La España musulmana. Al Andalus

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LA ESPAÑA MUSULMANA: AL−ANDALUS.
La penetración musulmana en la península ibérica.
Con anterioridad al mes de noviembre de 709, el conde don Julián, jefe de los beréberes de la región de
Tánger, realiza un pacto con Muza ibn Noseir (640−718), a quien describe la península y le estimula a la
conquista. Muza envía al beréber Tarif ibn Malluk. Tras esta primera expedición, sigue otra al mando
de Tariq ibn Ziyad, que lleva tropas beréberes. Estas segundas tropas son las que combatieron en julio
de 711 en Wadi Lakka (Guadalete). Las tropas visigodas resultaron derrotadas, en parte por la
defección de los hijos de Witiza.
Hay que interpretar estos acontecimientos como inmersos en el amplio movimiento de expansión árabe
que estaba teniendo lugar, y relacionarlos también con la crisis del Estado visigodo. Tariq no fue un
simple auxiliar de un bando visigodo, sino el jefe de una expedición de conquista. El pacto arabeberéber
con Julián y los hijos de Witiza hay que entenderlo como un hecho accidental y fortuito, manifestación
del método seguido por los árabes en otros lugares, como Siria, Egipto o Persia.
Tariq se dirigió hacia Toledo por Medina−Sidonia, Morón, Carmona, Sevilla, Écija, Córdoba y Toledo.
Paralelamente a estos acontecimientos, Muza ibn Noseir desembarcó en Algeciras con 18.000 árabes y
ocupó el suroeste peninsular. A los cinco años del primer desembarco, la península ibérica estaba
controlada casi en su totalidad por tropas árabes y beréberes.
Esta ocupación fue tan rápida por dos razones principalmente:
• La gran facilidad de los musulmanes para ofrecer pactos y aceptar capitulaciones condicionadas
(muy experimentada en otros países ya conquistados).
• El grado de descomposición del aparato estatal visigodo.
Según las últimas investigaciones, Hispania no fue conquistada por los musulmanes por la fuerza de las
armas, sino que capituló. Los propietarios de las tierras siguieron manteniendo su propiedad y sus
derechos a cambio de pagar un impuesto territorial (jaray).
Las comarcas de los Pirineos nunca fueron ocupadas. Este alejamiento árabe facilitó el resurgir del
particularismo de las poblaciones de montaña, que años más tarde daría origen a varios condados.
Frente a los vascos, los árabes se limitaron a sustituir con grupos beréberes las guarniciones visigodas,
lo mismo que las de éstos habían sustituido a las de los romanos a fines del siglo III.
Entre los años 714 y 740 suceden tres acontecimientos fundamentales:
• Continuación de la conquista por el norte peninsular.
• Afianzamiento del proceso fiscal.
• Conflicto entre árabes y beréberes en torno a las tierras ocupadas.
Abd el−Aziz ibn Muza ocupó la Andalucía oriental y en tiempos de al−Hurr se ocupó la Hispania
Ulterior. En el año 732, las tropas de Abderrahmán Abdallah el−Gafekí sufrieron el primer revés frente
a las tropas de Carlos Martel.
En cuanto a los asuntos fiscales, se estableció un registro de los cristianos de Córdoba, se acuñaron
dinares y se consolidó la capital en Córdoba, síntomas todos ellos de un inequívoco avance fiscal.
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Respecto del conflicto de la ocupación de tierras, se trata de una correlación de fuerzas entre el Estado
omeya de Damasco y los conquistadores de la península. El débil control de Damasco sobre al−Andalus
le hizo perder la partida.
En el siglo VIII se produjo la gran crisis entre los ocupantes de la península ibérica. Antes de entrar en
el análisis del proceso de la crisis conviene aclarar que las tierras en condiciones de repartir fueron
escasas, pues el sistema de capitulaciones respetaba la propiedad. El número de árabes y beréberes que
ocuparon la península, se puede cifrar alrededor de, como mínimo, 150.000 a 200.000.
