DIMECRES XXI DURANT L’ANY (A) II FESTA DE SANTA MÒNICA TROBADA DE L’ASSOCIACIÓ ESPANYOLA DE PROFESSORS DE LITÚRGIA A MONTSERRAT Homilia del P. Abat Josep M. Soler 27 d’agost de 2014 2Te 3, 6-10.16-18; Ps 127; Mt 23, 27-32 Queridos hermanos participantes en las Jornadas de Profesores de Liturgia; estimats germans i germanes en el Senyor: Les paraules de Jesús a l’evangeli d’avui són fortes, molt fortes. Formen part d’una sèrie llarga d’invectives contra els fariseus, en les quals el Senyor denuncia la seva hipocresia, el seu afany de notorietat, la forma com exerceixen la seva autoritat buscant l’aplaudiment, carregant normes feixugues al poble, l’afany desmesurat per fer adeptes a la seva observança estricta, exagerada, de la fe jueva. Jesús se’n dol, i, no sense una certa ironia, els crida d’una manera vigorosa a canviar de manera de fer, a convertir-se. Podríamos quedar-nos muy tranquilos pensado que la denuncia que Jesús hace de los fariseos, en el evangelio de hoy, se circunscribe a aquel colectivo y no tiene nada que ver con nosotros. Pero no es así. Todos podemos tener algo de espíritu farisaico. Y por ello conviene que nos detengamos ante la denuncia que contiene el texto evangélico de hoy. De un modo particular, los que en la Iglesia hemos recibido un ministerio que nos da una cierta preeminencia sobre los demás. Jesús denuncia la hipocresía, el ser como sepulcros blanqueados que, tal como se pueden ver todavía hoy en los alrededores de Jerusalén, por ejemplo, son bonitos por fuera pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. También nosotros, vistos desde fuera podemos aparentar que somos gente de bien, pero podríamos esconder tras nuestra apariencia un fondo de hipocresía y de maldad. También nosotros podemos elogiar las enseñanzas de los hombres y mujeres de Dios que nos han precedido, e incluso levantarles monumentos --en sentido literal o figurado- y, por el contrario, ser cómplices del mal que denunciaron o tener comportamientos contrarios al bien que predicaron. Si alguna vez hemos caído en estas prácticas, probablemente habremos experimentado la amargura interior, la desazón, la pérdida de la paz interior. Hace apenas un momento, he utilizado la expresión “el texto evangélico de hoy” para referirme al conjunto de las denuncias de Jesús que hemos escuchado. Y, es verdad; también estas invectivas son evangelio, buena noticia, para nosotros. Podemos relacionar estas denuncias de Jesús con aquellas palabras del evangelio de san Juan, a propósito de otra controversia con los judíos: si digo esto es para que vosotros os salvéis (Jn 5, 34). Porque lo que Jesús dice a propósito de los fariseos, nos invita a la reflexión y a la conversión, a la pureza de corazón. Nos invita a buscar la coherencia entre lo que somos como bautizados e hijos de Dios y lo que hacemos. Estamos llamados a reproducir en nosotros la imagen de Jesucristo y debemos corregirnos de todo lo que la empaña. Porque la fe no es sólo apariencia externa. Es vida, es santidad interior y no solo apariencia de bondad, mientras en el interior anida la malignidad. La fragilidad humana y el pecado pueden llevarnos a tener comportamientos inadecuados a nuestra realidad profunda. Por eso la palabra divina nos sale al paso cada día para invitarnos a no desfallecer, a no desalentarnos ante las dificultades, a renovarnos interiormente, a trabajarnos para superar todo lo que en nosotros haya de opuesto al Evangelio. El Señor de la paz del que hablaba san Pablo en la segunda lectura, quiere nuestra salvación, quiere que encontremos nuestra felicidad. Y, tal como decía el salmo responsorial, dicha felicidad solamente se encuentra de modo pleno en la fidelidad al Señor, en la fidelidad a su palabra. Ella nos enseña a vivir la fidelidad en las cosas pequeñas de cada día y en los grandes momentos de la vida. Pero la coherencia cristiana, la santidad de vida, no está a nuestro alcance con los solos medios humanos. Necesitamos la fuerza de los sacramentos. Necesitamos recurrir a la oración perseverante para que el Señor nos conceda la gracia de vivir cada día más según su palabra. Santa Mónica nos ofrece un ejemplo de plegaria confiada, paciente, llena de fe a pesar de no ver durante mucho tiempo los frutos de sus súplicas. El Señor, en su providencia, aguarda el momento oportuno. Precisamente hoy la oración colecta nos ponía en los labios la petición de “saber llorar nuestros pecados” y de “encontrar el perdón”. Así, lejos de ser como sepulcros blanqueados, podremos ser testigos creíbles de la fe evangélica, discípulos coherentes de Jesús el Señor. Maria, en cuya casa nos encontramos, nos alienta y nos ayuda maternalmente a vivir según la Palabra de Dios. Segons que explica sant Agustí, la seva mare, abans de morir, va demanar als seus que es recordessin d’ella “davant de l’altar del Senyor” fons on fos que es trobessin (cf. Confessions 11, 28). Ara, ja no és per un sufragi que ens recordem d’ella “davant l’altar del Senyor”, sinó per invocar-la en la comunió dels sants en celebrar l’Eucaristia. Aquesta celebració demana un cor sincer i reconciliat amb Déu i amb els germans. Acostem-nos, doncs, a l’altar del Senyor confiant en el seu amor misericordiós, en la seva voluntat de salvar-nos malgrat la nostra feblesa.