Ordenación de Presbíteros Presidida por el Arzobispo de Madrid, D. Carlos Osoro Sierra Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Santa María la Real de la Almudena 23 de abril de 2016 ¡Ha llegado el día! Parece mentira cuando llevas casi toda tu vida deseando algo, que se vaya a hacer realidad. ¡Pues sí! Si Dios quiere el próximo 23 de Abril seré sacerdote. Al igual que la otra vez sólo puedo daros las gracias una y mil veces a todos lo que me habéis acompañado y ayudado desde siempre. Es una suerte enorme que Dios me haya traído a esta Parroquia Beato Manuel González, donde todo el mundo sin excepción me ha llenado de cariño desde el primer día. Uno no sabe bien como agradecerlo. Espero que con una vida de sacerdote santo en la que todo lo que haga sirva directa o indirectamente para acercaros a Dios y llevaros al Cielo. Me hace mucha ilusión que me acompañéis a la Ordenación y a la Primera Misa. Os escribo este documento en el que explico todos los pasos de la ordenación para que así la saboreéis y disfrutéis más. Las fotos son de las ordenaciones del año pasado y algunos ritos que son igual tienen fotos mías. Espero no repetirme, algunos pasos son igual que la otra vez y otros no, mejor dicho todos son distintos, ya que en esta ceremonia me ordenarán sacerdote para siempre. ¿QUÉ ES UN SACERDOTE? No es fácil de explicar. La definición que más me gusta es la que dio San Juan María Vianney, patrón de los sacerdotes: “el sacerdocio es el Amor del Corazón de Jesús”. El Sacerdote es Jesús en la tierra. El mismo Jesucristo al fundar la Iglesia no quiso actuar invisiblemente desde el Cielo, sino quedarse en esta tierra. De esta manera reunió a Doce apóstoles a los que el día antes de morir, en la Ultima Cena, al celebrar la Primera Eucaristía, les consagró y les dijo “Haced esto en memoria mía”. Es decir, ahora haced vosotros lo que sólo yo puedo hacer. Tras resucitar y antes de ascender a los cielos dijo a los Apóstoles: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Cristo se va al Cielo y se queda en la tierra en sus Apóstoles, que fueron “transformados” en Cristo. Después, los apóstoles impusieron las manos a otros, para transmitirles esa misma presencia de Dios, y el poder de realizar lo mismo que Jesús hizo entre nosotros. Esa cadena ininterrumpida llega hasta hoy cuando por el Sacramento del Orden Sacerdotal tendré no sólo la misma misión de Cristo, que esa la tienen todos los bautizados: entregar la vida para la salvación de los hombres; sino su misma función: salvar a los hombres por medio de los Sacramentos. ¿QUÉ HACE UN SACERDOTE? El sacerdote que ha sido transformado en Jesucristo, tiene que hacer lo que él hace con sus palabras y sus obras. En concreto: - ADMINISTRA LOS SACRAMENTOS: Es su principal labor y la única que sólo él puede hacer. Por tanto, no ofrecemos al mundo buena voluntad, sino algo sobrenatural algo que sólo Jesucristo y los hombres trasformados en Cristo pueden realizar. Dios podría llevar al Cielo con un “manual de instrucciones” y el que lo cumpla se salva. No quiso ese camino, sino decirnos que “pongamos la mano” y recibamos gratuitamente la salvación. El sacerdote transforma a los hombres en Hijos de Dios por el Bautismo, destruye y fulmina sus culpas en la Confesión, deja el alma el enfermo tan limpia como después del Bautismo en la Unción de Enfermos. Y sobre todo trae a Cristo en Cuerpo y alma en la Eucaristía. - PREDICA EL EVANGELIO: Tenemos la misión comunicar la Verdad del Evangelio. Es verdad que lo importante en la vida es ser feliz, pero la manera de ser feliz es vivir como Cristo nos propone en el Evangelio. El sacerdote recibe la ayuda del Espíritu Santo para que sus palabras y sus obras lleguen verdaderamente a los hombres y les animen a seguir a Cristo. - GOBIERNA LA IGLESIA: El Sacerdote colabora con el Santo Padre y los obispos en cuidar del Pueblo de Dios. Por eso siempre que haya una necesidad de cualquier tipo ahí tiene que estar el sacerdote. El sacerdote tiene esa preocupación que tenía Jesús por los más pobres material o espiritualmente. Pero sobre todo como dice el Papa Francisco la mejor manera de cuidarlos es rezando por ellos. A eso dedica fundamentalmente: rezar, rezar y rezar. Ofrecer oraciones, buenas obras, incomodidades,… por aquellos que Dios te ha encomendado. ¿POR QUÉ QUIERES SER SACERDOTE? Eso habría que preguntárselo a Dios. Yo quiero ser sacerdote porque él me lo ha pedido y tenía pensado desde antes de nacer que mi