Pica y Matilla: El Oasis se muere de sed

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El Clarí-n de Chile
Pica y Matilla: El Oasis se muere de sed
autor Arnaldo Pérez Guerra
2006-02-09 20:53:18
El oasis de Pica está ubicado en las inmediaciones del Camino del Inca, a 114 kilómetros al interior de Iquique. Sus
habitantes no son más de 4.700 y su actividad gira en torno a la fruticultura -limones, mangos, guayabas, naranjas y
pomelos- y el turismo, aunque en los caserÃ-os del altiplano el modo tradicional de vida sigue siendo la crianza de
auquénidos y el cultivo de quinoa, bastante mermados desde que se instalaron las grandes compañÃ-as mineras. Aún
persisten áreas de pastoreo en Guatacondo, Copaquire, el Salar de Coposa, Alconcha y en las quebradas de
Huinquitispa y Yabricoyita, pero tienden a desaparecer.
La actividad minera se estableció hace décadas, pero “es muy poco lo que deja y mucho lo que se lleva―, nos dicen. A
partir de 1994 entraron en funcionamiento Quebrada Blanca, Cerro Colorado y Doña Inés de Collahuasi, generando
impactos en la economÃ-a regional con grandes adelantos en infraestructura vial, pero degradando el medioambiente, el
pastoreo y la agricultura tradicional, tanto por la propia actividad minera como por la explotación del agua de los salares
circundantes. “Sacan agua de los ojos de agua y vegas que están en la cordillera. Ocupan mucha agua para el mineral.
Michincha se está agotando porque no llueve, no nieva y el agua no se reproduce… Los ojos de agua se han estado
secando desde el momento en que las mineras comenzaron a sacar agua. Se está secando y se secará si sigue asÃ-.
Antes habÃ-a vicuñas y otros animales. Hoy no hay nada―, dice MarÃ-a Mamani. A la comuna de Pica -que posee una
superficie de 8.934,3 kms² y una población que no sobrepasa los 6.190 habitantes- pertenecen varios oasis en la
Pampa del Tamarugal, donde la actividad agrÃ-cola y el pastoreo son fundamentales aunque poco a poco tienden a ser
abandonados y desaparecer. En las cercanÃ-as de Pica están Matilla, Collacagua, Lirima, Peña Blanca y Cancosa. Las
autoridades señalan con orgullo que se ha experimentado un explosivo crecimiento poblacional y que “está llegado el
progreso a la zona―, pero no todos están de acuerdo: “La población ha aumentado de 2.500 habitantes a más de seis m
habitantes en menos de 10 años. Más gente es menos agua y menos vida―, dice el aymara Antonio Mamani, secretario
ejecutivo de la Asociación de Municipios Rurales de Tarapacá. Fragilidad del ecosistema El turismo experimentó
un notable incremento gracias a las aguas termales y el atractivo de los salares del Huasco, Coposa y Michincha,
únicos en el mundo. La comunidad de Pica y Matilla -oasis ubicado a unos 5 kilómetros de Pica- está integrada por
descendientes de aymaras, españoles, bolivianos y otros inmigrantes. Sobreviven gracias a la escasa agua del oasis, lo
que recuerda a diario a la comunidad su importancia. “Si siguen perforando pozos indiscriminadamente se secarán las
napas subterráneas. Si se extrae agua del altiplano para la gran minerÃ-a el oasis desaparecerá. ¿Cuánto podremos
aumentar nuestros cultivos? Es necesario que se hagan estudios serios―, señala el agricultor Juan Oxa. La fragilidad
del oasis es evidente. La intervención humana requiere una mirada ecosistémica. Lo aprendieron luego del desastre.
En décadas pasadas el uso indiscriminado de pesticidas secó numerosas plantaciones frutÃ-colas. Hoy el temor se
cierne sobre los precarios bofedales, vegas, salares, lagunas y ojos de agua que ocupan los aymaras para el pastoreo.
“¿Cuánta agua se puede extraer del salar y ojos de agua sin poner en riesgo nuestra vida y la de los animales? El agua
se ocupa para la vida, para beber uno y los animales. Pero las mineras quieren agua para ganar dinero. No un poco
sino millones de litros. Y destruyen todo con sus caminos, tubos y cañerÃ-as. Dejan agua mala, veneno. Los animales
mueren o se van―, dice con angustia la anciana MarÃ-a Mamani, del poblado de Cancosa. El Salar del Huasco, a 90
kilómetros al este de Pica, y las lagunas y aguadas que aún lo cubren y permiten sobrevivir en pleno desierto a una
variada fauna corren serio riesgo de desaparecer.
