La educación de la sobriedad. David Isaacs, "La educación en las virtudes humanas", Eunsa, Pamplona 1996 «Distingue entre lo que es razonable y lo que es inmoderado y utiliza razonablemente sus cinco sentidos, su tiempo, su dinero, sus esfuerzos, etcétera, de acuerdo con criterios rectos y verdaderos. El motivo principal para educar esta virtud consiste en estar en condiciones de vivir una auténtica vida cristiana. Es imposible crecer en la vida cristiana si uno está atado a los placeres humanos, sí usa de ellos de manera inmoderada, pues el embotamiento de los sentidos impide la vida del espíritu. A la persona no cristiana le puede interesar desarrollar esta virtud para conseguir un cierto autodominio y para no ser influido. En consecuencia, utilizará sus sentidos, su tiempo, su dinero, etcétera, de acuerdo con los criterios que haya establecido, aunque no sean verdaderos De todas formas, la sobriedad es una de las virtudes que menos interés tiene para los jóvenes, principalmente porque entienden el control de las apetencias al placer como inhibirse, sin darse cuenta de que si no son sobrios, con facilidad pueden ser intencionalmente influidos Y manipulados por cualquier persona. Por ejemplo, en nuestros días, la publicidad, gracias a los modernos medios de comunicación, está presente en todas partes y abusan muchas veces de la sugestionabilidad del hombre, en beneficio de intereses económicos. Suele prometer la satisfacción de todos los deseos y termina por convertir al hombre en esclavo de sus apetitos desordenados Como la necesidad de dominarse es una cuestión que no parece ser aceptada por los jóvenes, quizá vendría bien pararnos a pensar un Poco en torno a la justificación que encuentran para buscar el Placer y «liberarse» del autodominio. De hecho, sus razonamientos no suelen ser muy profundos. Suelen tornar la forma de frases del estilo siguiente: ¿Qué hay de mal en pasarlo bien? Si yo trabajo, ¿por qué no puedo gastar mi tiempo y mi dinero como quiero»? Cuando yo me divierto no hago daño a nadie, Ya no está de moda ... Y estas frases sólo tienen sentido si no reconocen que son seres creados para algo. Si no aceptan este hecho, el placer llega a ser el fin de su vida, y lo de, más es justificable en función de este criterio. Sí aceptan que existe alguno finalidad en la existencia humano, tienen que reconocer que el placer no es más que algo que conduce al hombre a actuar como debe con tal de que lo ordene con su voluntad Así, al comer, se encuentra un cierto placer, pero la finalidad de comer es alimentar el cuerpo, El placer que se encuentra conduce al hombre a alimentarse adecuadamente y es aceptable con tal de que no sea inmoderado. Las frases que hemos apuntado antes se refieren a aspectos parciales de la cuestión. No sugerimos que no haya que pasarlo bien, ni que el joven gaste su dinero y su tiempo de acuerdo con una imposición externa, ni que no hacer daño a nadie es poco importante. No se trata de eso. Se trata más bien de que hay una finalidad más importante que debería regir el modo de actuar de cada uno. Cada persona debe responsabilizarse de su propia vida, de tal modo que utilice bien lo que posee, al servicio de Dios y de los demás. No sólo se trata de no hacer daño, sino también de hacer bien. No se trata de gastar el dinero y tiempo propios para el Propio placer, sino para el propio bien y para el bien de los demás. Esto es justicia con uno mismo y con los demás. Por último, la frase: Ya no es de moda ... es un razonamiento sin fundamento que coacciona a los demás por su deseo de no ser diferente o de quedar aislado. La moda nunca es justificación suficiente para ninguna decisión personal. La sociedad de consumo Aunque uno reconozca que existe una finalidad en la propia vida, no es fácil vivir la sobriedad, Porque la sociedad de consumo hace difícil distinguir entre lo que es necesario y lo que son caprichos o tendencias inmoderadas. No hace falta más que comparar lo que nuestros abuelos tenían en sus casas con lo que tenemos nosotros. ¿Cuántos de estos artículos son necesarios, y