EL RIESGO DE LO RIDÍCULO EN LA PRÁCTICA PSICOTERAPÉUTICA Gilberto Octavio Santaolalla Loureiro (Círculo de Estudios en Psicoterapia Existencial, México) Psicoterapeuta Existencial. Docente. Ingeniero. Estudiante de Psicología. gilberto@psicoterapiaexistencial.com Forma: Sesiones coordinadas. Vinculación a Eje temático: La perspectiva existencial y humanista. Palabras clave: ridículo; orden; tiranía; barbarie; angelismo. EL RIESGO DE LO RIDÍCULO EN LA PRÁCTICA PSICOTERAPÉUTICA Introducción El nombre de Blas Pascal evoca al genio matemático del s.XVII. Sus aportaciones a las ciencias formales y naturales han sido numerosas y geniales. Sin embargo, poco se conocen sus momentos de mayor reflexión y crítica: sitúa al hombre en la vida concreta, procura despertar en nosotros la sorpresa de existir y manifiesta la miseria del hombre como la lucha entre la realidad de lo que es y el ideal que aspira (de manera similar a como lo hizo Kierkegaard dos siglos más tarde). Todo lo anterior hace que Pascal sea un precursor indudable del existencialismo contemporáneo. A lo largo de su obra, Pascal enfatiza reiteradamente en el concepto de orden. Para él, un pensamiento no puede ser expresado “fielmente” y alcanzar su objetivo si no ha recibido un cierto orden, y dirá: “Las palabras diversamente ordenadas constituyen diversos sentidos, y los sentidos diversamente ordenados producen diferentes efectos”. Pero, ¿a qué se refiere con orden? Al subconjunto de elementos que poseen sus propias características o al dominio de entes que poseen su propia lógica1. Para Pascal existen tres órdenes: cuerpo, espíritu (o razón) y corazón (o caridad), cada uno con su propia coherencia, valores y eficacia, perdiendo su vigencia si el orden es modificado. Su frase, “el corazón tiene sus razones que la razón ignora”, nos recuerda que los sentimientos y las emociones (el corazón) no pueden tener una explicación racional (la razón), pues quererlo hacer sería ridículo. De aquí que a la confusión o cambio de órdenes Pascal le llame “caer en un ridículo”. Durante éste ensayo retomaré al filósofo francés André Compte-Sponville y su interpretación del ridículo pascaliano. Reinterpretaré y ampliaré su visión2 a la luz de nuestra práctica psicoterapéutica, estableciendo cuatro órdenes. Seguido, cuestionaré si estos órdenes son necesarios entre sí, y si pueden ejercerse por separado y sin la jerarquía propuesta a través de un proceso psicoterapéutico. Finalmente, concluiré si es factible hablar de orden en la práctica psicoterapéutica de enfoque fenomenológico-existencial, y su impacto actual como práctica social. 1 E.g. El subconjunto E: (etapa del desarrollo humano), posee diferentes características como son: desarrollo físico, mental, sensorial, perceptual, cognoscitivo, etc., y podemos “ordenar” las etapas del desarrollo en: neonato, niñez, adolescencia, juventud, etc., que guardan una lógica interna en el subconjunto E. Otro ejemplo, es el domino de los número naturales N: (1, 2, 3, 4…), posee diferentes características como son: signo, entero, racional, imaginario, etc., y podemos escribir una secuencia de número de manera lógica y ordenada. 2 André Compte-Sponville retoma el ridículo pascaliano y la definición de ordenes en su libro “El capitalismo, ¿es moral?”. El Orden Técnico Es el primer orden. Está estructurado por la oposición entre lo que es posible e imposible, y que el terapeuta lleva voluntariamente a acto3 dentro de la relación terapéutica, generando un conocimiento. Es decir, está constituido por la potencia (posibilidad) en acto (hecho), la posibilidad hecha (no la pensada). Por ejemplo, fantasear con la posibilidad de ir a tomar un café con mi cliente (pues me gusta su compañía) es una posibilidad (pues es posible y probablemente lo he hecho con anterioridad), mas no un acto hasta que es realizado con él. Entonces, pragmáticamente hablando ¿hay algo que sea imposible en el espacio terapéutico desde el acto de cualquier cosa? Creo que no. Las posibilidades son infinitas (Orden Técnico), sin embargo llevarlas a acto es una cosa distinta (Orden Moral). Tocaré el punto más adelante. ¿Podemos hablar de técnica en la psicoterapia