POR FIN TODA LA VERDAD SOBRE LOS DIOSES DEL OLIMPO

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POR FIN TODA LA VERDAD SOBRE LOS DIOSES DEL OLIMPO
Extractos de Informativos Galaxia a fecha de 25 de septiembre 3001
por nuestro enviado especial J.-P. Garen
Como saben, después del descubrimiento de los viajes al subespacio, hace cuatro siglos,
la Unión Terrestre se lanzó a la exploración de numerosos planetas de la Galaxia. Cuando
los enviados se encontraban con poblaciones con una civilización técnicamente avanzada,
era el ministerio de Asuntos Galácticos quien se encargaba de establecer los contactos. Si
los poblados se hallaban aún en un estado primitivo, los exploradores no intervenían para
no interponerse en su evolución natural. No obstante, un estudio regular de su progreso fue
realizado. Se confió al Servicio de Vigilancia de Planetas Primitivos, el cual enviaba, dos
veces por siglo, una misión formada por un agente escoltado por un androide, un robot de
morfología humana encargado de grabar todo lo que veía y oía… Se mezclaban
cautelosamente con los autóctonos. El capitán Marc Stone era uno de estos agentes.
Marc aterrizó su nave en el suelo con suavidad. Era un aparato propulsado por la
antigravedad que servía de unión entre el planeta y su astronave, situada en una órbita a
bajo nivel. Bajó de la cabina seguido de Ray, su fiel androide. Llevaban una túnica blanca
muy corta de brazos que les llegaba hasta las pantorrillas. Era la indumentaria habitual de
los habitantes de Hedón.
Llevaban quince días explorando el planeta. Se trataba de una pequeña civilización, hacia
la edad de bronce, que se había desarrollado a orillas de un océano. Tres ciudades habían
sido construidas con cierta distancia entre unas y otras. La agricultura y la ganadería eran
sus principales recursos juntamente con una limitada artesanía. Marc, tras haber estudiado
los documentos del Servicio, no había notado ninguna evolución desde la última
expedición.
Sin embargo, la aparición de una nueva religión politeísta desde hacía un siglo había
intrigado a los universitarios, que examinaban minuciosamente los informes del servicio de
exploraciones. Habían pedido un estudio sobre este problema. Así mismo, Marc había
mantenido largas charlas con el abuelo de la ciudad más importante. Con el pretexto de
llegar de un país poco desarrollado, pidió ser instruido en la nueva religión.
El viejo, muy amablemente, lo recibió en el templo, una imponente construcción de altas
columnas y un frontal triangular. Le explicó como, un día, cuatro dioses se habían
aparecido a uno de sus antepasados, el cual, siguiendo sus consejos, empezó la construcción
del templo.
Marc aprendió que estos dioses se llamaban Zeus, Hera, Afrodita y Ares. Estos nombres
despertaban un viejo recuerdo en la memoria del terrícola, pero pensó que era una simple
coincidencia. Encantado de tener un interlocutor tan atento, el sacerdote le explicó larga y
tendidamente cómo los dioses aparecían ciertas noches, siempre en la misma sala del
templo. Los que venían más a menudo eran Zeus y Afrodita. Habían pedido que se les
reservaran dos estancias. En una de ellas, había dos jóvenes sacerdotisas y en la otra fuertes
guardianes. Cuando los dioses desaparecían, siempre antes de que acabase la noche, los
ocupantes de las habitaciones se dormían profundamente. Cuando se despertaban, no
recordaban nada sobre su encuentro con los dioses.
Marc anotó el fenómeno como una alucinación colectiva. Contento con la información
obtenida, retomó el mando de su astronave y se apresuró a volver a la Tierra. Fue entonces
cuando el androide le hizo notar un detalle. Las cámaras automáticas habían filmado los
detalles de la superficie de la tierra durante su evolución alrededor del globo. Parecía que,
en una isla situada a unos mil kilómetros de la ciudad principal, se había encontrado una
densa masa metálica. Una ampliación de la imagen reveló que era una astronave. Esto
obligó a Marc a posponer su partida para poder explorar esta región. Eso fue lo que le llevó
a dejar su astronave a menos de un kilómetro del artefacto desconocido, que se erigía en
medio de una verde llanura.
Seguido de Ray, se acercó a la astronave de un modelo desconocido en toda la Unión
Terrestre. Su revestimiento exterior estaba oscurecido, ennegrecido por ciertas partes, como
si hubiera entrado en la atmósfera demasiado rápido. Además, la cabina estaba rota en
varios puntos. Un orificio se abría en la parte inferior y una escalera descendía hasta el
suelo.
En el instante en que Marc puso el pie en el primer escalón, un ser, claramente de raza
humana, apareció. Llevaba una túnica idéntica a la de Marc pero de color oro y en el pecho
tenía un bordado que simbolizaba un relámpago. De su rostro, de rasgos proporcionados,
crecía una barba negra ligeramente rizada. La similitud con una de las estatuas que
adornaban el templo era increíble. El hombre, con voz grave, dijo en idioma local:
— Mortal, estás violando el dominio de los dioses. Vete o un cruel castigo caerá sobre ti.
