Countries y barrios cerrados: en busca de la especificidad del fenómeno * Andrés Daín I. Resumen En América Latina, el fenómeno de la segregación espacial protagonizado por los sectores sociales favorecidos se ha acelerado en las últimas décadas. Las grandes urbes argentinas no han escapado a la proliferación de barrios cerrados y countries. El impacto que semejante proceso de suburbanización ha tenido en la trama de las principales ciudades del país, ha motivado una amplia serie de estudios. En la presente ponencia nos proponemos plantear una lectura crítica de las distintas aproximaciones a la segregación espacial con el objetivo de poner en evidencia que hay ciertos aspectos fundamentales que definen al fenómeno que no han sido aprehendidos por ninguna de estos trabajos. En la medida en que las perspectivas sociológicas son las que ofrecen las explicaciones más ricas y complejas, nos centraremos en su análisis para poder dar cuenta de sus limitaciones ontológicas que nos impiden poner en evidencia dimensiones relevantes. Concretamente, entendemos que aún está pendiente la explicación de su especificidad política, cuál es su naturaleza y su significado. Cómo el country se presentó como una respuesta legítima a las nuevas demandas de estos sectores sociales. * Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba (CEA-UNC). II. Introducción En los últimos años un fenómeno urbano parece estar modificando sustancialmente el entramado de las principales ciudades argentinas. Los barrios privados y countries se están transformando en el nuevo modo de habitar las grandes urbes por parte de ciertos sectores de las clases medias y altas argentinas, tal como venía sucediendo en varios países de la región 1 . Actualmente, en términos generales, se utilizan los términos de countries y barrios cerrados para referirse a recintos cerrados en relación a su entorno, con accesos vigilados y controlados, cercados en todo su perímetro y destinados a uso residencial; típicamente poseen lotes de grandes superficies, alta proporción de espacios verdes, algún tipo de instalación recreativa, deportiva y/o social de uso común, reglamentos de convivencia y gastos de manutención compartidos (Roca et al: 2001) (Ríos, 2005: 64). Debido a sus propias características morfológicas y espaciales, estas urbanizaciones cerrados se van instalando en los suburbios de las grandes ciudades, produciendo un importante proceso de suburbanización (Szajnberg, 2005). En realidad, no se trata de un fenómeno del todo novedoso en nuestro país. En las primeras décadas del siglo pasado, la elite argentina conformó los primeros countries clubs buscando, por un lado, recuperar la exclusividad que habían perdido los tradicionales lugares de descanso y veraneo (Mar del Plata, Tigre) a raíz de su masificación producto de los diferentes procesos de ascenso social; y, por el otro, crear nuevos espacios de esparcimiento y de práctica deportiva definitivamente separados del lugar de “trabajo” (superposición que encontramos en el tradicional Casco de Estancia). Así surgen, por ejemplo, el Hindú Club en Don Torcuato en la década del treinta, el Highland Park en Ingeniero Maschwitz en los cuarenta y, en la década posterior, el Olivos Golf Club. Se trataba de predios propicios para la práctica deportiva, donde las capas sociales superiores construyeron viviendas de fin de semana, y donde el garante de su exclusividad y homogeneidad social hacia adentro el cerramiento. Que el ocio y el deporte, disfrutados en familia, eran el centro del interés por el country, quedaba evidenciado en la sobria arquitectura de las viviendas construidas, evasora de todo tipo de ostentación (cuyo ejemplo paradigmático es el chalet californiano), y por el hecho de que el club se encargaba de gran parte de las tareas de mantenimiento, permitiendo a sus socios hacer uso de sus casas sin preparativos previos y sin la necesidad de trasladarse con su propio servicio doméstico, garantizando así un rápido disfrute de la vida campestre (Ballent, 1998). Los años setenta significaran una nueva etapa en el desarrollo de los countries. El cambio no sólo será cuantitativo −se crean Los Lagartos en el ‘69, Náutico Escobar en 1972, La Martona en 1975, Mapuche en el ‘79, Mayling, Newman y Mi Refugio en 1980− sino también en cuanto a su composición socioeconómica. Las clases sociales favorecidas por la “plata dulce” comienzan a ocupar los countries –demostrando su alto nivel de consumo al poder disponer de viviendas destinadas exclusivamente al fin de semana– y a modificar su composición social exclusiva original. 1 Ejemplos paradigmáticos de ciudades latinoamericanas donde la segregación espacial marca el entramado urbano son Caracas y San Pablo (Pires do Rio Caldeira, 2008). 