si la consideramos una actividad artística4? El término técnica procede del griego tekhné, y es el conjunto de instrumentos y habilidades que nos permiten obtener un determinado resultado. ¿De dónde obtenemos nuestros instrumentos y habilidades como terapeutas desde un acercamiento Fenomenológico-Existencial? Identifico cinco fuentes: a. La preparación profesional que adquirimos a partir de una educación formal (psicólogo, filósofo, abogado, ingeniero, médico, sociólogo, etc.) y la experiencia de vida, que en conjunto, moldean el “worldview”5 del terapeuta. Esta fuente tiene una relación con el tercer orden (Orden Moral) por ser parte integrante del mundo propio del terapeuta. b. La filosofía existencial como modelo de aproximación al ser humano, que invita al terapeuta a sensibilizarse sobre los temas convergentes (angustia, incertidumbre, relacionalidad, muerte, soledad, sin sentido, etc.) desde la reflexión de cada filósofo, promoviendo la construcción activa e inacabada de la filosofía propia del terapeuta. c. El método fenomenológico, que acerca al terapeuta a la comprensión del mundo del cliente. d. El modelo psicoterapéutico predominante, como son: la atención en las paradojas, atención en el proceso, el proceso dialogal, la dimensión “welt” dominante, el rol comunicacional, el “aquí y ahora”, la formación del self, contenido y proceso, los atributos existenciales, entro mucho otros. e. El encuadre inicial, la información que solicito y doy al cliente, explicarle cómo trabajaremos, acordar cuál será la remuneración, establecer el horario, el tiempo por sesión, los datos de contacto, etc. Tenemos una relación terapéutica en la que cliente y terapeuta contemplan diversas posibilidades (qué pensar, qué callar, qué decir, en qué mentir, qué disociar, qué elegir, qué y qué no preguntar, etc.) y que en todo momento llevan “a acto” sólo una de ellas. El terapeuta cuenta con instrumentos y habilidades (su técnica) que le permiten estructurar el diálogo y concientizar el proceso, su tarea prioritaria. Lo anterior direcciona la relación clienteterapeuta a comprender qué y cómo experimentan lo que viven ambos, sin esperanzas de una solución, sólo en el compromiso de “estar ahí”, pase lo que pase. Entonces, la psicoterapia ¿también es técnica? Imaginemos a Picasso ante la nada previo a El Guernica. No sólo fue actitud realizadora, es decir, no sólo se apoyó de la espontaneidad de 3 Según Aristóteles, “el acto es el hecho de que una cosa exista en realidad”, de aquí el acto, que es lo real, lo que está hecho; es diferente a la potencia, que es lo posible, lo que puede ser. 4 Considero la Psicoterapia un arte por requerir del terapeuta una personalidad, una técnica y un talento particulares, que en suma, imprimen una marca irremplazable de sí mismo. 5 Según Ernesto Spinelli, el worldview es la perspectiva personal que tenemos de lo que es, el Worlding. sus trazos, del horror del bombardeo y de la inspiración artística, sin normas y explicaciones. También requirió el dominio de sus técnicas, del manejo de color, de la profundidad de campo, de la composición espacial (su actitud orientadora), lo que le daba certeza, un fundamento de memoria cultural y del conocimiento histórico, de que antes de él hubieron muchos otros que lo hicieron ya, pero ante la nada, su personalidad y talento matizan la técnica en algo propio. Arte y técnica, entonces, son inseparables. De la misma manera nuestra práctica. Al terapeuta no le basta la mejor disposición de acompañar al otro y de “estar” para el encuentro, no es suficiente. Requiere de su propia experiencia de vida (ser un contraste para el cliente); conocer la teoría existencial e ir construyendo (y destruyendo) su propia filosofía; un acercamiento de comprensión y no diagnóstico; practicar y actualizar los modelos psicoterapéuticos; crear el propio estilo de terapia y ser muy claro con las reglas que enmarquen el encuentro semanal, entre muchas otras. De no darse lo anterior, su postura puede quedar en una buena intención, descuidando el proceso, lo que distingue nuestra práctica de la plática casual. Sin embargo, el Orden Técnico no puede limitarse por sí