Dentro de la piel del Congo Belga

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Dentro de la piel del Congo Belga
Publicado en Periódico Diagonal (https://www.diagonalperiodico.net)
El otro día me vino a la cabeza la figura del congoleño Bienvenu Mbutu Mondondo. Este personaje se
personó como acusación ante el título de Hergé Tintín en el Congo, debido al sesgo racial y xenófobo
que albergaba la obra en cuestión. Personalmente, considero que más que hacer apología, se estaba
describiendo un contexto histórico determinado acorde con la mentalidad reinante en aquella época.
Aquí os dejo un artículo que escribí sobre el mundo de Tintín y el siglo XX que describe. Tres cuartos
de lo mismo sucede con “Corazón de tinieblas” de Joseph Conrad, acusado a posteriori por razones
similares. Aunque en realidad sus intenciones eran contrarias como veremos más adelante. Lo cierto
es, que ambas obras nos describen dos etapas sucesivas que vivió dicha región, ejemplo de lo que
supuso la mancha del imperialismo sobre África.
Debemos remontarnos a 1885,
año en el que se da la Conferencia de Berlín. En la sombra de la misma se hallaba Leopoldo II (fig.1),
Rey de Bélgica, un gran estratega político que consiguió en aquel reparto del continente
Africano obtener como propiedad personal el Estado Libre del Congo, a través de
Association Internationale Africaine, con la condición de que tendría que mantener el territorio
abierto al comercio de todas la potencias europeas. Además, acogería a los misioneros de toda
índole, así como sus iglesias, sin olvidar que la AIA tan sólo podría dedicarse a labores de
administración del territorio.
Puede decirse que de facto nos encontramos en un territorio de 1.500.000 de kilómetros cuadrados,
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donde vivían unos 15 millones de personas, todo ello en propiedad personal de Leopoldo II que no
del Reino de Bélgica. Los brazos del rey comenzaron a estirarse través de una gran inversión para
controlar zonas aún inexploradas. La ambición del monarca no tenía límites y, en aquel juego
sobre el tablero de África, realizó jugadas para obtener control en Sudán, no obstante, la
partida le salió cara y, su fortuna personal comenzó a obtener un matiz rojo.
Con ello, la única solución que pasó por su cabeza fue el Congo. Será en este momento cuando el
capitalismo más exacerbado aparezca en escena. Rompiendo de forma tácita lo acordado en la
Conferencia de Berlín, utilizó los administradores de la región como agentes de negocios. Aunque
comenzó en secreto, poco a poco fue proliferando hasta que fue imposible de ocultar. Así, los
funcionarios del Estado Libre del Congo comenzaron a competir con las compañías comerciales de
actividad privada. Ya se sabe, a cualquier precio; humano, claro está. Al ver que lar arcas se
comenzaban a llenar, por ejemplo con el tráfico del marfil -el medio kilo de marfil le salía a un
agente comercial por 82 céntimos de manos de un autóctono, seguidamente dicho funcionario de
Leopoldo II lo vendía en ciudades como Liverpool a 12 francos y 50 céntimos-- Leopoldo II partió el
territorio en dos partes. La primera de ellas, la conocida para el resto de Europa, sería una concesión
a los capitales privados europeos, quienes explotarían los recursos del lugar, haciendo y
deshaciendo a su antojo bajo pago al monarca Belga. La segunda fracción, más extensa que la
primera, pararía a ser territorio de uso únicamente del Estado Liberal del Congo, es decir,
de Leopoldo II.
Cada funcionario público se llevaba grandes comisiones cuanto más recursos adquiriese de manos
de los aborígenes, quienes estaban obligados a pagar cuotas muy altas en material y si no, se
emplearía la fuerza, vestida de coacción y terror. Para ello estaba la Force Publique, órgano
represor, quien cometió las mayores atrocidades que pueden imaginarse. Así, la población
se veía obligada a comerciar tan sólo con los funcionarios del Estado Liberal del Congo, una serie de
cuotas en marfil y caucho, principalmente, que no siempre podían ser cumplidas y esto suponía un
delito punible.