cuántos son superfluos? El hombre sobrio debería saber, en principio, lo que pide de las cosas que puede adquirir. Es decir, utilizar algunos criterios. Para saber lo que estos criterios podrían ser, vendría bien considerar cómo tiende la persona, en la realidad, a gastar su dinero. Aparte de lo que hemos dicho con referencia a la búsqueda consciente del placer, las personas también actúan instintivamente dejándose llevar por meros impulsos. Es la acción sin reflexión que contesta a una apetencia. Por otra parte, algunas personas adquieren bienes para quedar mejor que sus vecinos, para estar de moda, para cambiar, para intentar compensar una insatisfacción interior, un vacío en la propia vida. Y otras siempre quieren cosas nuevas, entendiendo «nuevo» como el último producto del cambio, en lugar de reconocer que lo nuevo es lo que puede dar más de sí Esta visión, un poco pesimista de la sociedad, está reforzada, además, por los expertos en vender, que saben cómo suele actuar la gente y se apoyan en ello. Por eso, ser consciente de lo que está ocurriendo es primordial para ,luego actuar utilizando la voluntad y la capacidad de razonamiento, de modo que se llegan a tomar decisiones en función de algún criterio 1)¿Cuáles son estos criterios? Se trataría de considerar En caso de no adquirir tal artículo ¿habría consecuencias negativas en los fines que estoy persiguiendo? 2) Este gasto, ¿podría considerarse por otra persona que me conoce, y conoce mi situación, como algo injusto respecto a los demás? 3) ¿Cuál es el motivo real de este gasto? 4) Viviendo de este modo, ¿acabo siempre con una pequeña necesidad de tener más? El hombre sobrio no se engaña. Conoce el valor de las cosas, y en consecuencia, es realista. Está en condiciones de utilizar. Sus recursos en bien de los demás y tiene la seguridad de saber que lo está haciendo. Por otra parte, la sobriedad no supone que el hombre no deba gastar, ni comer, ni beber, etc. Es evidente, si consideramos el caso de una persona que no gasta dinero a menos que sea absolutamente necesario y además de mala gana. Le llamamos «avaro» Pero es difícil encontrar el justo medio entre el gasto superfluo y el gasto que es razonable. Y es difícil porque la medida no es sólo cuestión de cantidad. Hemos' visto cómo falta de sobriedad significa buscar distintos placeres inmoderadamente. Sin embargo, es lícito tener buen gusto, disfrutar de lo que Dios nos ha dado, descansar y entretenernos para trabajar mejor. Por ejemplo, puede parecer que una persona acostumbrada a disfrutar de obras de arte, disfrutar de buena comida, etcétera, desde niño, tiene menos posibilidades de ser sobrio que la persona que en estas condiciones Se puede aclarar esta duda si aceptamos desde el principio que no es útil comparar la situación de una persona con 1a de otra. Lo que nos interesa es analizar la situación de cada uno en relación con el desarrollo de la virtud. La falta de sobriedad se notaría en la importancia que dé cada persona a su deleite personal o a otros fines más elevados. Si una persona tiene mucho dinero es posible que posea muchos bienes que no le han costado ningún o poco esfuerzo adquirir. Sin embargo, si no está atado a ellos, si se esfuerza en la vida para servir a Dios y a los demás, si sabe controlar sus apetencias deliberadamente, vivirá bien la virtud de la sobriedad. En todo caso, se podría encontrar una falta de justicia si esa persona no administrara sus bienes en favor de los demás, lo cual no quiere decir necesariamente deshacerse de estos bienes. Concretando, el buen gusto, el saber utilizar los cinco sentidos para disfrutar de la vida es enormemente positivo con tal de que sirva para preparar a la persona en su deber de glorificar a Dios, de alcanzar su fin .Pero ¿cómo podernos educar a nuestros hijos a ser sobrios en la utilización de su dinero y, en general, en la adquisición de bienes que pueden suponer una atención desmesurada en los placeres superficiales? Antes nos hemos referido a que no se trata de educarles únicamente en tener criterios de utilidad práctica, sino también