Zizek

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Mayo del 68 visto con ojos de hoy
Lo utópico es pensar que el actual sistema capitalista puede reproducirse de forma
indefinida. La catástrofe se avecina. De ahí la actualidad de la consigna de Mayo del 68:
"Seamos realistas, pidamos lo imposible".
SLAVOJ ZIZEK 01/05/2008
Uno de los graffiti que aparecieron en los muros de París en Mayo del 68 decía: "¡Las
estructuras no andan por la calle!". Pero la respuesta de Jacques Lacan fue que eso era
precisamente lo que había ocurrido en 1968: las estructuras salieron a la calle. Los
sucesos más visibles y explosivos fueron la consecuencia de un desequilibrio
estructural, el paso de una forma de dominación a otra, en términos de Lacan, del
discurso del amo al discurso de la universidad.
Existen buenos motivos para mantener una opinión tan escéptica. Como dicen Luc
Boltanski y Eve Chiapello en The New Spirit of Capitalism, a partir de 1970 apareció
gradualmente una nueva forma de capitalismo, que abandonó la estructura jerárquica
del proceso de producción al estilo de Ford y desarrolló una organización en red,
basada en la iniciativa de los empleados y la autonomía en el lugar de trabajo. En vez de
una cadena de mando centralizada y jerárquica, tenemos redes con una multitud de
participantes que organizan el trabajo en equipos o proyectos, buscan la satisfacción del
cliente y el bienestar público, se preocupan por la ecología, etcétera. Es decir, el
capitalismo usurpó la retórica izquierdista de la autogestión de los trabajadores, hizo
que dejara de ser un lema anticapitalista para convertirse en capitalista. El socialismo,
empezó a decirse, no valía porque era conservador, jerárquico, administrativo, y la
verdadera revolución era la del capitalismo digital.
De la liberación sexual de los sesenta ha sobrevivido el hedonismo tolerante
cómodamente incorporado a nuestra ideología hegemónica: hoy, no sólo se permite,
sino que se ordena disfrutar del sexo, y las personas que no lo logran se sienten
culpables. El impulso de buscar formas radicales de disfrute (mediante experimentos
sexuales y drogas u otros métodos para provocar un trance) surgió en un momento
político concreto: cuando "el espíritu del 68" estaba agotando su potencial político. En
ese momento crítico (a mediados de los setenta), la única opción que quedó fue un
empuje directo y brutal hacia lo real, que asumió tres formas fundamentales: la
búsqueda de formas extremas de disfrute sexual, el giro hacia la realidad de una
experiencia interior (misticismo oriental) y el terrorismo político de izquierdas
(Fracción del Ejército Rojo en Alemania, Brigadas Rojas en Italia, etcétera). La apuesta
del terrorismo político de izquierdas era que, en una época en la que las masas están
inmersas en el sueño ideológico del capitalismo, la crítica normal de la ideología ya no
sirve, así que lo único que puede despertarlas es el recurso a la cruda realidad de la
violencia directa, l'action directe.
Recordemos el reto de Lacan a los estudiantes que se manifestaban: "Como
revolucionarios, sois unos histéricos en busca de un nuevo amo. Y lo tendréis". Y lo
tuvimos, disfrazado del amo "permisivo" posmoderno cuyo dominio es aún mayor
porque es menos visible. Aunque no hay duda de que esa transición fue acompañada de
muchos cambios positivos -baste con mencionar las nuevas libertades y el acceso a
puestos de poder para las mujeres-, no hay más remedio que insistir en la pregunta
crucial: ¿tal vez fue ese paso de un "espíritu del capitalismo" a otro lo único que
realmente sucedió en el 68, y todo el ebrio entusiasmo de la libertad no fue más que un
modo de sustituir una forma de dominación por otra?
Muchos elementos indican que las cosas no son tan sencillas. Si observamos nuestra
situación desde la perspectiva del 68, debemos recordar su verdadero legado: el 68 fue,
en esencia, un rechazo al sistema liberal-capitalista, un no a todo él. Es fácil reírse de la
idea del fin de la historia de Fukuyama, pero la mayoría, hoy día, es fukuyamaísta: se
acepta que el capitalismo liberal-democrático es la fórmula definitiva para la mejor
sociedad posible y que lo único que se puede hacer es lograr que sea más justa y
tolerante. La única pregunta que cuenta hoy es: ¿respaldamos esta naturalización del
capitalismo, o el capitalismo globalizado actual contiene antagonismos lo
suficientemente fuertes como para impedir su reproducción indefinida?
