¿QUÉ ES LA INCULTURACIÓN? Una mirada desde la Pastoral Indígena Pbro. Eleazar López Hernández 1 Centro Nacional de Ayuda a Misiones Indígenas, México. Junio de 2010 Introducción La “inculturación”, ese “hermoso neologismo2 de reciente factura eclesiástica, representa, sin lugar a dudas, una de las mejores propuestas teológico-pastorales que se fue gestando en la periferia del mundo cristiano y luego fue incorporada en el magisterio universal de la Iglesia. Con la inculturación los discípulos y misioneros de Jesucristo estamos siendo de nuevo desafiados para renovar profundamente nuestro ser y quehacer, de cara a un mundo que ha cambiado rápidamente y en solidaridad con los sujetos emergentes que reclaman un nuevo orden internacional e intraeclesial, que supere la inequidad de estructuras injustas y de esquemas mono-culturales del pasado, aún vigentes, y que nos ponga en camino de otro mundo posible,3 donde todas y todos quepamos con nuestros derechos plenos como personas y como pueblos.4 Ante este desafío de magnitud enorme se están produciendo en la Iglesia diversas reacciones: desde actitudes que intentan llevar las cosas “hasta sus últimas consecuencias”5 comprometiéndose en renovaciones profundas y audaces de la Iglesia, hasta posiciones de rechazo explícito o implícito de la inculturación por considerarla una concesión peligrosa al relativismo religioso, que podría destruir el patrimonio de las tradiciones original y largamente vividas en nuestra Iglesia; pasando por actitudes de quienes la asumen como estrategia para ganar o, al menos, no perder al pueblo de Dios, considerado como mercado de fieles. Incluso hay quienes la toman como un eufemismo6 bonito para llamar de forma nueva a las mismas cosas que siempre se 1 El autor es sacerdote de la Iglesia Católica y pertenece al pueblo zapoteca del Istmo de Tehuantepec, México. Desde 1970 está involucrado en la Pastoral Indígena nacional y, a partir de 1976, es miembro del Equipo Coordinador del Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas, CENAMI. El encabezó el movimiento de Sacerdotes Indígenas de México, en sus inicios, (años 70s) y es actualmente uno de los principales impulsores de la Teología India a nivel latinoamericano. Es miembro de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo, de la Articulación Ecuménica Latinoamericana de Pastoral Indígena, del Equipo de teólog@s Amerindia. Y forma parte del Equipo de Expertos del Celam para asuntos indígenas. 2 Así la llamó el Papa Juan Pablo II, en CT 53 (1979) 3 Lema aglutinador de los movimientos sociales en los Foros Sociales Mundiales, FSM 4 Propuesta programática de la lucha zapatista de Chiapas, desde 1994 5 Expresión usada por los obispos de la pastoral indígena, convocados por el Celam, en Bogotá 1985. En el documento llamado ‘De la Pastoral Indigenista a la Pastoral Indígena’. Ahí concluyen afirmando: “Finalmente profesamos nuestra fe en el futuro de los pueblos indígenas cono pueblos diferenciados de las sociedades nacionales. Nos comprometemos en el Señor a trabajar con amor que va hasta los confines terrenales y hasta las últimas consecuencias. Estamos convencidos que los pueblos indígenas de América representan una esperanza para toda la Iglesia y el futuro de la humanidad” 6 Algunos indígenas críticos, especialmente de Guatemala, así perciben el manejo que se está haciendo, en buena parte de la Iglesia, del término inculturación: "Han transcurrido ya quinientos años de evangelización y los cristianizadores siguen redoblando esfuerzos para convertirnos al cristianismo. Ahora nos hablan de una 'nueva evangelización', de un 'Cristo indio', 1 han hecho, aparentando cambiar sin cambiar nada o quedándose únicamente en cambios puramente ornamentales y externos. Con el propósito de contribuir a “fortalecer y acompañar a los representantes de las Conferencias Episcopales de la pastoral de indígenas, respecto a la tarea que pide la Iglesia de fortalecer los criterios de formación de la fe en los indígenas” -objetivo de esta reunión-, quisiera traer a este espacio latinoamericano no mi palabra personal, ni tampoco la de mis hermanas y hermanos indígenas, sino la voz de varios pastores, profetas de nuestros tiempos, que han reflexionado públicamente en torno a los procesos con que se viabiliza el reencuentro de la Iglesia con los pueblos originarios de este Continente7, en los que la propuesta de la inculturación está teniendo cauces operativos muy concretos. Todos estos pastores se atreven a incursionar en el escabroso tema de la inculturación movidos no por disquisiciones teóricas abstractas, sino por la necesidad de responder a problemáticas específicas del caminar de sus iglesias particulares. Por tanto no pretenden cuestionar o reducir los contenidos fundamentales de la fe cristiana, ni poner en riesgo la comunión universal de la Iglesia.8 Por eso hacen sus aportes al tema “no sin temor ni temblor”, 9 como lo manifestó humildemente Mons. Gerardo Flores, ante los responsables de la Congregación para Doctrina de la Fe, reunidos en Guadalajara, México, con las siguientes palabras: “soy consciente de que aquí se tocan asuntos de suma importancia, que tienen que ver con el depósito de nuestra fe y con la acción de Dios que también sembró las ‘Semillas del Verbo’ en las culturas milenarias de nuestra América Latina ”. 10 Estos pastores fundamentan su reflexión en la Palabra de Dios y se apoyan en textos incuestionables del magisterio universal. Pero lo hacen de manera contextualizada, es decir, tomando muy en cuenta la realidad de nuestros pueblos al mismo tiempo que los condicionamientos que vienen de las normas canónicas imperantes en nuestra Iglesia. Así ellos de una 'iglesia autóctona', cual si quisieran hacernos comprender que el evangelio de la violencia de antaño, se hubiera convertido ahora, en la "Buena Nueva" del amor, surgida del seno de nuestra propia cultura... Con tales eufemismos, jamás se cambiarán los hechos flagrantes de la historia, como tampoco se podrán modificar los principios fundamentales de la religión cristiana, en cuyo seno anida, inherente, la intolerancia de su proselitismo...