OPINIÓN EL ENVEJECIMIENTO EN LA SOCIEDAD ACTUAL ¿Es ético limitar el acceso de determinados tratamientos por motivos de edad? Javier Gómez Pavón Médico especialista en Geriatría. Servicio de Geriatría. Hospital Central de la Cruz Roja. Madrid. Consideraciones generales Cuando se abordan problemas de bioética en relación con el anciano, las consideraciones generales no tienen por qué ser diferentes de las que se plantean ante un individuo de cualquier edad1. Sin embargo, se trata de una problemática en alza y con matices muy específicos, dinámicos y cambiantes según la época en que nos situemos. La época actual trae consigo una serie de cambios sociodemográficos (alto índice de envejecimiento, cambio cultural y social de la vejez), de progresos tecnológicos y de consumo de recursos, que han producido un gran cambio con respecto a épocas anteriores. La aplicación de los principios éticos, que en la teoría resultan evidentes e indiscutibles, no siempre resultan fáciles en la práctica geriátrica diaria, sobre todo en las decisiones de tratar o no tratar: – Todo tratamiento lleva asociado una serie de efectos secundarios potenciales que pueden repercutir negativamente en el estado de salud del enfermo, a veces incluso poniendo en riesgo su vida. Esto es especialmente cierto en el caso de pacientes ancianos, en los que la iatrogenia es frecuente. A ello se añade que los tratamientos agresivos conllevan siempre un riesgo de morbimortalidad asociado. Por tanto, el principio bioético de “el médico debe buscar el beneficio del enfermo sin ocasionarle perjuicio alguno” se convertiría en el de “buscar el mayor beneficio posible con el menor riesgo de perjuicio”, sopesando cuidadosamente el riesgo del tratamiento a aplicar, con las posibilidades de éxito del mismo2. – Los recursos sanitarios son limitados. La oferta terapéutica ligada a los avances en el campo del conocimiento científico crece de manera permanente. Pero junto a su efecto positivo, prolongar la vida y mejorar su calidad, presenta unas limitaciones de uso ligadas a sus costes. Para rentabilizar al máximo los recursos es imprescindible desarrollar criterios de eficacia, con el objetivo de aplicar los recursos a enfermos que realmente se pueden beneficiar, evitando el abuso de tratamientos que tienen poca pro34 JANO EXTRA ABRIL 2003. VOL. LXIV N.º 1.474 babilidad de mejorar al paciente. Sin embargo, toda selección en este caso de enfermos ancianos potenEn las cialmente beneficiarios de tratamiento conlleva el decisiones médicas riesgo de no ser equitativa y puede dar lugar a una debe prevalecer discriminación, siendo la edad uno de los principasiempre el criterio del les factores que habitualmente se baraja a la hora máximo beneficio de establecer criterios. En las decisiones médicas deposible para el be prevalecer siempre el criterio del máximo beneenfermo, dejando los ficio posible para el enfermo, dejando los criterios criterios de costes y de costes y distribución de recursos para los encargadistribución de dos de la planificación sanitaria. recursos para los – El anciano puede tener limitada su capacidad encargados de la de decisión. A medida que avanza la edad, aumenta la planificación posibilidad de que las personas presenten un detesanitaria. rioro cognitivo. En estos casos será necesario valorar el grado de incapacidad psíquica para conocer la capacidad de juicio y de decisión del paciente. Si ésta es grave, hay que identificar al representante legal del enfermo, que por lo general será un familiar de primer grado. Excepcionalmente, si el deseo de la familia es claramente opuesto a lo que parece recomendable desde el punto de vista médico, se puede utilizar la vía judicial para nombrar un tutor que decida por el paciente3. – La persona mayor tiene connotaciones especiales4,5. El envejecimiento supone una disminución de la capacidad de reserva del organismo frente a situaciones de estrés, como puede ser el acto quirúrgico, la quimioterapia, etc. Es frecuente la asociación de pluripatología y, por tanto, de polifarmacia, que aumentan el riesgo de morbimortalidad terapéutica. Se producen limitaciones ligadas a la edad tanto físicas, con pérdidas importantes en los distintos órganos y aparatos, como psicológicas y sociales. El nivel cultural de los ancianos como colectivo, pese a que cada vez llega a la vejez un mayor número de personas con algún tipo de estudios, sigue siendo más pobre que el de las generaciones siguientes. Sus condiciones de vida son también peores; muchos viven solos, aislados, fuera de su medio, con mayores dificultades económicas o de comunicación, con escasos recursos para enfrentarse a los