Éstos pertenecían a un nutridísimo conjunto de distintas etnias. Dentro del grupo árabe encontramos a
los yemeníes que ocuparon la Andalucía suroccidental y el valle del Ebro; otros grupos de árabes son los
qaysi (árabes del norte) que ocuparon desde Mérida hasta las montañas de levante; la Andalucía
oriental fue ocupada a medias entre los yemeníes y qaysi. Los beréberes que venían del Magreb e
Ifriqiya estaban también divididos en grupos, los más representativos de los cuales son los procedentes
de Magila, Miknasa, Zanata, Nafza, Hawwara, Masmuda y Sinhayâ; ocuparon la región levantina, al
extremo occidental de la cordillera Bética, la serranía de Ronda, algunos islotes sueltos en el valle del
Guadalquivir y la zona central de Castilla.
Otra tesis sobre el reparto de los ocupantes de la península dice que los árabes se quedaron en las
llanuras litorales y fluviales, mientras que los beréberes pasaron a ocupar las zonas montañosas, lo cual
es fácilmente comprensible por la similitud geográfica existente entre la zona de ocupación y la de
procedencia.
La crisis se agudizó al cerrarse el ciclo de expansión (por la década de 730), lo que acarreó hondas
repercusiones que podemos resumir en tres puntos:
• Repliegue de los contingentes beréberes al interior de la península.
• Recrudecimiento de las rivalidades étnicas.
• Final de los cuantiosos botines de guerra, lo cual agudizó aún más el problema de la posesión de
tierras.
Para paliar el problema de las tierras, se decidió expropiarlas a los primeros beréberes. Esto provocó la
revuelta de los jariyies del Magreb, sublevados que descendieron hacia el sur y vencieron a los
contingentes árabes del wali Ibn Qatan. Ante la grave situación, Damasco decidió enviar militares de
Siria. Éstos lograron vencer a los sublevados beréberes, pero también destituyeron al wali Ibn Qatan y
pusieron en su lugar a su jefe Baly. La política de éste motivó, a su vez, el levantamiento de los primeros
inmigrantes (baladíes). La situación se resolvió con la llegada del wali Abu−l−Jattar, cuyo programa se
cifraba en aplicar una doble reforma:
• Ante la imposibilidad de expulsar a los contingentes de tropas sirias, les dio una circunscripción
administrativa determinada, mediante un nuevo tipo de concesión legal territorial de soldada (iqta
istiglal, que no debe traducirse por feudo),
• Compensó a los baladíes por las incautaciones sufridas con ratificación de la propiedad que
disfrutaban desde la época Muza. Una vez más, el perdedor de esta doble reforma fue el Estado
omeya.
El estado omeya cordobés
Del exterminio de los omeyas en Oriente por la revolución abbasí (750) escapó un príncipe
Abderrahmán I ibn Moavia (731−788) que fue a refugiarse entre los beréberes Nafza. Desde su lugar de
refugio, entabló conversaciones con los omeyas andalusíes para intentar venir a la península. Como
estas conversaciones fracasaron hubo de recurrir a la asabiyya (755) y consiguió vencer en la batalla de
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al−Musará, cerca de Córdoba.
Nada más ocupar el poder, la propia asabiyya yemení, que le había apoyado, intenta sublevarse.
Abderrahmán I utilizó dos métodos para afirmarse en el trono: rodearse de un nutrido grupo de
clientes omeyas y reorganizar el ejército andalusí.
Aumentó la presión fiscal sobre los cristianos protegidos (mozárabes) y de esta manera obtuvo los
recursos económicos para reorganizar a los clientes omeyas y pagar a los soldados.
Las reformas del aparato estatal durante su gobierno en al−Andalus estaban de acuerdo con la
tradición sirio−omeya. En los últimos años de su reinado edificó la primera mezquita de Córdoba (785)
y también reconstruyó el Alcázar.
Su sucesor fue Hixem I (788−796), cuyos esfuerzos fueron encaminados hacia el yihad (guerra santa)
contra el norte de la península.
También en esta época se introduce en al−Andalus el malikí (escuela ortodoxa jurídica del islam). El
Estado, sobre todo en los primeros tiempos, apoyó con su autoridad moral y con medidas represivas
esta política del clero ortodoxo.
