“MIS QUERIDÍSIMOS CADÁVERES” Cabe decir en primer lugar que estamos ante una película fallida, insuficiente a todas luces como puro film de terror y aburridísima como parodia del género. Llama la atención sobremanera que la MGM haya brindado a John Huston, un director de historial misérrimo, la oportunidad de dirigir la adaptación de la conocida novela homónima de Agatha Christie, asumiendo los numerosos riesgos que conllevaba la apuesta. Quizá sea el reciente, aunque minoritario – apenas en circuitos de cine especializado – éxito de su anterior film “El hombre que pudo reinar” lo que ha provocado este inexplicable fichaje de Huston por parte de una de las productoras insignia del cine norteamericano para su siguiente película. Mención aparte merece el clamoroso error de otorgarle además a Huston un papel secundario en el film, cuando a trancas y barrancas consigue ponerse una chaqueta con naturalidad. Y, aún más, rozar el ridículo contratando como protagonistas a los mismos actores de “El hombre que pudo reinar”, Sean Connery y Michael Caine, dada su limitada experiencia actuando frente a la cámara y teniendo en cuenta sobre todo que se trata de una producción largamente esperada y de costo extraordinario. La elección de la inexpresiva Sofía Loren como contrapunto femenino a la artificial masculinidad de los dos actores británicos no hace sino añadir más leña al fuego con el que, en nuestra opinión, deberían quemarse todos los negativos de la película. El indigente guión sigue burdamente los itinerarios más trillados de las viejas películas de la Hammer. Un par de amigos de esquilmada presencia - los nombrados Sean Connery y Michael Caine, que en ningún momento parecen creerse sus roles - planean una venganza contra la multinacional de conservas cárnicas – “latas de abrir y comer” como reza la publicidad - que acaba de despedirles sin, según ellos, motivo justificado. En principio el objetivo de su venganza es asesinar al director de la empresa - John Huston y su prolongación en forma de puro - una de las noches en que éste suele quedarse en el edificio trabajando fuera de horas. Pero la noche en que lo intentan son descubiertos por un administrativo que les amenaza con denunciarles. Al forcejear, éste cae por el hueco del montacargas y muere. Ya que no encuentran mejor sitio, los dos compinches esconden el cuerpo tapado con periódicos viejos en las cámaras frigoríficas, con la carne de vacuno. A la noche siguiente vuelven a intentarlo, pero son tan ineptos que se repite la historia. Ésta vez es un guardia de seguridad quien los descubre cuando van a comprobar si el primer cadáver sigue en el frigorífico. Conscientes de que nada tienen que perder porque nadie creerá la verdad del primer crimen, asesinan al guardia y lo meten también en la cámara. Y así sucesivamente una noche tras otra. Cuando llevan finiquitados a más de media docena de sus antiguos y queridos excompañeros, la señora de la limpieza una Sofía Loren irreconocible - localiza los cuerpos congelados y almacenados, pero también a los pobres diablos con las manos en la masa. En lugar de matarla llegan a un acuerdo – la limpiadora termina por admirar su decisión, fruto del odio compartido hacia el director – . Convienen en hacer desaparecer los cadáveres desmenuzándolos con las máquinas de picar carne y envasando los picadillos en latas de conserva marcadas, que luego esconderán en el almacén que la fábrica reserva a unidades con pequeños defectos en el envase, destinadas a ser finalmente incineradas. Pero he aquí que a los pocos días la empresa recibe un premio internacional a la calidad, su rentabilidad se dispara y el Consejo de Dirección acuerda aprovechar el feliz momento publicitario y comercializar rápidamente todo el stock disponible en los almacenes. Las complicaciones comienzan cuando el presidente George Bush realiza una visita a la exitosa empresa. Ante el espanto de los tres cómplices sentados en sus casas el telediario ofrece la noticia. El director de la empresa – más vivo que nunca – invita a Bush a elegir una lata cualquiera de los estantes y degustarla. Éste escoge al azar una de las famosas latas, la abre, toma un tenedor y saborea con evidentes muestras de satisfacción un delicioso bocado de carne “lista para comer”. Seguramente de contable. El resto, tan previsible como plano. Nos parece que en este film Huston olvida la lógica cartesiana que siempre debe imperar en cualquier trabajo cinematográfico; es decir, que el método, el rigor y la claridad deben imperar por encima de todo. Aquí no existe método en la narración, ya que las escenas se describen de manera rutinaria y anárquica, sin el ritmo requerido. Tampoco hay rigor: nunca llegamos a entender, por ejemplo, por qué hay tanta gente quedándose a trabajar gratis después de terminar la jornada. Y la relación amorosa queda como un elemento ortopédico: Sofía Loren no es creíble en ningún momento, pues carece del glamour y el físico mínimos para enamorar a cualquier hombre, aún tratándose de alguien tan poco agraciado como Connery. Y en cuanto a la claridad, se ve superada por una mohosa oscuridad textual y plástica; y no solamente por la de las escenas nocturnas, sino por un sinnúmero de detalles que quedan inexplicablemente obviados a lo largo de toda la cinta. Es una verdadera pena que una de las películas de presupuesto más generoso de las últimas décadas adolezca de un guión y una dirección tan poco ágiles, con situaciones que se repiten y se alargan innecesariamente, con unos decorados que más que de una flamante empresa de carne enlatada parecen querer semejar una post-modernista y artificiosa mansión de los Monster; y de caracterizaciones tan toscas como la de la secretaria cleptómana compulsiva o la del jefe de almacén que colecciona testículos de novillo. Como excepción señalamos que salvaríamos de la quema el correcto diseño de producción y las excelentes fotografía e iluminación de Néstor Almendros. Frente al naufragio general encontramos apenas algunos atisbos del antiguo ingenio de Huston, como el del chimpancé traductor de chino o el policía vendedor ambulante de objetos robados. Pero ello, por supuesto, no logra redimir a la cinta - con su director y sus insolventes protagonistas al frente - de su más que lamentable resolución. Una película para olvidar, digna solamente de distribuirse en DVD doméstico, que enaltece y nos hace añorar todavía más, si cabe, a sus modelos antecesores de la Hammer, producidos a mediados de los cincuenta con muchísimos más imaginación y oficio. Y con infinitamente menos dinero.