2 Sin embargo, el cambio más sustantivo en la historia del country será el que comienza a configurarse hacia fines de la década del ochenta, cuando da comienzo un verdadero proceso de suburbanización, protagonizado por aquellos poseedores de una casa de fin de semana en el country que, por la dificultad económica de mantener dos viviendas, optan ésta “resignificada como vivienda permanente” (Arizaga, 2005: 56). Este movimiento se consolida y agudiza en los noventa, cuando algunos sectores de las clases medias adquieren casas en barrios cerrados como vivienda de residencia permanente. El nivel de expansión alcanza, en la actualidad, una magnitud significativa. Por ejemplo, antes de la década del ochenta la cantidad de estos emprendimientos privados no superaba la veintena, ocupando una superficie de unos treinta y cuatro kilómetros cuadrados; mientras que actualmente se estima que existen más de seiscientos countries y barrios privados en Argentina, extendiéndose a lo largo de entre trescientos y cuatrocientos kilómetros cuadrados, superficie equivalente a casi el doble a la ocupada por la ciudad de Buenos Aires. En cuanto al número de ocupantes, lógicamente también se ve un notable incremento. Si hasta la década del ochenta sólo el 5% de las viviendas construidas en countries estaban destinadas a residencias de carácter permanente, en el año noventa y cuatro se estimaba que al menos seis mil personas lo hacían, pero, actualmente la cifra de personas que habitan de manera permanente en estos predios cerrados supera las trescientas mil. Junto a esta importante expansión también tendieron a diversificarse las modalidades de este tipo de urbanizaciones, buscando de esta manera abarcar a distintos estratos socioeconómicos. Siguiendo a Arizaga (2005), en primer lugar, tenemos los countries club cuyo origen describimos anteriormente y que están orientados hacia los sectores de mayores recursos y cuyo nivel de exclusividad muchas veces depende de su antigüedad, llegando a, por ejemplo, requerir el consentimiento de todos los socios para la admisión de uno nuevo y a cobrar importantes montos en concepto de “cuota de ingreso”. Esta tipología es la que, en general, brinda una mayor cantidad de servicios a sus residentes –instalaciones deportivas, incluida la cancha de golf, espacios sociales comunes (club house), mayores y más complejos sistemas de seguridad, etc.– por lo que consecuentemente los gastos en expensas tienden a ser muy elevados. En segundo lugar, hallamos los barrios cerrados, que surgieron junto a la expansión del fenómeno country en los primeros años de la década del noventa, y desde el origen estuvieron destinados a la residencia permanente; como los espacios comunes son inexistentes o relativamente modestos, el costo de los gastos comunes es notablemente más reducido, y cuya cuenta principal está determinada por el servicio de vigilancia privada. Otra categoría está definida por las denominadas nuevas ciudades, ciudades-pueblo o ciudades privadas. Se trata de verdaderos megaemprendimientos que pueden alcanzar una superficie de mil seiscientas hectáreas y abarcar una población total cercana a los cien mil habitantes, como por ejemplo el Nordelta en Tigre (cuya población actual esta en torno a las cuarenta mil personal). Estos proyectos vieron la luz en el auge del fenómeno country, en la segunda mitad de la década del noventa y se estructuran a través de una master plan que articula diversos barrios cerrados hacia su interior y brindando una cantidad mucho más elevada de servicios, llegando a contar con centros comerciales exclusivos, salas de cine, etc. 3 Finalmente, encontramos los condominios –que urbanísticamente se organizan en departamentos que rodean un jardín central con pileta y algún espacio común de usos múltiples– y las chacras, que cuentan con lotes de grandes superficies que permiten pequeñas actividades agropecuarias y que están destinadas a personas sin obligaciones laborales por estar emplazados a largas distancias de los grandes centros urbanos. III. Las diferentes aproximaciones al country Este fenómeno urbano señalado en el apartado anterior ha sido estudiado desde distintas aproximaciones. Al haber tenido un impacto mediático y publicitario tan importante, el fenómeno del country ha dado lugar incluso a bestseller literarios (Piñero, 2005) y a incursiones cinematográficas 2 , así como a diferentes textos escritos por periodistas de investigación, donde a partir de la realización de entrevistas a sus habitantes buscan, entender “quiénes son esos hombres y esas mujeres que deciden encerrarse en su clase social” (Castelo, 2007: 13) o bien reconstruir historias de vida de los niños y adolescente countries (Rojas, 2007). Desde la geografía urbana, la arquitectura y el urbanismo, se ha destacado la relación entre