Carlos I de España y V de Alemania, un emperador europeo

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Cátedra de
Empresa Familiar
APRENDIENDO DE PERSONAJES HISTÓRICOS
Newsletter nº 57
3 de mayo de 2010
Carlos I de España y V de Alemania,
un emperador europeo
Por Salvador Rus, profesor de Historia del Pensamiento y
director de la Cátedra de Empresa Familiar de la Universidad de León
C
arlos de Austria, o Habsburgo (Gante, 24 de febrero de 1500 – Monasterio de Yuste, 21 de
septiembre de 1558), reinó en España con el nombre de Carlos I (1516 –1556). Fue el primer
monarca que de hecho y de derecho unió en su persona las coronas de Castilla y Aragón. Y
con el nombre de Carlos V, ostentó la dignidad de Emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico entre los años 1520 y 1558.
Hijo de Juana I de Castilla y Felipe el Hermoso, y nieto por vía paterna de Maximiliano I de Austria
(Habsburgo) y María de Borgoña (de quienes heredó los Países Bajos, los territorios austríacos y el
derecho al trono imperial). Por la vía materna sus abuelos fueron los Reyes Católicos, de quienes
heredó el Reino de Castilla, Nápoles, Sicilia, las posesiones de ultramar, Aragón y Canarias.
Fue Conde de Flandes a los quince años, rey de España a los diecisiete y Emperador de Alemania a
los diecinueve. En su persona se concentró una vasta herencia en Europa, el Norte de África y las
posesiones ultramarinas cuya extensión durante su reinado no estaba clara, pues constantemente
se hacían nuevos descubrimientos y nuevas conquistas. Supo asimilar e integrar una herencia
porque al cabo de los años se convirtió en un político, un
“El gran emperador nos militar y un rey a la altura de las expectativas generadas
enseña que hay que con su llegada.
formarse y aprender de los
errores que se cometen en
el ejercicio de las
responsabilidades.”
El Emperador Carlos vivió sumido en el ideal de la
caballería cuyos principios se pueden resumir en cuatro
aspectos. El honor que significaba fidelidad y lealtad a la
palabra dada, proteger y atender a los más necesitados,
observancia de los preceptos de la Iglesia y defensa de los
bienes propios y heredados. La guerra, donde se ponían en juego las virtudes y la valentía
situándose al frente del ejército, sin perder la cara al enemigo. El amor fiel para la persona amada
y con la que se está comprometido. Y adiestramiento para ser un buen soldado en el campo de
batalla, que en épocas de paz consistía en entrenarse en diferentes celebraciones que servían
para lograr el prestigio y acrecentar la fama del linaje.
El cuadro de Tiziano de Mühlberg muestra con claridad cómo Carlos I fue un personaje de
fronteras. El pintor quería mostrar al Emperador en todo su esplendor y victorioso tras doblegar
una coalición de príncipes alemanes. El caballo clava sus cuartos traseros en la tierra firmemente,
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mientras que al mismo tiempo trata de adentrarse en otra época con lo cuartos delanteros
levantados, como no está seguro de lo que le espera y recela de lo que ve, mira hacia abajo
esperando que el jinete tome la decisión. El mundo nuevo da miedo y por esa razón no traspasa la
frontera, está en el aire pendiente de la orden del Emperador.
Carlos aparece mirando fijamente al frente, sin miedo. El pasado no le interesa, el presente es la
victoria que ha obtenido y el futuro no lo conoce pero tiene que construirlo o, al menos,
diseñarlo, cimentando el pasado y actuando con acierto en el presente. Lleva la coraza de los
caballeros modernos y una lanza que es un arma medieval, pero que simboliza el pasado que se
quiere superar y que va cambiar.
Carlos I vivió entre esas dos fronteras, un mundo medieval que ha desaparecido y un mundo
moderno que “se hace del todo nuevo”. Un tiempo histórico que ha visto cómo se quiebran las
fronteras geográficas, se rompe la unidad religiosa y política de Europa y los avances técnicos
arrinconaban como inservible una forma de vivir y de comprender la vida. Todo parecía nuevo y
cambiante. Había que hacerse cargo e integrar los cambios.
