El Significado de Creer La historia comienza en Marcos 9. Jesús, con tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan, se encuentran en un monte alto, donde tienen una experiencia increíble. Jesús se transfigura delante de ellos y sus vestidos se vuelven blancos como la nieve. Elías y Moisés se aparecen y hablan con Jesús. Una voz del cielo dice: “Este es mi Hijo amado; a Él oíd.” Fue una gran experiencia de “monte alto”. ¡Guau! Pedro, Santiago y Juan podrían haber pensado... “¡La vida cristiana es increíble! Sabíamos que era una gran elección ser cristiano.” Es la clase de experiencia que uno nunca quiere olvidar. Jesús, Juan, Santiago y Pedro regresan del monte alto. Si hubiéramos sido nosotros estaríamos seguro muy felices, disfrutando de la compañía, y alabando a Dios. El pasaje Marcos 9:14-22 nos muestra lo que encontraron cuando descendieron del monte. 14 Cuando regresaron a donde estaban los discípulos, los encontraron rodeados de una gran multitud, y algunos maestros de la ley discutían con ellos. 15 Al ver a Jesús, todos corrieron a saludarle llenos de admiración. Como cristianos, habrá tiempos en los que nos sintamos muy cerca de Dios y todo parecerá perfecto. Podríamos considerarlo como una experiencia de “monte alto”, pero no nos podemos quedar allí. La mayoría de nuestra vida la vivimos en el valle de los asuntos normales del cada día. Desilusiones, frustraciones, y dolores forman parte del cada día en un mundo caído. Estas experiencias difíciles de “valle” que nos esperan tras las experiencias de “monte alto” forman a veces parte de nuestra vida. En otras ocasiones, es Satanás el que está preocupado por el grado de nuestra entrega al Señor, y se dedica a poner obstáculos en nuestro camino para descarriarnos o distraernos. Se supone que no vamos a vivir siempre en el “monte alto”, pero podemos mirar hacia delante, hacia una relación eterna de “monte alto” con Cristo en el cielo. Los discípulos vivieron una situación para la que no tenían respuesta o el poder para explicarla. En medio de la discusión y la frustración Jesús se aparece. La multitud estaba abrumada de asombro cuando le vieron a Él. Había algo claramente diferente en Él. 16 Él les preguntó: –¿Qué estáis discutiendo con ellos? 17 Uno de los presentes contestó: –Maestro, te he traído aquí a mi hijo, porque tiene un espíritu que le ha dejado mudo. 18 Dondequiera que se encuentre, el espíritu se apodera de él y lo arroja al suelo; entonces echa espuma por la boca, le rechinan los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que expulsen ese espíritu, pero no han podido. Necesitamos tener como cristianos una visión equilibrada de las fuerzas espirituales que existen en este mundo. Hay una batalla espiritual en acción que no hemos de ignorar. Al mismo tiempo, hemos de recordar que los cristianos somos del Señor, y ni Satanás ni los demonios tienen dominio sobre nosotros. No es una guerra igualitaria; Dios está exponencialmente por encima de todo. Hay personas que eligen ignorar la realidad de la existencia de los demonios y de los conflictos espirituales que suceden, y que son mencionados en el capítulo 6 de Efesios, así como en otros pasajes de la Escritura. Esta perspectiva deja a esas personas en una situación vulnerable a los ataques y estrategias del maligno. Tenemos que reconocer la batalla espiritual y conocer los recursos que Dios ha provisto para nosotros con el fin de mantenernos firmes en la fe. Otras personas se van al extremo opuesto. Dicen que todo lo malo es obra de Satanás. Pero esto no es cierto, como podemos comprobar en la Escritura. Vivimos en un mundo caído lleno de dificultades. Si alguien entra en contacto con bacterias o virus, enferma. Si alguien pierde el control de su coche en una carretera húmeda, tiene un accidente. Si alguien olvida pagar sus facturas, se le impone una multa. La maldad y Satanás existen y hemos de estar alerta, pero no hemos de vivir en temor como si tuviera dominio sobre nosotros. Dios es nuestro refugio y fortaleza. En la historia que nos ocupa un hombre y su hijo se acercan por necesidad en busca de un encuentro con Jesús, pero no reciben lo esperado. Vinieron con una necesidad que sólo Cristo podía suplir, y que aún los siervos de Dios sin el poder de Dios no eran capaces de resolver. No conocemos todos lo detalles de la historia, pero en nuestra vida diaria... ¿cuántas veces nos hemos encontrado con personas que necesitaban a Cristo y lo único que hemos hecho ha sido sentarnos y dar nuestra opinión. No es que tengamos la intención de hacerles daño, pero les hacemos un flaco favor cuando vienen a nosotros con una necesidad que sólo Cristo puede suplir, y no somos capaces de llevarles a su presencia. Podemos ser personas que caminamos en el poder del Espíritu Santo y podemos ser personas que llevamos a las almas a los pies de Cristo. 