El oráculo de Delfos

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El oráculo de Delfos
Julio César Centeno
El Señor cuyo oráculo está en Delfos
no dice ni oculta, sólo da signos.
Heráclito
El Santuario de Delfos, en la antigua Grecia, era un lugar en
el que sabios, eruditos, reyes y plebeyos consultaban a los
dioses. Se encuentra en el monte Parnaso, donde el gran dios
Apolo había dominado a la gigantesca serpiente Pyto (Pitón)
para apoderarse de su sabiduría. Apolo guardó las cenizas de
la serpiente en un cofre y lo enterró bajo el santuario. En el
cofre reposaba toda la sabiduría de Pitón; por eso aquel lugar
era conocido como el ombligo del mundo.
Las instrucciones de Apolo
fueron claras:
«Custodiaréis mi templo,
que será rico en tesoros y
honrado por muchos
hombres; conoceréis así
los pensamientos secretos
de los dioses inmortales»
Las sacerdotisas de este
templo se conocían como
Pitonisas, encargadas de
transmitir las respuestas del oráculo. Nunca abandonaban el
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santuario. Las consultas se realizaban sólo el séptimo día de
cada mes, día del nacimiento de Apolo. La sacerdotisa
descendía a una cripta subterránea donde tomaba agua de la
fuente Casiótide, masticaba hojas de laurel y aspiraba los
vapores que brotaban de grietas en las rocas para llenarse del
aliento de Apolo. Las pitonisas entraban en trance. Sólo
entonces pronunciaban sus oráculos.
Hace casi dos mil años, cien años
después de Cristo, el historiador
Plutarco atribuyó el poder de las
Pitonisas al vapor proveniente de las
grietas en las rocas de la cueva. Hoy
se sabe que dos fallas tectónicas se
cruzan bajo Grecia, con una fractura
justo debajo de Delfos.
Cuando Sócrates acudió al oráculo
más de 400 años antes de Cristo, en
busca de conocimiento sobre la
naturaleza, la respuesta fue precisa y
contundente:
“Te advierto, quien quiera que
fueres, tú que deseas sondear los
arcanos de la Naturaleza, que si no
hallas dentro de ti mismo aquello
que buscas, tampoco podrás
hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia
casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias?
En ti se halla oculto el Tesoro de los tesoros.
Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al
Universo y a los Dioses”.
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De allí uno de los conceptos filosóficos más importantes:
conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los
Dioses.
Sócrates solicitó que aquella maravillosa revelación quedara
en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos, como
iluminación eterna para toda la humanidad.
Herodoto cuenta que Creso, rey de Lidia, consultó el oráculo
para preguntarle qué pasaría si cruzaba con su ejército el río
que separaba a su país del imperio Persa para conquistarlo.
La respuesta fue clara: “Si cruzas el río destruirás un
poderoso imperio”.
Poco tiempo después, el rey Creso se encontraba en una
oscura celda de Persépolis: el imperio que destruyó fue el
suyo.
En el año 429 antes de Cristo, el gobernador de Atenas,
Pericles (495 a.C- 429 a.C) , murió debido a la peste que
castigaba a la ciudad. Un grupo de ciudadanos acudió al
oráculo de Delfos para pedirle una forma de terminar con
ese azote. La respuesta del oráculo causó estupor:
“Construyan, con regla y compás, un altar cúbico que
duplique en volumen al que ya existe”.
Genios matemáticos del momento, como Hipócrates de
Quíos (470 - 410 a.C) abordaron el problema sin lograr
resolverlo. Doscientos años después otros matemáticos,
incluyendo al mismísimo Eratóstenes (276 a.C – 194 a.C)
continuaban desvelándose por la incógnita, pero sólo llegaron
a soluciones aproximadas. Para resolver el problema es
necesaria una ecuación cúbica, algo imposible con regla y
compás.
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El oráculo de Delfos no podía ignorarlo, por lo que se
concluyó que les jugó una mala pasada a los atenienses: el
problema de la duplicación del cubo quedó sin resolver, como
uno de los tres problemas clásicos griegos.
La tendencia a las soluciones matemáticas del oráculo no
cesó. En otra oportunidad solicitó trisecar un ángulo
cualquiera con regla y compás (sólo es posible para
ángulos de 90 grados). Es insoluble por las mismas razones
que el de la duplicación del cubo: hace falta resolver una
ecuación cúbica.
En otra oportunidad propuso el acertijo matemático más
famoso de todos: el de la cuadratura del círculo: construir,
con regla y compás, un cuadrado de área igual al de un
círculo dado.
Recién en el siglo XIX se demostró su imposibilidad, debido al
carácter trascendente del número pi: no solamente es
irracional, sino que no existe ninguna ecuación cuya solución
sea pi. La expresión “cuadrar el círculo” ha quedado como
ejemplo de una tarea imposible.
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