Lavados de cerebro Cómo lo hacen sectas, dictadores, predicadores... En uno de los experimentos más conocidos e inquietantes de la psicología social [...] [se] pidió a un grupo de personas que juzgara cuál de las varillas que les mostraba era más larga que las demás; una lo era evidentemente. Entre estas personas se encontraban los cómplices del investigador que, siguiendo sus instrucciones, emitían opiniones erróneas y elegían unánimemente la varilla equivocada. El sujeto experimental, tras un rato de incómodas dudas, respondía en contra de su percepción pero de acuerdo con la opinión de los otros. [Se] efectuó este experimento en múltiples ocasiones, variando la edad, el sexo y el nivel cultural de los sujetos, y su sorprendente conclusión fue que el 76 por 100 de los individuos modificaron su pensamiento de acuerdo con la respuesta grupal. Si en una circunstancia aparentemente intrascendente como la descrita aquí, la mayoría de la gente tiende a actuar de tal modo [...], cabe plantearse cómo responderá una persona ante situaciones premeditadas en las que el objetivo es precisamente modificar sus juicios y su voluntad con unos fines determinados. Los intentos de alterar las actitudes de las personas con distintas metas son tan antiguos como la propia historia de la humanidad. Muchos de estos intentos, a menudo exitosos, se han hecho por medio de la violencia; sin embargo, el arma más poderosa de sometimiento ha sido sin duda la palabra, cuya capacidad de persuasión, como constata el experimento de Asch, es capaz de actuar más profundamente [...]. He aquí el punto de partida de una técnica psicológica de misteriosas y siniestras resonancias denominada lavado de cerebro. [...] En efecto, es posible que personas sensibles hagan suyos criterios rechazables y odiosos si se implantan en su pensamiento a una edad muy temprana, o si se crea en ellas un estado de colapso emocional a base de ansiedad, culpa –real o imaginaria– y conflicto moral. Todos sabemos por experiencia propia qué es manipular y qué es ser manipulado, aunque, desde luego, a pequeña escala. Los verdugos del lavado del cerebro, desde dictadores, gurús, predicadores y terroristas, hasta líderes sectarios o cónyuges despiadados, no funcionan a pequeña escala, sino que persiguen dominar la voluntad del otro o de los otros, adueñándose de su pensamiento y despojando a la persona de su yo, para después, sobre esas ruinas psicológicas, edificar un nuevo pensamiento. [...]. La conducta del hombre está regida por sus opiniones y lo normal es que una y otras sean paralelas y, de ese modo, el estado de ánimo esté equilibrado. Sin embargo, a veces puede existir una discrepancia entre pensamiento y conducta –pienso una cosa, pero hago otra–, y en ese caso se puede desencadenar un estado mental incómodo y desestabilizador que el organismo trata de reducir inmediatamente. Según las circunstancias, el proceso de recuperación del equilibrio puede ser sencillo o sumamente complejo, como en el caso del lavado de cerebro [...]. Imaginemos que nos acabamos de comprar un traje excesivamente caro. La acción está hecha, pero la conciencia no se ha quedado tranquila: nos hemos pasado de presupuesto. Este desajuste, llamado disonancia cognitiva, debe ser neutralizado. Para ello existen dos posibles soluciones: por una parte, podemos modificar la conducta –por ejemplo, si devolvemos el traje–, y, por otra, podemos modificar el pensamiento, lo que es algo más complicado. ¿Cómo se hace lo segundo? Pues, tal vez, visitando otras tiendas para así localizar trajes igual de caros, pero menos atractivos, o igual de bonitos, pero aún mas caros. Así nos justificamos y nos convencemos a nosotros mismos de que 1 nuestra decisión era totalmente acertada. Este mecanismo psicológico se denomina reducción de la disonancia y juega un papel definitivo en la estrategia de lavado de cerebro. Durante el tiempo que dura el proceso de captación de un adolescente por los miembros de una secta, éste debe realizar actividades contrarias a sus principios y eso le causa disonancia. A veces modifica su conducta y rompe con sus embaucadores antes de que el proceso de captación se culmine, pero en la mayoría de ocasiones las etapas van sucediéndose con éxito mientras que el sujeto, paso a paso, va modificando su pensamiento. Su programación mental comienza con la obligación de realizar tareas pequeñas, como hablar con un compañero de los defectos de la propia familia; después hay que aumentar la intensidad, esto es, hacerlo más agresivamente y ante un público. A continuación, el individuo tiene que pasar a la acción –por ejemplo, entregando los ahorros a la secta o manteniendo relaciones sexuales con algún miembro cualificado– y así sucesivamente. Cuanto más repulsiva resulte la acción, mayor es la disonancia y más enérgicos han de ser los argumentos que uno se dice a sí mismo para poder vencerla. Al cabo de un cierto tiempo, la persona se ha creído absolutamente el discurso justificatorio y considera que su conducta es apropiada: ya es uno de ellos. [Un importante psicólogo, autor de] un interesante estudio que recoge casos reales de prisioneros en la China maoísta, establece siete fases en el proceso del lavado de cerebro. La primera es la que denomina asalto a la identidad. Por ejemplo [...], la forma en la que se dirigían al médico francés Charles Vincent, que ejercía en Shangai, era "tú no eres médico, eres un traidor". Recibió ese trato hasta que fue detenido v encarcelado durante tres años. En este período inicial se humilla al individuo a través de distintas conductas, entre otras no llamándole nunca por su nombre. Este extremo tiene mas importancia psicológica de la que parece, porque despojar a alguien de su nombre es como despojarle