Verdad y Misericordia, la Iglesia madre y maestra para con sus hijos

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Verdad y Misericordia, la Iglesia madre y maestra para con sus hijos en
situación de adulterioi
Desde una perspectiva de familia
José A. Durand Mendioroz
Sumario
I. La Iglesia, madre y maestra de la humanidad.
II. El matrimonio sacramental ¿principio ontológico o regla moral? Pag. 3
III. La Iglesia como Madre, compañera en el camino de la salvación. Pag. 8
IV. Distinción y articulación entre fe y cultura. Pag. 14
Epílogo
Pag. 17
Oración Final Pag 19
Notas
Pag. 20
I. La Iglesia, madre y maestra de la humanidad. En este trabajo nos
proponemos transmitir lo que la Iglesia nos enseña como Maestra con relación al
matrimonio (cap. II); luego, su actitud maternal: cercana, compasiva y
comprometida hacia sus hijos que viven en la contingencia del adulterio (III);
para finalmente, considerar la distinción y articulación entre fe y cultura, dado
que una de las principales vías de ataque a la institución del matrimonio proviene
de la imposición de los valores culturales del relativismo (IV).
Equívocos y precisiones. Conviene, previamente, poner de manifiesto
algunos equívocos y formular alguna precisión. El “Instrumentum Laboris” para
el Sínodo de Obispos del año 2015, tras reseñar las posturas antagónicas respecto
de la admisión a la Eucaristía de quienes denomina “los divorciados vueltos a
casar”ii consigna: “Para afrontar la temática apenas citada, existe un común acuerdo sobre la
hipótesis de un itinerario de reconciliación o camino penitencial, bajo la autoridad del Obispo,
para los fieles divorciados vueltos a casar civilmente, que se encuentran en situación de
convivencia irreversible”iii
Teniendo en cuenta que hasta el final del Sínodo Extraordinario de 2014
se mantuvieron las posiciones enfrentadas en esta materia, dicha afirmación
causó alguna conmoción, dando a imaginar que hubiese existido una ulterior
convergencia en posiciones, de suyo, de naturaleza inconciliables. Esto ha dado
lugar a numerosas interpretaciones. iv Al parecer se trata de una afirmación
equívoca. Es como si en un ejército se debatiese si debe atacar o replegarse;
entonces le informan al Rey: “Existe un común acuerdo sobre la hipótesis de que nuestras
fuerzas deben ponerse en movimiento, bajo la autoridad del general”. Cosa análoga ocurre
con la vía penitencial. Está claro que hay que transitarla pero… ¿para qué?, ¿hacia
dónde?
El Instrumentum se refiere, pues, a “los divorciados vueltos a casar”,
expresión claramente equívoca (dado que en la Iglesia no hay “divorcio” ni
segundo matrimonio habilitado por aquel); en tanto el Santo Padre en la
Audiencia General del pasado 5 de agosto de 2015, al tratar –precisamente- este
tema, hizo referencia a “aquellos que, después del irreversible fracaso de su
vínculo matrimonial, han comenzado una nueva unión”; y también a “los
bautizados que han establecido una nueva convivencia después del fracaso del
matrimonio sacramental”. Es decir, llamó a las cosas por su nombre: matrimonio
al matrimonio, y “unión” o “nueva convivencia”, a la situación de adulterio.
Verdad y Misericordia en la catequesis papal. Luego el Pontífice
expresó que “La Iglesia sabe bien que una situación tal contradice el
Sacramento cristiano”. La frase es concluyente: tal situación (nueva
convivencia) tiene “per se” una contradicción con el sacramento del Matrimonio
instituido por el Señor. Y es el Papa quien se hace la voz del “saber” de la
Iglesia en su función de maestra, no de la opinión de alguna escuela o de un
teólogo. No cabe sino concluir entonces, que aquella situación que contradice el
Sacramento matrimonial es incompatible con el acceso al Sacramento eucarístico.
Acto seguido el Santo Padre afirmó que la Iglesia, de todos modos, “busca
siempre el bien y la salvación de las personas”. Y esto no significa un “pero”
sino una mención ineludible a la otra función de la Iglesia, la de ser madre, que
procura siempre el bien de sus hijos. Maternidad y magisterio no son antitéticos,
sino principios “coinherentes”. En la Iglesia no hay magisterio sin maternidad ni
maternidad sin magisterio; lo que equivale a decir: no hay Verdad auténtica sin
Misericordia, ni verdadera Misericordia sin Verdad. Como hijos le decimos
“Madre, ¡nunca dejes de amarme!” y también le suplicamos: “Nunca me mientas,
¡enséñame siempre la verdad!”
¿Cuáles son los medios pastorales, para el Papa, en orden al bien y la
salvación de aquellos hermanos “que han establecido una nueva convivencia
después del fracaso del matrimonio sacramental”? Pues que desarrollen, con la
fraterna acogida de la comunidad “cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con
la oración, con la escucha de la Palabra de Dios, asistiendo a la liturgia, con la educación
cristiana de los hijos, con la caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y
la paz.” La vía penitencial debería encaminar, gradualmente, hacia el cese de toda
situación que contradiga la voluntad de Dios.
II. El matrimonio sacramental ¿principio ontológico o regla moral?
La unidad ontológica establecida por el Creador desde el principio. El
cardenal Caffarra ha tenido la virtud de centrar esta cuestión en lo esencial: la
indisolubilidad del matrimonio proviene de la unidad ontológica entre
varón y mujer establecida por el Creador desde el principio y restaurada
por el Salvador por el don de la Gracia v. El sacramento del matrimonio en su
esencia consiste en una acción divina que “unifica” a marido y mujer, tanto en lo
carnal como en lo espiritualvi. ¡Nada menos! De allí que San Pablo, inspirado por
el Espíritu Santo, exclamara “gran misterio es este” (Cfr. en su contexto, Efesios
5, 21-33).
