El marco filosófico general de la semiótica de Charles Sanders Peirce Fernando-Carlos Vevia Romero Universidad de G uadalajara A finales de este siglo veinte tropezamos, cada vez con más frecuen­ cia, con el nombre de Charles Sanders Peirce. En varias universida­ des norteamericanas se trabaja cada vez más en la comprensión de sus escritos y se preparan ediciones críticas de su obra reunida con el nombre de Collected Papers. Peirce es precursor de la actual semióti­ ca, como Nietzsche lo es de la actual hermenéutica, la desarrollada desde Heidegger a Gadamer. Sin embargo, la recepción de la obra de Peirce es muy confusa. Casi cada autor da su versión personal de conceptos tales como: signo, semiosis, interpretante, referente, etc. Por ello nos avocamos a estudiar el texto original de sus Collected Papers para contribuir, auque sea en modesta medida, a una recepción en México de Peirce que no pase por Umberto Eco, Berttil Malmberg, o cualquier otro investigador de otra lengua. Comencemos con: algunas precisiones sobre el estado de sus escritos. Al morir Peirce en 1914 (había nacido en 1839) sus manuscritos no publicados pasaron al cuidado del Departamento de Filosofía de la Universidad de Harvard. La Introducción de la edición de 1965 {Introducción que lleva la firma de la Universidad de Harvard, con fecha de 1931) afirma: “Estos manuscritos representan todos los grados de fragmentación (These manuscripts represent all stages o f incompleteness” (pag. I V) . Esto lo hemos de tener muy en cuenta al momento de indicar el lugar exacto del que tomamos una referencia, sin perder de vista que puede haber otro fragmento en el que se corrija o modifique el que estamos comentando. Siguiendo con el estado de sus manuscritos, afirman los que presentaban el libro en nombre de la Universidad de Harvard que frecuentemente no hay fecha o título de los fragmentos y muchas hojas están fuera de su sitio o mezcladas con otras. Más importante es lo que transcribimos a continuación: A lgunos de esos fragmentos fueron reescritos más de una docena de veces y a menudo es evidente que el mismo Peirce no fue capaz de seleccionar la forma final (Some o f them were rewritten as m any as a dozen times: it is often evident that Peirce him self was not able to select the fin al form . Pág. iv) Otro caso es el de los fragmentos que pueden identificarse en textos sí publicados. Es más: algunos fragmentos resultan más claros que sus correspondientes que sí fueron publicados. No necesariamente es el fragmentarismo motivo de preocupa­ ción o desánimo, porque en ellos Peirce va siguiendo las ramificacio­ nes de un problema hasta el punto final, facilitándonos así conocer exhaustivamente su pensamiento. Por otra parte, aunque Peirce te­ nía una mente sistemática, no podemos reconstruir todavía comple­ tamente su sistema, a juicio de sus introductores de Harvard. Dicen exactamente: “Su sistema no puede ser reconstruido completamente (His system cannot be completely reconstructed” pág. v). En cuanto a las características de la escritura de Peirce, hacen notar que va variando. Cuando los temas son fáciles, relativamente superficiales, escribe con facilidad. Cuando va creciendo en seriedad y busca el máximo de claridad, trabaja más su escritura, hasta llegar en los escritos más serios a un cierto grado de dificultad: “el carácter detallado y sistemático de su pensamiento crea impedimentos a su pluma: está a punto de caer en una jerga dura, suya propia, adoptada con miras a la precisión” (pág. v). Para terminar con este aspecto, recordemos que el Volumen I de los Collected Papers contiene las líneas generales de su sistema, con las limitantes que acabamos de mencionar. Pasemos ahora al Prefacio de los CollectedPapers. Comienza con dos fragmentos escritos por Peirce en 1898 (tomados de “A Guess at the Riddle”). Del primero tomamos una declaración que será una sorpresa para algunos seguidores de Peirce a través de la exposición de los lingüistas: Para erigir un edificio filosófico que supere las vicisitudes del tiempo, he de tener cuidado, no tanto de colocar