El nacimiento de un Rey y un Emperador
Carlos nació en Gante. Fue educado según la etiqueta de la Corte de Borgoña. Su infancia estuvo
marcada por la ausencia frecuente de sus padres, que en varias ocasiones tuvieron que viajar a
España. Su educación fue encomendada a preceptores y a su tía Margarita, viuda del Príncipe
Juan de Trastámara. Quizá la falta de cariño paterno y materno moldeó un carácter fuerte y
decidido necesario para ir asumiendo todas las responsabilidades que en distintos momentos de
su vida tuvo que aceptar, pero también dejó un vacío profundo y una carencia importante en su
carácter.
Su modelo era el gran Julio César, que se movía por toda Europa incorporando a la República
Romana muchos territorios y nuevas conquistas. Carlos, en cambio, en su ideal de caballero,
necesitaba gestas que fueran recordadas, como las victorias sobre el rey de Francia Francisco I, o
las luchas contra los turcos, o la batalla de Mühlberg. Era la gloria con la que tenía que coronar
todas sus gestas, todas sus empresas.
Su vida, pese a que tenía muchos medios, fue difícil y complicada. Debía atender y ocuparse
personalmente de territorios muy dispersos. Tuvo que enfrentarse al establecimiento del
protestantismo en el seno del Imperio, aceptar la existencia de un pluralismo religioso contra su
voluntad y su educación, admitir que no era capaz de gobernar tan vasto imperio y ceder Austria a
su hermano Fernando, junto con la dignidad imperial. El imperio que heredó y construyó superó
su capacidad y la de sus colaboradores, porque el sistema de gobierno era lento, complicado y
carecía de unidad.
Internamente, en España, tuvo problemas porque no supo, en los primeros momentos, aceptar
que los españoles constituían la base fundamental de su poder, y que América serviría para
financiar la gran política europea que estaba llevando a cabo. Estas dificultades generaron
movimientos contrarios a su persona y a su política que pusieron en peligro la continuidad de la
dinastía.
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En el rey de Francia, Francisco I, vio un enemigo que tenía que vencer, abatir y aniquilar, en lugar
de ver en él un competidor y una persona que tenía otra forma de entender la política europea.
No consiguió llegar a un entendimiento con él que habría
“El haberse volcado tanto ahorrado muchas vidas humanas y dinero para ambos
en la política le llevó a reinos. Italia era su pasión y su ventura. Allí fue coronado
descuidar la formación del Emperador por el Papa. Dominar Italia era, para él y otros
reyes, dominar el mundo, estar en el centro del universo
heredero al trono y la
porque era el territorio de la Antigua Roma. Sus relaciones
transmisión de una forma con los papas fueron tensas porque esgrimía el ideal
de entender el gobierno y medieval de los dos poderes: el temporal y el espiritual, y
la dirección de los asuntos pensaba que ambos debían vivir en armonía y no
de Estado.” traicionarse.
Y en América, que era el futuro, vivió una época de
conquistas y colonizaciones de nuevas tierras para hacerse cargo del nuevo mundo puesto al
servicio de la Corona española. Durante su reinado, Hernán Cortés conquistó Nueva España
(México), Francisco Pizarro venció a los Incas y fundó el Virreinato del Perú. Gonzalo Jiménez de
Quesada incorporó a los dominios de la Corona la actual Colombia. Juan Sebastián Elcano
circunnavegó por primera vez el mundo, demostrando de forma empírica lo que todos sabían:
que la tierra es redonda. Gracias a esta aventura, se sentaron las bases para dominar las Filipinas
y las Marianas. Pedro de Mendoza llevó a cabo la primera fundación de Buenos Aires en la
margen derecha del Río de la Plata. Poco tiempo después, Juan de Salazar y Gonzalo de Mendoza
fundaban Asunción que se convertiría en el centro motor de la conquista de la cuenca rioplatense
y Pedro de Valdivia, en la parte del Pacífico fundaba Santiago. Todo esto contribuiría a sentar el
primer imperio moderno de la Historia bajo el reinado de su sucesor, Felipe II, donde se decía que
«no se ponía el sol».
El final de una vida
Carlos I consumió su vida viajando y atendiendo permanentemente asuntos de sus súbditos y de
sus reinos. Envejeció prematuramente. Después de participar y dirigir tantas guerras, luchar en
múltiples batallas e intentar resolver conflictos, Carlos I se detuvo a pensar en sí mismo, en su
vida, sus vivencias, sus afanes y, sobre todo, en Europa y España. Quedó claro que con apenas 55
años estaba al final de su vida. Su generación, que había actuado en la escena europea durante la
primera mitad del siglo XVI, había desaparecido: Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia,
Martín Lutero, Erasmo de Rotterdam y el papa Pablo III.