Según la Dirección General de Aguas (DGA), el oasis de Pica no
corre peligro: “No hay preocupación que Pica pierda sus afluentes de agua debido a que el abastecimiento de la
comuna es a través de vertientes que no provienen del Salar del Huasco. El origen de las aguas de Pica son aguas
lluvias de la alta cordillera, que se filtran en vertientes al oeste del poblado―, señala. Pero los agricultores denuncian
además especulación respecto del agua.
La DGA tramita peticiones de exploración de particulares y empresas que
el año 2005 solicitaron agua por más de 3.700 litros por segundos en Pica, Colchane, Poroma y Huaviña. El propio
subdirector de la Corporación Nacional de Desarrollo IndÃ-gena (Conadi), Cornelio Chipana, reconoce que “existe una
probable especulación en la solicitud de aguas. De ser aprobadas las solicitudes de empresas y particulares implicarÃ-a
un desmedro directo a la agricultura y ganaderÃ-a en los poblados. El número de solicitudes es alarmante y la mayorÃ-a
son de personas que ni siquiera viven en la región y utilizan direcciones ‘prestadas’. Además, no están asociadas a un
proyecto de desarrollo económico―. La Conadi anunció que se opondrá a las solicitudes. Los 3.700 litros de agua por
segundo equivalen a cuatro veces el consumo de agua potable de la provincia.
Empresas no cumplen La
agricultura en Pica no sólo se ha visto perjudicada por la escasez de agua. También sufre con la presencia de la plaga
de mosquita blanca y la destrucción de canales de regadÃ-o, luego del terremoto de junio de 2005. La plaga siempre ha
existido y los lugareños la combaten con métodos naturales. Alejo Gómez posee una parcela en el sector de
Miraflores. Produce limones, naranjas y mangos: “Limpiamos con agua y detergente agrÃ-cola las hojas de los árboles.
Pero eso sólo dura unos tres o cuatro meses y no es una real solución. La mosquita carcome las hojas lentamente. Se
cubren con una gruesa capa blanca que impide las plantas respiren. No se ha encontrado una solución y la producción
va mermando poco a poco. Cuando a mediados del año pasado vino el presidente Lagos le entregamos hojas con
plaga para que las analizaran en Santiago. Hasta ahora no sabemos en qué va eso―, dice. Medioambientalistas,
organizaciones ciudadanas y el diputado socialista Fulvio Rossi han denunciado en varias oportunidades a la minera
Cerro Colorado por la destrucción de la cuenca de Lagunillas, tras la extracción de agua cerca del poblado de
Cancosa. La denuncia es avalada por un estudio hidrogeológico desarrollado por la consultora Errol Montgomery y la
Universidad Arturo Prat, pero la Comisión Regional de Medioambiente (Corema) aprobó sin reparos la extracción de
agua de Pampa Lagunillas, vertiente y laguna ubicada en la comuna de Pica que hoy se encuentra seca. El informe de
Corema reconoció que la empresa “no respetó la norma medioambiental de proteger el bofedal y la laguna, y ocultó
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información interviniendo en el lugar con metodologÃ-as desconocidas por la DGA, lo que a la larga dañó aún más el
ecosistema―. La Conama inició un proceso contra la minera por incumplimiento de las resoluciones de calificación
ambiental. La compañÃ-a extrae 300 litros de agua por segundo para sus faenas a 150 kilómetros al interior de Iquique.
El 2002 la minera se comprometió a reponer el caudal necesario para mantener el espejo de agua de 5.000 mil
metros cuadrados, además de instalar instrumentos de observación de niveles de agua subterránea y del bofedal. Pero
la propia DGA constató que el compromiso no se respetó. Tanto la vertiente como la laguna están secas: “Existe daño
por desecación en casi la todo el lugar. La empresa aplicó un plan para reponer el caudal de la vertiente utilizando una
metodologÃ-a no conocida, que habrÃ-a provocado la pudrición de gran parte de los bofedales―, dice la DGA. Eso explica
el temor de los agricultores de Pica y Matilla frente a la extracción de agua por parte de las mineras.
Desplome por
abandono y burocracia Matilla está a 1.160 metros sobre el nivel del mar, a 5 kilómetros de Pica. Data de 1760,
cuando algunos piqueños se establecieron allÃ- para producir vino. El terremoto del año pasado destruyó la torre del
campanario de la iglesia, que terminó por desplomarse meses después ante la atónita mirada de la comunidad. En
Pica el daño también fue considerable. El liceo Alberto Hurtado deberá ser reconstruido, aunque no tenÃ-a más de
cinco años. Otra estructura colapsada fue el Centro Polideportivo; pero la mayorÃ-a de los daños se produjo en las
viviendas del casco antiguo de ambos pueblos. “Luego del terremoto no pude regar mis plantaciones. La cosecha de
naranjas, limones y hortalizas fue mucho menor. Los estanques se dañaron y los canales quedaron totalmente
destruidos―, dice Juan Oxa. Filomeno Gómez agrega: “PerdÃ- el pozo con el que sacaba agua para regadÃ-o y consumo
La reconstrucción ha sido lenta y llena de trabas―. En Matilla, se anegaron sectores contiguos a la sanitaria Aguas del
Altiplano, sin que la empresa ni la municipalidad se hicieran cargo.