La subida al trono de al−Hakam I (770−822) en 796 estuvo marcada por el traslado a las zonas
fronterizas o marcas de los focos de sublevación. Conviene recordar que estos territorios se hallaban
lejos del control de Córdoba. También hay que señalar la importancia creciente de los elementos
indígenas (muladíes y mozárabes). Los movimientos de disidencia aumentaron por el peso creciente de
la estructura estatal y fiscal.
Los aspectos más notables de su reinado son, por una parte, el afianzamiento de los puntos de apoyo de
la dinastía; por otra parte, el papel de creciente importancia que van tomando en la administración del
Estado elementos extratribales (muladíes, mozárabes, beréberes y esclavos).
El movimiento subversivo de mayor importancia se dio en Toledo, al mando de Ubayd Allah. En la
sublevación participaron exclusivamente muladíes y mozárabes, como respuesta hostil a los árabes y
beréberes. En 797, Amrus puso fin a esta rebelión al llevar a cabo la matanza de nobles toledanos,
conocida como jornada del foso.
El acontecimiento más grave y significativo del reinado de este emir es el levantamiento del Arrabal de
Córdoba, barrio populoso de artesanos y mercaderes.
En los años centrales del siglo IX, durante el reinado (821−852) de Abderrahmán II (790−852),
al−Andalus vivió su mayor esplendor como Estado. No son bien conocidas las estructuras sociales y
económicas de la época, pero desde el punto de vista de la organización interna del Estado debió ser de
gran eficacia, como indica la cantidad de obras públicas que se acometieron. Todo esto hubiera sido
imposible sin un intenso control fiscal. La renta anual del Estado en la época de al−Hakam I era de
600.000 dinares, y pasó a 1.000.000 bajo AbderrahmánII.
El prestigio del Estado omeya desbordó los límites de la península para extenderse por toda la cuenca
del Mediterráneo; así, Bizancio les pidió apoyo militar.
Durante este reinado se produjeron los levantamientos mozárabes de Córdoba, cuyas causas profundas
son difíciles de descubrir. El hecho cierto es que durante el año 850 se produjo una considerable ola de
martirios voluntarios.
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Los emires Mohamed I (852−886), Almóndir (886−888) y Abdallah (888−912) cerraron el Estado omeya
cordobés. En la segunda mitad del siglo IX se produjeron graves acontecimientos que convirtieron
al−Andalus en un mosaico de señoríos independientes.
El califato de Córdoba
El año 912, Abderrahmán III (895−961) sucede a Abdallah al frente del emirato de Córdoba. La
coyuntura no era muy favorable para que su gobierno se desenvolviera en paz y prosperidad. Una serie
de tensiones sociales y religiosas habían surgido durante el mandato de los tres emires posteriores a
Abderrahmán II, entre 852 y 912. Bien es verdad que las causas de ellas no radicaron en la incapacidad
de los emires: eran más profundas y afectaban tanto a las raíces sociorreligiosas como a las
politicoeconómicas en que se había basado la dominación musulmana en al−Andalus.
El programa de Abderrahmán III trataba de restaurar la unidad rota en el anterior período. A los
pocos meses de su subida al trono vence a los berberiscos, descontentos de su suerte y sublevados contra
el dominio árabe de Córdoba, y arrebata a los partidarios de Omar−ibn−Hafsún la importante plaza de
Écija. En el año 913 prosigue la campaña de sometimiento de los jefes musulmanes rebeldes: cerca de
70 castillos son reintegrados al poder central y así queda pacificada casi toda la Andalucía oriental.
La posición de Abderrahmán se consolida aún más con la vuelta de Sevilla al control del gobierno
cordobés.
En 917 Omar−ibn−Hfsún, moría en Bobastro. Desde 880 había organizado un movimiento
independentista en el sur, al cual habían secundado muchos muladíes descontentos por la política que
hacia ellos mantenían los árabes. En 890 estuvo en tratos con el gobernador de Cairuán (abasí) para
obtener apoyo militar y convertirse en emir de al−Andalus. Diez años más tarde se convirtió al
cristianismo, por lo que perdió el apoyo masivo de la población muldí, aunque se ganara a los
mozárabes. Tras su muere, sus hijos resistieron durante 10 años en guerra continuada contra Córdoba.