de educarles en tener buen gusto, en saber disfrutar de lo que Dios nos ha dado. En todo caso, podemos comenzar centrando la atención en los capricho .Entiendo «capricho» como un deseo superficial, transitorio, que surge como consecuencia de una reacción no meditada ni justificado. Y otra vez estamos centrados en los motivos. Un padre de familia que compra un juguete para su niño, porque lo ha visto en un escaparate y lo pide pataleando porque le apetece en este momento está faltando a la sobriedad y también está ayudando a su hijo a faltar respecto a esta virtud. Al contrario, un hijo que ve un juguete que le interesa en un esca-parate, podría pedirlo a sus padres sin desequilibrar el desarrollo de la sobriedad. Por otra parte, se trata de desarrollar el autodo-minio de los hijos, de tal modo que sepan seguir adelante, aunque un deseo suyo no haya sido sa-tisfecho. En este sentido, hay multitudes de posi-bilidades que se pueden aprovechar en la vida cotidiana. Por ejemplo, cuando no hay suficientes fresas para toda la familia; cuando se ha termina-do el desayuno favorito del niño; cuando un niño ha gastado su paga y entonces ve algo que le apetece; cuando hay abundancia de algún plato preferido En todos estos ejemplos los padres pueden educar a sus hijos a no disgustarse o a hacer un esfuerzo especial en dejar algo que podría conseguir Y, además, se trata de hacerlo con alegría. Para que los hijos no vean la sobriedad como algo pesando y desagradable, los padres deberían vivir esta virtud con gran alegría. Si un padre decide dejar de fumar en Cuaresma, por una parte es una mortificación que ofrece a Dios y, por otra, es un acto que puede ayudarle a desarrollar su sobriedad. Sin embargo, tendrá que cuidar no ponerse de mal humor y, en consecuencia, hacer que el resto de la familia tenga que mortificarse a su cuenta y, a la vez, adquirir una visión de la sobriedad que únicamente se relaciona con caras largas Precisamente por eso, una motivación que suele ser muy útil con los niños es la de enseñarles cómo, haciendo estos pequeños esfuerzos, tienen algo muy bonito para ofrecer a Dios o a la Virgen, por ejemplo Otros motivos para vivir la sobriedad incluye el de reconocer la. situación económica de la familia de acuerdo con la edad y la madurez de los hijos para no atosigares, a fin de que actúen teniendo en cuenta el bien de la familia. En este sentido estimular a un hijo a realizar algún trabajo con el fin de aportar dinero a la familia si hace falta puede favorecer el desarrollo de esta virtud. Del mismo modo, la madre de familia puede llevar a sus hijos de compra para que lleguen a entender lo que cuesta comer, etc. En general, estamos sugiriendo que es bueno que los hijos aprendan a valorar las cosas, a saber lo que es necesario y lo que es agradable pero no necesario y, en consecuencia, saber distinguir entre momentos cuando mandan sus caprichos, y cuando realmente su actuación es justificable. Hemos destacado anteriormente la importancia del ejemplo de los padres pero convendría estudiar la cuestión un poco más, porque muchos de los conflictos entre padres y sus hijos adolescentes surgen en torno a la virtud de la sobriedad.< Sí los padres dan mal ejemplo, los niños pueden adquirir una serie de hábitos, imitándoles antes de reconocer cuáles son los criterios de su actuación. Por eso los padres no sólo deben pensar en que un comportamiento dado podría hacerles daño a ellos mismos, sino también en las consecuencias para sus hijos. Por ejemplo, unos padres que salen los fines de semana con sus hijos y regularmente gastan una cantidad considerable en. bebidas o en un aperitivo, no pueden esperar que sus hijos cuiden el modo de gastar su propio dinero. Un padre que no piensa ni habla más que de las diversiones, el cine, el teatro, etc., no puede esperar que sus hijos tomen en serio otros aspectos de la vida (aunque no tiene nada de malo en sí el disfrutar del cine o del teatro; al contrario, es enormemente educativo con tal de que sea el fin o el motor que mantiene en marcha la vida de la persona). También