LA OBEDIENCIA NOCTURNA: LA PERCEPCIÓN DE UN TERRITORIO HÍBRIDO DESDE LA METAESPACIALIDAD NARRATIVA Aldama Hernández L. A.; Castillo García M. E. Facultad de Lenguas y Letras Universidad Autónoma de Querétaro RESUMEN La naturaleza de la literatura la lleva a crear un espacio propio para su expresión, espacio cuya esencia parece ser la hibridez: en el marco que el sistema literario asume se conjugan elementos que en otros contextos no pueden convivir. Al mismo tiempo, o por lo mismo, dicha condición da cuenta de la imposibilidad de “poseer” una obra: es sólo ante la escritura misma que se puede llegar a tener una visión de lo artístico, de lo literario. En la óptica de teóricos y críticos como Blanchot (1992) la situación del texto literario se ha comparado con el mito órfico, donde la mirada del poeta que desciende al lugar de los muertos no hace sino corroborar que su objeto de deseo no es en sí mismo un objeto, sino algo totalmente inalcanzable cuando se pretende llevarlo fuera del espacio al que estaba destinada la fascinación de su canto. En La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo nos encontramos ante una manifestación de lo que el espacio literario significa. La obra del escritor veracruzano es una novela en la que parece planteársenos de manera teórico-poética la discusión de la naturaleza etérea de la literatura y del arte mismo. La escritura de Melo –junto con la de otros autores de su misma generación- llama a dejar de ver en la obra literaria un mero objeto de estudio y busca llevarnos a aceptar o a preguntar por su esencia, la cual está íntimamente relacionada con el espacio alterno que proporciona el arte al ser humano. Bajo la visión de Melo, la literatura representa una alteridad que posee su propio espacio y a éste son convocados los elementos participantes de la comunicación literaria. Palabras Clave: espacio literario, híbrido, mito órfico, Beatriz. INTRODUCCIÓN La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo (1969) es una novela que se ha convertido en una obra de culto, pero sólo para los que pertenecen a su círculo de iniciados. La obra, ciertamente, es un texto de difícil acceso –comenzando por la dificultad para conseguir una edición-, pero esto no justifica la indiferencia con que ha sido acogida por la crítica literaria a pesar de ser una de las novelas más representativas de la llamada Generación de Medio Siglo o de la Casa del Lago. La exploración del espacio literario es una de las líneas de investigación menos abordadas en el análisis de la obra de Melo, a pesar de que su consideración es indispensable para hallar el sentido de su escritura. Para hablar de espacialidad deseamos remitirnos a la visión de Blanchot en El espacio literario, misma que nos permitirá alcanzar el objetivo de este trabajo, consistente en exponer la concepción que Melo tendría del espacio abierto en una obra literaria, consiguiendo con ello acercarnos a la concepción estética y existencial de la ya mencionada generación de Melo, sobre cuya obra hay aún mucho por investigar. METODOLOGÍA Para discutir la intención literaria de La obediencia nocturna, se hace necesaria la búsqueda de la naturaleza del espacio literario para descubrir el manejo que de éste hace Juan Vicente Melo en su obra. Acorde a tal indagatoria es necesario recurrir a supuestos 1 teóricos que ofrezcan herramientas de estudio. Por herramientas entendemos una serie de conceptos, mecanismos y puntos de vista actualizados y originados por algunos de los integrantes de la llamada escuela o tendencia postestructuralista, a la que Maurice Blanchot es afín. El espacio literario será nuestro referente para corroborar la intención escritural de la novela en cuestión. Ante el cuestionamiento del papel de la literatura –y del arte en general- en la actualidad y la cada día más insistente pregunta acerca de su naturaleza, cabe decir que el ejercicio literario abre un espacio de fascinación, en el que las reglas son diferentes a las de la realidad por el simple hecho de que el acto literario no acaece en un espacio real. El escritor está, sin embargo, creando un híbrido espacial en el que las posibilidades del mundo real o extratextual pueden [o no] dejar de ser válidas, donde todo es posible y también imposible (Blanchot, 1992). El lenguaje literario, la ficción, es el puente que hace posible el acceso al terreno incierto de otra manera inalcanzable. Es la palabra (o lenguaje ficcional) la que nos convoca a entrar a un nuevo ámbito con un orden distinto. Ante esta situación nos damos cuenta de la dualidad del espacio al que hemos ingresado. La palabra es la que nos remite al espacio literario, pero ¿no es acaso la palabra un medio para desaparecer todo aquello que nombramos a través de esa capacidad de evocación de lo que es designado por medio de