La indisolubilidad es la necesaria consecuencia de la unidad ontológica
instaurada por la Gracia entre los cónyuges y entre éstos y Cristo, formando entre
todos una sola Alianza. Benedicto XVI distingue entre el fracaso de la
comunidad de vida matrimonial y la pervivencia del matrimonio como
sacramento, al referirse a la situación de los fieles que “tras el fracaso de una
comunidad de vida matrimonial (no el fracaso del matrimonio como tal, que
permanece en cuanto sacramento), han establecido una nueva unión y conviven
sin el vínculo sacramental del matrimonio”.vii
Y como el ser se manifiesta en el obrarviii; en el orden moral tenemos como
correlato de la ontología del matrimonio, el principio operativo de la fidelidad a
la Alianza por parte de los cónyuges, Alianza ésta de la que –como dijimos- es
parte integrante el propio Cristo. En la economía de la Salvación, pues, se nos
manifiesta en primer lugar, el diseño original del matrimonio por el Creador;
luego la herida infligida por el pecado original y, finalmente la restauración de la
institución matrimonial por los méritos de Cristoix. Lo cual se proyecta como
mandato hacia las conductas humanas, no sólo desde la ley divina (expresamente
promulgada por Dios) sino también desde la ley moral naturalx.
Por designio del Creador, varón y mujer sólo pueden experimentar la
plenitud de la entrega sexual en el ámbito del matrimonio, único ámbito donde se
honra la sacramentalidad del cuerpo humano xi . Es sólo en el “acto conyugal”
donde el amor erótico, abierto a la comunicación de la vida, es santo. En
consecuencia para los bautizados el acto sexual fuera del matrimonio es
fornicación. Ahora bien, la fornicación se especifica como adulterio cuando en
ella participan una o ambas personas casadas. “La intrínseca malicia del acto
adúltero consiste en el hecho de que la libertad del adúltero niega la verdad de la
sexualidad humana.”xii
Podríamos decir, en términos jurídicos, que el adulterio constituye un
agravante respecto de la simple fornicación porque el adúltero no sólo atenta
contra la santidad del cuerpo, sino también contra la acción “unificadora” de la
gracia del sacramento (en primer lugar) y –como derivación- contra el derecho
del cónyuge legítimo. “La Iglesia sabe bien que una situación tal contradice el
Sacramento cristiano”, en las ya citadas palabras de Francisco.
La indisolubilidad, pues, es el efecto necesario de la unidad ontológica
instituida por el sacramento y no solamente una regla, norma o ley moral. Si
fuese solamente esto último, el compromiso solemne entre los contrayentes,
libremente asumido y bendecido por la Iglesia, paradójicamente, podría admitir
excepciones en situaciones puntuales y gravísimas. Empero “(…) la
indisolubilidad no surge exclusiva o principalmente de la mutua obligación
asumida (…) sino de la acción de Dios que inscribe la significación
sacramental.”xiii
Primero, por supuesto, debe darse el libre consentimiento de los
contrayentes: “Dios no actúa nunca contra, o prescindiendo de, la libertad de la
persona.” Ahora bien, el consentimiento hace posible la acción de Dios: “que
consiste en “(…) un acontecimiento que implica y trasciende a los
contrayentes. Su consentimiento los arraiga definitivamente en el misterio, y la
clave de este arraigo es la indisolubilidad. Lo que Dios dona, permanece para
siempre: Él no se arrepiente de sus dones.”xiv
“La persona casada está ontológicamente –en su ser- consagrada a Cristo,
conformada a Él. El vínculo conyugal nace del mismo Dios, a través del
consentimiento entre dos personas.”xv Es así que, en la enseñanza del cardenal
Antonelli,
“los creyentes que en el bautismo han sido incorporados a Cristo individua
lmente, en el matrimonio se incorporan a Él como pareja, llamados a
ser un símbolo concreto, representación y participación, de la alianza espon
sal de Cristo con la Iglesia. El vínculo conyugal, como el carácter bauti
smal y como otros dones, puede ser rechazado pero no anulado”.xvi
Tal es el grado de inherencia de Cristo a la Alianza matrimonial que, el rechazo
de aquella “comunidad de vida” por parte de uno o de ambos cónyuges, implica
realmente el rechazo al propio Cristo.
En conclusión, si la indisolubilidad del matrimonio fuera la consecuencia
de un compromiso moral sería admisible la configuración de alguna excepción en
casos de suficiente gravedad. Excepción ésta que confirmaría la regla. Pero, en
cambio, siendo la indisolubilidad el efecto directo de la unidad ontológica
establecida por la gracia de Cristo, una sola excepción que se admitiese implicaría
conceptualmente la destrucción de su fundamento, que es la propia “actio
Christi”, lo que es inaceptable. En la práctica esto equivaldría a la relativización
del principio de unidad ontológica, para pasar a ser una materia “disponible” por
parte de la autoridad eclesiástica.
La Alianza “filial”. Otra enseñanza preciosa y complementaria de lo
antes expuesto, es la del P. Bojorge, centrada en la filiación divina del
bautizado y en la obediencia de los hijos al Padre.xvii Este autor enseña que
“es justo, para Dios, el hombre que escucha la palabra de Dios y la cumple.
Como le dice Jesús a la mujer que proclamaba dichosos "el seno que te llevó y los
pechos que te amamantaron": "Bienaventurados más bien los que escuchan la
palabra de Dios y la guardan" (Lucas 11, 28). Enderezando la alabanza de la
mujer, Jesús proclama bienaventurada, justa, a su madre, por haber escuchado,
guardado en su Corazón y cumplido la Palabra que se le dirigió.”
Sigue el mismo autor: La palabra de Jesús es la palabra del Padre: Él
mismo es el Verbo del Padre. “En el Nuevo Testamento, o nueva Alianza, o
Alianza filial por ser sellada en la sangre del Hijo Único, Dios habla por medio de
su Hijo - su Verbo hecho hombre - y somos invitados a escucharlo, creerle y vivir
según sus enseñanzas: "Este es mi hijo amado, escuchadlo" (Marcos 9,7 y
paralelos). Escuchar la Palabra de Dios y obedecerle poniéndola en práctica, es,
según Jesús, la forma de entrar en parentesco con él, haciéndose hijo con el Hijo:
"Quien cumpla la voluntad de Dios [mi Padre], ése es mi hermano, mi hermana y
mi madre" (Marcos 3, 35; ver Mateo 12, 50; Lucas 8, 21).”