escollos de la vida diaria. Asimismo, en ancianos de edad muy avanzada al igual que en pacientes con cercanía a la muerte, teniendo en cuenta que no son el mismo tipo de pacientes, el pronóstico de vida es limitado y el tratamiento debe anteponer la mejora de la calidad de vida al aumento de la su- “ ” (1424) OPINIÓN EL ENVEJECIMIENTO EN LA SOCIEDAD ACTUAL pervivencia. Por tanto, habrá que evitar medidas terapéuticas que ocasionen sufrimiento al enfermo cuando el beneficio previsible sea mínimo. En cualquier caso, es necesario tener siempre presente que “la edad debe ser considerada como un parámetro científico, no como un prejuicio”. Discriminación terapéutica por la edad El término ageism (“ageísmo”, “viejismo”, “etaísmo”) se acuñó en los años sesenta en Estados Unidos como “discriminación en contra del anciano sobre la base de su propia edad”. Son numerosos los ejemplos relativos a la discriminación por la edad, tanto sociales como propiamente médicos. En la tabla I se recogen los principales ejemplos de discriminación terapéutica agrupados en tres grandes áreas: la atención primaria, acceso a unidades especiales y el acceso a terapéutica habitual. ¿Debe tenerse en cuenta el factor edad como un criterio definitivo, o al menos muy importante, cuando se trata de seleccionar a los potenciales beneficiarios de una determinada actitud terapéutica? Para poder responder esta pregunta hace falta conocer antes la respuesta a algunas otras cuestiones6. La primera es saber si es cierto que este tipo de consideración de dejar fuera de tratamientos por razones exclusivas de edad se produce o no en la práctica médica. Y la segunda, ligada a la anterior, conocer si la aplicación de dichas actitudes terapéuticas reportarían al anciano unos beneficios al menos equivalentes a los que producirían en el paciente adulto no anciano y, también, si estos beneficios podría lograrlos por otros medios el propio paciente anciano en el caso de prescindirse de ellas. Es decir, si el tratamiento a aplicarse es útil o no en el anciano y, en el caso de no aplicarse, qué beneficios se obtienen con su exclusión del tratamiento. En la práctica médica diaria, la discriminación terapéutica por edad se expresa de muy diferentes formas, y la podemos encontrar en prácticamente todas las áreas de la atención clínica. Muchas veces se parte de un a priori, que presupone que la edad debe ser una contraindicación para una decisión médica. Incluso se arguye a favor de tomar estas medidas con razones basadas en un supuesto beneficio del anciano: no molestarle, dejarle tranquilo... En todo caso, casi siempre deciden en su nombre, el médico o la familia, convirtiéndose, de esta forma, en intérpretes de su voluntad. Atención primaria Atendiendo a la clasificación de la tabla I, la discriminación terapéutica por edad en atención primaria surge de la consideración de que los ancianos han sido ampliamente excluidos, implícita o explícitamente, de la mayor parte de las actividades concernientes a la promoción de salud, así como de los estudios diseñados para identificar factores de riesgo de diferentes enfermedades. Sólo muy recientemente empiezan a diseñarse programas para la población que tal vez presente un riesgo más elevado, la población anciana. Un buen ejemplo de exclusión de los ancianos en muchos de estos programas sería el referido a la prevención del cáncer de mama, de alta prevalencia en la edad avanzada y respecto al que con bastante frecuencia se pone el tope de los 65 años a la hora de seleccionar a las mujeres a quienes se dirigen estas campañas. En la misma línea cabe denunciar la falta de estudios de intervención diseñados con población anciana. Toman38 JANO EXTRA ABRIL 2003. VOL. LXIV N.º 1.474 TABLA I. Principales ejemplos de discrimación terapéutica por la edad Atención primaria y promoción de la salud Exclusión de los programas de promoción de salud y cribado Ausencia de estudios de intervención sobre factores de riesgo Ausencia de ensayos clínicos farmacológicos sobre población anciana Acceso a las unidades especiales Criterios de edad para ingreso en UCI, unidades coronarias Programas de diálisis Cardiología intervencionista (ACTP y derivados) Radiología intervencionista (angiografías, radioterapia...) Procedimientos terapéuticos habituales Cirugía Exclusión para determinadas indicaciones Confección de listas de espera Oncología Exclusión de protocolos de quimioterapia antitumoral Establecimiento de prioridades Terapia farmacológica habitual Mayor descuido en el riesgo de iatrogenia No utilización de fármacos de eficacia comprobada en determinados procesos: fibrinolíticos, anticoagulación, heparinas