el estilo pintoresquista y la arquitectura característica del country y sus viviendas (Ballent, 1998), el impacto sobre la trama urbana y los procesos de metropolización (Marengo, 2001), así como ejemplo de suburbanización por derrame como patrón de desarrollo urbano (Szajnberg, 2005). También destacan los trabajos de la geógrafa PrévôtShapira (2000, 2001 y 2002) quien, como veremos posteriormente, busca relacionar las transformaciones económicas de los ’90 impulsadas por los programa neoliberales, con los cambios socio-espaciales en Buenos Aires, dando lugar a procesos de dualiazación y desintegración social que transforman a la capital argentina en una ciudad fragmentada. Desde esta misma área, Ríos (2005), centrado particularmente en el caso del municipio de Tigre, busca caracterizar el proceso de privatización de la planificación urbana que se expresa en la expansión de las urbanizaciones cerradas y su impacto sobre la gestión del riesgo de los desastres de inundación. Por otra parte, encontramos varios estudios sobre los countries en Argentina que provienen desde la sociología. Uno de los de mayor relevancia, que lo convierten en una referencia ineludible, es el de Maristella Svampa (2001) quien se concentra en los cambios que los countries suponen en cuanto nuevo modelo de socialización de los sectores “ganadores” de las clases medias, que fueron capaces de adaptarse al nuevo modelo económico que supuso la implementación de políticas neoliberales. Svampa se plantea como objetivo central determinar cómo las urbanizaciones privadas significan un punto de inflexión en la división de las clases medias entre “ganadores” y “perdedores”, descubriendo una profunda desarticulación en las formas de sociabilidad y los modelos de socialización propios de una cultura igualitarista que signaba a la clase media argentina. De esta forma, para la autora, dichas urbanizaciones privadas consolidan una nueva matriz de relaciones sociales, caracterizada por una mayor jerarquización, ya que lo distintivo de los barrios cerrados es que asumen una configuración que, de entrada, afirma la 2 Como por ejemplo el film de Ariel Winograd “Cara de queso” o el de Cecilia Murga “Una semana solos”. 4 segmentación social a partir del acceso restringido y diferencial. Estamos frente, entonces, a una espacialización de las relaciones sociales, a partir de la conformación de fronteras cada vez más rígidas hacia el interior de las ciudades. En definitiva, estas comunidades cercadas generan un creciente sentimiento de pertenencia que produce una naturalización de la distancia social, desdibujando los últimos vestigios del antiguo modelo de socialización igualitarista que, según Svampa, distinguió la estructura social argentina. Por su parte, Arizaga también enfrenta la cuestión desde la sociología, aunque sus objetivos de investigación transcurren por otros senderos. En su obra principal (2005), busca avanzar en la comprensión de las prácticas emergentes como consecuencia del proceso de transformación de “un clima cultural”, producto de la instauración de una “cultura de lo privado” en la década del noventa, que se plasma territorialmente en los tejidos urbanos y cuyo ejemplo paradigmático lo constituyen las urbanizaciones privadas. La autora remarca que dicho proceso debe ser leído en su interrelación con determinados procesos mundiales, como la globalización y la posmodernidad. En las propias palabras de la autora, podríamos indicar que su objetivo principal es: “explorar los procesos de legitimación de doxas, como conocimiento práctico del mundo social [–siguiendo la terminología bourdiana–] en relación al ‘viviren-la-ciudad’ y el ‘irse-de-la-ciudad’ en los residentes permanentes de las Nuevas Urbanizaciones Cerradas Suburbanas […] provenientes de sectores medios, medios-altos y las implicancias en los imaginarios y prácticas. Estos supone trascender las interpretaciones de la cuestión signadas a una propuesta securitiva objetiva frente al incremento de la percepción del delito, e indagar en la conformación de nuevas relaciones espaciales frente a nuevas demandas subjetivas y ontológicas en relación a procesos de fragmentación social” (Arizaga, 2005: 24-25). De este modo, Arizaga busca determinar el impacto que tiene sobre las prácticas sociales vivir en estos barrios privados, intentado relacionar aspectos morfológicos –fragmentación, jerarquización y agrupamiento “por afinidad”– con las dimensiones de sociabilidad que se establecen en cada espacio. Específicamente, su investigación busca pensar la relación entre los imaginarios y las prácticas de los residentes de estas urbanizaciones y el espacio urbano a partir de un abordaje microsociológico centrado en la mirada de los actores, pero dentro de un análisis macroestructural que permita