CRÍTICA DE LA RELIGIÓN Y DEL ESTADO Jean Meslier Edición a cargo de Menene Gras Balaguer Ediciones Península BARCELONA, 1978 Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 1 Antología de textos extraída de las Oeuvres Completes publicadas por Editions Anthropos de París, 1970. Traducción de Menene Gras Balaguer Cubierta de Enríc Satué Primera edición: enero de 1978 Realización y propiedad de esta edición (incluidos la selección, la traducción y el diseño de la cubierta): EDICIONS 62 S.A., Provenza 278, Barcelona-8 Depositó legal: B. 1.863-1978 ISBN: 84-297-1376-X Impreso en Conmar Color Corominas 28, Hospitalet de Llobregat (Barcelona) Maquetación actual: Amanuense Biblioteca OMEGALFA ΩΑ Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 2 INDICE PÁG. 5 CAPÍTULO INTRODUCCIÓN 16 ESBOZO DE LA OBRA 18 PENSAMIENTOS Y SENTIMIENTOS DEL AUTOR ACERCA DE LAS RELIGIONES DEL MUNDO TODAS LAS RELIGIONES NO SON MAS QUE ERRORES, ILUSIÓN E IMPOSTURAS RAZONES POR LAS QUE LOS POLÍTICOS SE SIRVEN DE LOS ERRORES Y ABUSOS DE LAS RELIGIONES ORIGEN DE LA IDOLATRÍA 33 35 37 46 50 52 57 58 62 LA RELIGIÓN NO ES MAS QUE UNA FUENTE Y UNA CAUSA FATAL DE PERTURBACIONES Y DIVISIONES ETERNAS ENTRE LOS HOMBRES DEBILIDAD Y VANIDAD DE LOS PRETENDIDOS MOTIVOS DE CREDIBILIDAD, PARA ESTABLECER NINGUNA VERDAD RELIGIOSA TRES ERRORES FUNDAMENTALES DE LA MORAL CRISTIANA ALGUNOS ABUSOS QUE LA RELIGIÓN CRISTIANA SOPORTA O AUTORIZA ORIGEN DE LA NOBLEZA 90 ABUSO POR SOPORTAR Y AUTORIZAR A TANTOS ECLESIÁSTICOS Y FUNDAMENTALMENTE A TANTOS MONJES INÚTILES ABUSO DEL GOBIERNO TIRÁNICO DE LOS REYES Y PRINCIPES DE LA TIERRA NI LA BELLEZA, M EL ORDEN NI LAS PERFECCIONES QUE SE ENCUENTRAN EN LAS OBRAS DE LA NATURALEZA PRUEBAN DE NINGÚN MODO LA EXISTENCIA DE UN DIOS QUE LAS HAYA HECHO ES INÚTIL RECURRIR A LA EXISTENCIA DE UN DIOS TODOPODEROSO PARA EXPLICAR LA NATURALEZA Y LA FORMACIÓN DE LAS COSAS NATURALES EL SER NO PUEDE HABER SIDO CREADO, EL TIEMPO NO PUEDE HABER SIDO CREADO, PARALELAMENTE NI LA EXTENSIÓN, EL LUGAR O EL ESPACIO PUEDEN HABER SIDO CREADOS, Y POR CONSIGUIENTE NO HAY CREADOR EL SER O LA MATERIA Y QUE SON UNA MISMA COSA SOLO 98 PUEDEN TENER POR SÍ MISMOS SU EXISTENCIA Y SU MOVIMIENTO REFUTACIÓN DE LOS ARGUMENTOS DE LOS CARTESIANOS QUE 75 80 85 89 PRETENDEN DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE UN DIOS INFINITAMEN Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 3 TE PERFECTO 99 TODAS LAS COSAS NATURALES SE FORMAN SE CONSTITUYEN A SI MISMAS MEDIANTE EL MOVIMIENTO Y CONCURSO DE LAS DIVERSAS PARTES DE LA MATERIA QUE SE JUNTAN, SE UNEN Y SE MODIFICAN DIVERSAMENTE EN TODOS LOS CUERPOS QUE COMPONEN 105 LOS CARTESIANOS OBLIGADOS A RECONOCER QUE LAS OBRAS DE LA NATURALEZA SE HABRÍAN PODIDO FORMAR Y COLOCAR EN EL ESTADO EN QUE ESTÁN POR LA FUERZA DE LAS LEYES NATURALES DEL MOVIMIENTO DE LAS PARTES DE LA MATERIA 108 DIFERENCIA EN LA FORMACIÓN DE LAS OBRAS DE LA NATURALEZA Y LAS OBRAS DEL ARTE 111 REFUTACIÓN DE LOS VANOS RAZONAMÍENTOS DE LOS DEÍCOLAS S OBRE LA PRETENDIDA ESPIRITUALIDAD E INMORTALIDAD DEL ALMA 122 LOS PENSAMIENTOS, LOS DESEOS, LAS VOLUNTADES, LAS SENSACIONES DEL BIEN O DEL MAL, SÓLO SON MODIFICACIONES INTERNAS DE LA PERSONA O DEL ANIMAL QUE PIENSA, QUE CONOCE, O QUE SIENTE EL BIEN O EL MAL 140 CONCLUSIÓN 152 EL AUTOR PROTESTA CON TODAS SUS FUERZAS RESPECTO A TODAS LAS INJURIAS, TODOS LOS MALOS TRATOS Y TQDOS LOS PROCESOS INJUSTOS QUE PUEDAN HACERSE EN CONTRA SUYO TRAS SU MUERTE 155 CARTA ESCRITA POR EL AUTOR A LOS SEÑORES CURAS DE SU VECINDAD 166 NOTA DEL CURA AUBRY SOBRE JEAN MESLIER Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 4 INTRODUCCIÓN Si en algo llama la atención la biografía de Jean Meslier es por la escasez de acontecimientos que parecen haber transcurrido durante su vida, en contraste con la obra que legó en forma de testamento. Los documentos o informes relativos a sus actividades no destacan ningún rasgo particular por el que hiciera manifiestas sus inclinaciones, sus pensamientos ni sus sentimientos, tal como aparecen en sus escritos. Procedente de una familia rural, fue destinado al estado eclesiástico, satisfaciendo una ambición común a casi todas las familias de extracción social semejante a la suya. Su ingreso en el seminario de Reims, en 1684, fue seguido de su nombramiento como subdiácono en 1687, ordenándose sacerdote en 1688. Se le asignó la parroquia de Estrepigny al año siguiente, cuya dirección asumió hasta el final de su vida. Meslier había nacido en 1660, y pese a que fingiera las apariencias de su estado y condición, no deja de encarnar la figura del cura rural del Ancien Regime. Dentro de su singularidad y la extravagancia de su carácter, se lo puede considerar un caso aislado, pero las frecuentes insurrecciones populares y revueltas campesinas favorecían en cierto modo las situaciones conflictivas y la indisposición entre los administradores de ciertas diócesis y los poderes locales. Además, en las Ardenas, región a la que pertenecía Meslier, la represión se había incrementado duramente a lo largo del siglo xvii con motivo de la Contrarreforma y el absolutismo real que trajo en consecuencia. Las querellas entre algunos de los representantes de la Iglesia y la nobleza eran pues cotidianas, cuando los primeros adoptaban la defensa de los explotados que, según Meslier, gemían bajo el yugo de las supersticiones de la religión y la tiranía de los reyes. Precisamente, el único episodio que merece señalarse en la vida de Meslier es el incidente ocurrido a raíz de la muerte del sieur de Toully en 1716. Conociéndose los malos tratos que los campesinos habían recibido de él, Meslier se negó a incluirlo en sus oraciones y a predicar que se elevaran rezos por su alma, sin poder evitar los ingratos reproches de Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 5 sus superiores y la pena de un mes de encierro en el seminario. El resto de su vida, no obstante, vivió retirado en su diócesis, cumpliendo modestamente sus obligaciones, aunque por coacción y sin haber sentido jamás la supuesta vocación religiosa que ejercía; y si nunca dio motivo de sospecha, pese a su profunda aversión por las prácticas religiosas propias de sus funciones, su prudencia sólo serviría para volverse en argumento contra él, como puede apreciarse en el artículo sobre Meslier publicado en Biographie ardennaise ou histoire des ardennais qui se font remarquer par leurs écrits: «El aislamiento con el que vivió en el campo le hizo contraer una especie de melancolía salvaje.» El mayor deseo de Meslier habría sido hacerse oír de un extremo al otro de la tierra, pero nunca fue capaz de dar exteriormente testimonio de sus convicciones y hacer pública su profesión de ateísmo, tal como dejó escrito en su testamento, que no se abrió hasta después de su muerte, ocurrida en 1733. La cruel represión de que habían sido víctimas otros de sus semejantes por haber apoyado cualquier revuelta o haber dado muestras de insubordinación, justifica suficientemente su silencio. Cualquier acusación con respecto a su temor a exponerse, queda también justificada al dejar una relación escrita de cuanto pensaba a la posteridad. Siendo un insurrecto apasionado, sorprende, no obstante, su paciencia y su premeditación, por reservar toda su agresividad en la obra que escribía, en lugar de pasar a la acción abiertamente. La misma violencia en el lenguaje del Testamento evidencia que escribía soñando hablar desde el púlpito de su parroquia como un verdadero provocador, enardeciendo a sus feligreses; lo confirma también su aspecto coloquial y el hecho de que esta ilusión fuera lo único que podía compensar el silencio que guardó y que, sin embargo, habría traicionado en más de una ocasión, como cuando siente la necesidad de decir que «desearía tener el brazo, la fuerza, el coraje y la masa de un Hércules para purgar al mundo de todos los vicios y de todas las iniquidades, y para tener el placer de derribar a todos estos monstruos de tiranos de cabezas coronadas y a todos los demás monstruos, ministros de errores e iniquidad, que hacen gemir tan lastimosamente a los pueblos». Parece que Meslier, perteneciente al siglo de Montaigne más que como precursor del siglo de la Ilustración, sólo hubiera podido sopor- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 6 tar la idea de su profunda soledad recordando el ejemplo del autor de los Essais, aunque no sin envidiar la libertad de que gozaba este último encerrado en su castillo. La nostalgia de Meslier por Montaigne se insinúa en este Testamento donde debía revelar todos sus sentimientos y pensamientos, concebido como una obra decisiva e insustituible en su Siglo, que escribiría entre 1723 y 1725. El AntíFénelon, la otra obra que se conserva de él, es incomparablemente inferior; en realidad, es un texto reelaborado posteriormente que contiene las anotaciones marginales manuscritas que hizo Meslier en la edición de Fénelon: Sobre la demostración de la existencia de Dios de Fénelon y las reflexiones sobre el ateísmo del padre Toumemine. Son comentarios inspirados en el curso de la lectura, a modo de una refutación completa del sistema expuesto por Fenelon, y que conciernen en especial estos temas: 1. La esencia de la materia; contra la definición de la materia inerte e incapaz de moverse por sí misma, Meslier opone la materia sutil que tiene el movimiento en sí misma y por sí misma. 2. En segundo lugar, a la disociación de lo en sí y lo perfecto, Meslier atribuye a la materia estas cualidades, mientras Fénelon recurre a un Ser supremo que las reúne. 3. Al carácter físico del gran todo, Meslier no diviniza la naturaleza y rechaza atribuirle los predicados metafísicos atribuidos a Dios. Se ignora la fecha de redacción de este escrito, aunque se tiende a creer que fue alrededor de 1718, tras la publicación de las obras filosóficas del abbé de Fénelon, el mismo año. De no ser así, al menos tuvo que hacer estas anotaciones antes de empezar su Testamento, titulado Memorias de los pensamientos y sentimientos de Jean Meslier, o mientras elaborara el plan o el esbozo. Existe además otra obra atribuida a Meslier, por motivos desconocidos, y que se titulaba Le Bon sens du curé Meslier. Apareció en 1791, tras haber sido publicada de antemano como una obra del barón de D'Holbach. Se trata de un resumen del célebre Systéme de la nature, de D'Holbach, elaborado a fin de que aquella obra obtuviera una divulgación mayor. Por último, consta, no obstante, que dejó una traducción francesa del Cantar de los Cantares y algunas cartas a los curas de su vecindad. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 7 Sin que se sepa de cuál de los tres manuscritos del Testamento que legó Meslier de su puño y letra al morir, las Memorias fueron recopiladas y empezaron a circular en versiones reducidas, distribuyéndose rápidamente en el ámbito de la literatura clandestina. Es precisamente, en la época que Voltaire da muestras de curiosidad a su corresponsal de París (Thierrot), encargándole la obtención de un ejemplar para él. El extracto que hizo posteriormente Voltaire, bajo el asombro que le produjera esta obra, fue publicado en 1762. La citada versión no es un resumen redactado propiamente por Voltaire; éste sólo tomó una versión manuscrita anterior que ya reducía el contenido inicial de las Memorias a las cinco primeras pruebas, aproximadamente a la mitad de la obra, limitándose a las correcciones o modificaciones imprescindibles. La difusión alcanzada por esta obra se puede apreciar por las diversas reediciones que se llevaron a cabo durante el siglo xviii. En cualquier caso, el extracto no ocupa más de ciento cincuenta páginas y ofrece una visión -muy parcial- de la obra completa, descartándose muchos aspectos que sólo se destacan en las pruebas restantes. La fidelidad del extracto de Voltaire a la obra original es, asimismo, muy discutible, en la medida que no puede omitirse su interés en apropiarse del descubrimiento de este autor, por su tendencia a convertirlo en un posible partidario del deísmo ilustrado. Lo cierto es que de haberlo reconocido como un materialista ateo habría expresado su odio y su condena en relación a las Memorias, al igual que hizo con otros pensadores de su época, y por razones idénticas a las que inspiran su Traite de métaphysique en defensa del deísmo. Tal vez se deduzca también de semejante confusión que Diderot o D'Holbach apenas lo mencionen o lo hagan muy tardíamente, cuando, no obstante, lo verosímil era insertar a Meslier dentro de la tradición del materialismo francés del siglo xviii como uno de sus iniciadores, orientado más hacia lo que podría llamarse la «izquierda ilustrada». En el artículo «Meslier», de Naigeon (1736-1810) -amigo de Diderot y pariente del barón de D'Holbach-, que se halla incluido en el Díctionnaire de phïlosophie ancienne et moderno (1791-1794), de Jean Panckouke, se hace la siguiente observación: «A juzgar por los sentimientos de Jean Meslier, según el resumen de Voltaire, en este Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 8 competente sacerdote sólo se ve a uno de estos deístas o teístas tan comunes en Inglaterra; pero Meslier había avanzado un paso más que los ingleses, y además un paso muy difícil y que se da raramente; era ateo y esto es lo que Voltaire ha querido disimular.» Por esta obra única que escribió Meslier, no con el deseo de escribir propiamente, sino para poder decir lo que se veía obligado a callar, y pese a su torpeza, es posible distinguir al crítico social milenarista y al filósofo. Antes que nada se muestra como un utopista radical inscrito en el contexto de las revueltas campesinas e insurrecciones populares de finales del siglo xvii y primera mitad del xviii, elevando sus protestas en primer lugar contra la crueldad tiránica de los reyes y príncipes de la tierra, en particular contra los reyes de Francia, «pues —dice— no hay ninguno que no haya llevado tan lejos la autoridad absoluta, ni que haya hecho a sus pueblos tan pobres, tan esclavos y tan miserables como estos últimos, ni hay ninguno que haya hecho derramar tanta sangre, ni que haya hecho matar a tantos hombres, ni derramar tantas lágrimas a las viudas y a los huérfanos, ni que haya hecho arrasar y asolar tantas ciudades y provincias como este último rey difunto, Louis XIV, llamado el grande, no verdaderamente por las grandes y loables acciones que haya hecho, puesto que no ha hecho ninguna que merezca verdaderamente este nombre, sino por las grandes injusticias, por los grandes robos, por las grandes usurpaciones, por las grandes desolaciones, por las grandes devastaciones y por las grandes carnicerías de hombres que ha hecho hacer por todas partes, tanto por mar como por tierra». En esta época, Francia era todavía esencialmente campesina y rural, con un régimen de reminiscencia feudal, caracterizado por el absolutismo de la monarquía, el mantenimiento del parasitismo y concesión arbitraria de privilegios a la nobleza, a la vez que por el notable ascenso de la burguesía que Saint-Simon tanto recrimina en sus crónicas de la vida de la Corte. Se había acrecentado la implantación de agentes locales e intendentes en las provincias para velar e instaurar una administración más estricta sobre los bienes, con el único fin de asegurar el control de la explotación, como muestra la constante virulencia en los medios rurales. La crítica social de Meslier emerge de estas injusticias, girando en torno a los abusos que se permiten los «grandes de la tierra» y las desdichas que persiguen a los «pobres Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 9 pueblos» y contra todo régimen opresor en general. Pero el aspecto más relevante es que Meslier justifica su indignación ante la desigualdad reinante y la existencia de una clase de gente ociosa y que extrae sus beneficios del trabajo de los pueblos, los cuales viven miserablemente, por la estrecha dependencia entre las creencias religiosas de los pueblos y su sumisión y por la cooperación entre la Iglesia y el Estado para mantener esta situación. Meslier se puede abordar como utopista y como filósofo: como lo primero, no tiene más suerte que Morelly, el abbé Mably (17091785) o Brissot de Warbille (1754-1793), prácticamente olvidados. Tales pensadores utópicos, siendo los más representativos del siglo xviii, suelen ocupar un lugar secundario frente a los pensadores ilustrados, que de alguna forma gozan de una reputación indiscutible y se arrogan la hegemonía cultural a partir de la segunda mitad del siglo. Sin embargo, aun considerando a Meslier superior a los demás utopistas mencionados, tampoco se le puede comparar con los utopistas clásicos, Tomás Moro o Campanella; no es brillante ni hombre culto, ni habría podido inventar una ciudad del sol, tal vez consecuencia de su aislamiento y carencia de medios. La utopía de Meslier se halla más implícita que explícitamente en su denuncia y su crítica. La sociedad o comunidad ideal que preconiza a los pueblos es postergada ante la inminente necesidad de denunciar todos los abusos y revelar urgentemente lo que constituye el fundamento y origen de la autoridad de los «grandes», propiciando; la exacerbación de los pueblos y su levantamiento. Por supuesto, en este sentido, era innecesario ilustrar el radiante porvenir con una ciudad ideal, a modo de una ciudad morelliana, porque la promesa de felicidad se concluye evidentemente de la liberación de los pueblos del yugo de la tiranía y de la religión. Pero el mérito de Meslier reside en haber comprendido que la crítica de la propiedad privada y su abolición era inseparable de la crítica del Estado de derecho divino, en la misma medida que el monarca se permitía legitimar sus abusos por ser la encarnación humana de la suprema autoridad divina, y recíprocamente la esclavitud y sumisión de los pobres pueblos se perpetuaba como un deber mediante las supersticiones de la religión y la creencia en otra vida, en Dios y en todos los misterios divinos. La misión que se atribuye Meslier es casi mesiánica: desengañar a Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 10 los pueblos y revelarles la Verdad, en los mismos términos, concibiendo así el plan de su obra, según la demostración de ocho pruebas sobre la vanidad y falsedad de las religiones, donde delata la conexión entre el mantenimiento de éstas y el de la tiranía de los reyes y príncipes de la tierra. Su intención es hacer ver la trascendencia apremiante de su proyecto, al agitar a los pueblos fomentando la necesidad de su insurrección, y justificar la violencia y destrucción que debe practicarse para que reine la justicia y la igualdad entre los hombres, como comunica en este mensaje: «Procurad uniros todos cuantos sois, vosotros y vuestros semejantes, para sacudir completamente el yugo de la tiránica dominación de vuestros reyes y de vuestros príncipes; derribad por todas partes estos tronos de injusticias e impiedades; derrocad todas estas cabezas coronadas, confundid en todas partes el orgullo y la soberbia de todos estos tiranos altivos y orgullosos, y no soportéis nunca más que reinen de ningún modo sobre vosotros.» Con respecto a la esperanza en esta futura comunidad fraternal, regida por los más sabios y los mejor instruidos, que Meslier esboza con cierta modestia e inocencia como si desconfiara de los paraísos que otros hayan descrito, se supone una distribución igualitaria de los bienes y riquezas, a la vez que un gobierno justo, y el establecimiento de una moral y unas leyes naturales, dictadas por la sola razón como universales, y que constituyen las únicas normas por las que los hombres habrán de guiar su conducta. Aunque por la falta de precisión y al tratarse de de una comunidad esencialmente agraria, basada en una economía agrícola, este proyecto pudiera parecer anacrónico ya entonces, en contraste con la vida de las ciudades y la creciente evolución económica en otros sectores de la industria, esta consideración, al igual que la de su carencia de vigencia, no puede invalidar la autenticidad de su rebelde testimonio. Como filósofo casi pasa desapercibido, por inmerecido que parezca, ya sea por considerarse secundario en este aspecto, como por la condena inmediata de una Iglesia que se creía regenerada en virtud de la «Revocación del Edicto de Nantes», o incluso por su desinterés en darse a conocer en vida, prefiriendo su marginación. Y, sin embargo, es uno de los iniciadores de la tradición materialista que predomina en Francia durante el siglo xviii y se encuentra entre los defensores más tajantes de Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 11 esta corriente de pensamiento, clásico producto del cartesianismo que surge inevitablemente como su negación, haciendo una única salvedad con la física cartesiana. Los filósofos cartesianos constituyen su referencia más inmediata, en especial el autor de La Rechérche de la vérité, Mallebranche, al que cita con frecuencia. En términos generales, los axiomas o principios en los que se inspira su pensamiento nacen de su refutación de la filosofía vigente. Éstos parten de la demostración de la existencia de la materia por sí misma, conteniendo en sí misma y por sí misma el movimiento, sin necesidad de ningún principio exterior que la mueva, y de ahí que se permita rechazar la existencia de otro Ser o agente que poseyera en sí todas las cualidades y fuera el único en conferirte el movimiento. De algún modo, su ataque a los cartesianos, sin que éstos dejen de imponerle respeto, es imaginado como una acusación por haber violado las reglas de juego del Discurso del Método, según las cuales se habría podido lograr un verdadero progreso del conocimiento, así como el desvanecimiento de las verdades inquebrantables, aunque no menos inoperantes, que la Escolástica había defendido. Para Meslier la deducción lógica de un discurso fundado en premisas tales como las que se exponen allí no conducía necesariamente a la escisión entre la materia y un principio espiritual que le confiriera el ser y la existencia, de donde se desprende fatalmente la escisión entre el alma y el cuerpo y la consiguiente afirmación de un agente creador de la materia. Por el contrario, para los cartesianos es imposible que nuestros pensamientos tengan una forma determinada y sean visibles, sirviendo de apoyo a su argumento sobre la división en un principio material desprovisto de cualidades y otro espiritual, del que en última instancia deriva la noción de Dios. Todos los razonamientos en que estos últimos hacen descansar sus argumentos, a Meslier le parecen excesivamente ridículos para ser creídos; nunca su humor es tan agudo como cuando se refiere a ellos. Para él la materia no tiene que ser necesariamente corpórea, ni debe adquirir ninguna forma. Sólo la materia nos es perceptible y no ve inconveniente en atribuirle a sí misma el movimiento, descartando la necesidad de la existencia de un Ser que se lo confiera. La materia o la sustancia es una y todos los fenómenos se producen pues por la combinación de sus partes. Todas estas constataciones del dominio Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 12 exclusivamente filosófico conjuran y sostienen sus funestos ataques a la religión y sus misterios: la vida del más allá, la inmortalidad del alma..., así como la insuficiencia de los pretendidos motivos de credibilidad en ninguna religión, sea cual sea. Meslier es un filósofo autodidacta, lo que confirma las limitaciones de exposición de su pensamiento, al igual que la precariedad de recursos con que contaba, pero esto lo hace más meritorio aún. Sus fuentes se reducen primordialmente al Antiguo y Nuevo Testamento, incurriendo a veces en la pura antiteología. Aunque en este aspecto no sobresale tanto como por sus ataques contra la religión y las premisas en las que funda su profesión de ateísmo, que queda perfectamente objetivada en la lucha de clases entre el campesinado y las masas rurales y la aristocracia. Es muy probable también que el materialismo de Meslier se halle inspirado en Lucrecio, autor al que admira; el De Rerum Natura es tal vez una de las obras que mayor influencia pudo tener sobre Meslier al hallar establecidos los axiomas que defienden la autenticidad de la materia como único principio y esencia última de todas las cosas. Finalmente, su confrontación con el autor del poema sobre la naturaleza de las cosas más que probable es evidente por la mera semejanza de su refutación de la inmortalidad del alma y la composición previa de la materia, conduciendo en ambos a la denuncia de los crímenes de la religión. De Lucrecio se decía también que estaba poseído por una enfermedad extraña o bajo el signo de la locura, lo que también aumentaría la identificación de Meslier con este autor supuestamente desdichado. Su temor a no ser creído le induce a ampararse con la Antigüedad y a su manía por las extensas citaciones, llegando al extremo de dedicar capítulos enteros exclusivamente a reproducir textos de algunos autores como san Agustín, Montaigne, La Bruyére, Mallebranche, o del Antiguo y Nuevo Testamento, en quienes apoya o dirige sus refutaciones. Meslier se considera a sí mismo ingenuo por decir abiertamente cuanto piensa; pero cuando verdaderamente demuestra serlo es al estar convencido de su perspicacia y de los efectos funestos que debían derivarse de sus escritos y su estilo provocador. El Meslier ingenuo es este insurrecto apasionado, casi fanático, persuadido de que puede redimir a los pueblos, fascinándole lo que él mismo es capaz de decir. Su drama interno fue lo que más le impulsó a concebir su Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 13 obra, y el goce en el escándalo que ésta habría de provocar le hizo persistir en su elaboración silenciosa, premeditada y voluntariosa. A través de Meslier se podría recordar a Thomas Münzer, el conocido teólogo de la Revolución, pero su coincidencia es más anecdótica que real porque Münzer es, en cierto modo, el revolucionario opuesto que destacó por su combatividad y su constante intervención en las sublevaciones campesinas y conflictos religiosos que se sucedían en Alemania a causa de la Escisión. El teólogo de la Revolución nunca fue conocido por Meslier, que tal vez podía haber seguido su ejemplo. La estructura de las Memorias de los pensamientos y sentimientos de Jean Meslier se divide en ocho pruebas sobre la vanidad y falsedad de las religiones, que se suceden en el siguiente orden: Primera prueba de la vanidad y falsedad de las religiones, que son todas invenciones humanas. Segunda prueba de la vanidad y falsedad de las dichas religiones. La fe es una creencia ciega y que sirve de fundamento a todas las religiones; sólo es un principio de errores, ilusiones e imposturas. Tercera prueba de la vanidad y falsedad de las religiones, extraída de la vanidad y falsedad de las pretendidas visiones y revelaciones divinas. Cuarta prueba de la falsedad de las dichas religiones, extraída de la vanidad y falsedad de las pretendidas profecías del Antiguo Testamento. Quinta prueba de la vanidad y falsedad de la religión cristiana, extraída de los abusos y de las vejaciones injustas de la tiranía de los grandes que ella soporta o autoriza. Sexta prueba de la vanidad y falsedad de la religión cristiana, extraída de los abusos y de las vejaciones injustas y de la tiranía de los grandes que ella soporta o autoriza. Séptima prueba de la vanidad y falsedad de las religiones, extraída de la misma falsedad de la opinión de los hombres, concerniente a la pretendida existencia de los dioses. Octava prueba de la vanidad y falsedad de las religiones, extraída de la misma falsedad de la opinión que los hombres tienen de la espiriJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 14 tualidad e inmortalidad del alma. En la presente selección se ha procurado incluir demostraciones de la mayoría de las pruebas, salvo la tercera y la cuarta por pertenecer a un orden más teológico y referirse más particularmente a algunos aspectos de la religión cristiana, como la verdad o falacia de los milagros y profecías... El conjunto de textos comprendidos aquí intenta presentar y dar a conocer una visión lo más amplia posible del pensamiento del autor, teniendo en cuenta su casi total desconocimiento en España. Las únicas ediciones existentes, aunque imposibles de encontrar, son las siguientes: Traducción de textos escogidos, según la selección francesa de Jules Lermina (1902), en la Biblioteca de la Huelga General, MadridBarcelona (1904). Versión de Le Bon sens du curé Meslier: El buen sentido del cura Meslier (Madrid, 1837), y Dios ante el sentido común, por el cura Meslier (sexta ed., Madrid, 1913). La inclusión del Anti-Fénelon en la selección no parecía esencial por no presentar ningún aspecto divergente de todas las afirmaciones de sus Memorias; también habría debido fragmentarse a causa de su extensión y carecía de interés. Por último, la presente antología se basa en la edición de las obras completas en tres volúmenes publicada por Éditions Anthropos, París, 1970. MENENE GRAS BALAGUER 1 1 A lo largo de los sucesivos capítulos se indica la procedencia de cada fragmento, señalando la prueba a que corresponden. Prácticamente no se han agregado más anotaciones que las referentes a ciertos términos que presentaban dificultades de traducción, por la brevedad de la edición. El lenguaje de Meslier es un lenguaje coloquial, con una sintaxis peculiar e incluso incorrecta, pero se ha procurado conservar lo más fielmente posible el estilo del origin al. En cuanto al léxico, al final del vol. III de las obras completas sé ofrece un breve diccionario explicativo de las variantes y usos terminológicos de Meslier. A este propósito conviene explicar el origen de las palabras deícola y cristicola. Meslier extrae el primer término de la tradición religiosa. Su forma latina era deicolae. El sentido más difundido de esta palabra es el de «adorador de un Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 15 ESBOZO DE LA OBRA Amigos míos, como no se me habría permitido e incluso habría supuesto para mí una grave y onerosa consecuencia deciros abiertamente, en vida, lo que pensaba de la conducta y del gobierno de los hombres, de sus religiones y de sus costumbres, he decidido decíroslo al menos tras mi muerte; mi intención y mi deseo sería decíroslo de viva voz, antes de morir, si me viera próximo al fin de mis días y tuviera aún para entonces el uso libre de la palabra y del juicio; pero como no estoy seguro de tener en estos últimos días, o en estos últimos momentos, todo el tiempo ni toda la presencia de espíritu que me sería necesaria entonces para declararos mis sentimientos, me he visto obligado a empezar a declarároslos ahora por escrito y daros al mismo tiempo pruebas claras y convincentes de todo lo que me gustaría deciros, a fin de tratar de desengañaros lo menos tarde posible, en cuanto me atañe, de los errores en los que todos nosotros, cuantos soltaos, hemos tenido la desdicha de nacer y vivir, y en los cuales yo mismo he tenido el desagrado de hallarme obligado a infundiros; digo el desagrado porque para mí era verdaderamente desagradable tener esta obligación. Ello explica también por qué nunca la he desempeñado sino con mucha repugnancia y con bastante negligencia, como habéis podido observar. He aquí ingenuamente lo que al principio me influjo a concebir este proyecto que me propongo. Como yo sentía naturalmente en mí mismo que no encontraba nada tan dulce, nada tan grato, tan amable y nada tan deseable en los hombres como la paz, como la bondad del alma, como la equidad, como la verdad y la justicia que, a mi parecer, deberían ser fuentes inestimables de bienes y de felicidad para los mismos hombres, si conserDios» u «hombre piadoso». Existía también un San Deicole, festejado el 18 de enero. Meslier le agrega un sentido irónico. Cristicola, en su forma latina era christicola o Christicolus, «adorador de un Cristo»; tiene igualmente cierto sentido irónico en el texto. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 16 vasen primorosamente entre sí tan amables virtudes como aquéllas, sentía también, naturalmente en mí mismo, que no encontraba nada tan odioso, nada tan detestable y nada tan pernicioso como las perturbaciones de la división y la depravación del corazón y del alma. Y sobre todo la malicia de la mentira y la impostura, no menos que la de la injusticia y la tiranía, que destruyen y aniquilan en los hombres todo lo que podría haber de mejor en ellos y que por esta razón son fuentes fatales, no sólo de todos los vicios y de todas las maldades de que están colmados, sino también de las causas desdichadas de todos los males y de todas las miserias que les abruman en la vida. Desde mi más tierna juventud divisé los errores y los abusos que causan tan graves males en el mundo; cuanto más he avanzado en edad y en conocimiento más he reconocido la ceguera y la maldad de los hombres, más he reconocido la vanidad de sus supersticiones y la injusticia de sus malos gobiernos. De manera que, sin haber tenido jamás mucho comercio en el mundo, podría decir con el sabio Salomón que he visto y que he visto incluso con asombro y con indignación «a la impiedad reinar en toda la tierra, y una corrupción tan grande de la justicia que aquéllos mismos que estaban destinados a dársela a los demás se habían convertido en los más injustos y los más criminales y la habían reemplazado por la iniquidad» (Eccls., 3.16). He conocido tanta maldad en el mundo que ni la misma virtud más perfecta ni la inocencia más pura estaban exentas de la malicia de los calumniadores. He visto y se ve aún todos los días infinidad de inocentes desdichados perseguidos sin motivo y oprimidos con (injusticia, sin que a nadie le afectara su infortunio ni que éstos encontrasen protectores caritativos para socorrerles. Las lágrimas de tantos justos afligidos y las miserias de tantos pueblos tan tiránicamente oprimidos por los ricos malvados y por los grandes de la tierra, me han provocado, al igual que a Salomón, tanta repugnancia y tanto desprecio por la vida que, así como él, estimé la condición de los muertos mucho más dichosa que la de los vivos, y a aquellos que nunca han existido mil veces más felices que los que existen y gimen aún en tan grandes miserias. «Laudavi mortuos magís quam víventes et féliciorem utroque judicavi, qui necdum natus est, nec videt mala quae fiunt sub sole» (Eccls., 4.2). Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 17 Y lo que aún me sorprendía más especialmente, sin salir de mi asombro al ver tantos errores, tantos abusos, tantas supersticiones, tantas imposturas, tantas injusticias y tiranías reinantes, era ver que, pese a existir en el mundo cantidad de personas que pasaban por eminentes en doctrina, en sabiduría y en piedad, sin embargo, no había ninguno que se atreviera a hablar, ni a declararse abiertamente contra tan grandes y tan detestables desórdenes; no vi a nadie de distinción que los reprendiera ni los inculpara, aunque los pobres pueblos no cesaran de lamentarse ni de gemir entre ellos en sus miserias comunes. A este silencio por parte de tantas personas prudentes, e incluso de un rango, y de un carácter distinguidos, que debían, a mi parecer, oponerse a los torrentes de vicios e injusticias, o que al menos debían procurar aportar algunos remedios a tantos males, le encontraba con asombro una especie de aprobación, en la que aún no veía bien la razón ni la causa. Pero después, tras haber examinado un poco mejor la conducta de los hombres y tras haber penetrado un poco más profundamente en los misterios secretos de la refinada y astuta política de los que ambicionan cargos, consistentes en querer gobernar a los demás, y de los que quieren mandar con autoridad soberana y absoluta o quieren más particularmente hacerse honrar y respetar por los demás; he reconocido, fácilmente, no sólo la fuente y el origen de tantos errores, de tantas supersticiones y de tan grandes injusticias, sino que además he reconocido la razón por la cual quienes pasan por sabios e ilustrados en el mundo no dicen nada contra tan detestables errores y tan detestables abusos, aunque conozcan suficientemente la miseria de los pueblos seducidos y subyugados por tantos errores y oprimidos por tantas injusticias. PENSAMIENTOS Y SENTIMIENTOS DEL AUTOR ACERCA DE LAS RELIGIONES DEL MUNDO Amigos míos, la fuente de todos los males que os abruman y de todas las imposturas que os mantienen desgraciadamente en el error y en la vanidad de las supersticiones, al igual que bajo las leyes tiránicas de los grandes de la tierra, no es otra que esta detestable política de los Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 18 hombres a los que acabo de referirme, pues, unos queriendo dominar injustamente en todas partes y otros queriendo darse cierta vana reputación de santidad y algunas veces incluso de divinidad, unos y otros no sólo se han servido diestramente de la fuerza y de la violencia, sino que además han empleado toda clase de astucias y artificios para seducir a los pueblos, con el objeto de alcanzar con mayor facilidad sus fines, de manera que unos y otros de estos refinados y astutos políticos, abusando así de la debilidad, de la credulidad y de la ignorancia de los más débiles y de los menos ilustrados, les han hecho creer sin obstáculo todo lo que han querido y después les han hecho admitir con respeto y sumisión, de buen grado o a la fuerza, todas las leyes que se les ha antojado imponerles, y con este procedimiento unos se han hecho respetar y adorar como divinidades, o al menos como personas divinamente inspiradas y enviadas particularmente por los dioses para dar a conocer sus voluntades a los hombres. Y los otros se han hecho ricos, poderosos y temibles en el mundo; y tras haberse hecho ricos, unos y otros, mediante esta clase de artificios, bastante poderosos, bastante venerables bastante temibles para hacerse temer y obedecer, han sometido abierta y tiránicamente a los demás a sus leyes. Para lo que les han sido de gran utilidad también las divisiones, las querellas, los odios y las animosidades particulares, que nacen de ordinario entre los hombres, pues la mayor parte de ellos, al ser muy a menudo de humor, espíritu e inclinación muy diferentes unos de otros, no podrían entenderse mucho tiempo entre sí sin pelearse y sin escindirse. Y cuando estos conflictos y divisiones tienen lugar, aquellos que son o parecen los más fuertes, los más osados, y a menudo incluso los que son más refinados, más astutos o más malvados, no dejan de aprovechar estas ocasiones para hacerse con mayor facilidad los amos absolutos de todo. He aquí, amigos míos, la verdadera fuente y el verdadero origen de todos los males que perturban el bien de la sociedad humana y hacen a los hombres tan desdichados en la vida. He aquí la fuente y el origen de todos los errores, de todas las imposturas, de todas las supersticiones, de todas las falsas divinidades y de todas las idolatrías que desgraciadamente se han extendido por toda la tierra. He aquí la fuente y el origen de todo lo que os proponen como más santo y más sagrado en todo lo que se os hace llamar piadosamente religión. He aquí la fuente y el origen de todas estas pretendidas leyes santas y diJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 19 vinas que se os quiere hacer observar como procedentes del mismo Dios. He aquí la fuente y el origen de todas estas pomposas y ridículas ceremonias que nuestros sacerdotes simulan hacer con fastuosidad en la celebración de sus falsos misterios, de sus solemnidades y de su falso culto divino. He aquí también el origen y la fuente de todos estos soberbios títulos y nombres de señor, de príncipe, de rey, de monarca y de potentado, en virtud de los cuales, todos bajo pretexto de gobernaros como soberanos, os oprimen como tiranos; en virtud de los cuales, bajo pretexto del bien y de la necesidad pública, os arrebatan todo cuanto tenéis de bello y mejor, y en virtud de los cuales, bajo pretexto de poseer su autoridad de alguna autoridad suprema, se hacen obedecer, temer y respetar a sí mismos al igual que dioses; y, en fin, he aquí la fuente y el origen de todos estos vanos nombres de noble y de nobleza, de conde, de duque y de marqués de los que la tierra es pródiga, como dice un autor muy juicioso del siglo pasado, y que son casi todos como lobos rapaces, los cuales, bajo pretexto de querer gozar de sus derechos y de su autoridad, os aplastan, os roban, os maltratan y os arrebatan todos los días lo mejor que tenéis (Caract. ou moeurs du siècle!). He aquí paralelamente la fuente y el origen de todos estos pretendidos santos y sagrados caracteres, de orden y de poder eclesiástico y espiritual, que vuestros sacerdotes y vuestros obispos se atribuyen sobre vosotros; los cuales, bajo pretexto de conferiros los bienes espirituales de una gracia y de un favor todo divino, os arrebatan finalmente vuestros bienes temporales que son incomparablemente más reales y más sólidos que los que simulan conferiros; los cuales, bajo pretexto de querer conduciros al cielo y procuraros una felicidad eterna, os impiden gozar tranquilamente de todo bien verdadero en la tierra, y los cuales, finalmente, os obligan a sufrir en esta vida única en la que tenéis las penas reales de un verdadero infierno, bajo pretexto de querer preveniros y preservaros en otra vida que no existe, de las penas imaginarias de un infierno que no existe al igual que esta otra vida eterna merced a la cual mantienen vanamente para vosotros, pero no inútilmente para ellos, vuestros tenores y vuestras esperanzas. Y como este tipo de gobiernos tiránicos sólo subsiste en virtud de los mismos medios y de los mismos principios que los han establecido y es peligroso querer combatir las máximas fundamentales de una religión así como quebrantar las leyes fundamentales de un EstaJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 20 do o de una República, no hay que sorprenderse si las personas competentes e ilustradas se conforman a las leyes generales del Estado, por injustas que sean, ni si se conforman, al menos en apariencia, al uso y a la práctica de una religión que encuentran establecida, aunque reconozcan suficientemente sus errores y su vanidad; porque por mucha repugnancia que puedan experimentar en someterse a ella, les es, sin embargo, mucho más útil y más ventajoso vivir tranquilamente conservando lo que pueden tener que exponerse voluntariamente a perderse a sí mismos, tratando de oponerse al torrente de errores comunes o tratando de resistir a la autoridad de un soberano que quiere hacerse dueño absoluto de todos. Se suma, además, el hecho de que en grandes Estados y gobiernos como son los reinos y los imperios, al ser imposible que aquellos que son sus soberanos puedan solos, por sí mismos, proveer a todo y mantener solos, por sí mismos, su poder y su autoridad en países de grandes extensiones, velan por el establecimiento en todas partes de oficiales, intendentes, virreyes, gobernadores e infinidad de otra gente, a los que pagan copiosamente a expensas del público para velar por sus intereses, para mantener su autoridad y para hacer ejecutar puntualmente sus voluntades en todas partes, de manera que no hay nadie que se atreva a ponerse en deber de resistir, ni siquiera de contradecir abiertamente a una autoridad tan absoluta, sin exponerse al mismo tiempo al riesgo manifiesto de perderse. Por esto incluso los más competentes y los más ilustrados se ven obligados a permanecer en el silencio, aunque vean manifiestamente los abusos, los errores, los desórdenes y las injusticias de un gobierno tan malvado y tan odioso. Agregad a ello las intenciones e inclinaciones particulares de todos aquellos que detentan los grandes o los medios e incluso los más ínfimos cargos, ya sea en el estado civil, ya sea en el estado eclesiástico o que aspiran a poseerlos. Ciertamente, apenas hay quienes no piensen mucho más en sacar su provecho y en buscar su ventaja particular que en procurar sinceramente el bien público de los demás. Apenas hay quienes no se comporten mediante algunas perspectivas de ambiciones o intereses, o con algunas perspectivas que halagan la carne y la sangre. No serán, por ejemplo, ninguno de aquellos que ambicionan los cargos y los empleos en un Estado quienes se opondrán al orgullo, a la ambición o a la tiranía de un príncipe que lo quiere someter todo a sus leyes. Al contrario, lo halagarán bien en Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 21 sus malas pasiones y en sus injustos proyectos, con la esperanza de ascender y engrandecerse a sí mismos bajo el favor de su autoridad. No serán tampoco quienes ambicionan los beneficios o las dignidades en la Iglesia quienes se opondrán a ello, pues es mediante el favor y mediante el propio poder de los príncipes que pretenden lograrlos o mantenerlos cuando los hayan alcanzado; y muy lejos de pensar en oponerse a sus malvados designios o de contradecirlos en algo, serán los primeros en aplaudirlos y en halagarlos en todo lo que hacen. No serán tampoco ellos quienes atacarán los errores establecidos ni quienes descubrirán a los demás las mentiras, las ilusiones y las imposturas de una religión falsa puesto que sobre estos mismos errores e imposturas se funda su dignidad y todo su poder al igual que todas las grandes rentas que extraen de ello cada día. No son ricos avaros quienes se impondrán a la injusticia del príncipe ni quienes atacarán públicamente los errores y los abusos de una religión falsa, puesto que a menudo es gracias al mismo favor del príncipe que poseen empleos lucrativos en el Estado o que poseen ricos beneficios en la Iglesia; más bien se dedicarán a acumular riquezas y tesoros que a destruir errores y abusos públicos de los que unos y otros extraen tan grandes provechos. No serán tampoco quienes aman la vida dulce, los placeres y las comodidades de la vida quienes se opondrán a los abusos de que hablo; prefieren mucho más gozar tranquilamente de los placeres y de las dulzuras de la vida que exponerse a sufrir persecuciones por querer oponerse a los torrentes de errores comunes, puesto que sólo quieren cubrirse del manto de la virtud y servirse de un pretexto falaz de piedad y de celo religioso para ocultar sus astucias y sus vicios más malvados y para alcanzar de un modo más refinado los fines particulares que se proponen, consistentes siempre en buscar sus propios intereses y sus propias satisfacciones, engañando a los demás con bellas apariencias de virtudes. Por último, tampoco serán los débiles ni los ignorantes quienes se opondrán porque, al carecer de ciencia y autoridad, no es posible que sean capaces de descubrir tantos errores y tantas injusticias en las que se les mantiene sujetos, ni que puedan resistir a la violencia de un torrente, que no dejaría de arrastrarlos de oponer dificultades a seguirlo. A lo que se debe sumar, además, que hay tal unión y encadenamiento de subordinación y dependencia entre todos los diferentes estados y condiciones de los hombres, y además se da casi siempre Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 22 entre ellos tanta envidia, tantos celos, tanta perfidia y tanta traición incluso entre los parientes más próximos, que unos no podrían fiarse de los otros y, por consiguiente, no podrían hacer nada ni emprender nada sin exponerse al mismo tiempo a ser inmediatamente descubiertos y traicionados por algunos; tampoco sería seguro confiarse a algunos amigos ni a ningún hermano en una cosa de tal gravedad cómo sería querer reformar un gobierno tan malvado. De manera que al no haber nadie que quiera ni que pueda, o que se atreva a oponerse a la tiranía de los grandes de la tierra, no hay que sorprenderse si estos vicios reinan tan poderosa y universalmente en el mundo; y he aquí cómo los abusos, cómo los errores, cómo las supersticiones y cómo la tiranía se han establecido en el mundo. Se diría, al menos en semejante caso, que la religión y la política no deberían aliarse y que para ello deberían ser recíprocamente contrarias y opuestas la una a la otra, puesto que parece que la dulzura y la piedad de la religión habrían de condenar los rigores y las injusticias de un gobierno tiránico, y, además, parece que la prudencia de un político honesto debería condenar y reprimir los errores, los abusos y las imposturas de una religión falsa. Cierto es que debiera ser así, pero todo esto que se debería hacer no siempre se hace. Así, aunque parezca que la religión y la política debieran ser tan contrarias y tan opuestas la una a la otra en sus principios y en sus máximas, no dejan de avenirse bastante bien juntas cuando una vez ambas han establecido alianza y han contraído amistad, pues puede decirse que al respecto se entienden como dos rateros, ya que se defienden y se apoyan mutuamente la una a la otra. La religión apoya al gobierno político por malo que sea y, a su vez, el gobierno político apoya a la religión por vana y falsa que sea; por un lado, los sacerdotes, que son los ministros de la religión, recomiendan bajo pena de maldiciones y condena eterna obedecer a los magistrados, a los príncipes y a los soberanos como si fueran establecidos por Dios para gobernar a los demás; y los príncipes, por su parte, hacen respetar a los sacerdotes, les hacen entregar buenas asignaciones y buenas rentas y los mantienen en las funciones vanas y abusivas de su falso ministerio, obligando a los pueblos ignorantes a considerar santo y sagrado todo lo que hacen y todo lo que ordenan a los demás creer o hacer bajo este bello y falaz pretexto de religión y de culto divino. Y he aquí de nuevo otra vez cómo los errores, cómo los abusos, cómo las supersticiones, las Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 23 imposturas y la tiranía se han establecido en el mundo, y cómo se mantienen para gran desdicha de los pobres pueblos que gimen bajo tan rudos y tan pesados yugos. Quizá penséis, amigos míos, que entre tan gran número de religiones falsas como hay en el mundo mi intención sea exceptuar, al menos de este número, la religión cristiana, apostólica y romana, de la que hacemos profesión y decimos que es la única en enseñar la pura verdad, la única en reconocer y adorar como es debido al verdadero Dios y la única en conducir a los hombres por el verdadero camino de la salvación y de una eternidad dichosa. Pero desengañaros, amigos míos, desengañaros de esto y generalmente de todo lo que vuestros piadosos ignorantes o vuestros escarnecedores e interesados sacerdotes y doctores se apresuran a deciros y a haceros creer, bajo el falso pretexto de la certidumbre infalible de su pretendida santa y divina religión; no sois menos seducidos ni menos engañados que aquellos que son los más seducidos y engañados; no estáis menos sumidos en el error que aquellos que lo están más profundamente. Vuestra religión no es menos vana ni menos supersticiosa que cualquier otra, no es menos falsa en sus principios ni menos ridícula y absurda en sus dogmas y en sus máximas; no sois menos idólatras que aquellos que atacáis y condenáis vosotros mismos de idolatría; los ídolos de los paganos y los vuestros sólo difieren de nombres y figuras; en definitiva, todo lo que vuestros sacerdotes y vuestros doctores os predican con tanta elocuencia respecto a la grandeza, la excelencia y la santidad de los misterios que os hacen adorar, todo lo que os cuentan con tanta gravedad de la certidumbre de sus pretendidos milagros y todo lo que os declaran con tanto celo y con tanta seguridad en relación a la grandeza de las recompensas del cielo y respecto a los horrendos castigos, no son en el fondo más que ilusiones, errores, mentiras, ficciones e imposturas, inventadas en primer lugar por políticos refinados y astutos y luego por seductores e impostores, seguidamente acogidas y creídas ciegamente por pueblos ignorantes y bastos y finalmente mantenidas por la autoridad de los grandes y de los soberanos de la tierra que han favorecido los abusos, los errores, las supersticiones y las imposturas, que los han autorizado incluso por su ley, con el fin de mantener a los hombres en general sujetos y hacer de ellos todo lo que quieran. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 24 He aquí, amigos míos, cómo aquellos, que han gobernado y gobiernan los pueblos aún ahora, abusan presuntuosa e inmunemente del nombre y de la autoridad de Dios para hacerse temer, obedecer y respetar a sí mismos más que para hacer temer y servir al Dios imaginario de cuyo poder os atemorizan. He aquí cómo abusan del nombre falaz de piedad y religión para hacer creer a los débiles y a los ignorantes todo cuanto les place, y he aquí cómo acaban estableciendo por toda la tierra un detestable misterio de mentira e iniquidad, mientras únicamente debieran preocuparse, unos y otros, de establecer en todas partes el reino de la paz y de la justicia, así como el de la verdad, el reino de cuyas virtudes haría dichosos y contentos a todos los pueblos de la tierra. Digo que establecen por todas partes un misterio de iniquidad porque todos estos resortes ocultos de la política más refinada, así como las máximas y ceremonias más piadosas de la religión, efectivamente, no son más que misterios de iniquidad. Digo misterios de iniquidad para todos los pobres pueblos que son miserablemente engañados con todas estas memeces de las religiones, así como son los juguetes y las víctimas desdichadas del poder de los grandes; pero para quienes gobiernan o tienen parte en el gobierno de los demás y para los sacerdotes que gobiernan las conciencias o que están provistos de algunos buenos beneficios, son como minas de oro o vellocinos de oro, son como cuernos de abundancia que les hacen venir a pedir de boca toda clase de bienes; y esto es lo que da lugar a que todos estos bellos señores se diviertan y se permitan agradablemente toda clase de distracciones, a la vez que los pobres pueblos, embaucados mediante los errores y las supersticiones de la religión, gimen triste, pobre y pacíficamente, no obstante, bajo la opresión de los grandes, a la vez que sufren en vano orando a los dioses y a los santos que no les oyen nada, a la vez que se entretienen con devociones inútiles, a la vez que hacen penitencias por sus pecados y, finalmente, a la vez que estos pobres pueblos trabajan y se agotan día y noche, sudando sangre y agua para tener con qué vivir y para tener con qué proveer abundantemente a los placeres y satisfacciones de aquellos que los hacen tan desdichados en la vida. ¡Ay!, amigos míos, si conocierais bien la vanidad y la locura de los errores en que os mantienen bajo el pretexto de la religión, y si supie- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 25 rais cuan injustamente y cuan indignamente se abusa de la autoridad que se ha usurpado sobre vosotros bajo pretexto de gobernaros, ciertamente sólo tendríais desprecio por todo lo que se os hace adorar y respetar y sólo tendríais odio e indignación hacia todos aquellos que abusan de vosotros y que os gobiernan tan mal y que os tratan tan indignamente. A este respecto, me viene a la memoria un deseo que forjaba antaño un hombre que no tenía ciencia ni estudio pero que, según las apariencias, no carecía de sentido común para juzgar sanamente todos estos detestables abusos y todas las detestables tiranías que yo condeno aquí: por su deseo y por su manera de expresar su pensamiento, parece que veía bastante lejos y que penetraba bastante profundamente en este detestable misterio de iniquidad del que acabo de hablar, puesto que reconocía muy bien a sus autores y protagonistas. Deseaba que todos los grandes de la tierra y que todos los nobles fueran colgados y estrangulados con tripas de sacerdote. Esta expresión no debe dejar de parecer ruda, grosera y chocante, pero se ha de reconocer que es franca e ingenua; es breve pero expresiva, puesto que da a entender en muy pocas palabras todo lo que esta clase de gente merecería. En cuanto a mí, amigos míos, si tuviera que forjar un deseo al respecto (y no dejaría de hacerlo si pudiera tener su efecto), desearía tener el brazo, la fuerza, el coraje y la masa de un Hércules para purgar al mundo de todos los vicios y de todas las iniquidades, y para tener el placer de derribar a todos estos monstruos de tiranos con cabezas coronadas y a todos los demás monstruos, ministros de errores e iniquidad, que hacen gemir tan lastimosamente a todos los pueblos de la tierra. No penséis, amigos míos, que me impulse aquí algún deseo particular de venganza, ni algún motivo de animosidad o de interés particular; no, amigos míos, no es la pasión la que me inspira estos sentimientos ni la que me hace hablar de esta forma y escribir así; verdaderamente sólo es mi inclinación y mi amor por la justicia y por la verdad, que veo por un lado tan indignamente oprimida, y mi aversión natural por el vicio y la iniquidad que veo por otro reinar tan insolentemente por doquier; no se podría tener odio ni aversión suficiente hacia personas que causan tan detestables males en todas partes y que abusan tan universalmente de los hombres. ¡Cómo! ¿Acaso no sería justo barrer y expulsar vergonzosamente de Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 26 una ciudad y de una provincia a charlatanes embaucadores que bajo pretexto de distribuir caritativamente remedios y medicamentos saludables y eficaces al público, no hicieran sino abusar de la ignorancia y de la simplicidad de los pueblos, vendiéndoles bien caros drogas y ungüentos nocivos y perniciosos? Sí, no hay duda, sería justo barrerlos y expulsarlos vergonzosamente como embaucadores infames. De igual modo, ¿no sería justo condenar abiertamente y castigar severamente a estos bergantes y a todos estos salteadores de caminos que se ponen a desvalijar, matar y masacrar inhumanamente a quienes tienen la desdicha de caer en sus manos? Sí, ciertamente estaría bien hecho castigarlos severamente, sería justo odiarlos y detestarlos, y por el contrario estaría muy mal hecho soportar que ejerciesen con absoluta inmunidad sus latrocinios. Con mayor razón, amigos míos, tendríamos motivos para condenar, odiar y detestar, como hago aquí, a todos estos ministros de errores e iniquidad que os dominan tan tiránicamente, unos, vuestras conciencias, y otros, vuestros cuerpos y vuestros bienes, pues son los mayores ladrones y mayores asesinos que existen en la tierra. Todos los que han venido, dijo Jesucristo, son ladrones y rateros. «Omnes quotquot ve-nerunt, fures sunt et latrones» (Juan., 10.8). Tal vez diréis, amigos míos, que en parte hablo así contra mí mismo, puesto que también yo pertenezco al rango y al carácter de los que llamo aquí los mayores embaucadores de los pueblos; cierto es que hablo contra mi profesión, pero de ningún modo contra la verdad, ni contra mi inclinación, ni contra mis propios sentimientos. En efecto, como nunca he sido siquiera de creencia ligera, ni propenso a la beatería ni a la superstición, y nunca he sido tan necio como para hacer ningún empleo de las misteriosas insensateces de la religión, tampoco me he sentido inclinado a hacer los consiguientes ejercicios ni a hablar de ellos favorablemente ni con honra; al contrario, siempre habría preferido mucho más testimoniar abiertamente el desprecio que me inspiraban si me hubiera estado permitido hablar de ello según mi inclinación y mis sentimientos; y así, aunque en mi juventud me dejara conducir fácilmente al estado eclesiástico para complacer a mis parientes que se alegraban de verme allí, como si fuera un estado de vida más dulce, más apacible y más venerable en el mundo que el de los hombres en general. Sin embargo, puedo decir con certeza que jamás la perspectiva de ninguna ventaja temporal ni Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 27 la perspectiva de abundantes retribuciones de este ministerio me ha llevado a amar el ejercicio de una profesión tan llena de errores e imposturas. Nunca he podido llegar a adquirir el gusto de la mayoría de estos gallardos y gratos señores, para quienes es un gran placer recibir con avidez las abundantes retribuciones de las vanas funciones de su ministerio. Aún tenía más aversión por el humor escarnecedor y jocoso de estos otros señores, que sólo piensan en darse agradablemente diversiones con las grandes rentas de los buenos beneficios que poseen, quienes se mofan ridículamente entre sí de los misterios, de las máximas y de las ceremonias vanas y falaces de su religión, y que además se burlan de la simplicidad de quienes les creen y que en esta creencia les procuran tan piadosa y copiosamente con qué divertirse y vivir tan bien a su antojo. Testigo este papa [Julio III o León X] que se burlaba él mismo de su dignidad, y aquel otro [Bonif. VIII] que decía bromeando con sus amigos: «¡Ah! Cuánto nos hemos enriquecido gracias a esta fábula de Cristo.» No es que yo condene sus agradables risotadas respecto a la vanidad de los misterios y de las momerías de su religión, puesto que efectivamente son cosas dignas de risa y de desprecio (muy simples e ignorantes son aquellos que no ven en ello vanidad), sino que condeno esta áspera, esta ardiente y esta insaciable avidez que tienen de aprovecharse de los errores públicos y este indigno placer suyo en mofarse de la simplicidad de los que están en la ignorancia y que ellos mismos mantienen en el error. Si su pretendido carácter y si los buenos beneficios que poseen les permiten vivir en la abundancia y tranquilamente a expensas del público, que al menos sean, pues, un poco sensibles a las miserias del público, que no agraven la pesadez del yugo de los pobres pueblos, multiplicando mediante un falso celo, como hacen varios, el número de errores y de supersticiones, y que no se burlen más de la simplicidad de aquellos que por tan buen motivo de piedad les hacen tantos bienes y se agotan por ellos. Pues es una ingratitud enorme y una perfidia detestable obrar así para con unos bienhechores, como son todos los pueblos, para con los ministros de la religión, ya que es de sus trabajos y del sudor de sus cuerpos de donde extraen toda su subsistencia y toda su abundancia. No creo, amigos míos, haberos dado jamás motivo para pensar que Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 28 yo participara de estos sentimientos que condeno aquí; por el contrario, habríais podido observar varias veces que mis sentimientos eran muy opuestos y que era muy sensible a vuestras penas; habríais podido observar también que no era de los más aferrados a este piadoso lucro de las retribuciones de mi ministerio, pues a menudo las he desperdiciado y abandonado cuando las podría haber aprovechado, y nunca he sido un intrigante de grandes beneficios ni un buscador de misas y ofrendas. Ciertamente siempre me hubiera gustado mucho más dar que recibir, si hubiera estado en mi mano seguir mi inclinación, y al dar, siempre habría tenido mayor consideración por los pobres que por los ricos, siguiendo esta máxima de Cristo que decía (en el informe de san Pablo Act., 20.35) que vale más dar que recibir (beatius est magis dare quam accipere), como también siguiendo esta advertencia del mismo Cristo, que recomendaba a los que dan festejos invitar, no a los ricos que tienen medios para pagar con la misma moneda, sino invitar a los pobres que carecen de medios para hacerlo (Lúc., 14-13). Y siguiendo esta otra advertencia del señor de Montaigne que recomendaba siempre a su hijo mirar más al que le tendía los brazos que hacia el que le diera la espalda (Essais III). De buena gana habría hecho también como hacía el buen Job en la época de su prosperidad: «Yo era —decía— el padre de los pobres, yo era el ojo del ciego, el pie del cojo, la mano del manco, la lengua del mudo (Pater eram pauperum oculus fue caeco et pes claudo).» Y de buena gana, al igual que él habría arrebatado la presa de las manos de los malvados y de tan buena gana como él les habría roto los dientes y partido las mandíbulas (contrerebam molas iniqui, et de dentibus illius auferebam praedam) (Job 29, 15, 16). «Sólo los grandes corazones —decía el sabio Mentor a Telémaco— saben cuánta gloria hay en ser bueno» (Telem. tom. 2). Y respecto a los falsos y fabulosos misterios de vuestra religión y de todos los demás piadosos pero vanos y supersticiosos deberes y ejercicios que vuestra religión os impone, también sabéis, o al menos habéis podido observar fácilmente, que yo no me aferraba a la beatería y que no me hallaba dispuesto a manteneros en ella ni a recomendaros su práctica. Sin embargo, yo estaba obligado a instruiros en vuestra religión y a hablaros de ella al menos algunas veces para Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 29 cumplir mejor mal que bien este deber al que me había comprometido en calidad de cura de vuestra parroquia, y en tal circunstancia me disgustaba verme en esta enojosa necesidad de actuar y hablar enteramente contra mis propios sentimientos, me disgustaba tener que manteneros en necios, errores y vanas supersticiones e idolatrías que odiaba, condenaba y detestaba en el corazón; pero os aseguro que no lo hacía jamás sino con pena y una repugnancia extrema; ello porque también odiaba enormemente todas estas vanas funciones de mi ministerio y particularmente todas estas idolátricas y supersticiosas celebraciones de misas y estas vanas y ridículas administraciones de sacramentos que me veía obligado a haceros. Las he maldecido en el corazón miles de veces cuando me hallaba obligado a hacerlas y particularmente cuando debía hacerlas "con un poco más de atención y con un poco más de solemnidad que de ordinario, pues al ver en tales ocasiones que ibais con un poco más de devoción a vuestras iglesias, para asistir a ellas en algunas vanas solemnidades o para oír con un poco más de devoción lo que se os hace creer como la palabra de Dios mismo, me parecía que abusaba mucho más indignamente de vuestra buena fe y que, por consiguiente, era mucho más digno de condena y reproches, lo que aumentaba a tal punto mi aversión contra esta clase de solemnidades ceremoniosas y pomposas y contra las funciones vanas de mi ministerio, que, cientos de veces, ha faltado poco para hacer estallar indiscretamente mi indignación sin poder casi en estas ocasiones ocultar más mi resentimiento ni contenerme la indignación que tenía. Sin embargo, he procurado contenerla y trataré de contenerla hasta el fin de mis días, pues no quiero exponerme en vida a la indignación de los sacerdotes ni a la crueldad de los tiranos, que no encontrarían, a su parecer, tormentos lo bastante rigurosos para castigar tal pretendida temeridad. Me tiene sin cuidado, amigos míos, morir tan pacíficamente como he vivido y además, al no haberos dado nunca motivo para desearme el mal ni para regocijaros si me ocurriera algo malo, no creo tampoco que os quedarais tranquilos si me persiguieran y tiranizaran por este motivo, con lo cual he decidido guardar silencio al respecto hasta el fin de mis días. Pero puesto que esta razón me obliga ahora a callarme, haré de manera a hablaros tras mi muerte; es con esta intención que empiezo a escribir para desengañaros, como he dicho, en tanto esté en mi poder, de todos los errores, de todos los abusos y de todas las supersticiones Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 30 en las que habéis sido educados y alimentados, y que por así decir habéis sorbido con la leche. Hace bastante tiempo que a los pobres pueblos se les engaña miserablemente con toda clase de idolatrías y supersticiones, hace bastante tiempo que los ricos y los grandes de la tierra roban y oprimen a los pobres pueblos; ya sería hora de liberarlos de esta miserable esclavitud en que se encuentran, ya sería hora de desengañarlos de todo y hacerles conocer por doquier la verdad de las cosas; y si, para apaciguar el humor grosero y huraño de los hombres en general, antaño hizo falta como se supone entretenerlos y engañarlos mediante prácticas religiosas vanas y supersticiosas a fin de mantenerlos sujetos con mayor facilidad, ciertamente ahora es más necesario todavía desengañarlos de todas estas vanidades puesto que el remedio que se empleó contra el primer mal con el tiempo se ha vuelto peor que el primer mal mediante el abuso que se ha hecho de él. Serían todas las personas de talento, los más honestos y los más ilustrados, quienes debieran pensar seriamente y trabajar con ahínco en un asunto tan importante como éste, desengañando por doquier a los pueblos de los errores en que se hallan, haciendo odiosa y despreciable la autoridad excesiva de los grandes de la tierra, excitando por doquier a los pueblos a sacudir el yugo insoportable de los tiempos y persuadiendo generalmente a todos los hombres de estas dos verdades importantes y fundamentales: a) que para perfeccionarse en las ciencias y en las artes, que son aquello a que los hombres deben dedicarse principalmente en la vida, no deben seguir otras luces que las de la razón humana; b) que para establecer buenas leyes sólo deben seguirse las reglas de la prudencia y de la sabiduría humana, es decir, las reglas de la probidad, de la justicia y de la equidad natural, sin entretenerse vanamente con lo que dicen unos impostores ni con lo que hacen algunos deícolas idólatras y supersticiosos, lo que procuraría a todos los hombres mil veces más bienes, más satisfacción y más reposo para el cuerpo y el espíritu de lo que lograrían hacer todas las falsas máximas y todas las prácticas vanas de sus supersticiosas religiones. Pero ya que nadie se atreve a hacer estos esclarecimientos a los pueblos o, mejor, ya que nadie se atreve a empezar a hacerlo o, incluso, puesto que las obras y los escritos de los que ya habrían querido emJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 31 prenderlo no aparecen públicamente en el mundo, que nadie los ve, que se suprimen intencionadamente y que se ocultan a propósito a los pueblos a fin de que no los vean ni descubran a través de ellos los errores, los abusos y las imposturas en que se les mantiene y que, al contrario, sólo se les muestran los libros y los escritos de una multitud de piadosos ignorantes o seductores hipócritas que bajo velo de piedad sólo se complacen en mantener e incluso multiplicar los errores y las supersticiones, además digo yo que es así y que aquéllos, que por su ciencia y por su cultura, serían los indicados para emprender y llevar a cabo felizmente para los pueblos un proyecto tan bueno y tan loable como sería el de desengañarlos de todos los errores y de todas las supersticiones, en las obras que dan al público sólo se dedican a favorecer, a mantener y a aumentar el número de errores y a agravar el número insoportable de supersticiones, en lugar de procurar abolirías y hacerlas despreciables, y sólo se dedican a halagar a los grandes, a prodigarles cobardemente mil alabanzas indignas en lugar de condenar sus vicios abiertamente y decirles generosamente la verdad; y ya que éstos no toman un partido tan bajo y tan indigno más que con intenciones bajas e indignas complacencias, o por motivos basados en algunos intereses particulares, como para hacerles mejor la corte y para hacerse más dignos ellos y sus familias o sus asociados, etc., trataré, a pesar de mi debilidad y del pequeño genio que pueda tener, aquí trataré, amigos míos, de descubriros ingenuamente las verdades que se os ocultan; trataré de haceros ver claramente la vanidad y la falsedad de todos estos supuestos misterios tan grandes, tan santos, tan divinos y tan temibles que se os hace adorar; como también la vanidad y la falsedad de todas estas pretendidas verdades tan grandes y tan importantes que vuestros sacerdotes, vuestros predicadores y vuestros doctores os obligan a creer tan indispensablemente, bajo pena, como ellos dicen, de condena eterna: trataré, digo, de haceros ver su vanidad y su falsedad. Que los sacerdotes, los predicadores, los doctores y que todos los hacedores de tales mentiras, de tales errores y de tales imposturas se escandalicen por ello y que se enojen tanto como quieran, tras mi muerte, que me traten si quieren de impío, de apóstata, de blasfemo y de ateo, que me injurien y me maldigan entonces tanto como quieran; no me preocupa nada, puesto que esto no me dará la menor inquietud del mundo; paralelamente que hagan entonces con mi cuerpo lo que Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 32 quieran, que lo desgarren, que lo despedacen en trozos, que lo cuezan o lo frían y que se lo coman incluso si quieren en la salsa que más les guste, no me apena nada; para entonces estaré fuera de sus garras, nada podrá darme miedo. Únicamente preveo que mis parientes y amigos, cuando esto ocurra, podrán disgustarse y apesadumbrarse al ver y oír todo lo que se pueda decir o hacer indignamente de mí o contra mí después de muerto. De buena gana les ahorraría este disgusto, efectivamente, pero esta consideración, por fuerte que sea, no me retendrá; el celo de la verdad y la justicia, el celo del bien público, así como mi odio y mi indignación al ver reinar en toda la tierra los errores y las imposturas de la religión, a la vez que el orgullo y la injusticia de los grandes, tan imperiosa y tiránicamente, pasarán en mí por encima de todas las demás consideraciones particulares, por fuertes que puedan ser. Por lo demás, amigos míos, no pienso que esta empresa deba hacerme tan odioso ni atraerme tantos enemigos como podría imaginarse; tal vez podría halagarme si este escrito con lo informal e imperfecto que es (por haberlo hecho aprisa y escrito con precipitación) pasara más lejos de vuestras manos y tuviera la suerte de hacerse público, y se examinaran bien todos mis sentimientos y todas las razones sobre las que se fundan, tal vez (al menos entre las personas cultas y honradas) tendría tantos aprobadores favorables como malos censores, Y desde ahora puedo decir que varios de los que por su rango, o por su carácter, o por su calidad de jueces y de magistrados, u otra, se vean obligados a condenarme exteriormente ante los hombres, me aprobarán interiormente en su corazón. TODAS LAS RELIGIONES NO SONMAS QUE ERRORES, ILUSIÓN E IMPOSTURAS Sabed pues, amigos míos, sabed que todo lo que se declara y todo lo que se practica en el mundo para el culto y la adoración de los dioses no son más que errores, abusos, ilusiones e imposturas; todas las leyes y las órdenes que se publican bajo el nombre y la autoridad de Dios, o de los dioses, verdaderamente sólo son invenciones humanas, al igual que todos estos bellos espectáculos de fiesta y de sacrificios, o de oficios divinos, y todas estas otras prácticas supersticiosas de religión y de devoción que se hacen en su honor; todas estas cosas, Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 33 repito, sólo son invenciones humanas que han sido, como ya he observado, inventadas por políticos refinados y astutos, cultivadas además y multiplicadas por falsos seductores e impostores, después recibidas ciegamente por ignorantes y luego, finalmente, mantenidas y autorizadas por las leyes de los príncipes y de los grandes de la tierra, que se han servido de esta clase de invenciones humanas para sujetar así con mayor facilidad a los hombres en general y hacer de ellos lo que quieran. Pero en el fondo todas estas invenciones no son más que infundios, como decía el señor de Montaigne (Essais), pues sólo sirven para contener el espíritu de los ignorantes y de los simples; los sabios no se sujetan, ni se dejan sujetar, porque en efecto sólo es de ignorantes y simples poner fe en ello y dejarse guiar así. Y lo que digo aquí en general de la vanidad y de la falsedad de las religiones del mundo, no lo digo únicamente de las religiones paganas y extrañas que ya consideráis falsas» sino lo digo igualmente de vuestra religión cristiana, porque, en efecto, no es menos vana ni menos falsa que cualquier otra, e incluso podría decir en un sentido que tal vez es más vana aún y más falsa que ninguna otra, porque no hay ninguna cuyos principios sean tan ridículos, ni tan absurdos, ni que sea tan contraria a la naturaleza misma y al sano juicio. Esto es lo que os digo, amigos míos, a fin de que en lo sucesivo no os dejéis engañar por las bellas promesas que se os hacen de las pretendidas recompensas eternas de un paraíso imaginario y que hagáis descansar también a vuestros espíritus y vuestros corazones contra todos los vanos temores que se os dan de los supuestos castigos eternos de un infierno que no existe; pues todo lo que se os dice de tan bello y tan magnífico de lo uno y de tan terrible y tan espantoso de lo otro no es más que fábula; no se puede esperar ningún bien ni temer ningún mal tras la muerte; aprovechad pues sabiamente el tiempo, viviendo bien y gozando sobria, pacífica y alegremente si podéis de los bienes de la vida y de los frutos de vuestros trabajos, pues es lo que os pertenece y el mejor partido que podéis tomar ya que la muerte, al poner fin a la vida, también pone fin a todo conocimiento y a todo sentimiento del bien y del mal. Pero como no es el libertinaje (como podría pensarse) lo que me hace entrar en estos sentimientos, sino que es únicamente la fuerza de la verdad y la evidencia del hecho lo que me hace convencerme de ello, y no pido ni quiero tampoco que nadie de vosotros, ni ningún otro, Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 34 me crea sólo por mi palabra en una cosa que sería de tan gran importancia, y deseo, por el contrario, haceros conocer por vosotros mismos la verdad de todo lo que acabo de decir mediante razones y mediante pruebas claras y convincentes voy a proponeros aquí algunas tan claras y convincentes como no pueda haber en ningún tipo de ciencia, y trataré de hacéroslas tan claras e inteligibles que por poco talento que tengáis comprenderéis sin dificultad que efectivamente estáis en el error y que se os imponen muchos con respecto a la religión y que todo lo que se os obliga a creer como fe divina no merece que le adhiráis ninguna fe humana. RAZONES POR LAS QUE LOS POLÍTICOS SE SIRVEN DE LOS ERRORES Y ABUSOS DE LAS RELIGIONES Conforme a esto, el gran cardenal de Richelieu hace observar en sus Reflexiones políticas que «los príncipes nunca son tan hábiles como para encontrar pretextos que hacen plausibles sus demandas, y como el de la religión —dice— causa mayor impresión sobre las almas que los demás, creen haber avanzado mucho cuando ello les permite satisfacer sus proyectos» (tom. 3, p. 31). «Bajo esta máscara — prosigue—, a menudo han ocultado sus pretensiones más ambiciosas» (aún habría podido añadir y sus más detestables acciones), y respecto a la conducta particular que Numa Pompilius observó para con sus pueblos, dice que «este rey no inventó nada mejor para hacer reconocer sus leyes y sus acciones al pueblo romano, que decirles que las hacía todas aconsejado por la ninfa Egeria, la cual le transmitía la voluntad de los dioses». En la Historia romana se indica que los principales de la ciudad de Roma, tras haber empleado inútilmente toda clase de artificios para impedir que el pueblo no se elevara a las magistraturas, «optaron finalmente por el recurso o el pretexto de la religión e hicieron creer al pueblo que tras haber consultado a los dioses en relación a este asunto, éstos habían testimoniado que era profanar los honores de la República comunicarlos al pueblo y que, siendo así, le suplicaban encarecidamente renunciar a esta pretensión, simulando desearlo más para la satisfacción de los dioses que Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 35 para su interés particular». Y la razón por la que todos los grandes políticos abusan así de los pueblos es, según su decir, tras el de Scerola, gran pontífice, y tras el de Warron, gran teólogo en su tiempo, porque es necesario, dicen, que los pueblos ignoren muchas cosas verdaderas y crean muchas falsas; y «el divino Platón —como hace observar el señor de Montaigne— dice abiertamente en su República que en provecho de los hombres a menudo es necesario mantenerlos sujetos» (Essais). Parece, no obstante, que los primeros inventores de estas santas y piadosas falacias todavía tenían al menos cierto resto de pudor y de modestia, o que todavía no se atrevían a llevar su ambición tan lejos como habrían podido llevarla, puesto que entonces se contentaban con atribuirse únicamente el honor de ser los depositarios y los intérpretes de las voluntades de los dioses, sin atribuirse mayores prerrogativas. Pero varios de los que les sucedieron llevaron mucho más lejos su ambición; habría sido demasiado poco para ellos decir únicamente que habrían sido enviados o inspirados por los dioses, se quisieron hacer dioses ellos mismos, o más bien alcanzaron este exceso de locura y presunción queriendo hacerse mirar y honrar como dioses. Antaño esto era bastante frecuente en los emperadores romanos, y entre otras cosas, en la Historia romana, se indica que el emperador Heliogábalo, el más disoluto, el más licencioso, el más infame y el más execrable que existió jamás, se atrevió, sin embargo, a hacerse elevar al rango de los dioses ya en vida, ordenando que entre los nombres de los demás dioses que los magistrados invocaban en sus sacrificios reclamasen también a Heliogábalo, que era un nuevo dios que Roma nunca había conocido. El emperador Domiciano tuvo la misma ambición; quiso que el senado le hiciera erigir estatuas todas de oro, y mandó también mediante ordenanza pública que todas las cartas y peticiones se le dirigieran a título de señor y dios. El emperador Calígula, que fue también uno de los más malvados, más infames y más detestables tiranos que hayan existido jamás, quiso igualmente ser adorado como un dios, hizo colocar sus estatuas frente a las de Júpiter y quitar la cabeza a varias de aquéllas para colocar la suya, e incluso envió su estatua para ser colocada en el templo de Jerusalén (Dic. Hist.). El emperador Commodus quiso ser llamado Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 36 Hércules, hijo de Júpiter, el más grande de los dioses, y a este fin a menudo se vestía con una piel de león sosteniendo entre sus brazos una maza, imitaba a Hércules, y con tal indumentaria rondaba día y noche matando a varias personas. Se han encontrado no sólo emperadores, sino también varios otros de menor calidad, e incluso hombres de baja extracción y de baja fortuna que han tenido esta insensata vanidad y esta insensata ambición de querer hacerse creer y hacerse estimar como dioses, y, entre otras cosas, se dice de un cierto Psaphón, libanés, hombre desconocido y de baja extracción, que habiendo querido pasar por un dios se le ocurrió esta astucia que le dio bastante buen resultado por cierto tiempo. Recogió varios pájaros de diversos lugares a los que enseñó con gran esmero a repetir estas palabras: «Psaphón es un gran dios, Psaphón es un gran dios.» Luego, tras haber soltado y puesto a sus pájaros en libertad, éstos se dispersaron por todas las provincias y lugares circunvecinos, unos por un lado y otros por otro, y se pusieron a decir y a repetir a menudo en sus gorjeos: «Psaphón es un gran dios, Psaphón es un gran dios.» De manera que los pueblos, al oír hablar así a este tipo de pájaros e ignorando la artimaña, empezaron a adorar a este nuevo dios y a ofrecerle sacrificios, hasta que al fin descubrieron la artimaña y cesaron de adorar a este dios (Dic. Hist.). También se dice que un cierto Annón, cartaginés, quiso a este mismo a servirse de una astucia semejante, pero no le dio tan buen resultado como a Psaphón porque sus pájaros, a los que había enseñado a decir estas palabras: «Annón es un gran dios, Annón es un gran dios», en cuanto los soltaron olvidaron las palabras que habían aprendido. El cardenal del Perron, si no me equivoco, habla de ciertos dos doctores en teología diciendo que uno creía ser el Padre eterno y el otro creía ser el Hijo de Dios eterno. Se podrían citar otros varios ejemplos de los que han sido tentados por semejante locura o semejante temeridad y, al parecer, el primer inicio de la creencia de los dioses sólo procede de que algunos hombres vanos y presuntuosos se han querido atribuir así el nombre y la cualidad de dios, lo que está muy de acuerdo con lo que se cuenta en el Libro de la Sabiduría con respecto al comienzo del reino de la idolatría y como puede verse extensamente en el capítulo 14 de dicho Libro de la Sabiduría. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 37 ORIGEN DE LA IDOLATRÍA Se dice que el primer inventor de estas falsas divinidades fue un tal Nisus, hijo de Bel, primer rey de los sirios, aproximadamente en la época del nacimiento del patriarca Isaac, por el año del mundo dos mil ciento uno, según los hebreos, el cual tras la muerte de su padre le erigió un ídolo, que después tomó el nombre de Júpiter, con la intención de ser adorado por todos como un dios, y de allí, se dice, provinieron todas las idolatrías que se extendieron en el mundo. Cecrops, primer rey de los atenienses, fue después el primero que invocó seguidamente a este Júpiter, ordenando hacerle sacrificios en sus Estados, y de este modo fue el autor de todas las demás idolatrías que se aceptaron después. Jano, que era un rey de Italia muy antiguo, según Macrobio, fue el primero que dedicó templos a los dioses y les hizo ofrecer sacrificios, y como era el primero que había dado a conocer algunos dioses a sus pueblos, tras su muerte fue asimismo reconocido por ellos y adorado como dios, de tal forma que los romanos no sacrificaban jamás a otro dios sin invocar primero a este Jano. Los mismos autores que nuestros cristícolas llaman santos y sagrados hablan aproximadamente de la misma manera respecto a la invención y al origen de todas estas falsas divinidades, y no sólo atribuyen su origen e invención a los hombres, sino que además dicen incluso que la invención y adoración de estas falsas divinidades son la causa, la fuente y el origen de todas las maldades que se han difundido en el mundo, pues se dice en su Libro del Génesis que fue un tal Enos, hijo de Seth, nieto de Adán según ellos, quien empezó a invocar el nombre de Dios, «iste coepit invocare namen Dominio (Gen. 426). Y en su Libro de la Sabiduría se dice expresamente que la invocación y el culto de los ídolos o de las falsas divinidades es el origen, la causa, el principio y el fin de todos los males que hay en el mundo: «Infandorum enim idolorum cultura, omnis mali causa est, et initium et finis» (Sap., 14.27). He aquí cómo estos pretendidos Libros santos hablan de la invocación de estas falsas divinidades y de su comienzo. «Un padre — indican—, hallándose extremadamente afligido por la muerte de su hijo, hizo reconstruir su imagen para tratar de consolarse de su pérdida mirando esta imagen que al principio consideraba sólo la imagen Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 38 de su hijo bienamado que la muerte le había arrebatado, pero poco después, habiéndose dejado cegar por un exceso de amor hacia este hijo y hacia la imagen y el retrato que había hecho esculpir, empezó a mirar y a adorar como a un dios lo que antes no veía sino como la imagen y el retrato de un hombre muerto, y ordenó a sus criados que lo honraran, le ofrecieran sacrificios y finalmente que le rindieran honores divinos. Esta práctica perjudicial, tras haberse difundido rápidamente y extendido por doquier, pasó muy pronto a ser una costumbre, el error particular se convirtió en un error público y finalmente esta costumbre pasó a ser fuerza de ley también, que fue confirmada y autorizada por los mandos de los príncipes y de los tiranos que obligaron a, sus súbditos a adorar las estatuas de los que colocaban o hacían colocar en el rango de los dioses, bajo rigurosas penas. »Esta idolatría —dicen los mismos Libros— se extendió tanto que los pueblos alejados del príncipe se hacían traer su imagen, consolándose de su ausencia mediante la presencia de su imagen, a la que rendían los mismos honores y las mismas adoraciones que habrían hecho a su príncipe de hallarse presente. La vanidad y la habilidad de los pintores y escultores —continúan los mismos Libros— no contribuyó al progreso de esta detestable idolatría, pues como trabajaban a porfía unos con otros para hacer bellas estatuas, la belleza de su trabajo atrajo a sus obras la admiración y la adoración de los débiles y de los ignorantes, de forma que los pueblos, de cuya simplicidad es fácil abusar, dejándose seducir tranquilamente por la belleza de la obra, imaginaban que una estatua hermosa sólo podía ser la representación de un dios y pensaban que aquel a quien hasta entonces sólo habían estimado como un hombre debía ser adorado y servido como un dios. He aquí —dicen estos Libros santos y sagrados de nuestros propios cristícolas— cómo la idolatría, que es la vergüenza y el oprobio de la razón humana, ha penetrado en el mundo mediante el interés de los obreros, mediante la adulación de los súbditos, mediante la ignorancia de los pueblos y la vanidad de los príncipes y reyes de la tierra que, al no poder detentar su autoridad dentro de unos límites justos, han dado el nombre de dios a unos ídolos de piedra y de madera, o a ídolos de oro y de plata, en honor de cuyos ídolos celebraban fiestas llenas de extravagancias y de locuras y en las que ofrecían sacrificios Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 39 inhumanos, inmolándoles cruelmente a sus propios hijos, y llamaban paz a la ignorancia en que se hallaban, aunque ésta los hiciera más miserables y más desdichados de lo que hubiera podido hacerlos la guerra más encarnizada, tot et tanta mala pacem appellant.» Finalmente, estos mismos Libros de la Sabiduría dicen: «El culto y la adoración de estos ídolos detestables es la causa, el comienzo, el progreso y la cumbre de todos los vicios y de toda clase de maldades (Infandorum enim indolorum cultura omnis mali causa est, et, initium et finís») (Sao. 14.27). Todos estos testimonios que acabo de referir nos hacen ver claramente no sólo que todas las religiones que existen o han existido en el mundo no son ni han sido jamás otra cosa que invenciones humanas, sino que además nos hacen ver claramente que todas las divinidades que se adoran sólo son fabricadas e inventadas por los hombres y que los mayores males de la vida proceden todos de la misma adoración de estas falsas divinidades, omnis malí causa est et initium et finis. Y lo que aún confirma más esta verdad es que en ninguna parte se ve ni se ha visto jamás que alguna divinidad se haya mostrado a los hombres pública y manifiestamente, ni que alguna divinidad se haya dado jamás por sí misma alguna ley manifiesta y públicamente, ni haya hecho precepto u orden alguna. «Mirad —dice el señor de Montaigne— el registro que la filosofía ha llevado desde hace varios millares de años respecto a los asuntos celestes y divinos: los dioses, dice, nunca han actuado ni nunca han hablado más que a través de los hombres, e incluso a través de algún hombre particular únicamente, y además en secreto y como a escondidas, y frecuentemente durante la noche, a través de la imaginación y en sueños» (Essáis), como se indica claramente en los Libros de Moisés, acogidos y aprobados por nuestros cristícolas. He aquí cómo hacen hablar a su Dios: «Si hay algún profeta entre vosotros —dice Dios—, me apareceré a él durante la noche y le hablaré en sueños (sí quis fuerit ínter vos propheta dominí, ín visione apparebo ei, vel per somnium loquar ad illum)» (Num., 12.6). Fue así, efectivamente, como habló a Samuel cuando lo llamó (1 Reg., 3.4); Tal como está indicado, apareció y habló a varios otros, si se quiere creer a nuestros supersticiosos deícolas y cristícolas, que cantan en una de sus solemnidades estas palabras que extraen de su Libro de la Sabiduría: «Durante la noche, Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 40 cuando todo se halla en silencio, vuestra Palabra, Señor, se oye de lo alto de los cielos (Dum enim medium silentium tenerent omnía, et nox in suo cursu médium iter haberet, omnipotens sermo tuus de caelis a regalibus sedibus venit)-» (Sap. 18.15). Pero si fueran verdaderamente dioses quienes hablasen así a los hombres, como se quisiera hacernos creer, ¿por qué fingirían ocultarse siempre así al hablarles?, y ¿por qué, por el contrario, no manifestarían más bien por doquier su gloria, su poder, su sabiduría y su autoridad suprema? Si hablan no es, o al menos no debe ser, más que para hacerse oír, y si quieren dar leyes, preceptos y órdenes a los hombres debe ser para que se sigan y observen, ¿y para esto hace falta que hablen en secreto y a escondidas? ¿Necesitan para ello el órgano y el ministerio de los hombres a tal punto que no podrían prescindir de ellos? ¿No saben hablar y hacerse oír por sí mismos a todos los hombres? ¿No pueden publicar sus leyes, ni hacerlas observar inmediatamente por sí mismos? Si es así, esto ya es una señal muy evidente de su debilidad y de su impotencia, puesto que no pueden prescindir del auxilio de los hombres en lo que les atañe de tan cerca. Y si lo que ocurre es que no quieren o no se dignan mostrarse ni hablar manifiesta y públicamente a los hombres, esto supone querer darles todo motivo de desconfianza, supone querer darles todo motivo para dudar de la verdad de su palabra, pues todas estas pretendidas visiones y revelaciones nocturnas de las que nuestros idólatras deícolas se halagan, ciertamente son demasiado sospechosas y están demasiado sujetas a ilusiones para que merezcan que se ponga fe en ellas y no es creíble que unos dioses que fueran absolutamente buenos y honestos quisieran jamás servirse de una vía tan sospechosa y tan equívoca como ésta para dar a conocer sus voluntades a los hombres. Y esto no sólo sería querer darles lugar a dudar de la verdad de sus palabras, sino que incluso sería querer darles todo motivo para dudar de su propia existencia y darles motivo para creer que ni siquiera son ellos mismos, como efectivamente ellos no son nada, pues no es creíble, si hubiera verdaderamente dioses, que quisieran soportar que tantos impostores abusaran de sus nombres y de su autoridad para engañar con absoluta inmunidad a los hombres. Por lo demás, si sólo se tratara de unos simples particulares quienes dijeran que Dios se les ha aparecido en secreto o en sueños, y que les Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 41 ha hablado y les ha revelado en secreto tales o cuales misterios, o que les ha dado en secreto tales o cuales leyes y órdenes, si sólo se tratara de simples particulares quienes dijeran esto e incluso supusieran aun, si fuera necesario, algunos pretendidos milagros para que sus palabras fueran creídas, es claro y evidente que no habría ningún impostor que no pudiera hacer lo mismo en su favor y que no pudiera decir con la misma seguridad que los otros que habrían tenido visiones y revelaciones del Cielo, que Dios les habría hablado y que les habría revelado todo cuanto quisieran hacer creer a los demás; así, los que pretenden haber tenido revelaciones secretas de los misterios, de las leyes, de las órdenes o de las voluntades de Dios o de los dioses si se quiere, no son creíbles por lo que dicen y no merecen siquiera ser escuchados por lo que dicen, porque no es creíble, como he dicho, que los dioses que fueran perfectamente buenos y honestos, como se supone, quisieran servirse de una vía tan sospechosa y tan equivoca como ésta para dar a conocer sus voluntades a los hombres. Pero cómo, se dirá, ¿cómo es posible que tantos errores y tantas imposturas hayan podido extenderse tan generalmente por todo el mundo? y ¿cómo han podido mantenerse tanto tiempo y tan fuertemente en el espíritu de los hombres? En efecto, sería motivo de sorpresa más que suficiente para aquéllos que sólo saben juzgar las cosas humanas por el exterior y no ven todos los resortes ocultos que los hacen mover, pero para aquellos que saben juzgar de otro modo y que miran las cosas de cerca, que ven jugar los resortes de la política más refinada de los hombres y que conocen los subterfugios y artificios de que son capaces de servirse los impostores para alcanzar sus objetivos, ya no es un motivo de sorpresa; están desengañados de todos sus refinamientos y de todas sus sutilidades. Por una parte, saben lo que el orgullo y la ambición son capaces de hacer en el espíritu de los hombres; por otra, saben que los grandes de la tierra encuentran siempre suficientes aduladores, que mediante cobardes complacencias aprueban todo lo que hacen y todo lo que tienen por objeto hacer; saben que los impostores y los hipócritas emplean toda clase de subterfugios y artificios para conseguir sus fines. Y, finalmente, saben que los pueblos, al ser débiles e ignorantes como son, no podrían ver ni descubrir por sí mismos las trampas y los artificios de los que se sirven para engañarlos y que no podrían resis- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 42 tir contra el poder de los grandes, los cuales les obligan a doblegarse como quieren bajo el peso de su autoridad. Y justamente a través de estos medios, es decir, mediante la autoridad de los grandes, las cobardes complacencias de los aduladores, mediante los subterfugios y artificios de los impostores y de los embaucadores, y a causa de la ignorancia y de la debilidad de los pueblos, todos los errores, todas las idolatrías y todas las supersticiones se han extendido en la tierra, y por estos mismos medios se mantienen y se fortalecen aún todos los días cada vez más. Pero nada es tan favorable a la impostura y a su progreso en el mundo como esta ávida curiosidad que los pueblos tienen por lo común de oír hablar de cosas extraordinarias y prodigiosas y esta gran facilidad que tienen para creerlas, pues como se ve que les gusta oír hablar de ellas, que las escuchan con asombro y con admiración y que miran todas estas cosas como verdades constantes, los hipócritas por su lado y los impostores por el suyo se complacen en forjarles fábulas y en contarles tantas como quieren. (...). Al comienzo de la Iglesia cristiana, los encantadores y los heréticos la perturbaban mucho mediante diversas imposturas, dice al autor de las Crónicas. Sería demasiado largo referir aquí infinidad de otros testimonios semejantes; lo que acabo de deciros basta para haceros ver claramente que todas las religiones verdaderamente sólo son invenciones humanas y, por consiguiente, que todo lo que enseñan y obligan a creer como sobrenatural y divino no es más que error, mentira, ilusión e impostura; errores en los que creen con demasiada ligereza cosas que no existen ni han existido jamás, o que son de otra manera de lo que creen; ilusiones en los que se imaginan ver u oír cosas que no son; mentiras en los que hablan de esta clase de cosas contra su propia ciencia y conocimiento; y, finalmente, imposturas en los que las inventan y propalan, a fin de imponerlas y hacerlas creer a los demás, lo que es tan cierta y evidentemente verdad que nuestros idólatras deícolas y nuestros mismos cristícolas no podrían estar en desacuerdo, porque también ellos reconocen, cada uno por su parte y de común consentimiento, que efectivamente todas las demás religiones que no sea la suya no son más que errores, ilusión, engaños e imposturas. Así, como podéis ver, al reconocerse como falsas la mayor parte de religiones, no se trata pues ahora más que de saber si en tan gran número de falsas sectas y falsas religiones como hay en el mundo no hay al menos alguna que sea verdadera y que pueda aseguJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 43 rarse que sea más verdadera que las demás y ser verdaderamente de institución divina. Pero como no hay ninguna secta particular de religión que no pretenda estar enteramente exenta de todos los errores, de todas las ilusiones, de todos los engaños y de todas las imposturas que se encuentran en las demás, incumbe a cada uno de los que pretenden establecer o mantener la verdad de su secta hacer ver que es verdaderamente de institución divina, y es lo que deben hacer ver cada uno de ellos respectivamente por su parte mediante pruebas y mediante testimonios tan claros, tan seguros y tan convincentes que no se pueda dudar de ello razonablemente, puesto que si las pruebas y los pretendidos testimonios que podrían dar no fueran tales, siempre serían sospechosos de errores, ilusiones y engaño, y, por consiguiente, no serían testimonios suficientes de verdades y nadie estaría obligado a poner fe en ello, de manera que si alguno de los que dicen que su religión es de institución divina no pudiera dar de ello pruebas y testimonios claros, seguros y convincentes; es