Modificado de Dalen10. do como ejemplo la enfermedad cardiovascular, es llamativa la falta de información acerca de los eventuales beneficios que podría suponer reducir los factores de riesgo clásicos y perfectamente identificados en este terreno (colesterol elevado, consumo de tabaco, hipertensión arterial, diabetes mellitus, obesidad, etc.). Con algunas excepciones bastante recientes, y casi exclusivamente centradas en el campo de la hipertensión arterial y el colesterol, la mayor parte de los estudios de intervención se detienen a los 60-65 años. Por promoción de la salud se entiende un conjunto multidisciplinario de acciones cuyo objetivo es alentar el óptimo estado físico, mental y social de la población y prevenir las enfermedades. Hoy día, dentro de la promoción de la salud se incide especialmente en el estímulo de los hábitos y estilos de vida saludables en la infancia, en la juventud y edad adulta, que conducirán a un buen nivel de salud al alcanzar la década de los 70 años; es decir, la promoción de la salud desempeña un papel crucial para determinar en qué condiciones de salud los individuos llegan a ser mayores7,8. Hasta hace poco se consideraba que las estrategias preventivas tenían menor relevancia y aplicación en el anciano que en los grupos de edad más joven. En los últimos años se ha reconocido plenamente que la salud puede ser fomentada y mantenida en los ancianos mediante la promoción de la salud. Estos nuevos criterios han tenido que contrarrestar la extendida opinión de que no valía la pena intentar modificar los factores de riesgo de las personas mayores, porque se podía hacer muy poco, o en función de su limitada expectativa de vida sería ya demasiado poco tiempo y demasiado tarde. La promoción de la salud en las personas mayores debe tener los siguientes objetivos específicos en función de sus problemas específicos: prevenir la enfermedad, prevenir el deterioro físico y mental, prolongar el período de vida independiente, mantener y potenciar la calidad de vida. En esta etapa de la vida es perfectamente aplicable el amplio espectro de la medicina preventiva9 que, mediante la reducción (1428) de riesgos, pretende evitar el establecimiento de factores nocivos y el inicio biológico de lesiones y enfermedades (prevención primaria), con cribados y detección oportunista para diagnosticar y tratar precozmente las lesiones biológicas o las enfermedades existentes, y aconsejar sobre las mismas (prevención secundaria), y prevenir los efectos, el agravamiento o las secuelas de la enfermedad, rehabilitar y reinsertar (prevención terciaria). En una línea muy parecida, cabría denunciar la práctica ausencia de ensayos clínicos con fármacos que incluyan a personas viejas o muy viejas, asumiendo el principio de extrapolación de beneficios de la población adulta en donde han sido validados. O bien asumiendo la falta de evidencia científica por la no inclusión de los mismos como justificación de no tratamiento. Este hecho es de alta relevancia, si tenemos en cuenta que son precisamente las personas mayores quienes más fármacos consumen. Probablemente, la mayor dificultad para llevar a cabo estos ensayos y el mayor coste que representaría (selección más difícil de pacientes, seguimiento más laborioso, menor grado de colaboración, etc.) pueden explicar este hecho. Restricción del acceso a unidades especiales El segundo motivo de discriminación terapéutica es la restricción del acceso a unidades especiales (UVI, UCI, unidades coronarias, unidades de diálisis, etc.), que representa una de las limitaciones que la medicina y los médicos aplican casi de forma sistemática al paciente que ha superado una determinada edad —antes los 65 años, ahora edades más elevadas—, pero siempre basándose en la arbitrariedad de la edad. Sin embargo, sabemos que el anciano se beneficia, al menos en la misma medida que el paciente más joven, de la monitorización de su función cardíaca tras un infarto agudo de miocardio (IAM), o de la aplicación de las medidas terapéuticas derivadas de las posibilidades que estas unidades pueden ofrecer: angioplastia, trombólisis, cirugía coronaria, etc. Las unidades de diálisis constituyen otro de los grandes epígrafes médicos donde se manifiesta la discriminación por la edad. En los años sesenta se utilizaba la edad, expresamente, como criterio de selección para la diálisis, y hasta 1980 eran muy pocos los pacientes admitidos a programas de diálisis10. Se trataba de un recurso caro y escaso, y se asumía que los ancianos no se beneficiaban del tratamiento. Más tarde se ha comprobado que muchos ancianos toleran bien la técnica y logran mejoras en su expectativa