En 919 Abderrahmán hizo una campaña victoriosa, tras la cual respetó a los soldados muladíes y mató
a los cristianos. En 928, tomó el castillo de Bobastro, el centro más irreductible de la rebelión contra los
emires, y su caída arrastró a los que aún resistían.
En los años siguientes Abderrahmán prosiguió su obra de unificación. En 929 sometió la ciudad de
Badajoz; en 931 tomó Toledo por segunda vez, y en 932 podía considerar que al−Andalus había logrado
la unidad.
En 929 se erige en califa de al−Andalus y asume la suprema autoridad religiosa y política sobre la
comunidad de los creyentes y no creyentes. Es la culminación del proceso de independización de esta
provincia con respecto al Imperio islámico.
En 961, al−Hakam II (915−976) sucedió a su padre Abderrahmán, del que recibió una estructura de
poder centralizado que siguió intacta y una situación exterior favorable que no sufrió variaciones. Las
tropas musulmanas, al mando de Galib, impusieron su hegemonía tanto en el norte (975) como en
África (972−973).
Cuando al−Hakam murió, la dinastía omeya había llegado a la cima de su poder y la prosperidad del
califato ofrecía buenas perspectivas. Le sucedió su hijo Hixem II, de 11 años de edad. Su nombramiento
originó una división en al−Andalus: algunos hombres influyentes preferían al hermano menor de
al−Hakam, pues comprendían que una regencia les sería desfavorable pero al Mushsfí, primer
ministro, o hachib, al que al−Hakam había confiado sus asuntos públicos durante su enfermedad, actuó
con energía y aseguró tanto la sucesión de Hixem como la continuidad de su propio poder(M.Watt).
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A finales del siglo X, se hace con el poder Almanzor −Abu−Ámir−Mohamed ibn−Abdallah
(939−1002)−, apoyado por un ejército de mercenarios. Modifica la política seguida por los califas
anteriores respecto de los cristianos: de la tutela y protectorado ejercido sobre ellos se pasa a una
sistemática organización de campañas devastadoras contra León, Castilla, Navarra y los condados
catalanes.
La descomposición del califato ya se hallaba próxima. La cohesión se mantuvo en vida de Almanzor y
de su hijo, pero, a la muerte de éste (1008), esclavos y beréberes se enfrentaron militarmente por el
control de al−Andalus. Estos enfrentamientos fueron utilizados por los cristianos del norte y también
por la nobleza del origen árabe: los primeros, aliados a uno u otro de los bandos, saquearon el territorio
musulmán; los segundos jugaron la misma baza al intentar recuperar el prestigio anterior a la
dictadura de Almanzor.
Las guerras civiles se prolongaron durante más de veinte años, al cabo de los cuales (1031) desaparece
el califato omeya y es sustituido por multitud de señoríos o reinos independientes, dirigidos por jefes
militares árabes antiguos esclavos o beréberes. Son los denominados reinos de taifas.
Esta descomposición estimula la ofensiva de los Estados cristianos del norte. Los reinos de taifas,
impotentes ven progresivamente reducida su extensión en los dos siglos siguientes.
La sociedad
Nos encontramos con dos sociedades claramente diferenciadas: por un lado, árabes y beréberes, y por
otra, una población indígena.
Según el historiador P. Guichard, la característica más importante del medio arabeberéber es la gran
abundancia de tribus y clanes, lo que permite deducir que los lazos tribales se mantuvieron vivos en
al−Andalus hasta una época relativamente avanzada.
La base de unión de estos grupos étnicos estaba dada por el parentesco por línea paterna. Sufrieron un
vigoroso proceso de segmentación y existió una tribu madre. El grupo tribal, por lo tanto, era un
organismo vivo y vigoroso. El ideal que perseguía este grupo tenía algo de biológico (proliferación);
junto a este incremento biológico, se pretende aumentar la fuerza del grupo con la incorporación de
clientes o mawali.
Las tribus mantenían relaciones de rivalidad, contrarrestadas por asabiyya o solidaridad. El historiador
Chelhod dice: La tribu toma conciencia de sí misma en cuanto individualidad, como resultado de una
sorda rivalidad con otros grupos similares.
Los contingentes militares árabes y beréberes tenían el grupo étnico como base.