vocación era ser sacerdote. Resumiendo, Dios me puso unos padres cristianos que me transmitieron la fe con tanto cariño y dedicación, señalándome siempre que estamos en este mundo para dar gloria a Dios. También en el Colegio Guadalete, un colegio donde profesores y sacerdotes me enseñaron a tratar a Jesús Allí le preguntaba muchas veces: ¿Qué quieres de mí? La respuesta llegó el 28 de Abril de 2002 en el Santuario de Fátima, donde Dios me hizo ver claramente que algún día sería sacerdote. Desde entonces, tras retrasar unos años la decisión de entrar, me he estado formando los últimos ocho años en el Seminario de Madrid. Años de mucha oración y de contacto intenso con la Iglesia que me ha hecho quererla cada vez más. ¡Gracias Señor, por poder decir sí a tu voluntad! ¿CÓMO TE ENCUENTRAS? Nervioso. Pero eso creo que es inevitable. Gracias por preguntar. Pasamos a la explicación de la ordenación. 1.- Presentación de los candidatos: El Rector del Seminario anuncia uno a uno nuestros nombres a lo que respondemos levantándonos y afirmando: ¡Presente! Es como un gran resumen de todo el proceso de formación en el Seminario. Al final todo lo que hemos hecho estos años se sintetiza en responder afirmativamente a lo que Él quiere de nosotros. Dios nos llama por nuestro nombre y le respondemos que sí con decisión. Cuantas gracias tengo que dar a Dios de poder dar este paso, fiándome de su ayuda que no me va a faltar en el resto de mi vida. TEXTO: Los ordenandos son llamados por el Rector del Seminario Conciliar de Madrid de la forma siguiente: Acercaos los que vais a ser ordenados presbíteros. E inmediatamente los nombra individualmente; cada uno de los llamados dice: Presente. Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia. Estando todos situados ante el Obispo, el Rector del Seminario Conciliar de Madrid dice: Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes presbíteros a estos hermanos nuestros. El Obispo le pregunta: ¿Sabes si son dignos? Y él responde: Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos. El Obispo: Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los presbíteros. 2.- Promesas sacerdotales: Tras la homilía confirmamos nuestro deseo de ser sacerdotes. Son promesas distintas a las diaconales, ya no prometemos el celibato y rezar la Liturgia de las Horas porque ya lo hicimos en la ordenación de Diácono. Ahora nos comprometemos desempeñar fielmente el oficio sacerdotal, predicando el Evangelio y administrando los sacramentos, también a rezar sin desfallecer por los que se nos han encomendado y querer unirnos cada día más a Jesucristo. Individualmente nos ponemos de rodillas, el Obispo junta nuestras manos, y le prometemos respeto y obediencia a él y a sus sucesores. Jesús dijo a Pedro: “cuando eras más joven ibas a donde querías, de viejo extenderás tus manos y otro te ceñirá, y te llevará a donde no quieras (Jn 21,18)”. Hoy tengo el privilegio de extender mis manos a Cristo por medio del Obispo, y así vivir siempre con la paz y la tranquilidad de no elegir mi destino. Dónde el Obispo quiera que esté, es el lugar donde Cristo me envía para entregarme a los demás. TEXTO: Después de la homilía, solamente se levantan los elegidos y se ponen de pie ante el Obispo, quien les interroga conjuntamente con estas palabras: Queridos hijos: antes de entrar en el Orden de los presbíteros debéis manifestar ante el pueblo vuestra voluntad de recibir este ministerio. El Obispo: ¿Estáis dispuestos a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal en el grado de presbíteros, como buenos colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor y dejándoos guiar por el Espíritu Santo? Los elegidos responden todos a la vez: Sí, estoy dispuesto. El Obispo: ¿Realizaréis el ministerio de la palabra, preparando la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría? Los elegidos: Sí, lo haré. El Obispo: ¿Estáis dispuestos a presidir con piedad y fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia? Los elegidos: Sí, estoy dispuesto. El Obispo: ¿Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con nosotros a favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer? Los elegidos: Sí, estoy dispuesto. El Obispo: ¿Queréis uniros cada día más a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa, y con él consagraros a Dios, para la salvación de los hombres? Los elegidos: Sí, quiero, con la gracia de Dios. Seguidamente, cada uno de los elegidos se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del Obispo. El Obispo interroga al elegido, diciendo: ¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores? El elegido: Prometo. El Obispo concluye: Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término. 