Ante el poco efecto de su amenaza, dudó un momento en continuar mientras Marc se
adelantó a decir con una sonrisa:
— Señor Zeus, supongo.
— ¿Quién es? preguntó el hombre aturdido.
— Capitán Marc Stone. Os recuerdo que este planeta se encuentra en zona de competencia
de la Unión Terrestre y no tenéis derecho a estar aquí. Debéis abandonarla inmediatamente.
Irónicamente añadió:
— De todas maneras, a juzgar por el estado de vuestra nave, dudo mucho que pueda
despegar. Creo que necesitáis ayuda.
— ¿Podría…usted podría ayudarnos? tartamudeó Zeus.
— Podría ser.
Detrás de Zeus, Marc y Ray entraron en la gran habitación de muros metálicos, sin duda
una guarida convertida en un agradable salón. Tres personas estaban reunidas. Una mujer
joven, alta y morena se acercó la primera. Llevaba tan solo una simple camisola de
astronauta que no conseguía esconder un cuerpo esbelto y harmonioso.
— Esta es Hera, mi mujer, y esta Afrodita.
Esta última era rubia y tenía un rostro sonriente. Ella, al igual que Zeus, también llevaba
una túnica roja, casi transparente y muy escotada que evidenciaba, sin ninguna intención
por esconderlo, una belleza incuestionable. El último en ser presentado fue Ares. Era
moreno, alto y de cuerpo atlético.
Hera prestó asiento a los visitantes y preguntó en un tono seco:
— ¿Nos podría decir de dónde viene?
Durante unos diez minutos, Marc les explicó acerca de la Unión Terrestre, su
funcionamiento y su misión de exploración. Sus oyentes escuchaban con atención. Cuando
hubo terminado, Zeus murmuró pensativo:
— La Tierra… ¿No es un planeta azul donde una pequeña civilización se desarrolló a
orillas de un mar interior?
— ¿Te refieres a ese mundo que visitamos en nuestro primer viaje? preguntó Hera.
Imposible, ha pasado demasiado poco tiempo.
— De cuatro a cinco mil de nuestros años, interrumpió Marc.
Hera realizó un rápido cálculo mental antes de admitir:
— Exacto, debía ser por esa época.
— Es inimaginable, suspiró Marc asombrado.
La diosa alzó su alargada y fina mano.
— Más tarde os lo explicaremos. Así que, usted es un descendiente de esos primitivos. No
puedo creer que evolucionaran tan rápido.
— Después de vuestra llegada, dijo Marc, se sucedieron centenares y centenares de
generaciones. Aunque la sabiduría no nos ha llegado todavía, hemos hecho grandes
progresos tecnológicos. Sin embargo, no os hemos olvidado del todo. En esa época, debíais
ser mucho más numerosos. Por lo que puedo recordar, el Olimpo tenía más de cien dioses y
semidioses.
— Solo éramos diez, sonrió Zeus. La imaginación de tus antepasados creó el resto.
Con gesto irónico, Marc continuó:
— Habéis dejado en la memoria la imagen de un consagrado pendón y Hera de una persona
austera y un poco irritable.
— Las leyendas siempre contienen algo de verdadero, ironizó Afrodita.
— También engendrasteis a un buen número de bastardos. Vuestros hijos ilegítimos eran
innumerables.
Zeus asintió con la cabeza con una pizca de tristeza.
— Nuestro organismo es muy diferente. La unión de nuestros cromosomas con los vuestros
es imposible. Supongo que algunas chicas creyeron inteligente forzarme a asumir la
paternidad de sus hijos. Era práctico y glorioso.
Marc se rió un poco antes de preguntar:
— ¿Aceptaríais ahora satisfacer mi curiosidad?
Ares tomó entonces la palabra.
— Nosotros venimos de un planeta llamado Olimpo. Gira alrededor de un sol que dista
ochenta y cinco años luz de aquí. Nuestra raza se desarrolló hace casi un millón de años.
Nuestra evolución ha sido lenta y sólo hace cien mil años que alcanzamos nuestro estado
tecnológico actual. Nuestro organismo se regenera constantemente, con lo que nuestra
esperanza de vida es de doce millones de años.
