 78 (9): 1068–1077. (En las páginas 194–195 de esta Recopilación figura un resumen del artı́culo.) Nriagu JO, Blankson ML, Ocran K. Childhood lead poisoning in Africa: a growing public health problem. The Science of the Total Environment, 1996, 181 (2): 93–100. Tong S et al. Declining blood lead levels and cognitive function during childhood — the Port Pirie cohort study. Journal of the American Medical Association, 1998, 280: 1915–1919. Newman P, Kenworthy G. Cities and sustainability: reducing auto dependency. Washington, DC, Island Press, 1999. McMichael AJ. Transport and health: assessing the risks. In: Fletcher T, McMichael AJ, eds. Health at the crossroads: transport policy and urban health. Chichester, John Wiley & Sons, 1996: 9–26. Maddison D. A meta-analysis of air pollution epidemiological studies. London, Centre for Social and Economic Research on the Global Environment, University College London, 1997. Connolly P. Mexico City: our common future? Environment and Urbanization, 1999, 11: 53–78. Jacobi P, Segura DB, Kjellen M. Governmental responses to air pollution: summary of a study of the implementation of rodizio in São Paulo. Environment and Urbanization, 1999, 11: 79–88. Intergovernmental Panel on Climate Change. Second assessment report. Climate change 1995. Vol. 1–3. New York, Cambridge University Press, 1996. 61 Salud y medio ambiente 35. Semenza JC et al. Heat-related deaths during the July 1995 heat wave in Chicago. New England Journal of Medicine, 1996, 335: 84–90. 36. Rooney C et al. Excess mortality in England and Wales, and in Greater London, during the 1995 heatwave. Journal of Epidemiology and Community Health, 1998, 52: 482–486. 37. Megens T, Kovats RS, McMichael AJ. Mortality impact of heatwaves in the UK, 1976 and 1995. The Globe, 1998, 42: 4–5. 38. Lee K. Globalisation and the need for a strong public health response. European Journal of Public Health, 1999, 9 (4): 249–250. 39. McGranahan G et al. Urbanisation and healthy living environments. In: Environmental change and human health in countries of Africa, the Caribbean and the Pacific. Stockholm, Stockholm Environment Institute, 1999: 166. 40. Girardet H. The Gaia atlas of cities. New directions for sustainable urban living. London, Gaia Books, 1992. 41. Rees WE. Revisiting carrying capacity: area-based indicators of sustainability. Population and Environment, 1996, 17: 195–215. 42. Folke C, Larsson J, Sweitzer J. Renewable resource appropriation. In: Costanza R, Segura O, eds. Getting down to earth. Washington, DC, Island Press, 1996. 62 43. Guidotti T. Perspective on the health of urban ecosystems. Ecosystem Health, 1995, 1: 141–149. 44. McMichael AJ. Planetary overload: global environmental change and the health of the human species. Cambridge, Cambridge University Press, 1993. 45. McMichael AJ, Haines A. Global climate change: the potential effects on health. British Medical Journal, 1997, 315: 805–809. 46. Patz JA et al. Global climate change and emerging infectious diseases. Journal of the American Medical Association, 1996, 275: 217–223. 47. Hulme M, ed. Climate change and southern Africa: an exploration of some potential impacts and implications in the SADC region. Norwich, Climate Research Unit, University of East Anglia, 1996. 48. Working Group on Public Health and Fossil-Fuel Combustion. Short term improvements in public health and global-climate policies on fossil-fuel combustion: an interim report. Lancet, 1997, 350: 1341–1349. 49. Wang X, Smith KR. Near-term benefits of greenhouse gas reductions: health impacts in China. Environmental Science and Technology, 2000, 33 (18): 3056–3061 (disponible en Internet en la dirección siguiente: http://pubs.acs.org/journals/esthag/ index.html). Boletı́n de la Organización Mundial de la Salud Recopilación de artı́culos No 4, 2001