Manipulación genética y evolución humana Antonio Pardo Departamento de Bioética, Universidad de Navarra Publicado en Revista de Medicina de la Universidad de Navarra, 1996;40(2):74-5. Los avances en el conocimiento de la genética han comenzado a tener aplicaciones prácticas desde hace ya algunos años. La mayor parte de ellas no se refieren al hombre ni al tratamiento de enfermedades hereditarias. Existen actualmente numerosos animales, plantas y bacterias modificados genéticamente prestándonos sus servicios: ovejas que segregan factores de coagulación humanos en la leche, vacas con hormona de crecimiento insertada para aumento de producción láctea, cerdos modificados genéticamente para servir de donantes de órganos para trasplante sin rechazo; plantas de cultivo resistentes al frío, la escasez de agua, o las plagas (insectos, hongos, bacterias o virus) que las atacan normalmente, o de talla inusual, gracias a la inserción de algunos genes seleccionados; bacterias que producen con facilidad, en tanques de cultivo, hormonas como la insulina, o sustancias como el interferón, la interleukina, y otras muchas proteínas de extraordinaria utilidad en medicina, para el tratamiento de ciertas infecciones o de ciertos tipos de cáncer. Antes de ser aceptadas, estas intervenciones genéticas sobre seres vivos han tenido dificultades, en cuya discusión no entraremos ahora. Lo que ha levantado más polémica es la aplicación al hombre de estas tecnologías que, en su caso, permiten diagnosticar la presencia de genes anormales que causan o transmiten enfermedades hereditarias (incluso aunque el portador no las padezca) y, en ciertos casos concretos, insertar genes seleccionados para corregir la enfermedad que el trastorno genético produce. La tecnología genética que repare adecuadamente los trastornos genéticos humanos, sustituyendo en las células del organismo un gen enfermo por su equivalente en estado correcto, es todavía cuestión del futuro. Sin embargo, ya están dados los elementos básicos para la discusión de la manipulación genética humana. Dentro del capítulo de la manipulación genética humana se han barajado numerosos argumentos, tanto a favor como en contra de su práctica. Así, se ha dicho que no estamos en condiciones de saber las consecuencias a largo plazo de estas intervenciones y que, por tanto, no se deben emprender. Que la alteración del patrimonio genético con procedimientos técnicos todavía poco refinados puede provocar más problemas de los que se intentan solucionar. Que la manipulación genética no debe afectar a las células germinales para evitar daños imprevisibles a las futuras generaciones. Que son procedimientos todavía muy lesivos cuando se emplean sobre embriones. Y otros argumentos más que no vamos a detallar aquí. El objeto de este artículo es comentar con cierto detalle uno de los argumentos que se están barajando actualmente. Su formulación viene a ser la siguiente: la variación espontánea de numerosos genes humanos es el punto de partida del proceso de evolución biológica, que tiene lugar mediante la selección de las mutaciones que ofrecen más ventajas para la supervivencia. Cuando la manipulación genética esté técnicamente más madura, y se puedan llevar a cabo de modo efectivo alteraciones del patrimonio genético humano, terminaremos unificando los genes humanos al eliminar la variabilidad del gen que reparemos. Por tanto, la uniformidad provocada por la manipulación genética tendrá como consecuencia la parálisis del proceso selectivo, con lo que la especie humana dejará de progresar evolutivamente. No sabemos exactamente qué consecuencias podría traer esto para la especie humana, pero supondrá indudablemente un empobrecimiento y una pérdida irreparable. Por esta razón, no deberían emprenderse sustituciones sistemá- ticas de genes pues la tecnología genética aplicada al hombre traerá pérdidas genéticas irreparables. Una formulación menos radical de la misma idea sería afirmar que los tratamientos que se lleven a cabo sobre las células somaticas sin modificación de las células germinales llevarán a la supervivencia de los enfermos y a la transmisión de los genes alterados, impidiendo así los procedimientos de selección natural1. Este argumento es de importancia casi inmediata en la manipulación genética de especies vegetales empleadas en agricultura. La generalización del cultivo de una sola variedad genéticamente modificada, de características muy determinadas, hace que