Docencia e investigación: un encuentro necesario y posible

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Docencia e investigación: un encuentro necesario y posible.
Resumen
Docencia e investigación, dos funciones de la Universidad. ¿Es posible que se den
juntas? ¿Cuál es el punto de encuentro entre ambas? ¿Cómo se desarrollaron a lo
largo de la historia de las universidades? ¿Qué sucede en la actualidad?
El encuentro con el otro se da por medio del diálogo, puesto que con la palabra el
hombre se hace hombre. Este encuentro de libertades interpela una realidad, un
desafío constante que se transforma en el vínculo, en el punto de encuentro entre la
docencia y la investigación y hace que éste sea posible y necesario: la búsqueda
apasionada de la verdad.
Datos de la autora:
Nombre y apellido: Verónica María del Huerto Reyes
Titulo: Profesora en Ciencias de la Educación
Correo electrónico: vmhreyes@yahoo.com.ar
Lugar de trabajo: UCSF, Facultad de Derecho y Ciencia Política, Cátedra:
Metodología de la Investigación Científica, en la Licenciatura en Ciencia Política.
(Dir. Cgo Echagüe 7151, tel. 4603035)
ISPI N 4031 “Fray Francisco de Paula Castañeda”, Taller Docente I, Teoría del
Currículum y Didáctica, Seminario de Integración y Síntesis; en los Profesorados
para la EGB de 3º Ciclo y Polimodal en Historia, Filosofía y Lengua y Literatura, y en
el Profesorado para la EGB de 1º y 2º Ciclo. (Dir. Alfonso Duran 3649, tel. 4554048)
Para comenzar
“Cuando alguien vive a la orilla del mar
acaba por no darse cuenta del murmullo de las olas a
su espalda.
El hábito es una especie de sueño,
acompañado del oscuro deseo de no ver nada más,
de no oír nada más, disminuyendo las tensiones de la vida.
Diariamente llamado a responder a múltiples necesidades
de gran número de jóvenes, el educador ya no interpreta correctamente
los comportamientos que cambian
con el estado de ánimo y las horas del día.”
Pierre Voirin
Se pretende aquí exponer las reflexiones respecto a lo que implica la
formación de la persona y la relación con la investigación.
Además, es un intento de colaboración en el replanteo -continuo de ser
necesario, para no distraernos- de la dirección de nuestra mirada, y no sólo a dónde
se dirige sino también indagar cómo estamos mirando. No vaya a suceder que
nuestros ojos estén “orientados” y nuestro rostro haya quedado inmutable e incapaz
de asombrarse.
No debemos olvidar que (y para quien lo comparta) debemos ser fieles a una
tradición que nos remonta a Aristóteles: el hombre de estudio no debe ser un
extranjero en su ciudad.
Por tal motivo mi último deseo es que, independientemente de coincidir con
las ideas, estas reflexiones generen pensamiento.
IV ENDUC – Área 3.1. La universidad como generadora de conocimientos y formadora de la persona
Para ello propongo lo siguiente: en un primer momento realizo una breve
reseña del origen de las universidades, luego comparto con el lector algunas
características de la realidad actual en la que se haya inmersa la universidad hoy.
Me detengo en dos misiones de la universidad que son la docencia y la
investigación. En este punto analizo las mismas y me cuestiono: ¿qué es transmitir
conocimientos e investigar?, ¿cómo mantener la armonía, el equilibrio, la relación
entre la transmisión de conocimientos y la investigación?
Es preciso considerar que la universidad debe aspirar a la excelencia en
investigación y docencia, sin dejar algunas de esta de lado ni subordinando una a la
otra, pero, ¿cómo hacerlo? ¿Por dónde empezar?
Breve reseña del origen de las universidades
En las civilizaciones antiguas (Egipto, India, China, Persia, etc.) comenzó a
sistematizarse la formación de los técnicos, sacerdotes y funcionarios. La búsqueda
del saber por sí mismo recurriendo a la racionalidad es una característica
constitutiva de la cultura griega clásica a partir del siglo V antes de Cristo. Uno de los
primeros rasgos que definen lo que será más tarde la Universidad es el deseo de
buscar la verdad apelando a la observación de hechos y a la racionalidad.
