CUESTIÓN DE RITMO por José Sala Desde luego, el ritmo es fundamental, y no sólo para tocar el bajo. En la vida encontramos muchos otros acontecimientos que van marcados por un ritmo. Pensemos en las estaciones del año, los días y las noches, el ciclo de las cosechas. Actividades como bailar un vals, saltar a la comba o hacer malabares nos fuerzan a seguir un ritmo. El ritmo en sentido amplio implica un ciclo, una secuencia regular que se repite, ya sea de sonidos o de sucesos. También contiene una noción ineludible que es la velocidad. A veces se confunde ritmo con velocidad, pero son cosas distintas. Un mismo ritmo puede ser ejecutado por un instrumento a distintas velocidades. ¿No es la velocidad lo que diferencia el ska del reggae, el blues del rythm & blues? Lo que diferencia un ritmo de otro es el acento. Un percusionista, con tan sólo una caja y dos baquetas, puede efectuar una multitud de ritmos distintos sólo con alternar acentos fuertes, medio-fuertes y débiles. Ese ritmo formará una unidad más o menos extensa que se repetirá a lo largo del tiempo, lo que lo diferenciará de un redoble. El ejemplo va referido a un instrumento de percusión precisamente porque carece (excepto en algunos casos) de afinación o altura, y por tanto constituye la forma más simple de producir ritmo. En un bajo eléctrico, la noción es ligeramente distinta. También alternaremos acentos al percutir las cuerdas con la mano derecha, pero además habremos de unir este concepto al de nuestros conocimientos en materia de acordes y armonía. Habitualmente, el bajista da la tónica del acorde en el primer tiempo del compás, es decir, en el acento fuerte. Ahora probemos durante unos compases a hacer un silencio en el primer tiempo del compás y tocar la tónica en el segundo. O a tocar la quinta en el primer tiempo del compás y la tónica en el segundo. Estos dos ejemplos permiten ver el gran efecto que se produce en el ritmo general de la pieza con sólo un pequeño desplazamiento de la tónica del acorde. El primero se utiliza en algunos estilos de reggae y se conoce como one drop; el segundo se utiliza en casi todos los patrones rítmicos de música latina. Pero no nos quedemos con lo obvio. Cualquiera está de acuerdo en que un tema de funk, salsa o rock progresivo puede ser muy exigente en cuestión de ritmo, puede exigir del músico cierto entrenamiento en coordinación motriz (técnica) y cierta capacidad para sincronizarse con el resto de músicos. Pero, ¿qué ocurre en una fuga de Bach o en una sonata de Beethoven? Bueno, una sonata de Beethoven tiene mucho ritmo, y no sólo en los minuetos o scherzos. Cualquier parte de esa sonata será un alarde de sincronización de las distintas voces ejecutadas por el pianista. De nuevo la fórmula mágica pero insondable de combinar acentos fuertes y débiles, tiempos y contratiempos. En el caso de una fuga de Bach, el entramado polirrítmico puede llegar a ser muy complejo. Voces a tiempo y voces a contratiempo, que después truecan los papeles para recuperarlos al final de la pieza. Esto, ¿no nos recuerda al ritmo de acción de una novela, de una película? Al fin y al cabo, una pieza musical cuenta una historia. En la novela o la película, el ritmo de los acontecimientos, las acciones, puede ayudar a crear interés o suspense. ¿Podemos crear suspense en la música? (quiero decir, más allá de ejecutar un arpegio disminuido, lo cual nos remitiría a alguna escena de Hitchcock). Ya lo creo que podemos. Cuando damos un silencio en lugar de la nota, la nota que toquemos a continuación adquirirá proporciones mayores que las de una simple nota que no va precedida por silencio. A esa nota se la espera con mayor interés. ¿Cuánto más interés? Cuanto mayor sea el silencio previo. Pero sin pasarse, no vaya alguno a pensar que te has olvidado de lo que venía luego. Y, ¿qué es sino suspense lo que produce tocar un