EVOLUCION Y RACIONALIDAD

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EVOLUCION Y RACIONALIDAD
Antoni Gomila Benejam
Departamento de Filosofía
Universidad de Salamanca
Pº Canalejas, 169
37008 Salamanca
e-mail: AGOMILA@A585.usal.es
1. Sesgos del razonamiento y racionalidad
En el siglo pasado, uno de los argumentos más poderosos contra la teoría de la
evolución por selección natural fue la idea de que los seres vivos están perfectamente bien
adaptados a sus ambientes naturales. Esta adaptación perfecta parecía incluso más evidente en
el caso humano, cuya Razón era considerada el más poderoso medio de adaptación, al hacer
posible la vida en casi cualquier ambiente. Influido por esta idea, el propio Wallace, el otro
padre, junto con Darwin, de la teoría de la evolución, consideró la mente humana como un
regalo divino, aparte del reino de la evolución.
Sin embargo, muy pronto la idea de evolución humana y de la fuerza explicativa de la
selección natural como mecanismo no propositivo de adaptación, atrajeron el interés
filosófico. En la segunda mitad del XIX, diversos pensadores comenzaron a considerar la
Razón como el resultado de un proceso evolutivo. Spencer, Mach, Peirce, incluso Nietzsche,
vieron las poderosas consecuencias de la evolución para la Epistemología. Pero, exceptuando
Nietzsche, se coincidía en mantener la creencia en los poderes de la Razón. Sin duda influidos
por una visión progresiva de la historia, tanto la natural como la humana, los pensadores de
esta época dieron por supuesto que la razón humana era un punto final, la culminación, del
proceso evolutivo.
Sólo recientemente, este supuesto antropocéntrico ha sido puesto en cuestión. Por una
parte, se ha reconocido que la teoría de la evolución no proporciona base alguna para esta
visión teleológica de la razón; de hecho, como vamos a argumentar, la teoría de la evolución
nos lleva a esperar algún tipo de imperfección, sea cual sea el ámbito considerado, en sus
productos. Por otra parte, se ha cuestionado el que seamos, al menos hasta cierto punto,
racionales. Al menos, no tan racionales como nos gusta pensar que somos. Diferentes
paradigmas experimentales en Psicología Cognitiva han dado lugar a resultados que parecen
poner de manifiesto graves limitaciones y sesgos sistemáticos en nuestra capacidad para el
razonamiento, incluyendo reglas lógicas elementales y juicios sobre probabilidades y en
situaciones de incertidumbre (Nisbett & Ross, 1980; Kahneman, Slovic & Tversky, 1982;
Wason & Johnson-Laird, 1972).
Algunos han concluido de ello que no tenemos ningún motivo para nuestra confianza
en nuestra racionalidad. Esta es la conclusión, de hecho, propuesta por Stich (1990) a partir de
estos resultados experimentales: abandonadas nuestras pretensiones de racionalidad, no queda
más que la posibilidad del pragmatismo con respecto al conocimiento y la verdad. Pensamos
que va demasiado lejos demasiado deprisa, lo que no hace sino ejemplificar lo que afirma,
esto es, que nuestras inferencias no son fiables (tampoco, pues, las de Stich acerca de nuestra
irracionalidad). Pero tampoco nos satisface la forma en que algunos autores han tratado de
neutralizar la significación de estos resultados, al echar mano de la distinción competenciaactuación, y atribuir todos los errores al segundo aspecto, manteniendo la idea de racionalidad
como competencia lógica, que seguiría siendo impecable (Cohen, 1981). Es precisa una
explicación de estos resultados experimentales que dé cuenta de cómo y cuando tales errores
de razonamiento ocurren y por qué. Siguiendo a Margolis (1987), creemos que deberíamos
considerar tales sesgos como "ilusiones cognitivas", esto es, errores que ocurren como
resultado no de un funcionamiento cognitivo deficiente, sino de un funcionamiento
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apropiado, sólo que en un contexto inadecuado, tal como ocurre en el caso de las ilusiones
ópticas.