Según opiniones más bien “eurocéntricas”, se ubica el origen de las
universidades alrededor del siglo XI en la Edad Media (europea), pero estas
opiniones, habría que conjugarlas con los antecedentes de Alejandría y la
Universidad de Nalanda en la India. Sin embargo, más allá de las denominaciones
resulta asombroso observar cómo la humanidad ha buscado por diferentes motivos y
caminos transmitir los conocimientos.
En ese mismo siglo, las congregaciones religiosas comenzaron a organizar
escuelas monacales con el fin de preparar a maestros o simplemente para elevar la
formación filosófica y teológica de los miembros del clero. Algunos reyes, decidieron
entonces, crear escuelas palatinas para educar a la nobleza. Comenta Augusto
Pérez Lindo (2003, p. 47) que “… tal era el respeto que se sentía por los símbolos,
los conceptos o las palabras que en algunas de las primeras universidades el pueblo
suspendía su actividad cuando se discutían cuestiones metafísicas o teológicas
decisivas”.
Las universidades surgen, en general, de las viejas escuelas catedralicias al
organizarse corporativamente maestros y estudiantes. Este movimiento corporativo
que da lugar a la formación de los gremios, cofradías, hansas de artesanos y
mercaderes, al reunir a los “intelectuales”, hace que surjan las universidades.
La primera de las universidades fue la de París, dedicada al estudio de la
Teología y la Filosofía. En el mismo siglo XII empezaron a iniciarse las de Bolonia,
Montpellier, Oxford y Orleans. A medida que éstas iban consolidando su
organización, surgían otras nuevas en Francia, Inglaterra, Italia, España y Portugal.
Mientras algunas abarcan la totalidad del saber, otras, se limitan a una determinada
especialidad.
Hacia 1806 un decreto de Napoleón recrea la universidad francesa
vinculándola con la formación de los cuadros del Estado. Alrededor de 1809 se crea
la Academia de Berlín, que se convierte muy pronto en un modelo de universidad.
Algunos autores sostienen que la universidad “napoleónica” fue inspiración de las
universidades de América Latina en el siglo XIX, para organizarlas en facultades.
“El nombre de Universidad que deviene del latín universitas litterarum,
contiene en su etimología la idea de que el hombre está inmerso en la totalidad del
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IV ENDUC – Área 3.1. La universidad como generadora de conocimientos y formadora de la persona
cuerpo social y de que todo su universo es el objeto del conocimiento”. (Escotet,
Miguel Ángel, 1996, p. 36)
La universidad hoy
En la actualidad, estamos transitando cambios en los paradigmas o tal vez de
paradigmas. Estos cambios en la sociedad del presente nos invitan a convivir en el
fragmento, imbuidos en la complejidad del conflicto, la competitividad, la alienación e
integración. Aunque queramos renegar de ellos y sacudirlos de nuestro ser
debilitado, están instalados y emiten señales que denotan que han venido para
quedarse por un largo tiempo. Este cambio epocal impacta de sobremanera en la
educación.
Los cambios en la economía y el mercado de trabajo que viven la mayoría de
las sociedades latinoamericanas presentan nuevos desafíos a los viejos sistemas
educativos. Vivimos la expansión permanente de la denominada “sociedad del
conocimiento”. En casi todos los campos de actividad se tiende a incorporar dosis
crecientes de conocimiento científico y tecnológico que es preciso aprender en
instituciones formales y no ya en el trabajo, como era frecuentemente en las
sociedades precapitalistas. Esta demanda introduce nuevos desafíos a la institución
educativa, sobre todo en la Universidad. Formar recursos humanos obliga a la
Universidad, especialmente a los docentes, a multiplicar las ocasiones de
aprendizaje más allá de las paredes de la institución, lo cual a su vez, requiere
nuevas actitudes y competencias docentes.
Además, la aceleración de los cambios sociales en la ciencia, la tecnología y
la producción social obliga a una actualización permanente de los docentes para que
la formación que ofrecen esté a la altura de las demandas sociales. Hoy los
docentes, al igual que otros agentes profesionales, están sometidos a una exigencia
de cambio permanente, que requiere la movilización de recursos de aprendizaje que
no siempre han tenido oportunidad de desarrollar durante su etapa formativa o en su
experiencia de trabajo.
La UNESCO ha señalado la paradoja de que la mayor parte de las
tecnologías de información y comunicación tienen su origen en la investigación
científica que se realiza en las universidades, que han sido desarrolladas en
investigaciones aplicadas o junto con empresas; pero en la práctica estas
tecnologías son muy poco utilizadas en la educación.