Fue Zeus quien continuó:
— Las máquinas nos liberaron de nuestros quehaceres materiales pero nos encontramos
entonces sin trabajo. Para escapar del aburrimiento, reuní a doce amigos ansiosos como yo
de cambiar de estilo de vida. Éramos muy jóvenes, no llegábamos a los mil años, y
construimos una astronave para ir en busca de aventuras. El primer planeta que exploramos
parece que fue el tuyo. Durante dos siglos, jugamos a ser dioses como niños con un juguete
nuevo. Creímos aportar a tus ancestros un poco de juicio y favorecer el desarrollo de su
cultura, aunque yo me permitiera algún desliz con terrícolas, que lo aceptaban de buen
grado, al igual que algunos de mis amigos, e igual que afrodita se divertía con algunos
apuestos guerreros…
— Cansados de estas distracciones, dijo Hera, regresamos al Olimpo. Sin embargo, le
cogimos el gusto a esta aventura y montamos otras tres expediciones. Pero las otras
poblaciones que encontramos eran mucho más primitivas que las de tu tierra y no
obtuvimos el mismo placer.
— Entonces, prosiguió Zeus, nos quedamos durante mil años en el Olimpo hasta que insistí
en lanzarnos a un último viaje. Poseidón y Atenea nos acompañaron pero Hefesto, Artemis,
Apolo y Dionisio prefirieron quedarse en sus casas. Fue al acercarnos a este planeta que se
produjo la catástrofe.
Una áurea de tristeza cubrió el rostro de Zeus.
— Nos cruzamos con una nube de meteoritos de una intensidad inhabitual que dañó nuestra
astronave gravemente. Poseidón y Atenea murieron. De milagro, y gracias a la destreza de
Ares, logramos aterrizar en esta isla.
Su voz se había vuelto sorda durante el transcurso del relato.
— El balance de averías fue catastrófico. Los propulsadotes quedaron inutilizables y el
radio control totalmente destruido. Nos quedamos definitivamente atrapados en esta tierra.
Para distraernos, seguimos jugando a los dioses pero sin el menor placer.
— Para evitar enfrentarse a la verdad, ironizó Hera, Zeus acentuó su papel de viejo
libidinoso y Afrodita jugó a las ninfómanas con aquéllos que encontraba en el templo.
Después, les hacían respirar una droga para olvidar.
— ¿Cómo llegáis al templo? se sorprendió Marc.
— Por teleportación. Es el único instrumento que todavía funciona.
Después de un momento de silencio, Marc murmuró:
— Si lo he entendido bien, nada os retiene aquí y deseáis volver a vuestro planeta.
Formando un bello conjunto, asintieron al unísono.
— ¿Puede ayudarnos? preguntó Hera.
— Mi astronave podrá llevaros pero necesito antes informar a mis superiores. Creedme,
sólo se trata de una formalidad, ya que nuestra obligación es ayudar a los náufragos del
espacio. ¿Cuándo deseáis partir?
— Lo antes posible, dijo Zeus. Sólo necesitamos diez minutos para recoger las pocas
pertenencias que queremos llevarnos.
— ¡Perfecto! Es el tiempo que Ray necesita para acercar la nave.
Afrodita fue la primera que apareció cargando una gran bolsa. Una sonrisa maliciosa
despejó su rostro cuando murmuró:
— Durante el viaje, creo que haré unas cuantas visitas a tu cabina.
Al ver a Marc tan sorprendido, agregó con una carcajada muy sensual:
— Nuestro saber se merece una recompensa y yo no olvido que soy la diosa del amor.
La llegada de los otros Olímpicos evitó a Marc tener que responder. Ray llegó al mismo
tiempo.
— Hay un problema, dijo Marc. La nave sólo puede llevar a cuatro pasajeros.
— Llévate a tres de nuestros invitados. Yo me quedaré con el cuarto hasta que vuelvas a
buscarnos.
—Yo me iré la última, dijo Hera inmediatamente. Así tendré tiempo de hacer algo que he
olvidado.
A lado de Marc, observó como la nave despegaba.
— ¿Cuánto tiempo tardará en volver?
— De cuatro a cinco horas, ya que Ray tiene que dirigir el generador.
De vuelta al simulado salón, Hera acercó a Marc una copa llena de un líquido lácteo.
Estaba fresco, y tenía un gusto indefinible pero muy agradable.
— Es ambrosía, dijo Hera.
— La bebida de los dioses que retarda la vejez, saltó Marc.
Una ligera sonrisa se escapó de Hera.
— Otra leyenda fruto de la imaginación de tus antepasados.
Hera dio un paso. Estaba muy cerca de Marc y su labio inferior temblaba ligeramente. De
repente, se abalanzó sobre él y le besó.
— ¿Por qué? murmuró él.
— Le deseo, Marc. Hace tanto tiempo…
— Pero Zeus…
— ¡Él es el único que no puede reprocharme nada! Creo que seria más indulgente con él si
yo también tuviera algo de lo que hacerme perdonar.
Con un brusco movimiento, se arrancó los botones de su camisola que se deslizó sobre el
suelo y emergió de su atuendo, desnuda, bella…como una diosa. Ella le tendió sus brazos
con una mirada brillante. Solo un santo hubiera resistido tal invitación. ¡Pero, Marc no lo
era!
FIN del reportaje de nuestro enviado especial.
Paris, 28 de Mayo 2001
Para el Presidente de los escritores médicos Helénicos
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