El terremoto evidenció la miseria y el aislamiento
en que viven los poblados interiores. Bernardo Guerrero, sociólogo y director del Centro de Investigación de la
Realidad del Norte (CIRN), dice: “El terremoto puso en boca de los chilenos palabras que nunca habÃ-a escuchado:
Matilla, Mamiña, Sibaya, Huaviña, términos aymaras. La prensa se vio sorprendida por un mundo que ni siquiera
imaginaba. El Chile moderno queda fuera de juego ante la realidad que el terremoto se encargó de hacer visible. Se
pone en cuestión al paÃ-s que celebra tratados de libre comercio con todo el mundo, pero que no puede celebrar
tratados con su propia gente para superar la pobreza. Hoy se piensa qué se va a hacer con tanta destrucción. El
discurso oficial diseña la respuesta: botar todo lo que quedó y levantar mediaguas, en forma provisoria. En este paÃ-s
lo provisorio siempre es definitivo. Tenemos quebradas llenas de mediaguas, agrediendo a los pueblos andinos con pino
insigne y zinc―. Los dineros prometidos tardan. Según la Intendencia 157 millones se trasfirieron a las comunidades
indÃ-genas para financiar obras de riego. Con esperanza, Luz Morales, presidenta de la Asociación de Propietarios
AgrÃ-colas de Resbaladero, Bandas y Las Animas, Luz Morales, dice: “El terremoto es una oportunidad que nos permitirá
mejorar lo que tenÃ-amos. Las obras de reconstrucción están avanzadas en un 55 por ciento y han dado trabajo a unas
veinte personas, beneficiando a más de 300 agricultores―. Aun hay trabajos inconclusos, como los de la Comunidad de
Aguas de San Antonio de Matilla, que abarca 1.740 metros de tuberÃ-a, y la Comunidad de Aguas Miraflores de Pica,
que espera financiamiento para revestir un estanque y reconstruir canales. La lentitud y arrogancia de las
autoridades, la entrega de informes erróneos y la burocracia son las razones por las que la iglesia San Antonio de
Padua, de Matilla, se derrumbó a mediados de septiembre. La reconstrucción nunca empezó: “Hoy nadie asume su
responsabilidad. Se echan la culpa entre todos. La reconstrucción del templo debe agilizarse. SabÃ-an que el templo
podÃ-a derrumbarse y, sin embargo, los trabajos nunca se iniciaron―, dice MarÃ-a Morales. El pueblo está indignado.
Critican los informes previos respecto de su estado y cuestionan la idoneidad de quienes quedaron a cargo: el Consejo
de Monumentos y el gobierno regional. José Muñoz dice: “La iglesia se derrumbó por la irresponsabilidad de los
profesionales. No fueron capaces de prevenir. Incluso expusieron a la gente a que siguiera entrando al templo. El
gobierno no asume su responsabilidad. El Consejo de Monumentos sólo es un nombre: no saben las reales
condiciones en que se encuentran nuestros monumentos a lo largo del paÃ-s. Con qué moral el gobierno dice que no
entregará recursos extras si no ha puesto ningún peso―. Miryam Menares agrega que el problema es la burocracia: “Los
dineros estaban, pero por razones burocráticas nada se hizo―. Héctor Valdebenito afirma: “El municipio también tiene
culpa. No fiscalizó el estudio de los daños. Pasaron meses sin que se hiciera nada―. Según Alexandra Sepúlveda “el
personal de la municipalidad no se preocupó del estado de la iglesia―. Francisco Meneses agrega: “El dinero lo tenÃ-a el
gobierno regional, pero no planificaron ni propusieron a tiempo la reconstrucción ni el municipio presionó a la
Intendencia―. Alba Vernal culpa a todas las autoridades: “Debieran conocer la realidad de la comuna. El templo
representa toda la historia de nuestros antepasados, nuestros recuerdos―.
Poblaciones callampa en medio de las
ruinas La iglesia de Matilla no es la única que se desplomará. Todos los templos del interior están afectados por el
terremoto y en similar condición. Los pequeños poblados viven el desamparo y la miseria, y sus habitantes son
tratados como chilenos de tercera categorÃ-a. El desplome de la iglesia de Matilla es el sÃ-mbolo de ese abandono.
