DIFERENCIAS ENTRE CONTRACEPCIÓN Y CONTINENCIA PERIODICA Por Iñaki Landa Trabajo desarrollado a la luz del “Vademécum para Confesores de algunos temas de moral conyugal” 1. ¿Es lícita la contracepción? La Iglesia siempre ha enseñado la malicia intrínseca de todo acto conyugal hecho intencionadamente infecundo. Esta enseñanza debe ser considerada como doctrina definitiva e irreformable. La Encíclica Humanae Vitae declara ilícita «toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación»1. Las razones por las que la contracepción es gravemente ilícita son: - impide voluntariamente la generación; - puesto que los aspectos procreativo y unitivo son inseparables, hace falsa la donación de los cónyuges; - en esa misma medida lesiona el verdadero amor; - niega el papel soberano de Dios en la transmisión de la vida humana. 2. ¿Cómo sabemos que procreación y donación son inseparables? Por la misma experiencia, porque es evidente que “los actos con los cuales los cónyuges realizan plenamente e intensifican su unión son los mismos que generan la vida, y viceversa” 2. Pues bien, cuando los esposos separan estos dos significados que el Creador ha unido, se comportan como árbitros del designio divino y manipulan su sexualidad y la propia persona del cónyuge, adulterando su donación total. El lenguaje de la sexualidad tiene un significado objetivo, que no depende la intención de los esposos, que expresa la donación total; si acuden a la contracepción, utilizan un lenguaje objetivamente contradictorio, al no darse al otro completamente; y adulteran la verdad del amor conyugal 3. 3. ¿Es preciso ser cristiano para pensar así? En absoluto. La afirmación según la cual «nunca está permitido separar estos diversos aspectos (unitivo y procreador) hasta el punto de excluir positivamente sea la intención procreativa sea la relación conyugal» (HV 12) se deriva de la propia naturaleza humana y de la estructura propia del acto conyugal. La contracepción introduce en el interior de las relaciones sexuales un elemento falsificador, porque las limita sustancialmente al negar al cónyuge la plenitud de la donación 4. Como puede apreciarse, el Magisterio acude a fórmulas expresivas para calificar la contracepción: lenguaje objetivamente contradictorio, elemento falsificador, que contradice la estructura propia del acto conyugal. Se trata de un fraude antropológico, como recientemente lo calificaba Mons. Reig en declaraciones a un conocido diario. La argumentación antropológica se basa en la unidad sustancial de la persona, una unidad dual de espíritu y cuerpo sexuado. Por el mero hecho de ser, la persona es corporal y sexuada, y la sexualidad es una dimensión constitutiva de la persona humana. La sexualidad atraviesa todas las dimensiones del hombre, también las espirituales. El sexo está impregnado de espiritualidad y el espíritu humano está indisolublemente vinculado al sexo. El espíritu se expresa corporalmente, mediante el lenguaje o gestos. El sexo expresa la persona, pero es un lenguaje unívoco, porque la materia, el cuerpo, es principio de individuación; es aquello por lo que una persona es ésta y no otra. El espíritu, en cambio, es indivisible. Y la entrega de lo indivisible sólo puede ser única, total (sin dejar de lado la procreación) y definitiva. Por eso, no es factible separar los dos significados de la sexualidad. La donación no sería total sino estuviese abierta al compromiso que supone engendrar una nueva persona; al menos no se daría en ese aspecto. Si el acto sexual no está abierto a la fecundidad, no es cierto que haya donación interpersonal, desinteresada y total 5. 