Su vida comparecía ante su memoria y arrojaba un balance no del todo positivo, en relación con
los objetivos que se había fijado. La monarquía o el Imperio universal no se habían realizado. El
Condado de Borgoña no se contaba entre sus posesiones. La doctrina luterana se había asentado
en Alemania y se expandía a otras naciones y reinos provocando la ruptura de la unidad religiosa
de Europa. Sin embargo, las posesiones de ultramar se habían acrecentado enormemente y
exigían un esfuerzo para implantar y desarrollar una administración estable para el que carecía de
fuerzas. Había consolidado el dominio español sobre Italia, que duraría ciento cincuenta años.
Carlos I, en la soledad de sus pensamientos, comenzaba a tener conciencia de que Europa se
encaminaba a ser gobernada por nuevos príncipes. Su concepción del Imperio y de la política
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pertenecía a un pasado caballeresco que no volvería. Pero había logrado consolidar a España
como potencia hegemónica.
En las abdicaciones de Bruselas (1555–1556) dejó el gobierno imperial a su hermano, el Rey de
Romanos Fernando, que había nacido y había sido educado en España. En cambio, España y las
posesiones de ultramar quedaban para su primogénito Felipe. Allí renunció a todo y trató de
prepararse para afrontar el último tramo de su vida.
Regresó a España en una travesía en barco desde Flandes. Deseaba curarse de sus dolencias en un
lugar con buen clima y alejado de las grandes ciudades. Se instaló primero en Jarandilla de la Vera.
En febrero de 1557 se trasladó al palacio anejo al Monasterio de Yuste. En este tranquilo lugar
permaneció un año y medio retirado de todo el ajetreo de la vida política y de la Corte. Falleció
víctima del paludismo un 21 de septiembre de 1558 después de un mes de agonía y fiebres.
Las enseñanzas
El gran emperador nos enseña que para asumir tan pesada carga hay que formarse y aprender de
los errores que se cometen en el ejercicio de las responsabilidades. Por otro lado, fue el sucesor,
saltando una generación, de importantes reyes europeos, Maximiliano y los Reyes Católicos,
porque su padre murió prematuramente y su madre estaba mentalmente enajenada.
No supo organizar unas instituciones de gobierno capaces de ordenar un imperio que se extendía
hacia los cuatro puntos cardinales. Uno de sus errores fundamentales fue no entender que su
política debía dirigirse hacia el Mediterráneo y, sobre todo, hacia el Atlántico y el Pacífico, y que
mantener la herencia europea de los Habsburgo desangraría a
España, consumiría cuantiosos recursos y era una empresa
“Cuando se llega al final de
ruinosa y destinada al fracaso. No supo delegar los asuntos de
la vida y no se tienen
la administración de los diferentes territorios que componían
soluciones, o fuerzas para
el Imperio en personas de confianza, y se vio obligado a
afrontar nuevos retos, es
atenderlos todos personalmente, lo que provocó el colapso de
mejor dejar paso a la
la administración y de toda la organización política, generando
siguiente generación.”
un inmenso gasto. Financió todas sus actividades con recursos
ajenos pedidos en préstamo e hipotecando futuros ingresos
de la Corona, lo que generó importantes tensiones financieras y una deuda que legó a sus
sucesores.
El haberse volcado tanto en la política, como hicieron sus padres y sus abuelos, le llevó a
descuidar la formación del heredero al trono y la transmisión de una forma de entender el
gobierno y la dirección de los asuntos de Estado, que hubieran sido muy útil para sus sucesores.
Su retirada nos muestra un dato positivo: cuando se llega al final de la vida y no se tienen
soluciones, o fuerzas para afrontar nuevos retos, es mejor dejar paso a la siguiente generación,
para que produzca una renovación en la empresa y en la familia. El confinamiento en un lugar de
difícil acceso, alejado de la vida política y de las intrigas de la Corte muestran su deseo de
abandonar de verdad toda responsabilidad y no volver a retomar el poder a pesar de los errores
que cometieran sus sucesores. Su tiempo se había acabado, era la hora de otros a los que confió
su obra, sus reinos y su futuro.
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