una prueba segura, clara y convincente de que no hay ninguna que sea verdaderamente de institución divina y, por consiguiente, habría que decir y tener por cierto que no son toda sino invenciones humanas llenas de errores, ilusiones y engaños, pues no se puede creer ni presumir que un Dios todopoderoso, y que fuera como se dice infinitamente bueno e infinitamente sabio, hubiera querido dar leyes y órdenes a los hombres y no hubiera querido que llevaran señales y testimonios más seguros y más auténticos de verdad que las de los impostores que se encuentran en el mundo en tan gran número. Luego no hay ninguno de nuestros deícolas ni de nuestros cristícolas, de cualquier banda, secta o religión que sean, que puedan hacer ver, mediante pruebas claras, seguras y convincentes, que su religión es verdaderamente de institución divina. Y la prueba evidente de esto es que después de tanto tiempo y de tantos siglos que se debaten y disputan a este respecto unos contra otros, e incluso hasta perseguirse a fuego y sangre para el mantenimiento de sus opiniones, no ha habido aún parte de entre ellos que haya podido convencer y persuadir a las otras partes adversas, mediante tales testimonios de verdad, lo que ciertamente no pasaría si hubiera razones de una parte o de otra, es decir, pruebas y testimonios claros, seguros y convincentes de una Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 44 institución divina. Pues, como no hay nadie de ningún partido, ni de ninguna secta de religión (digo nadie que sea honesto e ilustrado y que actúe de buena fe), como no hay, digo, nadie así que pretenda apoyar o favorecer el error y la mentira y que, por el contrario, cada uno pretende por su parte sostener la verdad, la verdadera manera de barrer todos los errores y reunir a todos los hombres en paz en los mismos sentimientos y en una misma forma de religión, sería producir estas pruebas y estos testimonios claros, seguros y convincentes de la verdad y hacerles ver por esta vía que tal o cual religión es de institución divina verdaderamente y ninguna otra. Entonces cada uno, o al menos todas las personas honestas, se rendirían a estos claros y convincentes testimonios de verdad y nadie osaría empezar a combatirlos ni a sostener el partido del error y de la impostura sin ser al mismo tiempo confundido por estos testimonios claros, seguros y convincentes de una verdad contraria. Pero como estos pretendidos testimonios de institución divina, claros, seguros y convincentes, no se encuentran en ninguna religión ni se encuentran más en un lado que en otro, esto es lo que da lugar á los impostores a inventar y a sostener atrevidamente toda clase de mentiras y de imposturas; es lo que hace que aquellos que los creen ciegamente se obstinen tan fuertemente, cada uno por su parte, en la defensa de su religión, y al mismo tiempo es una prueba clara y convincente de que todas sus religiones son falsas y que no hay ninguna que sea verdaderamente de institución divina, y, por consiguiente, he tenido razón al deciros, amigos míos, que todas las religiones que hay en el mundo no son más que invenciones humanas y que todo lo que se dispensaba y lo que se practicaba en el mundo para el culto y la adoración de los dioses no era más que fruto del error, abuso, vanidad, ilusión, engaño, mentira e impostura. He aquí la primera prueba que había de daros, la cual es ciertamente en su género la más clara, la más fuerte y la más convincente que pueda haber. Pero he aquí aún otras que no serán menos convincentes y que no me harán ver menos claramente la falsedad de las religiones, y particularmente la falsedad de nuestra religión cristiana, pues como es por ésta, amigos míos, por la que se os mantiene cautivos en mil tipos de errores y de supersticiones, y que yo desearía poder desengañaros y poder ayudaros á tranquilizar vuestros espíritus Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 45 y vuestras conciencias contra los falsos temores y contra las falsas esperanzas que se os dan de los bienes o de los males de otra pretendida vida que no existe, me dedicaré principalmente a haceros ver claramente la vanidad y la falsedad de vuestra religión, lo que bastará para desengañaros al mismo tiempo de todas las demás, puesto que al ver la falsedad de la vuestra, que se os hace creer tan pura, tan santa y tan divina, juzgaréis con bastante facilidad la vanidad y la falsedad de todas las demás. L A RELIGIÓN NO ES MÁS QUE UNA FUENTE Y UNA CAUSA FATAL DE PERTURBACIONES Y DIVISIONES ETERNAS ENTRE LOS HOMBRES. Esta fe o esta creencia ciega que ponen por fundamento de su doctrina y de su moral, no sólo es un principio de errores, ilusiones, mentiras e imposturas, sino que además es una fuente funesta de perturbaciones y divisiones eternas entre los hombres, pues como no es por razón sino más bien por terquedad y por obstinación que unos y otros se aferran a la creencia de sus religiones y de sus pretendidos santos misterios y creen ciegamente cada uno por su parte estar al menos tan bien fundados unos como otros en su creencia y en el mantenimiento de su religión, y que esta creencia ciega que cada uno tiene por su parte de la pretendida verdad de su religión les obliga a considerar falsas todas las demás religiones, e incluso les obliga a mantener a cada uno la suya, con peligro de sus vidas y de sus fortunas y a expensas de todo lo que podrían tener de más querido: es el hecho por el cual no pueden ponerse de acuerdo entre sí con respecto a sus religiones y nunca lo lograrán; asimismo es lo que causa perpetuamente entre ellos, no sólo disputas y contiendas verbales, sino también perturbaciones y divisiones funestas; es también por lo mismo que todos los días se ve cómo se persiguen unos a otros a fuego y sangre para el mantenimiento de sus insensatas y ciegas creencias o religiones, y que no hay males ni maldades que no se ejerzan unos contra otros bajo este bello y falaz pretexto de defender y mantener la pretendida verdad de sus religiones. ¡Qué locos son todos ellos! Ved lo que dice el señor de Montaigne a este respecto: «No hay —dice— hostilidad tan excelente como la cristiana; Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 46 nuestro celo —dice— es maravilloso cuando va secundando nuestra propensión al odio, la crueldad, la avaricia, la detracción, la rebelión... A contrapelo —dice— a la verdad, la benignidad, la temperancia, si como por milagro —dice—, una rara complexión no lleva a uno a esto, no saca raja. Nuestra religión —prosigue— parece estar hecha para extirpar los vicios, los oculta, los alimenta y los incita» (Essais). En efecto, no se ven guerras tan sangrientas ni tan crueles como las que se hacen por un motivo o por un pretexto religioso, pues para entonces cada uno se entrega ciegamente con celo y con furor y cada uno procura hacer de su enemigo un sacrificio a Dios, según este dicho de un poeta que dice muy bien: «Inde furor vulgi, quod numina vicinorun odit quisque locus, cum solos credat, habendos, esse deos, quos ipse colit» (Juv. Sat. 15.36). «Qué es lo que los hombres no hacen —dice M. de la Bruiere— por la causa de la religión, de la que están tan poco persuadidos y que practican tan mal», en el capítulo de los Espíritus fuertes. Este argumento me parece completamente evidente hasta aquí; así pues no es tan creíble que un Dios todopoderoso, que fuera infinitamente bueno e infinitamente honesto, quisiera servirse jamás de un medio semejante, ni de una vía tan fraudulenta como aquélla, para establecer sus leyes y sus órdenes, o para hacer conocer sus voluntades a los hombres, pues manifiestamente esto sería querer inducirlos al error y querer tenderles trampas, para hacerles tomar partido por la mentira antes que por la verdad, lo que ciertamente no es creíble de un Dios todopoderoso que fuera infinitamente bueno e infinitamente honesto. Paralelamente no es creíble que un Dios, que amase la unión y la paz y que amase el bien y la salvación de los hombres, tal como sería un Dios infinitamente perfecto, infinitamente bueno e infinitamente honesto y que nuestros cristícolas mismos califican Dios de paz, Dios de amor, Dios de caridad, Padre de misericordia y Dios de todos los consuelos... etc. (2 Cor. 1,3), no es creíble, insisto, que un Dios semejante hubiera querido jamás establecer y poner por fundamento de su religión, una fuente tan fatal y tan funesta de perturbaciones y divisiones eternas entre los hombres como es esta creencia ciega de la que acabo de hablar, la cual sería mil veces más funesta de lo que Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 47 fue jamás esta manzana de oro fatal que la diosa Discordia arrojó maliciosamente a la asamblea de los dioses en las bodas de Peleas y Tetís que fue la causa desdichada de la ruina de la ciudad y del reino de Troya, según el decir de poetas fabulosos. Luego religiones que tienen por fundamento de sus misterios y que toman como regla de su doctrina y de su moral una creencia ciega que es un principio de errores, de ilusiones y de imposturas y que sigue siendo una fuente fatal de perturbaciones y divisiones eternas entre los hombres no pueden ser verdaderas, ni haber sido verdaderamente instituidas por Dios. Y ya que todas las religiones tienen por fundamento de sus misterios y toman por regla de su doctrina y de su moral una creencia ciega, corno acabo de demostrar, se deduce evidentemente que no hay ninguna verdadera religión, ni siquiera religión que sea verdaderamente de institución divina, y, por consiguiente, he tenido razón al decir que todas ellas no eran más que invenciones humanas y que todo aquello que nos quieren imbuir de los dioses, de sus leyes, de sus órdenes, de sus misterios y de sus pretendidas revelaciones, sólo son errores, ilusiones, mentiras e imposturas. Todo esto se concluye por sí solo. Pero me doy perfecta cuenta de que nuestros cristícolas no dejarán de recurrir aquí a sus pretendidos motivos de credibilidad y dirán que aunque su fe y su creencia sea ciega en un sentido, no deja de estar apoyada y confirmada por testimonios veraces tan claros, tan seguros y tan convincentes que no sólo sería una imprudencia, sino también una temeridad y una obstinación e incluso una insensatez enorme no querer rendirse a ella. De ordinario reducen todos estos pretendidos motivos de credibilidad a tres o cuatro fundamentales. El primero, lo extraen de la pureza y de la pretendida santidad de su religión que condena, como ellos dicen, todos los vicios y que recomienda la práctica de todas las virtudes; su doctrina es tan pura y tan santa, según ellos, que visiblemente ésta no puede venir más que de la pureza y de la santidad de un Dios infinitamente perfecto. El segundo motivo de credibilidad lo extraen de la inocencia y de la santidad de vida de aquellos que la han abrazado primero con amor, de aquellos que la han anunciado con tanto celo, que la han mantenido con tanta constancia y que la han defendido tan generosamente exponiendo la vida hasta la efusión de su sangre e incluso hasta paJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 48 decer la muerte y los tormentos más crueles, antes que abandonarla, no siendo pues creíble, dicen nuestros cristícolas, que tan grandes personajes, tan santos, tan honestos y tan iluminados, se hubieran dejado engañar en su creencia o que hubieran querido renunciar como han hecho a todos los placeres, a todas las ventajas, a todas las comodidades de la vida y exponerse además a sí mismos a tantas penas y trabajos e incluso a persecuciones tan rigurosas y crueles, para mantener solamente errores, ilusiones o imposturas. Su tercer motivo de credibilidad lo extraen de las profecías y de los oráculos que en diferentes épocas y desde hace tanto tiempo se han proferido a su favor y a favor de su religión, oráculos y profecías que, por lo que ellos pretenden, se encuentran tan manifiesta y evidentemente cumplidos en su religión, que no es posible dudar que estos oráculos y profecías no procedan verdaderamente de una inspiración y una revelación toda divina, no habiendo más que un solo Dios que pueda prever con tanta claridad y seguridad el futuro y predecir con tanta seguridad las cosas futuras. Finalmente su cuarto motivo de credibilidad y que es como el principal de todos, se extrae de la grandeza y de la multitud de milagros y prodigios extraordinarios y sobrenaturales que han sido hechos en todos los tiempos y en todos los lugares, a favor de su religión, como son, por ejemplo, devolver la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el habla a los mudos, hacer andar a los cojos, curar a los paralíticos, a los endemoniados, y, generalmente, curar toda clase de enfermedades y dolencias en un instante y sin aplicar ningún remedio natural, incluso resucitar a los muertos, y, en definitiva, hacer toda clase de obras milagrosas y sobrenaturales, que sólo pueden hacerse mediante un poder divino; milagros y prodigios que son, como dicen nuestros cristícolas, motivos y testimonios tan claros, tan seguros, tan convincentes de la verdad de su creencia y de su religión que no hace falta buscar más para persuadirse enteramente de la verdad de su religión, de modo que consideran no sólo una imprudencia, sino también una obstinación y una temeridad e incluso una gran locura pensar únicamente en querer contradecir tan claros y tan convincentes testimonios de verdad. «Es una gran locura —decía un famoso personaje entre ellos—, es una gran locura no creer en el Evangelio, cuya doctrina es tan pura y Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 49 tan santa, cuya verdad ha sido publicada por personajes tan grandes, tan doctos y tan santos, que ha sido firmada con la sangre de tan gloriosos mártires, que ha sido abrazada por tantos doctores piadosos y sabios, y que, finalmente, ha sido confirmada por tan grandes y prodigiosos milagros que sólo pueden haber sido hechos por un Dios todopoderoso» (Pico de la Mirándola). En cuya ocasión otro famoso personaje entre ellos dirigía audazmente estas palabras a su Dios: «Señor —le decía—, si lo que creemos de vos es error sois vos mismo quien nos habéis engañado; pues todo cuanto creemos —decía— ha sido confirmado por tan grandes y prodigiosos milagros, que no es posible creer que hayan sido hechos por otro que vos. DEBILIDAD Y VANIDAD DE LOS PRETENDIDOS MOTIVOS DE CREDIBILIDAD, PARA ESTABLECER NINGUNA VERDAD RELIGIOSA Pero es fácil refutar todos estos vanos razonamientos y hacer ver claramente la vanidad de todos estos supuestos motivos de credibilidad, y de todos estos supuestos milagros tan grandes y prodigiosos que nuestros cristícolas llaman testimonios claros y seguros de la verdad de su religión. Pues, primero, es un error evidente pretender que argumentos y pruebas que pueden igual y tan fácilmente servir para establecer o confirmar la mentira y la impostura, como para establecer o confirmar la verdad, puedan ser testimonios seguros de la verdad. Luego, los argumentos y pruebas que nuestros cristícolas extraen de sus pretendidos motivos de credibilidad, pueden igual y tan fácilmente servir para establecer y confirmar la mentira y la impostura, como para establecer y confirmar la verdad. Prueba de lo cual es que efectivamente no hay religiones, por falsas que sean, que no pretendan apoyarse sobre semejantes motivos de credibilidad, ni hay ninguna que no pretenda tener una doctrina sana y verdadera, no hay ninguna que al menos no pretenda a su manera condenar todos los vicios y recomendar la práctica de todas las virtudes, no hay ninguna que no haya tenido doctos y celosos defensores, que han sufrido rudas persecuciones e incluso la muerte, para el manJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 50 tenimiento y la defensa de sus religiones. Y finalmente no hay ninguna que no pretenda tener milagros y prodigios que han sido hechos en su favor. Los mahometanos, por ejemplo, los alegan a favor de su falsa religión, así como los cristianos a favor de la suya; los indios los alegan a favor de la suya y todos los paganos alegan también una infinidad a favor de sus falsas religiones, testigo todas estas pretendidas metamorfosis maravillosas y milagrosas de las que habla Ovidio, metamorfosis que son como tantos milagros grandes y prodigiosos que se habrían hecho a favor de las religiones paganas. Si nuestros cristícolas se amparan de los oráculos y de las profecías que pretenden haberse realizado a su favor, a favor de su religión, ocurre lo mismo en las religiones paganas y así la ventaja que se podría esperar poder extraer de estos pretendidos motivos de credibilidad se encuentra casi de igual modo en toda clase de religiones; esto es lo que ha dado lugar al juicioso señor de Montaigne a decir que «todas las apariencias son comunes a todas las religiones, esperanza, confianza, acontecimientos, ceremonias, penitencias, mártires..., etc.» (Essais). «Dios —dice— recibe y toma en su origen el honor y la reverencia que los hombres le rinden, bajo cualquier rostro, bajo cualquier nombre, de la manera que sea. Este celo —dice— ha sido universalmente visto desde el cielo con buen ojo. Todas las políticas —agrega— han sacado fruto de sus devociones, los hombres, las acciones impías, han tenido por doquier sucesos convenientes. Las historias paganas reconocen —dice— la dignidad, orden, justicia de los prodigios y de los oráculos empleados para su provecho e instrucción, en sus religiones fabulosas (Essais). Augusto —dice—, como ya he observado, tuvo más templos que Júpiter y fue servido con igual religión y creencia de milagros» (Id.). En Delfos, ciudad de Beocia, antaño había un templo muy célebre dedicado a Apolo, donde éste profería sus oráculos y por esto era frecuentado por todas las partes del mundo, enriquecido y ornado con infinitas plegarias y ofrendas de un gran valor (Dic. Hist.). Paralelamente, en Epidauro, ciudad del Peloponeso, en Dalmacia, había antaño un templo muy célebre dedicado a Esculapio, dios de la medicina, donde éste profería sus oráculos y donde los romanos acudieron a él cuando se hallaron afligidos por la peste, haciendo transJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 51 portar a este dios en forma de dragón a su ciudad de Roma y en su templo de Epidauro se veían infinidad de cuadros en los que se representaban las curas y las curaciones milagrosas que se decía que había hecho... (Dict. Hist.). Y varios otros ejemplos parecidos, que sería demasiado largo referir aquí. Siendo así, como lo demuestran todas las historias y la práctica de todas las religiones se deduce que todos estos supuestos motivos de credibilidad, de los que nuestros cristícolas tanto quieren valerse, generalmente se encuentran en todas las religiones, y, por consiguiente, no pueden servir de pruebas, ni de testimonios seguros de la verdad de su religión, como tampoco de la verdad de ninguna otra. La consecuencia de ello es clara y evidente. TRES ERRORES FUNDAMENTALES DE LA MORAL CRISTIANA Destaco particularmente tres. El primero es que ésta hace consistir la perfección de la virtud y el mayor bien o ventaja del hombre en el amor y en la búsqueda de dolores y sufrimientos. [...] El segundo error de su moral consiste en que ésta condena como vicios y como crímenes dignos de punición eterna, no sólo las obras, sino también los pensamientos, los deseos y los afectos de la carne, que son lo más natural, lo más conveniente y lo más necesario para la conservación y la multiplicación del género humano, pues ésta los condena absolutamente y los considera como vicios y como crímenes dignos de castigos eternos en todos aquellos y aquellas que no están unidos legítimamente por los lazos del matrimonio según sus leyes y sus prescripciones. Lo que ésta entiende no sólo por la unión carnal y efectiva del macho y de la hembra, sino también por todas las acciones y contactos lascivos incluso por todos los deseos, por todos los afectos, por todas las miradas que tiendan voluntariamente a este fin, pensamientos, deseos o afectos, todos los cuales considera, digo, como crímenes dignos de punición eterna, siguiendo esta máxima de Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 52 su Dios Cristo que ha dicho que cualquiera que mire una mujer con la intención o el deseo de gozar de ella ya ha cometido el adulterio en su corazón, y ya es culpable de este crimen («jam moechatus est eam corde suo») (Mat., 528). De manera que siguiendo esta máxima, la religión cristiana, que se cree la más pura y la más santa, considera pecados mortales dignos de castigos eternos del infierno, no sólo como acabo de decir, todas las acciones y todos los contactos lascivos, sino también todos los deseos, todos los pensamientos, todas las miradas y todas las palabras que tiendan voluntariamente a este fin, en aquellos, como he dicho, y en aquellas que no estén unidos legítimamente según sus leyes y sus prescripciones. El tercer error de su moral consiste en que ésta aprueba y recomienda la práctica y la observancia de ciertas máximas y casi de ciertos preceptos, que tienden manifiestamente al derrocamiento de la justicia y de la equidad natural, y que tienden manifiestamente también a favorecer a los malos y a hacer oprimir a los buenos y a los débiles. [.:.] Es un error decir que la perfección de la virtud consistiría en el amor y en la búsqueda de dolores y sufrimientos; pues es como si se dijera que la mayor perfección de la virtud consistiría en amar ser miserable y desdichado, es como si se dijera que la mayor perfección de la virtud consistiría en amar y en buscar lo que fuera más contrario a la naturaleza y lo que incluso tendiera a su destrucción; pues no puede negarse que los dolores y los sufrimientos, que el hambre y la sed, que las injurias y las persecuciones no sean contrarias a la naturaleza y que todas estas cosas no tiendan además a su destrucción. Así, es manifiestamente un error y es además una locura decir que la perfección de la virtud consistiría en amar y en buscar lo que sería contrario a la naturaleza y lo que incluso tendiera a su destrucción. Y también es manifiestamente un error y una locura decir que el mayor bien, y la mayor dicha del hombre consistiría en llorar y gemir, en ser pobre y desdichado, en tener hambre y en tener sed..., etc. Y por consiguiente es un error decir que la perfección de la virtud y que el mayor bien del hombre consistiría en el amor y en la búsqueda de sufrimientos. [...] Paralelamente es un error de la moral cristiana condenar, como ella hace, todos los placeres naturales del cuerpo y no sólo, como he diJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 53 cho, las acciones y las obras naturales de la carne, sino también todos los deseos y todos los pensamientos voluntarios de gozar de él, si no es, como dicen, en un matrimonio legítimo hecho según sus leyes y sus prescripciones. Es, digo, un error en esta moral mirar todas estas cosas como acciones y como pensamientos criminales y dignos de punición eterna. Pues como no hay nada más natural y más legítimo que esta inclinación que lleva naturalmente a todos los hombres a esta propensión, de alguna forma supone condenar la naturaleza misma y a su autor (si ésta tuviera otro que ella misma), el condenar como viciosa y como criminal en los hombres y en las mujeres una inclinación que les es tan natural y que además les viene del fondo más íntimo de su naturaleza. ¡Cómo, Dios! ¿Cómo un Dios infinitamente bueno querría, por ejemplo, hacer arder eternamente en las llamas del infierno a unos jóvenes solamente por haber pasado unos momentos de placer juntos, por haber seguido esta dulce propensión de la naturaleza y por haberse abandonado a una propensión que Dios mismo les habría impreso tan fuertemente en su naturaleza o incluso solamente por haber consentido o haberse complacido en pensamientos, en deseos o en movimientos carnales que Dios mismo habría formado y excitado en ellos? Esto es enteramente ridículo y absurdo y es indigno tener solamente tales pensamientos de un Dios y de un Ser que fuera infinitamente bueno e infinitamente perfecto; el solo pensamiento de una crueldad tal produce horror (meminisse horret animus). Y así es manifiestamente un error en la moral cristiana condenar, como ella hace, en los hombres, pensamientos, deseos e inclinaciones que les son tan naturales, que son tan legítimos y tan necesarios para la conservación y la multiplicación del género humano y es un error considerarlos como inclinaciones viciosas y como vicios dignos de punición y reprobación eterna. Sin embargo, no digo esto para aprobar, ni para favorecer de ninguna manera el libertinaje de aquellos o aquellas que se abandonen indiscretamente o excesivamente a esta inclinación animal y condeno sus excesos y sus desenfrenos, al igual que toda otra clase de excesos y de desenfrenos y no pretendo excusar ni a aquellos ni aquellas que se exponen indiscretamente a perder su honra o a incurrir en algunas otras desgracias enojosas para tener tal placer, ni tampoco excusar a Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 54 aquellos y aquellas que por una conducta sospechosa dieran lugar o motivo a hablar mal o a pensar mal de ellos, por cuanto a este respecto, así como en muchas otras cosas, hay que conformarse a las leyes, a las costumbres y usos del país en que se vive; entre nosotros el matrimonio entre parientes y parientas próximos está absolutamente prohibido, sería un crimen doble unirse carnalmente con una parienta próxima, al menos si se hiciera sin permiso y sin dispensa legítima; en otra parte esto está comúnmente permitido e incluso sería un deber de piedad y de justicia, que perfeccionaría el matrimonio, mediante este doble vínculo de amor que procedería del parentesco y de la unión conyugal, según lo que dice un poeta, de algunas naciones en que esto se hace comúnmente: ...Gentes esse feruntur In quibus et nato genitrix, et nata parenti Jungitur, et pietas gemínalo crescit amare. (OVIDIO, L. 3.31) Lo mejor, pues, en esto para todo particular es seguir prudencialmente las leyes y las costumbres de su país, sin hacer hablar mal ni pensar mal de sí, según esta otra máxima de nuestros propios cristícolas que dicen que si estáis en Roma, hagáis como en Roma y que si estáis en otra parte, hagáis como en otra parte. Si fueris Romae, Romano vivito more. Si fueris alibi vivito sicut ibi. Pero decir que este tipo de acciones, de deseos o de pensamientos y complacencias sean crímenes dignos de castigos eternos y suplicios eternos como enseñan la religión y la moral cristiana, es un error que no es creíble y es indigno pensar que una bondad suprema quisiera castigar a los hombres tan rigurosamente por cosas tan vanas y ligeras. Prudentes, no obstante, son aquellos que pueden contenerse y que no siguen ciegamente ni indiscretamente esta dulce y violenta propensión de la naturaleza. Y prudente era aquel que en relación a ello decía que no compraba tan caro un arrepentimiento (non emo tanti poenítere). Pero necios también, en mi opinión, son aquellos que por beatería y por superstición no se atreverían a probar al menos algunas veces lo que es. Todavía habría varias cosas que decir sobre esto, pero lo que acabo de decir basta para poner de manifiesto el Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 55 error de la moral cristiana al respecto. He aquí otro error de esta moral cristiana; enseña que es preciso amar a sus enemigos, que no hay que vengarse de las injurias, y que tampoco hay que resistir a los malos. Sino que por el contrario hay que bendecir a los que nos maldicen, hacer el bien a quienes nos hacen el mal, dejarnos despojar cuando se nos quiere coger lo que tenemos y sufrir siempre pacíficamente las injurias y los malos tratos que se nos hacen..., etc. Es, digo, un error o más bien son errores enseñar tales cosas y querer hacer seguir y practicar tales máximas de moral, que son tan contrarias al buen y legítimo gobierno de los hombres. Así, estas máximas son enteramente contrarias a todo lo que acabo de decir, pues es evidentemente del derecho natural, del sano juicio, de la justicia y de la equidad natural conservar nuestra vida y nuestros bienes contra aquellos que quieran arrebatárnoslos injustamente. Y como es natural odiar el mal, también es natural odiar a los que nos hacen el mal injustamente. Así, las susodichas máximas de la moral cristiana van directamente contra todos estos derechos naturales y tienden manifiestamente al derrocamiento de la justicia, a la opresión de los pobres y de los débiles y son contrarias al buen gobierno de los hombres: recuerdo haber leído en alguna parte que fue por una razón semejante que el emperador Julián, llamado el Apóstata, abandonó la religión cristiana, no pudiendo persuadirse de que una religión que por sus preceptos y máximas morales tendía al derrocamiento de la justicia y de la equidad natural pudiera ser verdadera o pudiera ser verdaderamente de institución divina. [...] Verdad es que algunas veces se dan ciertos casos o ciertas ocasiones en las que valdría más soportar pacíficamente algunas ofensas, algunos agravios, algunas injurias y algunas injusticias, que desear vengarse y en las cuales valdría más ceder algo a los malos, que no querer cederles nada jamás. Se sabe que en estas circunstancias, lo prudente es escoger un mal menor, para evitar uno mayor; es preciso comprar la paz, cuando no se puede tener de otro modo. Pero decir generalmente, siguiendo las máximas de la moral cristiana, que hay que soportarlo todo de los malos, que hay que dejarse despojar, dejarse maltratar, dejarse aplastar, dejarse desgarrar y, si la ocasión se Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 56 presentara, dejarse quemar todos vivos y que aun pese a ello es preciso amar a los malos y hacerles el bien, y todo ello bajo pretexto de una mayor perfección de virtud y con la esperanza vana y engañosa de una mayor recompensa eterna que no vendrá jamás. Son errores ridículos y absurdos, errores contrarios al sentido común, contrarios a la naturaleza, contrarios al sano juicio, nocivos para las personas de bien, y perjudiciales para el Estado y para el buen gobierno de los hombres, el cual exige que las personas de bien se mantengan en paz y que los malos sean severamente reprimidos y castigados por sus maldades. ALGUNOS ABUSOS QUE LA RELIGIÓN CRISTIANA SOPORTA O AUTORIZA Abuso concerniente a esta enorme desproporción de estado y condición de los hombres, todos iguales por naturaleza El primero de esta enorme desproporción que se ve por doquier en los diferentes estados y condiciones de los hombres; en virtud de los cuales, unos aparecen no haber nacido más que para dominar tiránicamente a los demás y para tener sus placeres y sus satisfacciones en la vida, y, los otros, por el contrario, parecen no haber nacido más que para ser viles, miserables y desdichados esclavos y para gemir toda su vida en la pena y la miseria. Desproporción que es completamente injusta y odiosa; injusta porque no se funda de ningún modo en el mérito de unos, ni en el desmerecimiento de otros, y odiosa porque por un lado no sirve más que para inspirar y mantener el orgullo, la soberbia, la ambición, la vanidad, la arrogancia y la altivez en unos y por otro lado no hace más que engendrar odios, envidias, cóleras, deseos de venganza, quejas y murmuraciones, pasiones todas que inmediatamente son la fuente y la causa de una infinidad de males y de maldades que se hacen todos los días en el mundo, los cuales ciertamente no existirían si los hombres establecieran entre ellos una justa proporción de estados y de condiciones, y tal como se requeriría para establecer y guardar entre ellos una subordinación justa, en lugar de dominar tiránicamente unos sobre otros. Todos los hombres son iguales por naturaleza, todos tienen igual Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 57 derecho a vivir y a andar sobre la tierra, igual derecho a gozar en ella de su libertad natural y a participar de los bienes de la tierra, trabajando útilmente unos y otros para tener las cosas necesarias o útiles para la vida; pero como viven en sociedad, y una sociedad o comunidad de hombres no puede estar bien regulada, ni mantenerse en buen orden, sin que haya alguna dependencia y alguna subordinación entre ellos, es absolutamente necesario para el bien de la sociedad humana que haya entre los hombres una dependencia y una subordinación de unos a otros; pero también es preciso que esta dependencia y esta subordinación de unos a otros sea justa y bien proporcionada, es decir, que no debe llegar al punto de elevar demasiado a unos y rebajar demasiado a otros, ni a halagar demasiado a unos ni a pisar demasiado a otros, ni a dar demasiado a unos, ni a dejar nada a otros, ni finalmente a colocar todos los bienes y todos los placeres en un lado y a colocar en el otro todas las penas, todas las preocupaciones, todos los pesares y todos los sinsabores; por cuanto una dependencia y subordinación tales serían manifiestamente injustas y odiosas y contra el derecho de la naturaleza misma. [...] Es pues manifiestamente un abuso y una injusticia manifiesta querer sobre un fundamento y pretexto tan vano y tan odioso establecer y mantener una desproporción tan extraña y tan odiosa entre los diferentes estados y condiciones de los hombres, que, como puede verse, sitúa toda la autoridad, todos los bienes, todos los placeres, todas las satisfacciones, todas las riquezas e incluso la ociosidad del lado de los grandes, de los ricos y de los nobles y sitúa del lado de los pobres pueblos todo lo que hay de penoso y desagradable, a saber la dependencia, las preocupaciones, la miseria, las inquietudes y todas las penas y fatigas del trabajo; desproporción que es tanto más injusta y odiosa para los pueblos en la medida que los sume a una entera dependencia de los nobles y de los ricos y que por así decir los hace sus esclavos, hasta verse obligados a soportar no sólo todos sus acertijos insulsos, sus desprecios y sus injurias, sino también sus vejaciones, sus injusticias y sus malos tratos. […..] Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 58 ORIGEN DE LA NOBLEZA Todos los días se ven las vejaciones, las violencias, las injusticias y los malos tratos que hacen a los pobres pueblos;2 no se contentan con tener por doquier los primeros honores, ni tampoco de tener por doquier las casas más bellas, las tierras más hermosas y las herencias más cuantiosas, sino que todavía es preciso que procuren obtener mediante el refinamiento y la sutilidad o mediante la violencia lo que tienen los demás; es preciso que se hagan pagar derechos, y que se hagan hacer trabajos que no merecen, y que se hagan rendir servicios que no les son debidos; no se quedan contentos si no se les cede y entrega todo lo que piden, y si no ven a todos arrastrarse debajo suyo. No hay gentilastros ni hidalgos de gotera por insignificantes que sean, que no quieran ser temidos y obedecidos por los pueblos, que no exijan de ellos cosas injustas, y que no estén a cargo del público, que no procuren siempre usurpar algunas cosas de unos u otros, y que no procuren sacarlas por donde puedan. Se tiene razón al comparar a esta gente con parásitos, pues al igual que el piojo es un mal bicho que no hace más que incomodar, comer y roer continuamente el cuerpo de los que están infectados de él, de igual modo esta gente no hace más que inquietar, atormentar, comer y roer a los pobres pueblos; estos pobres pueblos serían dichosos si no fueran incomodados por este insecto perjudicial, pero cierto es que seguirán siendo desdichados hasta que no se desprendan de él. Se os habla, amigos míos, se os habla de diablos, se os atemoriza incluso con el solo nombre de diablo, porque se os hace creer que estos diablos son lo más malvado y más espantoso de ver que existe, que son los mayores enemigos de los hombres y que lo único que persiguen es perderlos y hacerlos eternamente desdichados con ellos en los infiernos. Pero sabed, amigos míos, que vosotros no debéis temer diablos más verdaderos y malvados que esta gente de la que acabo de hablar, pues verdaderamente no debéis temer mayores ni 2 Erganes, rey de Etiopía dio muerte a todos los sacerdotes de Júpiter en una ciudad de su país y abolió el sacerdocio, por cuanto habían llenado la ciudad de errores y supersticiones. Dic Hist. El Rey de Babilonia hizo lo mismo con lo sacerdotes de Bel. (Dan. 14,- 20,21) Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 59 más malvados adversarios y enemigos que los grandes, los nobles y los ricos de la tierra puesto que efectivamente son ellos quienes os pisan, os roban, quienes os oprimen, quienes os atormentan y quienes os hacen desdichados como sois. Y así nuestros pintores se forjan ilusiones y se engañan, cuando sobre sus cuadros nos representan los diablos como monstruos espantosos de ver, se engañan, digo, y os engañan, al igual que vuestros predicadores, cuando en sus prédicas os los representan tan feos, tan horrendos, tan deformes y tan espantosos de ver; unos y otros más bien debieran representarnos tal como son todos estos bellos señores, los grandes y los nobles, y tal como son todas estas bellas damas y señoritas que veis tan engalanadas, tan bien puestas, tan bien engarzadas, tan bien empolvadas, tan bien perfumadas y tan resplandecientes de oro y plata y de piedras preciosas. Pues éstos y aquéllas son, como he dicho, los verdaderos diablos y las verdaderas diablas, puesto que son además vuestros peores enemigos, vuestros peores adversarios y quienes os causan el mayor daño. Los diablos que vuestros predicadores y vuestros pintores os describen y os representan, unos en sus discursos y otros a través de sus cuadros, bajo formas y figuras tan feas y tan horribles, ciertamente no son más que diablos imaginarios que sólo podrían dar miedo a los niños y a los ignorantes, que sólo podrían causar daños imaginarios a quienes los temen. Pero estos otros diablos y diablas de señoras y señores, los grandes y nobles de que hablo, ciertamente no son diablos o adversarios únicamente imaginarios, sino que son diablos y adversarios realmente visibles, y que saben verdaderamente hacerse temer, y los males que causan a los pueblos son verdaderamente reales y sensibles. Es, pues, una vez más un abuso, y además un abuso muy grande ver, como se ve, una desproporción tan inaudita y tan enorme entre los diferentes estados y condiciones de los hombres; y como la religión cristiana soporta y aprueba e incluso autoriza una desproporción tan enorme, tan injusta y tan odiosa de estados y condiciones entre los hombres, es una prueba bastante evidente de que ésta no procede de Dios, y que no es de institución divina, puesto que el sano juicio nos hace ver evidentemente que un Dios que fuera infinitamente bueno, infinitamente sabio e infinitamente justo, no querría establecer ni Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 60 autorizar y mantener una injusticia tan grande y tan clamorosa. […] Segundo abuso: soportar y autorizar tantos estados y condiciones de gente ociosa, cuyos empleos y ocupaciones no son de ninguna utilidad en el mundo, y que varios utilizan para pisar, robar, arruinar y oprimir a los pueblos Un segundo abuso que reina entre los hombres, y particularmente en nuestra Francia, es que se soporta, se mantiene e incluso se autoriza varios otros tipos de condiciones de personas que no son de ninguna necesidad, ni de ninguna utilidad en el mundo; y no sólo se soporta y autoriza a personas que no son de ninguna utilidad, sino peor aún, se soporta e incluso se autoriza también a varios otros tipos de personas, cuyos empleos no tienden ni sirven más que para pisar, robar y oprimir a los pueblos, lo que sigue siendo manifiestamente un abuso, puesto que todas estas personas se hallan injusta e inútilmente a cargo del público, y va contra la razón y contra la justicia querer cargar a los pueblos con fardos rudos y pesados, y querer además exponerlos a las vejaciones injustas de aquellos cuya razón de ser fuera causarles males. Luego, que haya entre los hombres, como he dicho, varios tipos de condiciones de personas que no son de ninguna necesidad ni de ninguna verdadera utilidad en el mundo; y varios incluso cuyos empleos no se hallan sino a cargo de los buenos pueblos; esto no se da sólo manifiestamente en una infinidad de canallas de uno y otro sexo, cuyo oficio es pordiosear y mendigar muellemente su pan; mientras que debieran tratar, como pudieran, de hacer algún trabajo útil y honesto. Sino que además esto se da en infinidad de ricos holgazanes, que bajo pretexto de que tienen abundante o suficientemente con qué vivir, de lo que ellos llaman sus rentas o réditos anuales, no se dedican a ningún trabajo, ni a ningún negocio o ejercicio útil, sino que viven en una continua ociosidad, sin tener otras preocupaciones ni ocupaciones que las de jugar, pasear, divertirse, beber, comer, dormir y procurarse sus placeres y sus satisfacciones en la vida. Es manifiesto que todas estas personas, pordioseros o ricos holgazanes, no son de ninguna utilidad en el mundo, y al no ser de ninguna verdadera utilidad en el mundo, hace falta necesariamente que se Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 61 hallen a cargo del público, puesto que no viven ni subsisten más que del trabajo de los demás; así, es manifiestamente un abuso soportar y autorizar tal ociosidad y tanta holgazanería en unos hombres. Y es un abuso soportar que estas personas que no hacen nada y que no quieren hacer nada, se hallen a cargo del público. Mucho más juiciosamente se ordenaba antaño entre los egipcios que cada cual fuera a declarar ante el magistrado, de qué arte y profesión vivía o pretendía vivir, y si se descubría que alguno mentía o vivía de otra cosa que no fuera un trabajo justo y honesto, era severamente castigado. [...] ABUSO POR SOPORTAR Y AUTORIZAR A TANTOS ECLESIÁSTICOS Y FUNDAMENTALMENTE A TANTOS MONJES INÚTILES Este abuso se da bastante manifiestamente también en una cantidad prodigiosa de eclesiásticos y sacerdotes inútiles ya sean seculares o regulares, como son infinidad de señores abates, señores priores y señores canónigos, y, particularmente, en una cantidad prodigiosa de monjes y monjas que se ven por todos lados en la iglesia romana, pues ciertamente todas estas personas no son de ninguna necesidad, ni de ninguna verdadera utilidad en el mundo excepto, sin embargo, los obispos y los curas o vicarios de parroquias. Pues aunque sus funciones de obispos y de curas sean completamente vanas e inútiles, no obstante, como están establecidos y son propuestos para enseñar las buenas costumbres y todas las virtudes morales, así como para enseñar y mantener los errores y las supersticiones de una religión falsa, no se los debe considerar completamente inútiles, puesto que es preciso que en todas las repúblicas bien reguladas haya maestros que enseñen la virtud y que instruyan a los hombres en las buenas costumbres así como en las ciencias y en las artes, y, de este modo, los obispos y los curas o sus vicarios al estar encargados como dicen del gobierno espiritual de las almas y de la preocupación de instruir a los pueblos en las buenas costumbres, así como en las vanas supersticiones de su religión, se puede decir que de algún modo trabajan para el bien público, y, en este sentido, tienen algún derecho a vivir y a ser mantenidos con los bienes públicos. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 62 Pero todos estos otros sacerdotes, beneficiarios, todos estos abates y priores, todos estos canónigos y capellanes, y, particularmente, además todas estas mascaradas de monjes y monjas, que son de tantas clases, y se encuentran en tan gran número en la Iglesia romana y anglicana; ¿de qué necesidad o de qué utilidad son en el mundo? ¡De ninguna! ¿Qué servicios rinden al público? ¡Ninguno! ¿Qué funciones ejercen en las parroquias? Ninguna. Sin embargo, todos éstos son los que tienen mejores rentas y los que están mejor provistos de todos los bienes y de todas las comodidades de la vida, son los que están mejor alojados, mejor arropados, mejor vestidos, mejor reconfortados, mejor alimentados y los menos expuestos a las injurias y a las inclemencias del tiempo y de las estaciones, no se encuentran como los demás, fatigados por las penas del trabajo, no son atizados como ellos por las aflicciones y miserias de la vida, «In laboribus hominum non sunt, et cum hominibus non flagellabantur» (PsaL, 72.5). Si alguna vez caen enfermos, son socorridos con tanta | rapidez y esmero en sus necesidades, que el mal casi no tiene tiempo de dañarlos, y, lo que hay aún de más particular con respecto a los monjes, es que pese a hacer votos de pobreza y de renuncia al mundo, a todas sus pompas y a todas sus vanidades, y pese a hacer profesión de vivir en la mortificación del cuerpo y del espíritu, y en continuos ejercicios de penitencia, sin embargo, no dejan de vivir bastante agradablemente en el mundo, no dejan de poseer las riquezas y los bienes, y de tener agradablemente todas las comodidades de la vida. Por lo que también sus conventos son como casas señoriales o como palacios principescos, sus jardines son como paraísos terrestres, donde se encuentran toda clase de flores y toda clase de frutos agradables a la vista y al paladar, sus cocinas están siempre abundantemente provistas de todo lo que puede satisfacer su gusto y su apetito, tanto de carne como de pescado según el tiempo y las estaciones, y según la institución de sus órdenes. Poseen granjas considerables por doquier, que les dan elevadas rentas, sin que hagan el menor esfuerzo para hacerlas valer con sus manos; perciben infinidad de buenos diezmos en la mayor parte de parroquias, y a menudo incluso gozan de los derechos de los señores, de manera que tienen la dicha de cosechar abundante y felizmente, sin pena y sin trabajo, allí donde no han sembrado nada; y tienen la dicha de recoger copiosamente, allí donde Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 63 no han difundido nada; todo lo cual, los hace tan ricos sin hacer nada, que todos pueden vivir perfectamente a su antojo y cebarse muellemente en una dulce y piadosa ociosidad. Qué abuso ver y soportar así personas tan inútiles en el mundo. [….] Que los hombres se apropien cada uno en particular de los bienes de la tierra, en lugar de poseerlos y gozarlos en común, de donde nacen infinidad de males y miserias en el mundo Otro abuso aún y que casi universalmente se admite y autoriza en el mundo, es la apropiación particular que los hombres se hacen de los bienes y de las riquezas de la tierra, mientras que todos deberían por un igual poseerlos en común, y gozar de ellos también por un igual todos en común; entiendo todos aquéllos de un mismo lugar, y de un mismo territorio, de manera que todos aquellos y aquellas que son, por ejemplo, de una misma ciudad, de una misma aldea, de un mismo pueblo, o de una misma parroquia y comunidad, no formasen todos juntos más que una misma familia, mirándose y considerándose todos unos a otros como hermanos y hermanas, y por consiguiente que deberían vivir pacíficamente, y en común, teniendo todos una alimentación igual o parecida, y estando todos bien vestidos por un igual, bien alojados por un igual, y bien descansados y bien reconfortados por un igual, pero aplicándose también todos por un igual a la tarea, es decir, al trabajo o a algún empleo útil y honesto, cada cual según su profesión o según lo que fuera más necesario o más conveniente hacer según el tiempo y las estaciones, y según la necesidad que se pueda tener de ciertas cosas, y todo esto bajo la guía, no de aquellos cuya razón de ser fuera querer dominar imperiosa y tiránicamente a los demás, sino solamente bajo la guía y dirección de aquellos que fueran los más competentes y los mejor intencionados para el progreso y para el mantenimiento del bien público; teniendo también cada cual por su parte, en todas las ciudades y otras comunidades vecinas unas a otras, gran cuidado en hacer alianzas entre ellas, y en guardar inviolablemente la paz y la buena unión entre ellas, con el fin de ayudarse y socorrerse mutuamente unas a otras en la necesidad; sin lo cual el bien público no puede subsistir de ningún modo, y necesariamente la mayoría de los hombres tienen que ser miserables y desdichados. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 64 Pues en primer lugar, ¿qué sucede tras esta división particular de los bienes y de las riquezas de la tierra, para que los particulares gocen de ellos, cada cual con independencia de los demás, como bien les parece? Lo que sucede es que cada uno se apresura a poseer todo cuanto puede por todo tipo de vías, buenas o malas, pues la codicia que es insaciable y que, como se sabe, es la raíz de todos los vicios, y de todos los males, viendo por así decir por allí, una especie de puerta abierta para el cumplimiento de sus deseos, no deja de aprovechar la ocasión, y hace hacer a los hombres todo cuanto pueden para tener abundancia de bienes y de riquezas, tanto con el fin de ponerse a cubierto de toda indigencia, como con el fin de tener a través de ello el placer y la satisfacción de gozar de todo cuanto desean: de donde se deriva que aquellos que son los más fuertes, los más astutos, los más sutiles, y a menudo también los más malos y los más indignos, son los que poseen más bienes de la tierra, y los mejor provistos de todas las comodidades de la vida. De allí se deriva que unos tienen más, otros menos, y a menudo incluso que unos lo cogen todo y no dejan nada o casi nada a los demás, y, por consiguiente, que unos son ricos y otros pobres, que unos están bien alimentados, bien vestidos, bien alojados, bien arropados, bien descansados y bien reconfortados, mientras que los demás están mal alimentados, mal vestidos, mal alojados, mal descansados y mal reconfortados e incluso mientras que varios ¡no tendrían siquiera lugar para retirarse, languidecerían de hambre y se hallarían todos ateridos y consumidos de frío! De allí se deriva que unos se sacian y se hartan de beber y de comer comida exquisita, mientras que los demás se mueren de hambre. De allí se deriva que unos están casi siempre alegres y gozosos, mientras que los demás están continuamente enlutados y tristes. De allí se deriva que unos reciben honores y gloria, mientras que los demás son siempre despreciados y en la escoria: pues los ricos son siempre bastante honrados y considerados en el mundo, pero de ordinario a los pobres sólo se les desprecia. De allí se deriva que unos no tienen otra cosa que hacer en la vida que descansar, beber y comer hasta la saciedad, y engordarse así en una dulce y blanda ociosidad, mientras que los demás se agotan traJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 65 bajando, no tienen descanso ni de día ni de noche, y sudan sangre y agua para hacer llegar las cosas necesarias a la vida; de allí se deriva que los ricos encuentran en sus enfermedades y en todas sus otras necesidades, todos los socorros, todas las asistencias, todas las dulzuras, todos los consuelos y todos los remedios, que humanamente pueden encontrarse, mientras que los pobres permanecen abandonados en sus enfermedades y en sus miserias, y mueren por carecer de ayuda y remedios, sin dulzuras ni consuelos en sus aflicciones y en sus males. Y finalmente de allí se deriva que unos se hallan siempre en la prosperidad, en la abundancia de todos los bienes, en los placeres y en la alegría, como en una especie de paraíso, mientras que los demás por el contrario se hallan siempre en las penas, en los sufrimientos, en las aflicciones y en todas las miserias de la pobreza como en una especie de infierno. Y lo que todavía es más particular a este respecto es que a menudo no hay más que un espacio muy pequeño entre este paraíso y este infierno, pues a menudo no hay más que el ancho de una calle o el espesor de una muralla o de una pared entre los dos, puesto que a menudo las casas o las moradas de los ricos, donde se encuentran todos los bienes en abundancia, y donde se encuentran las joyas y las delicias de un paraíso, se hallan muy cerca de las casas o de las moradas de los pobres, donde se encuentra la indigencia de todos los bienes, y donde se encuentran todas las penas y todas las miserias de un verdadero infierno. Y lo que todavía es más indigno y más odioso de todo esto es que a menudo los que más merecerían gozar de las dulzuras y de los placeres de este paraíso, son también aquellos que sufren las penas y los suplicios del infierno, y que aquéllos por el contrario que más merecerían sufrir las penas y las miserias de este infierno, son los que gozan más tranquilamente de las dulzuras y de los placeres de este paraíso. En definitiva las personas buenas a menudo sufren en este mundo las penas que deberían sufrir los malos, y los malos gozan ordinariamente de los bienes, de los honores y de las satisfacciones que sólo corresponderían a las personas buenas. Pues el honor y la gloria sólo deberían pertenecer a las personas buenas; como la vergüenza y la confusión y el desprecio sólo debieran pertenecer a los Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 66 malos y a los viciosos (Rom., 2.7.10). Sin embargo, en el mundo acontece de ordinario lo contrario, lo que es manifiestamente un abuso muy grande y una injusticia clamorosa y esto es sin duda lo que ha dado lugar a un autor que ya he citado a decir que estas cosas son trastocadas por la malicia de los hombres, o que Dios no es Dios. Pues no es creíble que un Dios todopoderoso, infinitamente bueno e infinitamente sabio quisiera soportar tal trastorno de la justicia. No es todo; se desprende todavía de este abuso de que hablo que los bienes, al estar tan mal repartidos entre los hombres, unos teniéndolo casi todo, o teniendo mucho más de lo que les haría falta para su justa porción, y otros al contrario no teniendo nada o casi nada, y careciendo de la mayoría de cosas que les serían necesarias o útiles; de esto se desprende, digo, que nacen en primer lugar los odios y las envidias entre los hombres. De allí nacen después las murmuraciones, las quejas, las perturbaciones, las sediciones, las revueltas y las guerras que causan una infinidad de males entre los hombres. De allí nacen también miles y miles de ruines o malos procesos que los particulares se hallan obligados a tener unos contra otros para defender sus bienes o para mantener sus derechos, como ellos pretenden; procesos que además les dan miles de penas corporales y miles de inquietudes espirituales, y con bastante frecuencia causan la ruina entera de unos y de otros. De allí se desprende también que aquellos que no tienen nada o que no tienen todo lo necesario que les haría falta se hallan como coaccionados y obligados a usar innumerables medios indignos para tener con qué subsistir; o para tener con qué sostener su estado, y de allí vienen los fraudes, los engaños, los artificios, las injusticias, las vejaciones, las rapiñas, los robos, los hurtos, el pillaje, los homicidios y los asesinatos que siguen causando infinidad de males entre los hombres. DE LOS GRANDES BIENES Y GRANDES VENTAJAS QUE LOS HOMBRES RECUPERARÍAN SI VIVIERAN PACÍFICAMENTE TODOS, GOZANDO EN COMÚN DE LOS BIENES Y COMODIDADES DE LA VIDA Si los hombres poseyeran y gozaran igualmente en común, como he dicho, de los bienes, de las riquezas y de las comodidades de la vida, si todos se ocuparan unánimemente de ejercicios honestos y útiles, o Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 67 de algún trabajo útil y honesto del cuerpo o del espíritu, y si repartieran justamente entre sí los bienes de la tierra, así como los frutos de sus trabajos y de su industria, todos podrían vivir felices y contentos, pues la tierra produce casi siempre lo suficiente e incluso más que suficiente para alimentarlos y mantenerlos, si siempre hicieran un buen uso de sus bienes, y es muy raro cuando la tierra deja de producir lo necesario para la vida; y de este modo cada cual tendría lo suficiente para vivir pacíficamente, a nadie le faltaría lo que le fuera necesario, a nadie le costaría tener para sí ni para sus hijos de qué vivir; a nadie le costaría saber dónde alojarse ni dónde dormir él y sus hijos, pues cada cual encontraría seguramente, abundantemente, fácilmente y cómodamente todo esto en una comunidad bien regulada, y de este modo nadie tendría que hacer uso del fraude, ni de refinamientos ni engaños para sorprender a su prójimo. Nadie tendría que hacer existir procesos para defender sus bienes. Nadie tendría que hacer existir la envidia contra su prójimo, ni estar envidiosos unos contra otros, puesto que todos estarían más o menos en la misma igualdad. Nadie tendría que hacer pensar en ir a hurtar lo que los otros tuvieran, nadie tendría que hacer ir a matar ni a asesinar a nadie para arrebatarle la bolsa y el dinero, o sus bienes, ya que esto no le serviría de nada en sus manos; nadie tendría que hacer matarse, por decir así, a sí mismo de trabajo y fatiga, como hacen ahora una infinidad de pobres personas que se hallan como obligados a matarse de trabajo, a matarse de penas y fatigas para tener mezquinamente de qué vivir y de qué socorrer los gastos y las tasas que se les exige rigurosamente. Nadie, repito, tendría que hacer matarse así de penas y de fatigas, ya que cada cual ayudaría de su parte a llevar las penas del trabajo, y nadie disminuiría inútilmente en la ociosidad mientras los otros se dedicaran útilmente a trabajar. ¿Os asombráis, amigos míos? ¿Os asombráis, pobres pueblos, de padecer tanto mal y tantas penas en la vida? Es que lleváis solos todo el peso del día y del calor, como estos obreros de los que se habla en una parábola de vuestros Evangelios. Es que vosotros y todos vuestros semejantes cargáis con todo el fardo del Estado, cargáis no sólo con todo el fardo de vuestros reyes y de vuestros príncipes, que son vuestros tiranos, sino que además cargáis con todo el fardo de la nobleza, con todo el fardo del clero, cargáis con el fardo de toda la frai- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 68 lería y de todas las personas de justicia, cargáis con todos los lacayos y con todos los palafreneros de los grandes y con todos los servidores y sirvientes de los demás, cargáis con toda la gente de guerra, con todos los recaudadores, con todos los guardias de sal y de tabaco, 3 y finalmente con todos los holgazanes y personas inútiles que hay en el mundo, pues toda esa gente no vive sino de vuestros penosos trabajos; con vuestros trabajos proveéis de todo lo que es necesario para su subsistencia y no sólo de todo lo que les es necesario para esto, sino también de todo lo que puede servir para sus diversiones y sus placeres. ¿Qué sería, por ejemplo, de los más grandes príncipes y mayores potentados de la tierra si los pueblos no los sostuvieran?; sólo extraen su grandeza, todas sus riquezas y todo su poder de los pueblos (a los que, sin embargo, atienden muy poco), y, en una palabra, si no sostuvierais su grandeza no serían más que hombres débiles y pequeños como vosotros, no tendrían más riquezas que vosotros, si no les dierais las vuestras, y tampoco tendrían más poder ni más autoridad que vosotros, si no quisierais someteros a sus leyes y a sus voluntades. Si toda esta gente de la que acabo de hablar compartiera con vosotros la pena del trabajo y os dejaran igualmente como a ellos una porción conveniente de estos bienes que ganáis y conseguís tan abundantemente con el sudor de vuestras frentes, estaríais mucho menos cargados y mucho menos fatigados. Y, por otro lado, también tendríais mucho más descanso y dulzura en la vida de lo que tenéis. Pero no, toda la pena es para vosotros y para vuestros semejantes, y todo el beneficio es para los demás, aunque sean quienes menos lo merezcan, y es por esto que los pobres pueblos sufren tantos males y tantas penas en la vida. «Se ve —dice el señor de la Bruiere en sus Caracteres (en el cap. de las costumbres)—, se ve —dice— a ciertos animales huraños, machos y hembras, esparcidos por el campo, negros y lívidos y todos quemados por el sol, pegados a la tierra, que escarban y remueven con una obstinación invencible, tienen como una voz articulada, y cuando se ponen de pie muestran un aspecto humano, y efectivamen3 Funcionarios encargados de reprimir el contrabando de sal y tabaco. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 69 te son hombres, por la noche se retiran en guaridas, donde viven de pan negro, de agua y raíces, ahorran a los demás hombres el trabajo de sembrar y de labrar, y de cosechar para vivir, y merecen así — dice— no carecer de este pan que han sembrado y han producido con tantos sufrimientos.» Sí, ciertamente merecen no carecer de él, e incluso merecerían ser los primeros en comerlo y tener la mejor parte, como también tener la mejor parte de este buen vino que producen con tantos sufrimientos y fatigas. Pero, ¡ay!, crueldad inhumana y detestable, los ricos y los grandes de la tierra les arrebatan la mejor parte de los frutos de sus penosos trabajos y no les dejan, por así decir, más que la paja de este buen grano y el poso de este buen vino que producen con tantos sufrimientos y trabajo. El autor que he citado no dice esto, pero lo da a entender bastante claramente. En definitiva, si todos los bienes fueran gobernados y dispensados sabiamente, nadie tendría que temer para sí ni para los suyos la dieta ni la pobreza, puesto que todos los bienes y las riquezas serían iguales para todo el mundo, lo que ciertamente sería el mayor bien y la mayor dicha que podría acontecer a los hombres. Paralelamente, si los hombres no se detuvieran, como lo hacen, en estas vanas e injuriosas distinciones de familias, y entre familias, y si se miraran unos a otros como hermanos y hermanas, tal como deberían hacerlo, siguiendo los principios de su religión, ninguno de ellos podría prevalerse ni alardear de pertenecer a un origen mejor ni más noble que sus compañeros y, por consiguiente, no tendrían oportunidad para despreciarse unos a otros ni hacerse reproches injuriosos unos a otros respecto a su origen o su familia, sino que cada cual sería apreciado según su propio mérito personal y no según el mérito imaginario de un supuesto origen mejor o más noble, lo que también sería un bien enorme entre los hombres. Paralelamente, si los hombres, y en particular nuestros cristícolas, no hicieran los matrimonios indisolubles entre sí, como ocurre, y si, por el contrario, dejaran siempre libre entre ellos la unión y la amistad conyugal sin constreñir a unos ni a otros, es decir, sin constreñir a hombres ni mujeres a permanecer toda su vida inseparablemente juntos, contra sus inclinaciones, ciertamente no se verían tan malos matrimonios ni tan malos hogares como hay entre ellos y no habría tanta discordia ni disensiones como hay entre los maridos y las mujeres; Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 70 no tendrían que acabar todos los días en los reproches, ni en las injurias, ni en los malos tratos como hacen muy a menudo unos para con otros; no tendrían que encolerizarse tan a menudo unos con otros; no tendrían que prodigarse tantas maldiciones unos a otros; no tendrían que pegarse ni desgarrarse con tanto furor como a menudo ocurre entre unos y otros, porque podrían libremente dejarse pacíficamente en el momento que cesaran de amarse o de gustarse y porque podrían buscar libremente, unos y otros, sus satisfacciones en otra parte. En una palabra, no habría más maridos desdichados ni mujeres desdichadas como hay, en la medida que son miserables toda su vida bajo el yugo fatal de un matrimonio indisoluble. Por el contrario, unos y otros tendrían siempre agradable y pacíficamente sus placeres y sus expansiones con aquellos que les convinieran, porque entonces el principio y el motivo fundamental de su unión conyugal siempre sería la buena amistad, lo que sería un gran bien para unos y para otros. Así como para los niños que resultaran de ésta, porque no serían como tantos niños que se quedan huérfanos de padre y madre, y a menudo de uno y otro a la vez, y que a este respecto son como abandonados de uno cada uno, y a los que a menudo se ve desdichados bajo las leyes de algunos padrastros brutales o de algunas madrastras malas que los hacen ayunar y los maltratan a golpes, o bajo la guía de algunos tutores o cuidadores que los desprecian e incluso comen y malgastan sus bienes intempestivamente; tampoco serían como tantos otros niños que se ven desdichados bajo la guía de sus propios padres y madres y que sufren desde su más tierna juventud todas las miserias de la pobreza, el frío del invierno, el calor del verano, el hambre, la sed, la desnudez, que se encuentran siempre en la mugre y en la inmundicia, sin educación, sin instrucción y que casi ni siquiera podrían crecer ni madurar, como he dicho, por carecer del suficiente sostenimiento necesario para la vida. Sino que todos serían bien educados por un igual, todos alimentados por un igual, y mantenidos respecto a todo lo que necesitaran, porque todos serían educados, alimentados y mantenidos en común con los bienes públicos y comunes. Paralelamente también serían instruidos por un igual en las buenas costumbres y en la honestidad, así como en las ciencias y en las artes, tal como cada uno de ellos necesitara y conviniera serlo en relación a Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 71 la utilidad pública y a la necesidad que pudiera tenerse de su servicio, de manera que al ser instruidos todos en los mismos principios morales y en las mismas reglas de decencia y honestidad sería fácil hacerlos a todos sabios y honestos, hacerlos tramar y tender a todos al mismo bien, y de hacerlos a todos capaces de servir útilmente a su patria. Lo que además sería ciertamente muy ventajoso para el bien público de la sociedad humana. No ocurre lo mismo cuando los hombres son educados e instruidos en diversos principios morales y han adquirido diversas reglas y diversos modos de vida, pues entonces esta diversidad de educación, de instrucción y de modos de vida, sólo inspira en los hombres una contrariedad y una diversidad de humores, opiniones y sentimientos que hace que no puedan avenirse pacíficamente ni por consiguiente concurrir todos unánimemente en el mismo bien, lo que causa perturbaciones y escisiones continuas entre ellos. Pero cuando todos han sido educados desde la juventud en los mismos principios de moral y han aprendido a seguir las mismas reglas de vivir y de comportarse, entonces, al compartir todos los mismos sentimientos y los mismos objetivos, todos se dirigen con mayor facilidad al mismo bien que es el bien común de todos, Sería mucho mejor para los hombres dejar siempre entre ellos la libertad de matrimonio y de unión conyugal. Sería mucho mejor para ellos hacer educar, alimentar, mantener e instruir igualmente bien a todos sus hijos en las buenas costumbres así como en las ciencias y en las artes. Sería mucho mejor para ellos mirarse y amarse siempre unos a otros como si fueran hermanos y hermanas. Sería mucho mejor para ellos no hacer entre ellos distinción de familias a familias y no creerse de mejor familia ni de mejor origen unos que otros. Sería mucho mejor para ellos dedicarse todos a un buen trabajo o a algún ejercicio útil y honesto, y a sobrellevar cada cual su parte de la pena del trabajo y de las incomodidades de la vida, sin querer dejar injustamente a unos toda la pena y toda la carga del fardo mientras los otros se entregaran a sus placeres y diversiones. Finalmente sería mucho mejor para ellos poseerlo todo en común, y gozar apaciblemente todos en común de los bienes y de las comodidades de la vida, y todo ello bajo la guía y dirección de los más sabios; ciertamente serían todos incomparablemente más dichosos, y estarían más con- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 72 tentos de lo que están, pues no se verían en la tierra más miserables, ni desdichados, ni tampoco pobres, como los que se ven todos los días. He aquí cómo habla a este respecto un filósofo antiguo; es Séneca, fundándose en el relato de Poseidonio, otro filósofo más antiguo. He aquí lo que dice en su p. 90: «En estos siglos afortunados —dice— a los que se llama siglos de oro, todos los bienes de la tierra permanecían en común para ser gozados indiferentemente por todos, y antes de que la avaricia y el dispendio disparatado hubieran quebrado esta sociedad que había entre los mortales, y que de una comunidad hubieran pasado al pillaje, no existe hombre en el mundo —dice— que pudiera ensalzar y apreciar más ningún otro modo de vida entre los humanos, ni dar a los pueblos hábitos y costumbres todas loables y mejores que las que se cuenta que existían entre ellos, de los cuales —prosigue—, por límites y confines, no se encuentra a ninguno que dividiera los campos, todos vivían en común, la tierra misma, entonces sin ninguna semilla liberal, daba frutos en abundancia; qué puede verse de más dichoso —prosigue— que esta clase de hombres; la naturaleza y los bienes eran gozados por todos en común; ella sola bastaba para mantener a todo el mundo bajo su tutela, era una posesión muy segura de las riquezas públicas. Por qué no podría afirmar con razón que la condición de estos hombres era infinitamente rica, y que entre ellos no podía encontrarse un solo pobre. »La avaricia —dice— se arrojó primero sobre cosas santamente reguladas, y como ella deseó retirar algún bien aparte, y convertirlo en provecho particular suyo, lo puso todo en poder ajeno, y habiéndose reducido de una posesión infinita a una pequeña cuña, trajo la pobreza, y cuando empezó a desear mucho, lo perdió todo. Pero por mucho que quiera correr para recuperar lo que ha perdido, por mucho que se esfuerce en anexionar campos y campos, y que a costa de dinero o de fuerza ahuyente a su vecino, hasta extender sus dominios a través de toda una gran provincia, y llamar su posesión un largo camino que recorre al pasar siempre por sus tierras, jamás ninguna extensión de campos por larga que sea nos podrá devolver hasta el lugar de que partimos; después que lo hayamos hecho todo, tendremos mucho si queréis, pero lo teníamos todo. La tierra por sí misma era más fértil que cuando fue labrada, y más pródiga para el uso de los pueblos Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 73 cuando éstos no le arrebataban nada. Tenían —prosigue— tanto placer en mostrar lo que habían encontrado como en encontrarlo, ninguno podía tener demasiado, o demasiado poco, todo se hallaba repartido entre personas que estaban de pleno acuerdo, el más poderoso todavía no había puesto la mano sobre el más débil, el avaricioso que escondía lo que tenía en reserva inútil todavía no había privado a otro de lo que le era necesario. Uno se preocupaba tanto del prójimo como de sí mismo. Aquellos que un bosque espeso protegía de los ardores del sol, que vivían con tanta seguridad en una pequeña choza cubierta de follaje y de ramaje para protegerse del rigor del invierno y de la lluvia, pasaban dulcemente las noches sin emitir un solo suspiro, pero las inquietudes y las penas nos atormentan en nuestra escarlata —dice— y nos pican con crueles aguijones, por el contrario los otros dormían con un sueño dulce y grato en la inclemencia.» El autor del Journal historique (enero de 1706) cuenta aproximadamente lo mismo de los hombres de estos primeros tiempos. «Dichosos —dice— eran los pueblos que vivían en la edad de oro, y en esta inocencia de que habla el poeta cuando dice, L'age d'or commenga, cet age ou d l’'enfance, l'homme tant qu'il vivoit, conservoit l'innocence et reglans ses projets sur la seule équité joignoit l’'exactítude à la fidelité, les loíx qui pour punir on a depuis trouvées n’avoient point sur l’airain encoré été gravees et tous en suretés vivans sans interést, 4 on ignoroit les noms de juges et d'arrest.» El señor Pascal en sus Reflexiones demuestra con bastante claridad que comparte el mismo sentimiento, cuando señala que la usurpación de toda la tierra, y de todos los males que se han sucedido, sólo proceden del hecho de que cada particular ha querido apropiarse de las 4 La edad de oro empezó, esta edad en que desde la infancia, / el hombre conservaba su inocencia toda la vida / y basando sus proyectos en la sola equidad / unía la exactitud a la fidelidad, / las leyes para castigar que se han encontrado después, / todavía no habían sido grabadas en bronce / y como todos vivieran seguros sin interés, / se ignoraban los nombres de juez y de prisión. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 74 cosas que habrían debido dejar en común. «Este perro es mío, decían estos pobres niños, aquél es mi sitio en el sol. He aquí —dice este autor— el principio y la imagen de la usurpación de toda la tierra.» Platón, el divino Platón, queriendo erigir una república cuyos ciudadanos pudieran vivir en concordia, barrió con razón estas palabras de mío y de tuyo, juzgando bien que mientras hubiera alguna cosa para repartir, siempre habría descontentos, de los que nacen las perturbaciones, las divisiones, las guerras y los procesos. ABUSO DEL GOBIERNO TIRÁNICO DE LOS REYES Y PRINCIPES DE LA TIERRA Otro abuso que acaba haciendo a la mayoría de los hombres miserables y desdichados en la vida, es la tiranía casi universal de los grandes del mundo, y la tiranía de los reyes y de los príncipes que dominan casi universalmente sobre la tierra con un poder absoluto sobre el resto de los hombres: pues ahora todos estos reyes y príncipes sólo son verdaderos tiranos, ya que tiranizan, y no cesan de tiranizar miserablemente a los pobres pueblos que les están sometidos, mediante una infinidad de leyes y cargas onerosas que les imponen, y por las que estos pobres pueblos se hallan siempre oprimidos. «Platón — dice el señor de Montaigne— defiende en su Georgias, al tirano, como aquel que en una ciudad tiene licencia para hacer cuanto le place» (E-sais). Y según esta definición, ciertamente se puede decir que ahora todos los soberanos son tiranos puesto que todos se permiten hacer cuanto les place no sólo en algunas poblaciones o ciudades, como dice Platón, sino también en provincias y en reinos enteros, atreviéndose incluso a llevar esta licencia a tal punto de orgullo y de insolencia que por toda razón de su conducta, de sus leyes, de sus voluntades y de sus órdenes, no alegan más que su propia voluntad y su placer, porque, según ellos, tal es nuestro placer, como aquella que antaño decía: Síc volo, sic jubeo, sit pro ratione voluntas. El profeta Samuel tenía mucha razón al reprochar al pueblo de Israel su ceguera y su locura, cuando le pedían que les diera un rey para gobernarlos (1 Reyes, 8.5.11) de la misma manera que se gobernaban las otras naciones. Este profeta protestó de inmediato contra esta petición insensata que le hacían y para disuadirlos de una idea tan inJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 75 sensata, les advirtió muy seriamente de la dureza insoportable del yugo que este rey les impondría. «Sabed —les dijo— que vuestros reyes tomarán vuestros hijos e hijas, para emplearlos en toda clase de ejercicios y usos, unos para conducir sus carros, otros en la guerra para hallarse todos los días expuestos a la muerte, otros junto a sus personas, para servirlos continuamente en toda clase de cosas; los otros para ejercer diversas artes y oficios, y otros para trabajar en sus tierras, como harían unos esclavos comprados a precio de plata; tomarán también vuestras hijas para emplearlas en diversas labores al igual que sirvientas que el temor del castigo obligará a trabajar. Tomarán vuestras herencias y vuestros rebaños, para darlos a sus favoritos o a sus eunucos, y a otros criados; y por último vosotros y vuestros hijos, os hallaréis sometidos no sólo a un rey, sino también a sus servidores; entonces —les dijo— recordaréis la predicción que os hago hoy, y arrepentidos de vuestra falta, gemiréis e imploraréis en la amargura de vuestro corazón el auxilio de Dios, para liberaros de una sujeción tan ruda; pero no os escuchará, y os dejará sufrir la pena que vuestra imprudencia y vuestra ingratitud habrán merecido». (Ibid.). El pueblo no quiso escuchar las advertencias saludables de este profeta, al contrario, insistió más que nunca en su petición, lo que obligó a Samuel a darles efectivamente un rey, pero fue por completo contra su inclinación y contra su sentimiento, pues este profeta que amaba aparentemente la justicia no amaba la realeza porque «estaba persuadido de que la aristocracia era el gobierno más dichoso de todos», como dice José, famoso historiador judío (L. 6. Antiq. cap. 4). Jamás profecía, si existe profecía, se cumplió más verdaderamente que la que hizo en aquella ocasión este profeta, pues desdichadamente se ha visto para los pueblos su cumplimiento en todos los reinos y en todos los siglos que han transcurrido desde entonces, y todavía ahora los pueblos son muy desdichados al ver su cumplimiento, particularmente en nuestra Francia, y en el siglo en que estamos, donde los reyes y los propios regentes, se hacen como pequeños dioses los dueños absolutos de todas las cosas. Sus aduladores les persuaden de que efectivamente son los dueños absolutos de los cuerpos y de los bienes de sus súbditos, por lo que también se ve que no respetan nada sus vidas, ni sus bienes, sino que los sacrifican todos a su gloria, a su ambición, a su avaricia o a sus venganzas, según les anime y trans- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 76 porte la pasión. Qué no hacen para tener todo el oro y la plata de sus súbditos; por un lado, bajo vanos y falsos pretextos de necesidad, imponen elevadas tallas,5 tallas secundarias6, subsidios y otras tasas semejantes sobre todas las parroquias de su dependencia; los aumentan y los doblan y triplican como bien les parece bajo otros diversos pretextos vanos y falsos de necesidades. Casi todos los días se ven nuevas tasas y nuevas imposiciones, nuevos edictos y nuevas disposiciones, o nuevos mandatos por parte de los reyes o de sus primeros oficiales para obligar a los pueblos a procurarles todo lo que les piden, y satisfacer todo lo que exigen de ellos, y si no obedecen lo bastante pronto por no poder satisfacer con la suficiente habilidad todo cuanto se les pide, y por no poder procurar lo suficiente las exorbitantes sumas que tienen fijadas como tasas, inmediatamente se envía a los arqueros en misión para forzarlos rigurosamente a pagar aquello que se les pide o hacer lo que se les ordena, se les envían guarniciones de soldados o de otros canallas semejantes que están obligados a alimentar o a pagar todos los días a sus expensas hasta haberlos satisfecho completamente. A menudo incluso, por temor a no conseguirlo, se les envían de antemano amonestaciones antes de que haya llegado la hora de pagar, de modo que los pobres pueblos siempre están con amonestaciones tras amonestaciones y gastos tras gastos. Los persiguen, los acosan, los pisan y los saquean de cualquier manera. Por mucho que se quejen y hagan ver su pobreza y su miseria, no se tiene la menor consideración. hacía ellos, no se les escucha, y si se les escuchara, sería a ejemplo del rey Roboam para sobrecargarlos en lugar de aliviarlos. Este rey, como se sabe, viendo que sus pueblos se quejaban de las tallas6 e imposiciones de que los había cargado su padre el rey Salomón, y que le pedían su disminución, les dio esta audaz e insolente respuesta: «Mi dedo meñique —les dijo— es más grande que la espalda de mi padre. Si mi padre os cargó de impuestos, yo todavía os cargaré con más, mi padre os azotó con vergas, y yo —les di5 Taille: impuestos que el rey dictaba todos los años sobre los pueblos y plebeyos para sostener las cargas del Estado. 6 Taillon: impuesto que se deriva del anterior; corresponde a un tercio de la talla y se empleaba para el mantenimiento de la gendarmería. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 77 jo— os azotaré con escorpiones (minimus digitus meus grossior est dorso patrís mei: pater meus cecidit vos flagellis, ego autem caedam vos scorpionibus).» He aquí la bella respuesta que les dio. Las quejas de los pobres pueblos no serían ahora escuchadas de un modo más favorable de lo que fueron en aquel tiempo, pues la máxima de los príncipes soberanos y de sus primeros ministros es agotar a los pueblos, y hacerlos indigentes y miserables con el fin de hacerlos más sumisos, y que éstos no pueden emprender cosa alguna contra su autoridad (cardenal de Richelieu). Es una máxima suya permitir que los financieros y recaudadores de tallas se enriquezcan a expensas de los pueblos con el fin de despojarlos poco después y servirse de ellos como de esponjas que se escurren tras haber dejado que se llenen. Es una máxima suya humillar a los grandes de sus reinos, y de colocarlos en tal estado que no puedan perjudicarles; y es una máxima suya sembrar querellas y divisiones entre sus principales oficiales, e incluso entre sus pueblos, a fin de que no piensen en conspirar contra ellos, ni puedan ponerse de acuerdo en unirse para sublevarse contra ellos. Ello lo consiguen tal como desean cargando a los pueblos, como hacen, de grandes tallas y elevados impuestos, pues con este procedimiento se enriquecen a sí mismos tanto como quieren, agotando a sus súbditos, causan la perturbación y la división entre ellos, pues mientras los particulares de cada parroquia fomentan la discordia, los odios, las desavenencias entre ellos respecto a la repartición particular que se ven obligados a hacer de las dichas tallas de las que cada cual lamenta tener demasiadas, y tener más de las que debería tener en relación con su vecino que es más rico, y que tal vez tenga menos tallas que él, mientras, repito, se hallan en disputa y en discordia a este respecto, mientras se querellan y se pronuncian mil injurias y mil maldiciones unos a otros, no piensan de ningún modo en acusar a su rey ni a sus ministros, que sin embargo son la única verdadera causa de su ruina, de sus perturbaciones y de sus enojos, no se atreven a murmurar abiertamente contra sus reyes ni contra sus ministros, no se atreven a acusarlos, no tienen siquiera el ánimo ni el coraje de unirse de común acuerdo para sacudir el yugo tiránico de un Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 78 solo hombre que los gobierna con tanta dureza y que les hace sufrir tantos males; y ellos se estrangularían de buena gana unos a otros para satisfacer sus odios y sus animosidades particulares. Como los reyes quieren absolutamente enriquecerse y hacerse los dueños absolutos de todas las cosas, es preciso que los pobres pueblos hagan todo lo que les exigen, y les den todo lo que les piden, y además bajo pena de verse coaccionados mediante toda clase de vías rigurosas: mediante secuestros y usurpaciones de sus muebles,7 mediante encarcelamientos de sus personas, y mediante toda otra clase de violencias, lo que hace gemir a los pueblos bajo una esclavitud tan ruda; y lo que aumenta aún la dureza de un yugo, y de un gobierno tan odioso y tan detestable, es el rigor con el que se ven todos los días maltratados por un millar de rudos y severos exactores de denarios de sus reyes que de ordinario son todos personas altivas y arrogantes, y de los que es preciso que todos los pobres pueblos soporten todos los acertijos insulsos, todos los robos, todas las artimañas, todas las conclusiones y toda otra clase de injusticias y malos tratos. Pues no hay oficiales ni recaudadores o empleados de oficina, ni arqueros o guardias de sal o de tabaco, por poco viles que sean, que bajo pretexto de hallarse al servicio del rey y bajo pretexto de recibir y recoger sus denarios, no crean deber hacerse los orgullosos, y tener derecho a escarnecer, maltratar, pisar y tiranizar a los pobres pueblos. Por otro lado, estos reyes, ponen elevados impuestos a toda clase de mercancías, a fin de sacar provecho de todo lo que se vende y de todo lo que se compra, los ponen sobre los vinos, y sobre la carne, sobre los aguardientes y sobre las cervezas; los ponen sobre las lanas, sobre las telas, y sobre los encajes; los ponen sobre la pimienta y la sal, sobre el papel, sobre el tabaco y sobre toda clase de artículos. Se hacen pagar derechos de entradas y salidas, derechos de controles y de insinuaciones,8 se hacen pagar por las bodas, por los bautismos y por las sepulturas, cuando les parece bien; se hacen pagar por las amortizaciones, por los derechos 9 de las comunidades, por los bos7 Saisie et enlevement de meubles: término jurídico, •empleado cuando es efectuado por un sargento u autoridad judicial 8 Registro de una donación o de cualquier acto público. La insinuación no es necesaria respecto al donante, pero es esencial en relación a los acreedores o herederos del donante 9 Aisance: término jurídico. Se dice de un servicio o de una comodidad que un Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 79 ques y florestas, y por el curso de las aguas. Poco falta para que además hagan pagar por el curso de los vientos y de las nubes. «Dejad hacer a Ergaste —dice con bastante gracia el señor de la Bruiere, en sus Caracteres (en el cap. de los Bienes de la Fortuna)—, dejad hacer a Ergaste; exigirá un derecho de todos los que beben el agua del río o que andan en tierra firme, él sabe convertir en oro hasta las cañas, los juncos, la ortiga.» Si se quiere traficar en las tierras de su dominio e ir y venir libremente para vender y comprar, o sólo para transportar mercancías y efectos de un lugar a otro, hay que tener como se dice en el Apocalipsis el carácter de la bestia, es decir, la marca de la exacción y del permiso del rey. Es preciso tener certificados de sus personas, licencias, salvoconductos, pasaportes, recibos, credenciales y otras cartas de permiso semejantes, que verdaderamente son lo que se puede llamar la marca de la bestia, es decir, la marca del permiso del tirano, sin lo cual si desdichadamente uno es encontrado y apresado por guardias u oficiales de la susodicha bestia real, se corre el riesgo de ser arruinado y perdido, pues uno es arrestado de inmediato, se secuestran, se confiscan las mercancías, los caballos y los carros, y además de todo esto los comerciantes o los conductores de las dichas mercancías son condenados a grandes multas, a prisiones, a galeras, y algunas veces incluso a muertes vergonzosas, por estar rigurosamente prohibido traficar, ir y venir con mercancías sin tener, como he dicho, el carácter o la marca de la bestia. «Et datum est illi ut... ne quis posset emere aut venderé, nisi qui habet characterem, aut numerum nominis elus» (Apoc., 13.17). NI LA BELLEZA, NI EL ORDEN NI LAS PERFECCIONES QUE SE ENCUENTRAN EN LAS OBRAS DE LA NATURALEZA PRUEBAN DE NINGÚN MODO LA EXISTENCIA DE UN DIOS QUE LAS HAYA HECHO En primer lugar, por cuanto a la belleza, el orden y la perfección que vemos en las obras de arte, debemos convenir con ellos, que su belleza y su perfección demuestran necesariamente la existencia, la fuerza, el poder, la habilidad, el ingenio..., etc., del obrero que las ha vecino extrae de otro, en virtud de los títulos o de posesión memorial, sin que este otro vecino saque provecho alguno. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 80 hecho, puesto que visiblemente no podrían hacerse por sí mismas tal como son, si algún obrero hábil no pusiera la mano en ellas. Pero debe reconocerse también que la belleza, el orden y las otras perfecciones que se encuentran naturalmente en las obras de la naturaleza, es decir, en las obras del mundo no demuestran ni prueban en absoluto la existencia, ni por consiguiente la capacidad ni el ingenio de ningún otro obrero u obrera que la misma naturaleza, que hace lo más bello y más admirable de todo cuanto podemos ver. Pues, por último, pese a lo que puedan decir nuestros deícolas, deben reconocer forzosamente que las perfecciones infinitas que imaginan reunirse en su Dios, demuestran paralelamente que él mismo habría sido hecho por otro; o que digan que éstas no lo demuestran. Si dicen que las perfecciones infinitas que imaginan reunirse en su Dios demuestran paralelamente que él mismo habría sido hecho por otro, por la misma razón es preciso que digan, además, que las perfecciones infinitas de este otro demuestran también que a su vez habría sido hecho por otro, y este último a su vez por otro, el cual asimismo habría sido hecho por otro, y así siempre igual remontando de causa en causa y de dioses en dioses hasta el infinito, lo que sería completamente absurdo y ridículo decirlo, pues cuanto a un Dios infinitamente perfecto, que ellos quisieran suponer y establecer, sería necesario que reconocieran y admirasen además a infinidad de otros, que serían siempre de más perfectos en más perfectos, unos que otros, lo que repugna enteramente al sano juicio. Y si por el contrario dicen que las perfecciones infinitas que imaginan reunirse en su Dios, no demuestran ni prueban en absoluto que haya sido hecho por otro, ¿por qué, pues, quieren que las perfecciones que ven en este mundo demuestren que éste haya sido hecho por otro? Ciertamente no es más razonable decir una cosa que la otra, a no ser tal vez que las mayores e infinitas perfecciones que se encuentren en un Dios infinitamente perfecto demuestren tanto más necesariamente que habría debido ser hecho por otro, puesto que una perfección mayor exigiría una causa más perfecta, y en este caso la existencia de un Dios, lo que sigue siendo una absurdidad manifiesta que nuestros deícolas no querrían admitir, y así es absolutamente necesario que digan la razón por la que pretenden que las perfecciones que ven en este mundo demuestran necesariamente la existencia de un Dios que lo haya hecho, y porque, al contrario, pretenden que las Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 81 perfecciones infinitas que imaginan en este Dios no demuestran ni prueban que él mismo haya sido a su vez hecho por otro. Toda la razón que pueden alegar, es decir, que su Dios es en sí mismo y por sí mismo todo lo que es, y por consiguiente que todas sus divinas perfecciones son en sí mismas y por sí mismas todo lo que son, sin que jamás puedan haber tenido necesidad de ninguna producción ni de ninguna otra causa que ellas mismas, pero que el mundo no puede ser por sí mismo lo que es, y que las perfecciones que se ven en él no podrían existir si un Dios todopoderoso no las hubiera creado y constituido tal como son, lo que, según ellos, establece una diferencia muy considerable entre lo uno y lo otro. Luego esta razón es manifiestamente vana, no sólo porque supone gratuitamente y sin prueba algo que está en duda, sino también porque a su vez es muy fácil decir y suponer que Dios sería por sí mismo lo que es, y por consiguiente también es fácil decir que las perfecciones que vemos en el mundo son en sí mismas y por sí mismas lo que son, como decir que las perfecciones de un Dios serían en sí mismas y por sí mismas lo que son. Y siendo así, lo único que queda es ver cuál de las dos cosas es más cierta o más verosímil. Luego, es manifiesto y evidente que es mucho más razonable atribuir la existencia necesaria, o la existencia por sí misma a un ser real y verdadero que se ve, que se ha visto siempre, y que se encuentra siempre manifiestamente por doquier, que atribuirlo a un Ser que sólo es imaginario y que no se ve ni se encuentra en ninguna parte. Paralelamente es manifiesto y evidente que es mucho más razonable atribuir la existencia por sí misma a perfecciones que se ven y que siempre se han visto, que atribuirla a perfecciones imaginarias que no se ven ni se encuentran en ninguna parte, y que ni siquiera se han visto ni encontrado jamás en ninguna parte; esto es claro y evidente. Además el mundo que vemos es manifiestamente un ser muy real y muy verdadero, se ve y se encuentra manifiestamente por todas partes; sus perfecciones de igual modo son también muy reales y verdaderas, se ven y se encuentran de manifiesto por todas partes, también se las ha visto siempre. Y por el contrario, este pretendido Ser infinitamente perfecto que nuestros deícolas llaman Dios sólo es un Ser imaginario que no se ve ni se encuentra en ninguna parte, paralelamente sus pretendidas perJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 82 fecciones infinitas y divinas sólo son imaginarias, no se ven ni se encuentran en ninguna parte, nadie las ha visto jamás. Por consiguiente es mucho más razonable atribuir la existencia por sí misma al propio mundo y a las perfecciones que vemos en él, que atribuirlo a un Ser infinitamente perfecto, que no se ve ni se encuentra en ninguna parte, y que en consecuencia es muy incierto y dudoso en sí mismo. Como es absolutamente necesario que los deícolas reconozcan que hay un ser, y algunas perfecciones que son necesariamente en sí mismas y por sí mismas lo que son, independientemente de cualquier otra cosa; es manifiestamente un abuso, un error y una ilusión de su parte querer atribuir tales perfecciones a un Ser imaginario que no se ve ni se encuentra en ninguna parte, en lugar de atribuirlos a un ser real y verdadero que se ve, y que se encuentra siempre manifiestamente por doquier. De lo que se deduce evidentemente que las perfecciones que se ven en las cosas no demuestran ni prueban en absoluto la existencia de un Dios infinitamente perfecto. Por lo demás, es cierto y constante, por poca atención que se preste, que la suposición de este pretendido Ser divino no les ayuda nada para el conocimiento ni para la explicación de las cosas naturales; es cierto y evidente que esta suposición no suprime la dificultad que encuentran... Y es a su vez constante que si nuestros deícolas pretenden con ello librarse de una dificultad que los detiene, ciertamente sólo es para introducirse en otra, e incluso en otra que es mucho más grande que la que querían evitar, y por consiguiente es inútil para ellos recurrir a la suposición de un Ser todopoderoso e infinitamente perfecto para explicar la naturaleza y la formación de las cosas naturales del mundo; pues si por un lado encuentran dificultades para comprender, o para concebir y suponer que el mundo y todas las cosas naturales existen por sí mismas como son sin ningún otro principio de su ser y de su formación o de su disposición entre sí; por un lado no pueden encontrar menos dificultades para comprender y concebir cómo este pretendido Ser, primero y soberano, que llaman Dios, habría podido ser por sí mismo tan poderoso y tan perfecto, y cómo habría podido crear y formar de la nada cosas tan grandes, tan bellas y tan admirables. Pues la creación que ellos suponen y quieren suponer de todas las cosas es un misterio que ciertamente es al menos tan oculto y tan Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 83 difícil de explicar y de concebir, como podría serlo la formación natural de las cosas suponiendo que fueran por sí mismas lo que son, y así al ser igual la dificultad por este lado, o pudiendo parecer igual de una parte y de otra, no sería más razonable decir que el mundo y que todas las cosas del mundo habrían sido creadas por Dios, que decir que éstas habrían existido siempre por sí mismas, y que se habrían formado así y dispuesto por sí mismas en el estado en que están, considerando que la materia ha existido de toda la eternidad. Pues finalmente no es más difícil concebir, ni es tampoco más imposible que la materia sea por sí misma lo que es, que concebir que Dios sea por sí mismo lo que es. Este primer razonamiento ya debería bastar para hacernos al menos suspender este juicio al respecto durante algún tiempo; pues en una contienda de esta especie, donde sólo se trata de descubrir la verdad de una cosa, si no hay más apariencia de verdad en un lado que en otro, no hay razón alguna para querer juzgar más a favor de uno que del otro. Pero para conocer mejor lo que es o lo que podría ser, examinemos más detenidamente la cosa y veamos primeramente si la dificultad propuesta es efectivamente igual de una parte y de otra; o si más bien no sería mayor en el sistema de la creación que en el sistema de la formación natural del mundo hecha por la misma materia de que está compuesto. En el primer sistema, que es el de la supuesta creación, veo en primer lugar varias dificultades que se presentan al espíritu, y que parecen insuperables. La primera es explicar o concebir cuál podría ser la esencia y la naturaleza de este Ser supremo que habría creado todos los demás seres. La segunda es hacer ver mediante qué razones convincentes deba atribuirse a este Ser la eternidad y la independencia en lugar de la materia misma, a la que se puede suponer ser eterna e independiente de cualquier otra causa, en la misma medida que lo sería aquel que se pretende que la habría creado, pues, como en una y otra de las dos suposiciones, cada cual conviene reconocer un primer Ser y una primera causa increada que es eterna e independiente de cualquier otra causa, es preciso en el sistema de la creación del mundo mostrar con razones convincentes que este primer Ser es necesariamente distinto de la materia, y hacer ver que la materia no puede ser eterna ni ser por sí misma lo que es, lo que seguramente no es una pequeña difiJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 84 cultad, ya que todos nuestros deícolas, hasta el presente, no han podido conseguirlo. La tercera dificultad es comprender o concebir cómo sería posible crear y poder hacer alguna cosa de la nada, lo que indiscutiblemente es mucho más difícil de comprender y de concebir que concebir simplemente una materia que fuera por sí misma lo que es. Por qué, pues, no querer suponer en primer lugar que la materia es efectivamente por sí misma lo que es, y por qué querer recurrir, para hacerla existir, a un ser desconocido, y a un misterio incomprensible de creación, puesto que es absolutamente necesario suponer no sólo un ser increable y eterno en el sistema de la misma creación, sino que además es preciso suponer que este ser pueda crear a otro, lo que es totalmente inconcebible e imposible, como lo haré ver a continuación. Es evidente que reconociendo a la materia sola como primera causa, como el ser eterno e independiente, se evitaría con ello muchas dificultades insuperables que se encuentran necesariamente en el sistema de la creación, y con ello se explicaría bastante fácilmente la formación de todas las cosas. La cuarta dificultad que se encuentra en el sistema de la creación es decir e indicar precisamente dónde está este Ser que se supone así haber creado todos los demás seres, y ser el más poderoso de todos. ¿Dónde habita, dónde se retira? ¿Qué hace, después de haber creado todos los seres? ¡No se le ve, no se le percibe, no se le conoce en ninguna parte! ¡Y si se pasara revista y se hiciera el recuento de todos los seres miles de veces, ciertamente no se le encontraría en ningún ser ni en ningún lugar! ¿Quién podría ser, pues, este Ser que no se encuentra en el rango de los seres, entre los seres, y que sin embargo habría dado el ser a todos los seres? ¿Dónde podría estar? Esto es, no obstante, lo que hace falta explicar en el sistema de la creación, puesto que nadie tiene además ningún conocimiento particular e inteligible de este Ser. No ocurre lo mismo con la materia, pues es cierto que existe, nadie puede dudarlo, se la ve, se la percibe, se la encuentra en todas partes, está en todos los seres; ¿qué inconveniente habría, pues, o qué repugnancia se encontraría en decir que ella sería por sí misma esta primera causa eterna e independiente y esta primera causa increada Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 85 por la cual se discute con tanto ardor? ES INÚTIL RECURRIR A LA EXISTENCIA DE UN DIOS TODOPODEROSO PARA EXPLICAR LA NATURALEZA Y LA FORMACIÓN DE LAS COSAS NATURALES Sé bien que no es fácil concebir qué es precisamente lo que hace que la materia se mueva, ni qué hace que ésta se mueva de tal manera o tal otra, o con tal fuerza y velocidad o tal otra. No puedo concebir el origen y el principio eficaz de este movimiento, lo reconozco; pero no veo, sin embargo, ninguna repugnancia, ninguna absurdidad, ni ningún inconveniente en atribuirlo a la propia materia, y no veo que pueda encontrarse ninguno, e incluso los mismos partidarios del sistema de la creación no podrían encontrar ninguno. Todo lo que pueden oponer a esto es decir que los cuerpos grandes o pequeños no tienen en sí mismos la fuerza de moverse, porque según ellos no existe ningún nexo necesario entre la idea que tienen de los cuerpos y la idea que tienen de su movimiento. Pero ciertamente esto no prueba nada, pues aunque no se viera ningún nexo necesario entre la idea de un cuerpo y la idea de una fuerza motriz, no se desprende de ello que no existe; la ignorancia que se tiene de la naturaleza de una cosa no prueba de ningún modo que esta cosa no exista. Pero las absurdidades y las contradicciones manifiestas que se deducen necesariamente de la suposición de un falso principio, son pruebas convincentes de la falsedad de este principió, y así la importancia que se tiene para concebir y mostrar razonablemente que la materia tiene por sí misma la fuerza de moverse no es una prueba que ésta no tenga. Pero, por el contrario. Tas absurdidades y las contradicciones manifiestas que se deducen del supuesto principio de la creación son, como he dicho, pruebas convincentes de la falsedad de este principio. Y como es cierto que la materia se mueve, y que nadie puede negarlo, ni siquiera dudarlo, a menos de ser completamente pirrónico, es absolutamente necesario que ésta tenga por sí misma su ser y su movimiento o que haya recibido de otra parte lo uno y lo otro. Ésta no puede haberlos recibido de otra parte, como lo demostraré a continuación; de ello se deduce pues que tiene por sí misma su ser y su Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 86 movimiento, y por consiguiente que es inútil buscar fuera de ella misma el principio de su ser y de su movimiento. Pero veamos si no podríamos hacer ver mediante algunos ejemplos, que pese a que no podamos percibir nexo necesario entre una causa y un efecto, esto no impide, sin embargo, que no haya verdaderamente ninguno. He aquí pues algunos ejemplos. Nosotros no vemos por ejemplo ningún nexo necesario entre la construcción natural de nuestro ojo y la vista o visión de algún objeto, no podríamos comprender cómo puede producirse la visión de un objeto, sin embargo, es cierto que nos vemos a nosotros mismos con nuestros ojos; así, es preciso que exista algún nexo natural entre la construcción natural de nuestro ojo y la visión de un objeto, aunque no podamos ver en qué consiste precisamente este nexo. Tampoco vemos, por ejemplo, un nexo necesario entre nuestra voluntad y el movimiento de nuestro brazo o de nuestras piernas, no conocemos siquiera la naturaleza ni la disposición de estos resortes ocultos que sirven para hacer mover nuestros brazos y nuestras piernas y todos los días se ve que aquellos que menos conocen la construcción natural de su cuerpo, son a menudo los que mueven más fácilmente y más ágilmente sus miembros. Por consiguiente, es preciso que haya un nexo natural entre nuestra voluntad y el movimiento de las partes de nuestro cuerpo, aunque ignoremos en qué consiste este nexo, y cómo puede efectuarse esto. Sin duda ocurre lo mismo en relación al nexo que hay entre el movimiento y la alteración de las fibras de nuestro cerebro y nuestros pensamientos, nosotros no vemos que haya un nexo entre lo uno y lo otro, ni cómo puede haberlo; sin embargo, no deja de haber alguno, puesto que nuestros pensamientos dependen de este movimiento o de esta alteración de las fibras de nuestro cerebro, y del movimiento de los espíritus animales que se hallan en nuestro cerebro. Pero tomemos el ejemplo de nuestro propio origen, y de nuestro propio nacimiento; doy por sentado que ni el filósofo más hábil, ni el espíritu más sutil del mundo podría formarse jamás una verdadera idea de su origen y de su nacimiento si nunca hubiera visto ni oído hablar de procreación y del nacimiento del hombre, ni de ningún otro animal; ¿adivinaría, por ejemplo, con las solas luces naturales de su razón, que habría sido concebido y formado en el vientre de una muJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 87 jer poco a poco, y que habría salido después de tal o cual manera al cabo de nueve meses? No, ciertamente, jamás podría imaginarlo; y ni siquiera pensaría jamás que hubiera mamado de una mujer si, como digo, nunca hubiera visto ni oído hablar de tal cosa. Y si este hábil filósofo o este espíritu sutil, no queriendo razonar más que sobre las cosas que habría aprendido o que habría visto hacer, pretendiera querer negar su verdadero origen, y atribuirlo a alguna otra cosa que pudiera imaginarse, bajo pretexto de que no podría percibir un nexo necesario entre el vientre de una mujer y la formación y procreación de un ser, ¿no nos reiríamos de este filósofo? ¿Y acaso no sería para burlarse de él? Sí, con toda seguridad: he aquí justamente, sin embargo, lo que hacen aquellos que niegan la eternidad de la materia, y que niegan que posee por sí misma la fuerza de moverse, bajo pretexto de que no ven ningún nexo necesario entre la idea de la materia y su movimiento. Pues no quieren reconocer la única y verdadera causa del origen común de todas las cosas, bajo pretexto de que no pueden comprender que lo sea, y al mismo tiempo suponen una cosa falsa que es mil veces más incomprensible que la que ellos rechazan bajo pretexto de no poderla comprender y de no ver ningún nexo necesario entre una cosa y la propiedad de tal cosa. Esta no es manera de esclarecer mucho la dificultad ni de avanzar mucho en el conocimiento de las cosas de la naturaleza. Así, cuando la idea que tenemos de la materia no nos descubriera ni nos hiciera ver claramente que tiene de sí misma y por sí misma la fuerza de moverse, de ello no se deduce que no la tenga verdaderamente, ya que se ve principalmente que se mueve y que no hay repugnancia alguna en que se mueva por sí misma. Si el movimiento actual fuera esencial a la materia, quiero creer que podríamos ver un nexo necesario entre la idea que tenemos de ella y su movimiento, pero como es cierto que el movimiento actual no le es esencial, y que no es más que una propiedad de su naturaleza, no hay que sorprenderse de que no veamos ningún nexo necesario entre la idea que tenemos de ella y su movimiento, pues su movimiento al no serle esencial y necesario, ciertamente no debe haber un nexo necesario entre una cosa y otra, y así aun cuando la idea que tenemos de la materia no nos hiciera ver ningún' nexo necesario entre ella y su movimiento, ello no es una prueba de que no pueda moverse por sí misma. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 88 EL SER NO PUEDE HABER SIDO CREADO, EL TIEMPO NO PUEDE HABER SIDO CREADO, PARALELAMENTE NI LA EXTENSIÓN, EL LUGAR O EL ESPACIO PUEDEN HABER SIDO CREADOS, Y POR CONSIGUIENTE NO HAY CREADOR Pero para aclarar mejor la verdad de estas cosas, y hacer ver mucho más claramente que la materia es por sí misma lo que es, y que tiene por sí misma su movimiento, y que verdaderamente es la primera causa de todas las cosas, empecemos por un principió que sea tan claro y tan evidente que nadie pueda ponerlo en duda. Helo aquí este principio; nosotros vemos claramente que hay un mundo, es decir, un cielo, una tierra, un sol e infinidad de otras cosas, que se hallan como encerradas entre el cielo y la tierra. Es algo de lo que nadie puede dudar, a menos de querer hacerse expresamente el pirrónico, y querer dudar generalmente de todas las cosas, lo que sería querer cerrar los ojos a todas las luces de la razón humana, y querer oponerse enteramente a todos los sentimientos de la naturaleza; si alguien fuera capaz de llegar hasta allí, sería preciso que hubiera perdido por completo el juicio, y si quisiera persistir absolutamente en estos sentimientos, habría que mirarlo como a un loco, en lugar de emplear inútilmente razones para instruirlo; pero yo creo que no hay nadie tan pirrónico, ni tan loco, que no sepa, que no sienta, y que incluso no esté completamente persuadido de que al menos hay alguna diferencia entre el placer y el dolor, entre el bien y el mal, al igual que entre un buen pedazo de pan que comiera con una mano, y una piedra que aguantara con la otra; el pirronismo no llega al extremo de dudar de tales cosas, así puede decirse que es más imaginario que real, y que es un juego mental más que una verdadera persuasión del alma; por ello, dejando aparte esta duda universal y afectada de los pirrónicos, seguimos las luces más claras de la razón, que nos muestran evidentemente la existencia del ser, pues es claro y evidente, al menos para nosotros mismos, que el ser es; que nosotros no seríamos nada, ni podríamos tener el pensamiento del ser, si el ser no existiera. Pero nosotros sabemos y sentimos con toda certeza que somos y pensamos, no podemos dudarlo, luego es cierto y evidente Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 89 que el ser existe. Pues si no existiera, no existiríamos tampoco nosotros, y si no existiéramos, ciertamente, tampoco pensaríamos; no hay nada más claro, ni más evidente. Supuesto esto, es preciso reconocer la existencia del ser; y no sólo es preciso reconocer la existencia del ser, sino que es preciso reconocer también que el ser ha existido desde siempre, y por consiguiente nunca ha sido creado, pues si no hubiera existido desde siempre, es seguro que nunca habría sido posible, que existiera, ni nunca habría empezado a existir, a) Jamás habría podido empezar a existir por sí mismo, porque lo que no es, no puede hacerse a sí mismo ni darse el ser. b) Tampoco habría podido empezar a existir por ninguna otra causa ni por ningún otro ser que lo hubiera producido, puesto que no habría habido ningún ser ni ninguna causa; para producirlo, como se supondría, y haría falta suponerlo, diciendo que el ser no habría existido desde siempre. Ya que el ser existe, y es evidente que existe, es preciso reconocer que siempre ha existido, y no sólo es preciso reconocer que existe y que siempre ha existido, sino que además es preciso reconocer que este ser es el primer principio y el primer fundamento de todas las cosas. Es evidente que todas las cosas no son real y verdaderamente lo que son, más que en cuanto son el ser, y ellas mismas son partes o porciones del ser, y es cierto y claro que nada existiría si el ser no existiera, esto es como idéntico. De lo que se deduce evidentemente que el ser en general es lo primero y fundamental en todas las cosas, y por consiguiente que el ser es el primer principio y lo fundamental en todas las cosas, y como el ser nunca ha empezado a existir, y ha sido desde siempre, como se acaba de demostrar; y que por lo demás todas las cosas sólo son diversas modificaciones del ser, se deduce evidentemente que no hay nada creado, y por consiguiente ningún creador; todas estas proposiciones se deducen, y son irrefutables. EL SER O LA MATERIA Y QUE SON UNA MISMA COSA SOLO PUEDEN TENER POR SÍ MISMOS SU EXISTENCIA Y SU MOVIMIENTO [...] No serviría de nada, como ya he observado, decir que no hay un nexo necesario entre la idea que nosotros tenemos de los cuerpos y su movimiento, porque aun cuando no hubiera efectivamente tal Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 90 nexo entre estas dos cosas, no por ello se desprendería que hubiera repugnancia o absurdidad alguna en decir que los cuerpos puedan moverse por sí mismos. Y además tampoco es sorprendente que no se vea nexo necesario entre estas dos cosas, ya que no debe efectivamente haberlo, puesto que el movimiento no forma parte de la esencia de los cuerpos, sino que sólo es una propiedad de su naturaleza. Si el movimiento fuera esencial a la materia o formara parte de la esencia de los cuerpos, es de creer que habría un nexo necesario entre la idea que nosotros tenemos de los cuerpos y su movimiento, pero este movimiento al no serles esencial, ni siquiera absolutamente necesario, puesto que un cuerpo puede existir sin movimiento, ciertamente no debe haber ningún nexo necesario entre estas dos cosas, y en vano se trataría de buscarlo. Es por esta misma razón que no se ve ni tampoco puede verse lo que hace que la materia se mueva con tal o cual velocidad, ni lo que hace que se mueva de arriba a abajo, o de abajo a arriba, de derecha a izquierda, o de izquierda a derecha, ni por último lo que hace que se mueva en línea recta, o en línea circular, oblicua o parabólica, aunque se mueva en todos estos diferentes sentidos, con una infinidad de modificaciones diferentes, porque no hay ninguno de estos tipos de movimiento que sea esencial a la materia, y es sin duda por esto que nos es imposible ver claramente lo que constituye precisamente el principio y la determinación de todos estos movimientos; de no ser con respecto al movimiento circular según el cual puede decirse que la materia tendería por sí misma a moverse siempre en línea recta, como tratándose del movimiento más simple y más natural, pero que, sin embargo, no puede moverse siempre así, porque todo cuanto es extensión, al estar lleno de materia, ésta no podría, la materia, encontrarse siempre o moverse en línea recta, sin tropezar con otra materia semejante que le impida continuar así su movimiento, y al no poder moverse siempre en línea recta, se halla obligada a moverse en línea curva y circular, lo que hace necesariamente que varias porciones de materia, o varios volúmenes de materia se muevan siempre y hagan así varios torbellinos de materia; y no hay duda que es de allí de donde procede la redondez de la tierra, la redondez del sol, la redondez de la luna, y la redondez de todos los demás astros o planetas, como nuestros cartesianos lo han hecho observar, y así aunque no pudiéramos ver claramente lo que hace precisamente el principio del Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 91 movimiento de la materia, no vemos, sin embargo, ni tampoco podríamos ver que haya ninguna repugnancia, ningún inconveniente, ni ninguna absurdidad en decir que todos estos diversos movimientos y todas estas diversas modificaciones proceden de la materia misma, lo que basta para asegurar que proceden efectivamente de la propia materia y de ninguna otra causa. Pero veamos las repugnancias y las absurdidades que se deducirían infaliblemente del sentimiento contrario. Si la materia no tuviera por sí misma la fuerza de moverse, sólo podría haber recibido esta fuerza de un ser que no fuera materia, pues si este ser fuera también materia, tampoco tendría la fuerza de moverse a sí mismo, o si tuviera por sí mismo la fuerza de moverse, sería pues verdad decir que la materia tendría por sí misma la fuerza de moverse, de manera que si no tiene por sí misma esta fuerza es absolutamente necesario que la haya recibido de un ser que no sea materia. Luego no es posible que la materia haya recibido la fuerza de moverse de un ser que no sea materia; por consiguiente, ella tiene por sí misma la fuerza de moverse y removerse. Yo pruebo la segunda proposición de este argumento. Nada puede mover o empujar la materia carente de movimiento más que aquello que es capaz de empujarla y alterarla, pues es cierto y evidente que aquello que no fuera capaz de empujarla y alterarla no sería capaz de moverla. Lo que no fuera capaz, por ejemplo, de empujar una piedra o un pedazo de madera es seguro que no sería capaz de moverla; ocurre en igual proporción con cualquier otra materia que no estuviera actualmente en movimiento, nada sería capaz de moverla si no fuera capaz de empujarla o alterarla. Luego nada es capaz de empujar ni alterar la materia más que la materia misma, así pues nada puede mover la materia más que la materia misma, y, por consiguiente, hay que reconocer que posee por sí misma el principio de su movimiento. Que nada pueda empujar ni alterar la materia más que la materia misma, he aquí la prueba. Nada puede empujar ni alterar la materia más que lo que tiene en sí alguna solidez y alguna impenetrabilidad al igual que la materia, pues sigue siendo evidente que aquello que no tuviera en sí ninguna solidez ni ninguna impenetrabilidad no podría, de ningún modo, empujar la materia ni hacerla cambiar de lugar, puesto que no podría ejercer ninguna fuerza ni ninguna presión Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 92 sobre ella, ni siquiera apoyándose o aplicándose de la manera que fuera contra ella, porque la penetraría de inmediato, sin poder encontrar ni poder hacer ninguna resistencia, de forma que sería como si no tocara nada, toda vez que uno no puede ni podría ejercer presión o fuerza sobre el otro. Luego sólo la materia tiene alguna solidez y alguna impenetrabilidad en sí misma, puesto que se concede que los pretendidos seres espirituales e inmateriales no tienen ninguna. Por consiguiente, sólo la materia puede empujar a la materia y puede ejercer fuerza o presión sobre ella y puede moverla, y de ahí que lo que no es materia no puede mover la materia. Tangere enim et tangí, como ya he dicho, nisi corpus, nulla potest res. Y así, una vez más, un ser que no es materia no puede mover la materia, y si no la puede mover mucho menos habrá podido tener la fuerza o el poder de crearla. De donde se deduce evidentemente que la materia tiene por sí misma su ser y su movimiento (el ser y la materia son una misma cosa. El ser es lo sustancial de todo, la manera de ser es lo formal de todo; todo consiste y todo se reduce al ser y a la manera de ser. Luego es cierto y evidente que el ser, en general, no puede tener su existencia y su movimiento más que de sí mismo. Y, por consiguiente, no puede haber sido creada), y no puede haber sido creada, como tampoco el tiempo, ni el lugar, ni el espacio y la extensión. Pues, finalmente, es imposible también concebir que el ser no exista; la razón natural nos hace conocer claramente la existencia del ser, la existencia del tiempo y la existencia de la extensión, y es imposible también que no haya ser y es imposible concebir que no haya tiempo, y es imposible también que no haya tiempo, es imposible concebir que no haya extensión, y es imposible también que no la haya; finalmente, es imposible concebir que no haya números y es imposible también que no haya; y es igualmente imposible que estas cosas no sean infinitas en sí mismas, cada una en su género y en su especie; la razón natural nos hace ver claramente esto, por poca atención que se preste, y no se necesita mucho más para ver claramente que estas cosas no pueden haber sido creadas, y si estas cosas no pueden haber sido creadas, como se acaba de demostrar, se deduce Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 93 evidentemente que no hay nada creado y, por consiguiente, ningún creador. [...] Nosotros no podemos formarnos otra idea del ser y de la sustancia más que en relación a la que tenemos de los seres y de las sustancias que vemos y conocemos, y como esta idea no se ajusta aún a Dios y esta misma palabra de ser y de sustancia no se dice de Dios, y de otros seres y sustancias, más que en un sentido equívoco, como dicen los filósofos, es decir, con dos significados diversos, uno de los cuales se ajusta a los seres y a las sustancias que vemos y el otro que únicamente debe corresponder a Dios solo, y como nuestros deícolas no sabrían formarse ninguna verdadera idea de lo que pretenden significar en su Dios mediante esta palabra de ser y de sustancia, se deduce que no tienen ningún verdadero conocimiento de lo que le atribuyen cuando dicen que es un ser y una sustancia, y, por consiguiente, que no saben lo que dicen cuando hablan de él y le atribuyen la vida, la fuerza, el poder, el conocimiento, ni tampoco cuando le atribuyen solamente el ser y la sustancia y dicen que existe, no saben, digo, lo que dicen, diciendo esto, puesto que no conciben ni tienen una verdadera idea de lo que quieren dar a entender mediante estos términos cuando los atribuyen a su Dios. Y si no saben lo que dicen, ni lo que comprenden o lo que pretenden dar a entender cuando hablan así, ciertamente ni siquiera merecen ser escuchados, pues quienes hablan sin saber lo que dicen no merecen ser escuchados, y si no merecen ser escuchados, mucho menos merecerán que se crea lo que dicen. Pero prosigamos nuestro argumento y hagamos ver las absurdidades que se derivarían si la materia no tuviera por sí misma la fuerza de moverse. De allí se derivaría a) Que todos los cuerpos, una vez hechos y formados, serían por su naturaleza inalterables e incorruptibles y, por consiguiente, no tendrían en sí mismos no sólo ningún principio de acción, sino que tampoco tendrían en sí mismos ningún principio de generación ni de corrupción, lo que en principio parece absurdo. No tendrían en sí mismos ningún principio de acción, porque para actuar es preciso moverse como he dicho, de manera que si los cuerpos no tienen en sí mismos el principio del movimiento, tampoco tendrían en sí mismos el principio de acción y se hallarán con Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 94 absoluta impotencia para actuar por sí mismos... Y así basta de libertad en los hombres puesto que no tendrán por sí mismos el poder de moverse ni el poder de actuar. Pues cómo subsistiría la libertad ante tan gran impotencia para actuar y moverse, b) Los cuerpos vivos no tendrían tampoco en sí mismos ningún principio de generación ni de corrupción y serían por su naturaleza inalterables e incorruptibles, como he dicho, pues como el movimiento de las partes de la materia es el principio de las generaciones y de las corrupciones que se producen en la naturaleza, si los cuerpos no tienen por sí mismos el principio del movimiento, no tendrán tampoco por sí mismos el principio de la generación ni de la corrupción. Que el movimiento de las partes de la materia sea el principio de las generaciones y de las corrupciones que se producen en la naturaleza, esto es bastante evidente, puesto que se ve que las generaciones sólo se hacen, efectivamente, mediante una nueva unión y mediante una nueva aglomeración de las partes de la materia, y que la corrupción sólo se hace efectivamente mediante la desunión y la separación de las mismas partes de la materia. Así la unión o la desunión de las partes de la materia sólo puede efectuarse a través del movimiento; por consiguiente, si los cuerpos no tienen por sí mismos el principio del movimiento, no tendrán tampoco por sí mismos o en sí mismos el principio de la generación ni el de la corrupción, c) Si la unión o la desunión de las partes de la materia no se efectúa mediante la fuerza motriz de los propios cuerpos o de la propia materia de la que los cuerpos se componen, es preciso que se efectúe por obra de una causa extraña, los cuerpos no serán las verdaderas causas, sino solamente las causas ocasionales e instrumentales de las generaciones y de las corrupciones, al igual que de todos los demás efectos y acciones que se producen en los cuerpos, y no sólo en los cuerpos inanimados, sino también en los cuerpos animados, de modo que, por ejemplo, no serán los hombres ni los animales quienes se muevan por sí mismos, cuando los vemos moverse, actuar y correr o hacer alguna otra cosa, sino que sería alguna causa extraña e invisible quien los agitaría, quien los pondría en movimiento y quien les haría hacer todo lo que parece que hacen por sí mismos. [...] Y del mismo modo, cuando, por ejemplo, se viera a ciertas personas tocando agradablemente instrumentos de música, cantando alegre- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 95 mente, hablando sabiamente de todas las cosas..., o se viera a otras danzando agradablemente, saltando ligeramente o haciendo sutilmente toda clase de rodeos hábiles y sutiles..., o, finalmente, cuando se viera a otras transportadas de cólera y de furor, profiriendo juramentos y blasfemias, echando espuma por la boca, que fueran locas e insensatas, que dijeran mil necedades e hicieran mil impertinencias o mil maldades detestables, estas personas no se agitarían así por sí mismas, ni moverían sus brazos y piernas por sí mismas, ni moverían sus lenguas y sus ojos, tal como parece que ocurre, sino que, como he dicho, sería una causa extraña e invisible quien las agitaría así y quien haría a través suyo todo lo que es correcto o incorrecto y todo lo que hay de bueno o malo en su comportamiento, ya sea en sus palabras, ya sea en sus acciones, ya sea incluso en sus pensamientos, en sus deseos y en sus afectos. Por ejemplo, tampoco una pulga o una mosca se moverían por sí mismas cuando van a saltar o a emprender ligeramente su vuelo, sino que sería necesariamente una causa extraña quien movería todos los resortes imperceptibles de las partes de sus cuerpos y quien haría que se lanzasen tan rápida y sutilmente como hacen. De donde se deduciría evidentemente que los hombres no serían de ningún modo las causas verdaderas del bien y del mal que cometen y, por consiguiente, que no serían más dignos de reproche o de alabanzas de lo que son unos puros instrumentos inanimados, que sólo actúan a través de las manos de los obreros que los manejan; y de ser así, ¿sobre qué, pues, se fundará la pretendida justicia de las recompensas de los buenos y de los castigos de los malos, puesto que ni unos ni otros podrían hacer nada por sí mismos y no podrían hacer más que lo que una fuerza y una potencia superior les haría hacer o haría ella misma en ellos? [...] No digáis que hay o que habría una gran diferencia entre unos hombres y puros instrumentos, así como entre la manera de actuar de los hombres y la manera de actuar de unos instrumentos inanimados, puesto que los instrumentos inanimados se hallan privados de todos los sentimientos, de todo conocimiento y de toda voluntad, mientras que los hombres, al estar animados, están dotados no sólo de sentimiento y de conocimiento, sino también de voluntad y de libertad y Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 96 así, al hacer sólo lo que quieren, actúan voluntaria y libremente en todo lo que hacen, y, por consiguiente, son dignos de reproche y de castigo cuando hacen el mal y, por el contrario, son dignos de alabanzas y de recompensas cuando hacen el bien. No digáis esto, digo, pues aunque haya una gran diferencia entre unos seres que tienen vida y sentimiento y seres que no tienen vida ni sentimiento, no tendrían más libertad unos que otros. Así, pues, según la hipótesis, ni unos ni otros pueden nada por sí mismos, ni pueden más unos que otros, puesto que no pueden moverse ni manejarse por sí mismos, luego no serán más libres unos que otros, ya sea para actuar o para no actuar, ya sea para hacer el bien o sea para hacer el mal, de la manera que sea. Y, por consiguiente, no serán más dignos de alabanzas y de reproches, ni más dignos de recompensas y castigos unos que otros, a no ser que las alabanzas y las recompensas, así como los reproches y los castigos, son más convenientes para los seres que tienen conocimiento y sentimiento que para aquellos que no tienen; pero esto no concierne a la libertad que, según la susodicha hipótesis, no tendrían ni unos ni otros. Agregad a ello que el conocimiento y la voluntad de los seres animados no servirían de nada en esta hipótesis para la libertad de los que actúan, puesto que todos sus pensamientos, todos sus conocimientos y todas las voluntades que pudieran tener, sólo serían consecuencias y efectos necesarios de las diversas determinaciones o de las diversas modificaciones de las partes más sutiles de la materia. Estas diversas modificaciones o determinaciones de las partes más sutiles de la materia, al no ser más libres ni menos fuertes y eficaces en los cuerpos animados que en los cuerpos inanimados, no dejarían más libertad en unos que en otros. Luego es evidente que seres animados como los animales tienen naturalmente por sí mismos más fuerza y poder para moverse de la que tienen instrumentos inanimados, y nosotros ciertamente sentimos en nosotros mismos que poseemos naturalmente la fuerza de movemos a nosotros mismos, puesto que nos movemos y descansamos efectivamente cuando queremos. Sucede lo mismo con los animales; se mueven por sí mismos cuando no hay nada que se lo impida, luego los seres animados no se mueven por una fuerza ni por un poder extraño, sino por una fuerza y un poder interno que les es propio y natural y, por consiguiente, la materia tiene por sí misma la fuerza de moverse. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 97 REFUTACIÓN DE LOS ARGUMENTOS DE LOS CARTESIANOS QUE PRETENDEN DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE UN DIOS INFINITAMENTE PERFECTO [...] Empecemos por el conocimiento que tenemos naturalmente del infinito. M. de Cambrai y sus partidarios miran este conocimiento como si fuera de un orden o de una naturaleza superior a todo otro conocimiento, y como si sólo pudiera venirnos del Ser mismo infinitamente perfecto, es decir, de Dios mismo; aún se sorprenden, como ellos dicen, de que Dios mismo pueda dar el conocimiento del infinito a espíritus finitos y limitados, como son todos los espíritus humanos. Pero ciertamente este conocimiento del infinito no es más sobrenatural ni más sorprendente que ningún otro conocimiento de los que tenemos. Es por el mismo espíritu, y por la misma facultad del espíritu que conocemos lo finito y lo infinito, lo material y lo inmaterial, es por el mismo espíritu y por el mismo entendimiento que pensamos en nosotros mismos, que pensamos en Dios, y en cualquier otra cosa. En verdad, admiro esta facultad y esta capacidad que tenemos naturalmente para pensar, ver, sentir o conocer todo lo que hacemos, todo lo que se presenta a nuestros sentidos y a nuestro entendimiento, y, sin embargo, no sé cómo puedo formar ningún pensamiento, ni ningún conocimiento, ni siquiera ningún sentimiento, y así el menor de mis pensamientos me asombra y me sorprende, lo reconozco; pero que el conocimiento del infinito sea más sobrenatural o más sorprendente, y más difícil de concebir que el conocimiento de lo que es finito, es lo que no veo de ningún modo, e incluso es contrarío a lo que cada uno de nosotros podemos experimentar por nosotros mismos todos los días. Pues no hay nadie que no conozca ni conciba fácilmente la extensión: la extensión, por ejemplo, de un pie, la extensión de una toesa, o si se quiere, la extensión de una legua, o de dos o tres leguas. También nos es fácil conocer o concebir además una extensión de mil leguas, y de cien mil leguas, y finalmente una extensión que no tuviera fin, y que por consiguiente sería infinita, pues por lejos que se pudiera pretender concebir un fin, o un límite, siempre se concibe, sin embargo, claramente, y se concibe incluso fácilmente que siempre habría un más allá de los dichos límites y un Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 98 más allá del dicho fin, y por consiguiente que seguiría habiendo extensión e incluso una extensión que no podría tener fin, y que por consiguiente sería infinita, ello se concibe con absoluta naturalidad y facilidad. TODAS LAS COSAS NATURALES SE FORMAN SE CONSTITUYEN A SI MISMAS MEDIANTE EL MOVIMIENTO Y CONCURSO DE LAS DIVERSAS PARTES DE LA MATERIA QUE SE JUNTAN, SE UNEN Y SE MODIFICAN DIVERSAMENTE EN TODOS LOS CUERPOS QUE COMPONEN Pero, dirán nuestros deícolas, es absolutamente necesario, al menos, que el movimiento de la materia, y el movimiento de todas sus partes, sea guiado, regulado y dirigido por una potencia todo soberana, y por una inteligencia suprema, ya que no es posible que tantas obras hermosas, tan regular y penosamente forjadas y compuestas, se hayan hecho y dispuesto por sí mismas, como están, por el solo movimiento ciego y aglomeración fortuita de las partes de una materia ciega y privada de razón. A ello respondo que al ser evidente que siempre hay una multitud infinita de partes de la materia que se hallan en movimiento, y que se mueven en todos sentidos, mediante movimientos particulares e irregulares, al mismo tiempo que son arrastradas por un movimiento general de toda la masa de un cierto volumen, o de una cierta extensión considerable de materia, que habrá sido forzada a moverse en línea circular, no habiendo podido, como ya he hecho observar, continuar su movimiento en línea recta, dado que todo lo que es extensión está lleno de una materia semejante que no habría podido apartarse para dejar lugar a la otra, no es posible que toda esta multitud de partes se hayan movido siempre así, sin que se hayan mezclado, y sin que varias de ellas se hayan reencontrado, se hayan juntado, se hayan unido, estacionado, y adherido juntamente, en varios tipos y maneras, unas con otras, y no hayan así empezado a componer todas estas diferentes obras que vemos en la naturaleza, las cuales han podido perfeccionarse seguidamente, y fortalecerse mediante la prolongación de los mismos movimientos que comenzaron a producirlas, siendo cierto que las cosas se perfeccionan y se fortalecen mediante la prolongación de los movimientos que comenzaron a hacerlas nacer. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 99 En efecto es preciso observar que al haber varios tipos de movimientos en la materia, los hay que son regulares, y que se hacen siempre regularmente de la misma forma y manera. Y otros que son irregulares, y que no se suceden regularmente; de estos tipos de movimientos se puede decir que hay unos y otros en todos los tipos de seres o compuestos que hay en la naturaleza. Los movimientos irregulares de las partes de la materia no producen regularmente los mismos efectos, o no los producen siempre de la misma manera, sino ora de una manera ora de otra; y como estos tipos de movimientos son irregulares, o pueden ser irregulares, de infinitas formas y maneras, es lo que hace que haya tantos vicios, tantos defectos, tantas deficiencias y tantas imperfecciones en la mayoría de las obras de la naturaleza, y también que se vean a menudo cosas monstruosas y deformes, y otras aun que van contra el curso ordinario de la naturaleza. Pero los movimientos regulares de las partes de la materia producen regularmente sus efectos ordinarios. Y cuando las partes de la materia se han abierto una vez algunos caminos, en ciertos lugares que las determinan a modificarse de tal o cual manera, ellas tienden por sí mismas a continuar su movimiento de la misma manera por estos lugares. Y a modificarse de la misma manera, y así ellas producen regularmente en estos lugares y en estas ocasiones, los mismos efectos, sin que por ello haya necesidad de ninguna otra potencia para moverlas, ni de ninguna inteligencia para guiarlas en sus movimientos. Aunque cuando se reencuentran o se encuentran fortuitamente en este tipo de lugares y de ocasiones, no sabrían incluso actualmente desviarse de sus rutas ordinarias, ni modificar-s de otro modo del que deben, a menos que no haya fortuitamente algunos impedimentos en sus rutas que les impidan continuar sus caminos de la misma manera, e impedirles que se modifiquen, como habrían Indebido hacer, según su determinación precedente, pues entonces se hallan obligadas a tomar algunos desvíos en sus marchas, o algunas otras modificaciones en sus aglomeraciones, lo que después causa necesariamente algunos defectos, algunas superfluidades, algunas deformidades, o al menos algo extraordinario en las obras que componen. He aquí ejemplos naturales de esto. El agua, por ejemplo, según la disposición o modificación natural de sus partes está determinada a fluir siempre hacia la pendiente del lugar en que se encuentra; si no hay más pendiente de un lado que del otro, permanece como inmóvil Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 100 en su propio lugar. Aunque todas sus partes se hallen siempre en continua agitación unas con respecto a otras, suponiendo que no estén heladas, pero si hay una inclinación a derecha o a izquierda, es decir, de un lado o de otro, inmediatamente fluye y se extiende por el lado de la inclinación, sin que para ello sea necesaria ninguna inteligencia para hacerla fluir del lado de su inclinación, y si es el agua de una fuente, de un arroyo, o de un río que fluye ordinariamente, no deja tampoco jamás de fluir siempre hacia abajo, y a fuerza de fluir por los mismos lugares, se hace y se forma natural y ciegamente desde su origen hasta su fin una especie de camino y de canal que ésta sigue siempre regularmente y constantemente desde su origen hasta el fin, a menos que en su cauce o canal surjan fortuitamente algunos impedimentos, como algunos montones fortuitos de madera, de piedras o de tierras que podrían caer en él, o ser arrastrados por algunas devastaciones extraordinarias o cualquier otra cosa, y obstruir así su camino ordinario; lo que entonces le obligaría a seguir su cauce por otro lugar, e incluso por el lugar más cómodo y más fácil, donde ésta no dejaría de hacerse y formarse aún un nuevo camino, o un nuevo canal, que ésta seguiría de nuevo regularmente y constantemente, mientras no le surgieran tales impedimentos, y todo esto se haría sin que hubiera necesidad, como he dicho, de ninguna inteligencia para encauzarla. Paralelamente, todos los cuerpos pesados caen directamente hacia abajo, y el fuego y el humo suben directamente hacia arriba, natural y ciegamente, mientras no encuentren ningún impedimento en este movimiento que les es natural, y no necesitan inteligencia ni razón, para guiar y dirigir así sus movimientos. Paralelamente aún, los vapores y las exhalaciones salen de la tierra por el calor del sol natural y ciegamente; forman nieblas, que se elevan en el aire, hasta una cierta altura, donde forman nubes y nubarrones de toda clase de figuras irregulares natural y ciegamente. Las nubes siguen siempre regularmente el movimiento de los vientos y recaen en seguida, por tierra, en lluvias, en granizos, o en nieve natural y ciegamente. Todos estos tipos de cosas es constante y evidente que no necesitan inteligencia ni razón para seguir regularmente, como hacen, sus movimientos naturales. Es claro y evidente, por poca atención que se preste, que ocurre lo mismo en relación al movimiento de todas las partes de la Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 101 materia, que componen las obras de la naturaleza más bellas y perfectas, pues todas estas partes, como he dicho, tras haberse abierto necesariamente como ciertos caminos, y tras haberse modificado necesariamente de ciertas maneras en todas las obras que componen, siguen naturalmente, regularmente y ciegamente, los caminos o las huellas que se han abierto en cada obra, y por consiguiente se modifican regularmente y ciegamente también, de la manera que deben modificarse, según la determinación actual en que se encuentran, en cada sujeto en cada compuesto que forman, a menos que se encuentren por lo demás algunos impedimentos que les hagan tomar otros caminos, o algunas otras modificaciones particulares, pues entonces, no producirían regularmente sus efectos ordinarios, sino que los producirían de otro modo, e incluso en ciertos encuentros podrían producirlos de una naturaleza o de una especie completamente diferente. Esto es lo que se ve manifiestamente todos los días pan todas las producciones de la naturaleza, y preferentemente en la producción de las plantas, en la producción de los animales, e incluso en la producción natural del cuerpo humano, que pasa por la obra más perfecta de la naturaleza. Pues es cierto que todas las plantas, de la especie que sean, que todos los animales, de la especie que sean, y que los hombres mismos no producen ordinariamente a sus semejantes, más que por la razón que acabo de indicar; tras haberse abierto, como he dicho, ciertos caminos en ciertos lugares, y en ciertos encuentros, o por la disposición del lugar, del tiempo y de algunas otras circunstancias, éstas se han hallado determinadas a reunirse, a juntarse, y a modificarse de tal o cual manera. Todas las veces que partes semejantes de la materia se encuentran en parejas situaciones, y en parejas circunstancias de tiempo y de lugares, se hallan conjuntamente determinadas a seguir siempre el mismo curso, y a modificarse e la misma manera, y por consiguiente a producir también los mismos efectos a menos como he dicho que no surjan algunos obstáculos que impidan a las partes de la materia seguir sus cursos ordinarios, y que las obliguen a tomar otra determinación, como haría, por ejemplo, una bola que uno arrojara ante sí, la cual continuaría su movimiento en línea recta según la primera determinación, si no encontrara obstáculos para desviarla, pero se desvía de inmediato a derecha o a izquierda cuando encuentra algunos obstáculos, o incluso vuelve recto hacia atrás si el obstáculo que encuentra le hace tomar esta nueva determinación. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 102 Esto depende de algunas particularidades que no hace falta señalar aquí. Así, pues, algunas porciones de materias tras haber tomado fortuitamente ciertos cursos, y tras haberse abierto en sus cursos ciertos caminos, en la primera generación de cada especie de plantas y en la primera generación de cada especie de animales, y tras estar en las circunstancias en que se habían hallado determinadas a reunirse, a juntarse y a modificarse de tal o cual manera, se desprende que todas las veces que las partes de la materia se encuentran en parejas ocasiones y en parejas circunstancias, se hallan determinadas paralelamente a seguir las mismas rutas, como el agua de un arroyo que sigue su cauce o su canal: y siguiendo las mismas rutas, se hallan también determinadas a reunirse, a juntarse, a unirse, y a modificarse siempre de la misma manera, y por consiguiente también a producir regularmente los mismos efectos, ya sea en las plantas o en los animales de la especie que sean unos y otros. Y esto es justamente lo que hace que todo tipo de hierbas o de plantas, y que todo tipo de animales e incluso los hombres, engendren y produzcan ordinaria y regularmente a sus semejantes en especie, a no ser que se encuentren fortuitamente algunos obstáculos en el curso de las partes de la materia, que les impidan entonces modificarse como habrían debido hacer, o habrían hecho según su primera determinación; o a no ser que su número o su movimiento sea demasiado débil, y no sea suficiente para lograr una completa y perfecta modificación; o finalmente a no ser que su número sea demasiado grande, o que su movimiento sea demasiado rápido, demasiado violento y demasiado desigual, pues entonces sus producciones serían imperfectas y defectuosas, o serían monstruosas y deformes. Que esto sea efectivamente así, se ve manifiestamente por un lado en todas las defectuosidades, y en todas las deformidades que se encuentran en las producciones naturales, pues es constante que todas cestas defectuosidades y todas estas deformidades no vienen sino de las causas y razones que acabo de indicar. Y por otro lado esto se ve también en la materia que es la misma para la formación, para la producción y para la nutrición de todas las plantas y de todos los animales, sin exceptuar siquiera a los hombres, que son constituidos, producidos, nutridos y engendrados de la misma materia que todas Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 103 las demás cosas, cuya materia no hace más que modificarse diversamente en toda clase de sujetos. He aquí algunos ejemplos claros y naturales, e indiscutibles. La misma hierba por ejemplo o el mismo heno, la misma avena o el mismo grano que sirve de alimento a los caballos, a los bueyes y a las cabras..., etc., se transforma y modifica, en todos los caballos que lo comen, en la carne y sustancia de caballo, e incluso una parte de este alimento se transforma y modifica de tal modo en ciertas partes de sus cuerpos que puede servir, y sirve actualmente, de semilla para la generación y producción de varios otros caballos semejantes, porque todo lo que comen y les sirve de alimento, a través de la digestión que se hace en sus cuerpos, se halla determinado a transformarse y a modificarse así en su carne y sustancia, y no en otra cosa. [...] Paralelamente, la materia del mismo pan y de la misma carne que los hombres, los monos, los perros, los pájaros, las ratas y ratones comen, se transforma y se modifica naturalmente en las ratas, en los ratones, y en los pájaros que la comen, en su carne y sustancia; en los perros, en los gatos y en todos los demás animales e insectos, indiferentemente de los que puedan ser, que la comen, ésta se transforma y se modifica indiferentemente en sus carnes y sustancias en todos aquellos que la comen, porque en cada uno de ellos se encuentra entonces determinada a transformarse y a modificarse así en su carne y sustancia y no en otra cosa. Evidentemente ocurre lo mismo en los hombres, el pan, la carne y todos los frutos que comen, así como todos los licores que beben, se transforman y se modifican, a través de la digestión que se hace en ellos, en su carne y sustancia, e incluso según lo que acabo de decir, una parte de su alimento se transforma y se modifica naturalmente en ciertas partes de sus cuerpos, en una semilla prolífera, que puede servir y que sirve actualmente todos los días para la generación y producción de varios otros hombres semejantes. Y todo esto se hace en ellos, como en todos los demás animales, porque, como he dicho, la materia se halla entonces en cada uno de ellos determinada a transformarse y a modificarse así en su carne y sustancia, e incluso en una semilla que sirve para producir otros semejantes; con tal de que, como he dicho también, no haya obstáculos que impidan a la materia seguir su primera determinación, y le Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 104 obliguen a tomar otra, pues entonces no produciría el efecto que habría debido producir, y que habría producido; pero lo produciría de otro modo, o incluso produciría completamente otro según la nueva determinación que se habría visto obligada a tomar. [...] Todo esto muestra evidentemente que todas estas producciones, y que todos estos cambios que se hacen regularmente en la naturaleza, sólo se hacen por el movimiento de la materia y mediante las diferentes configuraciones y modificaciones de su partes que ciertamente son todas causas necesarias y fortuitas, mezcladas juntamente, y que son todas causas ciegas y enteramente privadas de razón. Así pues, todas las obras y todas las producciones de la naturaleza se hacen necesariamente por causas necesarias y fortuitas, y por causas ciegas y enteramente privadas de razón, y de este modo ni estas obras ni estas producciones demuestran y prueban la existencia de una inteligencia soberana, ni por consiguiente la existencia de un Dios que las haya formado como las vemos. LOS CARTESIANOS OBLIGADOS A RECONOCER QUE LAS OBRAS DE LA NATURALEZA SE HABRÍAN PODIDO FORMAR Y COLOCAR EN EL ESTADO EN QUE ESTÁN POR LA FUERZA DE LAS LEYES NATURALES DEL MOVIMIENTO DE LAS PARTES DE LA MATERIA Siguiendo la doctrina de este autor que acabo de transcribir con bastante amplitud, y que es la de todos los cartesianos, los más sensatos y juiciosos de todos los filósofos deícolas, es claro y evidente que la formación de todo este universo y que la producción de todas las obras de la naturaleza, e incluso su orden, su disposición, su situación y todo lo que haya de más bello y más perfecto en ellas ha podido hacerse, como he dicho, mediante las únicas fuerzas de la naturaleza, es decir, por la única fuerza motriz de las mismas partes de la materia diversamente configuradas, diversamente combinadas, diversamente movidas, y diversamente modificadas, ligadas o adheridas, y unidas unas con otras. Pues todos estos filósofos, deícolas y cristícolas como son, no ven que sea necesaria ninguna otra cosa que ésta, ni Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 105 por consiguiente ninguna inteligencia para producir todos los efectos de que acabo de hablar, puesto que dicen expresamente que Dios ha formado de una sola vez todas las cosas, tal como se habrían formado y dispuesto con el tiempo, según las vías más simples, y que las conserva también mediante las mismas leyes naturales; y puesto que dicen también expresamente que si Dios no las hubiera dispuesto de una vez como están, éstas se habrían dispuesto con el tiempo por la fuerza del movimiento. Y no sólo dicen que se habrían dispuesto así con el tiempo por la fuerza y por las leyes del movimiento, sino que además dicen formalmente, que si Dios las hubiera puesto en un orden diferente de aquel en que ellas se hubieran dispuesto por estas leyes del movimiento, todas las cosas se trastornarían y se pondrían por la fuerza de estas leyes en el orden que las vemos en el presente. Es pues manifiesto siguiendo esta doctrina de nuestros cartesianos más famosos, deícolas y cristícolas, que la producción, el orden y la disposición, tan admirable como se quiera, de todas las obras de la naturaleza, no demuestran ni prueban de ningún modo la existencia de una inteligencia soberanamente perfecta, y por consiguiente no pueden demostrar, ni probar la existencia de un Dios todopoderoso más que en la medida que fuera él quien hubiera creado la materia y le hubiera dado su movimiento. Y por consiguiente deben reconocer también que la materia tiene por sí misma su movimiento, lo que, sin embargo, va contra su sentimiento. He demostrado anteriormente que la materia no puede haber sido creada y que sólo ha podido tener por sí misma su movimiento y su existencia, así pues es preciso concluir que no hay nada en toda la naturaleza que pueda demostrar, ni que pueda probar la existencia de un Dios todopoderoso, e infinitamente perfecto, y por consiguiente es preciso decir que verdaderamente no existe, y que todas las obras de la naturaleza no se hacen, ni siguen haciéndose todos los días, más que por las únicas leyes naturales y ciegas del movimiento que se encuentra en las partes de la materia de que están compuestas. Pero ¿cómo el autor de la Recherche ha podido decir que si Dios no hubiera dispuesto de una vez todas las cosas de la manera que se habrían dispuesto por sí mismas con el tiempo, todo el orden de las cosas se trastornaría, y que si las hubiera puesto en un orden diferenJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 106 te de aquél, en que se hallaran dispuestas por las leyes del movimiento, éstas se trastornarían todas, y se pondrían, por la fuerza de estas leyes, en el orden que las vemos en el presente? Pues este autor aquí se contradice, y se confunde manifiestamente él mismo, ya que al pretender que la materia no ha podido tener por sí misma ningún movimiento, y que todo el que tiene le viene necesariamente de Dios, primer autor del movimiento, no podía decir