(Judeo Cristianismo y Colonización, Pop Caal, Guatemala 1992, SPEM, Cuaderno No. 2, pags. 36. 37. 38), Citado por Mons. Bartolomé Carrasco Briseño en su escrito sobre La Inculturación del Evangelio, 1993 7 Concretamente me refiero a un excelente trabajo sobre la inculturación del Evangelio realizado, en 1993, por Mons. Bartolomé Carrasco Briseño, arzobispo de Oaxaca; una presentación de Mons. Gerardo Flores, Obispo de Verapaz, ante la Congregación para la Doctrina de la fe, en 1996; la conferencia dictada por Mons. Lázaro Pérez, obispo de Celaya, 1999 en el taller para obispos de México sobre Teología India; y algunos escritos de Mons. Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas, en 2009, sobre Inculturación de la Biblia y de la Liturgia entre los indígenas. 8 Mons. Felipe Arizmendi, Obispo de San Cristóbal de las Casas, repetidas veces escribe que su deseo es actuar siempre “con Pedro y bajo Pedro”. Y lo explica de la siguiente manera: “¿Por qué nuestra adhesión ‘con Pedro y bajo Pedro’? ¿No es esto servilismo y dependencia adulatoria? Nada de eso. Es aceptación en la fe de la forma como Jesucristo estableció su Iglesia. No somos una democracia, ni una yuxtaposición de islas eclesiales; somos una familia, con una cabeza que tiene autoridad delegada por su Fundador para decidir, siempre al servicio de la verdad, la unidad y la fraternidad, nunca sobre el Evangelio ni sobre los derechos de Dios y de las personas. Esta comunión y sumisión no quita la libertad profética para denunciar las deficiencias posibles, lo que debe hacerse con respeto, comprensión, tolerancia y amor” (2008) 9 Con estas palabras inicia Mons. Gerardo Flores su intervención ante la Congregación para la Doctrina de la Fe, reunida en Guadalajara, México, en 1996, y presidida por el Cardenal Joseph Ratzinger, actual pontífice de la Iglesia. 10 Ibidem 2 buscan dar razón de y proteger el desarrollo y consolidación de los procesos generados a partir de la propuesta teológico-pastoral de la Inculturación, para bien de nuestros pueblos y de la Iglesia entera. Este racimo de voces episcopales, en cuanto documentos, son los textos que yo he recogido y traigo a compartir aquí. Lo único que haré es mostrarlas como las flores cultivadas y cortadas en los múltiples Tepeyacs actuales de la Pastoral Indígena, tratando sólo de aclarar el contexto histórico o terreno cultural donde fueron producidas, a fin de ayudar a percibir el corazón o espíritu que las anima. Espero no ser causa de problemas en el intento. Antecedentes de la Inculturación Aunque el término “inculturación” es reciente en la Iglesia, la preocupación por las culturas, en relación con la fe en Dios, es muy antigua no sólo en la Iglesia, sino en la Biblia misma. Existen muchas muestras de ello y trataré de mostrarlas en una visión panorámica y abreviada. Los antecedentes más remotos En el AT Muy al contrario de lo que algunos piensan, el Antiguo Testamento no es la palabra etnocéntrica de un pueblo que se guardó para sí su experiencia de Dios o que, creyéndose superior por la elección divina, la quiso imponer a los demás pueblos, arrasando el patrimonio espiritual de dichos pueblos. La historia no fue así. En la Biblia se abrió camino, sobre todo durante el exilio en Babilonia y durante la diáspora por el mundo, el convencimiento de que el don de la revelación de Dios, dada gratuitamente al pueblo hebreo, no era de su propiedad ni para su uso exclusivo, ya que el principio el plan de Dios consistía que “en ti serán benditas todas las naciones de la tierra” (Ge. 12,3); en consecuencia, forzosamente esto tenía que expresarlo y comunicarlo a los pueblos circundantes. Así fue como llevaron a cabo la famosa Versión de los Setenta en griego.11 Y generaron también procesos inculturizadores mayores que fueron más allá de la traducción literal de la Torá, abriéndose a asumir de los pueblos vecinos también sus esquemas de pensamiento, sus mitos y tradiciones al lado de la experiencia hebrea de Dios. Es lo que hizo posible que entraran en la Biblia textos sagrados de los otros pueblos como los once primeros capítulos del Génesis, los libros sapienciales: Eclesiástico, Eclesiastés, Proverbios y otros; varias oraciones cananeas fueron incorporadas en el catálogo de los salmos haciéndoles pequeñísimos ajustes. De modo que ya desde el AT la Biblia no es el libro (en singular) de un pueblo, sino los libros (en plural) de muchos pueblos. Es el sentido también al hablar de las doce tribus de la Alianza. En el NT La experiencia de Jesús es paradigmática en todo, también en la inculturación. Él se reconoce como un perfecto judío que carga la herencia del menosprecio de su pueblo por los demás, incluidos los samaritanos (que son judíos pero amestizados y por tanto impuros por eso). Por ese etnocentrismo Jesús mira a los samaritanos como personas que “adoran lo que no conocen.. y 11 Mons. Arizmendi nos remite al respecto a un texto del Papa Benedicto XVI: “El proceso de inculturación ya fue planteado de formas diversas. Israel conservó a lo largo de su historia la certeza de ser el pueblo elegido por Dios. Tomó de los pueblos vecinos ciertas formas cultuales, pero su fe en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob las modificó profundamente, primero de sentido y muchas veces de forma, para celebrar las maravillas de Dios en su historia incorporando estos elementos a su práctica religiosa. El encuentro del mundo judío con la sabiduría griega dio lugar a una nueva forma de inculturación: la traducción de la Biblia al griego introdujo la palabra de Dios en un mundo que le estaba cerrado y originó, bajo la inspiración divina, un enriquecimiento