mismo. Como terapeutas somos seres-en-relación. Estamos ahí, con nuestras carencias y esperanzas, con nuestras ilusiones y deseos. El espacio psicoterapéutico es una caldera de nuevos sentimientos y emociones para el terapeuta. El cliente y sus experiencias avivan nuestros sueños, nos invitan a experimentar nuevos acercamientos, intimamos con ellos, preguntamos sin saciar, queremos comprenderlo, seducirlo en ciertos momentos a que nos dé más, fantaseamos con lo “imposible” moralmente pero “posible” desde lo técnico. Nos hacemos cómplices. Nos odiamos también. Nos frustramos. Una tragedia, no hay solución. Y todo y nada conviven, las posibilidades infinitas con la nada también. Cada encuentro, cada semana, durante cincuenta y cinco minutos, todo es posible. Todo terapeuta es, ante todo, un hombre (“humano, demasiado humano”), burdo e inacabado. Confiar en que las “habilidades técnicas” en el terapeuta fenomenológicoexistencial son suficientes, sería análogo a pensar que una “maschine” puede dar terapia si las técnicas y habilidades (del terapeuta) son adecuadamente programadas en ésta, sin la posibilidad de hacer algo distinto a lo establecido por la falta de consciencia de saberse lo que es, una máquina. Recordemos que el Orden Técnico responde a lo que es conocido. El físico húngaro Dennis Gabor decía: “Todo lo posible se realizará siempre”; es decir, si algo es factible dentro del mundo de la técnica, tarde o temprano será una realidad. Y porque somos hombres es que existimos ante las posibilidades del espacio terapéutico. En este sentido una nueva sesión es siempre una posibilidad: tener relaciones sexuales con mi cliente; discriminarle por su preferencia sexual obligándole a creer que debe tomar el camino de la “normalidad”; exigirle a mi cliente permanecer en terapia por un déficit económico mío o incrementar la remuneración sin previo aviso. Es decir, si dentro de las posibilidades del encuentro se puede considerar algo (por extraordinario o poco común que sea), ¿por qué no llevarlo a acto? Por lo tanto, el Orden Técnico requiere de ser restringido externamente por un segundo orden, pues como veremos, el que sea posible un acto no legitima realizarlo. Este segundo orden es: el Orden Legal. El Orden Legal ¿Cuenta la Psicoterapia con un marco legal claro? Me parece que es un campo olvidado, más en México, dónde nuestra práctica no es legislada y gestionada (formalmente) por ninguna institución de salud. De esta manera, cualquier persona puede tener un consultorio y prestar servicios profesionales de psicoterapia, con o sin la preparación necesaria. El Orden Legal está regido por dos polaridades, lo que es legal y lo que es ilegal, es decir, lo que la ley admite y lo que la ley prohíbe. Y aquí tenemos un problema, ¿cómo puede ser legalizada una actividad que es transparente al ojo de la Ley? La Ley General de Servicios de Salud6 mexicana, en el Artículo 38, establece: “Son servicios de salud privados los que presten personas físicas o morales en las condiciones que convengan con los usuarios, y sujetas a los ordenamientos legales, civiles y mercantiles. En materia de tarifas, se aplicará lo dispuesto en el artículo 43 de esta Ley. Estos servicios pueden ser contratados directamente por los usuarios…” En la misma Ley7, en el Artículo 79, establece: “Para el ejercicio de actividades profesionales en el campo de la medicina, odontología, veterinaria, biología, bacteriología, enfermería, trabajo social, química, psicología8, ingeniería sanitaria, nutrición, dietología, patología y sus ramas […] se requiere que los Títulos profesionales o certificados de especialización hayan sido legalmente expedidos y registrados por las autoridades educativas competentes.” El dominio de los dos artículos es amplio e inespecífico, y las sanciones responden con la misma inexactitud. Adicionalmente, seguimos siendo clasificados junto a profesiones de tradición diagnóstica. Sin embargo, es la única referencia oficial (gobierno). Me remito entonces a la Declaración Universal de los Derechos Humanos9 . Los treinta artículos que componen éste manifiesto tienen en común la libertad, la justicia y la paz (bajo un régimen de Derecho), con el fin de evitar cualquier acto de barbarie en contra de cualquier ser humano. Extraigo lo relevante para el Orden Legal: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos […] deben comportarse fraternalmente los unos con los otros (Art.1). Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a su seguridad (Art. 3). Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre […] (Art.4). Nadie estará sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes (Art.5). Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia […] (Art.12). Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión (Art.18). Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones (Art.19).” Lo anterior es de carácter universal, por que valen, de derecho, para cualquier ser humano10. El ejercicio de los derechos es responsabilidad de cada individuo, en paralelo al esfuerzo de los gobiernos. No está de más asegurarnos que, dentro de nuestras relaciones terapéuticas, éstos deben de estar presentes en todo momento y, obligadamente, de nuestra parte. Por su parte, el Código Ético del Psicólogo11 acota: “El psicólogo mexicano es un […] profesional de la promoción del comportamiento, pero es ante todo un hombre, una persona que crece y se desarrolla en un país. Es ante todo un ser humano, genuinamente interesado en su propio desarrollo y crecimiento armónico e integral del individuo y de sus grupos. Valora la honradez y la sinceridad como actividades personales y cómo método de trabajo. Es capaz de establecer relaciones interpersonales 6 Emitida por la Secretaría de Salud, en el Título II (Sistema Nacional de Salud), Capítulo III (sobre Prestadores de Servicios de Salud), disponible en: < http://www.salud.gob.mx/unidades/cdi/legis/lgs/index-indice.htm>, consultado 12 de julio de 2011. 7 Título IV (Recursos Humanos para los Servicios de la Salud), Capítulo I (Profesionales, Técnicos y Auxiliares). 8 Subrayado del autor. 9 Disponible en: <http://www.un.org/es/documents/udhr/ >, consultado 12 de julio de 2011. 10 Diccionario Filosófico. Pag. 534. 11 Varios Autores. “Psicología Antología”. Ediciones Umbral. Pag. 29 cálidas y profundas y de contraer compromisos estables. Está suficientemente preparado […] y valora la actualización constante. Mantiene una actitud abierta a todas las corrientes. Cuidadoso en sus observaciones […] por la claridad […] y no derivar conclusiones que generalicen más allá de los que permitan los fenómenos observados. Valora la confidencialidad y el respeto por la información personal recibida de su clientela. No hace de lucro exagerado un objetivo profesional. Está abierto al cambio social y está consciente de que él es un factor de este cambio; pugna en su trabajo por una sociedad con estructuras más justas y equitativas, menos marginadoras y discriminatorias.” La limitante del código ético es que es conformado en función de los valores y normas definidas dentro de un sistema establecido (e.g. instituciones educativas, asociación, sociedades, etc.) o académicos con preferencia de enfoques. De ésta manera, en México se pueden consultar, por lo menos, diez referencias distintas12. De todo lo anterior, ¿basta con tener noción sobre los lineamientos oficiales de salud, con conocer los derechos humanos y con ser conscientes del comportamiento esperado como profesionales? Podemos ser terapeutas técnicamente preparados (Orden Técnico) y cumplir a cabalidad con todas las leyes (Orden Legal), pero podemos ser egoístas, mezquinos y sentir desprecio u odio por alguien o por un grupo particular. Es decir, un terapeuta puede ser todo un legalista en el sentido de cumplir con las leyes, sin embargo podría ser un perfecto mentiroso y egoísta, “ser malvado”13. En este sentido, el Orden Legal también es incapaz de limitarse por sí mismo. Hay acciones que la ley permite y otras que la ley no impone y que somos nosotros (terapeutas) los que debemos hacerlo. Es decir, al final del día son hombres los que elaboran las leyes y éstos son susceptibles de ver por sus propios intereses, supeditando lo legal al interés propio. En consecuencia, es necesario limitarlo externamente por un tercer orden: el Orden Moral. El