acorde de dominante, las tensiones de novena, de séptima, los acordes sus 4? Además del suspense o la tensión, el ritmo tiene que ver con la poesía y con la declamación teatral. Pensemos en esa caprichosa forma de narrar que tienen algunos cantantes como Bob Dylan, Tom Waits, Jackson Browne, Lou Reed. O algunos bluesmen de la talla de Robert Johnson o Muddy Waters. Un experimento muy interesante que combina voz cantada con voz hablada es el que tiene lugar en “Pierrot Lunaire”, de Schönberg, a principios del siglo XX. O la fusión de la ópera con el cabaret a cargo de Kurt Weill, encargado de musicar las representaciones de Bertolt Brecht. Estas exploraciones siguen abiertas, ya sea con instrumentos acústicos o con puras máquinas. Algunos ven el tecno-pop y todos los subgéneros a que ha dado lugar (rave, drum & bass, dance) como fenómenos más tecnológicos que musicales, comparados con el jazz, por ejemplo. Pero lo cierto es que si utilizamos la inteligencia y el buen gusto, podremos componer grandes cosas utilizando sólo máquinas. En un secuenciador, el cálculo de la secuencia rítmica lo realiza la máquina según los parámetros que le asignemos y lo ejecuta siempre de forma perfecta, sin error. Una persona trata de lograr su superación rítmica imitando a una máquina. Con la máquina, el problema es el opuesto: hay que buscar la forma de humanizarla. ¿Cómo? Lo adivinaste: alternando acentos fuertes y débiles, notas a tiempo y notas a contratiempo. Aunque puede que nos interese un ritmo puramente mecánico. Los ritmos mecánicos echan atrás a muchos por su ausencia de humanidad. Como si las máquinas no tuvieran su poquito de humanidad. Todos hemos disfrutados con películas o novelas donde los objetos, las máquinas, cobraban vida, hablaban, actuaban y nos hacían sentir emociones. ¿Quién no se ha enamorado de su bajo, de su coche o de ese secuenciador analógico que emite sonidos tan especiales? Si el sonido puede evocar color o temperatura, el ritmo evoca movimiento. Es por eso que la música es un recurso tan definitivo en algunas escenas del cine, como los desplazamientos. Refuerza el ritmo de la narración. Ahora, ¿pondríamos la misma banda sonora a una escena del protagonista, mientras camina todo triste por la calle, que a una persecución de aviones? Desde luego que si lo hiciéramos no optaríamos al oscar a la mejor banda sonora, a menos que fuera un experimento surrealista. Unos ritmos se asocian al desplazamiento humano, como el walking-bass; otros, al desplazamiento a bordo de una máquina. Es lo que consigue Kraftwerk en su tema “Autobahn”: reflejar con música la experiencia de conducir un coche por una autopista. En general todos los grupos de krautrock evocan el movimiento mecánico con una precisión digna de los alemanes. En particular, Neu! crearon en temas como “Hallogallo” el concepto de motörik. Un ritmo simple, constante, hipnótico, que no tiene principio ni fin, pero sí tiene, efectivamente, acentos. El ritmo y la velocidad pueden ser contagiosos en la medida que se crea empatía entre músico y espectador. Lo mejor de esto es que una canción grabada hace, digamos, treinta y ocho años, que lleva enlatada desde entonces, nos contagia su ritmo cuando la hacemos sonar. La empatía, y por tanto las emociones, se pueden grabar, almacenar, sin que pierdan un ápice de su frescura. La empatía es más que obvia en los conciertos. El que toca transmite su estado de ánimo, lo quiera o no. Está expuesto, aunque el grado de exposición varía mucho de bajista a cantante. A veces, sin dejar de mirar a la cantante, todo el mundo se pone a saltar gracias a cosas que está tocando el bajista. Ellos no lo saben, pero lo perciben. El mensaje les ha llegado de forma casi inconsciente. El ritmo que se produce combinando una nota con esa misma nota en su octava superior, es un truco infalible para hacer saltar al