3.- Letanías de los santos: Antes de algo tan importante la Iglesia sabe que hay que recurrir a la oración de los santos del Cielo y de las personas que nos quieren en esta tierra. Un sacerdote canta las letanías, que son peticiones a los santos para que nos ayuden desde el Cielo. No dejo de repetir el privilegio de que vengáis a rezar por nosotros precisamente este día. Como muchos me comentasteis, es imposible no emocionarse al participar de este rito. No sabéis lo que siente uno al escuchar a toda la Catedral rezando por ti. Los ordenandos nos tumbamos en el suelo, gesto de total sumisión a Dios. Muchos personajes del Evangelio se postran en el suelo para pedir a Jesús por una necesidad importante. En este momento único yo hago lo mismo, al igual que en la ordenación de Diácono me he preparado a qué santo voy a pedir por cada persona que conozco y necesita ayuda. Suplico a Dios con la confianza de que hoy no puede negarme nada. Le digo: “Me ordeno sacerdote, te entrego todo, así que ahora hazme caso y ayúdales por favor”. TEXTO: Entonces los elegidos se postran en tierra y se cantan las letanías, respondiendo todos; en los domingos y durante el Tiempo Pascual, se hace estando todos de pie. Kyrie, eleison. R./ Kyrie, eleison. Christe, eleyson. R./ Christe, eleyson. Kyrie, eleyson. R./ Kyrie, eleison. Santa María Madre de Dios. R./ Ruega (rogad) por nosotros. San José, esposo de la Virgen María. Santos Miguel, Gabriel y Rafael, Santos Ángeles de Dios. San Juan Bautista, Santa María Magdalena. Santos Pedro, Pablo, Andrés, Santiago y Juan, apóstoles del Señor. Santos Esteban, Ignacio de Antioquía y Sebastián, mártires de Cristo. Santas Perpetua, Felicidad y Catalina de Alejandría, mártires del Señor. Santos Lorenzo, Jorge y Efrén, diáconos de la Iglesia. Santos Gregorio, Agustín y Juan de Ávila, doctores de la Iglesia. Santos Benito, Francisco de Asís y Antonio María Claret, fundadores religiosos. Santos Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Pedro Fabro, servidores del Evangelio, Santos Felipe Neri, Juan María Vianney, Pío de Pietrelcina y Josemaría Escrivá, sacerdotes del Señor. Santas Catalina de Siena, Teresa de Jesús y Teresa del Niño Jesús, doctoras de la Iglesia. Santos Dámaso, Juan XXIII y Juan Pablo II, pastores del rebaño de Cristo. Santos Luis Gonzaga, Juan Berchmans y José María Rubio, testigos del Señor. Santos Fernando III e Ildefonso de Toledo, defensores de la fe. Santas Genoveva Torres y Juana Jugan, santas religiosas. Santos Isidro y María de la Cabeza, esposos madrileños. Santos mártires españoles del siglo XX. Beatos Manuel González y Álvaro del Portillo, obispos de la Iglesia. Todos los santos y santas de Dios. Muéstrate propicio. R./ Líbranos Señor. De todo mal, de todo pecado, de la muerte eterna. Por tu Encarnación, por tu Muerte y Resurrección, por el envió del Espíritu Santo. Nosotros que somos pecadores. R./ Te rogamos óyenos. Para que gobiernes y conserves a tu Santa Iglesia. Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo. Para que bendigas a estos elegidos. Para que bendigas y santifiques a estos elegidos. Para que bendigas, santifiques y consagres a estos elegidos. Para que concedas paz y concordia a todos los pueblos de la tierra. Para que tengas misericordia de todos los que sufren. Para que nos fortalezcas y asistas en tu servicio santo. Jesús, hijo de Dios vivo. Cristo, óyenos. R./Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos. R./Cristo escúchanos. 4.- Ordenación: Enmarcado en un abrumador silencio, uno a uno nos arrodillamos; el Obispo rezando sobre nosotros nos impone las manos, y el Espíritu Santo nos transforma en sacerdotes de Jesucristo. La imposición de manos es el gesto con el que se han ordenado todos los sacerdotes de la historia. Significa hacer sombra, proteger del sol, igual que la nube que acompañaba permanentemente al pueblo de Israel cuando caminaba por el desierto. De la misma manera, la protección y la acción de Dios acompañarán siempre la vida del sacerdote. El intenso silencio de este momento se prolonga mucho más tiempo. Los recién ordenados comienzan recibiendo la bendición y acogida de sus hermanos sacerdotes. Este momento recuerda la labor de tantos sacerdotes que me han animado