5 Artesanía popular del barro

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Artesanía popular del barro
Miguel Cabezón Cuéllar
La comarca de la Hoya ha sido un importante foco artesano de cerámica de uso doméstico. La producción más
generalizada corresponde a la cerámica porosa basta y
la bañada con barniz de plomo, conocida como alfarería
popular. Esta actividad pervive, con cierta vitalidad, hasta
mediados del siglo pasado, cuando los acontecimientos
socio-económicos de esta centuria influyen en su desaparición, al introducir nuevas formas y materiales, que
sustituyen a las anteriores para los usos domésticos.
Las piezas de alfarería han constituido el menaje de cocina de todos los hogares ya que hasta la introducción del
butano o electricidad, los guisos se hacían en cazuelas, horteras, ollas de barro,
directamente en el fuego de los hogares de leña o cocinas domésticas. Los avances
técnicos desplazan estos utensilios por otros de vidrio, plástico, acero inoxidable,
etc., del mismo modo que el abastecimiento de agua en la mayoría de los pueblos
ha contribuido a que desaparecieran los botijos, los cántaros y las tinajas.
Efectivamente, la alfarería popular ha perdido su funcionalidad, a excepción, hoy
día, de la tartera de barro, que es la que más perdura debido tal vez a que por su
forma, se puede adaptar a las características de los fogones modernos. También el
botijo sigue fabricándose adaptando el tamaño para poderlo guardar en el interior
de las neveras. Desde hace ya una década ha resurgido la producción alfarera, con
fines decorativos o como pieza de coleccionista; no obstante, aunque con ligeras
variantes, se sigue fabricando igual que en el pasado.
Los artesanos de esta comarca tenían cierta especialización, ya que se dedicaban,
bien a la alfarería de agua (tinajería y cantarería) o bien a la alfarería de fuego
como vajillería, pero nunca a ambas cosas a la vez, sobre todo porque son técnicas
de elaboración diferentes y exigen tiempos y modos de cocción distintos.
Entre todos cubrían las necesidades, porque abastecían de tinajería, cantarería y ollería a los municipios, desplazándose pueblo a pueblo para vender
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la producción. Pervive en la memoria, en los pueblos de la ribera del
Guatizalema, un recuerdo muy entrañable de los vajilleros de Bandaliés. Tal es el caso de Novales, que
en los días previos a la siega y a las
fiestas patronales acudían a la plaza
con tartanas rebosantes de vajilla y
juguetes para regalar a los más pequeños del lugar.
Botijo de Huesca
Tinajería
La base para la fabricación de piezas la constituye la arcilla y el agua para formar el
barro, la leña, utilizada en la cocción, y los óxidos para la decoración. Tanto para
las tareas de extracción como para la preparación de la arcilla, se servían de los mismos instrumentos: azadas, picos, palas, cribas, ruello, etc. La arcilla era esparcida y
triturada con el ruello tirado por caballerías; a continuación, formaban con ella un
montón, seguidamente vertían agua encima y lo mezclaban hasta conseguir una pasta adecuada para modelar. Este procedimiento servía para hacer tinajas y cuezos, en
cambio para los cántaros y objetos más pequeños, antes de añadir el agua, la arcilla
era cribada para eliminar cantos groseros y obtener una pasta más fina.
La tinajería de la Hoya la hacían a mano, mediante la técnica de urdido (sin torno);
es el método más antiguo empleado para la elaboración de vasijas. Como base de
apoyo utilizaban un soporte cilíndrico hueco y sobre él superponían un trípode;
este acoplamiento les servía de banco de trabajo donde modelaban el barro, preparado previamente a modo de churros que los superponían uno encima de otro
hasta conformar la pieza deseada. El trípode lo utilizaban de base para cada una de
las piezas, en sus discontinuas etapas de fabricación; con él era fácil desplazarlas
de un lugar a otro, sin riesgo de imprimir huellas dactilares y provocar deformaciones en el barro cuando todavía estaba tierno. Como útiles de trabajo empleaban
la paleta de mano, para alisar la pared y el hongo de mano para presionar por el
interior de la pieza. Ambos utensilios estaban hechos, por ellos mismos, de barro
cocido. Es la técnica utilizada en las dos tinajerías de la comarca; la de Sarsamarcuello y la de Nueno. La fabricación mayoritaria era naturalmente las tinajas, pero
también hacían cántaros y otros objetos según las necesidades.
Las piezas que se conservan de Sarsamarcuello presentan a la vista un aspecto
de color rojizo, sin embargo las de Nueno son de color pardo claro con abundancia de concreciones calizas que resaltan sobre el fondo de la pasta por su
tonalidad blanquecina y aspereza al tacto. La decoración en ambos alfares es
similar y con tres tipos diferentes: pintada, con trazos ondulados e incluso a
254 Comarca de la Hoya de Huesca
veces sin orden por toda la tinaja, con pintura de manganeso, incisa, círculos
hechos con puntos de caña recortada en forma almenada o con la base de las
varillas de un paraguas y excisa o plástica cordoncillos de barro que una vez colocados sobre la pared de las vasijas incidían sobre él con los dedos de la mano,
presionando alternativamente para formar valles y crestas; esta decoración de
cordoncillo la utilizaban para tapar o disimular las uniones entre las diferentes
etapas necesarias para su elaboración.