19 Jesús contestó: –¡O, gente sin fe!, ¿hasta cuándo habré de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? Ellos no creían. La historia nos muestra que el padre y el hijo fueron a Jesús buscando ayuda. Algunos venían para polemizar, otros por sanidad, y otros porque querían sinceramente conocer más de Jesús. Pero el hecho de que estuvieran allí no significaba que creyeran verdaderamente. Jesús conocías sus corazones, de la misma manera que conoce los nuestros. Posiblemente en la iglesia de hoy se produce la misma dinámica. Nos acercamos a Dios con nuestro propio programa y nos apoyamos en nuestras fuerzas y estrategias para que nuestra vida sea mejor. Nos olvidamos de lo que Dios ha dispuesto para aquellos que creen de verdad en Él. Tenemos que hacernos una pregunta: ¿Creemos en Cristo como el Hijo de Dios y Salvador y Señor nuestro? ¿Ha cambiado la fe nuestra vida, o creemos con nuestros medios? ¡Traedme aquí al muchacho! 20 Entonces llevaron al muchacho ante Jesús. Pero en cuanto el espíritu vio a Jesús, hizo que le diera un ataque al muchacho, que cayó al suelo revolcándose y echando espuma por la boca. 21 Jesús preguntó al padre: –¿Desde cuándo le pasa esto? –Desde niño –contestó el padre–. 22 Y muchas veces ese espíritu lo ha arrojado al fuego y al agua, para matarlo. Así que, si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos. 23 Jesús le dijo: –Si puedes creer, al que cree todo le es posible. El hombre le dijo a Jesús: “Si puedes creer...” Nosotros podríamos decir: “¡Qué poca fe tiene ese hombre.” Podría sonar como que el hombre no creía, pero él creyó lo suficiente para arriesgarse al ridículo y la humillación, y llevó a su hijo a los pies de Jesús. Esto es un acto de fe. Jesús entonces respondió con estas palabras: “Al que cree todo le es posible.” En este punto es donde tenemos que tener cuidado. Si leemos este versículo fuera de contexto, podemos malinterpretarlo. Tenemos que mirar a toda la Escritura para tener un entendimiento completo de lo que Jesús quería decir. En Juan 5:19 Jesús dice que Él sólo hace lo que ve hacer al Padre. Todo es posible, Dios puede hacer cualquier cosa, pero ha de estar en línea con la voluntad de Dios. En Juan 15 vemos una idea similar cuando Jesús dice: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” A medida que caminamos con Dios, nuestros deseos irán cambiando para conformarse a su voluntad. Entonces oramos que se cumplan sus deseos, sabiendo que todo es posible cuando la voluntad de Dios y nuestra fe se encuentran. 24 Inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: --Creo; ayuda mi incredulidad. Esta es la realidad de muchos cristianos. Creemos en el poder de Dios para poder suplir ciertas áreas de nuestras vidas, pero tenemos problemas de creer que pueda hacer lo mismo en otros. Hemos tenido fe para nuestra salvación, pero caminar por fe no es nuestro total estilo de vida (2Cor.5:7). Hemos pasado de muerte a vida, pero seguimos caminando como esclavos del pecado, cuando hemos sido liberados por Cristo. Creer/confiar es algo que nos da miedo. Hemos confiado en nuestros familiares, amigos, gobernantes, incluso en nuestros cónyuges y nos han defraudado. Nuestro mundo caído nos induce a no confiar, a protegernos, a cuidar de nosotros mismos... Y entonces Jesús viene y nos dice: “Confía en mí.” Es difícil por causa de nuestras malas experiencias en el pasado, pero Él es el único camino a Dios. Es sólo cuando nos damos cuenta de nuestra necesidad e incapacidad sin Dios, que finalmente renunciamos a seguir confiando en nuestros propios esfuerzos y nos rendimos a Él. Esta conciencia de nuestra ruina espiritual es el comienzo de la fe. Lo vemos en la historia. Fueron las palabras del hombre: “Ayuda mi incredulidad”, las que finalmente abrieron la puerta a la fe. En Romanos vemos que “No hay nadie bueno, ni siquiera uno.” En Matero 5 vemos que “Bienaventurados son los pobres en espíritu”, benditos aquellos que se dan cuenta de su ruina espiritual. Es el reconocimiento de nuestra indefensión lo que lleva nuestros corazones a Dios. ¿En qué modo te