El piso de abajo de la escuela. Afectos y emociones en el día a día de la escuela infantil Guión aproximado 0- A modo de presentación 1- Llamando al piso de abajo: Puro amor Julia se va 2- Aprender desde la curiosidad y el deseo. Procesos vitales. Dos ejes que se entrecruzan. 3- Alfabetización sentimental 4- El oficio del maestro es aprender 5- Contagiando pasiones Llamando al piso de abajo Siempre he sido bastante aficionada a los matices, a los adjetivos, a las metáforas y a las exageraciones. Envidio a quien escribe corto y claro. Yo suelo necesitar decir las cosas de tres o cuatro maneras, con ejemplos, con paréntesis, con puntos suspensivos... Como si quisiera con todos esos aditamentos trasladar con el mayor realismo posible mis vivencias a las demás personas, a pesar de que sé que es bastante imposible que otros perciban con exactitud cómo viví tal o cual situación, cómo me emocioné al ver tal o cual encuentro entre los niños, como sentí tal o cual cambio en alguno de mis alumnos. Y debió ser en uno de esos intentos míos de explicarme con clarividencia, colorismo y exhaustividad, cuando inventé esto del "piso de abajo", queriendo evocar con esta expresión llena de simbolismo (para mí), un hipotético "lugar", cueva y cobijo de nuestros afectos todos, que vendría a estar situado algo menos a la vista que la imagen que solemos mostrar cara afuera y que estaría "abajo y adentro" de cada uno de nosotros. Allí quedarían contenidos nuestros deseos, nuestros miedos, nuestras creencias, nuestras dudas y nuestros más primitivos impulsos, conformándonos de manera genuina y diferenciada según las particulares circunstancias de vida, herencia, crianza y experiencia vividas por cada cual. Allí se gestaría, contendría y mantendría nuestro universo emocional todo. Desde los cariños a las rabias, desde las envidias a las ternuras, desde las incertidumbres a las esperanzas, porque cualquier persona juega su mundo emocional entero en cada acto, en cada palabra, en cada amor y en cada desamor. Me pareció y me parece una manera de expresarlo clara, útil y casi, casi visual, capaz de recoger de un solo golpe el "piso de abajo" de los niños y también el nuestro. Cualquiera de nosotros, cualquiera que esté cerca de un niño, sabe el interés enorme que él tiene por su cuerpo. ¿Cómo he llegado aquí? ¿Cómo es esto de la vida? ¿Cómo haré para no perder el placer que tanto necesito? ¿Será verdad que tendré que morir? Y el interés tan grande que tiene también por los otros, a los que percibe "iguales" y a la vez distintos, que le dan alegría, miedo, curiosidad, confianza, inseguridad, malestar o cariño... ¿Serán amigos o enemigos? ¿Les gustaré? ¿Me aceptaran? ¿Me querrán?... No tenemos más que tomar un día cualquiera y ver cómo va sucediendo todo tan mezcladito, ¡un verdadero mercadillo de emociones al lado nuestro! Sólo se trataría de aceptar que están ahí y atrevernos a ir probando a hacerlas aflorar, y volverlas así "legales", conscientes, explícitas, para vivir con ellas, con toda la tranquilidad y el sentido común de que cada cual disponga. Algo parecido pasa en el caso de los adultos. Hay un batiburrillo emocional que nos afecta siempre. Podemos mostrarlo más o menos, podemos taponarlo, podemos expresarlo mejor o peor, pero desde luego, a estas alturas, lo que no podemos hacer es ignorar su existencia. Preocupaciones, dudas, saberes, miedos, emociones, proyectos, deseos..., todo nos bulle pugnando por recolocarse lo más equilibradamente posible, satisfaciendo así nuestras necesidades, nuestros agujeros, nuestras expectativas... Hay, además, en nuestro caso, como maestros, un piso de abajo propio del oficio, que compartimos con los compañeros de profesión. Un piso de abajo en el que se cuecen, además de los aconteceres afectivos de cualquier adulto, los que devienen de nuestra propia tarea como educadores. Miedo a no saber, a fracasar, a equivocarnos, a ser demasiado autoritarios, o permisivos, a la racionalización, al espontaneísmo, a los conflictos con los compañeros, con el director, con los padres, con los niños... También nos rondan los deseos de aprender, de cambiar, de tener una mayor formación, de tener más tiempo, de trabajar en equipo, de saber escuchar a los niños, de conectar bien con las familias, de disfrutar en el trabajo... Y cómo no, frecuentemente nos