de las Escrituras” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: Instrucción Varietates legitimae, No. 9). Mons. Arizmendi, Inculturación de la Palabra de Dios, 2009 3 nosotros adoramos lo que conocemos; pues la salvación viene de los judíos” (Jn 4,22). A pesar de ello, por el diálogo y el trato directo con estos excluidos, Jesús trasciende las fronteras del etnocentrismo judío y termina viendo a los samaritanos como los “verdaderos adoradores del Padre” (Jn 4,22), ya que ellos, a diferencia de los sacerdotes, escribas y fariseos (que son los más fieles observantes de la formalidad de la ley), sí viven el espíritu de la Ley, al hacerse prójimos y hermanos del caído en el camino (Lc 10,29-37). En ese sentido, el buen samaritano, que no es hombre de pureza ritual, al modo de la ley judía, sí cumple la voluntad del Padre, que quiere ‘misericordia y no sacrificios’ (Mt 12,7). Pero además la experiencia inculturizadora de Jesús lo lleva más allá de sus fronteras judías para encontrarse con los verdaderamente otros: el centurión romano (cf. Mt 8,5-10) y la sirio-fenicia (cf Mt 15,21-28), que eran considerados por los escribas y fariseos como los más impuros, como “puercos” o “perros”, con quienes no hay que tratar ni merecen sentarse en la mesa de los hijos de Abraham. De nuevo es con el diálogo y la relación directa con estos proscritos como Jesús termina admirándolos y poniéndolos como ejemplo a seguir, pues “os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande” (Mt 8,10). Se podría decir entonces que Jesús, en cierta manera, se convirtió a la fe de estos paganos. Las primeras comunidades cristianas, enraizadas en la cultura y espiritualidad judía, muy pronto tuvieron que entrar en dinámicas de inculturación de su fe en Cristo, trasvasando su contenido esencial en los nuevos moldes culturales traídos por los conversos que venían de realidades ajenas al judaísmo. Es lo que dio origen a que hubiera cuatro aproximaciones distintas –los cuatro evangelios- a la vida de Jesús, cada uno entendiéndolo con las mejores categorías de su tradición religiosa. Fue Pablo, el ‘Apóstol de los gentiles’, quien más ayudó en este proceso, contando todo lo que había hecho Dios con los gentiles y llevando el asunto de la inculturación al Concilio de Jerusalén (cf He 15). Ahí Pedro testimonió también su experiencia para confirmar que “Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio a favor de los gentiles, comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres, ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos” (He 15, 8-11). Después de la época apostólica, los llamados “Padres de la Iglesia”, tanto griegos como latinos, llevaron a cabo una ingente labor de inculturación de la Iglesia en los esquemas amplios de la cultura grecorromana. Es lo que se halla contenido en la Patrística, que es fuente de inspiración y respaldo del caminar de la Iglesia en todos los tiempos. Los antecedentes más recientes En el Concilio Vaticano II Después de un largo período de encerramiento de la Iglesia en esquemas que se fueron desgastando haciendo poco comprensibles para la gente común, el Concilio Vaticano II (1962-65) abrió puertas y ventanas para airear a la Iglesia y ponerla de nuevo en contacto directo con las realidades apremiantes del hoy moderno. Fue así como la estructura social y la cultura se hicieron temas de preocupación para los pastores, pues “los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS, 1) En la cuestión cultural, el debate comenzó por definir ¿qué debía entenderse por cultura?, ¿cuál era su importancia? y si ¿habría que hablar en singular o en plural? No cabe duda que hasta al Concilio 4 llegó el eco de la crisis del eurocentrismo para dar cabida a concepciones más integradoras de la pluralidad que venía de las regiones periféricas. Vista la cultura como elemento fundamental para “llegar a un nivel verdadera y plenamente humano”, los padres conciliares la definieron como “todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales, procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo, hace más humana la vida social.. , comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos e incluso a todo el género humano … En ese sentido se habla de la pluralidad de culturas (como) estilos de vida común diversos y diferentes..(que) forman el patrimonio propio de cada comunidad humana .. (y) constituyen un medio histórico determinado, en el cual se inserta el hombre de cada nación o tiempo y del que recibe los valores para promover la civilización humana” (GS, 53). 12 Para dilucidar por qué la Iglesia debe inmiscuirse en el tema de las culturas, el Concilio argumenta que, si “Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propios de cada época.. de igual manera, la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes.. Enviada a todos los pueblos sin distinción de épocas y regiones, no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna, a algún sistema particular de vida, a costumbre alguna antigua o reciente.. Puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a la propia Iglesia y las diferentes culturas… Con las riquezas de lo alto fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad, las consolida, perfecciona y restaura en Cristo” (GS 58).13 12 Mons. Lázaro Pérez, indígena maya, Obispo de Celaya y presidente de la Comisión Episcopal de la CEM para la Doctrina de la Fe, aportó nuevos elementos a esta definición conciliar de cultura, al señalar que “tanto en antropología como en pastoral hay muchas definiciones de cultura. Ordinariamente manejamos o términos muy sencillos o términos sumamente elevados. A esto se añade que tendemos a simplificar, englobando en la cultura una realidad histórica y social muy compleja. Cada grupo humano tiene su propia cultura, por ello es sumamente necesario reconocer que, en realidad, existen muchas culturas