que algunas cosas se habrían dispuesto por sí mismas con el tiempo, ni que algunas cosas se trastornarían si Dios las hubiera puesto en un orden diferente de aquel en que éstas se hubieran colocado por las leyes del movimiento, tampoco podía decir que habría habido algunas leyes del movimiento distintas a las que Dios habría establecido, ni que estas leyes del movimiento habrían tenido la fuerza de colocar todas las cosas en el orden que las vemos en el presente. Pues es cierto y evidente que unas cosas no podrían disponerse por sí mismas en otro orden que aquel en que Dios las hubiera puesto, si no tuvieran por sí mismas ningún movimiento, e incluso si el movimiento que tuvieran por sí mismas no fuera más fuerte del que Dios hubiera querido darles. Después que este autor reconoce que todas las cosas podrían disponerse por sí mismas con el tiempo en el orden en que están, e incluso que si Dios las hubiera puesto en otro orden, éstas se habrían trastornado todas, y se habrían colocado por la fuerza de las leyes de su movimiento en el orden que las vemos en el presente, es pues necesario que reconozca también que la materia habría tenido por sí misma la fuerza de moverse, y que las leyes naturales de su movimiento habrían sido incluso más fuertes que las del movimiento que podrían haber recibido de Dios puesto que las leyes naturales de su movimiento habrían tenido la fuerza de trastornar todas las cosas, y disponerlas en otro estado que aquel en que Dios las habría puesto, Así pues, es visible que este autor, pese a la juicioso que es, se contradice en esto, y pone de manifiesto contra su propio sentimiento que la materia tiene por sí misma su movimiento, por lo cual se halla, casi sin pensarlo, obligado a reconocer y a confesar la verdad que por lo demás trata de combatir. Ciertamente es la misma fuerza de la verdad la que hace esto; a pesar de que podría decirse en esta ocasión que la verdad combatida tendría lugar para glorificarse, vencer, y extraer su salvación de sus pro- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 107 pios enemigos, y de aquellos que la odian, es decir, de aquellos incluso que la niegan y la combaten (salutem ex inimicis nostrís, et de manu omnium qui oderunt nos). Lo que pone de manifiesto, como he dicho, que todas las obras de la naturaleza no se hacen en principio ni siguen haciéndose todos los días más que por las leyes naturales y ciegas del movimiento de las partes de la materia de que están compuestas, y, por consiguiente, que no hay nada en toda la naturaleza que demuestre ni que pruebe la existencia de un Dios todopoderoso e infinitamente perfecto, y es en vano que nuestros deícolas dicen que las cosas visibles de este mundo llevan en sí mismas el sello y el distintivo de una sabiduría toda divina. DIFERENCIA EN LA FORMACIÓN DE LAS OBRAS DE LA NATURALEZA Y LAS OBRAS DEL ARTE Aunque esta demostración sea clara y evidente, sin embargo, quizás lo parezca aún más, con la respuesta que vamos a dar a los ejemplos alegados anteriormente, de una bella casa, o de un bello cuadro, de un bello reloj, y de la composición o impresión de un hermoso libro ilustrado, que no pueden haber sido hechos como son, sin que algunos obreros hábiles e ingeniosos hayan intervenido. Reconozco que estas cosas alegadas como ejemplos efectivamente no pueden haberse hecho por sí solas, ni haber sido hechas por causas ciegas y privadas de razón. Reconozco que sería ridículo incluso decirlo o pensarlo. Pero que ocurra lo mismo con las obras de la naturaleza que con las obras del arte humano, y que las producciones de la naturaleza no puedan haber sido hechas más que mediante la inteligencia todopoderosa y soberana de un Ser infinitamente perfecto, niego absolutamente esta consecuencia; y la razón clara y evidente de esto es que hay una gran diferencia entre las obras de la naturaleza y las obras del arte, y por consiguiente entre las producciones de la naturaleza y las producciones del arte. Las obras de la naturaleza se hacen con materiales que se forman, y se constituyen por sí mismos mediante el movimiento que les es propio y natural; se hacen con materiales que se reúnen, se ordenan, se juntan y se unen ellos mismos unos con otros, según los diversos encuentros y las diversas determinaciones en que se hallan, y, por Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 108 consiguiente, pueden hacer y formar varias obras mediante sus conjuntos, sus diversas uniones, y sus diversas modificaciones. Pero las obras de arte sólo se hacen con materiales que no tienen por sí mismos ningún movimiento, y que, por consiguiente, no podrían formarse ni constituirse por sí solas, y que no podrían reunirse, ni ordenarse, ni juntarse y adherirse como hacen ellos mismos juntamente, y que, por consiguiente, no podrían hacer por sí mismos ninguna obra regular y bien hecha, como son una bella casa, un bello cuadro, un bello reloj o la impresión de un hermoso libro. Por ello, sería ridículo decir o pensar que unos caracteres de imprenta, así como la tinta y unas hojas de papel que no tienen ningún movimiento en sí mismas se hayan reunido, se hayan ordenado y adherido tan bien juntas que hayan hecho la composición e impresión de un libro. Esto, digo, sería ridículo decirlo y pensarlo. Paralelamente sería ridículo decir o pensar que las piedras y las maderas que componen una casa se hayan constituido, reunido, ordenado y juntado por sí solas para edificar una casa, puesto que todos estos materiales no tienen en sí mismos ningún movimiento. Ocurre lo mismo con un cuadro, un reloj, y toda otra clase de obras del arte; sería ridículo decir y pensar que se habrían hecho y formado ellas mismas, puesto que los materiales de que están hechas no tienen por sí mismos ningún movimiento. Habiendo, pues, tan gran diferencia entre las obras del arte y las obras de la naturaleza, no es sorprendente si unas se forman y se constituyen por sí solas, y otras no pueden hacer la misma cosa, puesto que los materiales que componen unas se hallan siempre por sí mismos en movimiento y en acción, y los materiales de las otras no lo están jamás a menos que se las ponga. Y no es menos sorprendente esto que ver cómo algunos cuerpos vivos se mueven y los cuerpos muertos no cambian de sitio. Sería asombroso ver de pronto a unos cuerpos muertos ponerse en movimiento, reunirse, y juntarse por sí mismos unos con otros, ora de una amanera, ora de otra. Igualmente asombroso sería ver unas piedras y unas piezas de madera que no tienen vida ni movimiento rodar por sí mismas unas tras otras, luego esculpirse y cortarse por sí solas, y después colocarse y ordenarse industriosamente unas sobre otras. Esto, digo, sería asombroso porque este tipo de cosas no tienen por sí mismas ningún movimiento, pero nadie se sorprende de que unos Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 109 cuerpos vivos se muevan, ni que al moverse se aproximen o se alejen unos de otros, y cuando se aproximan, nadie se sorprende que se reúnan, que se junten y permanezcan temporalmente unos junto a otros, y que después se separen por sí mismos unos de otros; nadie se sorprende de esto, digo, porque es lo que de ordinario hacen los cuerpos que están en movimiento. Y así las más pequeñas partes de la materia que son los verdaderos materiales de los que Se hallan compuestas todas las obras de la naturaleza, al tener todas ellas por sí mismas la fuerza de moverse, e incluso de moverse en todos sentidos, como he demostrado anteriormente, es claro y evidente que mediante la diversidad de sus movimientos pueden combinarse, aliarse, juntarse, unirse y modificarse en infinitas clases de maneras, e incluso es imposible que no lo hagan sea de una manera o de otra, dada la multitud infinita de tales partes de la materia que se hallan en continuo movimiento. No hay que sorprenderse si efectivamente son muchas las que se juntan, se alían, se unen y se modifican de tantas maneras diferentes; y por consiguiente no hay que sorprenderse si éstas componen y producen por sí mismas tantas obras diferentes en la naturaleza, puesto que la producción de todas estas obras diferentes no es más que una consecuencia natural de su movimiento; y no hay que sorprenderse tampoco de que todas estas obras se hayan colocado y dispuesto por sí mismas en el orden y la situación en que están, puesto que las propias leyes del movimiento al ser ciegas, obligan a cada cosa a disponerse y colocarse en los lugares que les convienen, según la disposición y la constitución de su naturaleza. Y lejos de que sea ridículo decir que las obras de la naturaleza hayan podido hacerse y disponerse por sí mismas como están, mediante la fuerza y mediante las leyes naturales del movimiento, es por el contrario ridículo por parte de nuestros deícolas negarlo, y establecer una comparación entre las obras de la naturaleza y las obras del arte. Es ridículo de su parte querer razonar en esto de unas y otras por un igual, puesto que hay una gran diferencia y una disparidad entre ellas. Por ello, tampoco los más sensatos de nuestros deícolas podrían dejar de reconocer ellos mismos la verdad de los principios sobre los que razono. [...] Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 110 REFUTACIÓN DE LOS VANOS RAZONAMÍENTOS DE LOS DEÍCOLAS SOBRE LA PRETENDIDA ESPIRITUALIDAD E INMORTALIDAD DEL ALMA A través de todos estos razonamientos es visible que la razón por la que los cartesianos no quieren reconocer que la materia sea capaz de pensar, querer, sentir, desear, amar u odiar..., etc., es porque imaginan que si el pensamiento y el conocimiento, el sentimiento y la voluntad, el amor y el odio, la (tristeza y la alegría, y toda otra clase de pasiones del alma no fueran más que modificaciones de la materia, éstas serían necesariamente cosas extensas en longitud, anchura y profundidad, al igual que la materia misma, que necesariamente serían cosas redondas o cuadradas, como ellos dicen, y que pondrían al igual que la materia misma dividirse, partirse o cortarse en varias partes semejantes o diferentes. Así pues, es claro y evidente que si la materia fuera capaz de pensar, querer, sentir, desear, amar u odiar, de tener alegría o tristeza..., etc., no se concluiría que este tipo de modificaciones de la materia fueran a causa de ello cosas extensas en longitud, anchura y profundidad, y, por consiguiente, tampoco |se concluiría que los pensamientos, los deseos y las voluntades o afectos del alma fueran cosas redondas o cuadradas, como ellos dicen, ni que pudieran al igual que la materia misma dividirse, partirse o cortarse en varias partes semejantes o dispares. Incluso es ridículo imaginarse que sucedería tal cosa. He aquí evidentemente la prueba. Es cierto y evidente que el movimiento, por ejemplo, es un modo o una modificación de la materia, así como podría serlo la extensión, luego es evidente también que el movimiento en sí mismo no es una cosa redonda, ni cuadrada, pues aunque pueda ir en redondo, en cuadrado o en oval, y en triángulo, no se dice por esto que el movimiento sea una cosa que pueda medirse a cántaros y a pintas, ni que pueda pesarse al peso o en la balanza, y tampoco es una cosa que se pueda partir o contar en pedazos y trozos; luego todas las modificaciones de la materia no son necesariamente cosas redondas o cuadradas, ni cosas que siempre puedan dividirse, partirse, o cortarse en cuartas par- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 111 tes. Paralelamente la vida y la muerte, la belleza y la fealdad, la salud y la enfermedad, la fuerza y la debilidad de los cuerpos vivientes ciertamente sólo son modos o modificaciones de la materia al igual que la extensión. Así, pues, es constante y evidente que ni la vida, ni la muerte, ni la belleza, ni la fealdad, ni la fuerza, ni la debilidad, ni la salud, ni la enfermedad de los cuerpos vivientes son cosas extensas en longitud, anchura y profundidad, y tampoco son cosas redondas o cuadradas; no son cosas que puedan partirse o dividirse en piezas; no son cosas que puedan medirse al alna, o a la toesa, ni pesar al peso y en la balanza, aunque, sin embargo, sólo sean modificaciones de la materia. Así todas las modificaciones de la materia no son necesariamente siempre cosas redondas o cuadradas, y sería incluso ridículo decir por ello que la belleza y la fealdad, la fuerza y la debilidad, la salud y la enfermedad de los cuerpos vivientes, debieran ser cosas redondas o cuadradas, o que debieran poder partirse y dividirse en piezas bajo pretexto de que serían modificaciones de la materia. Paralelamente los sonidos, los olores, los gustos, los sabores no son tampoco cosas redondas o cuadradas; sería ridículo decir que debieran ser cosas redondas o cuadradas bajo pretexto de que serían modificaciones de la materia, pues la virtud en los hombres no es otra cosa que una buena, una bella, honesta y loable manera de vivir, actuar y comportarse en la vida. Por el contrario, el vicio en los hombres no es tampoco más que una manera fea y reprochable de actuar y comportarse en la vida; todas las maneras de actuar y de comportarse en la vida, buenas o malas, se hallan en los hombres que están compuestos de materia, y por consiguiente no puede decirse que las virtudes y los vicios no sean modificaciones de la materia. Sin embargo, de allí no se deduce que las virtudes y los vicios sean cosas redondas o cuadradas, no se deduce tampoco que sean cosas que puedan dividirse, partirse o cortarse en piezas y trozos, como se cortaría la propia materia, y sería ridículo decir o incluso imaginar que tal cosa debiera desprenderse de tal principio. Así a parí, y tras semejante consecuencia, pese a que nuestros pensamientos y nuestros conocimientos, nuestros deseos y nuestras voluntades, nuestras sensaciones y nuestros afectos, nuestras amistades y nuestros odios, nuestros placeres y nuestros dolores, nuestras alegrías y nuestras trisJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 112 tezas, y, en una palabra, pese a que todos nuestros sentimientos y todas nuestras pasiones sólo fueran modificaciones de la materia no se concluiría que fueran ni debieran ser cosas redondas o cuadradas, ni que fueran por ello cosas que se debieran poder partir o cortar en piezas y trozos. Al contrario, sería ridículo por parte de nuestros cartesianos imaginarse que tal cosa debiera deducirse de ahí, y, en consecuencia, son ridículos en los razonamientos que hacen a este respecto. Veamos la otra cara, si se quiere, de este razonamiento. La razón por la que los cartesianos no quieren reconocer que la materia sea capaz de pensar, sentir, desear, querer, amar u odiar..., etc., es que no pueden persuadirse de que un pensamiento, una voluntad, un deseo, un amor, un odio, una alegría, una tristeza ni otro afecto u otra pasión del alma sean modificaciones de la materia, porque no son, dicen, cosas extensas como la materia, ni son cosas redondas o cuadradas, ni son cosas que puedan dividirse, partirse o cortarse en piezas y trozos. Pero esta razón no impide que el pensamiento, la voluntad, el deseo, el amor, el odio, la alegría, la tristeza. y todos los demás afectos o pasiones del alma puedan ser modificaciones de la materia, luego, esta razón, no prueba nada para la pretendida espiritualidad del alma, como pretenden nuestros cartesianos; y son además tan ridículos al pretender demostrar la espiritualidad del alma como cuando pretenden demostrar la existencia de un Dios infinitamente perfecto mediante la idea que tienen de ella. Pues al igual que la idea que se tiene de una cosa no prueba de ningún modo que esta cosa sea como se la imagina, lo que se llama la espiritualidad de los pensamientos, de los deseos y de las voluntades, de los afectos y de las pasiones del alma que no son cosas extensas, que no son cosas redondas o cuadradas y que no pueden partirse ni cortarse en piezas y trozos, tampoco prueba que no sean modificaciones de la materia. Y la razón evidente de ello es que todas las modificaciones de la materia no deben tener actualmente todas las propiedades de la materia; incluso es imposible que las tengan todas. Lo propio de la materia es, por ejemplo, ser extensa en longitud, anchura y profundidad, pero de allí no se deduce que todas las modificaciones de la materia puedan o deban ser extensas en longitud, anchura y profundidad; incluso sería Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 113 ridículo pretenderlo. Lo propio de la materia es poder tener toda clase de figuras, y toda clase de movimientos; sería incluso ridículo pretenderlo así. Lo propio de la materia es poder dividirse o cortarse a lo largo o a lo ancho y en todas direcciones, pero de allí no se deduce que todas las modificaciones de la materia puedan o deban ser capaces de ser divididas, partidas o cortadas a lo largo y a lo ancho, y en todas direcciones. Sería incluso ridículo pretenderlo. Del mismo modo aun, lo propio de la materia es poder ser medida al pie, por ejemplo, o al alna, y a la toesa, como también ser medida al cuarto, o al cántaro y a la pinta. Pero de allí tampoco se deduce que todas las modificaciones de la materia puedan o deban ser capaces de ser medidas, al pie o al alna, y a la toesa, o poder ser medidas al cuarto, al cántaro, o a la pinta, y seguiría siendo ridículo pretenderlo así. Finalmente, lo propio de la materia es poder ser pesada al peso o en la balanza, pero no se concluye que toda materia ni que todas las modificaciones de la materia puedan o deban ser actualmente capaces de ser pesadas al peso o en la balanza, y sería también ridículo querer pretenderlo así. Así pues es ridículo por parte de nuestros cartesianos pretender que nuestros pensamientos, nuestros razonamientos, nuestros conocimientos, nuestros deseos, nuestras voluntades, y que los sentimientos que tenemos de placer o dolor, de amor u odio, de alegría o tristeza..., etc., no sean modificaciones de la materia bajo pretexto de que este tipo de modificaciones de nuestra alma no son extensas en longitud, anchura, ni profundidad, y bajo pretexto de que no son redondas ni cuadradas, y que no pueden dividirse o cortarse en piezas y trozos. Es ridículo de su parte, digo, pretender esto, puesto que no es posible que todas las modificaciones de la materia tengan actualmente todas sus propiedades. He aquí unos ejemplos que confirmarán este razonamiento. El movimiento, como he dicho, y el viento, por ejemplo, no son ciertamente más que modificaciones y agitaciones de la materia. Sin embargo, es constante que el movimiento y que el viento no son cosas redondas o cuadradas, ni de ninguna otra figura especial; no pueden medirse a cántaros y a pintas, ni a cuartos; no pueden pesarse al peso ni en la balanza. Luego, todas las modificaciones de la materia no siempre pueden tener todas las propiedades de la materia misma, ni una moJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 114 dificación de la materia tener además todas sus otras modificaciones. Paralelamente, es cierto, claro y evidente, que lo que nosotros llamamos la vida o la muerte, la belleza o la fealdad, la fuerza o la debilidad, la salud o la enfermedad, sólo son modificaciones de la materia, de la que el cuerpo está compuesto. Sin embargo, es constante que este tipo de cosas no son redondas ni cuadradas, ni de ninguna otra figura. No pueden partirse ni cortarse en cuartos como la materia; no pueden medirse al alna ni a la toesa, ni a cántaros y a pintas. No pueden pesarse al peso ni en la balanza, y sería ridículo hablar de un alna o de una toesa de vida, y de salud; sería ridículo hablar de un cántaro o de una pinta de belleza y de fuerza; sería ridículo hablar de una libra o de dos o tres libras de enfermedades, de fiebre o de pleuresía, al igual que de dos o tres libras de salud y de fuerza..., etc. Luego, todas las modificaciones de la materia no pueden tener actualmente todas las propiedades de la materia, y todas las modificaciones de la materia no pueden ser susceptibles de todas las otras modificaciones, y sería ridículo pensarlo. Paralelamente, los vicios y las virtudes que vemos claramente en los hombres sólo son, como he dicho, modificaciones de la materia, porque las virtudes y los vicios sólo consisten en ciertas maneras buenas o malas de actuar, de vivir, conducirse y comportarse en la vida, que son ciertamente disposiciones o -maneras de actuar que atañen al cuerpo así como al alma o al espíritu, y, por consiguiente, que son tanto modificaciones del cuerpo como del espíritu. Sin embargo, es constante que las virtudes y los vicios de los hombres no son cosas redondas ni cuadradas ni de ninguna otra figura; no son cosas que puedan partirse, o cortarse en trozos, no son cosas que puedan medirse al alna ni a la toesa, no son cosas que puedan pesarse al peso, ni en la balanza, y sería ridículo preguntar si unos vicios o virtudes serían cosas redondas o cuadradas; sería ridículo preguntar si se podrían partir o cortar en piezas y trozos; sería ridículo pensar que se pudieran medir al ama o a la toesa, o que pudieran pesarse al peso o en la balanza. Luego es constante y evidente que todas las modificaciones de la materia no deben ser cosas redondas y cuadradas, y que no siempre deben ser cosas que puedan partirse o cortarse en piezas. Y, aunque no pueda decirse precisamente que cierto tal o cual movimiento en línea recta, oblicua, circular, espiral, parabólica o elíptica, como dicen nuestros cartesianos, haga un amor, un odio, un deseo, Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 115 una alegría, una tristeza o algún otro afecto o pasión semejante del alma, no se concluye que este tipo de sentimientos y afectos del alma no sean modificaciones de la materia. Finalmente lo que llamamos el ruido, el sonido, la luz, el olor, el sabor, el calor, el frío o incluso la fermentación, ciertamente no son por parte de las mismas cosas sino modos y modificaciones de la materia. Sin embargo, es visible que este tipo de cosas no son redondas ni cuadradas, ni de ninguna otra figura, y es visible que no podrían partirse ni cortarse en piezas y trozos, y, finalmente, es visible que no podrían medirse ni pesarse de ninguna otra manera; luego, una vez más, es constante, claro y evidente que todas las modificaciones de la materia no deben siempre tener actualmente todas las propiedades de la materia, ni deben ser siempre redondas y cuadradas, ni deben ser siempre divisibles con el cuchillo y el hacha, ni deben ser siempre mesurables al pie o a la toesa, ni pesables al peso o en la balanza; y por consiguiente es claro y evidente que nuestros cartesianos no tienen razón al decir que los pensamientos, los deseos, las voluntades y las sensaciones del alma no son modificaciones de la materia bajo el pretexto de que no son cosas redondas, ni cuadradas, ni de ninguna otra figura, y así su pretendida demostración de la espiritualidad del alma que ellos sostienen sobre este falso razonamiento es manifiestamente vano y ridículo. De esta espiritualidad del alma, tan bien demostrada según su opinión, creen legítimamente extraer una consecuencia evidente para su inmortalidad. He aquí como razonan; lo que es espiritual no tiene extensión; lo que no tiene extensión, no tiene partes que puedan dividirse y separarse unas de otras, no puede corromperse. Pues los cuerpos sólo se corrompen y pueden corromperse mediante la división y separación de las partes. Lo que no puede corromperse no puede perecer, ni cesar de ser; lo que no puede perecer ni cesar de ser, permanece siempre en su mismo estado, y por consiguiente el alma al ser espiritual, siguiendo la pretendida demostración, no tiene extensión; al no tener extensión, no tiene partes que puedan dividirse ni separarse unas de otras, no puede corromperse; al no poder corromperse, siempre permanece en su mismo estado y por consiguiente encuentran así que es inmortal. He aquí cómo pretenden demostrar la espiritualidad y la inmortalidad de sus almas. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 116 Pero como todo este razonamiento sólo se funda en una falsa posición, y sobre una vana y ridícula pretendida demostración de la espiritualidad del alma, es fácil ver que este argumento no puede concluir nada y que no tiene ninguna fuerza. Pero ¿cómo pueden decir los cartesianos que el alma sería algo espiritual e inmortal, puesto que reconocen y es preciso que reconozcan que es capaz de diversos cambios y de diversas modificaciones, y que incluso actualmente está sujeta a diversos cambios, a diversas modificaciones e incluso a diversas dolencias? Tras este razonamiento más bien deberían decir que no es espiritual ni inmortal. Pues aquello que es capaz de diversos cambios de diversas modificaciones e incluso de diversas dolencias, no puede ser una cosa, es decir, un ser o una sustancia espiritual e inmortal. a) No puede ser una cosa inmortal. He aquí la razón evidente. Aquello que es capaz de diversos cambios y de diversas modificaciones, es capaz de diversas alteraciones. Lo que es capaz de diversas alteraciones, es capaz de corrupción; lo que es capaz de corrupción, no es incorruptible; lo que no es incorruptible, no es inmortal. Esto es claro y evidente. Así pues nuestros cartesianos reconocen que el alma es capaz de diversos cambios y de diversas modificaciones. Reconocen incluso que está actualmente sujeta a ellos, pues dicen y acuerdan que todos nuestros pensamientos, que todos nuestros conocimientos, que todas nuestras sensaciones y que todas nuestras percepciones, nuestros deseos y nuestras voluntades, son modificaciones de nuestra alma. Y así nuestra alma al estar por su propia voluntad sujeta a diversos cambios y a diversas modificaciones, es preciso que reconozcan que está sujeta a diversas alteraciones que son principios de corrupción, y, por consiguiente, que no es incorruptible ni inmortal como pretenden. Es por esto que su gran san Agustín (Confess. liv. 12, cap. 11) dice que una voluntad que varía en sus resoluciones, de la manera que sea, no puede ser inmortal en su duración. Y así el alma, al hallarse sujeta a diversos cambios y a diversas modificaciones, no puede ser inmortal en su duración, b) El alma al hallarse, según la misma opinión de nuestros cartesianos, sujeta, como he dicho, a diversos cambios y a diversas modificaciones, puede ser espiritual en el sentido que lo entienden, porque una cosa que no tiene extensión ni partes no puede cambiar de manera de Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 117 ser, ni puede tampoco tener ninguna manera de ser. Lo que no puede cambiar de manera ser, ni puede tampoco tener ninguna manera de ser, no puede estar sujeto a diversos cambios, ni tener diversas modificaciones. Así, el alma, según el parecer de nuestros cartesianos, no tendría ninguna extensión, ni partes, luego no podría cambiar de manera de ser, ni podría tener tampoco ninguna manera de ser; luego no podría estar sujeta a ningún cambio, ni tener diversas modificaciones como dicen que tiene. O si puede cambiar de manera de ser y estar sujeta a diversos cambios y a diversas modificaciones, es preciso que tenga extensión, y que tenga partes, y si tiene extensión y partes, no puede ser espiritual en el sentido que lo entienden nuestros cartesianos; todo esto se concluye evidentemente. No pueden concebir, dicen, que de la materia figurada de tal o cual manera, como en cuadrado, en redondo, en oval o en triángulo..., etc., surja el dolor, el placer, la alegría, la tristeza, el calor, el dolor, el olor, el sonido..., etc. Más bien deberían decir que no conciben que de la materia dispuesta de tal o cual manera surja el dolor, el placer, el calor, el sonido..., etc. Pues la materia no es precisamente el dolor, el placer, la alegría, la tristeza..., etc. Sino es lo que hace en un cuerpo vivo el sentimiento de dolor, de placer, de alegría, de tristeza... mediante sus diversas modificaciones. No pueden, dicen, concebirlo, y por esta única razón, no quieren que estos sentimientos sean modificaciones de materia. Pero ¿conciben más bien o conciben mejor que un ser que no tenga extensión ni parte alguna pueda ver, conocer, pensar, razonar sobre toda clase de cosas? ¿Conciben más fácilmente, que un ser que no tenga extensión ni parte alguna, pueda ver y contemplar el cielo y la tierra, y contar unos tras otros todos los objetos que vea a través de la masa grosera del cuerpo dónde se halle encerrado como en un calabozo oscuro? ¿Conciben más fácilmente que un ser que no tuviera extensión ni parte alguna pudiese tener placer y alegría, dolor o tristeza? ¿Qué es lo que sería capaz de dar placer y alegría a un ser de esta naturaleza? ¿Qué es lo que sería capaz de causarle dolor, temor o tristeza? ¿La misma alegría o la tristeza podrían encontrar un asiento en un ser así? Ciertamente nuestros cartesianos dicen y admiten en esto cosas que son mil veces más inconcebibles que las que rechazan bajo pretexto de no poder concebirlas. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 118 Pues aunque sea difícil de concebir cómo tales o cuales modificaciones de la materia nos hagan tener tales o cuales pensamientos, tales o cuales sensaciones, es preciso, no obstante, reconocer que es a través de tales o cuales modificaciones de la materia que tenemos tales o cuales pensamientos o tales y cuales sensaciones. Nuestros propios cartesianos no podrían discutirlo. Que necesitan, pues, recurrir a causa de ello a un ser imaginario, a un ser que no es nada, y que, aun cuando fuera algo real como imaginan, siempre sería imposible de concebir su naturaleza, y tener una verdadera idea de él, imposible de concebir su manera de actuar y de pensar, imposible de concebir su unión con el cuerpo; e imposible de conocer cómo tales o cuales modificaciones de materia podrían excitar en él tales o cuales pensamientos, y tales o cuales sensaciones, sin que haya ningún conocimiento de este tipo de modificaciones de la materia. Sólo queda una dificultad por explicar suponiendo, como hago, que las modificaciones de la materia por sí solas hacen todos nuestros pensamientos, todos nuestros conocimientos y todas nuestras sensaciones. Pero suponiendo lo contrario, se encontrarán infinidad de dificultades insuperables. No es sorprendente, como he observado anteriormente, que no conozcamos claramente cómo tal o cual modificación de la materia nos hace tener tal o cual pensamiento, o tal o cual sensación, porque este tipo de modificaciones al ser en nosotros el primer principio de vida y el primer principio de conocimiento y de sentimientos, se hallan en nosotros, en virtud de la constitución natural de nuestro cuerpo, para hacernos sentir y conocer todas las cosas cognoscibles y sensibles que se hallan fuera de nosotros, y no para hacerse sentir y conocer directa e inmediatamente por sí mismas. En esto se parecen a la constitución natural de nuestros ojos, que están en nosotros no para mirarse ni verse a sí mismos, sino para hacemos ver todo lo que está fuera de nosotros. Es por ello también que efectivamente vemos con nuestros ojos todos los objetos visibles, que están fuera de nosotros, aunque no podamos ver, nosotros mismos, nuestros propios ojos, ni ninguna de las partes de que están compuestos; y la razón evidente de ello es que el principio de la vista no debe incumbir a la vista. Y por la misma razón debe decirse también que el principio del sentimiento no debe incumbir al sentimiento, y que el principio del conocimiento no debe incumbir al conocimiento. Y no hay duda de que Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 119 ésta es la razón por la que no conocemos claramente la naturaleza de nuestro espíritu, ni la naturaleza de nuestros pensamientos, y de nuestros sentimientos o sensaciones, aunque en el fondo sólo sean modificaciones de la materia de que estamos compuestos. Es verdad, sin embargo, que podemos vernos los ojos cuando nos miramos en un espejo, porque el espejo nos representa nuestro rostro y nuestros propios ojos como si de alguna manera estuvieran fuera de nosotros mismos y lejos de nosotros. Pero como no hay espejo que pueda, de igual modo, representar nuestra alma, ni ninguna de sus modificaciones, y tampoco podemos verla en los demás hombres, no podemos conocerlas bien inmediatamente por sí mismas, aunque las sintamos inmediatamente por sí mismas. Y lo que confirma esta verdad, o la verdad de este último razonamiento, es el sentimiento natural, cierto y seguro que tenemos siempre de nosotros mismos, pues ciertamente nos conocemos a través de nuestro propio sentimiento, que es nosotros mismos cuando pensamos, nosotros mismos cuando queremos, nosotros mismos cuando deseamos cuando sentimos ora placer, ora dolor, y cuando tenemos ora alegría y ora tristeza. Además conocemos y sentimos por nosotros mismos, que pensamos con nuestra cabeza y que pensamos, queremos, conocemos y razonamos..., etc., especialmente con nuestro cerebro. Como por nuestros ojos vemos, y a través de nuestros oídos oímos, y a través dé nuestra boca hablamos y discernimos los sabores, como con nuestras manos tocamos, mediante nuestras piernas y pies andamos, y por todas las partes de nuestro cuerpo sentimos placer y dolor, no podríamos dudar de ninguna de estas cosas. Así, pues, no vemos, sentimos ni conocemos ciertamente nada en nosotros que no sea materia. ¡Quitad nuestros ojos! ¿Qué veremos? Nada. Quitad nuestros oídos, ¿qué oiremos? Nada. Quitad nuestras manos, ¿qué tocaremos? Nada, a no ser de un modo inadecuado a través de las otras partes del cuerpo. Quitad nuestra cabeza y nuestro cerebro, ¿qué pensaremos? ¿Qué conoceremos? Nada. Finalmente quitad nuestro cuerpo, y todos nuestros miembros, ¿qué sentiremos? ¿Dónde estarán nuestros sentimientos, nuestros placeres y nuestras alegrías? ¿Dónde estarán nuestros pesares, nuestros dolores y nuestros disgustos? Y finalmente, ¿dónde estaremos nosotros mismos? Ciertamente en ninguna parte. Y es imposible con esta suposición Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 120 concebir que en este estado podamos aún tener ningún pensamiento, ningún conocimiento, ni ningún sentimiento; es igualmente imposible concebir que podamos aún ser alguna cosa. Así es constante, cierto y seguro que a pesar de que nuestros pensamientos, nuestros conocimientos y nuestras sensaciones no sean redondas ni cuadradas, ni divisibles en longitud o anchura, son, sin embargo, modificaciones de la materia, y, por consiguiente, nuestra alma no es en sí misma más que aquello que hay en nosotros de materia más sutilizada, y más agitada, que la otra materia más grosera que compone los miembros y las partes visibles de nuestro cuerpo. Y así es cierto y evidente, por poca atención que se preste, y por poco que uno se examine a sí mismo, sin prejuicio y sin prevención, es cierto, digo, y evidente, que nuestra alma no es espiritual ni inmortal, como entienden nuestros cartesianos. Y si se preguntara qué le pasa a esta materia sutil y agitada en el momento de la muerte, se puede decir Sin dudar que se disuelve y se disipa rápidamente en el aire, como un vapor ligero o como una ligera exhalación, más o menos como la llama de una candela, que se apaga de pronto, o que se apaga insensiblemente por sí misma, por falta de materia combustible para mantenerla. «Nosotros —dice el señor de Montaigne— estamos construidos de dos principales piezas esenciales cuya separación causa la muerte y la ruina de nuestro ser» (Essaís). Estas dos piezas principales no son otras que esta materia sutil y agitada que nos da la vida, y esta materia grosera y pesante que forma las partes de nuestro cuerpo. Efectivamente considero que sería demasiado ridículo hablar como varios filósofos antiguos, imaginando que el alma pasaría entonces toda entera de un cuerpo a otro. Opinión cuyo invento se acostumbra atribuir al famoso Pítágoras, filósofo samita, el cual decía que se acordaba muy bien de haber sido antaño una mujer llamada Aspasia, famosa cortesana de Mileto; luego que se convirtió en un muchacho que servía de mujer al tirano de Samos. Después que volvió a nacer en Crates, filósofo cínico; después de esto que fue un rey, luego un médico; después un sátrapa, luego un caballo, un grajo, una rana, un gallo. Paralelamente que se acordaba de haber sido Etalites, hijo de Mercurio; luego que habría renacido en Euforbo. donde fue, decía, matado en el asedio de Troya; que de Euforbo se hizo Hermotima, que de Hermotima con otro nacimiento se hizo Pirro, y que tras la muerte de éste, fue Pitágoras después de todas estas metamorfosis. Si Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 121 es verdad que este filósofo haya dicho y creído verdaderamente tales cosas, me atrevo a decir que al menos respecto a esto era más loco que sabio; y que apenas había merecido el nombre de filósofo. He aquí un indicio más, y una prueba muy sensible y muy convincente, de que nuestra alma es material y mortal como nuestro cuerpo. Es porque ésta se fortifica y se debilita a medida que nuestro cuerpo se fortifica o se debilita. Lo que ciertamente no sería así, si verdaderamente fuera un ser y una sustancia espiritual e inmaterial distinguida del cuerpo. Pues si ella fuera tal, su fuerza y su poder no dependerían en absoluto de la disposición o constitución del cuerpo. Y como depende entera y absolutamente de éstas, es una prueba muy sensible, muy convincente y muy evidente de que no es ni espiritual ni inmortal. LOS PENSAMIENTOS, LOS DESEOS, LAS VOLUNTADES, LAS SENSACIONES DEL BIEN O DEL MAL, SÓLO SON MODIFICACIONES INTERNAS DE LA PERSONA O DEL ANIMAL QUE PIENSA, QUE CONOCE, O QUE SIENTE EL BIEN O EL MAL Y aunque los hombres y los animales sólo estén compuestos de materia, de allí no se deduce que los pensamientos, los deseos, las sensaciones del bien o del mal deban ser cosas redondas o cuadradas, como los cartesianos lo imaginan, y por lo que se hacen ridículos, como también en que sobre una razón tan vana pretenden privar a los animales de conocimiento y de sentimiento, opinión que es muy condenable y por qué [... ] El propio pensamiento no es más que una acción, o una modificación pasajera del alma y del espíritu. Así la acción del espíritu al no ser más que una modificación del alma o del espíritu, no puede constituir la esencia del alma o del espíritu; pues es el alma o el espíritu quien hace, forma o concibe sus propios pensamientos. Luego no es el pensamiento el que constituye su esencia. Pues el efecto o la acción de una causa no puede constituir la esencia de esta misma causa. Así, el pensamiento es el efecto o la acción del alma y del espíritu, pues el Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 122 pensamiento es una acción vital del alma. Pues esta acción vital del alma no puede constituir la esencia misma del alma. Esto es evidente. Por lo demás, si es el pensamiento solo el que constituye la vida y la esencia del alma o del espíritu, no es verdad decir que el alma es una sustancia, ni que es inmortal, pues es claro y evidente por nosotros mismos que el pensamiento, como acabo de decir, sólo es una acción vital del alma, y no una sustancia. Efectivamente, sería ridículo decir que un pensamiento sería una sustancia inmortal, puesto que el pensamiento no podría subsistir sólo por sí mismo, y muy a menudo únicamente dura un momento. [...] Además, si es el pensamiento solo, o si únicamente es el conocimiento de la verdad y el amor al bien quienes constituyen la vida del alma y la esencia del alma y del espíritu, ¿es preciso pues que el alma y el espíritu carezcan de vida y de esencia, cuando no piensan, y no tienen actualmente ningún conocimiento de la verdad, ni ningún amor al bien? Y por consiguiente que no sean nada, cuando no piensan, y cuando no tienen conocimiento de verdad, ni de amor al bien, porque nada de lo vivo puede existir sin aquello que constituye su vida y su esencia; y así el alma o el espíritu al carecer de pensamiento, de conocimiento de verdad, y de amor al bien, que constituyen su vida y su esencia, según la opinión de nuestros cartesianos, no tendrían vida ni esencia, y por consiguiente no serían nada de nada, lo que además sería ridículo decirlo y pensarlo. Pero no es posible, dicen nuestros cartesianos, concebir un espíritu que no piense. Esto es manifiestamente falso incluso según los principios de nuestros cartesianos, pues, a mi parecer, no dirán que las personas que duermen con un sueño apacible y profundo permanezcan durante todo el tiempo de este apacible y profundo sueño, sin alma ni vida, y que sus almas entretanto fueran aniquiladas y renacieran de nuevo cuando se despiertan. No lo dirán, digo, pues darían demasiada risa. Así los que duermen con un sueño apacible, tranquilo y profundo no piensan entonces en nada, y no tienen ningún pensamiento, ni ningún conocimiento, y ni siquiera de aquello que les es más querido. Luego se puede concebir no sólo un alma o un espíritu que no piense, sino que incluso se pueden concebir millares y millares que no piensan, porque se pueden concebir millares y millares de Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 123 personas que duermen con un sueño apacible, tranquilo y profundo. Si nuestros cartesianos sostienen que no hay sueño tan apacible, tan tranquilo y profundo que pueda quitarnos por completo todos los pensamientos del alma, cada uno de nosotros lo puede desmentir por su propia experiencia, pues sabemos que cuando hemos dormido con un sueño apacible y profundo, no hemos pensado en nada, y ni siquiera hemos pensado en nosotros mismos, ni en aquello que podría sernos más querido. Si dicen que lo que sucede es que no nos acordamos, cuando nos hemos despertado, lo dicen sin fundamento; ni ellos mismos se acuerdan, al igual que nosotros, y si ni ellos lo recuerdan, hablan pues de esto sin saber, y por consiguiente no merecen que se les escuche. Pero, por ejemplo, ¿en qué podría pensar el alma espiritual e inmortal de un niño desde el momento en que empieza a vivir y durante todo el tiempo que está en el vientre de su madre? Sólo podría pensar en lo que ya conociera. Así, no conoce nada aún; luego todavía no puede pensar en nada. [...] Nada ha pasado aún por los sentidos de este niño que está en el vientre de su madre. Nunca ha visto ni oído nada, nunca ha probado ni sentido nada, luego todavía no ha percibido nada, es decir, que todavía no ha tenido ningún pensamiento, ni ningún conocimiento en el entendimiento, y por consiguiente no piensa todavía en nada, y si todavía no piensa en nada, y verdaderamente tiene un alma espiritual e inmortal como quieren nuestros cartesianos, es cierto y evidente que la esencia de esta alma no consiste en su pensamiento, como pretenden nuestros cartesianos. Además, si el pensamiento es la vida del alma y la circulación de la sangre y el justo temperamento de los humores son la vida del cuerpo, como dicen nuestros cartesianos, cada cual de nosotros tenemos pues dos tipos diferentes de vidas en nosotros, a saber la del alma y la del cuerpo. Lo que es manifiestamente falso, pues sentimos conbastante evidencia por nosotros mismos que tenemos una sola vida; y que lo que llamamos nuestra alma y nuestro cuerpo no constituyen juntos más que una sola vida y un solo viviente, y no dos vidas, ni dos vivientes. Y es ridículo por parte de nuestros cartesianos querer distinguir así dos tipos de vidas y dos principios diferentes de vidas en una misma y única persona. Y como reconocen que la circulación de la sangre y que el justo temperamento de los humores constituyen Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 124 la vida del cuerpo y todos sus movimientos, es ridículo y superfino de su parte querer imaginar y forjar inútilmente otro principio de vida, del que no tenemos ninguna necesidad, puesto que el único principio que reconocen de la vida del cuerpo nos basta, igual que a todos los demás animales, para hacer todas las funciones y todos los ejercicios de la vida. Luego, deben reconocer también que basta a los hombres para hacer todas las funciones y todos los ejercicios de su vida, y si les basta, es claramente un error y una ilusión por parte de nuestros cartesianos decir que nuestra alma es una sustancia espiritual e inmortal, y es todavía una ilusión mayor de su parte creer invenciblemente demostrar esta pretendida espiritualidad y esta pretendida inmortalidad mediante tan débiles y ridículos razonamientos como son los que emplean al respecto. Es lo que aún pondré de manifiesto mediante el siguiente razonamiento. Si nuestra alma fuera una sustancia espiritual e inteligente, es decir, cognoscente y capaz de sentimiento por sí misma, y si verdaderamente se distinguiera de la materia y de toda otra naturaleza que no fuera la materia, ella conocería y sentiría inmediatamente y ciertamente por sí misma que sería verdaderamente una sustancia espiritual distinta de la materia, tal como nosotros conocemos y sentimos inmediata y ciertamente por nosotros mismos que somos sustancias corporales, pues ciertamente nos basta con nosotros mismos para sentir y conocer ciertamente que somos tales. Sucedería lo mismo ciertamente respecto a nuestra alma; si fuera verdaderamente una sustancia espiritual se conocería y se sentiría ciertamente como una sustancia espiritual, y muy fácilmente y ciertamente podría distinguirse ella misma de todo lo que fuera materia, como nosotros mismos sabemos distinguirnos de todo lo que no es nosotros. Luego es cierto que el alma no se conoce y que ciertamente no se siente como una sustancia espiritual, pues si se conociera y se sintiera ciertamente como tal nadie podría dudar de la espiritualidad de su alma porque cada cual de nosotros conocería y sentiría por sí mismo que ella sería efectivamente tal. Así nadie conoce ni siente ciertamente esto, luego el alma no es una sustancia espiritual, como entienden nuestros cartesianos. Además, si el alma fuera verdaderamente una sustancia espiritual, cognoscente, sensible, y se distinguiera por completo de la materia, Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 125 ésta se conocería a sí misma antes de conocer la materia; se distinguiría fácilmente de la materia, y le sería incluso imposible no distinguirse de la materia, pues al estar como estaría, encerrada por todas partes en la materia, no podría dejar de sentirse encerrada, como nosotros sentimos, por ejemplo, que estamos encerrados en nuestros vestidos, cuando estamos vestidos; y cuando nos sentimos envueltos con sábanas y mantas, cuando estamos acostados en una cama; y al estar la dicha alma en un cuerpo humano, se encontraría encerrada en él, al igual que un hombre se encontraría encerrado de hallarse en una habitación o como un preso en una cárcel. De este modo, es cierto y evidente que el alma se distinguiría y no podría tampoco dejar de distinguirse tan fácilmente de la materia de su cuerpo, como nosotros mismos nos distinguimos de nuestros vestidos, cuando estamos vestidos, o como nos distinguimos de las sábanas y mantas cuando estamos acostados en una cama. El alma no podría dejar de distinguirse de la materia del cuerpo tan fácilmente como nosotros mismos nos distinguimos de una habitación en la que estamos encerrados. Y, finalmente, ella podría distinguirse a sí misma de la materia al igual que un preso podría distinguirse de las murallas de su cárcel. Así, pues, es evidente, y cada cual lo siente por su propia experiencia, que el alma no podría distinguirse así de la materia de su cuerpo en que se halla encerrada. [...] Así, pues, es claro y evidente que el alma no es una sustancia espiritual, inteligente y sensible o sensitiva por sí misma, y que no es una sustancia distinta de la materia ni de otra naturaleza que la materia, porque, como acabo de decir, si ella fuera verdaderamente tal como nuestros cartesianos dicen, no podría dejar de conocer ni de sentir por sí misma que sería una sustancia espiritual. Se conocería mejor a sí misma de lo que conocería la materia, y ni siquiera es concebible cómo podría concebir la materia. Y, por último, supuesto que pudiera conocer la materia, ciertamente podría distinguirse de la materia, al igual que unos presos saben distinguirse de los muros de su cárcel. Y así, el alma, al no poder conocerse a sí misma ni distinguirse de la materia en que está encerrada, es una prueba cierta, clara y evidente de que no es tal como nuestros cartesianos dicen. [...] Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 126 Es evidente e indudable, por todos los testimonios que acabo de sacar a relucir, que los mismos cartesianos reconocen que las diversas modificaciones y cambios del cuerpo excitan y despiertan, naturalmente en el alma, diversos pensamientos y diversas sensaciones, e incluso reconocen, según su propia opinión, que estas diversas modificaciones y cambios del cuerpo excitan y despiertan, naturalmente en el alma, diversos pensamientos y diversas sensaciones, y que hay un nexo natural entre estas diversas modificaciones y cambios del cuerpo y los pensamientos y sensaciones que excitan y despiertan en el alma. Así, pues, de buena gana les preguntaría si conciben que ninguna modificación de la materia pueda naturalmente causar y formar en un espíritu, es decir, en una sustancia espiritual (que, sin embargo, sólo es un ser imaginario) ningún pensamiento o ninguna sensación; qué relación o qué nexo necesario hay entre una modificación de materia y un ser imaginario, o, si queréis, un ser espiritual que no tiene cuerpo, ni partes, ni extensión alguna. De buena gana les preguntaría si conciben que diversas modificaciones de materia deban producir, naturalmente en una sustancia espiritual, es decir, en un ser que carece de extensión y no es nada, diversos pensamientos y diversas sensaciones; qué relación y qué nexo hay entre uno y otro, o entre unos y otros. Pues, en el fondo, no hay ninguna diferencia entre un espíritu, tal como ellos lo entienden, y un ser que sólo es imaginario y que no es nada, como he demostrado suficientemente antes. Pero, aun suponiendo incluso que el espíritu fuera algo real, como ellos pretenden, ¿conciben que unas modificaciones de materia puedan naturalmente producir o excitar pensamientos y sensaciones en tal ser, es decir, en un ser que no tuviera cuerpo, ni partes, ni extensión alguna, y que no tuviera ninguna forma ni ninguna figura? ¿Qué relación y qué nexo puede haber entre unas modificaciones de materia y seres de tal naturaleza? No puede haber ninguno. ¿Conciben que las menores cosas que producirían grandes movimientos en las fibras delicadas del cerebro excitarían por una consecuencia necesaria, como dicen, sentimientos violentos en el alma? ¿Conciben que un cierto temperamento de la corpulencia o de la delicadeza de los espíritus animales y que un cierto temperamento de su agitación con las fibras del cerebro constituyen naturalmente la fuerza o la debili- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 127 dad del espíritu? ¿Conciben que ciertos movimientos de la materia pueden naturalmente causar placer y alegría o dolor y tristeza en un ser que carece de cuerpo y partes y que no tiene ni forma, ni figura, ni extensión alguna? ¿Conciben que unas huellas despertadas en el cerebro despiertan ideas en el espíritu y que unos movimientos excitados en los espíritus animales excitan pasiones en la voluntad, e incluso •en la voluntad de un ser que no tiene, como acabo de decir, ni forma, ni figura, ni cuerpo, ni partes, ni extensión alguna? ¿Conciben que un justo temperamento de humores que, como dicen, hace la vida y la salud del cuerpo, sea una cosa redonda o cuadrada o de alguna otra figura? Y, finalmente, para terminar, ¿conciben que la alianza del espíritu con el cuerpo consiste en una correspondencia mutua y natural de los pensamientos del alma y de las huellas del cerebro, así como en una correspondencia natural y mutua de las emociones del alma y del movimiento de los espíritus animales, aunque el alma no tenga ningún conocimiento de estas huellas ni ningún conocimiento de los espíritus animales? ¿Conciben todo esto, señores cartesianos? Si lo conciben, ¡que nos enseñen un poco esta maravilla! Y si no lo conciben, ciertamente no deben decirlo, según sus principios, a menos que no quieran hablar ellos mismos sin saber lo que dicen. [...] Pero, por qué quieren todavía hablar así sin saber lo que dicen, en lugar de reconocer que la materia sola sea capaz de conocimiento y de sentimiento en los hombres y en los animales, o más bien sea capaz de dar, formar o causar y producir conocimiento y sentimiento en los animales bajo pretexto de que no conciben cómo puede hacerse esto. Lo quieren así, sin ningún fundamento y sin ninguna buena razón. Pues en el sentimiento de los que dicen que el solo movimiento de la materia con sus diversas modificaciones basta para dar el conocimiento y sentimiento a los hombres y a los animales, sólo queda, como he dicho, una dificultad, que es saber o concebir cómo unos solos movimientos y unas solas modificaciones de las partes de la materia pueden dar o excitar el conocimiento y el sentimiento en los hombres y en los animales; dificultad que viene, sin duda, como ya he observado también, del hecho que este tipo de movimientos y de modificaciones constituyen en nosotros el primer principio de todos nuestros conocimientos y de todas nuestras sensaciones, y que por esta razón no podemos ni debemos tampoco ver ni concebir Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 128 cómo producen en nosotros nuestros conocimientos y nuestros sentimientos, en tanto que, como he dicho, al igual que todos los días vemos que el principio de la vista no incumbe ni puede incumbir a la vista, también debemos persuadirnos de que el principio del conocimiento y del sentimiento no puede ni debe incumbir al conocimiento ni al sentimiento y, por consiguiente, que no debemos ignorar cómo los movimientos y las modificaciones internas de la materia de la que estamos compuestos producen en nosotros nuestros conocimientos y nuestros sentimientos, y no debemos tampoco sorprendernos de nuestra ignorancia y de nuestra impotencia en esto, ya que debe ser naturalmente tal, pues de alguna manera sería como si alguien se sorprendiera de que un hombre fuerte y robusto que llevara fácilmente fardos grandes y pesados sobre sus hombros y su espalda, no pudiera igualmente llevarse a sí mismo sobre sus hombros ni sobre su espalda. O como si alguien se sorprendiera de que un hombre de buen apetito que tragara fácilmente buenos y exquisitos platos no se pudiera tragar la lengua. Como si alguien se sorprendiera de que el ojo que ve fácilmente todo, no pudiera, sin embargo, verse a sí mismo; o, finalmente, como si alguien se sorprendiera de que una mano que puede agarrar todo tipo de cosas no pudiera, sin embargo, agarrarse a sí misma. Es visible que este tipo de extrañezas serían ridículas y uno se mofaría infaliblemente de los que se sorprendieran de tal impotencia; ocurriría infaliblemente lo mismo en relación a nuestra sorpresa con respecto a las modificaciones internas de nuestro cuerpo y de nuestras sensaciones, o percepciones, si fueran cosas exteriores y sensibles como son aquellas de las que acabo de hablar. Sería ridículo sorprenderse de nuestra ignorancia al respecto y tal vez sería incluso ridículo querer comprender y concebir lo que ignoramos al respecto, porque se vería claramente que no sería preciso sorprenderse de tal ignorancia y porque también sería imposible concebir lo que ignoramos de ello, como es imposible para nuestros ojos verse a sí mismos sin espejo. Pero, aunque ignoremos cómo se hace esto, tenemos la certeza y la seguridad de que a través de estos movimientos y estas modificaciones pensamos, sentimos y percibimos todas las cosas, y que sin estos movimientos y estas modificaciones no seríamos capaces de tener Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 129 ningún pensamiento ni ningún sentimiento. Además, sentimos interiormente y con toda certeza que pensamos a través de nuestro cerebro, que sentimos a través de nuestra carne, que vemos por nuestros ojos, que tocamos con nuestras manos; y así debemos necesariamente decir que precisamente en este tipo de movimientos y de modificaciones internas de nuestra carne y de nuestro cerebro consisten todos nuestros pensamientos, todos nuestros conocimientos y todas nuestras sensaciones. Y lo que confirma más aún esta verdad es que nuestros conocimientos y nuestras sensaciones siguen la constitución natural de nuestro cuerpo, y que son más o menos libres según procedan de una más o menos buena y perfecta disposición y constitución interna o externa de nuestro cuerpo. Y si nuestros conocimientos y nuestras sensaciones consisten precisamente en este tipo de movimientos y de modificaciones internas de la materia que está en nosotros y que actúa en nosotros, se concluye, evidentemente, que todos los animales son capaces de conocimiento y de sentimiento al igual que nosotros, puesto que vemos claramente que al igual que nosotros están compuestos de carne y hueso, sangre y venas, nervios y fibras parecidas a las nuestras, que al igual que todos nosotros tienen los órganos de la vida y del sentimiento, e incluso un cerebro, que es el órgano del pensamiento y del conocimiento, y que muestran evidentemente, a través de todas sus acciones y a través de todas sus maneras de actuar, que tienen conocimiento y sentimiento. Así, en vano nuestros cartesianos dicen que no son capaces de conocimiento ni de sentimientos bajo pretexto de que no conciben que de la materia figurada o modificada de tal o cual manera, como en cuadrado, en redondo, en oval, etc., surja el dolor, el placer, el calor, el sonido, etc., y bajo pretexto de que no conciben que de la materia agitada de abajo a arriba, o de arriba a abajo, en línea circular, espiral, oblicua, parabólica o elíptica surja un amor, un odio, una alegría, una tristeza, etc., puesto que es constante e indudable incluso, según sus principios, que mediante los diversos movimientos y las diversas modificaciones de la materia se forman en nosotros todos nuestros conocimientos y todas nuestras sensaciones, e incluso hay en nosotros un nexo y una correspondencia natural y mutua, como dicen nuestros cartesianos, entre los susodichos movimientos y las susodichas modificaciones de la materia y los conocimientos y los sentimientos o sensaciones que Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 130 tenemos en nosotros. Es claro, constante e indudable que semejantes movimientos y semejantes modificaciones de la materia se pueden hacer del mismo modo en los animales que están organizados o que tienen órganos como nosotros. Y si este tipo de movimientos y de modificaciones de materia se pueden hacer en ellos, también pueden, por consiguiente, formar conocimientos y sensaciones semejantes. Y puede ocurrir que en los mismos animales haya un nexo y una correspondencia natural y mutua semejante entre los diversos movimientos y modificaciones de su cuerpo y los conocimientos y sensaciones que pueden tener, puesto que un nexo y una correspondencia tales de movimientos y sensaciones, modificaciones y conocimiento no es más difícil por un lado que por otro, pudiendo encontrarse tan fácilmente en los animales como en los hombres. Y con esto, como no se puede dudar de ello tras haber pensado bien, es un error y una ilusión de nuestros cartesianos creer que los animales no son capaces de conocimiento ni de sentimiento, y es ridículo de su parte preguntar en esta ocasión si es concebible que de la materia figurada de tal o cual manera, como en cuadrado, en redondo, en oval, etc., surja el dolor, el placer, el calor, la luz, sonido, etc. Y si es concebible que de la materia agitada de abajo a arriba, o de arriba a abajo, en línea recta, circular u oblicua surja un amor, un odio, una alegría, una tristeza, etc.; son ridículos, digo, de preguntarlo e imaginar que la solución de esta dificultad depende de ello, puesto que ni el sentimiento del placer o del dolor, ni el sentimiento del calor o del frío, ni el sentimiento de la luz y de los colores, ni el sentimiento del olor y del sonido consisten en una cierta extensión mensurable ni en ninguna figura determinada de la materia. Y ni el pensamiento, ni el deseo, ni el temor, ni la voluntad, ni el razonamiento, ni la alegría o la tristeza consisten tampoco en una extensión mensurable ni en ninguna figura determinada de la materia, sino que consisten únicamente en el movimiento y en la modificación interna de la materia de que están compuestos los cuerpos vivos, sin tener relación alguna con su extensión mensurable ni con la figura externa que puedan tener; de la misma manera que el justo temperamento de los humores, que según el parecer de los propios cartesianos hace la vida, la fuerza y la salud del cuerpo viviente, no consiste tampoco en cierta figura ni en cierta extensión particular de la materia, sino en ciertos movimientos internos y en ciertas modiJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 131 ficaciones internas y particulares de la materia, sin tener ninguna relación con la extensión, ni con la forma, ni con la figura que pueda tener en cualquier otra parte. Nuestros cartesianos aquí simulan aun confundir inoportunamente las cosas; es lo que ya hacían con motivo de la pretendida existencia de su Dios. Pues para demostrar, como pretenden, que existe, fingen confundir un infinito en extensión, en número y en duración, que existe verdaderamente, con un pretendido Ser infinitamente perfecto que no existe. Y de la existencia evidente de lo uno, imaginan concluir invenciblemente la existencia de lo otro; por lo cual he dicho que incurrían manifiestamente en el error y en la ilusión. Helos aquí haciendo lo mismo respecto a los animales, a los que quieren o quisieran privar por completo de todo conocimiento y de todo sentimiento, pues para demostrar, como pretenden, que carecen de todo conocimiento y de todo sentimiento, fingen confundir la extensión mesurable de la materia y su figura exterior con los movimientos y las modificaciones internas que ella tiene en los cuerpos vivientes, y porque demuestran suficientemente que ninguna extensión mensurable de materia y que ninguna de sus figuras exteriores pueden producir ningún pensamiento ni ninguna sensación en los hombres ni en los animales, imaginan demostrar también que al haber sólo materia en los animales éstos no pueden tener ningún conocimiento ni ningún sentimiento, pero su error y su ilusión sigue consistiendo en esto mismo, ya que ni los conocimientos ni las sensaciones de los hombres y de los animales consisten en ninguna extensión mensurable ni en ninguna figura exterior de la materia, sino en los diversos movimientos, en las diversas agitaciones y en las diversas modificaciones internas que ella tiene en los hombres y en los animales. Lo que, como es visible, establece una gran diferencia entre lo uno y lo otro, pues se puede decir perfectamente que el pensamiento y el sentimiento, por estar en cuerpos vivientes, están en consecuencia en una materia que es extensa y figurada; pero de allí no se deduce que ni el pensamiento ni el sentimiento deban ser por ello cosas extensas en longitud, anchura y profundidad, ni que deban ser cosas redondas o cuadradas, como dicen nuestros cartesianos, pues el pensamiento y el sentimiento están igualmente en un hombre pequeño, por ejemplo, como en uno más grande, en cuanto ni el tamaño mensurable del Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 132 cuerpo viviente, ni la figura exterior intervienen para nada en esto. Paralelamente, se puede perfectamente decir que los pensamientos y las sensaciones de los cuerpos vivientes se hacen mediante los movimientos, mediante las modificaciones y mediante las agitaciones internas de las partes de la materia de que están compuestos, pero de allí no se deduce que este tipo de movimientos se hagan necesariamente en línea recta u oblicua, en línea circular o espiral, o en línea parabólica o elíptica, ni que estos movimientos y agitaciones, de abajo a arriba, o de arriba a abajo, en línea circular u oblicua produzcan siempre algunos pensamientos o algunas sensaciones, esto, digo, no se deduce siempre de la suposición de nuestra tesis, e incluso sería ridículo imaginar que tal cosa debiera deducirse de allí; y así en vano nuestros cartesianos preguntan si se concibe que la materia figurada en redondo, en cuadrado, en oval... pueda hacer un pensamiento, un deseo, una voluntad..., etc. Y si se concibe que una materia agitada de abajo a arriba o de arriba a abajo, o que se mueve en línea circular, oblicua o parabólica..., etc., puede producir un amor, un odio, un placer, una alegría, un dolor o una tristeza, en vano, digo, hacen esta pregunta, puesto que nuestros pensamientos y nuestras sensaciones no dependen de estas particularidades de la materia, ni se hacen porque la materia esté figurada en redondo o en cuadrado..., etc., ni precisamente porque se mueva de abajo a arriba o de arriba a abajo, ni porque se mueva de derecha a izquierda o de izquierda a derecha..., etc., sino, como he dicho, porque tiene en los cuerpos vivientes ciertos movimientos y ciertas modificaciones y agitaciones internas que hacen la vida y el sentimiento de los cuerpos vivientes, sin que por ello sea necesario que este tipo de modificaciones internas tengan en sí mismas ninguna figura propia y particular, y sin que por ello sea necesario que este tipo de movimientos vayan siempre de abajo a arriba o de arriba a abajo, y sin que sea necesario determinar si van de derecha a izquierda o de izquierda a derecha; o si es justamente mediante líneas rectas o circulares que se hacen, o si es mediante líneas espirales, oblicuas o parabólicas. No se trata de esto; basta decir que nuestros pensamientos y que nuestras sensaciones se hacen verdaderamente en cuerpos vivientes, de la manera que sea, y se hacen así como las modificaciones internas de que acabo de hablar. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 133 Luego es cierto que no todas las modificaciones de la materia son siempre redondas o cuadradas, o de otra forma, sería incluso ridículo pretender que debieran serlo siempre; por ejemplo, la modificación del aire que produce en nosotros el sentimiento del sonido, y la del mismo aire que produce en nosotros el sentimiento de la luz y de los colores, ciertamente son modificaciones de la materia. Sin embargo, este tipo de modificaciones de la materia no tienen en sí mismas ninguna figura propia y particular, y sería ridículo preguntar si la acción o la agitación del aire que causa en nosotros este sentimiento del sonido sería una cosa redonda o cuadrada... Paralelamente es cierto que el justo temperamento de los humores que causa las enfermedades y las dolencias de los cuerpos vivientes, sólo son modificaciones de la materia. Este tipo de modificaciones de la materia no tienen, sin embargo, ninguna forma por sí mismas, y sería ridículo preguntar si el temperamento bueno o malo de los humores que causa la salud y las enfermedades, la fiebre, por ejemplo, o la peste, serían cosas redondas o cuadradas, y si se podrían dividir, partir o cortar en pedazos y trozos. [...] De manera que en cuanto se atribuye una denominación idéntica y semejante a varias cosas de diversas naturalezas, es preciso entenderla y explicarla en diversos sentidos y en diversos significados, porque sería ridículo tomar esta misma denominación con un mismo significado para todas las cosas que significara. Se dice, por ejemplo, de una pértiga, que es larga o corta. Se dice lo mismo de una enfermedad, que es larga o corta. Es preciso tomar este término de largo o larga, así como el de corto o corta, en diversos significados, porque sería ridículo decir que la longitud o la brevedad de una enfermedad fuera un ser o algo parecido a la longitud, o a la brevedad de una pértiga, o que la de una pértiga fuera semejante a la de una enfermedad. Y ¿por qué sería ridículo querer tomar este término en un mismo significado para una pértiga como para una enfermedad? Sólo porque sería ridículo querer atribuir a unas cosas cualidades o propiedades que no convinieran a su naturaleza, o a su manera de ser; pues es visible que la longitud de una pértiga no corresponde en absoluto a la naturaleza de una enfermedad, y la longitud de una enfermedad no corresponde en absoluto a la naturaleza de una pértiga. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 134 [...] Nuestros cartesianos incurren justamente en esta ridiculez cuando imaginan y dicen que los animales no son capaces de conocimiento ni de sentimiento, bajo pretexto de que ni el conocimiento ni el sentimiento pueden ser modificaciones de la materia, imaginando al mismo tiempo que todas las modificaciones de la materia son necesariamente cosas extensas en sí mismas y que son necesariamente cosas redondas o cuadradas..., etc., y que pueden dividirse y contarse en pedazos y en trozos. ¿Cómo se podría imaginar, dicen, que el espíritu fuera extenso y divisible? Se puede, agregan, cortar mediante una línea recta un cuadrado en dos triángulos, en dos paralelogramos, en dos trapecios. Pero ¿con qué línea —preguntan— se puede concebir que un placer, un dolor, un deseo..., etc., pueda cortarse?, ¿y qué figura resultaría de esta división? Si se concibe, prosiguen, que de la materia figurada en redondo, en cuadrado, en oval..., etc., surja el dolor, el placer, el calor, el olor, el sonido, etc., y si se concibe que la materia agitada de abajo a arriba o de arriba a abajo, en línea circular, oblicua, espiral, parabólica o elíptica, sea un amor, un odio, una alegría, una tristeza... se puede decir que los animales son capaces de conocimiento y de sentimiento, y si no se concibe no hay que decirlo a menos que se quiera hablar sin saber lo que se dice. ¡Imaginan, pues, siguiendo sus propios razonamientos que si los animales fueran capaces de conocimiento y de sentimiento, el espíritu sería extenso y divisible, y que podría dividirse o cortarse en pedazos y trozos! ¡Imaginan, pues, que un pensamiento, un deseo, un placer, un odio y un amor, una alegría y una tristeza serían cosas redondas o cuadradas, triangulares o en punta, o de alguna otra figura semejante!, ¡y que podrían partirse, dividirse y cortarse en cuartos, y que debería resultar alguna nueva figura de esta división! Y no sabrían persuadirse de que los animales puedan tener conocimiento y sentimiento a menos que no lo imaginen así. Es en esto donde se vuelven ridículos. ¿Cómo, si un pensamiento, un deseo o un sentimiento de color o de placer no pudieran dividirse o cortarse como un cuadrado en dos triángulos, en dos paralelogramos o en dos trapecios, nuestros cartesianos no quieren ya que el conocimiento, ni que el sentimiento de dolor o placer sean modificaciones de la materia? ¿Y por esta misma razón no quieren que los animales sean capaces Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 135 de conocimiento ni de sentimiento? ¡Quién no se reiría de tal necedad! [...] Los locos razonan sobre los pensamientos, los deseos y las voluntades, sobre todas las sensaciones y afectos, o afectos del alma y del espíritu, como si fueran cuerpos, sustancias y seres propios y absolutos. Y no se percatan de que no son sustancias, ni seres propios y absolutos, sino sólo modificaciones del ser. El pensamiento, por ejemplo, no es un ser propio y absoluto, no es más que una modificación o una acción vital del ser que piensa. Paralelamente un deseo, un amor, un odio, una alegría, una tristeza, un placer, un dolor, un temor, una esperanza, etc., no son sustancias o seres propios y absolutos, son solamente modificaciones y acciones vitales del ser que desea, que ama, que odia, que teme o espera, que se entristece o se regocija, y que siente el bien o el mal, es decir, que siente dolor o placer. [...] ...el espíritu, la vida, el pensamiento, no son sustancias, ni seres propios y absolutos; sino solamente modificaciones del ser que vive y que piensa; modificaciones que consisten en una facultad o facilidad que ciertos seres vivientes tienen para pensar y razonar, facultad o facilidad que es más grande, es decir, más desprendida y más libre en unos que en otros, y aunque sea más grande en unos que en otros y haya enfermedades que son más largas o más cortas unas que otras, de allí no se deduce que se pueda, ni tampoco que se deba pensar que la facultad o facilidad para pensar y razonar sea por ello una cosa redonda o cuadrada, o que tenga una figura mejor en unos que en otros, ni que las enfermedades sean por ello cosas redondas o cuadradas, y que sean capaces de poder dividirse o cortarse en pedazos y trozos, porque sería ridículo, como he dicho, querer atribuir a unas cosas, cualidades y propiedades que no convendrían a su naturaleza o a su manera particular de ser. [...] Por lo demás, cuando coincidieran con nosotros que el pensamiento y el sentimiento no serían en efecto más que modificaciones de la materia, no por ello sería propiamente la materia quien pensaría, quien Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 136 sentiría, ni quien viviría. Sino que sería propiamente el hombre o el animal compuesto de materia quien pensaría, conocería o sentiría. De igual manera que aunque la salud y la enfermedad no sean más que modificaciones de la materia, no sería, sin embargo, la materia quien se portaría bien, ni quien estuviera enferma. De igual modo tampoco sería propiamente la materia quien vería, ni quien oiría, ni quien tendría hambre o quien tendría sed, sino que sería la persona o el animal compuesto de materia quien vería y quien oiría, o quien tendría hambre o sed. Y aunque el fuego, por ejemplo, y el vino sólo sean la materia modificada de cierta manera, no es, sin embargo, propiamente la materia quien incendia el bosque o la paja, ni es la materia quien embriaga cuando se bebe vino, sino que es propiamente el fuego quien incendia el bosque y la paja, y es propiamente el vino quien embriaga a los que beben demasiado, pues según la máxima de los filósofos, las acciones y las denominaciones de las cosas no se atribuyen propiamente más que a los agentes, y no a la materia ni a las partes particulares de que están compuestos (actiones et denominationes sunt suppositorum). Por ello, pues, sería ridículo por parte de nuestros cartesianos decir que la vida, que el justo temperamento de los humores, y que la fermentación de los cuerpos no serían más que modificaciones de la materia, bajo pretexto de que no serían cosas redondas ni cuadradas, ni de otra forma, por ello es ridículo de su parte decir que el pensamiento y el sentimiento no son modificaciones de la materia en los cuerpos vivientes, bajo el pretexto de que su vida no sería una cosa redonda, ni cuadrada, ni tendría otra figura. Y en la misma medida que sería ridículo decir que los animales no viven, bajo pretexto de que su vida no sería una cosa redonda ni cuadrada, ni tendría otra figura, es igualmente ridículo de su parte decir que no tienen conocimiento ni sentimiento, bajo pretexto de que sus conocimientos y sus sentimientos no pueden ser cosas redondas ni cuadradas, ni tener otra figura. Y de este modo los cartesianos se hacen manifiestamente ridículos, cuando bajo un pretexto tan vano y una razón tan vana y tan frívola, dicen que los animales no son capaces de conocimiento, ni de sentimiento, y dicen que comen sin placer, que gritan sin dolor, que no conocen nada, que no desean nada y que no temen nada. En todas las Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 137 cosas parece manifiestamente lo contrario; nosotros vemos que la naturaleza les ha dado pies para andar, y andan; que les ha dado una boca y dientes para comer, y comen; que les ha dado ojos para guiarse, y se guían. ¿Les habría dado ojos para guiarse y no ver nada, oídos para escuchar y no oír nada, una boca para comer y para no saborear nada de lo que comen? ¿Les habría dado un cerebro con fibras y espíritus animales para no pensar en nada y para no conocer nada? Y, finalmente, ¿les habría dado una carne viviente para no sentir nada, y para no tener placer ni dolor? ¡Qué fantasía!, ¡qué ilusión!, ¡qué locura!, querer imaginarse y persuadirse de tal cosa, sobre tan vanas razones, y sobre un pretexto tan vano como el que alegan. ¡Cómo, señores cartesianos, porque los animales no podrían hablar en latín o en francés como vosotros, y porque no podrían expresarse en vuestro lenguaje para deciros sus pensamientos y para explicaros que sus deseos, sus dolores y sus males al igual que sus placeres y su alegrías, los miráis como puras máquinas privadas de conocimiento y de sentimientos! ¡Con esta condición, también nos haríais creer fácilmente que unos iraquíes y unos japoneses, e incluso que unos españoles y unos alemanes, sólo serían puras máquinas inanimadas, privadas de conocimiento y de sentimiento, en la medida que no entendiéramos nada de sus lenguajes y no hablaran como nosotros! ¿En qué pensáis, señores cartesianos? ¿No veis bastante claramente que los animales tienen un lenguaje natural; que cuantos son de una misma especie se entienden unos con otros, se llaman unos a otros, y que se responden también unos a otros? ¿No veis bastante manifiestamente que se asocian entre ellos, que se conocen y se hablan unos con otros, que se aman, que se acarician unos a otros, que juegan y se divierten bastante a menudo juntos, y que algunas veces se odian, se pelean y no se soportarían unos a otros al igual que unos hombres que se odian y no se soportarían unos a otros? [...] ¿Acaso veis que unas máquinas inanimadas se engendren naturalmente unas a otras; veis que se reúnan por sí mismas, para hacerse compañía unas a otras, como hacen los animales? ¿Veis acaso que se llamen unas a otras, y que se respondan unas a otras, como hacen los animales? ¿Veis que jueguen juntas, y se acaricien, o que se peleen y se odien unas a otras como hacen los animales? ¿Os parece que se Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 138 conocen unas a otras y que conocen a sus amos, como hacen los animales? ¿Veis que acudan cuando sus amos las llaman o que huyan si quisieran golpearlas? Y por último, ¿veis que éstas obedecerían a sus amos, y que harían lo que les ordenasen, como hacen todos los días los animales que obedecen a sus amos, que vienen cuando los llaman y hacen lo que les ordenan? No veis que máquinas puras y máquinas inanimadas hagan esto. No lo veréis nunca, ¿y pensáis que unos animales harían todo esto sin conocimiento y sin sentimiento? ¿Pensáis que se engendran unos a otros sin placer, que beben y comen también sin placer, y sin apetito, sin hambre y sin sed, que acarician a sus amos sin amarlos, e incluso sin conocerlos, que hacen lo que les ordenan sin oír su voz y sin saber lo que dicen, que huyen sin temor y gritan sin dolor cuando les golpean? ¿Y os imagináis todo esto, y os persuadís incluso de todo esto por esta única razón: que el pensamiento, el conocimiento, el sentimiento, el placer, la alegría, el dolor, la tristeza, el deseo, el temor, el apetito, el hambre y la sed..., etc., no son, decís, cosas redondas o cuadradas, ni de ninguna otra forma y que de este modo no pueden ser modificaciones de la materia ni del ser material? Estáis locos al respecto, señores cartesianos, permitid que os califique así, aunque por otra parte seáis muy juiciosos; estáis locos al respecto, y mereceríais más ser burlados que ser refutados seriamente, spectatum híc admissi, ríssum teneatis, amici. Todas las modificaciones de la materia o del ser material, no deben tener, como pensáis, todas las propiedades de la materia o del ser material. Y así aunque una de las propiedades de la materia o del ser material sea ser extensa en longitud, anchura y profundidad, poder ser redondo o cuadrado, o poder ser dividido en varias partes, no se concluye que todas las modificaciones de la materia o del ser material deban ser extensas en longitud, anchura y profundidad, ni que siempre deban ser redondas o cuadradas, y divisibles en varias partes, como falsamente imagináis. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 139 CONCLUSIÓN Todos estos argumentos no pueden ser más demostrativos de lo que son; basta prestarles una ligera o mediocre atención para ver su evidencia. Y así está claramente demostrado mediante todos los argumentos que he alegado a propósito, que todas las religiones del mundo, como he dicho al principio de este escrito, sólo son invenciones humanas; y que todo lo que nos enseñan y nos obligan a creer sólo son errores, ilusiones, mentiras e imposturas inventadas, como he dicho, por guasones, bribones e hipócritas para engañar a los hombres, o por políticos refinados y astutos, para mantener a los hombres sumisos, y para hacer todo lo que quieran con los pueblos ignorantes, que creen ciega y neciamente todo lo que se les dice como si procediera de los dioses. Y estos políticos refinados y astutos pretenden que es útil y conveniente hacer creer así a la mayoría de los hombres, bajo pretexto, como dicen, de que es necesario que la mayoría de los hombres ignoren muchas cosas verdaderas, y crean muchas falsas. Y como todo este tipo de errores, ilusiones e imposturas son la fuente y la causa de una infinidad de males, de una infinidad de abusos y de una infinidad de maldades en el mundo, y como la misma tiranía que hace gemir a tantos pueblos en la tierra, se atreve también a protegerse con este especioso, aunque falso y detestable, pretexto de religión, tengo mucha razón al decir que todos estos fárragos de religiones y de leyes políticas tal cual son en el presente, en el fondo sólo son misterios de iniquidades. No, amigos míos, efectivamente sólo son misterios de iniquidades e incluso detestables misterios de iniquidades, puesto que así vuestros sacerdotes os hacen y os mantienen siempre cautivos bajo el yugo odioso e insoportable de su vanas y locas supersticiones, bajo pretexto de querer conduciros felizmente a Dios, y haceros observar sus santas leyes y sus santos preceptos. Y porque con este procedimiento también los príncipes y los grandes de la tierra os roban, os pisan, os arruinan, os oprimen y os tiranizan bajo pretexto de gobernaros y de querer mantener o procurar el bien Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 140 público. Quisiera poder hacer oír mi voz de una punta a otra del reino, o mejor de un extremo al otro de la tierra; gritaría con todas mis fuerzas: Sois locos, oh hombres, sois locos de dejaros guiar de esta manera, y de creer ciegamente tantas necedades. Les haría entender que están en el error, y que quienes los gobiernan abusan de ellos y los engañan. Yo les descubriría este detestable misterio de iniquidad que los hace por doquier tan miserables y tan desdichados, y que en los siglos venideros hará infaliblemente la vergüenza y el oprobio de nuestros días. Yo les reprocharía su locura y su necedad de creer y poner ciegamente fe en tantos errores, en tantas ilusiones e imposturas tan ridículas y tan groseras. Les reprocharía su cobardía por dejar vivir durante tanto tiempo a tan detestables tiranos, y por no sacudir el yugo tan odioso de sus tiránicos gobiernos y de sus tiránicas dominaciones. Un antiguo decía antaño que no había nada tan raro como ver a un viejo tirano, y la razón de ello era que los hombres todavía no tenían la debilidad ni la cobardía de dejar reinar ni dejar vivir largo tiempo a los tiranos. Tenían el espíritu y el coraje de deshacerse de ellos cuando abusaban de su autoridad. Pero en el presente ya no es algo raro ver a los tiranos vivir y reinar largo tiempo. Los hombres se han acostumbrado poco a poco a la esclavitud, y ahora están tan acostumbrados a ella que ya ni siquiera piensan casi en recobrar su antigua libertad; les parece que la esclavitud es una condición de su naturaleza. Es también por esto que el orgullo de estos detestables tiranos va siempre en aumento, y también por lo mismo que día tras día agravan cada vez más el' yugo insoportable de sus tiránicas dominaciones. «Superbia eorum ascendit semper» (Psalm., 73.23). Diréis que su iniquidad y su maldad proceden de la abundancia de su enjundia, y del exceso de su prosperidad, «prodiit quasi ex adipe iniquitas eorum» (Psalm., 72.7). Han llegado incluso a complacerse en sus vicios y en sus maldades, transierunt in affectum coráis. Y es por esto también que los pueblos son tan miserables y tan desdiJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 141 chados bajo el yugo de sus tiránicas dominaciones. ¿Dónde están estos generosos asesinos de tiranos que se han visto en los siglos pasados? ¿Dónde están los Brutus y los Cassius? ¿Dónde están los generosos asesinos de un Calígula y de tantos otros monstruos semejantes? ¿Dónde están los Publicola? ¿Dónde están los generosos defensores de la libertad pública, que expulsaban a los reyes y a los tiranos de sus países y que daban licencia a todo particular para matar a los tiranos? ¿Dónde están los Cecinna y tantos otros que escribían con tanta aspereza y declamaban con tanto ardor contra la tiranía de los reyes? ¿Dónde están los emperadores, estos dignos emperadores como Trajano, y los benévolos Antoninos, el primero de los cuales entregando la espada al primer oficial de su imperio, le dijo que lo matara a él mismo con esta espada que le daba si se convertía en tirano, y el otro decía que prefería salvar la vida a uno de sus súbditos que matar a mil enemigos suyos? ¿Dónde están, digo, estos buenos príncipes y estos dignos emperadores? ¡Ya no se ve ninguno semejante! [Tampoco se ve ninguno de estos generosos asesinos de tiranos! Pero a falta de ellos, ¿dónde están los Jacques Clement y los Ravaíllac de nuestra Francia? ¿No viven aún en nuestro siglo y en todos los siglos para derribar o para apuñalar a todos estos detestables monstruos y enemigos del género humano, y para liberar así a todos los pueblos de la tierra de su tiránica dominación? ¿No viven aún estos dignos y generosos defensores de la libertad pública? ¿No viven aún hoy para expulsar a todos los reyes de la tierra y para oprimir a todos los opresores, y para devolver la libertad a los pueblos? ¿No viven aún todos estos valientes escritores, y todos estos valientes oradores que increpaban a los tiranos, que declamaban contra su tiranía y que escribían ásperamente contra sus vicios, contra sus injusticias, y contra sus malos gobiernos? ¿No viven aún hoy para increpar abiertamente a todos los tiranos que nos oprimen, para declamar arduamente contra todos sus vicios y contra todas las injusticias de sus malos gobiernos? ¿No viven aún hoy para hacer a sus personas odiosas y despreciables a todo el mundo mediante escritos públicos y finalmente para excitar a los pueblos a sacudir de común acuerdo y consentimiento el yugo insoportable de sus tiránicas dominaciones? Pero no, estos grandes hombres ya no viven; ya no se ven estas almas Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 142 nobles y generosas que se exponían a la muerte por la salvación de su patria, y que preferían tener la gloria de morir generosamente a tener la vergüenza y el hastío de vivir cobardemente. Y hay que decir para vergüenza de nuestro siglo y de nuestros últimos siglos, que ahora en el mundo sólo se ven cobardes y miserables esclavos de la grandeza y el poder exorbitante de los tiranos. Ahora, entre aquellos que son de un rango o de un carácter más elevado que el de los demás, sólo se ven cobardes aduladores de sus personas; sólo se ven cobardes aprobadores de sus injustos proyectos, y cobardes y crueles ejecutores de sus malas voluntades, y de sus injustas órdenes. Tales son en nuestra Francia los más grandes del reino, todos los gobernadores de las ciudades, los intendentes de provincias, todos los jueces, todos los magistrados, e incluso aquellos de todas las ciudades del reino más grandes y considerables que no intervienen para nada en el gobierno del Estado y que ahora sólo sirven para juzgar las causas de los particulares, y para subscribirse a todas las ordenanzas de sus reyes, a las cuales no osarían contradecir por injustas y odiosas que puedan ser. Tales son también, como he dicho, todos los intendentes de provincias y todos los gobernadores de ciudades y castillos, que sólo sirven para hacer ejecutar en todas partes las mismas ordenanzas. Tales son los comandantes de los ejércitos, todos los oficiales y todos los soldados, que sólo sirven para mantener la autoridad del tirano y para ejecutar o hacer ejecutar rigurosamente sus órdenes sobre los pobres pueblos, que incluso prenderían fuego a su propia patria y la devastarían si por fantasía o con algunos vanos pretextos el tirano les ordenase hacerlo; y que por otra parte están tan locos y tan cegados por tener a honra entregarse por entero a su servicio, como miserables esclavos que en tiempo de guerra están obligados a exponer su vida todos los días y casi a toda hora por ellos, mediando un vil precio de cuatro o cinco soles que haría dar a cada uno de ellos por día; sin hablar aún de infinidad de otros canallas de funcionarios, controladores, exactores, alguaciles, guardias, sargentos, escribanos y agentes de policía, que todos como lobos hambrientos sólo persiguen devorar la presa, y sólo les gusta robar y tiranizar a los pobres pueblos bajo el nombre y la autoridad de sus reyes, ejecutando rigurosamente sobre ellos las ordenanzas más injustas, ya sea mediante secuestros de sus bienes, ya sea mediante ejecuciones, y ya sea mediante confiscaciones de sus bienes, y lo que todavía es más odioso, a menudo medianJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 143 te encarcelamientos de sus personas, y mediante todo tipo de violencias y malos tratos, y, finalmente, con el látigo, y mediante las penas de las galeras, y algunas veces también, lo que es detestable, mediante las penas de una muerte vergonzosa que les hacen padecer. He aquí, amigos míos, he aquí como los que os gobiernan establecen con fuerza y poder, sobre vosotros y sobre todos vuestros semejantes, un detestable misterio de iniquidad. Es a través de todos estos errores y de todos estos abusos de que he hablado, como establecen tan poderosamente en todas partes el misterio de iniquidad; la religión y la política se unen de concierto para mantenernos siempre cautivos bajo sus tiránicas leyes. Seréis miserables y desdichados, vosotros y vuestros descendientes, mientras soportéis la dominación de los príncipes y de los reyes de la tierra; seréis miserables y desdichados mientras sigáis los errores de la religión y os sometáis a sus locas supersticiones. Rechazad, pues, por completo todas estas vanas y supersticiosas prácticas religiosas; barred de vuestros espíritus esta loca y ciega creencia en sus falsos misterios; no pongáis ninguna fe en ellos, burlaros de todo lo que os dicen al respecto vuestros interesados sacerdotes. Ellos mismos, en su mayor parte, no creen nada de esto. ¿Querríais creer más de lo que ellos mismos creen? Dejad reposar a vuestros espíritus y a vuestros corazones por este lado, y abolid incluso entre vosotros todos estos vanos y supersticiosos servicios de sacerdotes y de sacrificadores, y reducidlos a todos cuantos son a vivir y a trabajar útilmente como vosotros, o al menos a dedicarse a alguna cosa buena y útil. Pero no es suficiente. Procurad uniros todos cuantos sois, vosotros y vuestros semejantes, para sacudir completamente el yugo de la tiránica dominación de vuestros reyes y de vuestros príncipes; derribad por todas partes estos tronos de injusticias e impiedades; derrocad todas estas cabezas coronadas, confundid en todas partes el orgullo y la soberbia de todos estos tiranos altivos y orgullosos, y no soportéis nunca más que reinen de ningún modo sobre vosotros. Incumbe a los más sabios conducir y gobernar a los demás, a ellos les incumbe establecer buenas leyes, y a impartir ordenanzas que tiendan siempre, al menos según la exigencia de los tiempos, y de los lugares y otras circunstancias, al progreso y a la conservación del bien público: Malditos, dice uno de nuestros pretendidos santos pro- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 144 fetas, malditos:aquellos que hacen leyes injustas. «Vae qui condunt leges inicuas” (Isaías, 10.1). Pero malditos también j quienes se someten cobardemente a leyes injustas; malditos los pueblos que por cobardía se hacen esclavos de los tiranos, y que se hacen ciegamente esclavos de los errores y de las supersticiones de la religión". Las únicas luces naturales de la razón son capaces de conducir a los hombres a la perfección de la ciencia y de la sabiduría humana, así como a la perfección de las artes; y éstas no sólo son capaces de llevarlos a la práctica de todas las virtudes morales, sino también a la práctica de todas las acciones de la vida más bellas y más generosas; testimonios de ello, lo que antaño hicieron todos estos grandes personajes de la Antigüedad (como los Catones, los Agesilaos, los Epaminondas, los Phociones, los Escipiones, los Regulus y varios otros parecidos, todos ellos personajes muy grandes y muy dignos), que sobresalían en todo tipo de virtudes y de los que un autor dice que iban mucho más lejos en las virtudes de lo que nunca hacen los más piadosos o los más beatos del siglo. Magnanimi héroes nati melioribus annis. En efecto, no es la beatería de las religiones la que perfecciona a los hombres en las ciencias y en las artes. No es ella la que hace descubrir los secretos de la naturaleza ni la que inspira grandes proyectos a los hombres. Sino que es el espíritu, la sabiduría, la probidad y la grandeza de alma lo que hace a los grandes hombres y les hace emprender grandes cosas; y así los hombres no tienen necesidad de las beaterías, ni de las supersticiones de la religión, para perfeccionarse en las ciencias, ni en las buenas costumbres. [...] Persuadiros, pues, queridos pueblos, de que los errores y las supersticiones de vuestra religión, así como la tiranía de vuestros reyes y de todos los que os gobiernan bajo su autoridad, son la causa funesta y detestable de todos vuestros males, de todas vuestras penas, de todas vuestras inquietudes, y de todas vuestras miserias. Seríais dichosos si os librarais de estos dos detestables e insoportables yugos de las supersticiones y de la tiranía, y si fuerais gobernados únicamente por buenos y sabios magistrados. Por ello, si tenéis corazón, y deseáis liberaros de vuestros males, sacudid por entero el yugo de quienes os gobiernan y os oprimen, sacudid de común acuerdo y común consentimiento el yugo de la tiranía y de las supersticiones; rechazad con el Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 145 consentimiento común a todos vuestros sacerdotes, a todos vuestros monjes y a todos vuestros tiranos, para establecer entre vosotros magistrados buenos, sabios y prudentes que os gobiernen pacíficamente, que os rindan fielmente justicia tanto a unos como a otros, y velen atentamente para la conservación del bien y de la paz pública, y a los cuales debierais por vuestra parte una obediencia diligente y fiel. Vuestra salvación está en vuestras manos, vuestra redención sólo dependería de vosotros si supierais entenderos todos; tenéis todos los medios y todas las fuerzas necesarias para poneros en libertad y para esclavizar a vuestros propios tiranos; pues vuestros tiranos, por más poderosos y formidables que puedan ser, no tendrían ningún poder sobre vosotros sin vosotros mismos; toda su grandeza, todas sus riquezas, todas sus fuerzas, y todo su poder, sólo proceden de vosotros. Son vuestros hijos, vuestros parientes, vuestros aliados, vuestros amigos y vuestros allegados quienes los sirven tanto en la guerra como en todos los empleos a que los someten; éstos no podrían hacer nada sin ellos y sin vosotros. Se sirven de vuestras propias fuerzas contra vosotros mismos, y para reduciros a vosotros mismos todos cuantos sois bajo su esclavitud, y se servirían de ella incluso también para perderos y para destruiros a todos, unos tras otros, en cuanto algunas ciudades o algunas de sus provincias se atrevieran a querer resistirles y a querer sacudir su yugo. Pero no sería así si todos los pueblos, si todas las provincias, si todas las ciudades se entendieran bien, y si todos los pueblos conspirasen juntos para liberarse de una esclavitud común en la que están; en tal ocasión todos los tiranos serían muy pronto confundidos y aniquilados. Uniros pues, pueblos, si sois inteligentes, uniros todos, si tenéis corazón, para liberaros de todas vuestras miserias comunes, excitaros e impulsaros unos a otros para una empresa tan noble, tan generosa, tan importante y tan gloriosa como ésta. Primero empezad por comunicaros secretamente vuestros pensamientos y vuestros deseos, difundid por doquier, y cuanto más hábilmente sea posible, escritos semejantes a éste, que den a conocer a todo el mundo la vanidad de los errores y de las supersticiones de la religión, y que hagan odioso en todas partes el gobierno tiránico de los príncipes y de los reyes de la tierra. Socorreros unos a otros en una causa tan justa, y tan necesaria, y donde se trata del interés común de todos los pueblos. Lo que os pierde en este tipo de encuentros y ocasiones donde se trataría de Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 146 luchar por la libertad pública, es que os destruís unos a otros, luchando unos contra otros en estas ocasiones, por designación de los tiranos o para el mantenimiento de su causa y autoridad, mientras que debierais uniros todos juntos para destruirlos y aniquilarlos. [...] ¿Quiénes son los príncipes orgullosos y soberbios de que hablan los pretendidos Libros santos y divinos? Son vuestros soberanos, vuestros duques, vuestros príncipes, vuestros reyes, vuestros monarcas, vuestros potentados, etc. Haced ver en nuestros días el cumplimiento de estas pretendidas palabras divinas, derribad como dicen a todos estos tiranos orgullosos de sus tronos, y reemplazadlos por magistrados buenos, pacíficos, sabios y prudentes, que os gobiernen con suavidad y os mantengan felizmente en paz. ¿Cuáles son estas naciones orgullosas de las que se dice en los mismos Libros que Dios hará secar las raíces? No son otras que todas estas altivas y orgullosas noblezas que se encuentran entre vosotros, que os aplastan y os oprimen; no son otros que todos estos altivos oficiales de vuestros príncipes y de vuestros reyes, todos estos altivos intendentes y gobernadores de ciudades y provincias; todos estos recaudadores de tallas e impuestos, todos estos altivos exactores y funcionarios, y finalmente todos estos prelados soberbios, obispos, abates, monjes, grandes beneficiarios, y todos estos otros señores y señoras o señoritas que no hacen otra cosa en el mundo que hacerse los grandes y los altivos, que no hacen otra cosa que divertirse y permitirse toda clase de caprichos, mientras que es preciso, vosotros otros pueblos, que os entreguéis día y noche a toda clase de trabajos penosos y que llevéis durante toda vuestra vida todo el peso del día y del calor, para aportar con el sudor de vuestras frentes todas las cosas necesarias o útiles a la vida. [...] No tenéis ninguna necesidad de todas estas gentes, fácilmente prescindiríais de ellos, pero ellos no podrían prescindir de vosotros. [...] Si sois inteligentes, suprimid todos los odios, todas las envidias y todas las animosidades particulares entre vosotros, y dirigid todo vuestro odio y toda vuestra indignación contra vuestros enemigos comunes, contra todos estos detestables tiranos, y contra todas estas razas altivas y orgullosas de personas que os oprimen, que os hacen Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 147 tan miserables, y que os arrebatan y arrancan de vuestras manos todos los mejores frutos de vuestros penosos trabajos. Uniros en los mismos sentimientos de liberaros de este yugo odioso e insoportable de sus tiránicas dominaciones, así como de las prácticas vanas y supersticiosas de sus falsas religiones. Y así no habrá entre vosotros otra religión que la de la verdadera sabiduría y la probidad de las costumbres, ninguna otra que la del honor y la decencia, ninguna otra que la de la franqueza y la generosidad del corazón, ninguna otra que la de abolir por completo la tiranía y el culto supersticioso de los dioses y de los ídolos, ninguna otra que la de mantener la justicia y la equidad en todas partes; ninguna otra que la de barrer por completo los errores y las imposturas y hacer reinar en todas partes la verdad, la justicia y la paz; ninguna otra que la de dedicarse todos a algunos ejercicios honestos y útiles, y vivir regularmente todos en común; ninguna otra que la de mantener siempre la libertad pública; y finalmente, ninguna otra que la de amaros todos unos a otros, y guardar inviolablemente la paz y la buena unión entre vosotros. [...] Si las personas de carácter y de sentido común, y las personas íntegras encuentran que tengo razón para increpar y condenar como he hecho los vicios, los errores, los abusos y las injusticias que he increpado y he condenado, si encuentran que he dicho la verdad, y que mis pruebas y razonamientos son verdaderamente demostrativos, como pretendo, les incumbe sostener el partido de la verdad, sobre todo cuando se trata de la causa común y del bien común de todos los pueblos; les incumbe increpar y condenar los vicios, los errores, los abusos y las injusticias que he increpado y condenado, y que increpo y condeno; pues sería una cosa indigna de personas de carácter y personas íntegras querer favorecer siempre mediante su silencio errores tan detestables e injusticias tan lamentables. Si al igual que yo no se atreven a increparlos y a condenarlos abiertamente en vida, que al menos los increpen pues y los condenen abiertamente en sus últimos días, que rindan al menos en sus últimos días este testimonio de justicia a la verdad que conocen, y que al menos una vez antes de morir den este placer a su patria, a sus parientes, a sus aliados, a sus allegados, a sus amigos y a sus descendientes, de decirles la verdad y de contribuir al menos en ello a su redención. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 148 Pero si por el contrario encuentran que no he dicho la verdad, y que es un crimen de mi parte haber pensado y escrito como hago aquí e incluso si la animosidad o la pasión los induce a concebir indignación en contra mía, y a tratarme injuriosamente de impío y de blasfemo... tras mi muerte, como harán infaliblemente los príncipes de los sacerdotes, y, especialmente, todos los ignorantes, todos los beatos, todos los supersticiosos devotos, todos los hipócritas y, generalmente, todos los que están interesados en la conservación de sus beneficios y que participan del provecho que resulta tan abundantemente del gobierno tiránico de los grandes y del culto supersticioso de los dioses y de sus ídolos, les incumbe ver la falsedad de lo que he dicho, les incumbe refutar mis razones y mis pruebas, hacer ver la falsedad o la debilidad de mis pruebas y de mis razonamientos, y, finalmente, establecer y probar la pretendida verdad de su fe y de su religión, como también la pretendida justicia de su gobierno político, mediante razones más claras, más fuertes y más convincentes, o al menos mediante razones tan claras, tan fuertes, tan convincentes y tan demostrativas como son aquellas por las que he combatido; y les desafío a poder hacerlo (pues la razón natural no podría demostrativamente probar cosas que son contrarias, contradictorias e incompatibles), y así de no hacerlo, que se den por convencidos de cuantos errores y abusos hay en su doctrina y en su moral, y, por consiguiente, que sean confundidos en la vanidad de sus errores, en la vanidad de sus ilusiones, en la vanidad de sus mentiras y de sus imposturas, y que sean confundidos también en la injusticia de su gobierno tiránico. [...] Pero como la verdad no es siempre buena decirla, según el proverbio, los pretendidos sabios políticos de la época no dejarán de encontrar malo que haya proyectado descubrir verdades tan grandes e importantes que valdría más, dirán, mantener sepultadas en una profunda ignorancia, que sacarlas a relucir tan claramente, al ser seguro, dirán, que es favorecer a los malvados, y darles un placer, librarlos del temor de los dioses y del temor de los castigos eternos de un infierno, que podrían retenerlos e impedirles abandonarse enteramente al vicio e impedirles hacer el mal; de manera que, dirán, varios al librarse de este temor, aprovecharán la ocasión para volverse más malos y para Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 149 dar rienda suelta a sus apetencias licenciosas y a sus malos deseos, cometiendo más audazmente toda clase de maldades, bajo pretexto de que no habría ningún castigo que temer tras esta vida; y, es una de las razones, dirán, que los políticos sabios tienen como máxima, que es necesario que los pueblos ignoren muchas cosas verdaderas y crean muchas falsas. A ello respondo en dos palabras: Primero, que no ha sido para adular o para favorecer a los malos, ni para contentarlos, por lo que yo he dicho aquí la verdad; lejos de esto, quisiera confundirlos a todos cuantos son; y ha sido especialmente para confundir a todos los impostores, a todos los bribones y a todos los hipócritas que he puesto al descubierto sus errores, sus ilusiones y sus imposturas; y ha sido para confundir a los tiranos, a los malos ricos y a todos los grandes de la tierra por lo que he puesto al descubierto los abusos, los robos y las injusticias de sus malos gobiernos tiránicos. Por lo demás, como este pretendido temor a los dioses y a los supuestos castigos eternos de un infierno no espanta apenas a los malos, y sobre todo ni a los tiranos, ni a los grandes de la tierra, que son quienes hacen más daño, y tampoco impide a todos los malos seguir siempre sus malas inclinaciones y sus malas voluntades, no hay gran peligro tampoco de que se libren de este vano temor; no podrían volverse más malos de lo que son si se procurara seriamente hacerles temer los castigos de la justicia secular, pues es cierto que este temor causaría mayor impresión sobre su espíritu de la que hace este vano temor a los dioses y a sus supuestos castigos eternos. En segundo lugar, digo que no es la verdad ni el conocimiento de las verdades naturales lo que induce a los hombres al mal, ni lo que haría a los pueblos viciosos y malos; sino que más bien es ciertamente la ignorancia y la falta de buena educación; es más bien la falta de buenas leyes y de un buen gobierno lo que los hace viciosos y malos; pues es seguro que si estuvieran mejor instruidos en las ciencias y en las buenas costumbres, y no fueran tiranizados como son, ciertamente no serían tan viciosos ni tan malos como son, y la razón de ello es que son las malas leyes mismas, y el mal gobierno de los pueblos, quienes hacen nacer, por así decir, una parte de los hombres viciosos y malos, porque los hacen nacer en el lujo, en el fasto, en el orgullo y en la vanidad de las grandezas y riquezas de la tierra; en las cuales Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 150 quieren después mantenerse siempre tan viciosamente como nacieron en ellas y fueron educados. Y las otras, los obligan, por así decir, a hacerse viciosos y malos, porque los hacen nacer en la pobreza y en la miseria, de las que tratan de librarse como pueden por todo tipo de vías buenas o malas, no pudiendo librarse siempre por vías justas y legítimas. Y de este modo, no es la ciencia ni el conocimiento de las verdades naturales quien induce a los hombres al mal, como se pretende; al contrario, más bien los disuadirían de él, pues todo pecador es ignorante, se dice (omnis peccans est ignorans). Sino que son más bien, como he dicho, las malas leyes, los abusos, las malas costumbres y el mal gobierno de los hombres lo que les induce al mal, porque son estas malas leyes y este mal gobierno quienes los hacen nacer viciosos o malos o quienes los obligan a serlo para tratar de salir de las penas y miserias. Que el honor y la gloria, los bienes y las dulzuras de la vida, e incluso la autoridad del gobierno se atribuyan a la virtud, a la sabiduría, a la bondad, a la justicia, a la honestidad, etc., más que al nacimiento y a los bienes de la fortuna; paralelamente que la vergüenza, la infamia, el desprecio, la pena y la miseria, e incluso mayor punición si es preciso, se atribuya al vicio, a la injusticia, al engaño, a la mentira, a la intemperancia, a la brutalidad y a toda otra clase de malas costumbres, más que al defecto de nacimiento y a la carencia de bienes de la fortuna, y veréis como cada uno por sí mismo tenderá a comportarse bien, y se preciará de ser sabio, honesto y virtuoso. Pero mientras el honor, la gloria, las satisfacciones y las dulzuras de la vida sólo pertenezcan a ciertos nacimientos y a ciertas condiciones de vida más que a la virtud y al mérito personal, los hombres siempre serán viciosos y malos, y, por consiguiente, también siempre desdichados. Si todos los que conocen tan bien como yo, o conocen aún mucho mejor que yo la vanidad de las cosas humanas, que conocen mucho mejor que yo los errores y las imposturas de las religiones, que conocen mucho mejor que yo los abusos y las injusticias del gobierno de los hombres, dijeran al menos en sus últimos días lo que piensan de ellos, si los increparan, si los condenaran y si los maldijeran, al menos antes de morir, tanto como merecerían que se les increpara, condenara y maldijera, en seguida se vería al mundo cambiar de aspecto y de faz; en seguida se burlarían de todos los errores y de todas las Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 151 prácticas religiosas, vanas y supersticiosas, y en seguida se vería caer toda esta grandeza, y toda esta orgullosa altivez de los tiranos; en seguida se los vería a todos confundidos. Pero lo que hace que este tipo de vicios y que estos tipos de errores y de abusos se mantengan tan poderosa y universalmente en el mundo es que nadie se opone a ellos, nadie los contradice, nadie los increpa, ni los condena abiertamente allí donde están una vez establecidos y autorizados. Todos los pueblos gimen bajo el yugo tiránico de los errores y de las supersticiones, de los abusos y de las injusticias del gobierno, y nadie osa gritar contra tan detestables errores, contra tan detestables abusos, y contra tan detestables robos e injusticias que se cometen tan universalmente en el mundo. Los sabios disimulan a este respecto, tampoco ellos se atreven a decir abiertamente lo que piensan, y gracias a este cobarde y tímido silencio todos los errores, todas las supersticiones y todos los abusos de que he hablado se mantienen y se multiplican todos los días en el mundo, tal como vemos. EL AUTOR PROTESTA CON TODAS SUS FUERZAS RESPECTO A TODAS LAS INJURIAS, TODOS LOS MALOS TRATOS Y TQDOS LOS PROCESOS INJUSTOS QUE PUEDAN HACERSE EN CONTRA SUYO TRAS SU MUERTE Y protesta con todas sus fuerzas al único tribunal de la recta razón, en presencia de todas las personas competentes y cultas, rechazando por jueces en este asunto a todos los ignorantes, todos los beatos, todos los partidarios y autores de errores y supersticiones, así como a todos los aduladores y favoritos de tos tiranos y todos los que están a su sueldo No obstante, os declaro, amigos míos, que en todo lo que he dicho o escrito aquí, sólo he pretendido seguir las únicas luces naturales de la razón, no he tenido otra intención ni otro proyecto que procurar descubrir y decir ingenua y sinceramente la verdad. No hay hombre ecuánime y honrado que no deba creerse en la obligación de decirla, conociéndola. Yo la he dicho tal como la he pensado, y sólo la digo con el fin de desengañaros, como he dicho, en lo que a mí concierne, de todos estos errores detestables y supersticiosos de religiones que sólo sirven para mantenernos neciamente sumisos, para turbar vanaJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 152 mente la paz de vuestros espíritus, para impediros gozar apaciblemente de los bienes de la vida y para haceros viles y desdichados esclavos de los que os gobiernan. Pero como sé que este escrito (que tengo intención de hacer consignar en la escribanía de vuestras parroquias antes de mi muerte para que os sea comunicado seguidamente), cuando aparezca, no dejará de excitar y levantar en contra mía la cólera y la indignación de los sacerdotes y tiranos, que para vengarse no dejarán por su parte de perseguirme y tratarme indigna e injuriosamente tras mi muerte. Si esto ocurre, declaro ya de antemano que protesto contra todos los procesos injuriosos que pudieran hacer injustamente en mi contra, tras mi muerte, en relación a este escrito; desde el presente declaro que protesto con todas mis fuerzas y protesto al único tribunal de la recta razón, de la justicia y de la equidad natural, en presencia de todas las personas competentes y cultas que sean honestas, que se deshagan de todas las pasiones, todas las prevenciones y todos los prejuicios que puedan ser contrarios a la justicia o a la verdad. Rechazando por jueces en esta misma causa a todos los ignorantes, todos los beatos, todos los aduladores, todos los hipócritas y generalmente a todos los que de algún modo estuvieran interesados en el mantenimiento y en la conservación del poder y del gobierno tiránico de los ricos y de los grandes de la tierra. Puedo decir que nunca he hecho ningún crimen ni ninguna acción mala o malvada; desafiaría en este momento a todos los hombres a poder hacerme con justicia ningún mal reproche al respecto, de modo que si soy injuriosa e indignamente tratado, perseguido o calumniado tras mi muerte, no será por otro crimen que por el de haber dicho ingenuamente la verdad, tal como la digo aquí, con el fin de daros a vosotros y a todos vuestros semejantes oportunidad para desengañaros y para poder, si queréis entenderos bien, saliros y libraros de todos estos detestables errores, supersticiones y abusos en los que estáis tan miserablemente sumidos. Es la fuerza de la verdad quien me lo hace decir y es el odio por la injusticia, la mentira, la impostura, la tiranía y por todas las demás iniquidades lo que me hace hablar así, pues efectivamente detesto toda injusticia y toda iniquidad. [...] Incumbiría a las personas de carácter y de autoridad, incumbiría a Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 153 unas plumas sabias y a hombres elocuentes tratar dignamente este asunto y sostener como fuera preciso el partido de la justicia y de la verdad; lo harían incomparablemente mejor que yo; el celo de la justicia y de la verdad, al igual que el del bien público y de la redención común de los pueblos que gimen, debería impulsarlos a ello y no deberían cesar de increpar, condenar, perseguir y combatir todos estos detestables errores, todos estos detestables abusos, todas estas detestables supersticiones, y todas estas detestables tiranías de que he hablado hasta que no las hayan confundido y aniquilado por completo; haciendo como aquel que decía «persequar inímicos meos et comprehendam illos, et non convertar donec deficiant» (Psalm., 17.38). «Perseguiré —decía— a mis enemigos, los atraparé y no dejaré de combatirlos hasta que no estén completamente derrotados y confundidos, et non convertar donec deficiant.» Después de esto que se piense, que se juzgue, que se diga, que se haga todo lo que se quiera en el mundo, no me azoro por nada; que los hombres se reconcilien y se gobiernen como quieran, que sean prudentes o locos, que sean buenos o malos, que digan o que hagan incluso de mí lo que quieran tras mi muerte. Me preocupa muy poco; yo ya casi no intervengo en nada de lo que se hace en el mundo; los muertos con los cuales me falta poco reunirme, ya no se preocupan por nada, ni se mezclan en nada, ni se inquietan por nada. Terminaré pues esto con la nada, también yo soy apenas nada, y muy pronto no seré nada. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 154 CARTA ESCRITA POR EL AUTOR A LOS SEÑORES CURAS DE SU VECINDAD Señores, Os quedaréis sin duda sorprendidos, y tal vez más que sorprendidos, quiero decir muy estupefactos, cuando oigáis hablar de los pensamientos y sentimientos con los que he vivido y con los que incluso habré terminado mis días, pero también estoy persuadido, señores, de que por poco que cada cual de vosotros quiera hacer únicamente uso de las luces naturales de su espíritu, y considerar un poco atentamente las razones que tengo para pensar y hablar como hago respecto a los errores y abusos que se ven tan ordinaria y universalmente en el mundo, saldréis fácilmente de vuestro asombro en lo que a mí concierne, y quizás halléis ocasión para pasar seguidamente a otro asombro que sería mucho mejor fundado que el primero, el cual consistiría en ver cuantos errores tan groseros y abusos tan malos hayan podido establecerse y mantenerse desde hace tanto tiempo, tan poderosa y universalmente en el mundo, sin que nadie, que yo sepa, se haya atrevido a querer desengañar a los pueblos, ni a declararse abiertamente contra errores tan detestables y abusos tan malos, aunque en todos los tiempos haya habido infinidad de personas cultas e ilustradas que a mi parecer habrían debido oponerse a ello e impedir su progreso. Os incumbe a vosotros, señores, que tenéis las llaves de la ciencia y de la sabiduría, saber discernir el bien del mal, el vicio de la virtud, lo verdadero de lo falso, y la verdad del error y de la mentira y de la impostura; os incumbe a vosotros instruir a los pueblos, no en los errores de la idolatría, ni en la vanidad de las supersticiones, sino en la ciencia de la verdad y de la justicia, y en la ciencia de toda clase de virtudes y buenas costumbres; todos estáis pagados para ello; es con esta intención que los pueblos os procuran tan abundantemente con Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 155 qué vivir cómodamente, mientras que ellos, pena tienen trabajando día y noche, con el sudor de sus cuerpos, para tener con qué mezquinamente sustentar su pobre vida, y no pretenden daros tan buenas asignaciones para mantenerlos en ningún error ni en ninguna vana superstición, bajo cualquier pretexto de religión, sea el que sea. Y por cuanto a vosotros, señores, tampoco debe ser vuestra intención querer enseñarles errores, ni querer mantenerlos en vanas supersticiones, tal vez vosotros mismos creéis ciegamente, lo que les hacéis creer ciegamente. Pues si no lo creyerais, y pese a ello, quisierais únicamente con un objetivo político o un interés particular enseñarles errores y mantenerlos en vanas supersticiones para arrogaros más valor a vosotros y los vuestros, y para sacar mucho mejor vuestro provecho de esta forma, no sólo actuaríais contra la probidad, sino también contra la fidelidad y contra el amor que les debéis, y en este caso podrían consideraros no como verdaderos y fieles pastores, sino más bien como farsantes e impostores, o como indignos escarnecedores que abusaríais de la ignorancia y de la simplicidad de los que os hacen tanto bien y ponen toda su confianza en vosotros. Y por ello os ruego que me perdonéis, señores, si lo digo (siendo así, me atrevería a decir que únicamente mereceríais dejar de ver la luz del día, y dejar de comer el pan que coméis). Y si verdaderamente no es vuestra intención enseñarles errores y mantenerlos en vanas supersticiones, sin duda tampoco es vuestra intención estar en ningún error ni manteneros en ninguna vana superstición, pues imagino que a nadie le gustaría engañarse a sí mismo ni dejarse engañar, particularmente en una cosa de esta especie; hasta los más piadosos, los más devotos, los más celosos y los mejor intencionados deberían sentirse agitados de indignación por verse víctima o víctimas de los errores y supersticiones, de religiones tan vanas y tan falsas como hay en el mundo, y siendo así como parece que debe suponerse, ¡examinad pues seriamente, señores, lo que creéis ciegamente, y lo que hacéis creer tan ciegamente a los demás! Pues querer contentarse con creer ciegamente es querer exponerse a sí mismo el error, es querer ser engañado, y es imposible no incurrir en el horror siguiendo un principio de error y engaño tan evidente. Vuestro jefe os dijo, o al menos lo dijo a sus discípulos, que «si un ciego guía a otro ciego, caerán los dos en la fosa» (Mat., 15.14).Sí, ciertamente lo dijo. Luego creer ciegamente es igual que andar como ciego, y así es manifiestamente exponerse a Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 156 caer en la fosa, es decir, en la trampa del error, de la mentira y de la impostura. Desconfiad pues, señores, de esta ciega creencia, desconfiad de estas primeras y ciegas impresiones que habéis recibido de vuestro nacimiento y de vuestra educación; tomad las cosas más a fondo; remontad hasta la fuente de todo lo que se os ha hecho creer ciegamente; sopesad bien las razones que hay para creer o no creer, lo que vuestra religión os enseña y os obliga a creer tan absolutamente. Estoy seguro de que si seguís bien las luces naturales de vuestro espíritu, veréis al menos tan bien y tan ciertamente como yo que todas las religiones del mundo sólo son invenciones humanas, y que todo lo que vuestra religión os enseña y os obliga a creer, como sobrenatural y divino, en el fondo sólo es error, mentira, ilusión e impostura. He dado pruebas claras y evidentes de ello, y éstas son lo más demostrativas que pueda haber en ningún tipo de ciencia; las he redactado por escrito, y las he consignado al escribano de la justicia de esta parroquia para servir de testimonio de verdad al público, si le parece bien. Quien quiera, podrá ver lo que es, con tal de que se le permita, pues no es corriente por parte de la política de nuestra Francia dejar que escritos de esta especie se hagan públicos, ni que permanezcan entre las manos de los pueblos, porque les harían ver demasiado claramente el abuso que se hace de ellos, y la indignidad y la injusticia con la que se les trata. Pero cuanto más se prohíbe leer y publicar este tipo de escritos, más necesario sería leerlos y publicarlos por todas partes, a fin de confundir todo lo posible los errores, las supersticiones y la tiranía, confundantur omnes facientes vana. No se trata, señores, de decir invectivas contra mí en esta ocasión, ni de hacer como estos idólatras efesianos que en semejante circunstancia aclamaban con animosidad a su gran Diana de Efeso, «Magna Diana Ephesiorum» (Act., 19.23). No se trata de fulminar anatemas contra mí, ni de acabar en las injurias y en la calumnia; ello no os convendría. Y en el fondo no haría vuestra causa mejor, ni la mía más mala. Sino que se trata, o más bien se trataría, de examinar seriamente mis razones y mis pruebas; se trataría de ver si son verdaderamente sólidas y convincentes, y si están bien fundadas o si no lo están. En una palabra, se trata de saber si lo que yo digo es verdadero o falso, es lo que haría falta examinar Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 157 sin pasión y sin prevención, como también sin falsificar nada de lo que he dicho o escrito. Y si tras haber hecho un examen serio, encontráis que digo efectivamente la verdad y que mis razones y mis pruebas son verdaderamente sólidas y convincentes e incluso demostrativas, como pretendo, os incumbiría, señores, tomar y sostener generosamente, aunque, no obstante, con prudencia, el partido de la verdad, a favor de la misma verdad y a favor de los pueblos que gimen como veis todos los días, bajo el yugo insoportable de la tiranía y de las vanas supersticiones. «Omnis creatura ingemiscit et ipsi nos ingemiscimus atque in hoc ingemiscimus gravati» (Rom., 822). Y si al igual que yo no os atrevéis a declararos abiertamente durante vuestra vida contra errores tan detestables y abusos tan perniciosos como los que reinan tan poderosamente en el mundo, lo menos que podéis hacer es permanecer ahora en el silencio y declararos al final de vuestros días a favor de la verdad. Pero si por el contrario pretendéis aún que soy yo quien está en el error, que no he dicho la verdad, y que mis razones y mis pruebas no son sólidas y convincentes, os incumbe refutarlas, y hacer ver manifiestamente su falsedad o su debilidad; y es lo que se debe hacer ver, no solamente razones vanas y frívolas, como son las que se tiene costumbre alegar en esta ocasión, sino mediante razones que sean al menos tan claras, tan fuertes, tan convincentes y demostrativas como son las que he empleado para combatir los errores y los abusos de que he hablado. Si no, y de no hacerlo, es preciso reconocer que estáis en el error y que enseñáis errores; pues si la verdad estuviera de vuestra parte, del mismo modo las razones y las pruebas no podrían dejar de ser más fuertes y más convincentes de vuestro lado que del otro, según esta máxima del mismo Libro de la Sabiduría según el cual la malicia no puede vencer a la sabiduría, ni por consiguiente el error vencer a la verdad, «Sapientiam non vincit malicia» (Sab., 7.30). Si esta máxima es verdadera, es particularmente en esta ocasión, señores, que la sabiduría debe vencer la malicia, y que la verdad debe vencer el error y la mentira, de manera que si vuestras razones y vuestras pruebas no son al menos tan claras, tan seguras, tan convincentes y tan demostrativas, como son las que yo he empleado para probar todo lo que he expuesto, es preciso, como he dicho, reconocer Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 158 que estáis en el error, y que enseñáis errores. Y si reconocéis que son efectivamente errores y abusos, hay que desengañar a los pueblos, y procurar librarlos de la tiránica dominación de los ricos, de los nobles y de los grandes de la tierra, así como de los errores y de las vanas supersticiones de las religiones que sólo sirven para turbar inútilmente la paz de su espíritu y para impedirles gozar tranquilamente de los bienes de la vida, y para mantenerlos tanto más miserablemente cautivos bajo esta tiránica dominación de los ricos y de los grandes de la tierra; y en lugar de estos errores, de estos abusos y de estas vanas supersticiones de las religiones, así como en lugar de las leyes tiránicas de los príncipes y de los reyes de la tierra, hay que establecer por doquier leyes y reglamentos conformes a la recta razón, a la justicia y a la equidad natural; leyes y reglamentos a los que nadie podría entonces poner dificultad para someterse puesto que la razón existe desde todos los tiempos y es común a todos los hombres, es decir, a todos los pueblos, y a todas las naciones de la tierra, que quizás no pedirían nada mejor que seguir las reglas de la recta razón y de la justicia natural. Y quizás también sería el único verdadero medio para reunir felizmente a todos los espíritus de los hombres, y hacer cesar todas estas divisiones sangrientas, crueles y funestas que la diferencia de las religiones y la ambición y el interés particular de los príncipes y de los reyes de la tierra hacen hacer tan a menudo, y tan intempestivamente entre ellos, lo que les procuraría en todas partes una abundancia inestimable de paz y una abundancia inagotable de todos los bienes que podrían hacerlos perfectamente dichosos y contentos en la vida, si supieran usar bien de ellos. Incumbe a los sabios dar a los demás las reglas y las instrucciones de la verdadera sabiduría que de igual modo debe alejarse de todos los errores y de todas las supersticiones, como de todos los vicios y de todas las maldades, y que debe enseñar a los hombres a hacer un buen uso de todas las cosas. ¿De quién, señores, de quién recibirán los pueblos estas reglas y estas instrucciones de la verdadera sabiduría, si no es de vosotros? No será, por ejemplo, de estos hombres blandos y afeminados, que sólo se aterran a los placeres de los sentidos, pues el hombre animal y camal, como dice nuestro san Pablo, no percibe ni comprende las cosas del espíritu, ni podría comprenderlas. ¿Cómo se las enseñaría a Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 159 los demás? «Animalis homo non percipit ea quae sunt spiritus» (1 Cor., 2.14). No será tampoco de estos ricos, ni de estos nobles y estos grandes de la tierra que siempre quieren dominar imperiosamente por todas partes, y que a favor de los errores y de las supersticiones de la religión agravan y hacen cada vez más pesado el yugo de su tiránica dominación día tras día. Ved, por ejemplo, cómo ha aumentado la tiranía de nuestros reyes, y hasta qué punto se ha acrecentado desde el reinado de Charles VII, en que ya daba piedad, como dice el señor de Commines (en sus Mémoires), hasta la época en que estamos. Y si esto continúa ¿qué será de los pueblos? No les quedará nada para sustentar una vida miserable y al final se verán obligados a sublevarse y a hacer como estos desdichados vencidos que no encuentran más salvación que en la desesperación, último recurso de los desdichados, una salus victis, nullam sperare salutem. De modo que no será de estos orgullosos y soberbios tiranos que los pueblos recibirán las verdaderas reglas e instrucciones de la sabiduría de que hablo. Tampoco será de estos pedantes y ambiciosos señores obispos y prelados que de buena gana se harían adorar en la tierra puesto que toda su grandeza se funda sobre la base misma de estos errores, de estos abusos y de estas supersticiones, y ésta sería aniquilada, si estos errores y estas supersticiones acabaran algún día. Vosotros, señores, no tenéis tanto motivo para temer tal inconveniente, a) porque cuando aconteciera tal cambio, vuestra caída, si hubiera caída, al no ser de tan alto, no sería por consiguiente tan ruda como la de estos señores de que hablo, que se quedarían completamente aturdidos si se vieran caer de tan alto; b) porque al ser necesario que en todas las repúblicas y en todas las comunidades bien reguladas haya personas cultas e ilustradas, para instruir a los demás en las Ciencias naturales y en las buenas costumbres, y para desarraigar enteramente los errores y las supersticiones, si quisierais, seríais muy apropiados para este empleo, y de este modo siempre podríais ocupar un rango muy considerable entre los hombres, y así podríais recuperar con honor lo que perderíais por el otro lado. Ni los señores magistrados y todos los demás oficiales de policía deberían oponerse, sino que por el contrario deberían entregarse de buena gana, porque ellos mismos deberían estar contentos Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 160 de verse librados al igual que los demás del yago tiránico de la dominación de los grandes, y del yugo insoportable de los errores y de las supersticiones. Es pues particularmente de vosotros, señores, que los pueblos deben recibir estas reglas y estas instrucciones de la verdadera sabiduría que consiste en alejarse de todos los errores y de todas las supersticiones, así como en alejarse de todos los vicios y de todas las maldades, y por consiguiente debéis decirles la verdad, y no complaceros en mantenerlos en errores y en vanas supersticiones, y verlos aplastar y tiranizar como sucede todos los días por los ricos, los nobles y los grandes de la tierra. Hace bastante tiempo que los errores y las vanas supersticiones reinan en el mundo; hace bastante tiempo que la tiranía reina en él; ya seria hora de poner fin a todo ello. Vuestros pretendidos santos profetas han dicho que los ídolos acabarían, que cesarían de aparecer, que serían completamente destruidos, y que incluso los nombres de los ídolos serían completamente barridos de la tierra y, por consiguiente, también que no habría más idolatría, [...] Hace mucho tiempo, señores, que estas pretendidas profecías debieran haberse cumplido. Si decís que ya se hallan cumplidas entre vosotros, que no sois unos idólatras y que no adoráis ningún ídolo, es fácil convencerse del hecho, puesto que adoráis efectivamente débiles estatuillas de pasta y harina y que honráis las imágenes de madera y yeso y las imágenes de oro y plata, como hacen los idólatras. Sería glorioso para vosotros, señores, hacer cesar todas estas idolatrías y hacer ver en nuestros días el cumplimiento de todo lo que habría sido tan bien predicho respecto a la destrucción de todos estos ídolos vanos. Sería glorioso para vosotros destruir en todas partes este detestable reino de errores e iniquidades y establecer en su lugar el dulce y apacible reino de la verdad y de la justicia. Dad, pues, si podéis, señores, este placer a los pueblos; estáis obligados a ello por toda clase de deberes naturales; vosotros sois, decís, los pastores de los pueblos, ellos son, pues, vuestras ovejas, además son vuestros parientes, vuestros allegados, vuestros aliados y vuestros amigos, todos ellos son vuestros bienhechores porque toda vuestra subsistencia la extraéis de ellos; son vuestros semejantes y vuestros compatriotas; son motivos tan poderosos y apremiantes los que deben llevaros a tomar fuerteJean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 161 mente su partido. Juntaros pues a ellos para librarlos y para libraros a vosotros mismos de toda esclavitud, dadles esta alegría; es el mayor bien que jamás podáis hacerles. Por lo que respecta a vosotros, no se trataría de empuñar las armas; ciertamente haríais mucho más, pacíficamente, mediante vuestras prudentes opiniones, mediante vuestros sabios consejos y mediante vuestros doctos escritos, de lo que haríais tumultuosamente con las armas. Os sería fácil desengañar a los pueblos si únicamente siguierais las luces naturales de la recta razón, sin quedaros vanamente en la beatería ni en las supersticiones de vuestra fabulosa religión. La mayoría de los pueblos sospechan ya bastante por sí mismos los errores y los abusos en los que se les mantiene; a este respecto, sólo necesitan un poco de ayuda y un poco más de luces para ver claramente su vanidad y para librar enteramente su espíritu, pero tienen mucha más necesidad de ayuda y sobre todo de buena unión y de buena inteligencia entre ellos, para librarse del poder tiránico de los grandes de la tierra; y habría que exhortarles a esta buena unión y a esta buena inteligencia entre ellos. Vosotros les predicáis, señores, una pretendida liberación y una pretendida redención espiritual de sus almas, hecha, decís, por los méritos infinitos de la muerte y pasión de vuestro buen divino Jesús crucificado. Pero ellos tienen necesidad de una liberación mucho más real y mucho más verdadera que ésta; es entretenerlos y engañarlos, predicarles únicamente, como hacéis, tal pretendida liberación o redención que sólo es imaginaria y de la que vuestros pretendidos santos profetas nunca han pretendido hablar, cuando anunciaban a sus pueblos que Dios los libraría de sus cautividades y les enviaría un redentor tan poderoso. La verdadera liberación o redención que los pueblos necesitan y que incluso los susodichos santos profetas daban a entender es la que los librará o debiera librarlos de toda esclavitud, de todas las idolatrías, de todas las supersticiones y de todas las tiranías, para hacerles vivir felizmente en la tierra, con justicia y paz en la abundancia de todos los bienes. Señores, los pueblos tienen necesidad de tal liberación y de tal redención t y no de una redención imaginaria como la que les predicáis. El verdadero pecado original para los pobres pueblos es nacer, como nacen, en la pobreza, en la miseria, en la dependencia y bajo la tiranía de los grandes; habría que liberarlos de este pecado detestable y maldito. Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 162 Os divertís, señores, interpretando y explicando figurativamente, alegóricamente y místicamente unas vanas escrituras que llamáis santas y divinas; les dais el sentido que queréis a través de estos bellos sentidos pretendidamente espirituales y alegóricos que les forjáis y que fingís darles, con el fin de encontrar y hacer encontrar en ellos supuestas verdades que no existen y que no existieron jamás. Pero en el fondo, ¿qué son todas estas bellas figuras y todas estas bellas interpretaciones espirituales, alegóricas y místicas que hacéis así de vuestras Escrituras? [...] Nadie de vosotros repara atención en los errores y en las supersticiones groseras que esta religión os enseña, pese a que todos los males que devastan la tierra proceden de estos errores y de estas idolatrías, al igual que de todas las tiranías de los príncipes y de los reyes, [...]. Tengo el gusto de decir todo esto antes de morir y no podía menos que decirlo, puesto que la cosa es así y no veo a nadie que lo diga. Si me lo reprocháis, lo digo francamente, me preocupa poco, en tanto que hablo para la justicia y la misma verdad. En realidad, señores, me gustaría tener el honor de recibir vuestra aprobación al respecto; de buena gana sería amigo vuestro y amigo de todas las personas honestas, pero de más buena gana aún amigo de la justicia y de la verdad, como aquél que decía: amicus Plato, amicus Aristóteles, magis autem amica verítas. Y si os parezco loable, no pienso glorificarme por ello ni espero que en cuanto a esto me hagáis ningún cumplido ni ningún reproche, ni siquiera que me deis ninguna respuesta, pues muy pronto abandonaré el país y además debo partir, es decir, terminar mis días antes de que os sea entregada la presente. De manera que si tenéis que dar alguna respuesta dirigídsela al público. Tal vez haya alguien entre el público que, si es necesario, tome la defensa de mi causa, o más bien la defensa de la propia causa del público, pues en este asunto o en esta ocasión no se trata de mí ni de mi interes particular, sólo se trata del mantenimiento de la verdad y del restablecimiento del bien y de la libertad pública, causa por la que cada cual debiera sacrificarse. Que el público defienda pues su causa, si bien le parece y como bien le parezca. Por cuanto a mí, me basta con haber dicho lo que pensaba; no participaré en nada más, mi tiempo va a concluir. De modo que ahora, señores, lo único que me queda es Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 163 deciros un último adiós, tras el cual, si todavía juzgáis oportuno decirme un devoto requiescat in pace, deseo que se remita enteramente a vosotros, pues entonces ya no sabré lo que es descanso ni paz, ni lo que está bien o mal; hay que vivir para saberlo; los muertos ya no saben nada; es erróneo imaginarse lo contrario, y por ello es completamente inútil rogar por los muertos; es completamente inútil inquietarse por ellos; es inútil rogar por ellos e inútil de mi parte, señores, que quiera ahora eximirme con respecto a vosotros de algún derecho cívico, e incluso del de decirme... Señores, Vuestro muy humilde y sumiso servidor. -oo0oo- Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 164 NOTA DEL CURA AUBRY SOBRE JEAN MESLIER1010 Jean Meslier, incrédulo célebre, nació en el pueblo de Mazemy, diócesis de Reims, en 1678. Gérard Meslier, su padre, obrero lanero en el dicho Mazemy, y Sym-phorienne Braidy, su madre, con la esperanza de alcanzar una vida mas holgada, lo destinaron al estado eclesiástico. El joven Meslier se distinguió en sus clases por su amor al estudio. Sumiso a las voluntades de su padre, ingresó en el seminario de Reims, pero sin gusto por el estado eclesiástico. Si entonces supo superar todas sus repugnancias por su nuevo estado, su carácter siempre sombrío y de los más flemáticos no cambió nada. En los recreos, lo más frecuente es que estuviera solo y apartado; a la vez, todos los de su curso lo miraban como un genio singular. Fue admitido en las órdenes sagradas y bastante joven se le concedió la rectoría de Estrépigny, de la que Balaive es anexa. Meslier no estableció más lazos de amistad con los curas de su zona de los que había tenido con sus condiscípulos. Aunque eclesiástico por coacción, siempre mantuvo en su parroquia una cierta apariencia de regularidad, mucha caridad con los pobres y cumplía todos los deberes de su ministerio con asiduidad. Un rasgo que muestra bien su genio es el siguiente: habiendo muerto el señor de Estrépigny poco tiempo después de haber maltratado a algunos habitantes de esta parroquia, se pidió a Meslier que recomendase en las oraciones a este señor. Ante el rechazo obstinado del cura, lo denunciaron a M. de Mailly, entonces arzobispo de Reims, que lo condenó a recomendar a este señor en las oraciones de sus parroquianos el domingo siguiente. 10 Documento extraído de un comunicado del cura de Mazemy, redactado en 1783, en respuesta a un cuestionario enviado por el arzobispo a todos los curas de la diócesis para ser informado sobre la situación y las particularidades de sus parroquias Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 165 Meslier, sinceramente afligido pero forzado, ejecutó las órdenes del prelado, subió al pulpito y dijo: «Órdenes superiores me obligan hoy a subir al pulpito; si hay circunstancias en que el yugo de la subordinación se hace sentir poderosamente, es ésta, hermanos míos, en que las amonestaciones más respetuosas, las razones más sólidas no han podido ser escuchadas. El grito de la autoridad prevalece sobre el de la justicia; la obediencia que algunas veces es un tributo libre hoy se convierte en un acto de necesidad, para conformarme a las órdenes de M. de Mailly, nuestro prelado: «Recordaréis que M. N. era un hombre de fortuna que debió sus títulos al azar, sus bienes a la industria; que consideró un vicio un nacimiento ilustre, que siempre prefirió a los grandes sentimientos que hacen a los verdaderos nobles, las riquezas que hacen a los hombres avaros y ambiciosos; rogad por él; que Dios lo perdone y le conceda la gracia de expiar en el otro mundo los malos tratos que ha hecho padecer a los pobres aquí abajo, y la conducta interesada que ha tenido para con los huérfanos.» Un pariente cercano del señor, presente en esta injuriosa recomendación, llevó nuevas quejas al mismo arzobispo, que mandó a M. Meslier a Reims y le hizo soportar todos los reproches que merecía su imprudencia. Desde entonces, Meslier no tuvo en su vida otros acontecimientos señalados y sin duda se dedicó a su obra abominable contra la religión, de la que hizo tres copias conocidas: la primera fue remitida a Monsieur el ministro de Gracia y Justicia de Francia; la segunda fue enviada al escribano de la Justicia de Sainte-Menehould, de la que depende la parroquia de Estrépigny, y la tercera se cree que está en Reims, en el arzobispado. La obra de Jean Meslier es de un estilo flojo y difuso, es también una declamación de las más exageradas y de las más groseras contra todas las religiones en general, y más particularmente aún contra la religión que había recibido de sus padres. Su obra es también un tejido de impiedades y de blasfemias contra los misterios más respetables de la religión cristiana. Pronuncia sus aserciones con tanta confianza como si fueran demostraciones; habla con la mayor indecencia de los atributos de Dios, de la trinidad de las personas divinas, de la Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 166 encarnación del Verbo, del beneficio de la redención, de los milagros del Evangelio y de la moral contenida allí, y según él no hay otra verdad que la religión natural consistente en la moral, y admitía la materialidad por primera causa. También ha tocado muy mal la materia del gobierno. Meslier, tras haber esparcido toda su bilis contra la religión de sus padres, habiéndose cegado, sólo pensó en terminar su carrera cuya duración empezaba a enojarlo. Asqueado de la vida, desalentado por la coacción y las violencias que se habían producido por vivir exteriormente según el espíritu de su estado, desgarrado por los gritos de su conciencia y por temor a que sus espíritus impíos no fueran conocidos antes de su fallecimiento y le atrajeran penas tan merecidas, se metió en cama, bien decidido a no salir de allí más que para no volver, languideció durante algunos días, rechazó constantemente lo que podía prolongar su duración y murió en 1733... Al morir dejó todo lo que poseía a sus feligreses y pidió en su testamento que se le enterrara en su jardín, lo que no se llevó a cabo. En cuanto se le hubieron rendido los últimos deberes, se abrió, como había ordenado, el testamento que había compuesto, decía él, para la instrucción de sus feligreses. Pero ¿qué lección? Meslier declara que en la Iglesia sólo ha recibido, sin serle obligado, en una religión que sólo contiene abusos y sólo hace hipócritas, misterios calcados de los del paganismo, etc. En la lectura de estos detalles se grita a la impiedad, a la irreligión; se proponen y se discuten diferentes cuestiones para determinar la postura a tomar en una circunstancia tan delicada. Finalmente se juzga lo más prudente dejar al pueblo de Estrépigny en la buena fe y a su impenitente cura tranquilo en el polvo de la tumba. Los curas vecinos de Estrépigny miraban a Meslier como un hombre singular de sentimientos muy exagerados, incluso se había sospechado que tuviera un hábito secreto, pero nunca se habría adivinado que bajo el celo y la decencia eclesiástica ocultara un veneno tan corrosivo contra la santa religión, que lo nutría y en cuya defensa se había erigido mil veces desde el pulpito, mientras que interiormente aborrecía sus misterios más respetables. Únicamente se ha concluido que, cuando predicaba sobre ciertos temas, el paraíso, por ejemplo, o el infierno, se expresaba intencionadamente siempre mediante: los cristianos dicen, los cristianos quieren, los cristianos creen, y que al hablar así tenía un aspecto afectado sin duda, cubriendo con la mano derecha parte de su rostro para que no se viera tanto una sonrisa cuya Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 167 maldad se ignoraba entonces por completo. Después de la muerte de Meslier se ha hecho una obra impía bajo el título de Testamento de Meslier: es una de las declamaciones más groseras contra todos los dogmas de la religión cristiana; obra mucho más extensa que la del cura de Estrépigny. Se sospecha que habiendo tenido algunas vinculaciones con los calvinistas de Sedán, éstos han podido tener un manuscrito de su obra que ha servido de borrador a la obra aumentada y reelaborada en Holanda por algún reformado tan buen protestante como católico era Meslier. VOLTAIRE SOBRE MESLIER 11 El cura Meslier es el fenómeno más singular que se haya visto entre todos estos meteoros funestos para la religión cristiana. Era cura del pueblo de Estrépigny, en Champagne, cerca de Rocroy, y además prestaba servicio en una pequeña parroquia anexa llamada But. Su padre era un obrero de la sarga, del pueblo de Mazerny, dependiente del ducado de Rethel. Este hombre, de costumbres irreprochables y asiduo a todos sus deberes, daba todos los años a los pobres de sus parroquias cuanto le quedaba de su renta. Murió en 1733, a la edad de cincuenta y cinco años. Se tuvo una gran sorpresa al hallar en su casa tres gruesos manuscritos de trescientas sesenta y seis hojas cada uno, los tres escritos y firmados por él, titulados Mi Testamento. Sobre un papel gris que envolvía uno de los tres ejemplares dirigido a sus feligreses, había escrito estas palabras insignes: «He visto y reconocido los errores, los abusos, las vanidades, las locuras, las maldades de los hombres. Las odio y las detesto; no me he atrevido a decirlo durante mi vida, pero al menos lo diré al morir, y quiero que se sepa que escribo esta presente memoria a fin de que pueda servir de testimonio a la verdad para todos aquellos que la vean y la lean si bien les parece.» El cuerpo de la obra es una refutación ingenua y grosera de todos 11 Séptima carta sobre los franceses Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 168 nuestros dogmas sin exceptuar uno solo. El estilo es muy repulsivo, tal como debía esperarse de un cura de pueblo. Para componer este extraño escrito contra la Biblia y contra la Iglesia, no había tenido otra ayuda que la misma Biblia y algunos Padres. De los tres ejemplares, el gran vicario de Reims retuvo uno, otro fue enviado al ministro de Gracia y Justicia, Chauvelin, y el tercero permaneció en el tribunal de Justicia del lugar. El conde de Cailus tuvo en sus manos una de estas tres copias durante un tiempo, y muy poco después hubo más de cien en París que se vendían a diez luises el ejemplar. Varios curiosos conservan aún este triste y peligroso monumento. Un sacerdote que, al morir, se acusa de haber profesado y enseñado la Religión Cristiana, causó una impresión más fuerte sobre los espíritus que los pensamientos de Pascal. En mi opinión, se debía más bien reflexionar sobre la rareza de este melancólico sacerdote que quería librar a sus feligreses del yugo de una religión predicada veinte años por él mismo. ¿Por qué dirigir este testamento a unos hombres agrestes que no sabían leer? Y, de haberlo podido leer, ¿por qué quitarles un yugo saludable, un temor necesario que por sí solo puede prevenir los crímenes secretos? La creencia de las penas y de las recompensas tras la muerte es un freno que el pueblo necesita. La Religión bien depurada seria el primer lazo de la Sociedad. Este cura quería aniquilar toda Religión e incluso la natural. Si su libro hubiera estado bien hecho, el carácter de que el autor se había revestido habría impuesto demasiado a los lectores. Se han hecho varios pequeños resúmenes, algunos de los cuales han sido impresos; por fortuna, están purgados del veneno del Ateísmo. Más sorprendente aún es que, al mismo tiempo, hubo un cura de Bonne-Nouvelle, cerca de París, que, en vida, se atrevió a escribir contra la religión que estaba encargado de enseñar: fue exilado sin escándalo por el Gobierno, Su manuscrito es extremadamente peculiar. Mucho tiempo antes de esta época, el obispo de Le Mans, Lavardin, había dado al morir un ejemplo no menos singular; en verdad, no dejó testamento alguno contra la Religión que le había procurado un Obispado, pero declaró que la detestaba; rechazó los Sacramentos de la Iglesia y juró que jamás había consagrado el pan y el vino al decir Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 169 la Misa, ni había tenido ninguna intención de bautizar a los niños y de dar las órdenes cuando había bautizado a cristianos y ordenado a diáconos y sacerdotes. Este obispo tenía un placer maligno en embarazar a todos los que habrían recibido de él los Sacramentos de la Iglesia; al morir se reía de los escrúpulos que tendrían y se regocijaba de sus inquietudes; se decidió que no se volvería a bautizar ni a ordenar a nadie, pero algunos sacerdotes escrupulosos se hicieron ordenar por segunda vez. Al menos el obispo Lavardin no dejó tras sí monumentos contra la Religión Cristiana: era un voluptuoso que se reía de todo; mientras que el cura Meslier era un hombre sombrío y entusiasta; de una virtud rígida, es cierto, pero más peligroso por esta virtud misma. FIN Biblioteca OMEGALFA ΩΑ Jean Meslier - Crítica de la Religión y del Estado - pág. 170