contextualizar el fenómeno en el marco de las transformaciones de la estructura social argentina a partir de la década del noventa. IV. Las explicaciones sobre la emergencia de los countries Como intentamos mostrar anteriormente, la proliferación de urbanizaciones privadas motivó una gran cantidad de estudios desde diferentes aproximaciones teóricas. Sin embargo, consideramos que aún hay cuestiones importantes que no se han puesto en evidencia. Aunque ninguna de las investigaciones analizadas se centra especialmente en explicar la emergencia de las urbanizaciones privadas en la Argentina, en todas el country aparece como consecuencia directa de la ejecución de un programa neoliberal, como una especie de traslación espacial de la nueva matriz relacional entre Estado y Sociedad. Creemos que es 5 justamente en este punto donde se evidencian algunas restricciones propias de estos enfoques, que disuelven las posibilidades de avanzar en la comprensión de la especificidad del fenómeno. Como intentaremos poner en evidencia a continuación, la asunción del supuesto de la existencia de una “escisión ontológica entre la Sociedad y el Estado” (Aboy Carlés, 2001: 27) produce una subestimación del momento específicamente político inaugural de toda significación. Ahora bien, veamos cómo se ha explicado la emergencia del country para poder poner de manifiesto las limitaciones de estos enfoques, a la vez que justificar la necesidad de estudiar el fenómeno desde otra perspectiva analítica que nos permita comprender su especificad y su significado. Por un lado, tenemos aquellos trabajos que enfatizan el nuevo rol del Estado a partir de la instauración del neoliberalismo. Por ejemplo, para Ríos (2005), el neoliberalismo habría venido a resituar el rol del Estado local en la planificación urbana, a favor de un mayor protagonismo del mercado, lo que trajo aparejado diversas consecuencias. A partir de la apertura de los mercados a un mundo globalizado y del ingreso de capitales extranjeros, en particular de los vinculados al sector inmobiliario y de la construcción, en combinación con el proceso de tercerización que vivió la economía argentina, el sector inmobiliario se transformó en un verdadero motor de las economías urbanas (ámbito de negocios que estuvo sumamente deprimido a lo largo de toda la década del ’80) y el Estado “disminuyó sus acciones directas sobre el territorio y operó como ‘acondicionador’ y ‘promotor’ activo con el objeto de facilitar la inversión privada” (Ríos: 67). Es ahora la inversión privada, fundamentalmente la de los grandes grupos concentrados y la de las inmobiliarias transnacionales, la encargada de dirigir la planificación urbana. Son ahora los desarrolladores inmobiliarios privados quienes se presentan como la solución al fracaso de la planificación pública, como la superación de la crisis urbana de los ’80; pero sin que ello signifique la desaparición estatal, sino por el contrario, a lo que asistimos es a un cambio del rol del Estado en este proceso. Si hasta la década del ’70 las ciudades eran pensadas como espacios de modernidad y progreso que permitían la integración de diversos sectores sociales a través del denominado pacto social populista, a partir de esta nueva matriz relacional, el Estado deberá ser el encargado de generar las mejores condiciones y de promover la inversión privada, desarrollando políticas de marketing urbano (Ríos, 2005: 70). Si anteriormente el Estado era el protagonista excluyente del desarrollo de la planificación urbana, ahora son las leyes del mercado quienes gobiernan, y el sector público tiene que dedicarse a atraer inversiones inmobiliarias buscando objetivos mucho más modestos, como posibilitar el crecimiento del respectivo municipio, a la vez que obtener beneficios a través de las utilidades generadas por la inversión: recaudación por tasas municipales, permisos de construcción, etc. En este sentido, las urbanizaciones privadas constituyen “uno de los exponentes más nítidos del desarrollo de la privatización de la planificación urbana” (Ríos, 2005: 64) en la medida en que se insertan “en una lógica de planificación gobernada por las leyes del mercado” (Ríos, 2005: 68) que sólo puede entenderse como una respuesta, por un lado, a “los nuevos modos de consumo y al ocio de ciertos grupos” (Prévôt-Schapira, 2000: 408), relacionados con la vida al aire libre y en familia, la práctica deportiva vinculados a la emergencia de una cultura hedonista posmoderna y 6 posmaterialista; y por el otro, a demandas de carácter mucho más materialistas, como las de seguridad (Prévôt-Schapira, 2002). En definitiva, desde esta perspectiva, la emergencia del country se explica a partir de los procesos de privatización que arrojaron como resultado un nuevo rol del Estado local en la planificación de las ciudades a costa del protagonismo de los desarrolladores privados. Así, los barrios privados son vistos como un novedoso producto comercial destinado a cubrir las nuevas demandas de seguridad y de distinción características de los sectores sociales favorecidos por la nueva matriz neoliberal. Por otro lado, existe otro conjunto de estudios que buscan la emergencia del country en cambios a nivel societal. Así, por ejemplo, tanto para Svampa (2000, 2001 y 2005) como para Arizaga (2003ª y 2005), la propagación de este fenómeno urbano viene a dar cuenta del pasaje hacia una nueva matriz societal más rígida y jerárquica. El country es pensado como el indicador de un punto de inflexión entre el anterior modelo de socialización, caracterizado por el protagonismo de una clase media que actuaba como articuladora del conjunto de la estructura social, y uno nuevo, signado por la proliferación de las desigualdades y por un proceso generalizado de privatización. El acelerado ingreso a un nuevo tipo societal, marcado por la globalización económica y la reestructuración del conjunto de las relaciones sociales, arrojó como resultado un marcado aumento de las desigualdades y de la polarización social. De esta forma, los countries y los barrios privados constituyen una respuesta a la emergencia de nuevas demandas en el plano material y simbólico que, a partir de las últimas décadas del siglo pasado, caracterizan a determinados sectores de la sociedad. Esas nuevas demandas se encuentran en consonancia con la instauración de una cultura de lo privado a partir de los procesos de privatización que se extendieron al conjunto de la sociedad, dando como resultante una interiorización de los mismos, marcando el tránsito hacia una cultura privatista, donde cada sector social resuelve sus necesidades de acuerdo con sus propias posibilidades dentro de esta lógica de inclusiónexclusión. En este nuevo contexto, la expansión de los countries conforma “una de las dimensiones más emblemáticas y más radicales de este proceso de privatización” (Svampa, 2001: 11). En definitiva, los countries son vistos como una suerte de hito de la ruptura del ethos cultural propio del modelo de industrialización sustitutiva de importaciones. En esta modelo, los procesos de industrialización y de metropolización eran entendidos como procesos interrelacionados, como parte de una misma totalidad, de un mismo proyecto de integración social y movilidad social ascendente (Arizaga, 2005). En la medida en que dicho modelo está sustentado en el ensanchamiento del mercado interno, las clases medias emergen como los actores privilegiados de dicho proyecto modernizador en el marco de una concepción universalista de la ciudadanía, donde el Estado asumía la protección de sus ciudadanos, haciendo de la autodefensa “un hecho excepcional” (Svampa, 2001: 11). Frente a la crisis de este modelo, fue justamente el discurso neoliberal el que aportó “una ‘nueva’ respuesta desde la cual recrear las relaciones sociales: la base de la ‘buena’ sociedad no sería ya la construcción de una ‘solidaridad secundaria’ […] sino la ‘libre competencia’ entre los individuos” (Svampa, 2001: 38). La proyección de dicho programa sobre la estructura social no se hizo 7 esperar. El resultado fue tan rápido como evidente. La reestructuración económica arrojó como resultado una creciente polarización social, que afectó particularmente a las clases medias, dividiéndolas entre los ‘ganadores’ y los ‘perdedores’; produciendo como resultado una disolución de aquellos lazos culturales y sociales que en el modelo anterior vinculaban al heterogéneo conglomerado de las clases medias (Svampa, 2001). En este nuevo marco, el empobrecimiento y marginalización de amplias porciones de los sectores populares, ante las enormes tasas de desempleo, produjo un fuerte aumento de la inseguridad urbana. Ahora bien, cuando este enfoque se cuestiona sobre “qué papel juegan en este proceso las transformaciones socioeconómicas y sus consecuencias, tanto en los valores como en las expectativas en el consumo de bienes materiales y simbólicos” (Arizaga, 2005: 34), la respuesta es clara. Se relaciona la proliferación de barrios privados con la transformación socioeconómica neoliberal y con la emergencia de valores neoconservadores, tales como la crisis del espacio público y la depreciación de valores como la cohesión social, que arrojan como resultado “un espacio que se conforma simbólica y materialmente desde un progresivo debilitamiento de los mecanismos tradicionales de integración social, promoviendo un ‘urbanismo por afinidades’” (Arizaga, 2005: 46) cuyo modelo inspirador debemos buscarlo en el modelo norteamericano de vivienda unifamiliar y de seguridad privada (Svampa, 2001). De esta manera, la emergente