a querer tener una vida tan entregada como la suya. Este gesto remarca que uno no se ordena para actuar por libre, sino para ejercer su labor en comunión con la Iglesia. Cristo llamó a un grupo de Doce, porque ha previsto que los sacerdotes evangelicemos apoyándonos y queriéndonos entre nosotros. Mantenemos la cabeza agachada, sin mirar a los sacerdotes que van pasando e imponiéndonos las manos. Se refleja así, que más allá de preferencias personales, les amamos a por el hecho de ser ministros sagrados. Por último, de rodillas recibimos la oración consagratoria con tres partes: el recuerdo de como en la historia Dios ha bendecidos a su pueblo por medio de los sacerdotes, la oración en mayúsculas y cantada que nos consagra definitivamente, y una preciosa petición a Dios que refleja como será nuestra existencia y labor en la Iglesia. TEXTO: El Obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza de cada uno de los elegidos. Después, algunos presbíteros, imponen igualmente en silencio las manos sobre cada uno de los elegidos. Estando todos arrodillados ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice la Plegaria de Ordenación: Asístenos, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, autor de la dignidad humana y dispensador de todo don y gracia; por ti progresan tus criaturas y por ti se consolidan todas las cosas. Para formar el pueblo sacerdotal, tú dispones con la fuerza del Espíritu Santo en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo Jesucristo. Ya en la primera alianza aumentaron los oficios, instituidos con signos sagrados. Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu pueblo, para gobernarlo y santificarlo, les elegiste colaboradores, subordinados en orden y dignidad, que les acompañaran y secundaran. Así, en el desierto, diste parte del espíritu de Moisés, comunicándolo a los setenta varones prudentes con los cuales gobernó más fácilmente a tu pueblo. Así también hiciste partícipes a los hijos de Aarón de la abundante plenitud otorgada a su padre, para que un número suficiente de sacerdotes ofreciera, según la ley, los sacrificios, sombra de los bienes futuros. Finalmente, cuando llegó la plenitud de los tiempos, enviaste al mundo, Padre santo, a tu Hijo, Jesús, Apóstol y Pontífice de la fe que profesamos. Él, movido por el Espíritu Santo, se ofreció a ti como sacrificio sin mancha, y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad, los hizo partícipes de su misión; a ellos, a su vez, les diste colaboradores para anunciar y realizar por el mundo entero la obra de la salvación. También ahora, Señor, te pedimos nos concedas, como ayuda a nuestra limitación, estos colaboradores que necesitamos para ejercer el sacerdocio apostólico. TE PEDIMOS, PADRE TODOPODEROSO QUE CONFIERAS A ESTOS SIERVOS TUYOS LA DIGNIDAD DEL PRESBITERADO; RENUEVA EN SUS CORAZONES EL ESPÍRITU DE SANTIDAD; RECIBAN DE TI EL SEGUNDO GRADO DEL MINISTERIO SACERDOTAL Y SEAN, CON SU CONDUCTA, EJEMPLO DE VIDA. Sean honrados colaboradores del orden de los Obispos, para que por su predicación, y con la gracia del Espíritu Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de los hombres y llegue hasta los confines del orbe. Sean con nosotros fieles dispensadores de tus ministerios, para que tu pueblo se renueve con el baño del nuevo nacimiento, y se alimente de tu altar; para que los pecadores sean reconciliados y sean confortados los enfermos. Que en comunión con nosotros, Señor, imploren tu misericordia por el pueblo que se les confía y en favor del mundo entero. Así todas las naciones, congregadas en Cristo, formarán un único pueblo tuyo que alcanzará su plenitud en tu Reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Todos: Amén. 6.- Imposición de la casulla: Un sacerdote nos reviste con la casulla, vestimenta con la que el sacerdote celebra la Eucaristía. La casulla viene de casa. Es decir, que nos introducimos en un sitio distinto. Es una prenda que te cubre por completo, debería cubrirte también la cara, porque al celebrar la Eucaristía es el mismo Cristo el que se hace presente por medio de nosotros. Me impondrá la casulla D. José Ramón Vindel, mi director espiritual desde hace diez años. Sin duda, ha sido un regalo de Dios en mi vida para que yo sea sacerdote. Desde aquel lejano Abril de 2006, que llegué a él con tantas dudas acerca del camino que me esperaba, no hemos dejado de vernos todas las semanas, animándome siempre y prestándome ayuda ante cualquier necesidad espiritual o material. Un lujo que me imponga la casulla mi mayor referente sacerdotal. Para añadir más emoción si cabe, el coro cantará ahora el bellísimo himno “Seréis mis testigos”, compuesto en 2003 para la visita de San Juan Pablo II a Madrid. Aquel encuentro me marcó definitivamente, llenándome de deseos de entregar la vida a Cristo por completo. Un guiño desde el Cielo del Papa, que parece que no quiere perderse este día. 7.