4. ¿La fe añade otras razones para los creyentes? Así es. De hecho, “las razones de la Iglesia en esta materia son, ante todo, de orden teológico” 6. En efecto, la argumentación teológica se apoya en que el amor conyugal es participación del amor creador de Dios, y la ruptura de las funciones amorosa y generativa transforma al hombre de administrador del plan de Dios en dueño y árbitro supremo de la vida humana (cfr HV 13). Para el creyente tiene una especial fuerza el carácter sagrado de la vida humana y de su origen: «del mismo modo que el hombre no tiene sobre su cuerpo en general un poder ilimitado, tampoco lo tiene, y con mayor razón, sobre sus facultades generativas en cuanto tales, a causa de su ordenación intrínseca a suscitar la vida de la que Dios es principio. La vida humana es sagrada» (HV 13). También la referencia a Dios está inscrita en la estructura del acto conyugal a la que nos referíamos antes. Éste pone la condición necesaria y suficiente para que Dios pueda crear un nuevo ser humano; es el preludio del acto creador de Dios. Por eso, si los esposos impiden libremente la fecundidad, dan un no a Dios. Hay una incompatibilidad entre creer en el Creador, e intervenir artificialmente en el origen del ser humano, que muy posiblemente es una fuente más de la indiferencia religiosa. La contracepción niega el papel soberano de Dios en la transmisión de la vida; se apropia del dominio de Dios sobre la creación. El anticoncepcionismo es una visión reductiva de la sexualidad, en la que prima el tener, en lugar del ser. 5. ¿En qué consiste ese papel de Dios en la generación? La persona es una sustancia individual de naturaleza racional. Sus operaciones inmateriales implican una naturaleza o principio vital también espiritual. Es unitario pero compuesto de cuerpo y alma; por lo tanto, el alma del hombre es espiritual, y no puede proceder de la potencia material. Cada alma humana es espiritual y es creada directamente por Dios y no educida por transmutación de la materia o potencia preexistente. Por eso el alma es inmortal. No puede proceder de los cuerpos de los padres; tampoco de sus almas, pues participan el ser. El ser le es dado por Dios. El alma tiene relación directa con Dios, no a través del cosmos material, y por eso el alma es intrínsecamente religiosa. Además, la distinción entre esencia y acto de ser muestra que el alma es creada por Dios; ni la esencia (lo que algo es) ni el acto de ser (que hace al ente ser y ser lo que es) son por sí mismas. La esencia no tiene su propio ser, pues en ese caso sería necesariamente, eterna e incausada. Tampoco el acto de ser de las criaturas tiene su propio ser; los seres creados –y el alma entre ellos- son por participación (ya que no son el Ser) y en consecuencia son causados por el Ser por Esencia, al que llamamos Dios. 6. ¿La intención buena de los esposos no suaviza la inmoralidad de la anticoncepción? Ante la vocación del matrimonio, auténtica llamada de Dios a santificarse, los esposos se encuentran ante una disyuntiva: cabe responder con generosidad (confiar en Dios) o con egoísmo (seguir el propio plan). No es cuestión de buenas intenciones; hay un criterio objetivo, basado en la naturaleza de la persona y de los actos, que es la inseparabilidad de los dos significados 7. Otro ejemplo de que la buena intención no es determinante: la contracepción tiene objetivamente mayor malicia moral si se emplean medios abortivos, pues «el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción» 8. 7. ¿En qué supuestos es lícito evitar un nuevo nacimiento? Partimos del principio del principio de que “en su deber de transmitir responsablemente el don de la vida, los cónyuges son intérpretes inteligentes del plan de Dios” 9, en el que es posible “una honesta regulación de la natalidad” (HV 19) debido a causas derivadas “de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores” (HV 16). La persona virtuosa selecciona el modo y momento en que los diversos actos buenos han de ser llevados a cabo. Ante nosotros se presentan diversos bienes, de distinto grado, y es preciso jerarquizarlos, pues todos ellos atraen a la voluntad. Unos bienes son intermedios y llevan hacia otros, que son percibidos como fines. Y así como hay actos intrínsecamente malos por su objeto, no hay actos exclusivamente buenos por su objeto, sino que el bien debe ser buscado correctamente, y –si se desea como medio- debe encaminarse a un fin bueno 10. Pues bien, la paternidad responsable y la castidad orientan a la voluntad a realizar oportunamente el bien de la sexualidad. Como un padre que dedica un tiempo a trabajar y otro a dialogar con sus hijos, no realiza todos los bienes al mismo tiempo. La voluntad no procreadora ve la fecundidad como un bien que no debe ser realizado ahora, porque no se dan las circunstancias adecuadas. 