cultura privatista traduce su impronta en las distintas formas en que cada sector asume para enfrentar la crisis; siendo la ciudad el lugar donde podemos visibilizar los distintos mecanismos que incluidos y excluidos adoptan frente al debilitamiento de la intervención estatal. Específicamente, los sectores ganadores de la clase media buscan en las urbanización privadas las ventajas que garantizan la homogeneidad en los nuevos espacios residenciales. Se valora positivamente el nuevo ámbito al brindar las condiciones para una sociabilidad ‘entre nos’, lo cual viene a marcar una verdadera ruptura con respecto a la heterogeneidad social y residencial que caracterizaba al modelo anterior, y cuyo espacios paradigmáticos estaban conformados por el barrio y la escuela pública, que hacían de las clases medias urbanas las protagonistas y las representantes de la integración social. En definitiva, en este nuevo contexto –marcado por la desregulación y el retiro del Estado–, “los individuos aparecen dramática y desigualmente librados a su suerte” (Svampa, 2001: 47) por lo que proliferan los sentimientos de inseguridad y de una creciente fragilidad de los lazos sociales de solidaridad. De esta manera, los countries son pensados como ejemplos típicos del intento por generar nuevas modalidades de producción de dichos lazos sociales por parte los sectores medios beneficiados con las nuevas políticas económicas. En conclusión, para este tipo de aproximaciones sociologicistas, los años ’90 supusieron la emergencia de un nuevo modelo de socialización que espacialmente encontramos reflejado en la proliferación de los barrios cerrados. Si bien la ocupación del espacio suburbano por parte de los sectores económicamente favorecidos tiene su origen en las primeras décadas del siglo XX, el desarrollo del programa neoliberal en la Argentina produjo importantes cambios en dicho proceso. El primer cambio en el proceso de suburbanización se refiere a la composición social de los countries. En la medida en que la profundización del programa neoliberal “afectó de manera sensible los sectores medios, tanto en 8 lo objetivo –al transformar cualitativamente la dinámica del gasto–, como en lo subjetivo –al caer su identitaria cosmovisión de ‘proyección a futuro’” (Arizaga, 2005: 42), se produjo hacia su interior una verdadera fractura entre aquellos que fueron duramente perjudicados por estos cambios y aquellos que se mostraron capaces de articularse positivamente con dichas transformaciones socioeconómicas. Son ahora los sectores medios ganadores los nuevos protagonistas de las urbanizaciones privadas. El segundo cambio se produce a partir del encapsulamiento de los nuevos espacios de residencia permanente. Ante el escenario de desintegración social, para estos sectores medios, el irse fuera no supone una opción por lo rural, más bien implica la noción de irse de la ciudad-centro, en tanto espacio de múltiples intercambios y de uso compartido del espacio público. Sin embargo, no se abandonan los patrones urbanos de sociabilidad ni son reemplazados por los rurales, sino que surge una nueva forma de vivir la ciudad desde fuera, cobrando fuerza, en paralelo a la demanda de seguridad, tanto un discurso ecologicista de la ‘calidad de vida’, como una valoración del intimismo. Esta forma de ver el problema y de enfrentarlo, termina de quedar en claro cuando Arizaga, por ejemplo, destina todo a un capítulo de ver “cómo la dinámica social y política del país ha impactado en el territorio urbano, y los impactos de la preponderancia de un clima cultural privatista que se derrama al espacio y a los usos de éste” (2005: 41), o cuando Svampa expresa que, desde su perspectiva, “es dentro del marco de las transformaciones de la estructura social y la inmersión acelerada en una lógica global de privatización como hay que comprender tanto la especificidad como la significación emblemática que el proceso de segregación espacial toma en la Argentina” (2001: 53 el subrayado es nuestro). En definitiva, como intentamos poner de relieve, las aproximaciones sociologicistas aportan una visión bastante más compleja del fenómeno en la medida en que se centran en ciertos cambios culturales en el marco de los cuales pretenden comprender la emergencia de los countries. Sin embargo, como buscaremos mostrar en el siguiente apartado, entendemos que sus propias limitaciones ontológicas les impiden mostrar por qué fueron los barrios cerrados finalmente la opción elegida por esos sectores ganadores de las clases medias. Si bien buscar relacionarlo con la emergencia de una nueva cultura privatista, no nos indican por qué ni cómo es que se legitimó a los countries como una opción válida frente a los nuevos problemas de estos sectores sociales. Veamos, entonces, cuáles son las