indígenas, muchas culturas mestizas y muchas culturas foráneas. Por otro lado, sucede que grupos que histórica o socialmente comparten varias experiencias tienden a configurar macro-culturas. Todavía, como los pueblos y las culturas establecen entre sí relaciones complicadas, en esas relaciones se introyectan elementos de poder económico, social o político; y entonces, al pretender justificar esos poderes con elementos culturales, se corre el riesgo de ideologizar la cultura; lo cual trae como consecuencia que se justifican las culturas de los grupos dominantes, menospreciando o marginalizando las culturas de los grupos humanos subalternos.” “De todo esto no ha sido ajena la Iglesia, por ello conviene que lleguemos a una definición de cultura que nos resulte pastoralmente operativa: Cultura es el sentido que un grupo humano le da a su vida. La cultura le da sentido, enfoque y horizonte a las personas, a su familia, a su trabajo, a sus organizaciones, a la política, y a la educación. De allí la importancia de la cultura para la religión y para la fe, en cuanto que tanto la religión como la fe, necesariamente se expresan en las formas culturales propias. De allí también los interrogantes que nos pone a la Iglesia la exigencia y la dinámica de la inculturación.” (Mons. Lázaro Pérez, presentación en el Encuentro Episcopal de Teología India, Puebla, 1999, organizado por varias comisiones de la Conferencia del Episcopado Mexicano). 13 Mons. Lázaro Pérez sintetiza el aporte del Concilio sobre las culturas y la misión de la Iglesia de la siguiente manera: “El Concilio Vaticano II propuso, de manera sumamente vigorosa, el concepto de misión necesario para el quehacer actual de la Iglesia. En resumen, decreta: El misionero, cuando evangeliza, no lleva a Cristo a los pueblos, Cristo ya está en los pueblos como semillas de la Palabra. Por ello, la Iglesia se acerca a las culturas con respeto, en actitud de servicio y de promoción, puesto que en ellas también está la revelación de Dios que tiene por objeto la voluntad de Dios de que toda la humanidad 5 En el Magisterio de Pablo VI Si bien el Concilio centraba más la atención en las grandes culturas y religiones del mundo, en la etapa postconciliar la mirada pastoral se fue poniendo también en la realidad plural de los pobres y sencillos. Y fue el Papa Pablo VI, quien incorporó esta perspectiva en el magisterio pontificio. En Evangelii Nuntiandi (1975), después de definir que “evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad”, 14 el Papa reconoce que “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo”. Por eso sostiene que hace falta reafirmar que “lo que importa es evangelizar -no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura y las culturas del hombre”; ya que “Evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna”.15 En los medios a tomar en cuenta para la evangelización actual Pablo VI pone la religiosidad popular, que él considera que mejor debería llamarse “religión del pueblo” ya que “puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”.16 Juan Pablo II y la Inculturación El Papa Juan Pablo II, es quien explícitamente habla del término “inculturación”, primero en Catechesi Tradendae (1979), uniéndola con “aculturación”, como un modo nuevo que “expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación”. Aplicada a la catequesis, escribe el Pontífice, “podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos”. (CT, 53) Más adelante, en Familiaris Consortio (1985), el Papa habla de ella como un concepto separado de aculturación, señalando que “es mediante la ‘inculturación’ como se camina hacia la reconstitución plena de la alianza con la Sabiduría de Dios que es Cristo. “17; y finalmente en Redemptoris Missio se salve y llegue al conocimiento pleno de la verdad. Igualmente, la catolicidad no la concibe como un bloque monolítico en el que todo mundo vive su fe de la misma manera (uniformidad). La Iglesia de Cristo es el pueblo de Dios en marcha, que está hecho de muchos pueblos.. y la catolicidad (fundada en la diversidad) es la riqueza de la pluralidad en la unidad. Esto supone actitudes misioneras, pastorales y teológicas completamente nuevas que debemos explorar y asumir como servicio eclesial. La catolicidad no es la fuerza monolítica de la uniformidad, sino la fuerza dinámica de la diversidad en la unidad.” (Mons. Lázaro Pérez, conferencia arriba citada). 14 EN, 18 15 Ibidem 16 EN 48 17 En este documento Juan Pablo II establece con toda claridad que “está en conformidad con la tradición constante de la Iglesia el aceptar de las culturas de los pueblos, todo aquello que está en condiciones de expresar mejor las inagotables 6 (1992) desarrolla su propuesta de una manera mucho más elaborada. Es ahí donde nos detendremos para profundizar en el sentido, características e implicaciones de la inculturación tanto del Evangelio, como de la Iglesia, de la Liturgia, de los Ministerios y de la Teología. Y en ello, Mons. Bartolomé Carrasco, qped, nos ayudará con sus reflexiones muy atinadas para los procesos indígenas. Dada la contundencia y claridad de sus reflexiones no haré más que trasmitirlos resaltando algunas de sus expresiones mayores. Análisis de Don Bartolomé Carrasco sobre la Inculturación del Evangelio (1993)18 “La palabra "inculturación" es relativamente nueva y su utilización en el seno de la pastoral se ha ido generalizando poco a poco y, así mismo, se le ha ido cargando de un contenido específico. Su significado habrá que encontrarlo, sobre todo, en la periferia del Cristianismo, es decir, en Asia, África y, últimamente, en América latina, donde los procesos de encuentro de estos pueblos con la Iglesia los ha llevado a experimentar formas nuevas apropiadas de vivencia de la fe cristiana.” 