América en el nuevo Whitney

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PAÍS: España
FRECUENCIA: Semanal
PÁGINAS: 26-28
O.J.D.: 147877
TARIFA: 109200 €
E.G.M.: 1006000
ÁREA: 1512 CM² - 280%
SECCIÓN: ARTE
24 Abril, 2015
ARTE
KARIN JOBST
El museo en cifras. Ese parece dos, como la ampliación del poráneo (entre las galerías de ayudada por su asistente Juliana
ser uno de los leitmotivs de la MoMA) que responde a su pro- Chelsea y el High Line, uno de Force. En 1928 decidió donar su
expansión del museo Whitney pia fundación, privada, cuya fi- los puntos más concurridos de la legado al Metropolitan Mude Nueva York, dedicado al arte nanciación depende del dinero ciudad).
seum, un ofrecimiento que fue
estadounidense de los últimos aportado por una serie de conFundado originalmente en declinado, por lo que Vanderbilt
150 años. La nueva sede, tribuyentes con unas necesida- 1918 por la coleccionista Gloria pensó en construir un museo
proyectada por el arquitecto des concretas: un crecimiento Vanderbilt Whitney, su principal que recogiese su colección y
Renzo Piano en pleno
continuase la promodistrito de Meatpacción de aquellos artisking, viene acompañatas que, o bien hubieda de multitud de dasen nacido en Estados
tos relatados como un
Unidos, o bien desavance: un coste genearrollasen su trayectoral de 420 millones de
ria en este país. La codólares; una exposición
lección fue mudando
de la colección con más
de espacio: del West
de 600 obras y 400 arVillage a un edificio
Empieza la cuenta atrás. El próximo 1 de mayo se inaugura el nuevo
tistas (America is Hard
adyacente al MoMA
espacio del Whitney Museum de Nueva York, el mayor museo dedicado
to See); el récord obtehasta construir a conido con la exposición
mienzos de los años 70
al arte estadounidense. Abandona su sede de Madison Avenue
de clausura de Jeff Koun espacio específico,
ons en el edificio preel Whitney de la avepara estrenar un edificio de Renzo Piano, ubicado en el distrito de
vio; un incremento de
nida Madison, obra
Meatpacking, la nueva zona cultural de moda en Manhattan. La exposilos trabajadores de la
del arquitecto Marcel
institución (ahora más
Breuer.
ción inaugural, America es Hard to See, con 400 artistas, pone la guinda.
de 300); una subida en
Poco a poco, las
los precios de las entradas; un continuo que permita obtener cometido era dar a conocer a los obras que fue atesorando fueron
esperado aumento en el núme- nuevas salas patrocinadas, un artistas estadounidenses vin- también abriéndose a campos
ro de visitantes…
simbolismo diferente a través de culados a las vanguardias, un es- expandidos. Si en un principio
El nuevo Whitney se pro- un edificio construido ex profe- pacio de discusión, exposición y la colección estaba configurada
mueve como más Whitney. Una so que permita una revaloriza- archivo. Situado en el West Vi- por retratistas de la alta sociedad
estrategia vinculada a un con- ción del suelo y una ubicación llage, a lo largo de los años fue (como Robert Henri, autor de
texto global (con casos pareci- acorde con el turismo contem- atesorando más de 700 obras un retrato de la propia Vander-
Más América
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EL CULTURAL
24-4-2015
PAÍS: España
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PÁGINAS: 26-28
O.J.D.: 147877
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ÁREA: 1512 CM² - 280%
SECCIÓN: ARTE
24 Abril, 2015
© NIC LEHOUX
bilt) y paisajistas en la tradición
del impresionismo (las vistas urbanas de John Sloan y Everett
Shinn, los bosques de Nueva
Inglaterra de William Glackens), pronto se sumaron fotógrafos como Berenice Abott o
las escenas de Edward Hopper.
Su imagen varió de una institución secundaria, un museo
algo local que no podía competir con las obras de los “grandes maestros” de la modernidad presentes en el MoMA, a
una nueva posición. A partir del
cambio de paradigma que supone la Segunda Guerra Mundial, empieza a ocupar un espacio central en la historia de la
ciudad y del arte. Y es que
aquellos críticos como Clement
Greenberg o Michael Fried que
habían construido sus carreras
apelando a un cambio geográfico en la importancia del arte
(lo relevante ya no era Europa,
sino Estados Unidos), descubren en el Whitney un lugar
idóneo para construir sus posicionamientos. Los fotógrafos
del New Deal (Walker Evans,
Gordon Parks, Dorothea Lange) comparten espacio con el
expresionismo abstracto de Pollock y Rothko, muralistas como
Orozco o las prácticas Pop de
Andy Warhol, Jasper Johns y
Robert Rauschenberg.
EL ÉXITO DE UNA BIENAL
Un nuevo cambio sucede cuando, en 1973, deciden iniciar
su programa de bienales. A través de los conservadores y comisarios del museo, junto con
comisarios independientes, establecen un programa bianual
que permita hacer un repaso del
arte más contemporáneo producido en Estados Unidos, tratando de generar vínculos con
obras de la propia colección. Es
en estos años cuando el Whitney comienza a adquirir una relevancia internacional como motor esencial en la construcción
historiográfica del arte estadounidense, potenciado por la presencia internacional de sus artistas. Es, también, cuando
comienzan las críticas más fuer-
RETRATO DE GERTRUDE VANDERBILT WHITNEY (1916), DE ROBERT HENRI.
ARRIBA, RUNNING PEOPLE AT 2,616,21 (1978-79), DE JONATHAN BOROFSKY
Y EL NUEVO EDIFICIO DEL WHITNEY MUSEUM DE NUEVA YORK
tes a su programa ideológico, al
subrayar la imitación de modelos restrictivos, como atestiguaron las Guerrilla Girls en una de
sus primeras acciones, al denunciar la exclusión de mujeres
artistas en sus salas. Algo que ha
continuado hasta la actualidad.
El año pasado, durante la
presentación de su última
Bienal hasta la fecha, dos acciones trataron de responder al
bajo índice de participantes que
no fuesen hombres: por un lado
la Brucennial, promovida por el
colectivo artístico Bruce High
Quality Foundation y, por otro,
la Whitney Houston Biennial,
ambas concebidas como exposiciones con sólo artistas mujeres o transgénero.
Unas exclusiones que, en la
gran exposición de inauguración
de la nueva sede, America is
Hard to See, tratan de corregir.
Organizada por un equipo formado por Donna De Salvo (comisaria en jefe del museo), Carter E. Foster, Dana Miller, Scott
Rothkopf, Jane Panetta, Catherine Taft y Mia Curran, la exposición se divide en 23 secciones, que van desde las primeras
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El nuevo Whitney se promueve con más Whitney: nuevas
salas, un edificio construido
ex profeso y una ubicación
acorde con el turismo cultural
figuras de un Nueva York que
ya no existe, extremo y abandonado, que encontraba en el
arte un espacio de resistencia olvidado por el museo. Lo mismo
podría decirse de la sección dedicada a raza, identidad y género (con vínculos a exposiciones
previas, como la antológica a
Glenn Ligon en 2011 o la controvertida Black Male: Representations of Maculinity on Contemporary Art, de 1994) con obras
de Jimmie Durham, Mike Ke28
EL CULTURAL
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lley, Lorna Simpson o Matthew
Barney. O la sección sobre cultura, imagen y medios de comunicación, con piezas de Sherrie Levine, BarbaraKruger o
Richard Prince, que hacen recuperar al Whitney una de sus
exposiciones más recordadas,
dedicada a la crítica institucional, Image World, de 1989.
TIMOTHY SCHENCK
adquisiciones de Vanderbilt y
Force a las obras de Giorgia
O’Keeffe, Isamu Noguchi, Joan
Mitchell, de Kooning, David
Smith, Ed Ruscha o Lyonel
Feininger, unos nombres que
tratan de subrayar la multitud
de orígenes y géneros del arte
producido en Estados Unidos
en los dos últimos siglos. Una
idea implícita en el título,
“América es difícil de ver”, tomado de un poema de Robert
Frost, que relata las historias inconclusas o no relatadas de Cristóbal Colón y Vasco de Gama,
la presencia del fracaso y la imposibilidad de aprehender una
historia amplia y contradictoria
en muchos casos.