de sus raíces. Las organizaciones sectarias, incluso las pacíficas, también eliminan el nombre propio y lo sustituyen por otro, en general esotérico. Y en un hogar violento, el cónyuge despiadado tampoco se dirigirá jamás a su pareja por su nombre, sino por interjecciones o acepciones humillantes que contribuirán a la disolución progresiva de la identidad personal. La segunda fase es la de implantación de la culpa. Dicen los psicoanalistas que todos los humanos guardamos desde nuestra infancia una caja llena de vagas culpas que basta con destapar. Quizá sea cierto, pero el caso es que el sujeto se contagia de la atmósfera de culpabilidad que se le atribuye, y cualquier palabra que diga, incluso sus propios pensamientos, tendrán para él reminiscencias de traición hacia otros y hacia sí mismo. Con su personalidad ya muy debilitada, el individuo experimentará la tercera fase, el conflicto total, en la que sentirá pánico a su aniquilación absoluta como persona. Cuando el ser humano es consciente de que la propia historia ha descarrilado, su caos psicológico es tal que necesita agarrarse a un clavo ardiendo. Es entonces cuando sus verdugos le tratarán amablemente, se le tenderá una mano a la que él se aferrará desesperadamente, una mano que, precisamente, será la que se adueñe de su pensamiento. A partir de ahora el individuo se vuelve contra sí mismo. Las dos siguientes fases [...] persiguen que el sujeto critique no sólo lo que ha hecho en su vida, sino lo que ha sido: un imperialista, un comunista, un descreído, un ateo, una mala mujer..., para llegar así a la fase de progreso y armonía, que conduce a la definitiva confesión final de aceptación absoluta o de renuncia personal. Los pasos que siguen las sectas y otras organizaciones coercitivas son parecidos a éstos, aunque el inicio es más suave. Para la captación inicial no se utiliza la violencia 2 sino la seducción, después se procede a la conversión del sujeto y a su adoctrinamiento, antes de que sea una pieza más en el engranaje de la organización y pase a la acción. No todas las situaciones en las que se ejerce el control mental son idénticas. Una mujer aniquilada psicológicamente que se identifica con su marido maltratador no encuentra en ello más que absurdas justificaciones para su derrumbe psicológico. Quien padece la crueldad de un secuestro prolongado quizá desarrolle simpatía por sus captores, lo que se conoce como síndrome de Estocolmo, como mecanismo de supervivencia emocional. Un miembro de una secta y, en mucha mayor medida, de un fundamentalista terrorista encuentran en su renuncia o inmolación una razón superior, una gran misión. En este último caso, su yo ha sido anulado, pero su incertidumbre se ha convertido en clarividencia, su vulnerabilidad en poder y la oscuridad en verdad. Una idea común entre estos creyentes es que la salvación está en la fe y no en las obras. No tiene importancia lo que se hace, sino sólo aquello en lo que se cree. Personas "de un solo libro" o de "una sola idea", ignoran lo que es disentir, mientras han aprendido a mezclar política y religión, y la mezcla de estas circunstancias resulta altamente efectiva a la hora de llevar a cabo acciones brutales, como un atentado o un suicidio colectivo. Conseguir doblegar el pensamiento humano requiere unas técnicas muy bien sistematizadas, que se han venido utilizando desde los tiempos de la Inquisición hasta en muchos de los secuestros y de los actos terroristas de nuestros días. Algunas son de sentido común –mejor dicho, de cruel sentido común–. Por ejemplo, alguien es más manipulable si su yo está debilitado. Esto se consigue en primer lugar atacando al organismo: privándole de comida o bebida, sometiéndole a temperaturas extremas o alterando los ciclos del sueño. Otras medidas se dirigen a humillar la dignidad personal: impedir que se realicen las necesidades básicas convenientemente u obligar a usar ropas sucias. Otras persiguen la confusión espaciotemporal y para ello emplean la privación sensorial: tanto eliminar todos los estímulos, lo que es sumamente desestabilizador, como sobreestimulándolos –impedir la penumbra, el silencio y la quietud utilizando luces, ruidos fuertes, tambores, rezos, letanías o movimientos compulsivos–. Junto a todo esto, se somete al individuo a un aislamiento físico, que puede ser evidente en el caso de los prisioneros, o sutil si se trata de personas "encarceladas" en las sectas o en el propio hogar. Esto es así para impedirles el acceso a las fuentes de información habitual y a la red de soporte social; por ejemplo, a la mujer golpeada no se le deja ver a su madre. En cambio se les mantiene en contacto directo e intenso con los agentes de control que les lanzan constantes mensajes amenazantes en caso de no seguir sus directrices. [...]. En España se calcula que hay más de doscientos grupos sectarios, muchos de ellos legales –aunque lo legal no es necesariamente lo deseable– y se sospecha que un 2 por 100 de los jóvenes han estado en mayor o menor medida vinculados a algunos de ellos. ¿Cómo es el candidato idóneo? Por lo general, joven, inmaduro, idealista y con labilidad emocional, aunque también puede ser adulto y poseer las mismas características. Se trata de personas incapaces de soportar la incertidumbre y que necesitan creer en una "gran verdad". De este modo, la secta les va a proporcionar ciertos elementos de atracción irresistible: la intensificación emocional, la promesa de alcanzar la felicidad y la tranquilidad de no tener que pensar, sino sólo imitar. Muchos de los captados acaban de sufrir algún trauma o están viviendo una depresión, lo que les hace mas proclives a ser seducidos [...]. Pilar Varela Artículo publicado en la revista Muy Interesante en mayo de 2002 3