19 La inculturación, como tema teológico-pastoral amplio, tiene su origen en el tema más antiguo de la "encarnación".20 Sin embargo el énfasis reciente es resultado del esfuerzo honesto que miembros de la riquezas de Cristo. Sólo con el concurso de todas las culturas, tales riquezas podrán manifestarse cada vez más claramente y la Iglesia podrá caminar hacia un conocimiento cada día más completo y profundo de la verdad, que le ha sido dada ya enteramente por su Señor… Es mediante la «inculturación» como se camina hacia la reconstitución plena de la alianza con la Sabiduría de Dios que es Cristo mismo. La Iglesia entera quedará enriquecida también por aquellas culturas que, aun privadas de tecnología, abundan en sabiduría humana y están vivificadas por profundos valores morales.” (Familiaris Consortio, 10). 18 Mons. Bartolomé Carrasco, Arzobispo de Oaxaca, homilía pronunciada en la Basílica de Guadalupe, 12 de mayo de 1993. 19 El P. Clodomiro Siller Acuña, Doctor en Antropología, amplía la información sobre los orígenes de la propuesta de la inculturación, puntualizando lo siguiente: “El P. Pedro Arrupe SJ ya había usado antes el término ‘inculturación’. Así se llama precisamente un opúsculo suyo que escribió después de su último viaje a América Latina. El concepto de inculturación no había pasado al lenguaje del Magisterio. Mucho de lo que posteriormente aparecerá en los discursos y enseñanzas de Juan Pablo II refleja la apertura que el insigne misionero jesuita había dado a la Compañía en lo que se refiere a la evangelización de las culturas. Sin embargo, el Papa fue profundizando su preocupación por la inculturación al calor de las visitas que hizo a los indígenas en América Latina, en África, Asia y Australia. Nos parece que, sumando todo, Juan Pablo II pasará a la historia como el Papa de la inculturación. El término inculturación no es antropológico, es pastoral. En antropología se ha usado sobre todo el de socialización de la cultura, endoculturación, enculturación y otros, pero que se refieren a acciones distintas de la inculturación. La enculturación y los demás términos señalados implican un proceso insciente, dentro de la misma cultura, la inculturación, por su parte, en un primer momento, en la cultura del evangelizador, solamente puede hacerse de manera consciente; después, en la cultura de los evangelizandos, ya dentro del marco de la enculturación, volverá a ser consciente.” Clodmomiro Siller Acuña, Las Culturas en el Magisterio y en la Pastoral, Cenami 1993. Nota 27 20 También Mons. Arizmendi resalta la conexión de la Inculturación con la Teología de la Encarnación: “El Padre, al enviarnos a su Hijo, quiso que éste se encarnara en un tiempo concreto y en una cultura determinada. “El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura” (Benedicto XVI, Discurso inaugural en Aparecida, 1). Asumió la cultura judía, con todas sus limitaciones, para después perfeccionarla, corregirla en sus desviaciones y llevarla a su plenitud.” “La encarnación del Verbo es ley de encarnación para la Iglesia. Esta nace en un pueblo y en una cultura, la judía, pero está llamada a encarnarse en otros pueblos y en otras culturas, pues no es exclusiva de un tiempo y de un lugar. Es católica, porque su vocación y misión es encarnarse en todas las culturas, pues “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2,4).” (Mons. Arizmendi, Inculturación de la Palabra de Dios, 2009) 7 Iglesia están poniendo para desligar el Evangelio y la evangelización, de la imposición colonialista de una cultura y de una forma religiosa determinada. Este esfuerzo se basa en la conciencia de que "Evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas (las culturas humanas), sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna" (EN 20) Los primeros pasos se dieron cuando en el Concilio Vaticano II se empezó a hablar de "adaptación" o "acomodación" del mensaje cristiano a todas las culturas humanas. Más tarde el Papa Pablo VI, después de señalar que el "eje central de la evangelización" es la doble "fidelidad al mensaje, del que somos servidores, y a las personas a las que hemos de trasmitirlo intacto y vivo", (EN 4), nos explica que "la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda el drama de nuestro tiempo, como fue también en otras épocas" (EN 20). Aunque el término inculturación ya existía en los años 60s. y circulaba, dentro de la Iglesia, pero fuera del magisterio, es hasta el Papa actual, en su exhortación pastoral Catechesi Tradendae No. 53, cuando el término es asumido oficialmente dentro del magisterio pontificio (1979). Posteriormente el mismo Papa amplía el concepto en Redemptoris Misssio (1990). Y ahora los Obispos Latinoamericanos lo convierten en tema central de los debates de la IV Conferencia en Santo Domingo. La inculturación del Evangelio -nos dice el Papa- "significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas". En otras palabras: "Por medio de la inculturación la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; transmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde dentro" (Juan Pablo II RMi 52). En consecuencia la inculturación no es una acción que va en un sólo sentido, es decir, dirigida desde fuera hacia dentro de las culturas para invadirlas o penetrarlas, (que es justamente lo que los indígenas concientizados critican más duramente a la Iglesia, por considerarla la agresión más profunda); sino un proceso de transformación interior de las mismas culturas, llevada a cabo por los legítimos dueños de dichas culturas, mediante la aceptación libre y gozosa de la Buena Noticia de la Salvación, que los impulsa no a vaciarse o alienarse, para aceptar esquemas culturales venidos del exterior, sino a hallarse plenamente a sí mismos y de esa manera plenificarse en Cristo (Cfr. RH 12). "La inculturación del Evangelio es...una labor que se realiza en el proyecto de cada pueblo, fortaleciendo su identidad y liberándolo de los poderes de la muerte" (SD 13). Por eso "una meta de la evangelización inculturada será siempre la salvación y liberación integral de un determinado pueblo o grupo humano, que fortalezca su identidad y confíe en su futuro específico" (SD 243). La idea fundamental que anima a la inculturación es que la presencia de Dios y de su Hijo Jesucristo, y la salvación no llegan a los pueblos a partir de la palabra del evangelizador; sino que son realidades antecedentes a cualquier acción evangelizadora.21 Porque ellas son obra del Espíritu que sopla donde quiere. El Espíritu de Dios ha estado y está presente y operante, en toda creatura, en todo tiempo y lugar, 21 Mons. Lázaro Pérez sobre este mismo asunto escribe: “La enseñanza del Concilio de que Cristo está presente en los pueblos y en las culturas a manera de semina Verbi aún antes de la primera predicación del Evangelio., es muy iluminadora. Según el Ad gentes la labor primordial de quienes evangelizan debe ser la de descubrir esas semillas, hacerlas crecer y, al contacto con el Evangelio, esforzarse porque esos Logoi lleguen a la medida de la plenitud de Cristo. Esto exige, por parte de la Iglesia, una actitud sobre las culturas que reconoce su valor: no únicamente en la dimensión antropológica, sino sobre todo, en su sentido de revelación, teológico y salvífico. En la práctica pastoral y eclesial, este camino es sumamente arduo, enormemente abierto y, al mismo tiempo, entusiasmante” (cf. Documento ya citado) 8 independientemente de la evangelización e incluso independientemente de que se sea o no consciente de esta presencia; "porque con el hombre -cada hombre sin excepción alguna- se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello" (RH 14). "El Espíritu ofrece al hombre 'su luz y su fuerza... a fin de que pueda responder a su máxima vocación'; mediante el Espíritu 'el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino'; más aún 'debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que sólo Dios conoce, se asocien a este misterio pascual' " (RMi 28). Por eso el Papa pudo decir a los indígenas en Santo Domingo: "Hace ahora 500 años el Evangelio de Jesucristo llegó a vuestros pueblos. Pero ya antes, y sin que acaso lo sospecharan, el Dios vivo y verdadero estaba presente iluminando sus caminos. El Apóstol San Juan nos dice que el Verbo, el Hijo de Dios, 'es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que llega a este mundo' " ( Juan Pablo II, Mensaje a los indígenas, Santo Domingo 1992). En base a estos principios la Iglesia no puede plantearse una "evangelización de las culturas como un proceso de destrucción, sino de reconocimiento, consolidación y fortalecimiento de dichos valores (preexistentes en los pueblos); una contribución al crecimiento de los 'gérmenes del Verbo' presentes en las culturas" (DP 401). Por eso para "ofrecer el Evangelio de Jesús" al pueblo es necesaria "una actitud humilde, comprensiva y profética valorando su palabra a través de un diálogo respetuoso, franco y fraterno" (SD 248) De aquí brota la urgencia de un diálogo intercultural, que incluya "conocimiento crítico de sus culturas (del pueblo) para apreciarlas... acogiendo con aprecio sus símbolos, ritos y expresiones religiosas... respetando sus formulaciones culturales que les ayudan a dar razón de su fe y esperanza... conocimiento de su cosmovisión... de sus valores culturales autóctonos" (SD 248). Pero hay que ir más allá del dialogo intercultural. Hay que llegar al diálogo interreligioso, que "forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia" (RMi 55). Hay que "profundizar un diálogo con las religiones no cristianas presentes en nuestro continente, particularmente las indígenas y afroamericanas, durante mucho tiempo ignoradas o marginadas...atentos a descubrir en ellas las 'semillas del Verbo' con un verdadero discernimiento cristiano, ofreciéndoles el anuncio integral del Evangelio" (SD 137). "El diálogo no nace de una táctica o de un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu, que 'sopla donde quiere' (Jn 3,8). Con ello la Iglesia trata de descubrir las 'semillas de la Palabra' el 'destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres', semillas y destellos que se encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad. El dialogo se funda en la esperanza y la caridad, y dará frutos en el Espíritu...El interlocutor debe ser coherente con las propias tradiciones y convicciones religiosas y abierto para comprender las del otro, sin disimular o cerrarse, sino con una actitud de verdad, humildad y lealtad, sabiendo que el diálogo puede enriquecer a cada uno" (RMi 56) Es este diálogo fructífero el que hace posible que los pueblos reencuentren o valoren su identidad más profunda, se enriquezcan en el intercambio solidario de sus dones y se trasciendan a sí mismos al entrar en comunión con otros pueblos.22 Además a través del "llamado 'diálogo de vida' los creyentes de las diversas religiones atestiguan unos a otros en la experiencia cotidiana los propios valores humanos y espirituales, y se ayudan a vivirlos para edificar una sociedad más justa y fraterna" (RMi 57). 22 Mons. Flores escribe al respecto: “Y son ellos (los indígenas), y no nosotros -que, aunque nativos somos considerados como extranjeros- los que tienen que ir haciendo la gran síntesis para darle una fisonomía indígena a la Iglesia en sus regiones, manteniendo la unidad perfecta en la riqueza de formas culturales.” Mons. Flores, Discurso ante la Congregación de la Doctrina de la Fe, en Guadalajara,1996). 