cada ladrillo con la mayor precisión, cuanto de colocar los fundamentos profunda y sólidamente. (To erect a ph ilosophical edifice that shall outlasí the vicissitudes oftim e, my care m ust be, not so much to set each brick with the nicest accuracy, as to lay the fou ndation deep and massive. Pág. vil). Muchos no imaginarían tal vez el ímpetu filosófico que animaba a Peirce; su deseo de realizar una obra que superara al tiempo. De hecho, ya lo está superando. Por otra parte, para bien y para mal, debemos retener su advertencia de que no pondrá excesivo cuidado en los detalles. Se ampara en el ejemplo de Aristóteles, cuya obra estaría tan embebida en la cultura occidental, que empaparía por ejemplo el “English common sense” y mil facetas de la vida cotidiana. Considera incluso que la obra de Descartes, Hobbes y Kant, se sitúa en esa línea, aunque con reparaciones, alteraciones y demoliciones, cosa evidentemente muy discutible. Considera aparte el caso de la nueva mansión de Hegel Schelling a la que considera casi inhabita­ ble; muy del gusto alemán. De más interés para nosotros son sus objetivos, que expresa así: El em p eñ o que inaugura este volumen es hacer una filosofía com o la de Aristóteles, es decir: bosquejar una filosofía tan abarcante que, durante mucho tiempo, todo el trabajo de la razón humana, en la filosofía de cualquier clase y escuela, en matemáticas, en psicología, ciencias físicas, historia, sociología y en cualquier otro departam ento que pueda haber, aparezca com o el rellenar sus detalles. El primer paso hacia ello es encontrar conceptos simples aplicables a todo asunto. ( The first step tow ard this is to f in d simple concepts applicable to every subject. Pág. vil) Es una bellísima definición del trabajo de la semiótica; casi viene a ser una teoría del conocimiento de la realidad. Como es natural estas afirmaciones habrán de ser desarrolladas y explicadas por el autor a lo largo de su obra. Deberá desde luego satisfacer las pregun­ tas que levantan su última afirmación: “El primer paso es encontrar conceptos simples aplicables a todo asunto, materia u objeto”. ¿A qué llama “concepto”, a qué llama “concepto simple”, cómo lo va a buscar, etc.? Todo eso está esperando aclaración. El párrafo segundo de su Preface está dedicado a pedir la bene­ volencia del lector. En el tercero parece comenzar a responder a las preguntas del lector. Escuchemos: “El lector tiene derecho a saber cómo se formaron las opiniones del autor” (pág. VIII) . El curriculum ideológico de Peirce es el siguiente: no sólo tuvo sólidos fundamentos en física y química, sino también en las vías o métodos para llegar a nuevos resultados; tuvo tratos con los cerebros más privilegiados de su tiempo en física y él mismo hizo importantes contribuciones en matemáticas, gravedad, óptica, química, astrono­ mía, etc. (Dice textualmente: “none o f them o f any very great importance”. Fui un gran estudiante de lógica —sigue dicendo Peirce— habiendo leído todo lo de alguna importancia en torno al tema. Dedicó mucho tiempo (dice él mismo) al pensamiento medieval, los griegos, los ingleses, los alemanes, los franceses. Produjo sistemas de su invención en la lógica inductiva y deductiva. Siempre creyendo sus afirmaciones, nos enteramos de que dedi­ có cuarenta años al estudio de los métodos de investigación y antes de esos cuarenta años había dedicado diez a prácticas de química en el laboratorio. Todos estos datos son magníficas pistas para encontrar vías de acceso a su pensamiento. Un químico tiende a ver la realidad cons­ truida al modo del sistema de elementos mínimos que se unen entre sí para crear otros objetos. Tal vez sea la primer pista para entender la frase enigmática: “encontrar conceptos simples que se puedan aplicar a todo asunto”. Por lo que respecta a la metafísica afirma: “En m etafísica mi entrenam iento ha sido menos que sistem ático” (pág. IX). A pesar de eso, asegura que leyó profundamente a los autores hasta ser capaz de pensar como ellos pensaron. Más adelante (párrafo 4 de su P r e fa c e ) se refiere a su contacto con la