de vida que no obtendrían por otros procedimientos. En estos momentos el grupo de población que más rápidamente está creciendo, y que podría beneficiarse de esta técnica, son los ancianos, aunque al igual que en las otras unidades sigue considerándose la edad (ahora más elevada) como único motivo de exclusión. Exclusión de los procederes terapéuticos habituales Por último, otro de los motivos más habituales de discriminación terapéutica por la edad es el de la exclusión de los procederes terapéuticos habituales. La cardiopatía isquémica y dentro de ella el infarto agudo de miocardio (IAM) ofrece un buen ejemplo sobre cómo se discrimina al anciano, tanto en lo que respecta a la selección de las pruebas diagnósticas como, sobre todo, en las opciones terapéuticas. La trombólisis en el IAM al principio de los años ochenta excluía, por definición, a los pacientes con más de 65 años. Muy pronto se ha demostrado, en trabajos multicéntricos aleatorizados y con un elevadísimo número de pa(1429) cientes, que es precisamente en este grupo donde las ventajas relativas de la misma son mayores. En el momento actual, cabe afirmar que las contraindicaciones para administrar fibrinolíticos a los ancianos, incluso a los mayores de 75 años, deben ser exactamente las mismas que las aplicables a la población más joven. Sin embargo, todavía siguen apareciendo trabajos llevados a cabo en centros de primer orden, donde se mantiene la discriminación. Un metaanálisis11 sobre 214 ensayos acerca del manejo del IAM demuestra que en el 60% de los casos se utilizaba la edad a la hora de establecer los criterios de inclusión en el ensayo, llamando la atención el hecho de que sean los tratamientos con aquellos fármacos que han demostrado ser altamente eficaces en los ancianos y con mínimos o nulos efectos secundarios (los antagonistas del calcio, los inhibidores de la ECA o los ya comentados agentes trombolíticos) los que aparecen encabezando la lista12. Otro ejemplo muy típico es el uso de los anticoagulantes, cuyo empleo se encuentra restringido en la práctica, tanto por la autolimitación que ponen a su prescripción bastantes médicos como por las dificultades que suelen anteponer los hematólogos responsables de su control. Tanto la heparina en sus diversas formas como los anticoagulantes orales mantienen en el paciente anciano las mismas indicaciones que en el joven, y la edad no debe ser nunca, en sí misma, una contraindicación para su uso13,14. Es cierto que en esta edad nos vamos a encontrar más contraindicaciones médicas (hemorragias recientes, úlceras activas, insuficiencia renal avanzada, hepatopatía grave...) como sociales (imposibilidad de un control adecuado, rechazo al tratamiento o falta de colaboración manifesta). Con respecto a la enfermedad oncológica, los ancianos padecen el 55% de todos los tumores diagnosticados y el 67% de las muertes por cáncer. Los ancianos reciben menos indicaciones de técnicas preventivas o de detección precoz de tumores y, por otra parte, suelen ser diagnosticados en estadios avanzados de la enfermedad; no son subsidiarios de tratamiento curativo y coexisten, junto con su patología tumoral, problemas específicos de la población anciana. En general, los pacientes mayores de 70 años han sido excluidos por norma de la mayoría de los ensayos clínicos oncológicos. Sigue existiendo la creencia errónea de que el cáncer en el anciano tiene un proceder más benigno, es más lento, produce menos mortalidad, menos sufrimiento y su tratamiento activo tiene una respuesta menor15. Todo ello tiene un reflejo mayor en relación a la cirugía o la radioterapia. Nada más lejos de la realidad, lo que lleva a plantearse a los propios oncólogos por qué se trataba así de mal el cáncer en el anciano16,17. Éste debe ser tratado al igual que en el adulto joven, con las especificaciones propias del envejecimiento (mayor riesgo de efectos secundarios, mayor ajuste de dosis, mayor riesgo perioperatorio...). Por último, en cirugía es frecuente el uso del criterio de edad para la exclusión de determinadas intervenciones17 (cirugía coronaria, cáncer o cirugía cardiovascular) en la confección de las listas de espera, estableciendo prioridades con respecto a los más jóvenes. En las últimas décadas han proliferado los estudios dedicados a la cirugía del anciano. Aunque los resultados son muy variables, se puede decir, en general, que la edad no suele ser un factor de riesgo per se, y que la morbimortalidad perioperatoria depende fundamentalmente de las enfermedades médicas subyacentes y del tipo de cirugía18. JANO EXTRA ABRIL 2003. VOL. LXIV N.