o LA REVOLUCION MEXICANA La Revolución Mexicana de 1910-1920, es un hecho vital en la historia de México, hacia el cual convergen y se precipitan todas las determinaciones de la historia precedente, sus tradiciones, costumbres, conquistas, fracasos y sueños, y del cual parten, como haz innumerables las tendencias y las determinaciones de toda la historia siguiente. Ninguno, entre los grandes y dramáticos acontecimientos ocurridos desde entonces, ha contribuido a marcar con tal fuerza y durabilidad los aspectos fundamentales del México moderno. Podemos así distinguir, cuatro fases de revolución: la primera, hasta el triunfo de Madero contra Porfirio Díaz, en la cual se enfrentan dos tendencias de la burguesía en lucha por el gobierno; la segunda, al período del gobierno maderista en el cual éste habiendo conquistado el poder del Estado, mantiene la guerra contra la insurrección zapatista en el sur; la tercera, desde el golpe de estado de Huerta y el asesinato de Madero, en que vuelve a ocupar el centro de la escena la lucha entre dos tendencias de la burguesía, federales y constitucionalistas, pero esta vez con una enorme participación de masas en la lucha armada; la cuarta a partir de la derrota de Huerta en 1914, en que los nuevos vencedores vuelven a dividirse, esta vez por una línea más nítida de clase, entre el ejército constitucionalista de Carranza y Obregón y los ejércitos campesinos de Zapata y de Villa. Hasta el momento, que culmina con la ocupación de México por la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur, la revolución se ha radicalizado constantemente, se han incorporando más combatientes, ha ido cubriendo porciones más extensas del territorio nacional. En dos de estas fases, la primera y la tercera, la tendencia burguesa que invoca la revolución y la dirige, se apoya en la movilización y el apoyo de las masas campesinas agitando en general la cuestión de la tierra. En las otras dos fases, la segunda y la cuarta, la misma a la burguesa que había encabezado la fase anterior, se lanza contra los campesinos que quieren continuar la revolución para obtener las tierras, y los reprime. No una, como en todas las revoluciones burguesas clásicas, sino dos veces las sucesivas direcciones burguesas se vuelven después del triunfo contra el ala extrema de la revolución para contener el movimiento dentro de los marcos de la propiedad capitalista y aplastar las demandas de las masas en las cuales se apoyaron en la fase precedente. Pero si la primera vez la dirección de Madero, había logrado mantener la continuidad del Estado heredado por Díaz, simbolizado en el ejército federal y en la Constitución de 1857 y sus instituciones, la segunda vez la revolución ha destruido completamente ese ejército columna vertebral del viejo Estado; y la nueva dominación de la burguesía, a través de su fracción vencedora, se establece sobre un nuevo ejército, una nueva Constitución y un nuevo Estado, también burgués por su carácter de clase, heredero de gran parte del personal administrativo del Estado anterior, pero renovado en sus formas de relación y su modo de dominación sobre las masas. Lo que llamamos cuarta fase de la revolución está cubierta por un período de ascenso, hasta diciembre de 1914 y enero de 1915, y un largo, accidentado y terrible período de descenso, desde el avance del ejército de operaciones de Álvaro Obregón sobre la ciudad de México, la derrota y disolución de la División del Norte en el curso de 1915, la derrota del movimiento obrero de 1916, la reorganización definitiva del Estado con la Constitución de 1917 y la larga guerra de exterminio contra la tenaz resistencia de los pueblos del sur, de los destacamentos zapatistas de Morelos, de las partidas villistas en el norte y de los campesinos en todo el país. La revolución abarca diez años, en ese lapso, las masas campesinas (el pueblo de México, que en un 85% vivía en al campo en 1910) vivieron las experiencias más grandes; se lanzaron en armas, recorrieron el país en todas las direcciones, derrotaron y destruyeron en Zacatecas al ejército de sus opresores, ocuparon su capital, alzaron a dos campesinos como ellos, Villa y Zapata, como los mayores dirigentes de la guerra de los campesinos insurrectos, dictaron leyes, realizaron en el sur un coherente ensayo de gobierno propio con