8. ¿En qué se diferencia esa actitud de la contracepción? Este comportamiento de los cónyuges que viven su intimidad sólo en los períodos infecundos, debido a serios motivos, es profundamente diferente de la contracepción. Y es diferente tanto desde el punto de vista antropológico como moral; las dos conductas conllevan concepciones distintas de la persona y de la sexualidad. «La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a los períodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales. Es verdad que tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles, buscando la seguridad de que no se seguirá; pero es igualmente verdad que solamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los períodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es deseable, y hacen uso después en los períodos agenésicos para manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad.» (HV 16). Merece la pena que nos detengamos en las razones que aporta la Encíclica. Acudiendo a los métodos naturales: a) los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; es decir, respetan la estructura propia del acto sexual, su lenguaje objetivo, su verdad o naturaleza; b) mediante esa renuncia temporal los esposos «se comportan como "ministros" del designio de Dios y "se sirven" de la sexualidad según el dinamismo de la donación "total", sin manipulaciones ni alteraciones» (FC 32). De manera que entre la anticoncepción y los métodos naturales se da «una diferencia bastante más amplia y profunda de lo que habitualmente se cree, que implica en resumidas cuentas dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana, irreconciliables entre sí. La elección de los ritmos naturales comporta la aceptación del tiempo de la persona; es decir, de la mujer, y con esto, la aceptación también del diálogo, del respeto recíproco, de la responsabilidad común, del dominio de sí mismo» (FC 32). He aquí tres actitudes que se pierden con los métodos anticonceptivos: a) la aceptación del tiempo de la mujer y del diálogo; b) la conciencia de la responsabilidad común; c) el dominio de sí mismo. 9. ¿Cómo saber si las razones para la continencia periódica son justificadas? Como hemos dicho, los esposos son los intérpretes del plan de Dios. La renuncia consciente al uso del matrimonio en los períodos fecundos y este dominio de sí mismo, a los que nos hemos referido, avalan que las razones esgrimidas para no engendrar son realmente serias. En cambio, la anticoncepción no renuncia al uso del matrimonio en ningún momento, lo cual podría hacer sospechar que además de esas razones puede haber un cierto egoísmo en los cónyuges. Incluso cuando los esposos han optado por evitar la procreación, “la ley moral les obliga a encauzar las tendencias del instinto y de las pasiones, y a respetar las leyes biológicas inscritas en sus personas. Precisamente este respeto legitima (…) el recurso a los métodos naturales de regulación de la fertilidad” (EV 97). Dicho de otro modo: si realmente la generación pusiese en peligro la salud física o psicológica de los cónyuges, o si efectivamente se encuentran en la miseria económica, no tendrán inconveniente a renunciar al uso del matrimonio. 10. ¿Por qué admitir métodos naturales y repudiar los artificiales, si son comportamientos similares y con resultados iguales? ¿No utilizarán algunos matrimonios los métodos naturales como anticonceptivos? Esta es una de las objeciones que se han puesto a la reprobación de las prácticas anticonceptivas, y hace referencia directa al núcleo de la cuestión. Es posible, ciertamente, emplear la continencia periódica con mentalidad anti-procreadora. Y si los métodos naturales se desvinculan de la ética del acto conyugal y del deseo de hacer lo que Dios quiere, es difícil diferenciar, en el orden moral, esos métodos del empleo de medios anticonceptivos artificiales y, de hecho, se consideran como una forma más de contracepción. Usar los períodos infecundos sin discernir su significado ético va contra los planes de Dios. Pero, como se ha dicho ya, un recto recurso a los métodos naturales se diferencia