Dichos antagonismos son (por lo menos) cuatro: la amenaza inminente de la catástrofe
ecológica; lo inadecuado de la propiedad privada para la llamada "propiedad
intelectual"; las implicaciones socio-éticas de los nuevos avances tecnocientíficos (sobre
todo en biogenética); y las nuevas formas de apartheid, los nuevos muros y guetos. El
11 de septiembre de 2001, cayeron las Torres Gemelas; 12 años antes, el 9 de noviembre
de 1989, cayó el Muro de Berlín. El 9 de noviembre anunció los "felices noventa", el
sueño del "fin de la historia" de Fukuyama, la convicción de que la democracia liberal
había ganado, de que la búsqueda se había terminado, de que la llegada de una
comunidad mundial estaba a la vuelta de la esquina, de que los obstáculos a ese final
feliz digno de Hollywood eran meramente empíricos y contingentes (bolsas locales de
resistencia cuyos líderes no habían comprendido aún que había pasado su hora). Por el
contrario, el 11-S es el gran símbolo del fin de los felices noventa de Clinton, el símbolo
de la era que se avecina, en la que aparecen nuevos muros en todas partes, entre Israel
y Cisjordania, alrededor de la Unión Europea, en la frontera entre Estados Unidos y
México.
Los tres primeros antagonismos antes citados afectan a los elementos que Michael
Hardt y Toni Negri denominan "comunes", la sustancia común de nuestro ser social,
cuya privatización es un acto violento al que hay que resistirse por todos los medios,
incluso violentos, si es necesario. Son los elementos comunes de la naturaleza externa,
amenazados por la contaminación y la explotación (el petróleo, los bosques, el hábitat
natural); los elementos comunes de la naturaleza interna (la herencia biogenética de la
humanidad), y los elementos comunes de la cultura, las formas inmediatamente
socializadas de capital "cognitivo", sobre todo el lenguaje, nuestro medio de
comunicación y educación, pero también las infraestructuras comunes del transporte
público, la electricidad, el correo, etcétera.
Si se hubiera permitido el monopolio a Bill Gates, nos encontraríamos en la absurda
situación de que un individuo concreto poseyera literalmente todo el tejido de software
de nuestra red esencial de comunicación. Lo que estamos comprendiendo de manera
gradual son las posibilidades destructivas, hasta la autoaniquilación de la propia
humanidad, que se harán realidad si se da carta blanca a la lógica capitalista de
encerrar esos elementos comunes. Nicholas Stern tiene razón al caracterizar la crisis
climática como "el mayor fracaso de mercado de la historia humana". ¿Acaso la
necesidad de establecer el espacio para una acción política mundial que sea capaz de
neutralizar y canalizar los mecanismos de mercado no sustituye a una perspectiva
propiamente comunista? Así, la referencia a los "elementos comunes" justifica la
resurrección de la idea de comunismo: nos permite ver el "encerramiento" progresivo
de esos elementos comunes como proceso de proletarización de quienes, con él, quedan
excluidos de su propia sustancia.
Así, en contraste con la imagen clásica de los proletarios que no tienen "nada que
perder más que sus cadenas", todos corremos el peligro de perderlo todo; la amenaza es
que nos veamos reducidos a vacíos sujetos cartesianos abstractos, carentes de todo
contenido sustancial, desposeídos de nuestra sustancia simbólica, con nuestra base
genética manipulada, seres que vegetan en un entorno inhabitable. Esta triple amenaza
a todo nuestro ser nos vuelve a todos, en cierto sentido, proletarios, y la única forma de
no convertirse en ello es actuar de antemano para prevenirlo.
Lo que mejor condensa el auténtico legado del 68 es la fórmula Soyons realistes,
demandons l'impossible! ("Seamos realistas, pidamos lo imposible"). La verdadera
utopía es la creencia de que el sistema mundial actual puede reproducirse de forma
indefinida; la única forma de ser verdaderamente realistas es prever lo que, en las
coordenadas de este sistema, no tiene más remedio que parecer imposible.
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