P. Guichard las llama sociedades orientales, y las resume así: a) se trata de una sociedad de tipo
segmentario, donde el equilibrio social se realiza por medio de los antagonismos de los distintos grupos
de parentesco; b) el principio que rige el sistema de parentesco es un agnaticismo riguroso; c) existe una
vigorosa tendencia a la endogamia del linaje; d) esta tendencia a la endogamia reposa en una
concepción particular del honor del grupo patrilineal.
La población indígena estaba constituida por los llamados muladíes (muwallad), indígenas que habían
aceptado el islam. E. Lévi−Provencal distingue tres de estos grupos: indígenas sometidos mediante
pacto (sulham) que aceptan el islam y permanecen en sus lugares habituales de residencia; indígena
sometidos por la fuerza de las armas que, al convertirse al islam, quedaron en sus tierras, descendientes
de los cristianos cautivos. En las dos primeras opciones se ven sometidos a pagar jaray impuesto
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especial.
Hoy en día los investigadores ponen en duda la teoría tradicional sobre la rápida fusión de la minoría
de conquistadores con la masa de la población indígena.
Así pues, en al−Andalus, en el siglo X por lo menos, todavía existían dos sociedades claramente
diferenciadas: la arabeberéber y la población indígena. La última, organizada según moldes
occidentales, y la otra, según moldes islámicos, y la asimilación no se hizo tanto en beneficio de la
población indígena, sino a la inversa.
Los mozárabes estaban organizados bajo la jefatura de un comes, que sería el encargado de recaudar
los impuestos. Las funciones jurídicas recaían en el censor o qadi alnasara (juez de los cristianos),
muchos de los cuales desempeñaron funciones burocráticas.
La economía
La historia económica y social se escribe, ante todo, con documentos, pero, para el mundo musulmán,
no disponemos de ellos. En el caso de al−Andalus, la situación se agrava más por la falta de
investigaciones sobre la materia. Sabemos que el campo se subordina a la ciudad, característica típica
de la sociedad islámica.
Al−Andalus supone un evidente salto adelante en la producción agrícola. El historiador T. Watsoa
habla de revolución árabe.
El rasgo más característico de la agricultura andalusí fue la difusión de los regadíos; sin querer decir
con esto que fueran una sociedad genuinamente hidráulica. Al−Andalus conoció tres sistemas
principales de irrigación: a) el uso de acequias (al−saqiya); b) el empleo de máquinas elevadoras para
extraer el agua o norias (al−na ura); c) ruedas elevadoras movidas por un animal o aceñas (al−saniya);
e) el uso del qanat, técnica iraní consistente en captación de aguas subterráneas, conectadas con un
conjunto de pozos de succión.
La producción agrícola de al−Andalus fue el cereal, el olivo y el viñedo, la llamada trilogía
mediterránea.
En cereales, tuvo que recurrir con frecuencia a la importación del norte de África. Posiblemente esté
relacionada la escasez de este cultivo con la emigración de mozárabes, que eran los mayores
cultivadores.
El cultivo del olivo continuó como en el mundo romano. La exportación aceitera alcanzó a ser muy
importante, llegó incluso a Oriente y al norte de África.
Pese a la prohibición islámica de consumir vino, al−Andalus no la respetaba. Y a ello se añadía un
importante consumo de uvas frescas y de pasas.
Los productos de la arboricultura más destacados fueron la higuera, el manzano, el peral, el almendro,
el albaricoquero, el limonero y el naranjo; muchos de estos cultivos fueron introducidos por los árabes.
Características de una sociedad predominantemente urbana y mercantil fue la difusión de plantas
textiles y materias colorantes. El lino mantuvo su cultivo, aunque tendió al retroceso ante la entrada del
algodón. La cría del gusano de seda fue introducida por los sirios de Baly a mediados del siglo VIII.
De la industria ganadera contamos con escasísimas referencias, pero tenemos certeza de que, en las
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zonas montañosas de la cordillera Central, algunos beréberes practicaban la ganadería trashumante y
que existían grandes reservas de ganado en las marismas sevillanas, donde también había yeguadas.
Al−Andalus tuvo un papel muy relevante dentro del mundo mercantil islámico, ya que relacionó el
norte de África con el Occidente feudal y la fachada mediterránea hacia Oriente.