La expansión del fenómeno de la pobreza extrema, el desempleo, la
vulnerabilidad y la exclusión de grandes grupos de familias, niños y adolescentes del
sistema productivo y del consumo (y sus fenómenos asociados de violencia social,
desintegración familiar y social, etc.) tiene efectos directos sobre el trabajo e
identidad profesional de los docentes y su tarea educadora.
Otro fenómeno significativo, nos dice Pérez Lindo, “es el cambio en la noción
del espacio. Está ligado al desarrollo de los medios de comunicación y de
información, pero también al nacimiento de una conciencia planetaria que va más
allá de lo que se llama `globalización’. Mundialización, globalización, planetarización,
tienen diferentes sentidos en los discursos de los economistas, ecologistas o
científicos sociales de distintas ideologías. En términos históricos significa un
debilitamiento o abolición de las fronteras, una tendencia a formar redes e
intercambios trasnacionales.” (p. 86)
Ya en la Declaración Mundial sobre la Educación Superior, realizada en Paris,
en 1998; es considerado necesario que: “Los sistemas de educación superior deben
aumentar su capacidad para vivir en medio de la incertidumbre, para cambiar y
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IV ENDUC – Área 3.1. La universidad como generadora de conocimientos y formadora de la persona
provocar cambios, para atender a las necesidades sociales y promover la
solidaridad y la igualdad; deben preservar y ejercer el rigor científico y la originalidad
(...) como condición básica para atender y mantener un nivel indispensable de
calidad; y deben colocar estudiantes en el centro de sus preocupaciones, dentro de
una perspectiva continuada, para así permitir su integración total en la sociedad de
conocimiento global del nuevo siglo”.
Estas breves descripciones de nuestra realidad actual afectan a la
Universidad y la conducen por diferentes caminos orientándola de tal manera que a
veces parecería tener desdibujadas sus misiones. ¿Cuáles son las funciones de la
Universidad? “Docencia, investigación y extensión”, podría ser una respuesta veloz y
sin demasiada reflexión detrás. Para profundizar un poco más me centraré en el
docente, como transmisor y generador de conocimientos y la investigación como
actividad del mismo.
Dos misiones de la universidad: docencia e investigación, ¿cómo unirlas y
conservarlas?
Luego de haber hecho una breve reseña del surgimiento de las universidades
y de nuestra realidad actual, me explayaré en dos misiones que, a mi criterio, deben
presentarse juntas y vinculadas entre sí: la docencia y la investigación. Dos
funciones que a lo largo de la historia han sido bastante cuestionadas en relación a
la misión de la Universidad, y que ya desde el origen de esta se presentaban como
alternativas separadas e imposible de que aparezcan unidas.
Con respecto a esto, todavía hoy se presentan disensos entre quienes
consideran que defender la calidad de la educación superior implica necesariamente
que todas las instituciones desarrollen en su seno la investigación, otros que
consideran que el sistema de educación superior debería estar separado en dos
niveles, uno de “masa” y otro de “excelencia”, y, quienes proponen que la
investigación se realice fuera de las universidades.
Autores como el cardenal Newman o el filósofo José Ortega y Gasset
consideraban que la Universidad no tiene como misión investigar sino formar a la
clase dirigente y los profesionales, puesto que se pervertiría su misión esencial que
es la docencia. En contraposición a éstos Jaspers dice que la tarea fundamental de
la Universidad es la investigación. En general el modelo alemán estaba centrado en
la formación científica y en una cierta idea de la unidad del saber que defendieron
los filósofos idealistas más influyentes como Fichte, Schelling, Hegel, Humboldt,
entre otros.
“De ahí surge la doble función paradójica de la universidad: adaptarse a la
modernidad científica e integrarla, responder a las necesidades fundamentales de
formación, proporcionar profesores para las nuevas profesiones pero también, y
sobre todo, proporcionar una enseñanza meta-profesional, meta-técnica, es decir,
una cultura”. (Morin, Edgar, 1999. p. 86)
Edgar Morin nos dice que “la cultura no sólo está cortada en piezas
separadas sino también rota en dos bloques. La cultura de las humanidades y la
cultura científica, que comenzó en el siglo pasado y que se agravó en el nuestro,
entraña graves consecuencias para una y para la otra”. (p. 17)
Aproximo conceptualmente la “transmisión cultural” como el bagaje, la
herencia del hacer del hombre que se traslada como “contenido educativo” en un
determinado contexto. Lo que como docentes comunicamos es parte de nuestra
identidad cultural, es una tradición de la que no se puede prescindir porque implica y
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supera cualquier propuesta educativa. La transmisión cultural es aquello que nos
devela de dónde venimos y en buena medida hacia donde vamos.