De lo que se trata, en el fondo, es de tomar en serio el marco evolutivo para nuestra
mente, y por tanto, reconocer que ningún producto evolutivo puede ser a prueba de fallos,
sino que al contrario, las condiciones en que la evolución de un sistema de procesamiento de
la información puede tener lugar imponen ciertas constricciones a su funcionamiento. En
otros términos, los sesgos del razonamiento no resultan de nuestra incompetencia lógica (y
por tanto, irracionalidad), sino por problemas en el reconocimiento del tipo de contexto de
que se trata, del tipo de tarea que se plantea.
Como trabajo preliminar a la reinterpretación de estas "ilusiones cognitivas", pues, es
preciso considerar la naturaleza de estas condiciones evolutivas, que va a ser el objeto del
resto de la comunicación.
2. Racionalidad como producto evolutivo
La evolución es un proceso extraordinariamente creativo, pero también lo es
destructivo. Recuérdese la ley del efecto (Hebb, 1949; Dennett, 1978): un mecanismo útil es
reforzado (y expandido), mientras que uno inútil está condenado a la desaparición. Esta es
una ley muy general y poderosa. Ayuda a entender lo que hace que sea tan contraintuitivo el
que seamos unos desastres razonando: si lo fuéramos de hecho, no hubieramos vivido tanto.
La razón es que nuestra estrategia adaptativa, el ser sistemas de procesamiento de la
información, carece de todo sentido evolutivo si las estrategias inferenciales que regulan las
relaciones informacionales resultaran sistemáticamente engañosas.
Basándonos en hechos bien conocidos acerca de la evolución y del procesamiento de
la información, vamos a sugerir que cabe esperar que nuestras estrategias inferenciales sean
patrones de inferencia sensibles al contexto, altamente automatizadas, y normalmente fiables.
La naturaleza de lo cognitivo como estrategia adaptativa consiste en permitir actuar, y
no sólo reaccionar, en base a ciertas propiedades ambientales complejas, y controlar la
conducta de acuerdo con lo que se considera relevante, dado los propios intereses. Para ello,
deben satisfacerse ciertas condiciones. En primer lugar, con respecto al propio estado inicial
del sistema cognitivo, dado que la información disponible en ese estado es necesariamente
limitada. Dicho a la inversa: un sistema cognitivo completamente pre-programado -con toda
la información acerca de sus posibles parejas, enemigos, alimento, territorio,... codificada
genéticamente-, es una imposibilidad evolutiva. Por una parte, por la gran cantidad de tiempo
necesario para que esa información pudiera ser especificada innatamente (Plotkin & OdlingSmee, 1979). Por otra, a causa de la extrema vulnerabilidad que esa "omnisciencia inicial"
comporta: cualquier cambio en las condiciones ambientales resultaría fatal. Del mismo modo,
la colonización humana de toda la superficie terrestre habría resultado imposible.
Inversamente, un sistema completamente en blanco tampoco tiene sentido evolutivo.
En realidad, aquellos aspectos robustos del ambiente darán lugar a la aparición de una
especialización cognitiva, para que desde el primer instante el sistema esté adaptado a ese
aspecto central. El "efecto Baldwin" (Hinton, 1988) pudiera ser el mecanismo responsable de
esa especialización.
En conclusión, la única estrategia viable para un sistema cognitivo es una estrategia
mixta, con un alto grado de plasticidad fenotípica, gracias a un alto potencial de aprendizaje
acerca del ambiente. Por otra parte, no cabe esperar que este conocimiento sea completo y
exhaustivo: los recursos computacionales de cualquier sistema cognitivo habrán de ser
necesariamente limitados (Cherniak, 1986). Siendo un sistema físico, cualquier sistema
cognitivo afronta limitaciones físicas: de memoria, de información accesible, de atención
perceptiva,... Es claro, por ello, que no puede afirmarse que la evolución garantiza, en algún
sentido, la conquista de la verdad; no es más que contingente la posibilidad de alcanzarla
(Kitcher, 1991).
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Estas limitaciones informacionales resultan más significativas cuando tomamos en
consideración el carácter competitivo, selectivo, de la evolución. Esto exige eficiencia en
tiempo real, decisiones rápidas aunque se carezca de toda la información.