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La
Force Publique encabezada por blancos reclutó en suma a individuos de las tribus antropófagas del
Lualaba, con la única orden de emplear la fuerza si no se cumplían con la cuantía estipulada. Se
tomaban rehenes, se violaba, se cortaban manos y se colgaban; cabezas y genitales ondeaban por
las aldeas. Todo aquello llegó a los ojos de misioneros de diversos Estados, los cuales describían con
estupor lo que allí acontecía, remitiéndolo a Europa, a pesar de la política llevada a cabo de
Leopoldo II de cierre de fronteras y expulsión sistemática de exploradores y misioneros en el corazón
del Estado Liberal del Congo. Uno de los relatos de un misionero norteamericano resulta
escalofriante.
“Las escenas que he presenciado me han hecho desear la muerte. Los propios soldados son salvajes
entrenados en el uso de fusiles, algunos incluso son caníbales. Hay que verlos regresar luego de
luchar contra los rebeldes; en la proa de la canoa hay un poste, y un puñado de algo cuelga de él.
Son las manos (derechas) de los 16 guerreros que han matado. ¿Guerreros? ¿Acaso no ven entre
ellas manos de niños y niñas? Yo las he visto. He visto el sitio donde se obtuvo el trofeo, mientras el
corazón afligido latía con tanta fuerza que la sangre salía a borbotones de las arterias cortadas e iba
a caer a un metro de distancia”. Lo que se describeresultaba sistemático en los primeros compases
del siglo XX, algo que se vio reflejado en la obra de Joseh Conrad, publicada por fascículos en 1899 y
en formato libro tres años después. Conrad, a través de la literatura realizó una dura crítica a la
situación del Congo, aquel marinero polaco que estuvo personalmente navegando por el río Congo,
afirmó: “Resulta extraordinario que la conciencia de Europa, que setenta años atrás puso fin al
comercio de esclavos por razones humanitarias, tolere al Estado del Congo hoy en día. Es como si el
reloj de la moral se hubiera atrasado muchas horas. En otros tiempos Inglaterra velaba por la
conciencia de Europa. La iniciativa partía de ella. Supongo que estamos muy ocupados con otras
cosas --demasiado interesados en asuntos trascendentales para romper lanzas por la humanidad, la
decencia y la justicia--”.
La presión internacional funcionó --además hubo inspecciones--, así que en 1908 el parlamento
belga aprobó la anexión y, un año antes de la muerte de Leopoldo II quien amasó una fortuna de
más de 80 millones de dólares, el Estado Liberal del Congo, pasaba a ser colonia de Bélgica. Tras las
heridas, se intentó desde un orbe paternalista realizar un proceso de colonización al uso, es decir,
introducir las estructuras occidentales, mientras se seguían explotando los recursos sin
atender a los medios cruentos utilizados en la etapa anterior. La obra publicada por Hergé
en 1930 es el fiel reflejo de lo que se instaló en el Congo en época colonial. De tal modo aparece la
implantación de la escuela, la labor de los misioneros, la asistencia sanitaria y otro tipo de
prestaciones sociales, todo ello, claro está desde una visión eurocéntrica, en el marco de una
superioridad moral sobre aquellos que había que “civilizar”. Estamos dentro de la Historia de las
mentalidades e identidades, piel que envolvió el proceso imperialista en clave capitalista. Por tanto,
el dibujante belga, retrata la realidad con su mirada, la que dan los ojos de Europa.
La denuncia de Bienvenu
Mbutu Mondondo cayó en saco roto como era de esperar. Erró al elegir culpable, el problema no
fueron quienes retrataron la situación, sino quienes la hicieron posible y, eso se llama: Conferencia
de Berlín, más concretamente Leopoldo II, quien optó por un sistema capitalista sin límites,
salvaguardado por la mentalidad reinante en aquella Europa, convirtiéndose en uno de los mayores
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genocidas conocidos.
El apunte: Las dos citas que hay en el artículo han sido extraídas de la obra titulada: El río Congo.
Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, su autor es Peter
Forbath. Recomiendo encarecidamente su lectura, así como África Negra, de 1800 a Nuestros Días,
de C. Coquery-Vidrovitch y H. Moniot.
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