En Sarsamarcuello, la tinajería estaba situada en la finca apodada Casa Lorés, que
cerró al finalizar el s. XIX. También trabajaron temporalmente, como en el alfar de
Nueno, operarios que procedían de Calanda y, que además de tinajas fabricaban
cuezos y macetas. De ahí que las piezas, que se conservan actualmente de este
alfar, presenten una coloración rojiza, similar a las calandinas.
Monaj, de Casa Tinajero, cierra el alfar. Las tinajas más antiguas, producidas por
oriundos de esta localidad, responden a una tipología específica, con características
propias, que las individualizan de las del resto de la provincia; en las moldeadas en
los últimos años, se puede apreciar la influencia de operarios foráneos, sobre todo
de Calanda (Teruel) y de La Almolda (Zaragoza), que se instalaron en la localidad
desde principios del s. XIX. Además de las tinajas, se fabricaron cuezos, cántaros,
parretas, caracolas, macetas, jarrones, botellas para agua, alcabuces (tuberías para
agua), toneles, orinales y otros objetos de capricho.
Cantarería
Los cantareros extraían la arcilla siempre de un lugar próximo al alfar; una vez en
él la preparaban extendiéndola y picándola para que se «cociera» al aire, normalmente esta operación la realizaban en
invierno. A continuación, preparaban
las pasta entre dos balsas; en la primera y más alta amasaban la arcilla con
agua y, posteriormente la trasvasaban
a la segunda mediante colado; cuando
el agua se había evaporado quedaba
el barro apto para modelarlo; tomaban
una porción que llamaban «pastón» o
«pella», la colocaban en el plato del torno y con el pie hacían girar la rueda
inferior aprovechando el movimiento
para subir el barro hasta dar forma a
cada pieza; posteriormente las trasladaban al horno para su cocción. Como
combustible utilizaban leña e incluso
paja, y para la decoración en negro
Cántaro de Huesca
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empleaban óxido de manganeso o lo que ellos llamaban “tinta de alfarero”. El
color de los cántaros era de color crema rosáceo que con el uso se oscurecía. La
ciudad de Huesca tiene un pasado de gran tradición, en lo que a cantarería se
refiere. Es evidente que al ser una fabricación de utensilios de uso cotidiano, sus
orígenes se circunscriben a los inicios de las necesidades generadas por el hombre
para uso doméstico.
De hecho, desde el s. XIV hay referencias en distintas publicaciones, relacionadas
con la actividad alfarera. En el XX podemos constatar la existencia de una veintena
de alfareros, en cuyos obradores trabajaron varios de jornaleros. Todavía perviven
en la memoria los nombres de Alós, Muzás, Merigó, Calleja, Balaguer y un largo
etcétera hasta el último artesano Ricardo Carrás que cerró en 1981.
La técnica del torno de pie fue mayoritariamente la utilizada para la fabricación de
las diferentes piezas de cantarería, que presentaban una acabado muy estilizado.
Podemos destacar por la mayor abundancia de producción los cántaros de una o
de dos asas, botijos, bebederos para pollos, platos para macetas, macetas de pie y
de colgar, de diversas variedades y tamaños. Un ceramista artesano oscense, Enrique Alagón, iniciado en el torneado de tendencias modernas, logra simultanear las
formas vanguardistas con las tradicionales de cantarería de Huesca, en un moderno alfar que se mantiene activo en la actualidad.
En Ayerbe, Lorenzo Sánchez Ornat, apodado «Tocata» trabajó de muy joven en
la tejería propiedad de sus padres; después se trasladó a Valencia para aprender
el oficio de alfarero. Al regresar a su pueblo natal hacia 1911, construyó un alfar
en un lugar próximo a la tejería, y de este modo pudo aprovechar el mismo
horno para cocer las piezas de cantarería. Sánchez trabajó con torno de pie y
obró piezas como cántaros, botijos, jarrones, jarras de una y dos asas, huchas y
juguetes. La decoración con que adornaba los cántaros era de trazos pintados
con manganeso; los botijos solía adornarlos con decoración excisa o plástica
motivos floreados o breves textos. Igualmente simultaneó la cantarería con la
fabricación de tejas y baldosas con decoración incisa y motivos floreados. En
una etapa de su vida, este alfarero llegó a ser alcalde de la localidad. Lorenzo
cerró el alfar al jubilarse.
Ollería
El método empleado para la preparación del barro es el mismo que en cantarería
de torno. Las piezas utilizadas para ollería se han fabricado con cubierta vidriada
de plomo, cuyo proceso de fabricación es igual que en la cantarería de torno
hasta la primera cocción llamada en Bandaliés «bizcochado». Posteriormente las
barnizaban, por vertido, con óxido de plomo diluido, después se dejaban almacenadas para que terminaran de escurrir y someterlas posteriormente a una nueva
cocción.