radicalmente de las prácticas contraceptivas. No se trata simplemente de una simplificación técnica, sino de una diferencia ética de comportamiento: apenas cambia el comportamiento sexual, pero falsifica el significado intrínseco del don de sí 11. Para comprender la diferencia es preciso atender a la voluntad de los cónyuges, y distinguir la voluntad anti-procreadora y la no-procreadora. La primera ve la procreación como un mal, y la segunda la ve como un bien que no debe ser realizado ahora, porque no se dan las circunstancias adecuadas. La conducta anti-procreadora conlleva un acto de la razón (ver la procreación como un mal) y un acto de la voluntad (la decisión de realizar el acto sexual a pesar de todo), que pueden dar lugar a un acto externo (usar anticonceptivos), o un acto interno (acudir sólo a los períodos agenésicos). Pero tanto el acto externo como el interno son fruto de la voluntad. La distinción entre conducta y comportamiento es fundamental en ética; el mismo comportamiento en sujetos distintos (p.e. continencia periódica) puede obedecer a voluntades distintas, y por lo tanto, constituir conductas éticamente distintas. Por consiguiente, la abstinencia durante los periodos fértiles puede obedecer a una voluntad antiprocreadora, y entonces es reprobable aunque el acto en sí mismo no es malo. 11. ¿No puede considerarse que la contracepción es un mal menor que evita abortos? La Encíclica Humanae Vitae aclara que no se puede invocar como razón válida para la anticoncepción el mal menor: cometer un pecado contra la castidad conyugal para evitar un posible aborto o la deficiente atención que los padres prestarían al recién nacido. No es lícito porque la acción es mala en sí misma. Es factible tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor, pero nunca es lícito “hacer objeto de un acto positivo de la voluntad lo que es intrínsecamente desordenado” (HV 14). Y por la misma razón, un acto malo no puede ser “cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda” (HV 14) No es cierto, en la práctica, que el uso de anticonceptivos haga desaparecer el recurso al aborto. De hecho, la práctica abortiva es más frecuente entre quienes consumen anticonceptivos. «La estrecha conexión que, como mentalidad, existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto se manifiesta cada vez más y lo demuestra de modo alarmante también la preparación de productos químicos, dispositivos intrauterinos y "vacunas" que, distribuidos con la misma facilidad que los anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases del desarrollo de la vida del nuevo ser humano» (EV 13). 12. Si existe una separación natural entre las dos dimensiones del acto conyugal en los períodos agenésicos ¿no podrá ser lícito lograrla artificialmente? ¿Porqué otorgar tanta fuerza a la naturaleza, si en otros órdenes procuramos dominarla artificialmente (p.e. los transplantes, transfusiones, etc.)? ¿Recurrir sólo a métodos naturales no es un biologicismo impropio de la cultura y la civilización? Es cierto que algunos achacaron a la Humanae Vitae haber asumido una visión biologista de la sexualidad, apartándose de la visión personalista adoptada por el Concilio. Para ellos, propiamente, la dimensión unitiva es la personal, mientras que la procreadora es la natural; sería preciso humanizar la sexualidad y superar el biologicismo. Hemos de responder a esta objeción que la distinción entre actos naturales y antinaturales que emplea la encíclica no se coloca en un nivel biológico. La encíclica llama natural al acto que respeta la estructura propia del objeto. No se mueve en el terreno de la salud sino en el de la felicidad. En la técnica y en las ciencias empíricas impera la racionalidad técnica, la eficacia, pero en la antropología el objetivo es la realización del bien del hombre, y esto es inseparable de su naturaleza, es decir, de su verdad. Cuando la medicina recurre a medios artificiales, el paciente en cuanto persona no queda comprometido (salvo en las fronteras del nacimiento y la muerte, objeto de la bioética). En cambio, en el ejercicio de la sexualidad, queda comprometida la persona en su totalidad. Parafraseando al Prof. Pardo, podríamos utilizar un argumento suyo en torno a la procreación artificial: los medios técnicos no se rechazan por ser artificiales, sino porque contradicen bienes fundamentales de la persona; la maldad no radica en su artificialidad, sino en la intencionalidad de separar los dos significados del acto conyugal 12. 