“Estamos pues invitados a la justicia filial. Esta es la nueva y definitiva
justicia, insuperable e insuperada a los ojos de Dios: ser hijos como el Hijo, hijos
en el Hijo: obedientes como el Hijo, glorificadores del Padre como el Hijo, en
todo semejantes a Cristo y al Padre: en la perfección de la caridad, en la
misericordia, en la santidad.”xviii
En conclusión, de acuerdo a la justicia debida por los hijos al Padre, la
obediencia, en lo que nos atañe, implica no cometer adulterio; y ante algunas
situaciones particularmente complejas de quienes conviven a modo conyugal sin
el vínculo del matrimonio, la obediencia –delicada y amorosa- del hijo, consistirá
en no sentarse a la mesa (eucarística) del Padre, en tanto subsista la conducta que
lo impide.
La injusticia del adulterio. El ángulo de aproximación al tema de Pérez
Soba enriquece nuestro análisis, al considerar la justicia en tanto virtud moral
que procura dar a cada uno lo suyo en el matrimonio. La comprensión del
papel de la justicia en el matrimonio, para este autor, “ha sido clave en toda la
historia de la Iglesia para reconocer los bienes objetivos que están implicados y la
xix
importancia de defender estos bienes por la importancia que tienen para las
personas. Evitar la injusticia del adulterio es, sin duda, un modo eminente de
«realizar la verdad en el amor» (Ef 4,15).”
En coherencia con lo que se viene reflexionando, se transcriben los
siguientes párrafos de este autor: “La evidente expresión objetiva del
adulterio es tener relaciones sexuales con una persona distinta de su mujer
o su marido. Es de esto de lo que una persona en la situación de una nueva
unión se tiene que arrepentir. No se trata de una cuestión secundaria, porque nos
hallamos ante el amor esponsal que se expresa en el cuerpo y que en dicha
manifestación corporal encuentra su verdad.”
“El valor de la justicia es tal que no se puede perdonar un pecado de
injusticia si no existe en el penitente la voluntad eficaz de reparar la injusticia o de
restituir el daño. Este principio moral está de tal modo ligado a la realidad de lo
justo que nunca se ha tenido tal exigencia como si fuese un límite a la
misericordia, sino un modo de reconocer la verdad de la misericordia que cambia
el corazón de las personas.”
“Así pues, para poder perdonar el pecado de adulterio cometido por una
persona que ha incurrido en una nueva unión después de su matrimonio, debe
exigírsele tener la intención de no adulterar más, es decir, de no tener relaciones
sexuales con ninguna persona fuera de su verdadero cónyuge. Este es el criterio
que debe guiar cualquier «via poenitentialis» propuesta para los divorciados que
han contraído una nueva unión.”
Con estas apretadas referencias a la unidad ontológica del matrimonio
dispuesta desde el Principio, a la obediencia filial a la Palabra del Padre y a la
objetividad de la injusticia del adulterio, concluimos esta parte de la exposición;
pasando a contrastar esta formidable belleza de la doctrina católica (pobremente
expuesta por el autor de estas líneas) con el mortal embate que le plantea la
dictadura del relativismo.xx
“Yo les he dado tu palabra y el mundo les ha tomado odio, porque ellos ya
no son del mundo, así como Yo no soy del mundo. No ruego para que los
quites del mundo, sino para que los preserves del Maligno.”
(Jn. XVII, 14-15)
III. La Iglesia como Madre, compañera en el camino de la
salvación.
“Nobis quoque peccatoribus”. Considero necesario afirmar que estas
reflexiones no se realizan desde la impecabilidad de quien las escribe, ni desde un
absurdo y mezquino complejo de superioridad de quienes –por la Gracia de
Dios, más que por mérito propio- no vivimos en una relación de adulterio. Pero
que también somos pecadores… ¿podríamos acaso tirar la primera piedra? Aquel
fariseo que oraba a Dios jactándose de sus virtudes ¡no salió justificado! sino
quien se reconoció pecador sin atreverse a levantar los ojos al cielo… ¿Cómo
puede sorprender a algunos la solicitud de la Iglesia, madre, hacia sus hijos que
viven en situación de adulterio? ¿Cómo puede alguien escandalizarse porque el
Santo Padre recuerde que quienes se encuentran en esa situación no están
excomulgados?
Cuando los fariseos murmuraban por la misericordia mostrada a los
publicanos y pecadores, el Señor dijo: “En el cielo será mayor la alegría por un
pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de
arrepentimiento”. Si la aplicación de esta enseñanza en este asunto hoy nos
causara indignación, como al hermano mayor del hijo pródigo, sería porque nos
hemos olvidado de nuestra condición de pecadores.
¿Cómo podemos leer? “Vosotros los que hacéis injusticia y despojáis (...) a
vuestros hermanos (…) ¿No sabéis que los inicuos no heredarán el reino de
Dios? No os hagáis ilusiones. Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los
adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los
avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña,
heredarán el reino de Diosxxi” y tras ello, limitarnos a decir “¡no os hagáis
ilusiones! … ¡Los adúlteros no heredarán el reino de Dios”
A diferencia de muchas situaciones de pecado, el adulterio por lo general
es público, y lo es donde más duele, entre los más cercanos, en el ámbito de la
Iglesia particular; de la escuela, del vecindario… lo que conlleva la posibilidad de
causar heridas injustas, inclusive a seres inocentes, como los hijos de la nueva
convivencia. Pero también es cierto que quien muriese como un adúltero pertinaz
e impenitente no heredará el reino. La gravedad del pecado de adulterio es real y
objetiva. Por lo cual es necesario mantener una cercanía fraterna y no privarlo de
la verdad, por su propio bien.
Esto que parece tan evidente se viene a complicar en la actualidad con la
pretensión de no pocos pastores en orden a que los criterios del mundo
modifiquen la doctrina de Cristo sobre la Alianza matrimonial y sobre la
Eucaristía. Son los partidarios de la “excepción en casos extremos” sobre las
consecuencias del adulterio. Excepción ésta, que quebraría el principio de la
unidad ontológica del sacramento y que –por su labilidad- podría tener el efecto
de pasar a ser la nueva regla.
Ante ello, se han suscitado desde todas las geografías del orbe católico una
serie de respuestas, necesarias, comprensibles, razonables, en defensa de la
verdad, que es coinherente a la verdadera misericordia hacia el pecador. Entre
estas respuestas, es probable que haya algunas “contaminadas” ideológicamente o
que tengan el “tufillo” farisaico de quienes señalan con el dedo al pecador.
Es imprescindible, pues, hacer esta doble distinción: la cercanía de la
Iglesia con quienes viven en adulterio es perfectamente evangélica y no implica
de ningún modo consentir con la ideología, de matriz heterodoxa, que pretende
justificar -al menos en algunos casos- dicho adulterio. Luego, saber discernir
entre la auténtica y necesaria profesión de fe “en el Evangelio de la
indisolubilidad del matrimonio”; y algunas protestas que a veces pueden ser
ideológicas o de espíritu farisaico.
El principio (o ley) de gradualidad y el error de “la gradualidad de
la ley”. La enseñanza de S Juan Pablo II es clave en la resolución del desafío que
se plantea, en definitiva, el tratamiento verdaderamente misericordioso para
quienes están en la situación que nos ocupa. Pero quizás para el lego no resulte
suficientemente clara la antinomia que encabeza este párrafo.
El principioxxii (o ley) de gradualidad consiste en el proceso de quien vive
en una situación de pecado en circunstancias muy difíciles y que, siguiendo sus
propios tiempos y etapas, se encamina a la conversión. Cada persona es un
universo y su situación debe ser comprendida en forma “personalizada” para
poder acompañarla –como Iglesia- con cercanía, compasión y misericordia. La
acción pastoral consiste en acompañar esas etapas de lo que, con propiedad,
podría llamarse una vía penitencial que acerca al fiel a la Reconciliación. Es
importante destacar que el fiel durante todo el proceso tiene un profundo sentido
de pertenencia a la Iglesia y tiene –a medida que progresa- cada vez más claro
cuál es la meta a la que hay que llegar.
Ennio Antonelli recuerda la enseñanza al respecto del Papa Wojtyla:
“San Juan Pablo II acuñó una imagen muy sugestiva que luego repitió varia
s veces a partir del discurso que pronunció en Kinshasa el 3 de mayo de
1980.
El Papa frecuentemente recomendaba a los pastores de la Iglesia que
no abajaran la montaña, sino que ayudaran a los creyentes a subirla
con su proprio paso. Por su parte, los fieles no deben renunciar a subir a l
a cúspide; deben buscar sinceramente el bien y la voluntad de Dios. Solamente al
amparo de esta actitud fundamental se puede desarrollar un camino positiv
o de conversión y de crecimiento, sin que sea obstáculo que los pasos sean
pequeños e, incluso, en ocasiones hasta desviados”xxiii
Siguiendo con la doctrina del Papa polaco, Antonelli, refiriéndose a los
cristianos que llegan a encontrarse en situaciones “que se presentan como
particularmente delicadas y casi insolubles” expresa: “Ante ellos, es necesario
atenerse a dos principios complementarios: compasión y misericordia, y
verdad y coherencia. A la luz de estos principios se puede caminar “hacia una
reconciliación plena, a la hora que solo la providencia conoce”.
Las derivaciones de estos principios, pueden sintetizarse de este modo: 1)
“quien se compromete seriamente en un camino de vida cristiana recibirá a
ntes o después la gracia de la plena conversión y reconciliación de modo
que pueda recibir los sacramentos o al menos la gracia de alcanzar la salva
ción eterna al término de la vida terrena. En esta perspectiva se armonizan
la confianza firme en la misericordia de Dios y el respeto a la verdad”; 2)
el camino que prepara la plena reconciliación comprende también «la repetici
ón frecuente de actos de fe, de esperanza y de caridad, de dolor lo más p
erfecto
posible»
(…) Quizás no llegan a aquella perfección necesaria para obtener la justifica
ción del pecador, pero sirven al menos para prepararla”; 3) La comunión
espiritual
“en
este
caso”
es
el
“deseo de recibir la Eucaristía o de parte de un justo que no puede recibir
la por una circunstancia accidental o de parte de un pecador que se encuen
tra impedido por una situación de vida incompatible con ella. En el primer
caso, la persona justa a través del deseo recibe un aumento de gracia santif
icante;
en
el segundo, el pecador recibe una ayuda que lo prepara a la plena conversi
ón y a la justificación.”
Es que... ¿Cómo no va a devolver Cristo Misericordioso el ciento por
unoxxiv a aquellos que tenazmente han perseverado en la voluntad de rogar, de
implorar perdón al Padre, aunque sus circunstancias y sus debilidades hayan
tornado muy difícil su plena conversión? Cada cual, a su paso y en sus tiempos,
que también son los tiempos de la pedagogía divina, recorrerá su propia “via
poenitentialis” y –Dios mediante- llegará a la perfecta reconciliación y comunión.
Una cosa muy distinta es, en cambio, el concepto de “gradualidad
de
la
ley”.
Explica
Antonelli
que
no
se
puede hablar de gradualidad de la ley «como si hubiera varios grados o for
mas de precepto en la ley divina para los diversos hombres y situaciones» (
…)
la norma moral obliga siempre y a todos; no debe ser considerada «como
un ideal que después debe ser adaptado» a las concretas posibilidades del
hombre
(…)
No es gradual la obligación de hacer el bien, sino que es gradual la capaci
dad de hacerlo.” xxv También suele ser gradual, agregamos, la capacidad de
conocerlo.
Poco antes decíamos que cada persona es un universo, apreciando la
importancia de la subjetividad para la acción de la Misericordia. En tanto la Ley,
que viene de la Palabra, constituye lo objetivo, la Verdad, en orden a las
conductas debidas, y no es menos importante. Por el contrario, en cierto modo
prevalece, porque el cumplimiento de la Ley que proviene de Dios es un bien
inestimable para el sujeto. El error de la “gradualidad de la ley” consiste,
precisamente, en atacar la objetividad de la Ley y el Bien que conlleva. Pero
también –paradójicamente- agravia a las personas en tanto individuos en tanto
constituye arbitrariamente “categorías” de seres humanos, llamados a diversos
grados de perfección (tan diversos como las opiniones de quienes manipulan la
ley). Lo cual, en definitiva, contradice el llamado universal a la santidad.
Podemos comenzar a cerrar este capítulo con una excelente apreciación
de Micheletxxvi, ante las situaciones aparentemente, o humanamente, insolubles:
“hay varios modos de presentar la cosa: o como una puerta que se cierra y un
rechazo de cualquier camino de salvación; o más bien como una peregrinación en
el que quien emprende un camino de fidelidad ya está en la senda justa,
aunque no llegue rápidamente a conformarse a todos los aspectos de la vida en el
Espíritu según el Evangelio. Este segundo modo de obrar, debe ser netamente
privilegiado”.
Adviértase la coherencia de la imagen utilizada con la metáfora del ascenso
a la montaña. Y la coherencia con Bojorgexxvii, quien recuerda que la esencia de la
identidad filial consiste en la sujeción de la voluntad propia al beneplácito del
Padre: “Los que llevan vida de hijos son los que sujetan su vida a esa voluntad
expresada en los mandamientos y las enseñanzas del Hijo. Hay bautizados que a
consecuencia de los tiempos de su ignorancia o rebeldía, son actualmente rehenes
de decisiones irreversibles y están en una situación contraria a la voluntad del
Padre.” Prosigue este autor: “Unos hijos expresan su fidelidad y obediencia
comulgando. Los otros pueden expresar su obediencia filial, absteniéndose de
comulgar para complacer y glorificar al Padre en sus vidas y vivir como hijos en
la aceptación voluntaria, ¿y por qué no? gozosa de esa pena.”
La verdadera Misericordia. Entiendo que la pretensión de desvirtuar el
concepto de Misericordia, tornándolo en una especie de tolerancia al pecado en
aquellos casos en los que, quien peca, obtiene una suficiente dosis de simpatía,
ha sido suficientemente desenmascarada. No obstante es conveniente recordar
algunos aspectos básicos y para ello citamos a Müllerxxviii, “Otra tendencia a favor
de la admisión de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos es la que
invoca el argumento de la misericordia. Puesto que Jesús mismo se solidarizó con
las personas que sufren, dándoles su amor misericordioso, la misericordia sería
por lo tanto un signo especial del auténtico seguimiento de Cristo. Esto es cierto,
sin embargo, no es suficiente como argumento teológico-sacramental, puesto que
todo el orden sacramental es obra de la misericordia divina y no puede ser
revocado invocando el mismo principio que lo sostiene. (…) Al misterio de
Dios pertenece el hecho de que junto a la misericordia están también la santidad
y la justicia. Si se esconden estos atributos de Dios y no se toma en serio la
realidad del pecado, tampoco se puede hacer plausible a los hombres su
misericordia. Jesús recibió a la mujer adúltera con gran compasión, pero también
le dijo: “vete y desde ahora no peques más” (Jn 8,11). La misericordia de Dios no
es una dispensa de los mandamientos de Dios y de las disposiciones de la Iglesia.
Mejor dicho, ella concede la fuerza de la gracia para su cumplimiento, para
levantarse después de una caída y para llevar una vida de perfección de acuerdo a
la imagen del Padre celestial.”
El emergente de esta consideración es el mensaje salvífico cristiano,
exigente pero salvíficoxxix. Todo el mensaje y la acción de Jesucristo se originan en
la misericordia divina hacia el hombre; así también la doctrina y la práctica de la
Iglesia. La misericordia es, pues, el principio y por tanto está presente en la
identidad de la enseñanza y de la acción de la Iglesia. No es un tamiz ulterior por
el cual pasar toda la doctrina y la práctica de modo que pueda cambiarlas,
suprimirlas o disolverlasxxx.
Ante el drama existencial, la fidelidad innovadora. Michelet xxxi
propone la restauración de una antigua institución cristiana, el “ordo
pænitentium”, inspirado en el principio de fidelidad innovadora acuñado por San
Juan Pablo II. “Este “ordo” –afirma este autor- podría encontrar un interés
renovado, porque se insertaba en un tiempo prolongado y en etapas signadas por
celebraciones litúrgicas. Era considerado sacramental ya desde la etapa de la
imposición de las cenizas y no sólo en la última etapa de la absolución. Tenía
también la ventaja de demostrar bien que el pecador no estaba excluido de la
Iglesia, porque formaba parte de un “ordo”, siendo por eso exhortado a nutrirse
del tesoro de gracias de la Iglesia en la escucha de la Palabra de Dios y en la
participación en su vida de oración. Así como la salida del régimen de la
cristiandad procuró la gracia del renacimiento de los bautismos de adultos, ella
podría también hacer renacer estos órdenes de penitentes en lo que tenían de más
evangélico, sin retomar, obviamente, los excesos que no estaban vinculados a su
esencia. De este modo el penitente tendría una misión profética que cumplir en la
Iglesia: la de exhortar a un mayor respeto hacia la Eucaristía y a una mayor
consideración hacia su pecado.”
IV. Distinción y articulación entre fe y cultura. Podríamos plantear –
de manera esquemática- tres escenarios diferentes en la relación entre Evangelio
y cultura. El primero, el de la Evangelización en una cultura predominante o
completamente ajena al cristianismo; Luego, el escenario de una sociedad donde
el Evangelio a lo largo del tiempo ha generado cultura (como por ejemplo, la
Cristiandad en el Medioevo europeo); y finalmente, el escenario de una cultura
que inicialmente fuera inspirada por el Evangelio y que, tras una progresiva
variación de sus creenciasxxxii, va plasmando las nuevas creencias en sus leyes y
costumbres. Este último supuesto, denominado “poscristianismo” es el que se
vive en la mayoría de los países de Occidente y es al cual haremos especial
referencia por su influencia en la materia que nos ocupa.
Cuando el mensaje cristiano es aceptado y vivido genera cultura, pero
ninguna cultura es el cristianismo. Dicho de otro modo, el Evangelio genera
cultura pero ninguna cultura es el Evangelio. Así es que, tras el arduo devenir de
la evangelización en la sociedad pagana, tanto en oriente como en occidente la fe
cristiana ayudó a gestar, en un esfuerzo de siglos, una cultura donde la visión del
matrimonio asumió el modelo cristiano. Las legislaciones civiles así también lo
reflejaron, con toda claridad, inclusive, en algunos procesos codificadores del
siglo XIX.