Orden Moral “Conocen bien a Galeno, pero en absoluto al enfermo. Te han llenado ya la cabeza de leyes y, sin embargo, todavía no han entendido el nudo de la causa. Saben la teoría de todas las cosas; busca a alguno que la ponga en práctica”. Michel de Montaigne. El Orden Moral congrega los deberes, obligaciones o prohibiciones que nos imponemos a nosotros mismos. Es independiente de cualquier recompensa externa (e.g. “me pagará mejor mi cliente si acudo a más congresos”) o posible castigo (e.g. “es probable que pierda a mi cliente si le digo que estoy en desacuerdo con él, así que mejor callo”) pues, de lo contrario, estaríamos actuando de manera egoísta. Y tampoco lo moral está en función de lo que el otro espera de mi, de su aprobación, pues sería actuar de manera hipócrita (e.g. “mi cliente espera que sonría, aunque no me causen gracia alguna sus comentarios racistas, así que es mejor que lo haga”). 12 Algunos ejemplos: Sociedad Mexicana de Psicología (http://sociedadmexicanadepsicologia.org/), Asociación Mexicana de Alternativas Psicológicas (http://www.amapsi.org), Universidad de Colima – Facultad de Psicología (http://www.ucol.mx/docencia/facultades/psicologia/archivos/codigo.pdf) 13 “El malvado es aquel que hace el mal voluntariamente […] por su placer (que es un bien). Entonces, lo moral no es actuar de manera egoísta o hipócrita, sino de forma desinteresada y libre. Es la ley que nos prescribimos a nosotros mismos, lo que nos hace libres. “El conjunto de lo que es moralmente aceptable (lo legítimo) es más restringido que el conjunto de lo que es jurídicamente factible (lo legal)”. En este sentido, el terapeuta puede ser un perfecto legalista (como explicaba en el apartado anterior), sin embargo su legitimidad podría ser cuestionada, ¿por quién?, por sí mismo, por su consciencia individual, no hay más. Legalmente, el terapeuta puede ser capaz de ejercer sus derechos, sin embargo moralmente se estrechan sus posibilidades. Por ejemplo, legalmente nadie me prohíbe utilizar una “bola mágica” que prediga el futuro del cliente, sin embargo, moralmente, desde mi práctica terapéutica no lo consideraría aceptable. La legitimidad es la conformidad no sólo con la ley sino con la justicia, con un orden superior14, por lo que la legitimidad abarca a lo legal. Es decir, la legitimidad como terapeutas se da no sólo en el cumplimiento de las leyes descritas como mínimas, sino en el acto justo con nuestros clientes. Y lo justo es un acto ético. En el ejemplo anterior, el trato justo con mi cliente (desde mi moral como terapeuta15 fenomenológico-existencial) radicaría en poner a nuestro servicio las fuentes identificadas en el Orden Técnico (preparación profesional, filosofía existencial, método fenomenológico, modelo psicoterapéutico y encuadre inicial), de lo contrario mi legitimidad podría estar en duda. Entramos en terrenos difíciles. Se podría creer que, al ser la moral un orden individual entonces su cuestionamiento quedaría en un plano meramente subjetivo, en el sentido de que es bueno lo que para mí resulta grato, provechoso, y ser al mismo tiempo moral. Sin embargo, es importante puntualizar que la moral tiene su origen (también) en la historia y en la cultura y, por lo tanto, es relativa, no requiere de “lo que puede ser”. Es decir, lo que pueda suceder el día de mañana (e.g. “mi cliente reaccionó agresivamente la sesión pasada ante mis cuestionamientos y tuvo la intención de golpearme”) no debería cambiar la manera en cómo me muestro con mi cliente y modificar mis valores (e.g. como vi su intención de golpearme, justifico considerar asesinarlo ante cualquier provocación). Entonces, como vimos al inicio del apartado, una acción es verdaderamente moral en la medida en que es desinteresada. No se cumple tan solo conforme al deber (al interés) sino por deber, o sea, por el puro respeto a la ley moral, a la humanidad. La moral, como establece Kant, “se basta a sí misma”. Supongamos que un terapeuta cumple con el Orden Técnico, es decir, conoce su teoría, muestra interés por una actualización continua de conocimientos, supervisa sus casos, enmarca las reglas del encuentro, acuerda en conjunto sus