Finalmente, existe otro rasgo de la evolución que constriñe la naturaleza de la
cognición, lo que podemos llamar el principio de continuidad estructural (Margolis, 1987) o
de holismo gradualista (Clark, 1989), con respecto a la innovación funcional. Consiste en que
la evolución no funciona como un ingeniero que diseño el mejor sistema posible, sino que las
nuevas funciones se desarrollan necesariamente en base a los mecanismos y estructuras ya
disponibles en el sistema. De ello resultan redundancias, imperfecciones, asociación de
funciones (por su dependencia de un mismo mecanismo),... Piénsese, por ejemplo, en las
nuevas funciones cognitivas del sistema límbico, añadidas a las relacionadas con la expresión
de las emociones. No cabe esperar, por ello, un funcionamiento perfectamente ajustado, sino
más bien lo contrario.
Cuando estos diversos aspectos de la evolución de los sistemas cognitivos son
considerados conjuntamente, resulta aparente que su viabilidad depende de hallar un modo de
satisfacer distintas exigencias, no siempre compatibles. Así, es preciso ser fiable, para que la
información refleje al máximo la situación efectiva; pero también es preciso ser eficiente, de
ser capaz de tomar decisiones (formarse opiniones), en el momento oportuno, aunque no se
disponga de toda la información relevante. Igualmente, se requiere economía estructural, y al
mismo tiempo, máxima disponibilidad y accesibilidad de la información.
La forma de conseguir satisfacer estas demandas diversas consiste en disponer de
expectativas acerca de lo que puede ocurrir en cada contexto, y por ello, disponer de una
forma efectiva de reconocer el tipo de contexto relevante. La idea es que la presencia de un
aspecto clave en un contexto dado debe permitir anticipar otros aspectos normalmente
asociados, en base al reconocimiento de ese contexto.
Desde este punto de vista, las inferencias se basan en estas expectativas, en qué se
sigue de qué en cada contexto. Las expectativas son características de cada contexto, son por
tanto, sensibles al contenido, pero la capacidad de inferir otros aspectos, implicados
normalmente por la información disponible, es general; por ello es por lo que es posible
anticipar también expectativas en situaciones nuevas, no encontradas anteriormente. Las
inferencias, por tanto, no resultan de la aplicación de reglas lógicas abstractas, sino de
patrones de relaciones informacionales normalmente válidos, específicos de cada tipo de
contexto.
Sobre esta base, resulta posible entender la inevitabilidad de "ilusiones cognitivas", o
errores de razonamiento: como resultado de aspectos de diseño experimental que resultan
ambiguos con respecto al tipo de contexto en el que entender la tarea planteada. Los errores
resultan de una dificultad en entender el problema, dadas las características de nuestras
capacidades cognitivas como producto evolutivo, y no de una incapacidad de extraer
inferencias apropiadas. Dicho de otro modo, las "ilusiones cognitivas" constituyen respuestas
apropiadas pero a una cuestión diferente (o una interpretación diferente) de la planteada.
En conclusión, la racionalidad de nuestras inferencias (tanto deductivas como
inductivas) no resulta de su derivación según una lógica mental, sino de la capacidad de
extraer patrones de relaciones informacionales contextualmente válidos, lo que no garantiza
su infalibilidad. En realidad, las reglas de la lógica serían más bien un producto bastante
posterior, resultado de la abstracción de los aspectos pragmáticos, para obtener las formas de
inferencia válidas en cualquier contexto, pero cuyo ejercicio requiere una práctica específica.
Referencias
- Clark, A. (1989): Micro-cognition. MIT Press.
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- Cohen, L.J. (1981): "Can human irrationality be experimentally demonstrated?", Behavioral
and Brain Sciences 4: 317-370.
- Dennett, D. (1978): Brainstorms. Harvester Press.
- Hebb, D. (1949): The Organization of Behavior. Wiley.
- Kahneman, Slovic & Tversky (1982): Judgement under uncertainty: heuristics and biases.
Cambridge U.P.
- Kitcher, P. (1991): "The Naturalist' return", The Philosophical Review 101: 53-114.
- Margolis, H. (1987): Patterns, Thinking and Cognition. Chicago.
- Nisbett, R. & Ross, L. (1980): Human Inference: Strategies and Shortcomings of Social
Judgement. Prentice-Hall.
- Plotkin, H.C. & Odling-Smee, F.J. (1979): "Learning, Change and Evolution: an inquiry into
the teleonomy of learning", Advanced Studies of Behavior 10: 1-41.
- Stich, S. (1990): The Fragmentation of Reason. MIT Press.
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