Entendiendo que investigar proviene del latín in vestigium, vestigio, huella,
concluyo que en su origen investigar es seguir un vestigio, una huella. Seguir un
camino de búsqueda -con mayor o menor sistematización-, ser docentes de
preguntas y no solamente de respuestas. Poder ver más allá de nuestra mirada,
poder ver con otros ojos. Si ahondamos un poco más podríamos aventurar que todo
docente puede y debe ser un investigador, un buscador de la verdad.
Docencia e investigación (entendida de la manera antes planteada), deberían
ser inseparables en todos los años de la educación superior, sin dejar de reconocer
la diversidad de perfiles en las plantas docentes y los tipos de investigación.
No en vano es advertir que esta transmisión cultural, antes de ser comunicada
debe ser cultivada, preservada y fortalecida; pues corremos el riesgo de convertirla
en un verso superfluo y no precisamente poético. Este creo que es uno de los
argumentos más fuertes por los cuales no podemos separar la transmisión cultural
de la investigación. Si sólo aprendemos “lo último”, si escapamos de la herencia y de
la tradición, si no profundizamos en las cuestiones esenciales, ¿qué conocerán las
futuras generaciones?, en última instancia, ¿qué amarán?, ¿a dónde estará dirigida
o centrada su mirada?
No quiero decir de ninguna manera que todos los docentes universitarios
deban hacer investigaciones que respondan a una presentación formal y en el mejor
de los casos sean financiadas; no creo que todos los docentes universitarios puedan
ni quieran ser investigadores científicos; me remito al planteo de ser investigadores
de nuestras propias disciplinas, curiosos, respetuosos y amantes del saber a
transmitir de tal forma que exista siempre una pregunta a responder, el asombro de
lo nuevo, desconocido y conocido, la preocupación por conocer un poco más lo que
voy a enseñar.
Coincido con Morin cuando afirma que la enseñanza debe dejar de ser
solamente una función, una especialización, para convertirse en una misión, una
misión de transmisión. “La transmisión necesita, evidentemente, de la competencia,
pero también requiere, además, una técnica, un arte. Necesita lo que no está
indicado en ningún manual, pero que Platón ya había señalado como condición
indispensable de toda enseñanza: el eros, que es al mismo tiempo deseo, placer y
amor, deseo y placer de transmitir, amor por el conocimiento y amor por los
alumnos. (…) Donde no hay amor, no hay más que problemas de carrera, de dinero
para el docente, de aburrimiento para el alumno. La misión supone, evidentemente,
la fe; fe en la cultura y fe en las posibilidades del espíritu humano. La misión es, por
lo tanto, elevada y difícil, porque supone, al mismo tiempo, arte, fe y amor”. (p. 105
-106)
Esta relación entre la transmisión cultural y la investigación no es una relación
de subordinación de una con la otra, sino más bien, es una relación dinámica y
“circular”, puedo enseñar lo que investigo o investigar lo que enseño. Puedo plantear
la pregunta porque conozco la respuesta o presentar las respuestas para hacer más
preguntas y en definitiva ampliar las respuestas. No se trata únicamente de
transmitir ideas, meros conocimientos que quedan fuera del hombre, sino de formar
la persona según el modelo del hombre nuevo, que es Jesucristo.
“Nuestra civilización y, por consiguiente, nuestra enseñanza, privilegiaron la
separación en detrimento de la unión, el análisis en detrimento de la síntesis. Unión
y síntesis quedaron subdesarrolladas. Por eso, tanto la separación como la
acumulación sin relaciones de los conocimientos están privilegiados en detrimento
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de la organización que vincula los conocimientos. Como nuestro modo de
conocimiento desune a los objetos, tenemos que concebir qué los une.” (Morin, E.
1999 p. 26)
Estas palabras me hacen pensar ¿qué puede ser aquello que mantiene
“unidas” a la transmisión cultural y la investigación?, ¿cuál es su punto de unión y
cómo mantener el equilibrio?