honorarios, es consciente de sus prejuicios, es decir, hace todo lo necesario técnicamente para cumplir (Orden Técnico). Por otra parte, conoce y cumple con las leyes de salubridad, derechos humanos y su código ético (Orden Legal). De aquí, en el Orden Moral, un “buen” terapeuta se puede reconocer por ser más sincero que mentiroso, más generoso que egoísta, más comprometido que desentendido, más honrado que falto de honradez, más compasivo que cruel, más presente que alejado. Nos recuerda Montaigne: “Por eso, en la incertidumbre y perplejidad que nos procura la impotencia para ver y elegir lo más conveniente, dadas las dificultades que entrañan los distintos accidentes y circunstancias de cada cosa, a mi juicio lo más seguro, si otra consideración no nos incita, es refugiarse en la opción en la que haya más honestidad y justicia”16. 14 Veremos más adelante que es con el Orden Ético. Hago la distinción “mi moral como terapeuta” como recurso didáctico para acotar y explicar mejor mi idea. Sin embargo, sabemos de la utópica escisión del hombre cartesiano. Mi moral como terapeuta es equivalente a mi moral como hombre. 15 16 Ensayos. Libro I. Capítulo XXIII (Resultados distintos de la misma decisión). Pero entendamos éste punto, no busco establecer “lo que tiene que ser”, sino hacer una distinción: lo moral es algo propio, individual, pero que ha surgido del colectivo, de lo humanamente permisible. También, no trato de establecer lo que es una “psicoterapia moralmente correcta”. Lo moral recae en el terapeuta, es un cuestionamiento propio. ¡Pero está en relación con otros seres! se me podrá cuestionar. Sí, pero el cuestionamiento del deber es en soledad. Adicionalmente, no confundamos ser terapeutas morales con terapeutas moralizadores. El primero se ocupa por su propio deber; el segundo se ocupa por el deber de los demás. ¿En qué polo se espera que esté nuestra práctica? Me parece innecesario aclararlo. El Orden Moral se espera que sea ilimitado. Pero un individuo que sólo cumple con sus deberes, y sólo eso, es insuficiente, requiriendo del complemento (no de la limitación como en los órdenes precedentes) de un cuarto orden: el Orden Ético. El Orden Ético El Orden Ético es el orden del amor. Del amor a la verdad, a la libertad y al prójimo. A diferencia de la moral, que nos dice qué hacer, la ética habla de todo aquello que hacemos por amor, no por deber. Diría Lévinas que “somos seres éticos antes que nada”, de manera que para él la Ética es la Primera Filosofía. La preocupación ética es despertada, informada, dirigida y últimamente expresada en preocupación por el otro. También nos recuerda que “ante el rostro del otro hombre yo soy ineludiblemente responsable y, consecuentemente, el único y el elegido”. Ambos (cliente y terapeuta) conocemos, recíprocamente, nuestro destino: la muerte. Y esto nos hace vecinos inseparables y emergentes. Somos éticos inclusive antes de cualquier razonamiento Técnico, Legal o Moral que nos dé certeza, pues somos éticos antes que nada gracias a nuestra relación con los otros. De aquí que podamos comenzar a sospechar que el Orden Ético envuelve a los otros tres órdenes. Como terapeutas nuestra prioridad es hacer una investigación fenomenológica del “worldview” de nuestros clientes, con atención en las decisiones del cliente o una horizontalización que sugiera no enjuiciamiento de sus opciones. El bien, en la terapia, es ayudar a que el cliente sea consciente de sus posibilidades y utilice su “voluntad de poder” para cambiar su manera de ser o a aceptarlo, que implica en sí un cambio. Es importante no confundir el Orden Ético con aseveraciones del tipo “está mal hacer tal o cual cosa, por lo que no debemos de…”. Poner atención a nuestros sistemas éticos como terapeutas, cuales quieran que éstos sean, pues podemos caer en mala fe, en una elección no pertenecida por parte del cliente. Frente a frente con el cliente, ineludiblemente somos responsables y, consecuentemente, los únicos elegidos. También es una responsabilidad ética que implica nuestra relación. Entonces, estamos comprometidos a hacer lo mejor por nuestros clientes y estar dispuestos a justificar nuestras acciones. Mientras más al tanto estemos de nuestros deberes como terapeutas (Orden Moral), entonces nuestros clientes podrán estar más conscientes de sí mismos. Al estar más conscientes de nuestro ser (como terapeuta), podremos abrir más oportunidades para nuestro cliente de buscar un mayor entendimiento del propio ser y del de Otros. Entonces, el Orden Ético, el amor, interviene en los tres órdenes precedentes, sin invalidarlos, y aún más, como una motivación para ellos. En éste sentido, los cuatro órdenes son necesarios, pero ninguno por sí mismo es suficiente. El riesgo de lo ridículo He buscado hasta éste punto establecer una referencia para el terapeuta a la luz de los cuatro órdenes explorados. Y en este punto me pregunto: ¿sería suficiente algún orden por sí mismo? ¿Cómo sería nuestra práctica si el Orden Legal sometiera al Orden Ético? ¿Cómo seríamos vistos si buscáramos anular el Orden Técnico con el Orden Moral? Mencioné en la introducción la idea pascaliana de “caer en el ridículo”. Pascal entendía por ridículo no sólo aquello que se presta a la risa (como comúnmente se entiende y utiliza), si no a la confusión de los órdenes, cualesquier que éstos sean (siempre y cuando cumplan con su propia coherencia, valores y eficacia). Por ejemplo, si yo como terapeuta adoptara una imagen estereotipada del “psicólogo afreudianado”, utilizando unos grandes lentes que me permitan adoptar una pose intelectual, fumando en el consultorio aunque a mi cliente le resulte desagradable y dando prioridad a la orientación de mi diván (Orden Técnico) y, además, se ha sabido que coqueteo invariablemente con mis clientes (Orden Legal) y adopto posturas de sobreprotección para consolarlos con una intención de agradar (aunque no sea lo que deseo) (Orden Moral), entonces mi supervisor me podría decir: “Eres un ridículo, antepones tu imagen física a tus obligaciones legales y tu deber moral, además de anteponer los tu moral ante la ética que le mereces al otro”. Podemos definir dos tipos de ridículo, dos tiranías, como las llama Compte-Sponville. El primero de ellos es querer someter un orden determinado a uno inferior: una Tiranía (o ridículo) de Barbarie. Es decir, si antepongo el Orden Moral al Orden Ético, estaría en riesgo de caer en una tiranía de barbarie, pues antepondría mis deberes a la preocupación por el otro. Por ejemplo: Supongamos que llevo ocho meses de relación terapéutica con María. Ella ha sido inconstante con el pago de sus honorarios. La semana pasada, al finalizar nuestra sesión, María me comentó que sólo contaba con la mitad de mis honorarios y me propuso pagarme la diferencia en la siguiente sesión. Yo me negué a aceptar su solicitud, cerrando inmediatamente con llave la puerta del consultorio y argumentando que la situación podía ser aprovechada para trabajarla terapéuticamente en ese preciso momento (pues en Supervisión fue un tema revisado y no lo pude tocar durante la sesión). En dicha situación, yo terapeuta, estaría anteponiendo el “aquí y ahora” y la “relacionalidad” de la situación (Orden Técnico), a la libertad física de mi cliente (Orden Legal). Ella me miraría y me diría: “Pero esto es ridículo, por hoy no puedo quedarme más tiempo, además no puedes impedir que salga de éste consultorio”. Primer riesgo, ser un “terapeuta tiránico experto”, anteponiendo el Orden Técnico (lo que dicta mi teoría y supervisión) al Orden Legal (la no privación de la libertad). El que cree ser experto antepondrá en su orden la técnica sobre cualquier otro orden. Continuando con la situación a medida de ejemplo: Seguido, le suplico a María que no se vaya. Abro la puerta, pongo la llave en el escritorio (como un acto que denote a María mi “buena voluntad”, mas no mi verdadera intención) y le pido que se quede treinta minutos más, que estoy muy interesado en tocar el tema en ese momento, que no puedo esperar hasta la próxima semana, soy insistente y hasta derramo algunas lágrimas. Ella trata de explicarme las razones por las que tiene que retirarse, pero yo la interrumpo tajantemente. “Por favor, quédate un poco más, ¿sí?”