ella? Si nos centramos en la idea de la presencia de una ausencia, comprenderemos la importancia que tiene el mito órfico como esencia del espacio que se crea por medio de una obra de arte. Orfeo mismo es el ejemplo perfecto del ente híbrido: es un ser vivo que ha entrado al mundo de las sombras, a donde no se tiene acceso con esa condición y la llave para entrar a este espacio es su canto, tan seductor como efímero. El mito de Orfeo abre asimismo la polémica acerca de la designación de la literatura como un objeto en su totalidad (ya sea de estudio, de placer estético, etc.), ya que la literatura tiene la misma naturaleza de Eurídice, cuya presencia en el espacio que le corresponde es indudable pero que no puede ser retenida en las manos de ninguno de los que tiene acceso a ella. Dicha limitación queda impuesta para ambos movimientos en el ejercicio literario: escritura y lectura. En otras palabras, no podemos decir que el espacio literario no existe o que no tiene nada que ver con nuestra realidad, pero su naturaleza hace que el espacio en el que se puede acceder a ella sea el que su esencia marca y que no puede ser transgredido por nada ni nadie (Blanchot, 1992). El espacio híbrido de la literatura es un exilio, expulsión hacia un lugar donde todo y todos están lejos de sí mismos: es la búsqueda de lo otro o del otro. De ahí lo esencial de lo nocturno, de ese velo que lo cubre todo y que sólo nos hace estar seguros de que la noche está presente, mientras lo que se es permanece oculto. De la misma manera actúa esa búsqueda del otro que significa la muerte, espacio del que tenemos una certeza pero que está condicionada a que en su entorno, ya no somos más nosotros, que debemos dejar de ser nosotros mismos para alcanzar al otro Yo, al Él (Blanchot, 1992). Es a través de estos elementos teóricos expuestos que se ha analizado La obediencia nocturna en busca de una aproximación que nos lleve más allá de la sensación de estar ante una obra incomprensible. RESULTADOS La obediencia nocturna puede ser considerada como la novela de la duda, donde el narrador –que es al mismo tiempo el protagonista de la obra- nos conduce en una búsqueda ritual que parece no tener fin. Su recuerdo constante a una niñez marcada por la pérdida de la inocencia se mezcla con las referencias a la búsqueda de Beatriz y el 2 desciframiento de los cuadernos del señor Villaranda, logrando un efecto de total confusión que parece dejar trunca la intriga de novela. La naturaleza heterogénea del espacio literario se vislumbra desde el inicio de la novela. Debe tomarse en cuenta la inclusión de fragmentos de la misa de difuntos o Requiem en la mayoría de los epígrafes de los apartados; este ritual del cristianismo occidental intenta ser un punto de contacto entre el mundo de los vivos y el de los muertos. De manera semejante a lo que sucede con Orfeo, es el canto que se dirige al lugar prohibido el que abre la puerta hacia la alteridad espacial. Este contacto entre mundos diferentes se nota en otros elementos que son fundamentales en la novela; es el caso de la figura del perro tigre, cuya ambigüedad y dualidad van de la mano con los hechos de los que participa dentro de la trama: su llegada presupone el ingreso a un nuevo espacio, es la caída y la expulsión del paraíso, acaso la entrada de Orfeo al mundo de las sombras: “Llegó esa noche, perro tigre. De pronto te detuviste y el jardín se volvió irreconocible para todos. Llovía ligeramente, recuerdo. Empecé a sentir miedo, a darme cuenta de que estábamos en otro lugar.” (Melo, 1969: 29). Es en relación con la expulsión del paraíso y la subsecuente caída a los infiernos que aparece la figura de Beatriz, quien parece ser aquello que se desea y se busca y cuya obvia referencia dantesca nos hace suponer que debe ser la guía en el paso del abismo a la salvación. El deseo de mirarla, de poseerla, es lo que justifica la acción o inacción de la novela. Es la no aparición de Beatriz la que nos debe llevar a cuestionarnos acerca de su significado y de la naturaleza misma de la obra, la construcción de su figura es, tal vez, la clave de todo el relato: “El nombre brilló como un relámpago y se repitió en el coro, en los arcos, en el altar mayor. Sonó como si nunca hubiera sido pronunciado, como si en ese momento Enrique acabara de inventarlo. Tal vez porque su voz era otra; la voz de Marcos, el que dicta el evangelio, no el profeta. No sé. Cuando dijo Beatriz no se refería a una persona viva, sino a un recuerdo.” (Melo, 1969: 64). Es la palabra y el canto de Beatriz lo único que da razón de su existencia; lo único que se puede tener entre manos de su aparente materialidad es una fotografía que no nos dice nada de ella: “Es una fotografía que nunca se ha tomado porque no existe cámara que retenga y aclare los rasgos de Beatriz, porque