I Rlpacifismo japonés y la incursión militar japonesa en Irak Isamí Romero Hoshino' En un discurso público, el 15 de agosto de 1945 el emperador Showa declaró la rendición incondicional de Japón, dando inicio a la ocupación estadounidense del archipiélago. Son de sobra conocidos los legados de esta tragedia histórica. No obstante, vale la pena señalar que entre los años 1945 y 1952 los estadounidenses desmantelaron la fuerza colonial del imperio, permitiendo la democratización de su régimen "fascista" y la "imposición" de una constitución que eliminó el derecho de beligerancia. Sin duda alguna, este documento cambió el destino de Japón, que, involuntariamente, se convirtió en el símbolo de la paz mundial. Empero, ante la posibilidad de un ataque soviético, los Estados Unidos reconocieron que Japón necesitaba de un cuerpo militar para salvaguardar su soberanía y propusieron la creación de las Fuerzas de Auto Defensa (FAD), cuyo potencial ofensivo sería restringido.' Esta existencia dual de un "ejército" y la renuncia al derecho de beligerancia provocaron un intenso debate en la dieta sobre la esencia del pacifismo. Las fuerzas conservadoras abogaron por su derogación, mientras que la izquierda se negó, advirtiendo que su eliminación significaría el regreso al imperialismo de la preguerra. El desenlace de este debate constituyó el triunfo de las fuerzas de izquierda, ya que hasta la fecha no se ha podido reformar la Constitución. No obstante, en la década de los noventa, tras el fin de la guerra fría y la desaparición del * Agradezco a Juan Luis Pcrelló su ayuda en la realización de este ensayo. ' Actualmente, Japón ocupa el tercer lugar mundial en gasto miliur absoluto, después de los Estados Unidos y Rusia. Sin embargo, en términos de su PIB, es el país desarrollado con menor gasto militar 143 I 11 'a Partido Socialista Japonés, la derogación de la cláusula pacifista se ha vuelto cada vez más plausible. De esta manera, a pocos meses de la conmemoración de los sesenta años del fin de la Guerra del Pacífico, observamos que lejos de prevalecer un ambiente de reflexión sobre los errores políticos del pasado, somos testigos del regreso de un nuevo espíritu nacionalista que presagia el fortalecimiento militar de Japón. El principal promotor de este nuevo espíritu en los últimos años ha sido el primer ministro Jun'ichiro Koizumi, quien ha llevado las riendas del país desde abril de 2001. Koizumi, junto con José María Aznar y Anthony Blair, ha sido uno de los principales defensores de la ilegítima invasión estadounidense a Irak, promovida por George W. Bush. En vísperas de la guerra, el gobierno japonés abandonó la opción multilateral de las Naciones Unidas y se alineó con los deseos de Washington. Así, en enero de 2004, en una decisión polémica, Koizumi logró que la dieta aprobara el envío de las AFD a Irak. Pero ¿en qué se diferencia la política exterior de Koizumi con la de sus antecesores.-' Si bien en una primera instancia su posición hacia Irak sigue reflejando la misma dirección del pasado, cabe destacarse que ningún primer ministro había logrado sobrepasar la negauva de la opinión pública y promover la incursión de efectivos militares en una misión bélica. La participación de las FAD en las misiones de paz de Naciones Unidas en Camboya (1993), Mozambique (19931995), Zaire (1994) y Timor Oriental (2000) no tienen comparación con el personal desplegado en el Medio Oriente. En este sentido, no es exagerado decir que Koizumi dio el primer paso hacia el rearme, cuya consagración significaría un enfrentamiento directo con China y las dos Coreas. Ante tal cambio, la pregunta pertinente es ¿por qué los japoneses permirieron el "quebrantamiento" de su Constitución pacifista.^ Algunos periódicos liberales, como Asahi, lo han atribuido a que las nuevas generaciones han olvidado la desastrosa guerra e involuntariamente han promovido el rearme. Por su parte, los intelectuales de izquierda, como el premio Nobel de literatura Kenzaburo Oe, han acusado al gobierno de no enseñar correctamente a las jóvenes generaciones los errores políticos del pasado. Por otro lado, algunos medios electrónicos han considerado que los recientes casos de terrorismo en España han aumentado un sentimiento de preocupación por la seguridad nacional. Por su parte, la prensa de 144 I li ''■^ derecha, como Sankei, ha justificado el escalamiento del discurso del rearme con la amenaza del régimen norcoreano de Kim Jong II. Independientemente de sus causas, todo lo anterior indica que hay un fuerte sentimiento dentro de los japoneses por considerar provechoso el rearme, y Koizumi ha aprovechado esta situación. Sin embargo, sería un error afirmar que este ha sido un fenómeno generalizado. Como ha ocurrido en España e Italia, numerosas organizaciones no gubernamentales han emprendido una campaña de protesta en contra del cambio de estrategia en cuanto a la seguridad nacional y del envío de tropas a Irak. De hecho, en diciembre de 2003 los sondeos de opinión pública mostraban que el 64% de la ciudadanía estaba en contra de esta medida. Asimismo, el Partido Demócrata -la primera oposición- criticó a Koizumi de violar la Constitución, y consideró que no había legirimidad en la incursión estadounidense en Irak. En este contexto de protesta, Koizumi decidió mantener su postura a favor de Bush y mandó las tropas a Irak, cuyo desembarco en el Golfo Pérsico comenzó en enero de 2004. El primer ministro argumentó que el objetivo de las FAD no era invadir Irak, sino ayudar a su población civil. La prensa especuló que la opinión pública se negaría con mayor fuerza, pero, paradójicamente, una vez que se demostró que la integridad de los miembros de las FAD estaba asegurada, muchos japoneses empezaron a apoyar la decisión de Koizumi. Sin embargo, esta situación era sólo un espejismo. Por cuestiones constitucionales, los militares japoneses no podrían llevar municiones de largo alcance, ni atacar ningún tipo de objetivo. Inclusive, quedó prohibido contestar cualquier tipo de ataque de las fuerzas insurgentes, empresa de la que se encargaría el ejército holandés, el cual se comprometió a proteger a los miembros de las FAD. De esta manera, la primera incursión militar de la posguerra resultó ser en realidad una misión sin importancia estratégica, reduciendo el nuevo protagonismo japonés sólo a un nivel simbólico. Entonces ¿la presencia de tropas japonesas en Irak no significó un cambio.'' Claro que significó un cambio. Al aprobar el despacho de las FAD, Koizumi ha logrado abrir las puertas para el cambio constitucional, ya que demostró la gran fragilidad de la Constitución pacifista. Este documento necesita una actualización para que no se vuelva a tomar una decisión tan imprudente. En este sentido, en 145 I los siguientes años los japoneses tendrán que decidir si mantienen su frágil pacifismo constitucional o si ratifican una reforma. Las posiciones sobre el destino político son diversas, pero los principales líderes han planteado una posición intermedia que permita una Constitución actualizada, reordenando el funcionamiento de las FAD como verdaderos miembros de paz y ayuda. Independientemente del resultado, esto representa para Japón una oportunidad única de demostrar al mundo que es capaz de transformar su Constitución "impuesta". Si Bruce Russet y su teoría de la paz democrática tienen razón, es probable que la democracia japonesa no cometa de nuevo los errores del pasado. No obstante, aún subsisten muchas interrogantes sobre este tema. Como ha acotado el retirado conductor de noticias, Hiroshi Kume, "en Japón el optimismo es lo único que nos queda en estos días". (^ 146