La Rebelión de los Bóxers, 1900 Soldados bóxers, fotografía de 1900. Desde el occidente al oriente, los tratados fueron considerados fuertemente injustos por muchos chinos, creciendo su odio hacia los foráneos, así como su desaprobación hacia el gobierno imperial, cuyo prestigio había quedado en entredicho con las derrotas militares ante Gran Bretaña y el Japón. Tales fracasos, unidos a la pérdida de ingentes cantidades de territorio sin apenas discusión (Hong Kong, Taiwán, Corea, la región del Amur, la isla de Sajalín, partes de Mongolia exterior y Asia Central, etc.) causaron una fuerte conmoción en el pueblo. El levantamiento popular fue impulsado por un grupo conocido como los Yihetuan o ‘puños rectos y armoniosos’, llamados bóxers (‘boxeadores’) por los ingleses, en referencia al ritual de artes marciales que practicaban porque según ellos les hacía inmunes a las armas), un grupo que se opuso inicialmente a la dinastía manchú de los Qing pero más tarde se reconcilió con ella y se concentró en el norte del país, donde las potencias europeas habían comenzado a exigir concesiones territoriales, ferroviarias y mineras. Los bóxers empezaron a incrementar su actividad en Shandong en marzo de 1898. El detonante de la rebelión ocurrió en una pequeña aldea de la provincia, donde unos misioneros demandaban la entrega de un templo local que según ellos era una antigua iglesia católica confiscada por el emperador Kangxi (1661–1722), en fuerte oposición a los lugareños. La extensión de la rebelión coincidió con la llamada Reforma de los cien días (del 11 de junio al 21 de septiembre de 1898), impulsada por el emperador Guangxu con el fin de modernizar la administración, cosa a la que se oponía fuertemente su tía, la emperatriz Cixi. Tras una primera derrota de los bóxers a manos del ejército chino en el mes de octubre, los rebeldes acataron la autoridad imperial o, con mayor exactitud, la de Cixi, que decidió usarlos como medio para destruir toda influencia extranjera en China. Así, el gobierno chino, fuertemente controlado por la emperatriz, dictó varias leyes en favor de los bóxers a partir de enero de 1900, mientras que éstos concentraron sus ataques contra los misioneros y conversos al Cristianismo. Las crecientes protestas de los gobiernos occidentales fueron desoídas. Panfleto antioccidental impreso en 1899. En junio de ese año, los bóxers (a los que se habían sumado soldados imperiales) atacaron destacamentos de occidentales en Tianjin y Pekín. Las embajadas extranjeras en la capital, a las que habían huido sus ciudadanos residentes en Pekín, se convirtieron pronto en objetivo de los bóxers, aunque la mayoría de las delegaciones se encontraban bien protegidas por sus propias murallas y la cercanía a la Ciudad Prohibida, donde, paradójicamente, habían sido construidas por orden del emperador con el fin de tenerlas bajo vigilancia permanente. Las delegaciones de Gran Bretaña, Francia, los Países Bajos, Estados Unidos, Rusia y el Japón de hecho compartían el mismo complejo defensivo, y a sólo unas calles de distancia se encontraban las de Bélgica y España, desde donde llegaron sus representantes para ponerse a salvo. A pesar de sus esfuerzos, los bóxers no lograron superar las defensas del recinto. En agosto, el asedio de las embajadas era levantado por las tropas enviadas por la llamada Alianza de las Ocho Naciones suscrita por los gobiernos de Alemania, Austria-Hungría, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia.