Vairoleto, Vallejos, Vital

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Vairoleto, Vallejos, Vital. De los bandidos rurales a los pibes chorros.
Por Francisco María Bompadre
“Demoré una vida en reconocer la más simple y
pura de las verdades patrióticas:
quien gobierne podrá contar, siempre,
con la cobardía incondicional de los argentinos”.
Andrés Rivera, El farmer.
Juan Bautista Vairoleto nació en una familia de inmigrantes italianos
hacia fines del siglo XIX, en un país donde la (de) generación del ´80
había trazado las líneas fundamentales del discurso racista sarmientino,
en la nefasta antinomia civilización-barbarie, hoy actualizada bajo el
maniqueísmo de piqueteros-ciudadanos (Repetto y Bompadre, 2004) en
el marco de la ideología de la inseguridad (Wacquant, 1999; Pita, 1999;
Zamorano, 2000; Biscay, 2002; Bompadre, 2004b). La región dónde
Vairoleto se construiría un lugar dentro del mito de los bandidos que
“robaban a los ricos para ayudar a los pobres” (Chumbita, 1974:8),
había sido incorporada a la “civilización” dentro del proyecto políticoeconómico más amplio, que decretaba el ingreso de la Argentina al
mercado capitalista mundial como país proveedor de materias primas,
fundamentalmente a las colonias inglesas del momento. En este sentido,
para dar comienzo al plan, se lleva a cabo un genocidio sobre el pueblonación indígena que fue mucho más allá de la apropiación de sus tierras.
Si bien el proyecto capitalista está en marcha, no es menos cierto que
en estas regiones las prácticas cotidianas se acercaban más a una
racionalidad de tipo feudal, con las características propias de la región.
Las distintas vicisitudes (políticas, económicas, climáticas, etc.) se
canalizaron en situaciones conflictivas, sobre las cuales en algunas
oportunidades se hizo eco la prensa nacional (Asquini y otros, 1999).
La violencia que el nuevo orden económico-social estableció, fue
acompañado no pocas veces con el brazo policial del poder, que fue
asumiendo poco a poco un lugar de odio ante los ojos de campesinos,
chacareros, puesteros, hacheros, peones, gauchos, paisanos, y pobres
en general. El poder policial no sólo cometía abusos de menor entidad
(prohibir pasar al galope frente a la Comisaría del lugar) sino que
también aprendió a tejer una serie de relaciones de corrupción
(Chumbita, 1974:13 y 1999:56; Etchenique, s/d), que en la actualidad
se perfeccionaría con una exquisita racionalidad empresarial de
recaudación ilegal y premios y castigos hacia dentro de la institución
policial (Vallespir, 2002; Sain, 2002; Correpi, 2004a).
Juan Bautista Vairoleto se crió en la localidad pampeana de Eduardo
Castex en una familia constituida por sus padres y hermanos
(socialización familiar), fue a la escuela hasta 5º grado (socialización
escolar), desarrolló múltiples trabajos (socialización laboral), incluso
realizó el servicio militar en el Regimiento 2 de Caballería en las afueras
de Ciudadela (provincia de Buenos Aires) donde aprendió y mejoró la
técnica de tiro al blanco, y hasta llegó a estar preso en dos ocasiones en
la cárcel de Santa Rosa (Chumbita, 1974 y 1999); es decir, lo que
puede verse en la biografía de Vairoleto es una clara presencia
socializante de las instituciones totales (Foucault, 2000). Pero también
influyeron en él las historias que le contó Francisco Alcante sobre
matreros y gauchos que se enfrentaban a los poderosos, como así
también cierta predisposición al oficio de resero, debido a la libertad con
que se lo podía ejercer. También aprendió de su padrino a ubicarse por
las estrellas, interpretar el vuelo de los pájaros, comunicarse con los
caballos, usar las boleadoras, conocer los caminos más olvidados y las
rastrilladas indígenas (Chumbita, 1999); es decir que Vairoleto poseía
muchas de las condiciones que se requerían en ese entonces para ser un
bandido rural. La historia de Juan Bautista parece ser más la de una
persona llevada paulatinamente por el destino y las circunstancias que
le tocaron en vida, que por la decisión meditada y racional de una forma
de vida elegida y libremente decidida: sus dotes de buen bailarín lo
llevaron a ganarse el lugar de preferido entre una (“la Dora”) de las 45
pupilas que trabajaban en los tres prostíbulos castences, los que
frecuentaban personalidades de todo tipo. Pero “la Dora” estaba en la
mira del gendarme Farache, y los problemas por ganar el lugar se
acrecentaron cuando el gendarme metió preso a Juan Bautista (bajo una
causa falsa) para vengar sus amenazas incumplidas por nuestro
bandido, y de paso despejar la ruta con la pupila en cuestión. Las
crónicas populares cuentan que el policía lo montó con rebenque y
espuelas (hasta hacerlo sangrar), aunque otras versiones indican que si
bien el suceso fue cierto, no fue en esa ocasión ni en esa comisaría ni en
ese pueblo (Chumbita, 1999:61). De cualquier forma, el hecho fue de
un abuso y una violencia desmesurada que acabaría por sellar el destino
de bala en la garganta del gendarme: nacía ese 4 de noviembre del año
1919 el mito de Juan Bautista Vairoleto. Sus hazañas, hechos, robos,
atracos, venganzas, etc., son bastante conocidos, y han traspasado las
fronteras de la provincia rápidamente. Lo que sí es preciso resaltar a los
fines de este artículo es el concepto de la aceptación popular que tenía
entre el pueblo, la decisión de robarles a los ricos y repartir entre los
pobres, y la restauración del honor agraviado en muchos paisanos y
chacareros por los poderosos (terratenientes, administradores,
gerentes, comerciantes, políticos) y la policía.
Marcos Vallejos nació en Villa Mercedes, también hacia fines del siglo
conquistador de las pampas. A diferencia de los Vairoleto, la familia
Vallejos no estaba “tan bien constituida”: Marcos era hermano-primo de
Pablo Vallejos, puesto que su padre mantenía relaciones concubinarias
con las hermanas Virginia y Agustina Moreira (madres de Marcos y Pablo
respectivamente, quienes sólo se llevaban 7 meses de diferencia etaria);
incluso el hogar económicamente era más precario que el de la familia
Vairoleto (Etchenique, s/d). La falta de socialización (1) de Marcos
Vallejos y su hermano (no fueron a la escuela, no se le conoce trabajo
alguno y son desertores del Ejército) es una clara diferencia con
Vairoleto, quién como expresamos antes, había interactuado bajo
distintas instituciones socializantes. Marcos “El Gaucho” Vallejos
tampoco tendría el carácter de restaurador de un cierto orden violado
por los poderosos, ni tampoco la generosidad que caracterizaba a
Vairoleto en el reparto de los botines. A diferencia de Juan Bautista no
tenía contactos con caudillos políticos ni con ciertos policías. Pero otras
características les eran comunes, además de ser los dos Bandidos
Rurales (incluso de haber actuado juntos durante un tiempo), habían
tenido breves contactos con el anarquismo (aunque por diferentes
caminos) y ambos habían estado presos en diferentes provincias
(Etchenique, s/d; Chumbita, 1974).
Víctor Manuel “El Frente” Vital murió a los 17 años de edad, en la
mañana del 6 de febrero del año 1999, bajo el “gatillo fácil” de las balas
de “La Bonaerense” en una villa miseria del conurbano: una de las 1500
personas asesinadas por las fuerzas de seguridad desde la vuelta de la
democracia formal (Correpi, 2004b). “El Frente” tuvo una vida
vertiginosa, con sólo 17 años había cometido muchísimos robos, se
había tiroteado con la policía y había estado en institutos de menores. A
medida que su carrera de “pibe chorro” fue creciendo en fama y las
conquistas femeninas se sucedían entre las mujeres de los alrededores,
fue imponiendo un orden determinado hacia dentro de la villa, incluso a
los tiros de ser necesario: no se roba a los vecinos, no se roba a los
pobres, no se roba a los niños ni a los viejos. Esto solo, ya era una
actitud que lo diferenciaba del resto de los pibes de la villa o incluso de
su banda (véase una comparación entre códigos de delincuentes viejos y
nuevos, Isla, 2002 y Míguez, 2002); pero Víctor Manuel Vital además
repartía los botines de sus éxitos expropiatorios. Las villas San
Francisco, la 25 y La Esperanza (en el conurbano bonaerense) aún
recuerdan el mítico atraco a un camión de La Serenísima que “El Frente”
condujo hasta la villa, luego de lo cual empezó a repartir yogures y
quesos entre sus pobladores (Alarcón, 2004), o cuando vistió la villa con
camisas Lacoste luego de robar una camión que las transportaba, o bien
las comidas gratuitas que organizaba en su casa y que solventaba con lo
obtenido de sus botines (Míguez, 2004). Como un nuevo Vairoleto
urbano, Víctor Manuel Vital robaba y repartía. Y además vengaba ciertos
desvíos a los códigos que él imponía en la villa.
Hoy se ve claramente en distintos barrios, asentamientos y villas
miseria del país, cómo niños y adolescentes dejan de asistir a la
escuela-pedagógica para concurrir a la escuela-comedor; dejan de
socializarse en una cultura del trabajo para vivir una estética del
consumo (al que encima no pueden acceder por medios legítimos) y los
que poseen algún tipo de trabajo se relaciona más con planes sociales,
subsidios, changas, etc. que con un trabajo con todos los derechos del
constitucionalismo social; respecto al Ejército, con la derogación del
servicio militar obligatorio a instancias del caso Carrasco (pero
hábilmente impulsado por los sectores neoliberales del Ejército
Argentino), la institución castrense ya no implica la primera ducha de
agua caliente para los jóvenes pobres, ni las tres o cuatro comidas al
día, ni más de una muda de ropa como supo hacerlo en algún momento;
la cárcel o institutos de menores ya no disciplinan en una cultura de
trabajo ni aspiran a concretar ninguna de las variantes de las ideologías
“re”: resocialización, reeducación, reinserción social (Zaffaroni, 1997a y
1997b; Mapelli Caffarena, 1997; Aguirre, 1999; Valdez Morales, 1999;
Elbert y otros, 2000; Espino y Biscay, 2001; Arnedo y Foglia, 2001;
Bompadre, 2002b; Daroqui, 2002; Rivera Beiras, 2003); por el contrario
sabemos que asistimos a una cárcel-depósito (neoleprosarios) en dónde
los “otros” (delincuente, piquetero, inmigrante, trabajadores en estado
de prostitución, marginales, drogadictos pobres, etc.) construidos en
buena medida por el dispositivo de los medios masivos de comunicación
son arrojados esperando que no salgan más de allí adentro; al mismo
tiempo que el espacio carcelario se reconvierte en una cotizada
mercancía empresarial bajo el neoliberalismo (Christie, 1993; Elbert,
1999; Wacquant, 2000; Neuman, 2001; Bompadre, 2002a; Iadarola y
otros, 2002).
En nuestros días, el positivismo criminológico (Todo es Historia, 1981;
Zaffaroni, 1998; Elbert, 2001; Aguirre, 2002; Murillo, 2002; Carofile,
2003; Sozzo, 2004; Caimari, 2004) sigue operando su racionalidad
estigmatizante, y en este caso la Policía se asume con uno de los
mecanismos de gobierno (Foucault, 1983) más importantes y
omnipresentes (2). Las cárceles, los institutos de menores, comisarías y
zonas desfavorecidas son una evidencia de los Vallejos urbanos que
siguen viviendo. Y aquí entra a jugar la postura de Chumbita (3) al
establecer que difícilmente pueda surgir un nuevo Vairoleto en la zona
rural actual; sin embargo, y más allá de las condiciones que hacen
imposible la aparición de nuevos bandidos rurales (desde el profundo
cambio en la estructura agraria en el campo argentino, dónde sólo en la
década de los 90 se perdieron en concentraciones de tierra unos 200 mil
establecimientos de pequeños y medianos productores, con la
consiguiente migración de población rural; sumado a la disposición
tecnológica actual para reprimir o hacer inteligencia sobre los circuitos
corrientes que protegen a los bandidos rurales, como así también la
bancarización progresiva de los pagos en la economía rural que
imposibilitan los grandes asaltos en efectivo, sin olvidar la capacidad de
seguridad privada existente y disponible para los grandes propietarios
de tierras) si es posible la traspolación que se enmarca en una nueva
cartografía urbana (Dillon y Cossio, 1998; Díaz, 2002; Beltrán y
Heredia, 2002; Svampa, 2002; Martín, 2003) que cada vez crece más
polarizantemente: desde los barrios cerrados, countries, shoppings,
complejos cinematográficos, centros educativos privados, etc., a los
barrios planificados, las villas miserias, los espacios empobrecidos,
asentamientos de tierras, tomas de fábricas abandonadas donde vivir,
zonas liberadas de toda autoridad estatal, etc. Y una clara prueba de
cómo ciertas racionalidades del poder se mantienen está dado por la
creación de la Gendarmería Nacional para dar con el Bandido Rural
“Mate Cocido” (Chumbita, 1999), y saturación del conurbano
bonaerense con gendarmes para que los villeros que se animan a dar el
paso (no pensemos sólo en ciertos pibes chorros, sino también en los
piqueteros por ejemplo, véase Bompadre, 2004a) estén más
represaliados, controlados, intimidados y seguidos de cerca.
Cuando Etchenique (4) expresa que no tener título de propietario (véase
Pegoraro, 1996) o no tener un certificado de trabajo, era muy peligroso
para el sujeto de aquellos años y lo podía llevar a la comisaría o al fortín
de frontera contra el indio (véase también Galeano, 1998; Caravelos y
Córica, 2002; Cansanello, 2002) baste relacionarlo hoy en día con niños
y adolescentes de los barrios marginales que, por ejemplo en la ciudad
de Santa Rosa, no pueden acceder al centro de la ciudad porque son
sistemáticamente demorados por averiguación de antecedentes y/o
medios lícitos de vida (5), verdugueados, molestados y detenidos por
agentes de la policía provincial (Bompadre, 2003). Las continuidades del
poder siguen operando, aunque cambien los nombres y la geografía se
desplace.
Luego de muerto, a Vairoleto le atribuyen poderes que lo convierten en
un “santo pagano” donde su tumba es objeto de culto sistemático
(Chumbita, 1974), y al “Frente” Vital también, según dicen en la villa le
asignan la capacidad de doblar las balas de la policía y su tumba recibe
el alcohol derramado como ofrenda de aquellos a quienes “el Frente”
deberá proteger y salvar de la muerte, convirtiéndose en el “santo de
los pibes chorros” (Alarcón, 2004), revelando la moral vigente de un
sector social (Míguez, 2004). Juan Bautista dejó las iniciales de su
nombre gravadas a tiros en algún molino de la provincia de La Pampa
(Chumbita, 1999) y Víctor Manuel tenía la “V” grabada en las ampulosas
zapatillas que bajo una nueva estética ahora usan los pibes chorros
(Alarcón, 2004); ambos, utilizaban sus nombres como simbología del
poder y un reconocible orden que les seguía tras sus pasos. Ambos
habían aprendidos historias y códigos de sus mayores. Ambos contaban
con una extensa red social de protección y un preciso saber sobre los
circuitos necesarios para escapar de la policía, curarse las heridas o
preparar los futuros golpes. Y ambos se animaron.
