India y Pakistán: nuevas señales de un viejo conflicto Por Ricardo Alberto Baquero Hernández (*) Si bien la comunidad internacional tiene sus ojos puestos en Medio Oriente y específicamente en Egipto, esta no es la única zona del mundo donde preocupantes brotes de violencia se han manifestado recientemente. Los enfrentamientos del pasado 6 de agosto entre soldados de India con individuos que parecían vestidos como soldados de Pakistán, muestran nuevamente la complejidad de uno de los conflictos más representativos del continente asiático: el que gira alrededor de la soberanía y la delimitación fronteriza de la región conocida como Cachemira. Este tipo de situaciones resulta bastante común entre países del sur y sudeste asiático tanto a nivel territorial como marítimo y sirve para mostrar, entre varias cosas, algunos rezagos de la Guerra Fría, los choques entre naciones de diferentes religiones y costumbres, y los efectos negativos de procesos de descolonización en cierta medida irresponsables, ya que dejaron fronteras arbitrarias que no tuvieron en cuenta los procesos históricos vividos dentro de dichas zonas ni las características de sus habitantes. Ubicada entre India, Pakistán y China, la región de Cachemira cuenta con fuentes hídricas, zonas cultivables y una localización geoestratégica ideal para la ubicación de tropas y bases que vigilen vecinos problemáticos como Afganistán y Tajikisitán, donde operan agrupaciones y células terroristas que podrían eventualmente contagiar y desestabilizar la tranquilidad de todos estos países; algo que resulta bastante preocupante para países como Pakistán, en donde ya ocurren actos terroristas casi todas las semanas. Los recientes tiroteos en la frontera IndoPakistaní y las reacciones al interior de ambos países luego de dicho incidente, demuestran la fluctuante voluntad política de diálogo de algunos sectores de la población de ambos países y la radicalización que se experimenta tanto del lado de Pakistán como de India. Además de la arbitrariedad con que se marcaron las fronteras, otro de los elementos que más ha influido en la hostilidad entre ambos países ha sido el hecho de que a lo largo de la historia las autoridades y gobernantes de Cachemira fueron predominantemente hinduistas, mientras que la mayoría de la población era y es musulmana, lo cual complejiza aún más la construcción de referentes y elementos como pertenencia, nacionalidad e identidad. Luego de cuatro enfrentamientos armados en 1947, 1965, 1971 y 1999, la región está dividida en tres grandes trozos, cada uno administrado por India, Pakistán y China (a quien Pakistán le cedió algunos territorios). India y Pakistán han reconocido la línea de control entre ambos países como la frontera de facto. Sin embargo, la fragilidad de dicha “calma tensa” vuelve a verse amenazada y con ella se despierta tanto el elemento de prestigio nacional como el fuerte componente religioso que alimenta las animosidades dentro de cada país. Los Primeros Ministros de los dos países han manejado el tema de manera prudente, quizás porque el próximo mes de septiembre se llevará a cabo una reunión entre ambos líderes dentro del marco de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, durante la cual se espera que trabajen en el mejoramiento de las relaciones bilaterales, que para muchos es uno de los componentes vitales para el desarrollo general de todo el subcontinente indio. No obstante, lo que ha sorprendido en esta ocasión es que las reacciones y voces más desafiantes han venido de India. Inicialmente, Manmohan Singh no reconoció la participación del ejército pakistaní en el tiroteo y lo adjudicó a terroristas aislados, pero después de mucha presión del Parlamento indio, hizo mención de las fuerzas militares de Pakistán. Igualmente, los líderes del partido hinduista Bharatiya Janata, militares retirados e incluso algunos funcionarios públicos han criticado públicamente al gobierno de Pakistán por sus acciones violentas, y al propio gobierno de India por su actitud suave frente al incidente, evidenciando los roces y diferencias entre musulmanes e hinduistas no solo entre India y Pakistán sino al interior de la misma India. Si la actitud de estos sectores de la política india ha sido sorprendente, aún más lo ha sido el hecho de que dentro de Pakistán las reacciones han sido bastante moderadas. Al parecer, una de las tácticas más empleadas por los milicianos musulmanes que se oponen al gobierno pakistaní, ha sido la de vestir uniformes del ejército al momento de realizar sus ataques, no solo en la zona fronteriza con India sino también a lo largo y ancho del país. La gran mayoría de fuerzas políticas dentro de Pakistán creen que esto fue lo que pasó hace un par de semanas, pero dentro de India la percepción es diferente. La influencia de los islamistas dentro de Pakistán es innegable y ha sido constante durante años e incluso décadas. Y ahora, con la creciente apatía de varios sectores al interior de India, el panorama de reconciliación entre ambos países enfrenta nuevas dificultades. Los líderes de ambos países tienen entonces varios retos por delante: la disminución y eventual desaparición de una amenaza de enfrentamiento nuclear (la cual se ve afectada por la posibilidad de un eventual gobierno islamista), la posible apertura de rutas comerciales terrestres que beneficiarían económicamente a ambos países, y el mejoramiento de elementos que son esenciales para ambos como la inversión extranjera (que en Pakistán es muy baja) y la cooperación en materia energética (que para India se vuelve cada vez más importante para su desarrollo económico). Pero todo esto depende de la resolución del conflicto, una clara delimitación de las fronteras y la apertura de las mismas. El recién elegido Primer Ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, y su exitosa contraparte india, Manmohan Singh, parecen tener una actitud conciliadora y buenas intenciones, pero se enfrentan a fuerzas religiosas y políticas que no darán su brazo a torcer fácilmente. Depende de sus respectivas capacidades de convocatoria y movilización y de los efectos a mediano y largo plazo que ellas tengan, que el tiroteo en esta caliente zona de frontera no trascienda a una lucha a gran escala, que amenace aún más el orden público de cada país, las mancilladas relaciones bilaterales y la frágil estabilidad de esta zona del mundo. (*) Profesor de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.