Mientras se decÃ-a que expertos estudiaban la reconstrucción y contaban con un millón de dólares, la iglesia se
derrumbó. La Corporación Patrimonio Cultural de Chile debÃ-a elaborar un proyecto y entregarlo al Consejo de
Monumentos. Como garantes estaban el alcalde de Pica, el intendente, la minera Doña Inés de Collahuasi y la Iglesia
Católica. Pasaron meses y no se entregó ningún proyecto. El desfile de autoridades y expertos poco a poco fue
distanciándose. “Prometieron y desaparecieron. Provocaron falsas esperanzas de una pronta reconstrucción, pero nada
pasó, y la iglesia se cayó―, dice Ana MarÃ-n, hermana de la Congregación Santa Marta.
Según la ministra Yasna
Provoste, del Ministerio de Planificación y Cooperación (Mideplan), fue el “mal tiempo― el culpable del desprendimiento
de la techumbre de la centenaria iglesia, a pesar del informe de la Dirección de Arquitectura indicando el posible
derrumbe. Para la ministra fue el “efecto de la naturaleza― el culpable de todo. “Informes entregados por especialistas
Monumentos Nacionales indicaban que los daños no eran tan graves como para provocar el derrumbe de la nave
central. ImagÃ-nese si se hubiese caÃ-do cuando habÃ-a gente adentro, ¿qué habrÃ-an dicho?―, pregunta Oscar Aracena
“Se hundió todo el techo de la nave central. Sin el techo también se cayeron gran parte de las paredes. El frontis se
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inclinó hacia el centro. Pareciera que hubiese habido otro terremoto―, agrega la hermana Ana MarÃ-n. La iglesia de
Matilla habÃ-a sido declarada un monumento nacional. Fue construida en el siglo XVI, cuando en el lugar se levantó un
oratorio. Originalmente tenÃ-a un marcado acento barroco. En 1878 un terremoto la derribó, siendo reconstruida nueve
años después. Su fachada, neoclásica, era de pequeños bloques de cal, tiza y bórax. La alta cúpula y el campanario
anunciaban la presencia del oasis a los visitantes que cruzan el desierto. “Es una pérdida irreparable. Una tremenda
tristeza se produce al contemplar casas y templos con mucha tradición histórica, destruidos. Es conmovedor ver la
iglesia y el campanario de Matilla, o el de Tarapacá, en el suelo, además del deterioro de los demás templos al interior
de la diócesis de Iquique―, dice monseñor Marco Ordenes, administrador diocesano de Iquique. Según el intendente
Patricio Zapata, “las propias comunidades fijaron, junto a las autoridades, que su prioridad era la rehabilitación de los
canales de regadÃ-o, y no la iglesia―.
Los poblados del interior de Tarapacá siguen padeciendo los daños del
terremoto. Sibaya y Limaxiña -poblados a 111 kilómetros de Iquique, con unas 40 familias cada uno-, aún carecen de
agua y alcantarillado. Según la dirigenta vecinal Maribel Carvajal “una fundación inglesa entregó los materiales para
levantar cinco baños en cada localidad―. Dimas Vilca, de 70 años, presidenta de la comunidad indÃ-gena de Sibaya,
agrega: “Nos vimos obligados a cambiar hasta la ruta de la procesión de la Virgen, pues la calle continúa bloqueada por
piedras―.
El gobierno ya dio por superada la fase de emergencia, aunque los vecinos aún no superan su indignación.
Según el gobierno se han invertido unos 2.500 millones de pesos en reponer la actividad productiva agrÃ-cola,
carreteras, aulas de emergencia en colegios, reparaciones en hospitales y levantar miles de mediaguas. Los pueblos en
el borde de las quebradas de Tarapacá hoy asemejan poblaciones callampa en medio de las ruinas. La reconstrucción
avanza lentamente en las 4.000 viviendas y 22 iglesias dañadas y los más de 70 kilómetros de canales y centenares
de andenes agrÃ-colas. Se aprecian avances en Huara y Pozo Almonte, pero las viviendas que se están construyendo
generan rechazo por su diseño, que no respeta la arquitectura andina.
El diario la Estrella de Iquique recoge el
testimonio de Catalina Challapa, de 37 años, quien permanece postrada en Limaxiña en una mediagua que le
entregaron las autoridades dÃ-as después del terremoto. Su caso resume todo el abandono. No tiene nada, salvo una
cama que le prestó una vecina. Se fracturó la pelvis al intentar rescatar a su hijo Abraham Vásquez, de 9 meses, que
murió tras el derrumbe de su vivienda de adobe: “Necesito una cama. Cuando vino el ministro Correa Sutil me prometió
una cama nueva y un ropero. Sigo esperando que cumpla su promesa―.  (*) Una versión de este artÃ-culo fue
publicada por Punto Final
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