. En dicha situación, yo terapeuta estaría anteponiendo “mi persistencia” (pues en mi escala de valores las cosas no deben de dejarse para mañana (Orden Moral)), a escuchar las razones por las que María no puede quedarse, comprender su voluntad (Orden Ético). Ella me miraría y me diría: “Nuevamente esto es ridículo, ni siquiera me das la oportunidad de explicarte lo que tengo que decirte, mi padre está encamado en el hospital y quiero irlo a ver”. Segundo riesgo, ser un “terapeuta tiránico moralizador”, anteponiendo el Orden Moral (no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy) al Orden Ético (el diálogo que propicia la confianza que hemos construido). El que cree ser moralizador antepondrá en su orden la moral sobre cualquier ética. El segundo de ellos es pretender anular un orden más bajo en nombre de uno más alto: una Tiranía (o ridículo) de Angelismo. Identifico dos angelismo comunes en nuestra práctica: a) Angelismo moral, que es pretender anular las exigencias legales (Orden Legal) en nombre de la moral (Orden Moral); podemos nombrarla la Tiranía de los Buenos Sentimientos. Un ejemplo común en México es el “terapeuta aficionado”, el que ha encontrado el sentido de su vida en la ayuda y auxilio del otro, aquel que no tiene una preparación adecuada en cualquier orientación psicoterapéutica, y sin embargo cree que con “el corazón” y sus buenas intenciones es suficiente. b) Angelismo ético, que es eliminar las exigencias morales del terapeuta (cada cual sabrá cuáles son) en nombre del Orden Ético. Es aquel terapeuta que sacrifica sus valores, sentimientos, frustraciones, y demás, en nombre del bien del otro, similar ha, “todo lo que necesitas es amor, pues el amor es suficiente”. Pienso en algunos acercamientos terapéuticos que anteponen el amor (optimista) a cualquier situación, creyendo que el “bien” siempre triunfará y que no hay cabida para la tristeza, pues todo en la vida está predestinado. Algo similar sucede cuando “cuidamos” a nuestro cliente de la angustia; solemos sacarlo de ahí con tal de calmar su angustia; nos gusta despedirnos con: “todo estará bien”, mientras damos un afectuoso abrazo. Conclusiones Desde el consultorio, ¿realmente exige nuestra práctica los cuatro órdenes propuestos? ¿Ser conscientes de nuestra posición dentro de los órdenes bastaría o deberíamos buscar un cumplimiento cabal? El modelo propuesto busca ser una referencia, no exige el cumplimiento cabal, pues, de ser así, esta propuesta sería un dogma en sí. Propongo aquí hacer conciencia de nuestras tiranías en el consultorio. ¿En qué situaciones suelo ser tiránico? ¿Existe una distinción entre los temas para asumirme tiránico? ¿Es sensible mi tiranía a los déficits como terapeuta (económicos, sexuales, etc.)? ¿Con qué tipo de clientes me comporto más tiránico moralizador? ¿Con cuáles me inclino más por una actitud de angelismo ético? ¿He ido atenuando mi tiranía con la experiencia o al contrario? Desde lo social, vivimos tiempos draconianos, de una crudeza severa y horrorizante. Las economías de mercado son el becerro de oro contemporáneo, situación que socialmente rumiamos sin reflexión; la admiración de lo material. Somos una sociedad destellada por la eficacia de la tecnología. El orden económico doblega todo; doblega las leyes haciéndolas sirvientes de intereses mezquinos; doblega a los hombres, aceptando la servidumbre moderna que promete una seguridad y una esperanza efímeras; y doblega a la sociedad misma, nuestras relaciones, réplicas mutadas de estereotipos mostrados por los medios de comunicación. La sociedad ha elegido obedecer. Ante esto, ¿qué se puede pensar? Los postmodernos declaran el fin de los tiempos, la llegada al último límite, “nada más hay que pensar pues todo ha sido ya pensado”. ¿Es tiempo entonces de cuestionar nuestra historia? Un “lo que fue” de melancolía apocalíptica. Referencias Bibliográficas Autores Varios. “Psicología Antología”. Ediciones Umbral. Pag. 29 Compte-Sponville, André. “El capitalismo, ¿es moral?”. Editorial Paidós. 2004. Pag. 57151. Compte-Sponville, André. “Diccionario Filosófico”. Paidós. España. 2005. Pag. 534. De Montaigne, Michel. “Los ensayos”. Acantilado. Barcelona. 2007. Pag. 158. 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