Durante la época califal, el comercio de esclavos alcanzó cotas muy importantes.
El urbanismo andalusí
Es de sobra conocido el peso de la sociedad urbana en el mundo islámico, y al−Andalus no constituyó
una excepción a esta regla general. La ciudad fue el gran centro de consumo, el núcleo administrativo,
religioso e intelectual, pero sobre todo el gran pulmón económico.
El corazón de la ciudad es la madina, en la que se alzan la mezquita, los centros administrativos, los
zocos, las alhóndigas y la alcaicería. La madina suele estar amurallada y, rodeándola, se encuentran los
arrabales, en ocasiones también amurallados.
Tanto la madina como los arrabales estaban divididos en barrios más pequeños (harat). Los arrabales y
los barrios grandes constituían grupos independientes dentro del conjunto urbano y tenían su mezquita
propia, sus zocos y sus baños. A veces, el agrupamiento en arrabales y barrios responde a motivos
religiosos o étnicos, pero con mayor frecuencia a económicos o de afinidad laboral.
Fuera de la ciudad se encontraban los cementerios y los oratorios al aire libre (al−musallá).
La densidad de población urbana dentro del recinto amurallado explica, en cierto modo, el
abigarramiento de callejas y callejones y justifica las formas arquitectónicas que se adoptan (salientes,
voladizos y pisos altos que a veces cubren la calle de lado a lado). Pero si realmente queremos
comprender el trazado urbano de al−Andalus, tendremos que volver los ojos al concepto islámico de
calle.
En Occidente, la calle se concibe como una prolongación de la vivienda y de ahí que haya amplios vados
en las fachadas. En el islam, la vida pública se hace en la madina por lo que las viviendas quedan en los
lugares silenciosos, construidas con sólidos y altos muros; la comunicación con el exterior se realiza a
través de estrechas celosías para salvaguardar a toda costa la vida privada.
La labor de urbanización más importante se realizó entre los años 822 y 961. A finales del siglo XI y a
principios del XII, había en al−Andalus nueve ciudades con más de 40 hectáreas y unos 15.000
habitantes.
La cultura en al−Andalus
Las manifestaciones filosóficas, literarias y artísticas de la España musulmana están inmersas en la
corriente islámica y, a su vez, en contacto con el mundo Oriental y con la sólida base material de
al−Andalus. Se trata de una ruptura total con la tradición de la España visigoda.
Sus instrumentos de cultura son el lingüístico (el árabe) y el ideológico (el islamismo).
Destacaron los árabes peninsulares con las ciencias especulativas, como las matemáticas, la astronomía
o la filosofía (a través de ellos llegaron al mundo cristiano obras de autores griegos, como Aristóteles).
Pero, además, se desarrolló una fecunda producción historiográfica, cuyas manifestaciones más
frecuentes fueron la biografía y las crónicas. En la corte de Abderrahmán II se produjo una poesía
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árabe muy culta según modelos orientales. Pero desde el siglo X, junto a la poesía culta y cortesana, se
cultivan forman popular como la muwáshshaha y el zéjel, en las que a veces se introducen palabras en
romance.
Las realizaciones artísticas son estilísticamente producto de un arte nuevo que funde tradiciones locales
(romanas y visigodas) con soluciones islámicas y fórmulas helenísticas. Supone una síntesis hispanosiria
con un predominio progresivo de los elementos decorativos (geométricos, florales, etc.). Socialmente es
un arte áulico, manifestación de los poderes supremos de la comunidad islámica. En lo religioso
sobresale la mezquita de Córdoba, en cuya construcción intervienen los tres Abderrahmán, al−Hakam
II y Almanzor; en lo político, los palacios del siglo X; Madina−al−Zahara y Madina−al−Zahira, obras
de Abderrahmán III y Almanzor.
INDICE
La penetración musulmana en la península ibérica Pág. 1
El estado omeya cordobés Pág. 2
El califato de Córdoba Pág. 3
La sociedad.. Pág. 4
La economía Pág. 5
El urbanismo andalusí Pág. 6
La cultura en Al−Andalus Pág. 6
La evolución política y la estructura socio−económica en Al−Andalus
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