Contaminación lumínica Ricard Asiain García y David Fernández Barba1 Artículo publicado en el anuario 1995-1999: Fin de siglo (Tibidabo ediciones) Durante los últimos años se está observando una progresiva concienciación de la ciudadanía respecto al medio ambiente. Las diferentes formas de contaminación que afectan al mundo actual comienzan a ser vistas no como una consecuencia inevitable del desarrollo tecnológico e industrial, sino como un mal al que se le ha de buscar un remedio. Una de las formas menos conocidas, aunque no por ello menos importante, de polución es la contaminación lumínica. Ésta podría ser definida como la emisión de flujo luminoso de fuentes artificiales nocturnas en intensidades, direcciones y/o en rangos espectrales donde dicho flujo no es necesario para la realización de las actividades previstas en la zona donde se han instalado los puntos luminosos. No se debe confundir el intento de minimizar la contaminación lumínica con la idea de dejar a las ciudades y pueblos con una iluminación deficiente. Al contrario, las acciones llevadas a cabo para reducir la contaminación lumínica suelen llevar asociadas una mejora de la calidad de la iluminación ambiental. La contaminación lumínica puede manifestarse de diversas formas, que pueden englobarse dentro de cuatro grandes categorías: Luz intrusa: se produce cuando una instalación de iluminación emite luz en direcciones que exceden el área donde es necesaria, invadiendo zonas vecinas. Éste es un fenómeno muy común en zonas urbanas, donde es habitual la intrusión lumínica dentro de viviendas privadas, modificando el entorno doméstico y provocando transtornos de las actividades humanas. Ilustración 1: Intrusión lumínica directa. La luz de los focos incide directamente sobre la fachada del edificio, llegando al interior de las viviendas y dificultando el desenvolvimiento normal de las personas. Fotografía de David Galadí-Enríquez y Dulcinea Otero-Piñeiro . Difusión hacia el cielo: es debida a la difusión de la luz por parte de las moléculas del aire y del polvo en suspensión. Esto produce que parte del haz luminoso sea desviado de su dirección original y acabe siendo 1 Profesores en el Departament d’Astronomia i Meteorologia de la Universitat de Barcelona dispersado en todas las direcciones, en particular hacia el cielo. Ésta es una manifestación de la contaminación lumínica especialmente evidente durante las noches nubladas, cuando las nubes lucen con intensidad por encima de las zonas urbanas. Ilustración 2: Alumbrado en las aceras peatonales de un paseo marítimo con luminarias de tipo globo. Con ellas, más del 50% de la energía que se consume se dirige hacia el cielo, desperdiciándose íntegramente. Fotografía de David Galadí-Enríquez y Dulcinea Otero-Piñeiro. Deslumbramiento: se produce cuando las personas que transitan por la vía pública encuentran su visibilidad dificultada o imposibilitada por el efecto de la luz emitida por instalaciones de iluminación artificial de fincas vecinas. Es una manifestación de la contaminación lumínica especialmente peligrosa para el tránsito rodado, siendo la causa de un número importante de accidentes. Sobreconsumo: se produce cuando la emisión artificial de luz implica un consumo energético excesivo debido a la intensidad, horario de funcionamiento y/o su distribución espectral. Ilustración 3: Iluminación de una playa. Es un claro ejemplo de sobreconsumo y difusión hacia el cielo. En contra de lo que pudiera parecer, los puntos blancos de la fotografía no son estrellas, sino insectos atraídos por la intensa iluminación. Como puede apreciarse, la iluminación de la playa supera con creces en intensidad y en rango cromático a la del paseo marítimo contiguo. Fotografía de David Galadí-Enríquez y Dulcinea Otero-Piñeiro. Uno de los principales objetivos a alcanzar en el intento de controlar la contaminación lumínica es la mejora de la calidad de la iluminación ambiental. En contra de la idea comunmente arraigada de que más luz equivale a una mejor iluminación ambiental, se debe decir que la mayor parte de las veces esto es erróneo. Un exceso de flujo luminoso tiene toda una serie de consecuencias perniciosas, como la dificultad de la adaptación de la visión al salir del área iluminada, el deslumbramiento dentro y fuera del área en cuestión, y la formación de "cortinas de luz" que impiden la percepción del exterior del área desde su interior. Por todo esto, los niveles de iluminación se deberían adaptar en cada caso a las características propias de la población (o de la zona de la población), mediante la regulación horaria y estacional del régimen de funcionamiento, la limitación de la intrusión lumínica, el deslumbramiento y la