Beatriz no existe.” (Melo, 1969: 71). El canto que convoca nos recuerda a Ulises y “el canto de las sirenas”, hechizo inasible que seduce (Castillo, 2006) y cuya belleza desaparece en cuanto se intenta pasar del mero asombro a la sujeción de lo que pensamos como un objeto: el canto existe en un espacio diferente al de nuestra realidad objetiva. También se debe mencionar a los convocados, aquellos obligados a obedecer en la noche, quienes participamos del espacio literario: escritor y lector. Orfeo y Eurídice no tienen sino el derecho a la “obediencia” de las leyes propias del espacio en el que se da su encuentro-no encuentro; algo similar ocurre en la comunicación literaria, donde escritor y lector no son sino parte de un espacio que es delimitado por la obra y sus fronteras, los implicados en el acto de la literatura están sujetos a la seducción que la obra, por sí misma, produce, pero de ninguna manera pueden asirla y compartirla fuera del espacio que tienen permitido para su contemplación. Mediante esta perspectiva nos damos cuenta de que el espacio literario da la oportunidad a lectores y escritores de encontrarse con parte de su identidad, con parte de ellos mismos al renunciar a lo que son y aceptar la entrada a esta espacialidad híbrida. En este sentido, La obediencia nocturna, es un relato que nos habla del espacio del relato, una metaespacialidad literaria que, a través de su carácter etéreo, nos lleva a tener la posibilidad de descubrir las fronteras y el umbral que se establecen y se abren entre la literatura y nuestra realidad. 3 Así mismo, es importante señalar la importancia de esta visión para la crítica literaria y la teoría de la literatura, disciplinas que ven en esta propuesta ecléctica la reunión de preceptos que históricamente se confrontan como el estructuralismo y la estética de la recepción. Ya no es necesario el predominio de la figura del autor o del lector cuando la literatura misma tiene un espacio al que ambos son convocados y en el cual se comunican. Creo necesario mencionar que bajo esta perspectiva, la obra de Melo está lejos de ser un desahogo autobiográfico; un claro ejemplo lo tenemos en el alcoholismo del narrador, que va más allá de ser una mera recurrencia catártica del escritor, comprendiendo que es la condición de embriaguez –un estado en el que ya no se es uno mismo, sino otro- la que proporciona los medios necesarios para la correcta interpretación de la realidad literaria. Dicho ritual parece no tener ningún sentido, está destinado a ser –como menciona Luis Arturo Ramos (1990)- un “rito vacío” donde el alcohol será el medio para hallar la constante duda en el que el relato pretende envolver no sólo a su narrador sino también a todos los que asistimos al ritual. CONCLUSIONES Puede considerarse a La obediencia nocturna una novela que encierra en sí misma una teoría literaria que establece un punto de eclecticismo entre el estructuralismo y la estética de la recepción y mediante la cual se manifiesta la importancia de considerar las características esenciales de la literatura para determinar su naturaleza y el espacio al que está destinada. La novela aquí analizada es una espacialidad que nos habla de la manera de concebirse a sí misma y de las reglas que rigen este juego, el de la literatura, actividad lúdica que le permite a la humanidad un espacio alterno que nos revela parte de nuestras búsquedas ulteriores. La presente investigación puede ayudar a marcar trayectos de análisis en torno a la obra de los escritores de la generación de Juan Vicente Melo, de quienes no se ha tomado en cuenta obras que parecen ser de difícil acceso, como es el caso de la presente novela. Es tal vez la renuncia que el lector debe hacer para entrar en la estética de los autores del Medio Siglo mexicano lo que produce un cierto vértigo ante el primer contacto con su obra. A cambio del sacrificio se obtiene una conciencia plena de la naturaleza del espacio al que se ha entrado y en el que el autor ya ha realizado su propio abandono. Quedan pendientes las consideraciones que deben surgir acerca de la naturaleza de la crítica literaria y sus métodos de trabajo, ya que si la literatura no se deja más que vislumbrar en su propio espacio ¿cómo podemos entonces hablar de ella y pretender explicarla desde el exilio que es nuestra realidad? REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Blanchot, M. “El espacio literario”. Paidós, Barcelona, 1992. Castillo García, M. E. “La inefable seducción de Beatriz o el mito del escritor en La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo” Revista de literatura mexicana contemporánea, 31, i-ix, 2006. Melo, J. V. “La obediencia nocturna”, Era, México, D.F., 1969. Ramos, L. A. “Melomanías: la ritualización del universo”, UNAM: CONACULTA, México, D.F., 1990. 4