Tal vez por ello, la inclusión
de una sección como Scotch Tape
es especialmente llamativa, dedicada a las prácticas de la performance de los 70 y al Cinema
Grotes, donde la figura del cineasta Jack Smith ocupa un lugar central. El nombre de este
apartado proviene del título de
una de sus obras, habitadas por
Marca blanca deluxe
El Whitney se muda. En el neoyorquino Meatpacking District, donde muere la High Line, Renzo Piano (Génova, 1937)
y su equipo han levantado su nueva sede, bastión último
del blockbuster cultural. Pero, pese al brillo de la inauguración, la arquitectura de esta tercera casa del Whitney (del
Greenwich Village a la calle 54, de la 54 a la 75 y vuelta al
sur de Manhattan) resulta un tanto cuestionable. El flamante complejo de Gansevoort Street sólo puede ser entendido en plenitud desde una óptica económica: las marcas son ya mucho más importante que sus edificios y lo saben.
El nuevo Whitney posee metros cuadrados a mansalva,
un volumen recubierto de inmaculada piel de acero, espectaculares vistas al río Hudson y, por supuesto, una planta baja diáfana que cumple con la obligatoria cuota cívica. Pero
son cualidades inmobiliarias, no culturales, y hacen añorar
el encanto bronco de la antigua sede, esa escalonada y ciclópea caja negra erigida por Marcel Breuer y Hamilton Smith
en 1966. El confuso apilamiento de salas del nuevo museo
(hasta cuatro enormes plantas dedicadas a exposición) es incapaz de producir un discurso urbano relevante, como tampoco lo hace la transparente galería de acceso, por más que sus
autores hablen de espacio público, socorrido McGuffin de las
corporaciones culturales. Esta encarnación del Whitney
pertenece a la que podría denominarse como internacional elegantista, una serie de edificios alumbrados en el tramo final de
las carreras de los apóstoles del high-tech, como Norman Foster, Richard Rogers y el propio Piano. La tradicional destreza del genovés apenas es perceptible en el magro resultado final, renta del oficio de un arquitecto sin impulso y que,
desde hace demasiado, se contenta con elaborar inocuos contenedores de impoluto gusto. En realidad, molestarse porque el capital haga mella en añejos radicalismos carece de
sentido; hay que hacerlo, como aquí, porque los resultados
no estén a la altura. INMA E. MALUENDA/ENRIQUE ENCABO I
CUENTAS PENDIENTES
Sin lugar a dudas, en una ciudad como Nueva York, con más
de 1.200 instituciones dedicadas al arte contemporáneo, el
Whitney trata de redefinirse
como un espacio central en la
construcción de las narrativas
artísticas contemporáneas, no
sólo estadounidenses sino globales, reivindicando su propia
historia y proponiendo nuevos
campos de actuación. Un esfuerzo que, aún así, sigue dejando cosas fuera.
En estos días previos a la
inauguración, una serie de artistas vinculados a colectivos como
Occupy Museums, están realizando una serie de acciones para
denunciar cómo el museo y su
nuevo edificio esconden una especulación urbanística. Una serie de gigantescas tuberías de
gas han sido ocultadas bajo el
edificio para dotar de energía a
sus instalaciones y a las nuevas
construcciones de la zona. Un
gas que proviene del fracking y
que está destruyendo amplias
secciones de territorio. A través
de proyecciones en las fachadas
con mensajes como “¿es éste
el nuevo Land Art?”, han puesto en duda un museo que trata
de proyectarse hacia al futuro sin
haber saldado sus cuentas con el
pasado. Porque, como ha sucedido en todas sus etapas, la historia del Whitney es también la
de sus espacios de resistencia.
IVÁN LÓPEZ MUNUERA
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