los padres tendrán que cuidar la relación entre su trabajo y su tiempo libre, porque si se entiende el trabajo únicamente como un modo de ganar dinero es probable que la finalidad del tiempo libre sea la de gastarlo. Y, por tanto, es cuestión de trabajar para disfrutar, para atender mis caprichos. La actividad del trabajo se diferencia principalmente de la actividad del tiempo libre en que hay menos posibilidades de decidir libremente lo que uno quiere hacer de acuerdo con el estado de ánimo. Sin embargo, todo lo que hacemos debe ser dirigido directa lo indirectamente hacia algunas aspiraciones importantes por algo somos seres humanos, y aunque esta actividad supone mayor o menor esfuerzo o es más o menos agradable, es parte de una misma unidad De lo que hemos dicho en relación con la educación de la sobriedad en los hijos podemos desatacar la importancia que tiene. 1) Enseñarles a valorar lo que poseen y lo que pueden poseer 2) Enseñarles a dominar sus caprichos con alegría 3) Enseñarles a reflexionar sobre el porqué de sus gastos 4) Enseñarles la importancia que tiene no estar atados al placer 5) Enseñarles a reconocer cuáles son sus apetencias que deberían controlar 6) Enseñarles unos ideales elevados que les lleven a una satisfacción profunda en lugar de buscar un.placer superficial Pero hay otro aspecto de la sobriedad que no hemos considerado suficientemente. Me refiero al uso del tiempo La sobriedad y la utilización del tiempo El mal uso del tiempo es uno de los resultados de falta de sobriedad. Si una persona busca continuamente modos de saciar sus apetitos es lógico que gaste la mayor parte de su tiempo en ello. El modo de utilizar el tiempo nos puede servir como una información básica para considerar el enfoque de la vida personal a fin de que exista una relación real y constante entre lo que consideramos importante y nuestra actividad cotidiana. Es posible llenar la vida de actividad de tal modo que no quede tiempo o, por lo menos, momentos oportunos para reflexionar sobre lo que estamos haciendo. En consecuencia, la persona. tiende a disfrutar con la actividad misma, perdiendo de vista la finalidad de lo que está haciendo Un hombre activo en la vida pública puede comenzar una acción pensando en el bien que pretende conseguir. A continuación, sin embargo, la misma vida pública le influye de tal modo que se centra en las relaciones sociales, en conocer más personas, en aceptar más cargos, en ser más conocido. Si esta actividad llega a sustituir o des-compensar la finalidad de la acción como guía y criterio, le faltará sobriedad. Otro ejemplo sería el de una madre de familia que disfrutara tanto atendiendo a sus niños, estando con ellos, incluso mimándoles en muchos aspectos, que no supiera dejarles algún rato para atender a su marido. Continuamente habrá que distinguir entre lo que es necesario o conveniente y lo que es algo que se puede suprimir en favor de cuestiones prioritarias. Se dice que sólo hay tiem-po para lo importante, pero en la definición de lo importante la persona humana sabe engañarse de tal forma que realmente está buscando excusas para hacer lo que le apetece en lugar de lo que debe. Podemos aclarar esta situación todavía más si pensamos en el perfeccionista. Es una persona que no deja una tarea hasta que sea casi perfecta, no porque haga falta realizar la tarea « perfectamente», sino porque encuentra una satisfacción grande en seguir afinando aunque su propósito se haya conseguido. Tampoco estamos sugiriendo que no haya que trabajar bien, realizar bien las tareas. De lo que se trata es de cumplir bien en función de lo que perseguimos. En muchas empresas humanas podemos satisfacernos con un nivel adecuado no perfecto con el fin de atender a otras cosas también importantes. Solamente hay un área en la que debemos alcanzar la mayor perfección posible, y eso es en amar a Dios y a los demás. Amar significa muchas cosas y la perfección supone que sepamos amar mediante todas las tareas que realicemos; poner amor en todo lo que hacemos; amar a las personas continuamente. Podemos tomar