auditorio, como demostró la música disco en los años setenta. En cambio, el efecto contrario, una nota combinada con esa misma nota en su octava inferior, produce un efecto muy diferente. Muchos estilos tienden a utilizar patrones rítmicos para la base, es decir, el bajo y la percusión. Estos patrones, aparte de ser la manera más fácil de introducirse en estos estilos, son resultado de muchos experimentos a base de combinar acentos y ciertas notas con peso armónico significativo. De acuerdo, terminan convirtiéndose en algo monótono y archi-escuchado. Pero cada vez que nos encontramos un patrón estamos ante un ejemplar único de secuencia rítmica legado por nuestros antepasados, destilado a lo largo de noches y noches de tocar y experimentar. Los patrones definen la armonía de una forma sutil, como corresponde a su excesiva repetición. Algo que se repite mucho acaba haciéndose neutro por sí solo, algo que no llama la atención, pero el patrón ya lleva incorporada de serie esta premisa. De ahí su preferencia por intervalos como la quinta y la octava. Más neutral ―sin dejar de tocar―, imposible. La velocidad no es un concepto rígido. Podemos alterarlo en cierta manera. Este concepto de elasticidad de la velocidad o tempo es un tema delicado. No quiere decir que cada uno puede alterar la velocidad cuando le venga en gana (a menos que se trate de un experimento que consista en eso). Se trata, más bien, de alterar el ritmo conjuntamente con quienes tocamos, respetando la necesaria sincronía. Podemos realizar un ritardando o un accelerando para disminuir o aumentar respectivamente la velocidad de la pieza en un momento dado. Por supuesto que un ritardando en unos instrumentos, simultaneado con un accelerando en otros sería un experimento interesante. Un reto. A veces la velocidad se altera de forma involuntaria. Como sabemos, el ritmo y la velocidad son contagiosos, y si el que está tocando a nuestro lado empieza a acelerar o a dormirse, nos va a resultar cada vez más complicado seguir manteniendo el ritmo sin dejar de escucharle por completo. Esto se soluciona igual que dirigir una embarcación: hay que ponerse de acuerdo, de una forma o de otra. A fuerza de tocar juntos, los miembros de un grupo pueden acostumbrarse tanto a sincronizarse rítmicamente, es decir, a entenderse sin hablar, que prácticamente pueden leer el pensamiento de sus compañeros de banda. Y esto es, quizá, una de las cualidades más importantes del ritmo y de la música: que sirve como lenguaje. Tal vez sea un lenguaje limitado, y en ese caso la limitación sería nuestra, es decir, del músico o del oyente, nunca de la música. Pero hasta el idioma más limitado puede convertirse en algo amado. Como quien ama su lengua materna sin planteárselo, porque es el idioma en el que escuchó las palabras de afecto de su madre. Es el idioma en el que aprendió a decir “gracias” o “te quiero”. Aquí me he dejado llevar por el romanticismo, pero hasta el músico más frío siente algo cuando toca a gusto. No puedo terminar este artículo sobre el ritmo sin mencionar a Sam Shepard, que además de actor, buen amigo de Patty Smith y dramaturgo laureado del offBroadway, fue batería de un grupo psicodélico allá por los años sesenta. Él escribió un gran relato, aunque algo decadente, sobre un guitarrista que hace el amor con una Gibson Les Paul. Pero, sobre todo, escribió un poema que tiene como objeto el ritmo. Ambos van incluidos en un libro titulado “Luna Halcón” (“Hawk Moon”). No puedo decir el título del poema porque ya no tengo ese libro. Prestar libros es una mala costumbre. Ese poema define lo que es el ritmo. Una definición limitada, me temo, como todas, como este artículo. Pero esa es otra gran cualidad del ritmo y de la música: nuestra propia limitación, el saber que jamás llegaremos a dominarlos por completo, hace que siempre tengan su parcela de misterio.