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Los olleros hacían piezas para mesa y para fuego; de estas últimas, destacan las
ollas, pucheros, coberteras y cazuelas de todos los tamaños. La producción de
piezas para vajilla de mesa, constaba de platos hondos y llanos, soperas, juegos de
café, cazuelas, ollas, pichelas, jarros de medida, escurrideras, saleros, azucareros,
tortilleros, horteras, «horteretas» con asa para uso de personas mayores, coberteras,
terrizos, polleras, relojes de barro, mondongueras, etc. La variedad de piezas es
muy superior a las aquí reseñadas.
La ornamentación utilizada fue la excisa o plástica, con formas geométricas muy
diversas y realizada con los dedos de la mano, técnica que en este lugar se denominó «encordonar»; igualmente aplicaban la decoración incisa y la pintada en
amarillo, hecha con puntos de media caña, círculos concéntricos, motivos vegetales y también espirales en negro. Las piezas presentan una tonalidad marrón con
distintos matices.
Hay que tener en cuenta que es una obra espontánea, porque el alfarero se sienta
al torno o se pone a decorar y nunca sabe lo que va a salir. No obstante, antiguamente cuando eran objetos de uso, tenían que frenar su iniciativa y trabajar en
serie cientos de pucheros, cazuelas, cántaros, ollas, etc., del mismo modelo y tamaño, ya que la denominación específica de cada pieza se basaba en la capacidad,
«de a tres», «de a cuatro», etcétera.
De la simbología que aparece en las piezas de esta comarca predomina el zig-zag,
las ondulaciones, los círculos, las culebras, los lagartos, las estrellas, el sol y los
puntos de caña. Queda mucho por investigar, ya que, por lo que se aprecia en la
decoración, hace pensar que estos centros de producción de barro tuvieron alguna
influencia exocultural.
Alfareros de Bandaliés
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Los dos centros de los que tenemos noticias en la comarca son Huesca y Bandaliés;
en todos ellos utilizaron el torno de pie. En Huesca, hacia la segunda mitad del s.
XIX, hubo un único alfar propiedad de Agapito Calleja, que se dedicó a fabricar
con cubierta estannífera, loza blanca y lápidas funerarias en azul, morado y amarillo, que Pascual Madoz definió como loza ordinaria. También fabricaron lápidas
funerarias, quizás debido a la influencia de los alfareros venidos de Muel en 1874.
Las distintas tipologías se pueden apreciar en ambos cementerios de la ciudad, de
forma cuadrada o rectangular con fondo blanco, barniz estannífero y sobre él monocromía en azul, negro, o bicromía azul y morado negruzco. La decoración más
abundante la constituyen los motivos vegetales en forma de piña, ramilletes, flores
o geométrica a modo de cenefas o líneas continuas.
El mayor centro productor de cerámica barnizada ha sido Bandaliés, localidad que cuenta con un esplendoroso pasado entre los ss. XIX-XX, ya que llegó a tener varios alfares
en el último siglo; en él hubo alfareros especializados unos fueron puchereros y otros
vajilleros, como Viñas, Aniés, Abió, Carrera, Sabás, Franco, Pols, Bail o Marsó.
En la actualidad solamente permanece en activo el alfar de Julio Abió, gracias a
su tesón y esfuerzo y a la continuidad de sus hijos en el oficio que, sin olvidar
la antigua de uso, también han sabido explorar con acierto nuevos diseños, más
funcionales y decorativos.
Los artesanos del barro requerían la ayuda de otros gremios auxiliares, hoy desaparecidos, como eran los «arrieros» dedicados éstos a recoger boj, aliaga, carrasca,
etc., de los montes comunales para surtir a las alfarerías de esta materia prima.
También existían los «gafadores», dedicados éstos a colocar grapas a las piezas, que
por el uso o por un golpe, presentaban grietas en sus paredes y una vez reparadas
seguían cumpliendo su función indistintamente de que las piezas fueran para agua
o para fuego; además, en los pucheros y ollas grandes que se destinaban al fuego
colocaban una malla metálica exterior y alrededor de la pieza para protegerla, porque solían ser los más delicados, generalmente eran aquellos que se empleaban
en los días de fiestas y en los entierros para hacer las judías, el guiso de carne y
el café.
Esperamos que estas líneas sirvan de estímulo para una puesta en valor de tan rico
patrimonio cultural, potenciándolo para así, conservar esta versión del arte popular
que forma parte de nuestra cultura comarcal.
Bibliografía
M. Cabezón, Ana Castelló y Tirso Ramón. Nuevas aportaciones a la alfarería oscense: la tinajería de
Nueno. Temas de Antropología Aragonesa, nº 3 I.A.A., Zaragoza 1987, pp. 68-83.
M. Cabezón, Ana Castelló y Tirso Ramón. La alfarería en Huesca (descripción y localización). Instituto
Aragonés de Antropología, Serie monográfica nº 2. Zaragoza, 1984.
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