“En el marco de la nueva situación epocal de occidente, en las actuales
sociedades de culturas secularistas, en algunos casos “poscristianas”, aparece un
importante número de fieles que en su vida no siguen los principios cristianos o
encuentran una fuerte dificultad para hacerlo.”xxxiii La legislación civil durante el
siglo XX se ha ido apartando del influjo cristiano hasta llegar en no pocas
situaciones, a una franca contradicción; tal el caso, entre muchos otros, de la
institución del “matrimonio” entre personas del mismo sexo.
“La cuestión es si, ante el cambio de costumbres y la dificultad de practicar
la exigencia cristiana, no debe reinterpretarse el mensaje o al menos su práctica
histórica. En sociedades donde la evangelización es reciente, o donde a través de
los siglos no ha logrado impregnar la cultura, este mensaje sobre la vida
matrimonial encuentra serias dificultades”xxxiv. Sin embargo de esas comunidades
no proviene la propuesta de modificación de la disciplina sacramental…
Lo remarcable del caso es que la presión en orden a la modificación de la
disciplina de los sacramentos proviene de las sociedades “poscristianas”, y no
solamente por la iniciativa de los fieles, sino también –paradójicamente- de los
factores de poder que, si bien en lo social llevan una agenda de descristianización
del ámbito de lo público, consideran disvalioso que la Iglesia “discrimine” a quien
se ha de administrar los sacramentos y en qué condiciones. En este sentido es
claro el compromiso de los grandes medios de difusión en torno a la promoción
de toda “liberalización” de la disciplina sacramental, sea en los bautismos, en los
matrimonios y, ciertamente, en el acceso a la comunión de los “divorciados
vueltos a casar” (para el espíritu del mundo bien cabe esta denominación porque
el segundo, o enésimo, matrimonio civil es tan valioso como el primero).
Quienes lideran las sociedades poscristianas consideran al cristianismo tan
sólo como cultura, más aún, como “función” de la cultura vigente; de manera tal
que todo cambio cultural importante debe tener el correlato de una modificación
en el cristianismo. ¡Pero no se trata de un camino de doble sentido! No se ha de
permitir que desde el cristianismo se modifiquen las costumbres y las leyes de la
sociedad, pero en cambio, el cristianismo debe ser permeable a que los valores
mundanos modifiquen su práctica religiosa en general y, particularmente, su
disciplina sacramental. Y ello sin que importe demasiado alguna eventual
incoherencia doctrinal, total… estamos en la posmodernidad, en los dominios del
sentimentalismo y del razonamiento “blando”. Y en esta errónea concepción del
Evangelio como “subordinado” a, la cultura predominante vienen a coincidir los
actores sociales “no cristianos” y los teólogos como el cardenal Kasper quienes,
en el fondo, procuran un “compromiso” entre los valores evangélicos y los
valores sociales.
No es la primera vez que desde la cultura se propugna un sincretismo con
el Evangelioxxxv pero sin embargo, la situación presente es sumamente grave y,
por lo demás, es la que nos involucra personal y generacionalmente; “En la
situación actual sociedades que fueron de cultura y legislación impregnadas de
cristianismo presentan mayores dificultades que aquellas donde esto nunca
ocurrió. El modelo cristiano es considerado como algo del pasado y se
pretende que ya no sea un criterio crítico y transformador de la vida social,
sino que sea ésta la que impregne y modifique el mensaje y la práctica
cristiana.”xxxvi
Específicamente “La doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio
encuentra con frecuencia incomprensiones en un ambiente secularizado. Allí
donde las ideas fundamentales de la fe cristiana se han perdido, la mera
pertenencia convencional a la Iglesia no está en condiciones de sostener
decisiones de vida relevantes ni de ofrecer un apoyo en las crisis tanto del estado
matrimonial como del sacerdotal y la vida consagrada.”xxxvii
Al respecto, Fulton Sheen tuvo palabras proféticas hace más de medio
siglo: “Aquellos que quisieran escapar al impacto de las bienaventuranzas dicen
que nuestro divino Salvador fue una criatura de su tiempo, pero no del nuestro, y
que, por lo tanto, sus palabras carecen de aplicación en nuestros días. No fue una
criatura de su tiempo ni de ningún tiempo; ¡nosotros sí que lo somos! (…) Pero
nuestro Señor no pertenecía a su tiempo, ni tampoco al nuestro. Casarse con una
época es quedar viudo en la siguiente. Porque no se adapta a ninguna época, Él
constituye el modelo inmutable para los hombres de todas las épocas. Nunca usó
una expresión que dependiera del orden social en que vivía; su evangelio no
resultaba entonces maíz fácil de lo que es ahora. Lo recuerdan sus propias
palabras. En verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra ni una i ni un
tilde de la i pasaran de la ley hasta que todo sea cumplido. Mt 5, 18”xxxviii
Este santo varón abundaba: “Una imputación frecuente contra la
Iglesia es que no se adapta al mundo moderno. Esto es absolutamente
cierto. La Iglesia nunca se ha adaptado a los tiempos en que ha vivido,
porque de haberlo hecho habría perecido con ellos, en vez de sobrevivirlos.
En la Iglesia hay siempre algo de idéntico y sin embargo de muy distinto. Lo
idéntico es que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre. (…) La Iglesia no
es una supervivencia. Ha reaparecido repetidas veces en el mundo occidental de
los rápidos cambios, a fin de reconvertir el mundo. Repetidas veces, la vieja
piedra ha sido rechazada por los constructores, pero antes de un siglo la han
traído nuevamente de la pila de escombros para convertirla en la piedra angular
del templo de la paz.”xxxix
Entonces, teniendo en cuenta la distinción entre Evangelio y cultura,
podemos afirmar “En su integridad el mensaje cristiano es siempre una
novedad en el mundo. En cada circunstancia epocal y cultural es al mismo
tiempo un don y una invitación a un camino de vida exigente, que muchas veces
encuentra el rechazo de la esclerocordia”xl es decir, de la dureza de los corazones.