- Unción de las manos: Al Obispo le presentamos las manos para que nos las “bañe” con el Sagrado Crisma. El Crisma es aceite mezclado con perfume y consagrado por el Obispo el Jueves Santo. El aceite sagrado lo utilizaban los profetas en la Biblia para sellar con la protección divina a Reyes y personas consagradas a Dios. De hecho, la palabra Cristo viene de “crismado”, el que ha sido ungido y bendecido por Dios. El aceite simboliza la fortaleza, y el perfume que vamos a irradiar el buen olor de Cristo. Las manos del sacerdote tienen el poder de perdonar los pecados y traer a Cristo a la tierra en la Eucaristía. Son manos bendecidas para bendecir al mundo, para transformar a las personas, dándoles, no solo algo bueno, sino al mismo Dios. TEXTO: El Obispo toma el gremial y unge con sagrado crisma las palmas de las manos de cada ordenado, arrodillado ante él, diciendo: Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio. 8.- Entrega del cáliz y patena: Se entrega al nuevo sacerdote su instrumento de trabajo por excelencia: El cáliz y la patena con el pan y el vino. El Obispo pronuncia la frase más impresionante de toda la ceremonia: “conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”. Uno no se ordena porque le gusta, para pasarlo bien. Si acaso más bien para pasarlo mal y ofrecer a Dios las dificultades propias y las de los demás. Me decía un sacerdote que a él no le dio miedo al dar este paso las dificultades de la vida del cura, porque precisamente por esos malos momentos quería ser sacerdote. Así, todos los días, haremos como Cristo en la Cruz y ofrecemos nuestros sufrimientos y preocupaciones, y los de todo el pueblo, para que Dios lo transforme en algo santo y digno de gloria. Es como el agricultor, que cuanto más estiércol tiene más puede abonar la tierra para que dé mucho fruto. El sacerdote debe ser el primero que le dice a Dios: Estoy dispuesto a sufrir lo que haga falta con tal de que los hombres lleguen al Cielo. TEXTO: Seguidamente, el diácono lleva el pan sobre la patena y el cáliz, ya con el vino y el agua, para la celebración de la Misa, y se lo entrega al Sr. Cardenal, quien a su vez lo pone en manos de cada uno de los ordenados, arrodillados ante él, diciendo: Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor. 9.- Concelebración de la Eucaristía: Los neo-presbíteros nos colocamos alrededor del altar para concelebrar la Eucarística por primera vez. Nada más empezar ofrecemos lo más grande que podremos hacer nunca. También vosotros nos hacéis el favor más gigantesco ofreciendo esta Misa por los que nos acabamos de ordenar. El mayor pago para un sacerdote es ver como las personas que quieres participan de la Eucarística y se funden con Cristo tal y como él estableció con este regalo inmerecido. Por eso, no hay nada que más me pueda alegrar que vengáis con el alma limpia, confesados; para así poder daros de comulgar y donaros a Jesús mismo, y dejar que Él os invada por completo con su amor. 10.- Recepción de licencias para confesar: Una vez que volvemos a la sacristía todos nos felicitamos y abrazamos. Hay sin embargo un momento especial en el que nuestro Arzobispo nos dice que tenemos licencia para confesar. ¡Qué alegría más grande! Además coincide que nos ordenamos en el Año de la Misericordia, año que el Papa Francisco ha querido dedicar especialmente a este Sacramento, dando a todos los sacerdotes la facultad de confesar incluso los pecados más graves, que normalmente están reservados al Obispo. Comienza una vida en la que seré testigo privilegiado de como los hombres y Dios se reconcilian, y así cumplir el mayor deseo de Cristo: perdonarnos y olvidar todas nuestras ofensas. *** Y por supuesto, lo mejor empieza al día siguiente. Con gusto doy por buenos todos estos años con tal de celebrar la Eucaristía una sola vez o confesar sólo a una persona. Pero Dios me hará ver muchísimas veces lo que más feliz me hace: ver a los hombres cerca de Dios. Y lo mejor es que esto ya es para siempre, para siempre, para siempre. Siempre sacerdote. ¡Gracias Señor!