º 1.474 39 OPINIÓN EL ENVEJECIMIENTO EN LA SOCIEDAD ACTUAL Hoy en día, parece evidente que el anciano se puede beneficiar de las terapias médicas que se le niegan, en medida análoga a las ventajas que obtienen las personas más jóvenes y que, en todo caso, muchas de estas medidas contribuyen a prolongar la vida del anciano y a mejorar su calidad de vida. Por tanto, la respuesta a la pregunta enunciada previamente es clara: “no es ético limitar el acceso de cualquier tratamiento por motivos únicos de edad”. Consideraciones a tener en cuenta en la decisión de tratar o no tratar en el anciano Dadas las características del anciano, aunque la edad no debe ser motivo de exclusión de tratamiento, sí hay otras consideraciones a tener en cuenta a la hora de excluir o no al anciano de un determinado tratamiento. De forma breve y resumida, se proponen las siguientes3,6: 1. Análisis de las indicaciones del tratamiento. Es necesario saber si realmente está indicado un determinado tratamiento o existen otras alternativas con el mismo beneficio. En el caso de la cirugía, se diferenciará si la ésta debe ser urgente o puede ser programada. 2. Pronóstico. Los principales indicadores pronósticos de morbimortalidad ante un tratamiento en el paciente anciano, junto a los tradicionales de desnutrición, de enfermedad avanzada de órgano (disnea NYHA IV, hepatopatía en estadio C de Child-Plug...), de riesgos quirúrgicos (ASA III-IV, e índice de Goldman IV), son los incluidos en la valoración geriátrica: mayor grado de dependencia de actividades de la vida diaria, peor índice de Katz. De todas formas, no hay que olvidar que incluso los ancianos con alto riesgo pueden tener cifras aceptables de morbimortalidad cuando se les asegura un adecuado seguimiento geriátrico (unidades de ortogeriatría, unidades de interconsulta geriátrica y las propias unidades geriátricas de agudos). 3. Riesgos-beneficios del tratamiento sobre la supervivencia y la calidad de vida. En este punto es frecuente el error de infravalorar el tiempo de vida del anciano. Cabe recordar que a un anciano de 70 años aún le restan cerca de 11 años de vida activa. Algunas situaciones determinan que no tratar suponga desestimar la cirugía cuando el enfermo se encuentre en una situación agónica y sea muy elevado el riesgo de mortalidad intraoperatoria. El beneficio de tratar no sólo dependerá de la supervivencia sino también de la mejora en la calidad de vida del enfermo: curación médica, control de la sintomatología, recuperación funcional, física y psíquica. 4. Opinión tras información con consentimiento del anciano. La decisión definitiva sobre tratar o no debe tomarla el mismo paciente. Así, el enfermo anciano también tiene el derecho ineludible de la participación en la toma de decisiones. Para poder realizar una adecuada elección debe ser informado en detalle: sobre las indicaciones de tratamiento, los riesgos y beneficios esperados del mismo y las posibles alternativas terapéuticas. Con frecuencia, el anciano tiene conceptos erróneos, como la creencia de que no tiene posibilidades de curación cuando se encuentra en una situación médica grave. Igualmente, el anciano (1430) tiene derecho a la libre elección entre las opciones que le presente el médico responsable, siendo necesario el consentimiento escrito previo a cualquier intervención, excepto en situaciones de riesgo para la salud pública, incapacidad para decidir (en ese caso lo harán por él los familiares o allegados) o urgencia vital que no permita demora. Es necesario que la comunicación entre el médico y el paciente sea adecuada y en un clima de confianza, para que éste no se sienta coaccionado. Por tanto, limitar el acceso de determinados tratamientos en las personas mayores nunca se hará en función de la edad, sino de la opinión del paciente, junto a las indicaciones del tratamiento ante la enfermedad actual, el propio pronóstico de la enfermedad de base y el riesgo-beneficio sobre la supervivencia, pero fundamentalmente sobre la calidad de vida. Bibliografía 1. Harris J. Ethical issues in geriatric medicine. En: Tallis RC, Fillit HM, Brocklehurst JC, editors. Brocklehurst textbook of geriatric medicine and gerontology. 5th ed. London: Churchill Livingstone, 1998; p. 1611-22. 2. McConnel LT, Lynn J, Moreno JD. Aspectos éticos. En: Abrams WB, Berkow R, editores. El manual Merck de geriatría. Madrid: Harcourt Brace, 1998; p. 1215-22. 3. Ribera JM. Problemas éticos en la atención primaria. En: Ribera JM, Cruz AJ, editores. Geriatría en atención primaria. 3.ª ed. Barcelona: Aula Médica, 2002; p. 147-55. 4. Salgado A, Guillén F, Ruipérez I, editores. Manual de geriatría. 3.ª ed. 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