elementales órganos populares de decisión y con un conjunto de leyes radicales. Esta gigantesca insurrección nacional de masas fue, por sus objetivos y sus conclusiones, una revolución burguesa. Pero fue al mismo tiempo una guerra campesina por la tierra en la cual su ala más radical (la que sostenía el Plan de Ayala) hizo propuestas y tomó medidas empíricamente anticapitalistas. Sin embargo las demandas y propuestas quedaron algunas escritas en la Constitución. Sin esta posición radical, la derecha hubiera obtenido mejores posiciones y logros, la línea de Madero o de Vázquez Gómez o incluso la de Venustiano Carranza y su Plan de Guadalupe. Durante los altos y bajos de los diez años de lucha armada, hay una sola tendencia que no depone jamás las armas: es el zapatismo. Desde el triunfo de Madero hasta el pronunciamiento de Carranza después de su asesinato, la revolución oficialmente había terminado. Su continuidad fue mantenida por la insurrección del sur, que es la constante que prolonga sin interrupción las resonancias profundas de la revolución, hasta que hasta que vuelven a cubrir a todo el país. Podemos definir cuatro aspectos esenciales de la revolución del sur: a) los zapatistas se negaron siempre a entregar las armas; b) levantaron un programa propio, el Plan de Ayala, cuyas bases jurídicas por elementales que fueran, eran incompatibles con la legalidad burguesa,; c) establecieron un poder popular es su territorio, un ensayo de autogobierno de masas único en la historia mexicana hasta el presente; d) dictaron leyes sumamente radicales que contenían, como la ley agraria de Palafox, algunas disposiciones que iban más allá de los marcos jurídicos del capitalismo. La clase obrera, por su historia anterior, por su número relativamente pequeño, por la índole misma del conflicto central de la revolución mexicana desempeñó un papel auxiliar. Algunos de sus movimientos fueron importantes, su organización progresó, pero no tuvo una política ni una dirección independiente del Estado y de las tendencias burguesas dirigentes de la revolución. Entre estas tendencias, terminó imponiéndose como decisiva la llamada “dinastía sonorense”, los jefes provenientes de la pequeñoburguesía capitalista de Sonora con un programa de desarrollo burgués del país. Pero si bien finalmente la primacía sobre la tendencia burguesa terrateniente de Carranza, también agruparon a su alrededor al conjunto de la nueva burguesía que se abrió paso contra el Estado de los terratenientes y los “científicos” a través del ejército constitucionalista proveniente de la pequeñaburguesía urbana de provincia, profesionistas integrados en la administración del Estado, propietarios de empresas industriales y mineras medianas y grandes, terratenientes que lograron salvar o recuperar sus propiedades a través de la tormenta revolucionaria y volvieron a levantar cabeza uniéndose a los vencedores a partir de 1917 y 1918, y una multitud de arribistas de diverso origen. El eje de ese bloque de poder, surgido de la revolución estaba indiscutiblemente, en el aparato del Estado, que en lo sucesivo desempeñó un papel primordial en la formación y el crecimiento de la burguesía mexicana. Con una peculiaridad: de él quedó excluida para siempre la clase terrateniente, que perdió totalmente el poder político, aunque la mayor transferencia efectiva de propiedad agraria no se realizaría sino hasta la época cardenista. En el curso de la revolución, la nueva burguesía (burguesía revolucionaria o familia revolucionaria) y su personal político adquirieron experiencia en su relación con las masas y en sus métodos de dominación sobre éstas, del mismo modo como con su participación en la lucha armada sus dirigentes conquistaron legitimidad y consenso en la población para ellos y para el Estado que afirmaron y consolidaron después de 1920. De la Revolución mexicana surgieron un Estado, y una estructura de relaciones entre las clases que abrieron paso a un nuevo desarrollo del capitalismo en México. Para saber más consulte. Gilly, Adolfo. La revolución Mexicana. Desenlace, en Semo, Enrique Coord. México, un pueblo en la Historia. México, Nueva Imagen, 1983 T. II, p. 389-402. Lic. María Eugenia Fernández Álvarez. Historiadora y Cronista de la Delegación Iztacalco. Subdirección de Cultura. Diseño: Alberto Donjuan Pedraza