difusión hacia el cielo, teniendo siempre en cuenta un diseño correcto de la instalación (evitando en la medida de lo posible emisiones directas de luz por encima de la horizontal) y la distribución espectral de las lámparas utilizadas (evitando que éstas emitan fuera del rango donde el ojo humano es sensible a la radiación lumínica). El gasto energético del alumbrado público representa, a escala municipal, aproximadamente el 50% del gasto energético total. Las medidas correctoras anteriormente comentadas (diseño de los focos emisores de luz que evite el flujo de luz por encima del plano horizontal, limitación en la potencia eléctrica de dichos focos y de su horario de funcionamiento, generalización en el uso de lámparas de sodio, de bajo consumo, etc) reducirán notablemente dicho gasto. Algunas experiencias piloto permiten estimar el ahorro energético derivado del correcto alumbrado público. Las instalaciones adaptadas en Figueres (Girona) como consecuencia de la aplicación del "Pla director per a l'estalvi energètic en l'enllumenat públic a Figueres" han supuesto un ahorro medio del 44% del gasto energético. Cifras similares se obtienen en el caso de la Ley del Cielo de las Islas Canarias: el ahorro se sitúa entre el 40% y el 60% para determinadas instalaciones adaptadas. El ahorro energético a nivel del estado español puede ser estimado de forma aproximada a partir de una simple extrapolación, siendo parecido al que se obtiene en el consumo privado gracias a los ajustes horarios que cada año se realizan al principio de la primavera y el otoño. Uno de los aspectos menos divulgados y conocidos de la contaminación lumínica se refiere a su impacto sobre la biodiversidad y el medio ambiente. Entre los efectos relacionados con el sobreconsumo, destaca la emisión de gases contaminantes resultado de la combustión de carbón y petróleo en las centrales térmicas, y la generación de residuos radioactivos en las centrales nucleares. Menos evidentes resultan los efectos directos sobre la vida silvestre derivados del exceso en intensidad y rango espectral de la iluminación artificial. Aves, murciélagos, anfibios, peces, insectos, etc, ven alterados sus hábitos nocturnos (reproducción, migraciones, etc) por la presencia de potentes focos que rompen el ciclo natural del día y la noche. Esta circunstancia se ve acentuada por la importante cantidad de radiación ultravioleta emitida hacia el cielo en los núcleos urbanos. La radiación ultravioleta es invisible para el ojo humano pero muy perceptible para la mayor parte de los insectos nocturnos, de los que dependen tanto sus depredadores naturales (diversas especies de pájaros, murciélagos, mamíferos, anfíbios, etc) como las especies vegetales que abren sus flores por la noche. Otros ejemplos documentados de efectos producidos por la contaminación lumínica sobre la vida animal son la desorientación de las especies migratorias (especialmente las aves) y la peculiar distribución de distintas especies de peces, crustáceos, etc, que habitan en la frontera entre la tierra y el mar (en particular en torno a playas iluminadas ), entre otros. Por último, el paulatino incremento de la luz emitida por los núcleos urbanos conlleva una mayor luminosidad del fondo del cielo nocturno. Ésta dificulta, sinó imposibilita, la observación del firmamento, suponiendo una pérdida cultural y paisajística de valor incalculable, según reconoce la Unesco en su "Carta de los derechos de las generaciones futuras". Esta pérdida cultural se hace patente con el desconocimiento que la juventud actual tiene de la belleza del cielo nocturno y de expresiones, habituales para nuestros abuelos, como "el Camino de Santiago", "las Tres Marías" o "las Cabritillas". Dado el creciente interés de la ciudadanía respecto a la problemática de la contaminación lumínica, diversos gobiernos han elaborado leyes y normativas para su regulación. En España, la primera ley aprobada para la protección del cielo nocturno fue la elaborada por el Parlamento en 1988 y su ámbito de aplicación es la Comunidad Autónoma Canaria. El objetivo de dicha ley es la protección de la calidad del cielo de los observatorios astronómicos internacionales emplazados en las islas de Tenerife y La Palma. Recientemente, y en un marco más amplio de protección (no únicamente restringido al cielo nocturno), han sido aprobadas diferentes leyes municipales (p.e. en Figueres, Tàrrega y Córdoba). En la actualidad se están elaborando diversas leyes a nivel municipal y autonómico, en cuyo redactado colaboran los diferentes colectivos afectados, como son las empresas dedicadas a la fabricación de luminarias, ingenieros industriales, astrónomos, científicos medioambientales, etc.