TEMA 9: LA LITURGIA CONSTA DE SIGNOS Puesto que hemos estado explicando la sacramentalidad de la liturgia no viene mal recordar ahora algo que es lógico en el planteamiento que venimos haciendo: la liturgia consta de signos. Efectivamente, los signos están ahí por algo. En otro momento podremos explicar más detenidamente qué son los símbolos… pero conviene tener claro por qué la liturgia se sirve de los signos. Vamos a explicar la noción de signo en la liturgia y a estudiar el origen de los signos litúrgicos. Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1145) Los signos de la liturgia. La liturgia cristiana es un conjunto de signos (personas, gestos, acciones, cosas, tiempos, lugares, ...). Todos estos signos no son cosas puramente externas; son siempre una realidad-puente entre un significado ligado al signo mismo y las personas para quienes el signo significa algo. El signo no es solamente una cosa que nos lleva al conocimiento de otra, es también un medio de comunicación y de encuentro. Por eso es esencial al signo el hacer perceptible y comunicable la realidad que pretende mostrar. El signo nunca manifiesta por completo la realidad que expresa y comunica sino que de alguna manera también la esconde. En todas las religiones Los signos forman parte de un fenómeno religioso universal. Todas la religiones utilizan signos para expresarse y algunos de ellos son comunes y conocidos. El cristianismo, movido por la ley de la encarnación, no ha desdeñado asumir estos medios y modos de comunicación entre Dios y el hombre que son los signos, y en concreto, las formas y los símbolos religiosos, muchos de los cuales tienen una validez humana prácticamente general. Los signos cristianos Los signos elegidos por la Iglesia se han convertido en signos históricos y eficaces de la salvación y del encuentro del hombre con Dios. Están relacionados, muchas veces, con los signos o gestos utilizados por el mismo Cristo. Los signos de la liturgia están íntimamente relacionados también con la necesidad que tiene el hombre de significar y celebrar determinados momentos de la existencia humana. Esto ocurre sobre todo con los sacramentos que bien podrían describir el itinerario personal y existencial del hombre ante Dios y ante los demás. Los signos sacramentales son signos de la fe, como explícitamente enseña el Vaticano II (SC 59). Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la "fe"… Por consiguiente, es de suma importancia que los fieles comprendan fácilmente los signos sacramentales y reciban con la mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han sido instituidos para alimentar la vida cristiana. (SC, 59) Esto quiere decir varias cosas: • Primero, que los signos expresan la fe de la Iglesia que actúa como sacramento universal de salvación. • Segundo, que suponen y exigen la presencia de la fe en el hombre que celebra el signo sagrado; esta fe es suscitada y se apoya en la Palabra de Dios. • Tercero, que las acciones, los gestos y las palabras sacramentales que constituyen la celebración, también alimentan y nutren la fe que, en definitiva, es un don de Dios y acompaña a la acción ministerial de la Iglesia. Este último aspecto se refiere al valor pedagógico de los signos litúrgicos. • Cuarto: la Iglesia está llamada a explicar a los fieles los signos litúrgicos para que el pueblo de Dios pueda participar activamente, con profundidad. La Iglesia debe introducir a sus hijos en la vivencia del misterio: es lo que se llama mistagogía. Dimensiones del signo litúrgico. Si tenemos en cuenta que los signos litúrgicos son mediaciones con vistas al encuentro entre Dios y el hombre, es evidente que las realidades significadas por los signos han de ser aquellas que constituyen ese encuentro: exactamente la santificación del hombre y el culto a Dios. Hay hasta cuatro perspectivas o dimensiones diferentes: * En primer lugar el signo litúrgico es signo demostrativo de las realidades invisibles presentes, que son, como hemos dicho, la gracia y el culto a Dios. Los signos sacramentales causan lo que significa y significando, causan, según las dos expresiones clásicas. Es decir, muestran a su modo la realidad que contienen y sugieren. *En segundo lugar, el signo litúrgico es signo rememorativo de los hechos y de las palabras de Cristo, en los cuales se efectuó la obra de nuestra salvación y se nos dio la plenitud del culto verdadero. Hay siempre una dimensión recuerdo y actualización (memorial) de la historia de la salvación en sus hechos fundamentales. * En tercer lugar, una dimensión profética en cuanto signos prefigurativos de la gloria que un día ha de manifestarse y del culto que tiene lugar en la Jerusalén de los cielos. Es decir, anticipan, en cierto modo, lo que un día será pleno en el encuentro definitivo con Dios. * Por último dimensión moral o de compromiso, en el sentido de que la presencia de la gracia y la acción santificadora y cultual disponen al hombre para traducir en toda su existencia cuanto ha celebrado en los signos como presente. Es decir, el hombre no vive aislado en la celebración litúrgica sino que implica su existencia prolongando en la vida la acción sacramental de Cristo en la celebración. Estructura interna del signo litúrgico. Los signos litúrgicos son prolongación en el tiempo de la humanidad del Hijo de Dios hecho hombre. Ponen de manifiesto la realidad de la santificación del hombre y del culto a Dios, pertenecen plenamente a la economía del Nuevo Testamento, es decir, al plan del cumplimiento y de la realidad. Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas. Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban aquello que él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento. Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante, por los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque "lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios" (S. León Magno, serm. 74,2). (Catecismo de la Iglesia Católica, 1115) Los gestos y las palabras de Jesús, en sí mismos, no eran signos sacramentales, sino que eran Él mismo actuando y cumpliendo la misión salvadora que había recibido del Padre. Solamente los que eran creyentes, eran capaces de ver más allá de los gestos y de la humanidad de Jesús y de recibir la presencia de la palabra de la vida. En los signos litúrgicos ocurre lo mismo: aparentemente son gestos y palabras cargados de significado; pero poseen una fuerza de salvación en virtud de la voluntad de Cristo y en cuanto expresión y realización histórica de la Iglesia-sacramento. Por eso es necesaria la fe, para celebrar eficazmente los signos sacramentales. Pero no la fe de cada uno por libre o la fe de una asamblea particular sino la fe de la Iglesia, depositaria de los signos y de su significado salvífico. Por eso, afirmamos la necesidad de la palabra como elemento esencial de los signos litúrgicos, sobre todo sacramentales. La palabra determina el significado del signo, como enseñaba Santo Tomás. Y, en efecto, los signos sacramentales cristianos constan de acciones y de palabras, de forma que ambos elementos no pueden ni deben desvincularse nunca. Las acciones y los gestos, para que puedan realizar eficazmente aquello que significan en el orden de la santificación del hombre y del culto a Dios, necesitan del complemento de la palabra. Palabra y acción constituyen el signo sacramental. Esta palabra, llamada también fórmula sacramental en el caso de los sacramentos, es en ocasiones la propia Palabra de Dios tomada de la Escritura, pero la mayoría de las veces es una súplica o una indicación hecha por la Iglesia, sancionada por la autoridad suprema que es consciente de prestar de este modo el servicio de garantizar la eficacia salvífica de los signos sacramentales. Podemos terminar este tema recurriendo para quien quiera ampliarlo a lo que nos propone el Catecismo en los números 1145-1155. La importancia de este tema nos ayuda a profundizar en la comprensión de la liturgia de la Iglesia. Un esfuerzo que luego debe hacerse patente en la mejor disposición de nuestra parte para que el pueblo de Dios viva con fe esta experiencia de encuentro con Él. Por otro lado, nos pone sobre la pista de la necesaria introducción en la realización de lo que celebramos y cómo lo celebramos.