filosofía alemana con las siguientes palabras: Los primeros libros estrictamente filosóficos que he leído fueron de la escuela alemana clásica y llegué a estar tan imbuido de varias de sus maneras de pensar que nunca he sido capaz de desengañarme con respecto a ella (... I have nevar been able to disabuse m yself o f them. Pág. x). Desde luego no hay nada que pueda llamarse “escuela alemana clásica”. Tal vez se refiere Peirce a un cierto aire de familia. Los autores son en realidad muy distintos unos a otros. No hay un movimiento parecido al del romanticismo alemán en literatura, don­ de sí puede hablarse de grupos más o menos homogéneos. Peirce no estaba muy entusiasmado con el resultado de su estu­ dio, como muestra el párrafo 5. El efecto de sus estudios de la Crítica de la razón pura de Kant durante tres años fue: “tener a la filosofía alemana clásica, por encima del supuesto argumentativo, como de poco peso; aunque la estimo, quizás de modo demasiado parcial hacia ella, como una mina rica de sugestiones filosóficas” (pág. IX ). Muchos se preguntarán cómo del poco peso de un Kant salió un Hegel y de éste todo el mundo de Marx, etc. Pero este es el estilo de Peirce: provocativo a veces, humorista a ratos. La filosfía inglesa, a pesar de ser magra y cruda, como lo es, en sus concepciones, procede con métodos más seguros y una lógica más precisa. La doctrina de la asociación de ideas es, según mi modo de pensar, la pieza más fina del trabajo filosófico de la edad precientífica (ibidem ). Cada vez con más precisión se dibuja el mapa del marco ideoló­ gico de Peirce. Rechazo de la filosofía alemana; aplauso a la filosofía de Locke y enseguida nos va a proporcionar otro dato decisivo en el párrafo 6. “Las obras de Duns Scotus me han influido fuertemente”. Habla de despojar a Scotus de su medievalismo, para adaptarlo a la cultura moderna. Pero el dato es esencial. Duns Scotus (1266-1308) fue profesor de filosofía en Oxford, Cambridge y París. Oxford había sido, junto con París, la otra gran puerta hacia la gran escolástica. Conocen a Aristóteles, lo traducen directamente del griego, pero tienen una actitud crítica hacia él. Están abiertos a los conocimientos de las ciencias naturales de los árabes, impulsan las matemáticas y la física. Su postura era en general empírica, como lo es en general de la filosofía inglesa. Ya en concreto Duns Scotus tomó distancia con respecto a Aristóteles y Santo Tomás. Veamos algunas cuestiones que hacen referencia a nuestro tema. El conocimiento es seguro sólo cuando puede referirse a instituciones sensibles; el mundo de las cosas suprasensibles nos cae lejos y sólo nos es accesible por ilaciones y éstas son de por sí imprecisas y muy generales. Este tipo de postura resonará también en Peirce constantemente. Otra idea de Scotus, conectada con la anterior: el conocimiento del singular es más perfecto. Abre el camino a la cosa que está aquí delan te, a la haecceitas, al individualismo moderno, frente al univer­ sal de tipo platónico. Da pasos también Scotus hacia la filosofía inglesa de la sensación. A estas alturas, tal vez el conocedor y segui­ dor de Peirce desde el campo de la semiótica o de la teoría del signo lingüístico, sienta un tanto de desasosiego. En este caso será una sensación correcta: no es Peirce un aficionado a la lingüística que lanza una teoría sorprendente. No. Sus raíces se hunden muy atrás en el pasado. Debemos notar que la actitud de Peirce con respecto a los filósofos es muy ambigua, incluso dentro de un espacio tan reducido como las páginas de este prefacio. En unos momentos reconoce haberlos leído y en otros rechaza totalmente a los filósofos en con­ junto. Así en el párrafo 7 escribe: “Las demostraciones de los metafísicos son todas ellas música celestial” (The demonstrations o f the metaphysicians are all moonshine). Acababa de decir que su filosofía podía ser descrita como la tentativa de un físico de hacer una hipótesis (una conjetura), tal como la permita la constitución del universo y los métodos de la ciencia, con la ayuda de todo lo que ha sido dado por los