Considero que el puente o la intersección es la discusión y la discusión
entendida medievalmente. Sin discusión no hay intercambio, no hay relación, no hay
encuentro, ¿habrá pensamiento? En relación a esta última pregunta es interesante
lo que escribe Edward De Bono al respecto: “Tenemos una actitud curiosamente
ambivalente hacia el pensamiento. El pensamiento es algo muy valioso. Tener
capacidad para razonar es muy bueno. No obstante, el empleo actual del
pensamiento parece, a veces, un signo de debilidad. Tener que reflexionar sobre
algo implica falta de decisión. (...) Un político que hiciera una pausa para meditar
acerca de algún tema sería acusado de ignorar la política de su partido en esa
materia. Hay circunstancias en las que sentimos menos respeto por un hombre que
piensa que por uno que parece conocer todas las respuestas. Después de todo, si
piensa puede equivocarse. Hay otros momentos en que un hombre que no piensa
puede (o debería) asustarnos”. (p. 59)
Volviendo a la “unión” de estas dos misiones de la universidad, puedo decir
que una buena discusión se caracteriza por sus buenos argumentos y está
sustentada en la creatividad de quienes la llevan a cabo. Más discusión, más
espíritus creativos, más espíritus libres, más sensibilidad para captar y apreciar
valores, más capacidad para descubrir el valor de las cosas y concederles primacía
en la escala de opciones personales, más lucidez y decisión para elegir entre las
maravillas de la vida.
Ahora bien, no todos estamos en condiciones de discutir desde este punto de
vista. Para ello necesitamos formarnos, evitar la tentación de adaptarnos a las
exigencias del mercado y permanecer fieles a una vocación originaria: el gaudium de
veritate, tan caro a San Agustín, el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de
comunicarla. Somos profesores de la Universidad y hacemos profesión de verdades.
Y como profesores de la Universidad y de la Universidad Católica, compartimos su
misión que es la “diakonía de la verdad”, el servicio apasionado a la verdad (Cfr.
Poupard, Paul, 1995).
Servir apasionadamente a la verdad no es una cuestión metodológica
caprichosa, es justamente, poner a la persona como centro, quien por medio de la
razón y libertad experimenta el gozo de buscar la verdad, el inagotable deseo de
verdad, bien y belleza. La diakonía de la verdad es el acto de la voluntad firme y
sostenida de no contentarse con verdades parciales, fragmentarias o dispersas, sino
establecer permanentemente el paso del fenómeno al fundamento. (Fides et Ratio,
83).
No hay mayor forma de corrupción que la intelectual, que consiste en
tergiversar la verdad, y la consecuencia de esta corrupción es la esclavitud a merced
del error. Para San Agustín el error es consecuencia del pecado, y para él todo
pecado es una mentira. Y tanto el error como la mentira son diferentes grados de
alejamiento de la verdad. En la educación esto tiene graves consecuencias, para
corrientes que afirman que la inteligencia viene de la acción y se dirige a la acción, el
fin de la educación desaparece y en la confusión se tiene a la capacitación por
educación y a la información por auténtica formación. Entonces ya no se trata de
procurar en las personas la adquisición de hábitos sapienciales y morales, sino de
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entrenarlas en la adquisición de habilidades prácticas destinadas a obtener bienes
útiles, no se forma a la persona orientándola a su fin propio sino de insertarlo en el
mercado de trabajo y la sociedad de consumo, ni siquiera se piensa en un hombre
templado, fuerte, prudente y justo sino en un hombre que “se adapte”; por esto se
privilegia una formación técnica y algunos podrían decir “profesionalizante”, el dato
“dado” es reemplazado por la reflexión crítica y el sentimentalismo desplaza a la
razón. De esta manera se reemplaza la búsqueda de la verdad por la “construcción”
de una verdad que se torna vana y ficticia.
Esta situación de ninguna manera me puede desalentar, ya que es la
posibilidad de encontrarme con otro y favorecer en él un proceso de humanización
para que esta persona – alumno llegue a su plenitud. Este encuentro con los otros,
se da por medio del diálogo, indispensable para educar. Hoy hay monólogos y
muchas más oraciones unimembres. Pero, es necesaria la apertura del hombre a las
grandes realidades del entorno, de lo cotidiano, pues toda labor creadora se nutre
del diálogo fecundo que tal apertura implica y que posibilita la investigación y la
enseñanza.
“Si el diálogo es el encuentro de los hombres para ser más, éste no puede
realizarse en la desesperanza. Si los sujetos del diálogo nada esperan de su
quehacer, ya no puede haber diálogo. Su encuentro allí, es vacío y estéril. Es
burocrático y fastidioso.