“En este caso la pastoral evangelizadora habría de buscar siempre la
manera de presentar la novedad transformadora del Evangelio y evitar que
aparezca deformado, como algo ya pasado o superado (el paradigma de lo
poscristiano) (…) es necesario incorporar esta óptica de distinción y articulación
entre fe y cultura. De manera que el mensaje cristiano tenga viva su fuerza de don
y desafío a una novedad de vida plenificante, y donde la inculturación no
signifique una mutilación en contra de las expresas palabras del Señor.”xli
La levadura de la Palabra en las almas y su impronta en la cultura.
Ennio Antonelli se hace cargo de que este proceso de
secularización está poniendo en crisis la pertenencia a la Iglesia en masa y
recuerda
la
enseñanza
del
cardenal Joseph Ratzinger: «La Iglesia de masa (como era en el pasado) pue
de ser algo hermoso, pero no es necesariamente el único modo de ser de l
a Iglesia.”
“La Iglesia de los primeros tres siglos era pequeña, sin que por esto fuese u
na comunidad sectaria. Al contrario, no estaba encerrada en sí misma, sino s
entía una gran responsabilidad frente a los pobres, frente a los enfermos, fr
ente a todos»xlii
Reflexiona al respecto Antonelli “Para desarrollar eficazmente (la Iglesia)
tal misión salvífica, si bien el
número
de
fieles tiene su importancia, sin duda es más importante y necesaria la autenti
cidad de la comunión eclesial en la
verdad y en el amor.
La misión de la Iglesia siempre es universal, independientemente de cual se
a su consistencia numérica. La Iglesia coopera con Cristo Salvador como
signo
que
acoge,
transmite
y
manifiesta en el mundo su presencia, su amor y su acción salvífica, com
o «Sacramento
universal de salvación» (Lumen Gentium, n. 48).
V. Epílogo. Vemos a la Iglesia, como madre, ser compasiva y
misericordiosa, conociendo al detalle la subjetividad de cada uno de sus hijos,
acompañándolos en sus pasos vacilantes; y al mismo tiempo, en admirable
armonía, la vemos como maestra enseñar la verdad y la coherencia, para que
aquellos pasos sean guiados hacia el buen Camino.
Verdad y Misericordia no son antitéticas sino coinherentes. Me atrevería a
decir que la Misericordia resalta más en un primer momento. Siempre me
impacta pensar en la intensidad, desbordante e inefable, de la mirada de Jesús a la
mujer adúltera. Veo allí resplandecer la Misericordia. Desde allí comienza el
Salvador para llegar a la Verdad habiendo ganado su corazón “vete y no peques
más”. Verdad que es Bien, que cumple la voluntad del Padre, permitiéndonos
recibir el don de ser sus hijos.
Es absolutamente coherente que la pastoral de la Iglesia, pues, muestre
primero el rostro Misericordioso de Cristo. La conversión comienza con la
Misericordia, pero no puede completarse sin la Verdad. El apostolado de trabajar
con madres que acuden con intención de abortar es una clara evidencia de esto:
cuando la mamá es escuchada con respeto y amada en cada detalle, mostrándole
el rostro misericordioso de Cristo, se produce el milagro de la conversión y, en
sus propios tiempos, se reconcilia con su propia dignidad, con su maternidad y
con su hijo. Ya recordamos que no es gradual la obligación de hacer el bien pero
que sí es gradual la capacidad de (conocerlo) y hacerloxliii.
De acuerdo a la enseñanza de la Iglesia el camino penitencial sólo puede
ser aquel que lleve al pecador a la conversión; en este caso, al final del camino, al
cese de la situación de adulterio. En cambio, una “via penitencial” que lleve al fiel
a creerse con derecho a una excepción –en virtud de las particularidades de su
caso- es incoherente con el mensaje salvífico. Más que de una excepción se
trataría de un “privilegio” es decir, etimológicamente, de una “ley propia”, en
línea con el error de la “gradualidad de la ley”, concepto del todo ajeno al
Evangelio.
Alentar a una via penitencial que implicase la perseverancia definitiva en la
situación de adulterio; demostraría un desinterés –más propio de un asalariado
que de una madre- en el bien del pecador. También conllevaría la violencia moral
de disociar la buena conciencia del fiel y, finalmente, promover el daño objetivo
que se sigue de contradecir la Ley de Dios.
A falta de argumentos doctrinarios suficientes, los promotores del error de
la gradualidad de la ley, plantean la absurda pretensión mantener la doctrina pero
modificando la práctica en sentido opuesto al actual, lo que constituye una ofensa
a la racionalidad. Toda acción depende siempre de un pensamiento, y en materia
religiosa la práctica depende de una doctrina (cfr. San Agustín, De vera religione IV)xliv.
El Santo Padre ha promovido el debate intra y extra eclesial de esta
cuestión. Cuestión que se encontraba postergada en el ámbito de la discusión
doctrinal atento a la tradición continua de la Iglesia romana renovada por el
colosal magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI. No obstante, en la realidad,
esta tradición viene siendo confrontada con una tácita mala praxis de los fieles,
alentada por obispos y sacerdotes de no pocas diócesis ¡Quiera Dios que el Papa
Francisco haya acertado en su juicio prudencial!xlv
Aunque a veces cause una cierta desazón el tener que argumentar sobre lo
evidente ante propuestas de corte ideológico refractarias al dialogo racional,
quiera N.S. Jesucristo inspirar a la Iglesia y a nosotros sus hijos, la alegría de
anunciar, con fuerza y claridad “(…) el evangelio –repito, el Evangelio- de la
indisolubilidad, verdadero tesoro que la Iglesia custodia a en vasos de
arcilla”xlvi
José E. Durand Mendioroz
Salta, Conmemoración de San Ramón Nonato, Año del Señor de 2015.