filósofos anteriores. La desconfianza hacia los filósofos de Peirce recuerda otros casos parecidos. Ocurre como si el recién llegado a la filosofía sintie­ ra que es el único que busca la verdad, o tal vez se trata de que no conoce aquello que critica, o quizás, en una tercera hipótesis, que llama “filósofos” a dos o tres figuras menores. Recordamos el caso de Descartes: “Todo esto me inducía [...] a pensar que no había en el mundo una doctrina capaz de satisfacerme por completo, de darme la certidumbre a que mi espíritu aspiraba” (Descartes, Discurso del método, Primera Parte). Cuando Descartes escribía estas palabras se refiere al final de sus estudios, o sea: los dieciséis años, más o menos. Parece un poco pronto para desencantarse de toda filosofía. Este rechazo a lo que se piensa que es la filosofía y que tal vez no sea sino contacto con una forma concreta y deficiente de filosofía, tiene una explicación muy satisfactoria en el análisis que hacía Schopenhauer en el Prólogo a la segunda edición de su obra fundamental: El mundo como voluntad y representación: Cuando Kant devolvió su prestigio a la filosofía, no tardó en convertirse en instrumento de intereses [...] Ahora bien, los gobiernos hacen al presente, de la filosofía, un medio para sus fines de Estado, y por otra parte los profesores de filosofía hacen de ésta una industria que les nutre com o cualquier otra: se agrupan solícitos en torno a los podero­ sos, haciendo protestas de sus buenas intenciones, es decir, de estar dispuestos a toda clase de complacencias con ellos. Esto lo escribía Schopenhauer en 1844, cuando Peirce tenía cinco años. Es pues un testimonio casi contemporáneo. Para los pensadores que provienen del campo de la ciencia, del campo de las matemáticas, es natural que la primera impresión ante la filosofía sea de descontento, irritación, como si se encontraran ante un charlatán. Sin embargo basta un sólo párrafo de un gran filósofo para darnos cuenta de cómo el pensamiento humano puede ser profundo aunque no se exprese en fórmulas matemáticas. Kant Crítica de la razón pura, Introducción, Apartado I, párrafo segundo: Mas si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no por eso origínase todo él en la experiencia. Pues bien podría ser que nuestro conocim iento de experiencia fuera compuesto de lo que recibi­ mos por medio de impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer [...] proporciona por sí misma [...] etc. ¿Hay aquí algo de dogmatismo, de infalibilismo? ¿Ofende esta pregunta a la dignidad del ser humano? Es simplemente la pregunta de una inteligencia superior que en dos líneas cuestiona toda la filosofía de Locke: “Es pues, por lo menos —sigue diciendo Kant— una cuestión que necesita de una detenida investigación y que no ha de resolverse enseguida a primera vista”. De nuevo podemos preguntarnos: ¿es esto “música celestial”, es decir “tonterías”, pérdida de tiempo, falta de espíritu científico? Al contrario; si esta cuestión no se resuelve, no se puede establecer un fundamento para la ciencia. Regresemos al párrafo séptimo donde Peirce abre su corazón de una vez, con unas frases que, más que punto de partida, son ya punto de llegada y desde luego una plataforma correcta para empezar a entender su obra: “Lo mejor que puede hacerse es proporcionar una hipótesis, no desprovista de toda probabilidad, dentro de la línea general del crecimiento de las ideas científicas, y capaz de ser verifi­ cada o refutada por observadores futuros” (pág. X ) . Ahí está ya dibujado el proceso de semiosis indefinida, es decir: hipótesis de interpretación de la red de signos, que varían de una época a otra; ahí está esbozado también el personaje del interpretan­ te: esos observadores del futuro. Terminaremos de exponer el conte­ nido de su prefacio, auténticamente pragmático, para exponer luego un breve comentario. Expondremos las ideas de Peirce en primera persona, tal como él lo hace, para aligerar esta exposición. En el párrafo octavo y sucesivos se refiere a todas aquellas personas que han adquirido el concepto de ciencia leyendo y