vacaciones y dejar nuestro trabajo profesional algún tiempo o dejar de realizar algún hobby durante una época, pero nunca podemos descansar tomar vacaciones en lo que se refiere a nuestro deber como hijos de Dios. Precisamente porque existe esta tendencia natural de encontrar razones que justifiquen un modo de actuar que nos complace, habrá que buscar el modo de rectificar y de enseñar también a los hijos a rectificar. Principalmente supone tener criterios claros, seleccionar momentos adecuados para considerar estos criterios y su relación con lo que estamos haciendo, y actuar en consecuencia. Ya hemos hablado ampliamente de los criterios. En lo que se refiere al momento oportuno conviene reconocer que la persona humana necesita paz interior para considerar su situación rectamente. Esto lo puede conseguir en momentos de silencio cuando por la misma dinámica de estar a solas consigo mismo acaba responsabilizándose no sólo de lo que hace, sino también de lo que es. Debemos enseñar a los hijos a pensar en su situación personal, no excesivamente, pero sí lo suficiente para saber si están actuando concurrentemente «Actuar en consecuencia» no es tan fácil como parece, porque podemos destacar una falta de sobriedad en nuestras vidas, y reconocerlo intelectualmente. A la vez, esta falta es parte de nuestros apetitos y el intelecto necesita de la voluntad para superar la pereza y la comodidad. Todas las virtudes necesitan el apoyo de la fortaleza, pero la sobriedad de un modo especial Conflictos entre padres y sus hijos adolescentes Antes nos hemos referido a una apreciación divergente en torno a la sobriedad por parte de los padres y por parte de sus hijos adolescentes como una de las causas más importantes de los conflictos. Seguramente en la adolescencia es cuando los padres van a notar una falta de sobriedad en sus hijos, porque ahora están en situación de tomar decisiones personales. Anteriormente, es probable que cualquier tipo de falta de sobriedad percibida estaba rápidamente corregida por la atención de los padres. Sin embargo, en la adolescencia ya no es posible. Y los padres empiezan a criticar a sus hijos porque gastan su dinero sin criterios, porque gastan su tiempo inútilmente, porque se levantan tarde y se acuestan tarde, etc. Y todo eso lo ven como una falta de sobriedad. A su vez, los adolescentes recriminan a sus padres por los mismos motivos. Les acusan de ser muy cómodos, de gastar su dinero en caprichos, de trabajar rutinariamente y de divertirse sin sentido, etcétera, que es lo mismo que acusarles de falta de sobriedad Esta divergencia, cuando no hay motivos de fondo, como sería la exigencia de sobriedad a los hijos por unos padres que dan un ejemplo contrario a esta virtud, viene dada por no haber proporcionado a los hijos criterios rectos y verdaderos como base de sus decisiones en esta materia. A falta de criterios se centra la atención en aspectos aislados de la conducta, en tal o cual actuación, sin reparar en que la práctica de la sobriedad no puede seguir una rígida uniformidad. Cada uno debe tomar sus decisiones personales con su personal estilo, y para ello debe contar con criterios rectos y verdaderos que le sirvan de guía Únicamente si hay acuerdo entre padres e hijos en lo que se refiere a criterios puede haber una orientación adecuada, y solamente así se puede conseguir una unidad en la familia. Es curioso que aceptemos sin dificultad nuestro propio modo de buscar lícitamente lo que nos place pero seamos intransigentes muchas veces con los demás. Si se centra la atención en los criterios se llegará a poner el placer en su lugar y a respetar la interpretación lícita de cada persona conforme a estos criterios rectos y verdaderos El desarrollo de la sobriedad permite a los hijos realmente superar sus impulsos de egoísmo en la búsqueda de placeres lícitos y a no estar como embotados por las cosas materiales; en estas condiciones pueden aprender a amar, a desarrollar su vida cristiana, encontrando una alegría y una paz interior por saber que lo que están haciendo, lo están haciendo bien.