9 En el diálogo, además de profundizar la propia identidad, se encuentran y se asumen las "semillas del Verbo" presentes en cada cultura y en cada persona.23 Y de esta manera se puede llegar al conocimiento explícito de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. De la adhesión libre y voluntaria a su proyecto de vida, después de un necesario proceso de "incubación del misterio cristiano en el seno del pueblo", se levantará armoniosa, la voz nativa, más límpida y franca, para unirse a las voces de la Iglesia universal (cfr. RMi 54). Y de ahí surgirán las comunidades eclesiales que, "inspiradas en el Evangelio, podrán manifestar progresivamente la propia experiencia cristiana en manera y forma originales, conforme con las propias tradiciones culturales". Es el inicio de las iglesias particulares o iglesias autóctonas que se hacen "capaces de traducir el tesoro de la fe en la legítima variedad de sus expresiones" (RMi 53).24 23 En este punto Mons. Arizmendi, comentando textos del Papa Benedicto XVI, señala lo siguiente: “Dios se ha hecho presente de muchas formas en las diferentes culturas. Decía el Papa Juan Pablo II en Santo Domingo: “Los pueblos del Nuevo Mundo eran conocidos por Dios desde toda la eternidad y por El siempre abrazados con la paternidad que el Hijo ha revelado en la plenitud de los tiempos” (Discurso inaugural, 3). “Hace ahora 500 años el Evangelio de Jesucristo llegó a vuestros pueblos. Pero ya antes, y sin que acaso lo sospecharan, el Dios vivo y verdadero estaba presente iluminando sus caminos… En efecto, las semillas del Verbo estaban ya presentes y alumbraban el corazón de vuestros antepasados para que fueran descubriendo las huellas del Dios creador de todas sus criaturas: el sol, la luna, la madre tierra, los volcanes y las selvas, las lagunas y los ríos” (Mensaje a los indígenas, el 12 de octubre de 1992).” “El Papa Benedicto XVI dijo en Aparecida: “¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas” (Discurso Inaugural, 1).” “Por nuestra parte, los obispos participantes en Aparecida expresamos: “Las semillas del Verbo, presentes en las culturas autóctonas, facilitaron a nuestros hermanos indígenas encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas: Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente” (DA 4). “En Santo Domingo, los Pastores reconocíamos que los pueblos indígenas cultivan valores humanos de gran significación; estos valores y convicciones son fruto de las semillas del Verbo, que estaban ya presentes y obraban en sus antepasados” (DA 92). “Como discípulos de Jesucristo, encarnado en la vida de todos los pueblos, descubrimos y reconocemos desde la fe las semillas del Verbo presentes en las tradiciones y culturas de los pueblos indígenas de América Latina” (DA 529).” “Por tanto, si Dios quiso hacerse cultura de nuestros pueblos y ser parte integrante de su historia, de sus costumbres y tradiciones, incluso desde antes de que llegaran los primeros evangelizadores, no podemos ir en sentido contrario; no podemos prescindir de las culturas de los pueblos, antiguas y modernas, ni despreciarlas, sino conocerlas a fondo, valorarlas y discernirlas. Tampoco hemos de imponerles otra cultura, para que dejen de ser lo que son, como si lo suyo ya no sirviera para estos tiempos, sino encontrar métodos adecuados para que la vida de Jesús se haga cultura de nuestros pueblos; para que las semillas del Evangelio que ya han estado en ellos, crezcan conforme al Evangelio y en Cristo encuentren su plenitud. El será siempre el criterio fundamental de referencia, para discernir qué es vida y qué es muerte para ellos, tanto en sus tradiciones ancestrales, como en las ofertas nuevas que la globalización cultural hace llegar hasta los rincones más apartados.” ( Mons. Felipe Arizmendi, Inculturación de la Palabra de Dios, 2009). 24 Son las iglesias particulares autóctonas, que surgen de una evangelización verdaderamente inculturada. Mons. Lázaro Pérez escribe al respecto: “El Concilio, tratando sobre la finalidad de las misiones, enseña que las Iglesias particulares nacen de la predicación del Evangelio; al mismo tiempo señala que otra de las finalidades de la misión es que deben crecer de la semilla de la Palabra de Dios en todo el mundo Iglesias particulares autóctonas, suficientemente fundadas y dotadas de propias energías, y maduras, que, provistas suficientemente de jerarquía propia, unida al pueblo fiel, y de medios apropiados para llevar una vida plenamente cristiana, contribuyan en la parte que les corresponde, al bien de toda la Iglesia. que vengan a aumentar la riqueza y la plenitud de la catolicidad. Cada palabra de este texto tiene un contenido muy amplio y profundo; sugiere una eclesiología y misionología bastante diferentes de aquellas que ordinariamente vivimos en nuestros servicios pastorales. Si la Iglesia asume seriamente la tarea de evangelizar en orden al surgimiento de las Iglesias autóctonas, dará como resultado el crecimiento, la madurez y la consolidación de la única Iglesia de Cristo, verdaderamente católica.” (Mons. Lázaro Pérez, documento ya citado arriba) 10 Fundamentación teológica de la Inculturación …. En esto reside la novedad cristiana: en que el Hijo consubstancial al Padre, se hace carne, es decir, se hace uno de nosotros, en todo semejante, menos en el pecado, y se mete a toda nuestra realidad humana, histórica y cósmica. Esta novedad se manifiesta en la encarnación, alcanza su plena realización en el misterio pascual y es proclamada al mundo en Pentecostés, sin distinción de razas y culturas, sino en las distintas lenguas de todos los pueblos (cfr. Hechos 2, 6. 8. 