mostró Dios que había un camino mejor? ¿De qué manera atrajo Dios tu interés y te llevó a Él? Dios siempre tiene la iniciativa: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Fl.2:13) Jesús, en el evangelio de San Juan, nos dice: “Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo atrae; y yo lo resucitaré en el día final.” (Jn.6:44) Dios siempre tiene la iniciativa. De alguna forma, Dios nos muestra la necesidad y comienza a abrir nuestros corazones a la posibilidad de ir a Él. Entonces, nosotros tenemos la oportunidad de buscar más de Dios o volver nuestra espalda a Él. Dios ha prometido que el que le busca, le hallará. (Mt.7:8) Lo que significa que Dios comienza atrayéndonos hacia Él; y si nosotros respondemos buscando más de Él, Dios nos asegura que le encontraremos. Creer es una palabra difícil de explicar. Leemos en Juan 3:16: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.” ¡Guau!, todo lo que tenemos que hacer es creer y seremos hijos de Dios y obtendremos la vida eterna. ¡Suena fantástico! Pero ¿qué significa creer? La Escritura nos muestra un creer con la mente y un creer con el corazón. Cuando es de corazón, es un creer que nos lleva a rendirnos a Dios y que afecta a todas las áreas de nuestra vida. En la Escritura encontramos que en la iglesia primitiva algunos decían creer en Cristo con sus labios, pero sus vidas no reflejaban a Jesús en absoluto. Santiago escribe estas palabras referentes a tal situación: “La fe sin obras está muerta... Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.” (Stg.2) Santiago deja claro que creer sin rendirse a Dios no es suficiente. Creer que Él es Dios sin permitirle ser Dios de nuestras vidas no es suficiente. Muchas veces en la Escritura vemos que cuando Jesús se encontraba a un demonio, los demonios le reconocían de inmediato y tenían temor de Él. Los demonios saben quién es Jesús, pero no se rinden a Él ni le reconocen como su Señor. Esta forma de creer es la del que reconoce a Dios con los labios, “pero su corazón está lejos de Él.” Esto no es realmente creer. Es el caso del que dice que cree en Dios, pero vive como si Dios no existiera. Es el caso, también, del que cumple con sus “obligaciones” religiosas, pero que nunca ha entregado su vida a Cristo. El concepto bíblico de la fe que lleva a la salvación pasa por el quebrantamiento, el arrepentimiento y el resultado de una vida cambiada. No somos perfectos, pero si realmente creemos en Cristo, tendría que ser más evidente en nuestras vidas. Los viejos hábitos, las viejas actitudes, los viejos impulsos deberían ir decreciendo hasta desaparecer. Este creer nos costará todo, pero lo que recibiremos a cambio merece la pena. ¿Dónde nos encontramos hoy en el área del creer? Esperando encontrar pareja, tratando nuestras finanzas con honestidad, confiando en Dios en nuestro futuro en lugar de manipularlo o estar ansiosamente preocupados. ¿En qué situación debes dar el paso de creer? ¡Cuántas de nuestras luchas con el orgullo, pasiones desordenadas, codicia... al final tienen su origen en la falta de fe. Al tiempo que estás leyendo este mensaje, Dios puede traer a tu mente una situación en la que tienes que creer en Él. Es ahora tu turno de rendirte a Dios y orar a Él. Entonces Él hará crecer tu fe, lo que te llevará a caminar en obediencia. La historia termina en los versículos 25-29: 25 Cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu impuro, diciéndole: --Espíritu mudo y sordo, yo te mando que salgas de él y no entres más en él. 26 Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndolo con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: «Está muerto». 27 Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo enderezó; y se levantó. 28 Cuando él entró en casa, sus discípulos le preguntaron aparte: --¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? 29 Y les dijo: --Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno. Hay un lugar de poder espiritual que sólo está reservado para aquellos que oran desesperadamente a Dios. ¿Habrá algo en tu vida que necesitas tanto y que tu corazón anhela desesperadamente? ¿Estás luchando dependiendo sólo de tus fuerzas? Dios puede suplir tus necesidades si te rindes a Él y perseveras en oración. Vayamos a Cristo en la confianza de que transformará nuestra incredulidad en fe. ¡Comencemos a experimentar una vida donde nuestra oración y nuestro creer se unen a la voluntad de Dios y veremos que todo es posible para el que cree!