no investigando. Todas ellas piensan que “ciencia” es igual a “conoci­ miento”, siendo en verdad un nombre impropio aplicado a la búsque­ da de aquellos que están devorados por el deseo de encontrar cosas: A unque la infalibilidad en materias científicas me parece irresistible­ mente cómica, dice Peirce, me situaría en un camino errado si no pudiera tener un gran respeto hacia aquellos que tienen pretenciones de ella, comprendiendo ahí la mayor parte de la gente que se interesa por ella. Cuando digo que tienen pretenciones de ella, quiero decir que asumen sus funciones de una manera tranquila e inconsciente. Nunca se han dado cuenta del significado pleno del adagio H u m an u m est errare. Hay ciencias en las que se admite con naturalidad un error probable (m ediciones astronómicas). En otras no se reconoce, quizás porque los errores son demasiado vastos para ser estimados. Soy un hombre del que los críticos no han encontrado nada bueno que decir. Sólo en una ocasión en mi vida he tenido el placer de un elogio: cuando un crítico, refiriéndose a mí dijo que “no parece estar absolutamente seguro de sus propias conclusiones”. Mi libro no tiene instrucción para impartir a nadie. Como un tratado matemático, sugerirá ciertas ideas. Si usted las acepta, será porque le gustan mis razones, pero la responsabilidad queda en usted. El hombre es un animal social: pero una cosa es lo social y otra lo gregario. Mi libro está escrito para gente que quiere averiguar; la gente que quiere que se le alimente filosóficamente puede ir a otra parte. ¡Hay tiendas de sopa filosófica en cada esquina, gracias a Dios! Durante años, en el transcurso de este proceso de maduración, he usado para mí mismo el coleccionar mis ideas bajo la designación de falibilism o. Y verdaderamente el primer paso hacia el encontrar es reconocer que no conoces satisfactoriamente. En verdad, además de un falibilismo contrito, combinado con una gran fe en la realidad del conocimiento y un deseo intenso de encontrar cosas, me ha parecido siempre que mi filosofía crecía [...] Así termina, con puntos suspensivos este prefacio, en que Peirce nos introduce en su mundo. A modo de conclusión podríamos decir que contribuye sin duda a establecer el marco filosófico general dentro del cual surge la semiótica de Peirce, la consideración de la influencia que ejerció en otros pensadores. Tal es el caso de la transición realizada por John Dewey “del absolutismo al experimentalismo” Citado en: Enciclope­ dia Internacional de las Ciencias Sociales, dirigida por David L. Sills, Aguilar, Madrid, 1979, Volumen 3, artículo “John Dewey”, firmado por Charles Franken, pág. 654 a), es decir: de Hegel a la acción social. Esa transición fue apoyada en la teoría pragmática de la lógica elaborada por Charles S. Peirce. Asimismo, cuando William James tomó “posesión del concepto de pragmatismo” y lo hizo famoso, se declaró escrupulosamente deudor de su amigo Charles Sanders Peirce”. En un artículo titulado: “How to make our ideas clear” publicado en 1878, Peirce había intro­ ducido esa palabra en el vocabulario filosófico (citado en: Enciclope­ dia [...] volumen 6, artículo “William James”, firmado por: William D. Phelan Jr.). Según los que descubren esta conexión entre Peirce y James, aquél “sostuvo que las creencias son realmente reglas para la acción y que sólo cabría descubrir el significado de tener una creencia aquilatando las consecuencias que hubiera tenido para la acción”. Luego se distanció Peirce del significado que James dio a la palabra pragmatismo. Ahora bien ¿cuál fue el marco o contexto histórico en que se movieron los tres pensadores? Su relativismo, ese esperar la aproba­ ción del futuro, o remitir el valor de la verdad a los distintos interpre­ tantes u observadores o hablar de presentar sólo hipótesis y no verdades absolutas e inamovibles, o descubrir cada uno a través de sus investigaciones sus propias verdades, hace pensar en una huida de la realidad, de su realidad histórica, huida hábilmente disimulada con una predicación relativista. Peirce nació en 1839, James en 1842 y Dewey en 1859. Los tres vivieron por lo menos hasta 1910. ¿Qué pasó en los Estados Unidos en esa época? En primer lugar, los territorios de esa nación se reducían a una tercera parte del territorio actual. Las anexiones van llegando en esos años: Texas (1845) cuando Peirce tiene 6 años, Oregon 1848, así como la llamada “cesión mexicana”, Utah en 1850, etcétera. El mismo año de 1848 una convención en pro de los derechos de la mujer, la primera en la historia del mundo, se celebró en Seneca Falls, New York (Reseña de la historia norteamericana, Servicio de Información de los Estados Unidos, s/f, s/ed, pág. 80). Desde mediados de la década de 1840 todas las demás cuestiones políticas de los Estados Unidos quedaron eclipsadas por la esclavi­ tud. El 12 de marzo de 1861, se inicia la guerra entre el Norte y el Sur, cuando Peirce se incorporó al United States Coast and Geodesic Survey, donde trabajó como funcionario treinta años. A partir de 1870 se desarrollan en Estados Unidos los grandes trusts y corpora­ ciones, para reunir firmas competidoras en una sola organización. Se produjo el movimiento de los agricultores abrumados por las dificul­ tades económicas. Más tarde la intervención en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Ya en 1873 Mark Twain había sometido a crítica a la sociedad norteamericana en The GildedAge (La edad sobredorada). Comenzaron entonces en los periódicos a aparecer artículos relacio­ nados con los monopolios, las altas finanzas, los alimentos adultera­ dos y las prácticas abusivas de los ferrocarriles (.Reseña... op. cit, pág. 128). Upton Sinclair, publicó La jungla, novela que sacaba a luz las condiciones malsanas que privaban en las grandes empacadoras de carne de Chicago... La literatura del desenmascaramiento “desempe­ ñó un papel vital para inducir al pueblo a entrar en acción” (ibidem). Estos y otros muchos temas nos vienen a la memoria cuando experimentamos la asepsia académica de nuestros tres pensadores. ¿No era urgente saber quién tenía razón: las mujeres que pedían igualdad de derechos o sus contrarios; los esclavistas o los librepen­ sadores; los grandes monopolios o los ciudadanos, etc., etc.? ¿No es sospechosa la neutralidad científica? ¿Cómo pueden burlarse y des­ preciar a toda una tradición de dos milenios que trataba de dar respuesta filosófica a los problemas de justicia, libertad, organiza­ ción social, etcétera? Es cierto que Peirce es un filósofo de la ciencia, pero si hago estas reflexiones es porque sus ataques, sus desprecios, son para la filosofía toda. Sólo salva, como ya hemos visto, la filosofía de Duns Scotus y John Locke. Es decir: la doctrina de la asociación de ideas, que tanto se parece a la formación de compuestos químicos a partir de elemen­ tos simples. En este Prefacio todavía no menciona la palabra “semi­ ótica”, pero sí anuncia su intención firme de realizar una filosofía que sirva para toda reflexión de cualquier ciencia sobre cualquier tema, o a propósito de cualquier materia. Los que proceden del campo de la literatura o de la lingüística pueden mejorar mucho su recepción de la teoría de Peirce, si tienen en cuenta este telón de fondo de su filosofía. Sobre todo cómo contrae Scotus, el Doctor Subtilis, los límites de la razón. No tiene tanta fe en la razón; es mucho más crítico. Cuando lleguemos a estudiar la teoría del signo de Peirce y su concepto de semiosis, habremos de recordar las ideas de Scotus sobre el ser humano. Todo cuanto se conoce, se conoce “ad modum cognoscentis”, decía Scotus con mucha más fuerza que otros escolás­ ticos de su época. Es decir: hay una relación constante entre nuestros instrumentos cognoscitivos y el objeto de conocimiento. Recordare­ mos también la actividad del intellectus agens, que extrae los concep­ tos universales, pero antes hay una natura communis y de ahí sale la species intelligibilis. Vemos ahí una especie de estructura terciaria, tan querida por Peirce. Todo esto de ahora son sólo adelantos de lo que nos puede traer como resultado la investigación cuidadosa de los escritos de Charles Sanders Peirce.