conmueven y nos preocupan las dudas, el cansancio, las inseguridades, la sensación de impotencia, la rutinización, las exigencias propias y ajenas, las prisas, la omnipotencia, la soledad... En cuanto al "piso de abajo" de la escuela, habría que abrir pozos de prospección algo mayores. Aquí el sujeto se amplía, se multiplica, se vuelve plural, se vuelve “institución”. Intervienen intereses ideológicos, políticos, económicos... con suerte, también educativos. Pero aunque las cosas se complican, no deja de ser válida la metáfora, porque ¿qué clase de piso de abajo tiene una institución que ha de perseguir por definición la salud, el aprendizaje, y el desarrollo armónico de los ciudadanos niños y emplea un presupuesto para ello mucho más simbólico que realista? ¿Qué preocupaciones, deseos y movimientos internos tiene una institución que se manifiesta tan inmóvil, tan resistente al cambio, tan rígida? ¿Qué tipo de persona quiere educar? ¿Qué caminos emplea para conseguirlo? ¿Qué desea, que sueña, qué pretensiones tiene, qué proyectos, qué esperanzas? Con motivo de diversos encuentros en cursos, o seminarios, otros compañeros de profesión me han reflejado los significados que tenía para ellos este título del " piso de abajo". A algunos les sonaba a "subsuelo", a "sotanillo" a trastienda, a " trastero desordenado y oscuro a falta de una buena barrida". A otros a una especie de caja de Pandora de dónde podían salir cosas desconocidas, poco manejables, atractivas o amenazadoras. Ha habido quien lo ha comparado con esos cuartos laberínticos donde se escondían tesoros, o libros, o secretos...También lo relacionaron con la intimidad, con un lugar... personal. No han faltado quienes lo veían en plan descriptivo, el piso de abajo era donde solían estar los más pequeños en todas las escuelas. Incluso hubo quien lo interpretó de un modo bastante despectivo, como si definiera lo menos reconocido, lo más bajo, lo que menos vale, lo más fácil, las cosas “de los párvulos"... Una maestra comentó que, lamentablemente, ella había sido formada como maestra de "azoteas", pero no de "pisos de abajo" y que estos asuntos sentimentales... le costaban. Varios han manifestado miedo a no oír, a no entender, a "traumar", a no saber intervenir, a no saber manejar lo que surgiera... Y la mayoría hablaban de la necesidad de aprender sobre estas cosas y de plantearse en serio la escucha del mundo afectivo de los niños. Me pareció muy interesante el comentario de una de las participantes en un seminario, que hablaba de que lo difícil para ella era lograr "bajar y subir" fluidamente del piso de abajo al de arriba y viceversa, integrando los aprendizajes, las relaciones y los afectos en la vida diaria. Yo también lo veo difícil, pero creo que se puede intentar. Desde luego tomando conciencia de las limitaciones, pero también con la seguridad de hacer algo que acerca a la salud y al bienestar de los implicados en la tarea educativa. El año pasado, en Granada, conocí a una intérprete italiana (entusiasta y fogosa), que relacionó este piso de abajo del que yo hablo con otro que había leído en un libro de Julio Cortázar, "Historias de cronopios y de famas". Me lo recomendó tan vivamente que lo compré y lo leí. Fue emocionante para mí compartir simbolismos y acercarme a las asociaciones de otra persona. El fragmento, de una gran belleza, dice así: ...corre desde el centro hacia la pared y ábrete paso. ¡Oh, como cantan en el piso de arriba! Hay un piso de arriba en esta casa, con otras gentes. Hay un piso de arriba donde vive gente que no sospecha su piso de abajo y estamos todos en el ladrillo de cristal; y si de pronto una polilla se para al borde de un lápiz y late como un fuego ceniciento, mírala, yo la estoy mirando, estoy palpando su corazón pequeñísimo, y la oigo, esa polilla resuena en la pasta de cristal congelado, no todo está perdido. Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mi como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta de ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario al kiosko de la esquina. También he tenido el placer de leer en una entrevista que le hicieron al poeta Eduardo Galeano algo relacionado con estas cosas: Son mucho mejores y mucho más dignas de escuchar las voces que suenan adentro y abajo que las que vienen de afuera y de arriba"