13. ¿Es preciso formar a los matrimonios aún mejor en la paternidad responsable? Con excesiva frecuencia, se desestiman los «métodos naturales» por desconfiar de su eficacia e ignorar los constantes progresos científicos que se están alcanzando en este terreno. Hay incluso un cierto interés en desacreditarlos y ocultar su eficacia. Por el contrario «conviene hacer lo posible para que el conocimiento (de esos métodos) se haga accesible a todos los esposos y, ante todo, a las personas jóvenes, mediante una información y una educación clara, oportuna y seria, por parte de parejas, de médicos y de expertos» (FC 32). Por otra parte, con respecto a la formación de los penitentes, podría pensarse que, puesto que la persona decide en conformidad con el juicio de su razón, siempre que lo siga no actúa mal. Sin embargo, la razón puede equivocarse, y la falsedad de un juicio no depende del grado de certeza con que se sostiene, porque el ser no está constituido por la conciencia del ser. Otra cuestión es que le haya sido imputable como culpa antes de acudir al confesor. Pero sí le será imputable si estuviese en el error por negligencia en la búsqueda de la verdad ética, que debe saber, y para ello debe escuchar a quien puede enseñarla. Por su parte, el confesor debe formar su conciencia 13. “Los sacerdotes han de ayudar a las personas casadas a detectar las causas más profundas de sus desviaciones morales como son, muchas veces, el abandono de la práctica religiosa, el egoísmo y, más frecuentemente de lo que parece, unas concepciones de la vida impregnadas del materialismo ambiental” 14. Para saber más sobre métodos naturales: — Tomás Melendo y Joaquín Fernández-Creuhet. Métodos naturales de la regulación humana de la fertilidad. Ed. Palabra. Colección "Libros MC". Madrid (1989). 183 págs. — Ana Mercedes Rodríguez y María Teresa Gutiérrez. Regulación natural de la fertilidad. Guía del método de la ovulación (Billings). Ciudad Nueva. Madrid (1992). — Dra. Evelyn Billings con Ann Westmore. Método Billings. Regulación natural de la fertilidad. Gedisa. Barcelona (1988). 231 págs. — Justo Aznar y Javier Martínez de Marigorta. La procreación humana y su regulación. 100 preguntas y respuestas. Edicep. Valencia (1995). 86 págs. Bibliografía 1.- PABLO VI, Enc. Humane Vitae, 25 de julio de 1968, n. 14 2.- PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL DE LOS AGENTES SANITARIOS, Carta a los agentes sanitarios, 1995, n. 16. Los nn. 15-20 de este documento componen un extraordinario y sucinto resumen de la doctrina y los documentos magisteriales sobre la diferencia entre la contracepción y la continencia periódica. 3.- Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 32 4.- Cfr. COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Una encíclica profética: la «Humanae Vitae», 21-XI-1992, n. 37 5.- Cfr. A. SARMIENTO, Persona, sexualidad humana y procreación, en “Moral de la persona y renovación de la teología moral”, A. Sarmiento (ed.), Eiunsa, Madrid 1998 6.- JUAN PABLO II, Aloc. 17-IX-83, cit. en COMISION EPISCOPAL ESPAÑOLA PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Una encíclica profética: la «Humanae Vitae», 21-XI-1992, n. 40 7.- Cfr. A. SARMIENTO, El secreto del amor en el matrimonio, Cristiandad, Madrid2 2003, pp. 174-189 8.- CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación Donum Vitae, 22 de febrero de 1987, n. 1 9.- COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Una encíclica, cit., n. 43 10.- Cfr. C. CAFARRA, Ética general de la sexualidad, EIUNSA, Barcelona 1995, pp. 79-85 11.- Cfr. COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Una encíclica, cit., n. 71 y s. 12.- J.M. PARDO, Bioética práctica, Rialp, Madrid 2004, p. 54 13.- C. CAFARRA, Ética general. cit., p. 83 14.- Cfr. COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Una encíclica, cit., n. 89