esa especie carezca de recursos ante la aparición de una plaga que, si fuera eficaz destruyendo su huésped, podría terminar con la especie. De hecho, se están haciendo viveros con las variedades autóctonas de muchos tipos de cultivos para evitar este problema. Y, en este mismo sentido, la protección de ambientes naturales, especialmente los tropicales, garantiza una fuente de recursos genéticos enorme. Pero este argumento, aplicado al hombre, es más que discutible. Dada la baja frecuencia de las enfermedades de origen hereditario, un tratamiento de los enfermos que permita su supervivencia y reproducción, y la transmisión de la enfermedad, tardaría cientos de años en producir un aumento apreciable de la frecuencia de su aparición, como se puede deducir con un sencillo cálculo. La teórica influencia sobre el proceso evolutivo sería mínima. Y, para cuando esa alteración genética comenzara a ser un problema más frecuente, la tecnología estaría probablemente en condiciones de solventarla, también de cara a la descendencia. La cuestión se presenta algo distinta si se plantea como objeción a la intervención genética sobre el hombre como intervención mejorativa y uniformante de sus características somáticas, cuestión, por ahora, de ciencia ficción. En este caso, efectivamente, empobreceríamos el patrimonio genético de la humanidad. Pero el problema de la manipulación mejorativa no estriba en ese empobrecimiento. Estriba en que condicionaríamos el modo de vivir de las generaciones futuras simplemente a una decisión, básicamente arbitraria, de la generación actual. Lo más típico del hombre no es su patrimonio genético, sino su modo de vivir, hecho de aspectos biológicos y espirituales integrados. Puede que hoy nos parezca ideal un estilo de vida (por ejemplo, ser deportista) para el que sean útiles unas características (fuerza muscular, altura, resistencia física). Pero no hay más que repasar la historia para ver lo voluble que es el vivir humano. A nuestros descendientes les haríamos un flaco servicio si determináramos sus condiciones físicas teniendo en mente el estilo de vida que ahora nos parece ideal. Detrás de la argumentación darwinista, con su hincapié exclusivo en la riqueza de la variedad genética, se esconde una idealización de la naturaleza física: el proceso evolutivo nos conduce, ciegamente (curiosa paradoja), a un mundo ideal, en el que la vida del hombre será mejor, porque tendrá mejores condiciones físicas. Pero tal idealización se construye a costa de un empobrecimiento paralelo en la concepción del hombre: éste sería, fundamentalmente, un ser biológico. Los aspectos no biológicos que configuran decisivamente la vida cotidiana y constituyen la biografía humana serían, según esta concepción biologista, cuestiones periféricas, accesorias, que se añaden la realidad biológica. Aceptar este razonamiento para negarse a practicar la manipulación mejorativa del hombre es una trampa intelectual para el médico. La Medicina es una actividad humana 1 Ha sido la Asociación Médica Mundial la que ha argumentado de este modo en la exposición de motivos para la elaboración de una declaración sobre principios éticos para el diagnóstico genético. Cfr. Anónimo (editorial). Nature 1995; 377: 273. Que este razonamiento aparezca en un documento de una entidad de esta importancia indica que es una opinión muy difundida en ambientes médicos. 2 que pretende ayudar a los demás hombres en su vida cotidiana, a esa vida cotidiana hecha de aspectos físicos y espirituales, que se describe en una biografía. No es una actividad técnica destinada a reparar cuerpos: la Medicina abarca también el alivio y el consuelo, que no caben en la Medicina expeditiva que Platón consideraba patrimonio de los esclavos. El argumento del empobrecimiento genético implica considerar, en cierta medida al menos, que lo principal del hombre es su sola biología. Y el resultado de esa asunción, muchas veces implícita en el ejercicio profesional de nuestros colegas, es el desdibujamiento de lo propiamente humano del hombre. Como consecuencia, aparece la moderna ceguera del médico a los problemas humanos del paciente, la incapacidad para conversar con él y crear el clima apto para la comunicación, el desahogo, el consuelo. La deshumanización que se observa en la Medicina contemporánea es fruto precisamente de esa ceguera específica, que tiene su comienzo en subrayar excesivamente los aspectos meramente biológicos de la vida humana. 3