392 Ciro Nolberto Güechá Medina Décima sexta. Los actos administrativos reglados, no son ajenos a otros ordenamientos, como en el caso del sistema jurídico español, donde tienen consagración constitucional, cuando se subordina la actuación de la Administración a determinados procedimientos,2 que constituyen el reglamento de producción de los actos administrativos, como principio general y determina que su control de legalidad se enmarque en la verificación del cumplimiento de las formalidades previstas en la ley. Décimo séptima. Igual ocurre en el sistema francés, donde existe la tendencia a ritualizar las actuaciones de la Administración, tanto desde el punto de vista constitucional como legal; estableciendo trámites previos para que la Administración se someta a los mismos, en la expedición de los actos administrativos,3 donde el control de legalidad es surtido a través de la acción propia de legalidad como es el recurso por exceso de poder. Décimo octava. Los actos discrecionales en cambio, muestran una facultad o prerrogativa de la Administración para alejarse de los rigorismos preestablecidos en cuanto al trámite de expedición de los actos; lo que no implica que sea una facultad ilimitada, sino que existen restricciones a la misma en cuanto a los fines que se persiguen y a los hechos que le sirven de causa. Esta facultad discrecional no es extraña al Derecho Español ni al Derecho Francés, donde de vieja data ha sido reconocida, constituyendo el fundamento del control de legalidad de estos actos administrativos. Décimo novena. Tanto los actos discrecionales como los actos reglados, están sujetos a control judicial si son violatorios del ordenamiento jurídico. Esto es así, en la medida que la Administración está sometida al principio de legalidad, es decir, que sus actuaciones deben subordinarse al ordenamiento jurídico, sin importar que se trate de actos discrecionales o reglados. En efecto, las causales de nulidad de los actos previstas en el artículo 84 del Código Contencioso Administrativo, son aplicables a todos los actos administrativos, dependiendo la naturaleza de los mismos; es así, que la desviación de poder se constituye en una primera causa de ataque de los actos discrecionales, por ejemplo. Artículo 105, Constitución Española de 1978. Mediante ley del 17 de julio de 1979, se estableció la obligación de motivar los actos administrativos, en ciertos eventos, como las decisiones desfavorables o las que contienen una derogación de regla general. 2 3