Oración final
Omnipotens sempiterne Deus, da nobis fidei, spei, et caritatis
augmentum: et, ut mereamur assequi quod promittis, fac nos amare quod
praecipis. Per Dominum. (Misal Romano, Oración Colecta, Domingo XIII
de Pentecostés)
Oh Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; y, para
que merezcamos conseguir los bienes que nos prometes, haznos amar lo que nos mandas. Por
Jesucristo N.S.
i
El impedimento a la admisión a la comunión sacramental se da realmente cuando existe una situación de
adulterio. El pecado de adulterio se configura mediante la convivencia “more uxorio” o “more coniugale”
(a modo conyugal) con una persona distinta a la del cónyuge sacramental.
ii
Es una denominación equívoca porque en la Iglesia no hay “divorcio” ni segundo matrimonio habilitado
por aquel.
iii
Inst. Laboris N° 123
iv
Cfr. El análisis que hace Thomas Michelet O.P. en “Instrumentum Laboris”. El Camino Penitencial, cfr.
http://www.infovaticana.com/sandromagister/sinodo-en-el-documento-preparatorio-hay-un-ave-fenix/
v
En su artículo Ontología Sacramental e Indisolubilidad del Matrimonio, integrante de la obra conjunta
“Permanecer en la verdad de Cristo – Matrimonio y comunión en la Iglesia Católica”. Se utiliza la versión en
Español de Ediciones Cristiandad, Madrid, 2014. En adelante se la citará como “Permanecer…”
vi
Caffarra, op. cit, pag 186
vii
Citado por Müller, en Testimonio a favor de la fuerza de la gracia, “Permanecer…”
viii
“operari sequitur ese” (el obrar sigue al ser)
ix
Esta síntesis la desarrolla con gran versación el P. Miguel A. Fuentes en “El designio divino sobre el
matrimonio y la familia”, cfr. http://familiarisconsortio.ive.org/?p=283
x
que es la participación de la criatura racional en la ley eterna, en los términos del Aquinate.
xi
Juan Pablo II, Catequesis del 20 de febrero de 1980
xii
Caffarra, op. cit., pag 191
xiii
Caffarra, op cit, pag 186, cita a S. Tomás de Aquino.
xiv
xv
Caffarra, op cit., pág. 187
Caffarra, op cit., pág. 190
xvi
Antonelli, cardinal Ennio, Crisis del Matrimonio y Eucaristía, p. 18.
xvii
Horacio Bojorge S.J. ¿Pueden los divorciados y vueltos a casar sentarse a la mesa de los hijos?
http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1351084
xviii
Autor y op. cit., n° 22
xix
El adulterio es una injusticia. Respuesta al cardenal Kasper, Juan Pérez-Soba;
http://infocatolica.com/?t=opinion&cod=24365
xx
Por llamar de alguna manera, seguramente imperfecta, a la cultura –de talante intolerante- vigente casi a
nivel global que, en definitiva, confronta los principios básicos de la moral católica, aunque tenga reservado
un lugar para un cristianismo, entre sentimental y folklórico, formando parte de un panteón de creencias
que, en definitiva, son incapaces de conmover los fundamentos ideológicos admitidos.
xxi
(1Corintios, VI, 9-10)
xxii
Personalmente prefiero hablar de principio o criterio de gradualidad para evitar confusiones porque en
definitiva la gradualidad no es un precepto o mandato (ley) para todos y para toda circunstancia, sino que es
un criterio prudencial para el camino de la conversión. Obviamente, Dios puede suscitar la conversión en
forma inmediata.
xxiii
Antonelli, op cit, p. 11
xxiv
¡Y mucho más que el ciento por uno! Como aquel tremendo pecador que le regalaba cada tanto una flor
a la Ssma. Virgen. Nuestra madre rogó y le obtuvo la gracia de su conversión final!
xxv
San Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n. 34; Idem, Veritatis Splendor, n. 103.
xxvi
Michelet, op cit.
xxvii
Bojorge, op. cit.
xxviii
Müller, Gerhard cardinal: Testimonio a favor de la fuerza de la gracia (op. cit.)
xxix
No obstante, sabemos que ante la esclavitud y miseria del pecado, el “yugo” que Nuestro Señor nos
impone es suave; y su carga, ligera.
xxx
Méndez, op. cit.
xxxi
Michelet, op cit.
xxxii
Cambio que no pocas veces es resistido por los actores sociales de inspiración cristiana; planteándose
con frecuencia, un explícito objetivo de demolición (hoy deconstrucción) de la sociedad cristiana.
xxxiii
Méndez, Julio Raúl, “Matrimonio y Cultura”. Seguimos el esquema de este autor como directriz del
presente capítulo.
xxxiv
Méndez, op. cit.
xxxv
Ya en el primer siglo la Iglesia sufrió el embate de las variantes gnósticas. Si los Padres hubiesen cedido
a la tentación del sincretismo, no es difícil de imaginar la proyección deletérea que ello hubiese ocasionado
en cuestiones atinentes a la fe y a la moral.
xxxvi
Méndez, op. cit.
xxxvii
Card. G. Müller: Testimonio a favor de la fuerza de la gracia
xxxviii
Citado en http://www.homiletica.org/ive/ive0232.pdf
xxxix
https://forocatolico.wordpress.com/2015/04/14/fulton-sheen-la-iglesia-nunca-se-ha-adaptado-a-lostiempos-en-que-ha-vivido-porque-de-haberlo-hecho-habria-perecido-con-ellos/
xl
Ibid.
xli
Méndez, op. cit.
xlii
Joseph Ratzinger, Prima di tutto noi dobbiamo essere missionari.
xliii
Lo que no implica que Dios no pueda otorgar el don de la conversión inmediata por el resplandor de la
Verdad, aunque ello sea infrecuente.
xliv
Méndez, op. cit.
xlv
En mi irrelevante opinión, por la forma y los alcances con que se planteó, por la desinformación de los
medios más la postura heterodoxa que lidera Kasper, pareciera que se sigue más perjuicio que beneficio;
pero dado que carezco de la experiencia, información, sabiduría y de la gracia de estado del Santo Padre, es
probable que el mío sea un juicio erróneo. Pero creo firmemente que, de todas formas, la Iglesia saldrá
favorecida por Dios, Uno y Trino.
xlvi
Así concluye Caffarra su notable trabajo, varias veces citado.
“Et ego dico tibi: Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo
Ecclesiam meam; et portae inferi non praevalebunt adversum eam”
(Mt, 16, 18)
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