Etchenique expresó que la vida de los Bandidos Rurales durante buena
parte del tiempo no se diferencia notoriamente de la del resto de los
paisanos, hacheros, peones, chacareros, etc.; y que en todo caso los
Bandidos Rurales son los que en determinado momento se animan a dar
el paso hacia delante (6). En este sentido también los estudios
empíricos cualitativos establecen que las actividades de los Pibes
Chorros se divide en trabajo informal, changas y delito (Tonkonoff,
2001; Kessler, 2002a y 2002b). Si bien pareciera que los Bandidos
Rurales no se dedican a tiempo completo a robar a los ricos y a
desagraviar el honor de los sometidos frente a los poderosos, tampoco
los Pibes Chorros se la pasan todo el día robando. Dando por
descontado que los tiempos cambiaron desde aquella época a la actual
(Minujín, 1993; Ascuy, 1994; Minujín y Kessler, 1995; Beccaria y López,
1997; Lo Vuolo, 1998; Lumerman, 1998; Bauman, 1999; Svampa,
2000; Young, 2001; Beccaria, 2001 y 2002; Stolowicz, 2002; Isla,
2002; Míguez, 2002; Torrado, 2004), no menos cierto es la pregunta
que me hice desde que comencé a relacionar estas dos formas de
manifestaciones sociales: ¿Por qué nos provoca tanta admiración el
gaucho que se anima a enfrentarse contra un orden injusto?, ¿por qué
provoca tanta repulsión la vida de los bandidos urbanos?
La mirada convencional nos plantea la violación -de los protagonistas de
este artículo- al orden establecido, volviendo la situación a la guerra de
todo hombre contra todo hombre (Hobbes, 1997); sin embargo, una
visión distinta parte de comprender la guerra de todo hombre contra
todo hombre continuada y canalizada a través de las instituciones
sociales, invirtiéndose la famosa frase de von Clausewitz “la guerra es la
continuación de la política por otros medios”, por la foucaultiana que
establece que “la política es la continuación de la guerra por otros
medios” (Foucault, 2001), con lo cual nuestros protagonistas no
vendrían a irrumpir un cierto orden libremente convenido, sino, todo lo
contrario: rebelarse frente a un orden impuesto por la fuerza, lo cual
está muy lejos de que lo consideremos una forma prerrevolucionaria de
la violencia (Carri, 2001).
Notas.
(*) Ponencia presentada en el IV Seminario Nacional e Internacional de
Derecho Penal y Criminología Comisión III: Criminología. Discursos y
prácticas político criminales hegemónicas en la Argentina Actual.
Universidad Nacional de La Pampa, Facultad de Ciencias Económicas y
Jurídicas, 21, 22 y 23 de octubre de 2004.
(1). Esta idea fue expresada por Jorge Etchenique en la charla que
brindó sobre Marcos Vallejos en el Salón del Concejo Deliberante de
Santa Rosa, en el marco de las jornadas sobre Bandidos Rurales
organizadas por la Asociación Pampeana de Escritores (APE), el día
viernes 11 de junio del año 2004.
(2). Gobierno en el sentido de capacidad de estructurar las posibles
conductas de los otros, los gobernados, véase Foucault, “The Subject
and Power”, 1983.
(3). Esta idea fue expresada por Hugo Chumbita en la charla que brindó
sobre Juan Bautista Vairoleto en el Salón del Concejo Deliberante de
Santa Rosa, en el marco de las jornadas sobre Bandidos Rurales
organizadas por la Asociación Pampeana de Escritores (APE), el día
viernes 11 de junio del año 2004.
(4). Véase nota 1. Sobre el tema puede consultarse Blando, Detención
policial por averiguación de antecedentes, 2000; Caravelos y Córica, “La
detención por averiguación de Antecedentes”, 2002; y Caravelos,
“Documentos, por favor. La policía en las calles”, 2003, también Carrió,
“Pelilargos y edictos policiales (o el caso ´Melena vamos´)”, 2000; para
la situación en Chile, ver Baeza Urbina, “Control de identidad”, 2001.
(5). Artículo 9º, inciso 3); de la Ley Orgánica de la Policía de la Provincia
de La Pampa.
(6). Véase nota 1.
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