11). En la lógica de Dios, Cristo al encarnarse se hace judío y, al hacerse judío, entra en toda la realidad humana de entonces, de antes y de después. En ese sentido es correcto decir que el Hijo de Dios se hizo hombre, se hizo mujer, se hizo judío, griego y romano; se hizo otomí, tarahumara, nahuatl, aymara, quechua, mapuche; se hizo zapoteca, mixteca, mixe, chatino, amuzgo. Y haciéndose uno con todos y cada uno de los seres humanos de la tierra, logra reconciliarnos plenamente con Dios, "por cuanto no has elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor...para hacer que todo tenga a Cristo por cabeza" (Efesios 1,4.10). Ahora bien, si por la obra redentora y, sobre todo, por la encarnación misma, Cristo se ha metido en toda la realidad humana como "carne" o como "semilla", la evangelización no puede consistir en pretender llevarlo a los demás, como si El estuviera ausente. El Papa dijo a los pueblos indígenas del Ecuador en Latacunga en 1985: "desde antes de la evangelización había en vuestros pueblos semillas de Cristo: Estáis convencidos de estar unidos más allá de la muerte. Vuestros pueblos identifican el mal con la muerte y el bien con la vida; y Jesús es la vida. Vuestros pueblos tienen vivo sentido de la justicia; y Jesús proclama bienaventurados a los sedientos de justicia (cfr. Mt. 5,6). Vuestros pueblos dan gran valor a la palabra; y Jesús es la Palabra del Padre. Vuestros pueblos son abiertos a la interrelación: diría que vivís para relacionaros; y Cristo es el camino para la relación entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí. Todo esto son semillas de Cristo, que la evangelización encontró y debió luego purificar, profundizar y completar". (Juan Pablo II, Discurso a los indígenas, Latacunga, 31 de enero 1985). Evangelizar, por tanto, es ante todo proclamar como Buena Noticia, esa presencia vivificante del Hijo de Dios que llega, que está cerca o en medio de nosotros, sea como semilla, que aún no germina, sea como árbol frondoso, que nos cobija con su sombra. La interpelación de la evangelización es que descubramos esa presencia y nos convirtamos a ella; que seamos capaces de asumirla conscientemente, de entregarnos de lleno a su servicio para que ese árbol o esa semilla germine, crezca, se fortalezca y dé sus frutos de vida eterna para nosotros y para toda la humanidad. La comunidad de los discípulos del Señor, que formamos la Iglesia, tiene como tarea el servicio pastoral de trabajar para que el rocío del Espíritu llegue constantemente a esta planta a través de los sacramentos de los que la Iglesia es depositaria a fin de que la planta alcance su plena floración y fructificación en el Reino. No cabe duda, que estos son temas apasionantes y candentes en este tiempo en que los retos del mundo moderno reducen los espacios de los pobres para mantener su identidad cultural y religiosa en medio de las grandes transformaciones de la sociedad. La Iglesia, con su aporte evangelizador, no quiere ser el instrumento religioso que contribuya a la muerte o decaimiento de las esperanzas utópicas de nuestros pueblos. Todo lo contrario, ella desea contribuir, con la evangelización inculturada, a que la siembra hecha por Dios en las personas y en nuestros pueblos, no sólo no se pierda, sino que, con la fuerza del Espíritu, llegue a su plenificación en Cristo. Ya que "una meta de la Evangelización inculturada será siempre la salvación y liberación integral de un determinado pueblo o grupo humano, que fortalezca su identidad y confíe en su futuro específico, contraponiéndose a los poderes de la muerte, adoptando la perspectiva de Jesucristo encarnado, que salvó al hombre desde la debilidad, la pobreza y la cruz 11 redentora. La Iglesia defiende los auténticos valores culturales de todos los pueblos, especialmente de los oprimidos, indefensos y marginados, ante la fuerza arrolladora de las estructuras de pecado manifiestas en la sociedad moderna" (SD 243). Hasta aquí la transcripción de las reflexiones de Mons. Bartolomé Carrasco Briseño, el Tata de los indígenas de Oaxaca. Algunas conclusiones La inculturación no es un término antropológico, sino pastoral y misionero. En la Iglesia le hemos dado el significado que actualmente tiene La inculturación nace de una seria preocupación pastoral sobre la relación de la fe con las culturas de los pueblos; para superar el “drama de nuestro tiempo”, que es la “ruptura entre Evangelio y cultura” La inculturación no se reduce a una estrategia para ganar mercado religioso, ni debe ser un eufeminismo para poner otro nombre a lo que siempre hacemos. La inculturación se inscribe en la lógica de la Encarnación del Verbo; y desde ahí hay que entenderla y ponerla en práctica. La inculturación se basa en el reconocimiento de la acción del Espíritu en la humanidad, independientemente de la acción explícita de la Iglesia pues, al encarnarse el Verbo en la cultura judía, se metió también a todas las culturas humanas. El principal actor de la inculturación es Dios, que no deja fuera de su amor a ningún pueblo y que se adelanta a cualquier inculturación llevada a cabo por la Iglesia. Es esta inculturación hecha por Dios, la base primera de cualquier otra inculturación bíblica, catequética, litúrgica, sacramental o teológica. El segundo actor son los pueblos con sus culturas diferentes. La multiforme presencia divina, que llamamos Semillas del Verbo, al ser acogidas en la historia de cada pueblo, se convierten en motor de inculturación de valores humanos inspirados por Dios, que luego impregnan toda la vida del pueblo. En la religiosidad popular se expresa esta inculturación hecha por el pueblo. Los misioneros y los pastores son colaboradores de Dios y del pueblo en la inculturación, al insertarse y ofrecer el testimonio de su fe y de su servicio para llevar esa inculturación a su plenitud en Cristo. Mecanismo de la inculturación impulsada por los misioneros y pastores es el diálogo intercultural e interreligioso para recibir, en intercambio de dones, la inculturación hecha por Dios y por el pueblo. La conversión, resultado de la evangelización inculturada, no supone alienación ni imposición de una cultura extraña, sino el reencuentro del pueblo consigo mismo, con su identidad originaria, que se plenifica en Cristo. Frutos de la inculturación para el pueblo es: a) el fortalecimiento de su proyecto de vida mediante el cumplimiento de las promesas hechas por Dios en su historia y en su cultura; b) y el surgimiento de iglesias particulares autóctonas enraizadas en su propia tradición y valores culturales 12