Finalmente no hay diálogo verdadero si no existe en sus sujetos un pensar
verdadero. Pensar crítico que, no aceptando la dicotomía mundo-hombres, reconoce
entre ellos una inquebrantable solidaridad. Este es un pensar que percibe la realidad
como un proceso, que la capta en constante devenir y no como algo estático. Una
tal forma de pensar no se dicotomiza a sí misma de la acción y se empapa
permanentemente de temporalidad, a cuyos riesgos no teme”. (Freire, P. 1970 p.
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Para ir concluyendo
En todo cambio epocal hay momentos de perplejidad, y aún de oscuridad,
pero también serios motivos para esperar y oportunidades para crecer.
El crecimiento que se evidencia en los nuevos conocimientos y el surgimiento
de nuevos paradigmas afectan a las universidades en todas sus funciones y
misiones, particularmente en el desarrollo de la docencia y la investigación.
El momento actual, con sus riesgos de falta de sentido, de dispersión y de
superficialidad, nos llama al mejor aprovechamiento de los recursos de la
tecnociencia, para unirlos a los valores y a la integridad de la persona humana.
Es una tarea de suma importancia la que toca a los educadores universitarios,
no sólo enseñar e investigar, sino ser testigos y dar testimonio de su actuar. Para
ello es necesaria la reflexión continua de nuestro quehacer educativo; sobre todos
en nuestras prácticas docentes.
Debemos tener presente que en la medida en que nos relacionamos con la
sociedad crecemos en bien, verdad y belleza; puesto que esta auténtica relación
está en orden a la virtud, es auténtica por mi voluntad y manifiesta un comprometido
accionar social, considerando que si “a los otros les va bien”, a mí también.
En una verdadera transmisión cultural hay lugar para el otro, no porque el
docente se lo otorgue, sino porque juntos han jugado creativamente y se ha formado
un modo valiosísimo de unidad con lo real. Y en esto real, en esta (compleja)
realidad se siembra la investigación; porque germina el deseo, la curiosidad; la
insatisfacción placentera de saber que todavía hay mucho por hacer.
Prof. Verónica María del Huerto Reyes
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IV ENDUC – Área 3.1. La universidad como generadora de conocimientos y formadora de la persona
La docencia tiene que estar vinculada de manera continua a la investigación,
aunque sólo sea en su acepción primera. El vínculo o la unión entre la docencia y la
investigación es la búsqueda de la verdad.
Seguramente la cueva de Montesinos era un lugar bastante desagradable,
pero eso no le impidió a Don Quijote llamarla “el más bello, ameno y deleitoso
prado”, donde se encontraban dispuestos a recibir con los brazos abiertos “muy
grandes, piadosos y honrados caballeros”. Esa capacidad creativa, de asumir la
realidad con la más humilde expresión, lo hace protagonista de la historia, amante
de la existencia y por lo tanto capaz de defenderla, que puede ser más o menos,
mejor o peor que otras cuevas (realidades), pero en ese momento es suya.
Debemos reinstalar en nosotros mismos y nuestras instituciones ese amor, ese
reconocimiento por lo que tenemos, por lo que formamos, por lo que somos.
Referencias bibliográficas
•De Bono, Edward (1994). Ideas para profesionales que piensan. Ed. Paidós
Empresa, 1º reimp., Bs. As.
•Escotet, Miguel Ángel (1996). Universidad y Devenir. Ed. IDEAS (Instituto de
Estudios y Acción Social), Bs. As.
•Freire, Paulo (1970). Pedagogía del oprimido. Ed. Siglo Veintiuno, Bs. As.
•Juan Pablo II. (1998) Fides et Ratio. Carta Encíclica a los Obispos de la Iglesia
Católica sobre las relaciones entre Fe y Razón. Ed. Paulina, Bs. As.
•Morin, Edgar (1999). La cabeza bien puesta. Ed. Nueva Visión, Bs. As.
•Pérez Lindo, Augusto (2003). Universidad, conocimiento y reconstrucción
nacional. Ed. Biblos, Bs. As.
•Poupard, Paul (1995) Buscar la verdad en la cultura contemporánea. Ed. Ciudad
Nueva, Santiago.
cepau.org.ar
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ucsf.edu.ar
IV Encuentro Nacional de Docentes Universitarios Católicos
docentes@enduc.org.ar - www.enduc.org.ar
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