limitaciones ontológicas que caracterizan a los enfoques sociologicistas y hasta qué punto una aproximación discursiva nos puede permitir superar dichas limitaciones. V. En busca de la especificidad perdida Cuando mostrábamos el tratamiento de la relación entre los procesos de transformación como consecuencia del desarrollo del programa neoliberal en la Argentina de los ’90 y el cambio hacia una cultura privatista y conservadora, –a partir de la cual los sectores sociales en ascenso buscaban diferenciarse, a través de nuevas formas de ocupar el espacio urbano, de aquellos que no pudieron adaptarse a los nuevos cambios– queríamos poner de relieve que, en el establecimiento de dicha relación, se están invisibilizando ciertas asunciones 9 ontológicas no explicitadas. A la vez que se asume una “concepción del espacio estructural como espacio plenamente constituido” (Laclau y Mouffe: 1987: 153), consecuentemente también se sustenta una doble postura esencialista, ya que por un lado, al subestimarse el rol del otredad en el proceso de constitución identitaria, la alteridad asume una función de suplemento; y que por el otro, se privilegia un campo como el estructurador del resto del orden social. Al considerar la posibilidad de cierre de la estructura, las explicaciones sobre la emergencia de los countries asumen una visión del proceso de constitución de la identidad del sujeto un tanto cuestionable. Aunque no deben confundirse con concepciones racionalistas del sujeto bastante más radicales 3 , las aproximaciones que hemos analizado sí tienden a adoptar una noción de un sujeto plenamente constituido. Así, se afirma la existencia de un sujeto que, frente a ciertos “cambios” en el “entorno”, tanto a nivel societal como producto de un nuevo rol del Estado, el country se le presenta como una solución a los nuevos problemas que emergen de este nuevo contexto. Concretamente, los barrios privados se conforman como un interesante “producto”, para las capas altas y medias mejores posicionadas en la nueva economía, que viene a satisfacer la emergencia de nuevas demandas de distinción y de seguridad. Si bien entienden relacionalmente el proceso de constitución de las identidades, lo hacen a partir de una visión de lo social como sistema cerrado, donde cada sujeto ocupa una posición diferencial desde la cual, en relación con los otros, define su propia identidad. De esta forma, estamos frente a una concepción de la diferencia como mera topografía porque se considerar que la identidad está “constituida pura y exclusivamente a través de la alteridad dada en un sistema de posiciones” (Aboy Carlés, 2005: 113). Así, existe un ámbito donde la identidad del sujeto se constituye, y otro donde ese mismo individuo se expresa, como si estuviéramos frente a espacios separados –y separables– de una misma totalidad cerrada. De modo que se le otorga un privilegio ontológico a un campo a la hora de comprender el resto del orden social. Contrariamente, una postura antiesencialista supone que “debemos renunciar a la concepción de la sociedad como totalidad fundante de sus procesos parciales. Debemos pues considerar a la apertura de lo social como constitutiva, como “esencia negativa” de lo existente, y a los diversos “órdenes sociales” como intentos precarios y en última instancia fallidos de domesticar el campo de las diferencias” (Laclau y Mouffe, 1987: 132). De forma que no es posible establecer una relación lógica y necesaria entre una posición en el proceso económico y, por ejemplo, una “mentalidad”. Siguiendo la propuesta teórica de Laclau, entendemos que para romper con el esencialismo filosófico, el camino a seguir es romper con todo tipo de fijación, asumiendo el “carácter incompleto, abierto y políticamente negociable de toda identidad” porque “toda identidad está sobredeterminada en la medida en que toda literalidad aparece constitutivamente subvertida y desbordada”; en otras palabras, no existe ni “una totalización esencialista […] [ni] una separación no menos esencialista entre objetos, [sino que] hay una presencia de unos objetos en otros que impide fijar su identidad” (Laclau y Mouffe, 1987: 142). De forma que las identidades no son producto ni de esencia alguna ni de 3 Como las que asumen las Teorías de la Elección Racional donde el individuo posee un conjunto de preferencias consistentes y actúa como maximizador de utilidad en función de dicha ordenación. 10 la posición estructural de los sujetos. Todas las cualidades o accidentes no son el fruto de una manifestación de la esencia de las cosas, y no sólo porque se niega la existencia de tal esencia sino, sobre todo, porque “toda peculiaridad imputada a una entidad se inscribe en un orden simbólico” (Aboy Carlés, 2005: 111) donde cada elemento del sistema constituye su identidad únicamente a partir de su relación con los otros, definiendo una posición dentro de una compleja trama de relaciones. Otra implicancia del supuesto de la posibilidad de cierre es la asunción decimonónica de la separación de lo social en dos esferas. Como intentamos mostrar, los distintos intentos explicativos sobre la emergencia del country parecen adoptar una visión simplista de las relaciones entre Estado y Sociedad, como si se tratase de dos esferas claramente separables de una misma totalidad, por lo que la interrelación entre ambas se aproxima a una especie de juego de suma cero, donde todas aquellas funciones que fue dejando el Estado fueron adoptadas por el mercado. Así, por ejemplo, se considera que los barrios privados, representantes de los nuevos modos de habitar la ciudad, van concentrando aquellas funciones que antes garantizaba el Estado, para lo cual se dotan de una estructura funcional urbana autónoma que les es propia, y así, se convierten en microciudades, donde sus residentes están en condiciones de desarrollar un modo de existencia completamente privado (Svampa, 2001). La contra cara de este proceso es un declinamiento del espacio público, que se transforma en un lugar marginal y reservado para quienes no pueden acceder a los “privilegios” del mundo privado. De esta forma, a partir de una primera revisión bibliográfica sobre el estado de la cuestión, intentamos mostrar la relevancia que un abordaje desde la Teoría del Discurso puede llegar a adquirir. Si partimos de una concepción discursiva de lo social, asumiendo que las posibilidades de observar, de pensar y de actuar están íntimamente vinculadas a “la estructuración de un cierto campo significante que preexiste a cualquier inmediatez factual” (Laclau, 1993: 1), de forma que “toda configuración social es una configuración significativa” (Laclau, 1990: 114), estas nuevas formas de habitar el espacio urbano en tanto práctica social, tiene un significado y éste se construye socialmente. Todo objeto se conforma como objeto discursivo, en la medida en que “ningún objeto se da al margen de toda superficie discursiva de emergencia” (Laclau y Mouffe, 1987: 145), lo que en otras palabras podría indicarse como que ningún objeto ni ninguna acción puede determinar su propio significado, sino que, por el contrario, “un discurso particular preparará el contexto para que una acción u objeto pueda tener significado” (Barros, 2002: 20). En definitiva, de lo que se trata es de la necesidad de “remplazar el tratamiento puramente sociologista y descriptivo de los agentes concretos que participan en las operaciones hegemónicas por una análisis formal de las lógicas que implican estas últimas […] [porque lo] importante es entender las lógicas de su constitución y disolución, así como las determinaciones formales de los espacios en las que ellas se interrelacionan” (2003a: 58-59). De esta manera, Laclau resitúa al campo de lo político que, reforzado “por varias tendencias sociológicas” (1998: 98) a lo largo del siglo XX, estuvo en una limitada situación. Producto de este movimiento, lo político –cuya categoría central es la hegemonía– será entendido como el momento instituyente de lo social. Para Laclau, lo político tiene el status de una ontología de lo social, en el 11 sentido de que el momento de institución originaria de la sociedad es un acto claramente político: lo político estructura lo social. En definitiva, entendemos que puede resultar interesante pensar al country en relación con aquellas condiciones de emergencia que lo hicieron posible, en la medida en que no fue una posibilidad única ni evidente. Lo que nos permitirá ver cómo su sentido estuvo limitado por un discurso contingentemente articulado y, consecuentemente, ver qué configuraciones de sentido lo validaron, cómo el country se configuró como opción legítima, cómo se descartaron e invalidaron otras alternativas, y a qué cuestiones o problemáticas respondió. Entendemos que las aproximaciones analizadas al fenómeno de la segregación espacial urbana, producto de sus propias limitaciones ontológicas, no nos permiten rastrear el origen político de esta práctica sedimentada, no nos brindan respuestas sobre la naturaleza del country y sobre su significado, como tampoco nos dice nada acerca de por qué el country fue la respuesta legitimada, entre las múltiples y contingentes posibilidades, a las demandas de seguridad, distinción, tranquilidad, vida en naturaleza, etc. Esto es relevante en la medida en que, desde el marco teórico propuesto por la Teoría del Discurso, el country también es aquello que dejó fuera, porque esa otredad, a la vez que niega su propia constitución definitiva, es a la vez su propia condición de posibilidad. 12 VI. 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